La política es en la calle


(Versión «larga» del artículo que publica hoy el diario Ciudad CCS.

Salud).

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Chávez con Movimiento de Pobladores, sábado 8 de enero de 2011. Por: Fidel Ernesto Vásquez.

Ya va siendo tiempo de hacer un exhorto a todo el campo popular y revolucionario, a la diversidad de colectivos, movimientos, organizaciones y corrientes de diverso signo, a los intelectuales, a todos cuantos militan en la radicalización democrática de este proceso, al margen del chavismo oficial: hay que volver los ojos sobre lo acontecido el sábado 8 de enero, durante la reunión del zambo Chávez con el Movimiento de Pobladores. Es necesario evaluar las implicaciones políticas de los acuerdos alcanzados, de la alianza gobierno-movimiento popular para avanzar en un frente de lucha concreto; analizar y medir el eventual impacto de las iniciativas legislativas aprobadas, ponderar el universo de sujetos políticos involucrados.

Si bien resultan completamente predecibles las primeras reacciones del antichavismo (discurso que criminaliza a los ocupantes de edificios, la lucha contra el latifundio urbano convertida en amenaza contra los pequeños propietarios y traducida como vulneración del derecho a la propiedad privada, la recuperación de terrenos ociosos trocada en ataques injustificados contra la Polar), no deja de ser curiosa la relativa indiferencia que ha prevalecido en el campo popular y revolucionario.

Más allá de la reivindicación puntual del derecho a la vivienda y un hábitat dignos, de la lucha por el derecho a la ciudad (que ya de por sí es un frente de lucha de la mayor importancia); más allá incluso de la posibilidad que se abre para afectar los intereses del capital inmobiliario especulativo, y de la burocracia que trabaja en alianza con este sector del capital, está en juego la posibilidad de que las políticas públicas en la materia se construyan con el movimiento popular. Se trata de una experiencia que, de arrojar un saldo favorable, y siempre y cuando Chávez y el gobierno bolivariano garanticen su continuidad, podría ser replicada y multiplicada en otras áreas de gobierno.

Lo que ha logrado el Movimiento de Pobladores es el reconocimiento de un conjunto de sujetos que, o bien desempeñaron un papel protagónico en el pasado, hasta que volvieron a ser invisibilizados por el discurso oficial (CTU), o simplemente nunca fueron considerados como tales (conserjes, habitantes de las pensiones), y algunos incluso fueron criminalizados por sectores del chavismo oficial (inquilinos, Pioneros, ocupantes de edificios).

Pero el reconocimiento real no ha sido el obtenido en la reunión con Chávez: éste proviene de la lucha de calle, de la audacia y profundidad de sus planteamientos, de su beligerancia, de su capacidad para articular y movilizar a sujetos concretos, y del análisis permanente y pormenorizado de prácticas concretas de gobierno. Respecto de esto último, vale decir que pocas veces ha quedado tan claro que la denuncia en abstracto de la «burocracia» o la «derecha endógena», lejos de movilizar y proveernos de herramientas para la lucha, nos desarma y desmoviliza.

Si la lógica del partido/maquinaria nos ha provisto de un buen ejemplo de lo que significa vaciar de contenido el discurso sobre el socialismo, el Movimiento de Pobladores nos permite ilustrar el tipo de sujetos políticos que tendrían que conformar el partido/movimiento. Si la lógica del partido/maquinaria implicó un repliegue de la política real, concreta, junto al pueblo, los Pobladores nos aportan pistas de los escenarios donde se hace la política hoy día. Si los defensores del partido/maquinaria sólo son capaces de concebir la lucha política si ésta es promovida (y por tanto tutelada) desde arriba, los Pobladores nos recuerdan que sólo habrá radicalización democrática si ésta es impulsada desde abajo. Dentro del partido o fuera de él.

De manera que no cabe hablar siquiera de una victoria del Movimiento de Pobladores, sino de la posibilidad real de que las aguas estancadas de la política revolucionaria comiencen a desplazarse, dando lugar a nuevas corrientes, al agua fresca. En lugar del aire pesado de la política fraguada a puertas cerradas, comienza a circular un poco del aire fresco de la política callejera.

Los Pobladores no son el punto de llegada, las nuevas «estrellas» en el firmamento popular y revolucionario, cuya «gloria» habrá de pasar, efímera. Pero tampoco son el punto de partida, porque son muchos los que vienen desandando este camino. Habrá que avanzar hacia un punto de encuentro entre movimientos, corrientes, colectivos, organizaciones, intelectuales vinculados a luchas concretas, para ir tras los hastiados y los indiferentes, para ocupar los espacios despolitizados.

Por tanto, no es momento para la indolencia, la autocompasión o la cortedad de miras estratégica, en este caso del campo popular y revolucionario, sino para la política activa de calle, recuperando el terreno perdido por los burócratas de la política. Interpelando, construyendo, organizando, movilizando, manifestando, sentando posición de manera pública, cuestionando lo que haya que cuestionar, defendiendo todo cuanto sea digno de defender. Haciendo revolución.

El chavismo violento, esa redundancia


La irrupción del chavismo en la arena política está indisociablemente asociada a su criminalización. Podría decirse incluso que la criminalización le precede, de manera que cuando el chavismo entra en escena, no puede aparecer más que como sujeto criminal, bárbaro, irracional, violento. Sin este discurso que estigmatiza, transfigura e incluso oculta al sujeto chavista, no hay relato opositor sobre el chavismo.

Evidencias históricas sobran, y están allí, a la mano, para el que desee realizar la arqueología del discurso opositor: durante los primeros meses de 1999, las páginas de opinión de la prensa opositora están plagadas de horror a las «invasiones» de tierra. Es así como aparece el sujeto chavista, apenas instalado el nuevo gobierno: como un agente extraño al cuerpo social, como un elemento patógeno que se desplaza movido por un pavoroso impulso centrípeto, del campo a la ciudad, de la barbarie a la civilización. El relato opositor fue siempre el relato de la catástrofe inminente que provocarían las invasiones bárbaras chavistas.

Como para agarrar palco: Paulina Gamus Gallegos de Cohen hablando sobre «lucha de clases», en artículo publicado por El Universal el 24 de marzo de 1999, exactamente hace 11 años. El último párrafo inicia así: «Creer o aparentar que se cree que una actitud complaciente, paternal y caritativa con los invasores de tierras agrícolas, de terrenos urbanos, de casas o apartamentos es un acto de justicia social, es cometer un grave error que a su vez provoca una pobreza mayor». Gamus Gallegos de Cohen llegó a ser Vicepresidenta de Acción Democrática. En 1998 fue la Coordinadora del Programa de Gobierno de su partido. Fue Ministra de Cultura durante el gobierno de Jaime Lusinchi. Presidió la Comisión de Política Interior del extinto Congreso Nacional entre 1989 y 1994. En 1998 fue electa senadora por el estado Cojedes… hasta que llegó la Asamblea Constituyente.

El zambo Chávez no sería más que el cómplice de aquellos ataques contra la civilización, el instigador principal del odio y el resentimiento bárbaros, el criminal que, abusando de su circunstancial posición privilegiada, articularía un discurso que se desplazaría centrífugamente. El resultado sería una «sociedad civil» sometida a las tensiones que producirían estas dos fuerzas complementarias, más que opuestas, produciendo la fatiga y la opresión de todo lo civilizado.

Por eso, no sorprende en lo absoluto el esfuerzo continuado por asimilar cualquier manifestación de violencia opositora con el chavismo. Dado que el chavista es no sólo el sujeto violento por excelencia, su expresión más acabada, sino el origen de toda violencia, la violencia opositora sólo podría explicarse como un efecto no deseado de aquella violencia original, como su consecuencia inevitable. Bastaría con arrancar la raíz de la violencia, para retornar a la paz y a la civilidad.

Resulta claro que esta naturalización de la violencia chavista implica, al mismo tiempo, la desnaturalización de la violencia opositora, un verdadero fraude analítico y argumentativo, en la medida en que pretende clausurar toda posibilidad de examinar las razones de la violencia antichavista.

Un fraude es lo que ha cometido Roberto Giusti el pasado 9 de marzo, en un artículo publicado en El Universal, intitulado El contagio chavista de la oposición. Refiriéndose a la violenta trifulca opositora del domingo 7 de marzo, en Valencia, escribía: «Chávez ha pregonado el odio y la aniquilación del adversario… para imponerse en un juego de todo o nada. Pues bien, el veneno ha sido tan eficaz que mientras en antiguos sectores chavistas se diluye y la gente recupera la razón, en la dirigencia de oposición ha prendido con tal virulencia, que ahora resuelven a golpes sus diferencias, en el mejor estilo chavista. La triste ‘batalla de Carabobo’ del domingo es el peor mensaje para una sociedad a la búsqueda de la paz y la civilización perdidas».

Entiéndase: el chavismo no es sólo sinónimo «de la paz y la civilización perdidas». Tampoco es el resultado histórico de la decadencia de la clase política venezolana, de su cortedad de miras, de su incapacidad manifiesta para gobernar, de la «democracia» groseramente excluyente que capitanearon durante décadas, subordinados como estuvieron siempre a los intereses de la oligarquía. No. Según Giusti, esta decadencia de la vieja clase política, al expresarse violentamente, lo hace «en el mejor estilo chavista».

Al día siguiente, también en El Universal, Pedro Pablo Peñaloza continúa con el fraude. En su artículo intitulado El chavismo de oposición, se lee: «Para los que entienden que el Presidente comanda un proceso, pero degenerativo, la palabra ‘chavismo’ viene a resumir en sí todo lo malo que existe sobre la faz de la Tierra. Chavismo es, entonces, un régimen político militarista y autoritario que persigue destruir las libertades públicas. Un sistema que estrangula la democracia y permite que la corrupción y la adulancia se esparzan como plagas malignas. Pero también es el motorizado que se come la flecha en la avenida Lecuna o el vagón del Metro sin aire acondicionado. Más que un término, es una anatema. Sinónimo de abuso de poder y de gamberrada. Ocho letras que sintetizan el perfil del venezolano feo. Feísimo. Desde esa perspectiva, ‘chavismo’ sirve para calificar las peores prácticas allí donde se den sin importar qué tan lejos se esté política e ideológicamente del jefe de Estado. Partiendo de esta premisa, ciertos detractores de la revolución bolivariana han acuñado una nueva expresión para censurar el desempeño de la Mesa de la Unidad Democrática. En lugar de sacarles la madre, les dicen algo mucho peor: ‘chavismo de oposición’… La Mesa de la Unidad Democrática incurriría en manejos propios del ‘chavismo’ porque, braman sus ‘aliados’ críticos, es intolerante, prefiere el pacto de cúpulas antes que la consulta popular, se empeña en postular a dirigentes estudiantiles, pero de los años 50, y antepone sus oscuros intereses a las necesidades de la patria».

En un artículo más reciente, publicado el 21 de marzo en El Nacional, intitulado La violencia chavista, Máximo Desiato insiste en el tema. Como lo han hecho muchísimos otros antes que él, Desiato recurre a la analogía con el fascismo, creyendo poder encontrar en éste las claves de interpretación del chavismo: «La violencia chavista es una violencia fascista, porque en cuanto operación sobre el mundo es una apropiación de ese mundo sólo para destruirlo». Como el de sus predecesores, es un análisis fraudulento: la trampa radica en imponer las reglas de interpretación, según las cuales sólo sería posible explicar al chavismo tomando como referencia el fascismo. De allí en adelante, el ejercicio será extremadamente simple: compárense chavismo y fascismo, y cada vez que logre identificar alguna diferencia sustancial, advierta que se trata apenas de aquellos aspectos que aún impiden que el chavismo se realice plenamente como fascismo.

Frente a la heroicidad de la resistencia antifascista del antichavismo,
palidecen las luchas de la resistencia europea contra la ocupación nazi.

Pero además, Desiato traduce en clave «filosófica» el giro táctico del discurso opositor, que se consolida sobre todo durante 2007: el discurso sobre el mal gobierno, ese que va dirigido a granjearse el apoyo del mismo chavismo que ha criminalizado desde siempre. En lugar de confrontarle violentamente – con violencia de clases –, minar las bases sobre la cuales se apoya el gobierno. Instigar el desaliento, la desconfianza, la desmoralización y la incertidumbre.

Para Desiato, la gestión de gobierno chavista sólo puede traducirse como «política de destrucción sin posterior creación». Agrega: «es como si el chavismo creyera que la violencia, al destruir, dejara aparecer un orden del mundo preexistente, perfecto, acabado en sí mismo. Esta violencia chavista es ingenua. Tiene confianza en que expropiando aparezca sin ninguna otra operación el Bien. Que el Mal es la propiedad privada y que al destruirla, sin organizar una propiedad colectiva basada en un movimiento colectivo de base, el Bien se da por arte de magia… Y dentro de tanta expropiación, abandono, soledad existencial, en el fondo, la violencia chavista es una meditación sobre la muerte. Sobre el exterminio de todo lo que es. Meditación sobre la nada, la anulación, la nulidad que se es sin saberlo. Y si no grita ¡viva la muerte! es porque es tan destructiva que no le sale ni siquiera el ¡viva! Que para gritar eso algo de vida hay que tener».

El problema con la «meditación» de Desiato es que se limita a repetir lo ya miles de veces escrito y meditado. Meditación de lo mismo, que se sabe nula pero que se pretende analítica, profunda, esclarecedora, informada. Limítese a establecer la analogía entre chavismo y fascismo, acuse el mal gobierno, y luego pretenda estar descubriendo el agua tibia cuando no está haciendo más que llover sobre mojado. Y si no grita ¡viva la lluvia! es porque es tan trillada que no le sale ni siquiera el ¡viva! Que para celebrar la lluvia, es mejor esperar que llueva de verdad.

Con sus diferencias de estilo, los Giusti, los Peñaloza y los Desiato terminan siempre empantanados en la cuestión de fondo: el chavismo que pregona «el odio y la aniquilación del adversario», el chavismo como «anatema», que resume «todo lo malo que existe sobre la faz de la Tierra», el chavismo como «meditación sobre la muerte». Pero mucho más importante que hacer el inventario de lo escrito por estos personajes – y por muchos otros – es identificar cómo funciona esta «máquina de producir» el discurso antichavista.

El problema, vale acotarlo, no radica en expresar el desacuerdo con el chavismo, y mucho menos señalar los errores del gobierno de Chávez. La radicalización democrática a la que aspira el chavismo no será posible sin espacios para el desacuerdo y la crítica, del propio chavismo, pero también del antichavismo. El problema es que mediante la criminalización del chavismo – mediante su transfiguración, su ocultamiento – lo que pretende legitimarse es el desconocimiento del gobierno del zambo, su deslegitimación, y finalmente la legitimación de toda violencia que contra éste se ejerza. Ya lo decía Desiato en abril de 2009: «Tarde o temprano va a llegar la confrontación… Hay que seguir el juego democrático como lo hace Chávez, que lo usa como fachada, pero preparándose para una confrontación… La oposición tiene que prepararse, a la violencia se responde con violencia… Yo me concentraría en el sector de la oposición que ya tiene conciencia política para organizar formas de violencia política propias… Yo diría: déjense de buscar la unidad imposible y organícense».

Si la oposición ha optado por una táctica de desgaste, intentando capitalizar las deficiencias de la gestión de gobierno, si bien esto ha implicado su repliegue de posibles escenarios de confrontación violenta, la violencia simbólica, expresada en la criminalización del chavismo, nunca ha cesado. Esta violencia se ejerce en nombre de la paz, la civilización, la tolerancia, la democracia y la vida. Lo peor: esta violencia simbólica prepara el terreno para otras violencias nada simbólicas. Ella sugiere que si la oposición antidemocrática ha optado por no suscitar estas últimas, es porque se sabe, todavía, en condiciones de debilidad. No porque celebre la vida.

¿Otra vez Calle 13?


¿A qué misteriosas razones obedecerá el silencio casi total en torno a una nueva e inminente presentación en Venezuela del grupo boricua Calle 13? ¿Coletazos de la agria polémica desatada a propósito de su más reciente concierto en Caracas? ¿Será porque hay cosas mucho más importantes de las que ocuparse: sentarnos a esperar que se produzca el Apocalipsis eléctrico, que el calor termine de sofocarnos, que la calima termine de asfixiarnos, que un tsunami borre al Litoral Central del mapa, que la economía termine de derrumbarse, que el gobierno termine de prohibir el acceso a Internet, que algún día se hagan realidad los rumores de asesinato contra funcionarios chavistas? ¿Será que acaso en este desgraciado y miserable país hay algún motivo para celebrar o para medio esbozar una medio sonrisa? ¡1 a 1 contra Corea del Norte! ¿Será que a esto se le puede llamar un país? ¡Hasta cuándo el desempleo! ¡Hasta cuándo las expropiaciones! ¡Hasta cuándo el desabastecimiento! ¡Hasta cuándo el tráfico! ¡Hasta cuándo Chávez! ¡Hasta cuándo! ¡1 a 1 contra Corea del Norte! ¿Para cuándo el terremoto en Caracas? ¡Hasta cuándo!

Un tal Peter Capusotto parodia a los medios privados argentinos… ¿o venezolanos?

Peter Capusotto sigue con la parodia. ¡Como si todos esos problemas no fueran reales!

¡Maldito Capusotto, eres un maldito montonero chavista! ¡Arrrrrrrgggggggghhhhhhhhh!

¿O será más bien que es mentira, que Calle 13 no vuelve a Venezuela? Lo curioso es que se trata de información oficial, suministrada por el propio René Pérez, alias Residente: el sábado 20 de marzo en Maracay, Venezuela; el 23 de marzo en Cuba y el 25 de marzo en Miami. Los corresponsales de este blog en Maracay informan que la agrupación se presentará en el marco de la Feria de San José 2010. El lugar: Parque de Ferias de San Jacinto. La entrada cuesta 50 bolos.

¿Por qué un diario como El Universal, por citar sólo uno, informa del concierto en Cuba pero no dice nada sobre la presentación en Venezuela? No es una pregunta retórica, y paso a responderla de inmediato.

Este silencio obedece a una interpretación equivocada o a la falta de tino a la hora de asimilar el mensaje contenido en la letra de cierta canción clave en la trayectoria musical de Calle 13. Se trata, como ya sospecharán los entendidos, de Atrévete Te-Te, incluida en el primer disco de la banda (Calle 13, 2005).

Rechazada por los biempensantes mientras causaba furor en los barrios, desde el principio se le interpretó como una canción cuya letra hacía alarde de la misoginia, porque concebía a la mujer como mero objeto sexual. Lo cierto es que la canción va dirigida contra el sifrinaje femenino que, adoptando pose de intelectual, profiere anatemas contra todo reguetón por vulgar y ordinario. Porque se baila pegao y sudao. Sifrinaje que queda retratado en la pista (número 9) que antecede a Atrévete Te-Te. Se llama La comemielda (Intel-Lú), y dice así (voz de sifrina escandalizada):

«Ay no, yo no escucho reguetón, ese ritmo es de lo último. Yo lo que escucho es Ricky Martin, Chayanne, David Bisbal. Yo escucho a los lindos, pues, a los ritmos finos. Yo no escucho esa porquería tan ordinaria… y vulgar. Porque lo que hacen es hablar pura paja, y además de eso se baila ahí pegao, todo sudao. Ay no, no, no, no, qué va, eso no va conmigo mi amor».

La comemielda (Intel-Lú). Calle 13.

De hecho, es muy poco el esfuerzo que hay que hacer para entender que Atrévete Te-Te envía un mensaje al sifrinaje de todo tipo, a la intelectualidad sifrina, presuntuosa y arrogante que milita en el asco por los ritmos populares, aunque su cuerpo le suplique dejarse de tanta pendejada y militancia fanática, y le exija que al menos por una vez se decida a mover la cintura.

Eso es lo que transmite Calle 13 cuando el Residente habla, transcurridos poco más de treinta segundos de canción:

«Cambia esa cara de seria
esa cara de intelectual, de enciclopedia
que te voy a inyectar con la bacteria
pa que des vuelta como machina de feria.
Señorita intelectual, ya sé que tienes
el área abdominal que va a explotar
como fiesta patronal, que va a explotar
como palestino.
Yo sé que a ti te gusta el pop rock latino
pero es que el reguetón se te mete por los intestinos
por debajo de la falda como un submarino
y te saca lo de indio taino».

Atrévete Te-Te. Calle 13.

En 2006, como se recordará, las mentes brillantes que conducían la campaña electoral de Manuel Rosales creyeron haber encontrado en la canción de Calle 13 la gallina de los huevos de oro. Estamos listos: le metemos reguetón a la campaña y el pueblo se va a volcar en masa a votar contra Chávez. La versionaron no una, sino hasta dos veces, pero teniendo la oportunidad de dar en el clavo, lo que se dieron fue un tremendo martillazo en la mano. Sólo basta escucharlas de nuevo, sobre todo deteniéndose a la altura del fragmento citado arriba, para entender el porqué del fracaso:

«Cambia esa cara de serio,
esa cara de intelectual, de enciclopedia,
se acabó la delincuencia y la miseria
con Un Nuevo Tiempo, expertos en la materia.
Señorita por qué está mal,
dése cuenta que su país puede cambiar,
ha llegado aquí la gente que la va a ayudar,
con Manuel Rosales lo vamos a lograr.
Ya tú sabes que todos somos hermanos
por qué no sales pa la calle y nos damos la mano
estoy seguro que juntos sí lo logramos
y te prometo a Venezuela la cambiamos».

El ¡Atrévete! de Manuel Rosales, versión 1.

«Manuel Rosales te enseña
que la prioridad principal es el país de Venezuela
mira que él quiere acabar con la pobreza
para que así el hambre desaparezca.
Es un hombre intelectual,
con fe, con trabajo y con humildad,
les va a enseñar que sí se puede cambiar,
les va a enseñar que si nos unimos
con mucha fuerza y con trabajo es el camino,
y alcanzar la libertad ese es nuestro destino,
el pueblo merece tener su amigo,
es Manuel el que quiere cambiar el ritmo».

El ¡Atrévete! de Manuel Rosales, versión 2.

Más allá del mal chiste que implica presentar a Manuel Rosales como «un hombre intelectual» que tendría algo que enseñarnos «con fe, con trabajo y con humildad», ¿cómo van a meter de contrabando, en una canción concebida originalmente contra el sifrinaje intelectual, una vulgar apología a unos supuestos «expertos en la materia», que para colmo estarían encarnados en ese heredero de Acción Democrática que es Un Nuevo Tiempo?

¿Esos «expertos en la materia», encabezados por «un hombre intelectual» como Manuel Rosales, eran los que iban a solucionar los problemas en «el país de Venezuela»? Carajo, no entendieron pero lo que se llama nada. Ni los podían solucionar en 2006 ni los podrían solucionar ahora. ¿Por qué? Sencillo: porque esos fulanos «expertos en la materia», con toda su fraseología gerencial, sifrina e intelectualosa – ayer los Chicago Boys y hoy encarnados sobre todo en los muchachos bien de Primero Justicia, incluidos los que ya han emigrado de ese partido – son profunda, decidida, encarnizada y radicalmente antipopulares.

Uno casi que se los puede imaginar hablando, tras de cámaras: Ay no, yo no escucho al pueblo chavista, esa gente es de lo último. Yo lo que escucho es a la sociedad civil. Yo escucho a los lindos, pues, a la gente fina. Yo no escucho esa porquería tan ordinaria… y vulgar. Porque lo que hacen es hablar pura paja, y además de eso bailan ahí pegao, todos sudaos. Ay no, no, no, no, qué va, eso no va conmigo mi amor.

Son los mismos que hoy están ligando que lleguen los tiempos del Apocalipsis eléctrico para volver a repetir: Se los dijimos. Éste es un problema de mala gestión de gobierno. Igual que el calor y la calima. Llevamos tiempo diciéndoles que este país sólo puede ser salvado por los gerentes y por los expertos, por los que realmente saben gobernar.

¿Gobernar para quiénes?

Esta pregunta, y otras similares, son más que pertinentes, sobre todo para los que creemos que la única opción es un buen gobierno popular. Porque, después de todo, de eso se trata: de buen gobierno popular. De pueblo gobernando, que no es lo mismo que la burocracia gobernando en nombre del pueblo.

Otra versión de la misma canción de Calle 13, hecha por el grupo chileno Subverso, aporta algunas pistas:

«Cambia esa cara de sumiso
esa cara de dirigente sindical indeciso
que con mi hechizo te vamo a transformar
de rapero marginal en guerrero chorizo.
Y mi gente de población ya sé que está mal
porque el cabrón del patrón los va a explotar
como mina de carbón, los va a explotar
como tienda mall.
Yo sé que a ti te gusta el hip hop español
pero este rap con cumbia se vacila mucho mejor
se te mete en la conciencia pa que luches
y te saca lo de pueblo mapuche».

Atrévete (ponte rebelde). Subverso.

Un buen gobierno popular es un gobierno con la suficiente disposición para cambiar la cara de intelectual, de enciclopedia, que es la cara propia de los expertos que mal gobernaron este país en nombre de la democracia. Es un gobierno dispuesto a que los ritmos del pueblo se le metan por los intestinos, hasta que le saquen lo de zambo guerrero y lo de indio caribe. Pero eso no es suficiente. Un buen gobierno popular sólo será posible si, haciéndole honor a nuestra tradición caribe, le hacemos frente a quienes nos quieren sumisos e indecisos.

La clave está en atreverse.

El chavismo y la segunda oleada


(Este artículo lo terminé de escribir hace ya casi tres meses, exactamente el 7 de septiembre, a pedido de los compañeros de la revista SIC, de la Fundación Centro Gumilla. Fue publicado en el número 718 , de septiembre-octubre de 2009, consagrado al tema: Socialismo a la venezolana.

Lo comparto con ustedes en ocasión de celebrarse hoy elecciones presidenciales en Uruguay y Honduras. En un caso, decidirá la participación popular masiva; en el otro, la abstención militante.

Se viene la segunda oleada).

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Tendríamos que comenzar por abandonar esa idea, tan seductora como ingenua, según la cual la construcción del socialismo es una carrera de cien metros planos que nosotros corremos como Usain Bolt. O una pelea por el título peso ligero que sentenciamos a nuestro favor en el décimo round. El problema con las revoluciones es que la carrera nunca acaba, la pelea nunca termina: podemos ser capaces, incluso, de propinar más de un nocaut fulminante, y aún así siempre tendremos en frente a un nuevo contendor.

Usain Bolt: cabalgando
Dicho lo anterior, es indudable que lo que resulta fascinante y alentador del actual momento histórico es que la pelea por el título se libra en toda América: en el transcurso de la última década, las fuerzas de izquierda han logrado propinar algunos nocauts, llegando incluso a coronar a varios de los suyos en la silla presidencial. En el caso venezolano, el defensor del título fue a dar a la lona, durante cuarenta y siete horas, y un gigantesco levantamiento popular y militar lo devolvió al ring, con la fuerza que es capaz de inspirar un aliento colectivo de tal naturaleza. Hay de todo: en países como Bolivia el intercambio de ganchos de izquierda y derechazos a la mandíbula inspiró la célebre frase del contrincante narrador: atravesamos por una etapa de «empate catastrófico»; en Ecuador, el defensor se da el lujo de corretear por el cuadrilátero, mientras su contrincante recibe conteo de protección; en Paraguay recibe una lluvia de insultos, acusaciones y dos, tres, cuatro, cinco golpes de puñalada; en Brasil, Argentina, Uruguay o Chile, cada cual con su estilo, propina algún izquierdazo contundente, pero inmediatamente se abraza con su rival, bien sea por agotamiento o por no disponer de mucha voluntad para encarar la pelea; en Colombia o Perú, los retadores de izquierda deben aguantar una andanada de golpes ilegales: por debajo de la cintura, por la nuca, patadas, tropezones, masacres y persecuciones.
Con sus profundas diferencias, sus indudables semejanzas, sus ritmos dispares y diversos estilos, el cambio de rumbo político continental es de tal manera inocultable que hasta los comentadores y analistas de la derecha han debido reconocer que en América se ha producido lo que todos reconocen como un giro a la izquierda. Rendidos ante la evidencia, a la media oligárquica y a sus mentores intelectuales no les ha quedado de otra que poner el acento en aquellas diferencias, distinguiendo entre una izquierda vegetariana, responsable, moderada y moderna y otra carnívora, malhablada, vulgar, expansionista, radical y decimonónica. El propósito es tan evidente que raya en lo vulgar: detrás de la muy decimonónica práctica que consiste en distinguir entre civilización y barbarie, lo que aparece es el esfuerzo por obstaculizar la unidad de propósitos.
El asunto se complica aún más cuando el mentado giro a la izquierda es utilizado por cierta intelectualidad progre, renuente a profundizar en la complejidad, el significado y el alcance del acontecimiento, como pretexto para no hacer lo que sin embargo estaría obligada a hacer: examinar con el rigor suficiente tanto los puntos de encuentro como los de desencuentro, las particularidades tanto como las generalidades, los flancos débiles tanto como los fuertes. En resumen: aquello que nos une y por tanto nos hace fuertes, tanto como aquello que nos amenaza y pone en riesgo la necesaria unidad. ¿El mayor riesgo en lo inmediato? Que el fulano giro a la izquierda se desvanezca en la próxima esquina, que desaprovechemos la oportunidad histórica de convertir el tal giro en camino y obliguemos a las generaciones futuras a tomar el testigo en una carrera cuya meta es el despeñadero.
Celebrar este giro a la izquierda con aire triunfalista, como prueba irrefutable de que de ahora en adelante los pueblos acumularán una victoria tras otra es, cuando menos, irresponsable. Muy por el contrario. La noticia es ésta: Usain Bolt tiene que comenzar a asimilar que lo que nos viene es un maratón. Ni siquiera Julio César Chávez ni Mano e Piedra Durán ganaron todas sus peleas. Planteado menos deportivamente: tarde o temprano habremos de sufrir alguna derrota. O cuatro. Muy difícil, casi imposible preverlo con exactitud: cuándo, cuántas. ¿Las causas? Pueden ser muchas, asociadas unas con otras, simultáneas: acumulación de errores internos, cambio drástico de la correlación de fuerzas, incapacidad para demoler el viejo Estado o para transformar las relaciones sociales y económicas, freno al proceso de radicalización democrática, repetición de viejos errores del socialismo burocrático. También: desestabilización con apoyo externo, corrupción de funcionarios, atentados, infiltración de fuerzas paramilitares, golpe de Estado, magnicidio, invasión.
Sin excepción, cada una de estas eventuales causas o escenarios reales están planteados o están en pleno desarrollo. Insisto: de manera simultánea, aunque como es obvio la situación varía según sea el caso. En algunos casos es posible que el proceso de cambios se vea detenido, así sea temporalmente, concluido el período del mandato presidencial, dada la inexistencia de una figura capaz de aglutinar el apoyo suficiente para triunfar en elecciones democráticas y con ello garantizar la continuidad del proyecto. Asestadas estas derrotas, ellas implicarán un freno o incluso un retroceso del proceso de cambios continental. Tendrá lugar entonces una feroz campaña propagandística y los ideólogos de la democracia liberal – y de otras formas menos santas de gobierno – cantarán sobre el inicio del fin del giro a la izquierda. Eso escríbanlo.
El golpe de Estado en Honduras ha sido una avanzada de esta contraofensiva continental. Como bien lo ha sabido interpretar Isabel Rauber en un artículo excepcional: «No es la vuelta al pasado, no hay que equivocarse: es el anuncio de los nuevos procedimientos de la derecha impotente. El neo-golpismo es ‘democrático’ y ‘constitucional’. Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva era: la de los ‘golpes constitucionales'». Con el derrocamiento de Zelaya, la derecha continental no sólo ha infligido un golpe a la Unasur, sino que lo ha hecho ensayando una nueva modalidad que no tardará en replicarse en otros países de América, allí donde modalidades más impresentables no tengan, por los momentos, posibilidades de éxito.

Pero este inicio del fin del giro a la izquierda estará muy lejos de significar lo que, sin embargo, proclamarán a los cuatro vientos los ideólogos del status quo: el fin de la era de los pueblos en rebeldía y un despertar de la borrachera democrática e igualitarista que sacudió, en mala hora, a la América toda. En medio del triunfalismo de la derecha – que, la historia así lo enseña, es mala perdedora y peor ganadora – lo que volverá a emerger, lo ha planteado también Rauber, es «una cuestión política de fondo: los procesos sociales de cambio solo pueden ser tales, si se construyen articulados a las fuerzas sociales, culturales y políticas que apuestan al cambio y generan el consenso social necesario para llevarlo adelante. Y esto solo puede realizarse desde abajo, cotidianamente, en todos los ámbitos del quehacer social y político: en lo institucional y en la sociedad toda. Un empeño político y social de esta naturaleza, no se alcanza espontáneamente. No basta con que un mandatario tenga una propuesta política que considere justa o de interés para su pueblo; es vital que el pueblo, los sectores y actores sociales y políticos sean parte de la misma, que hayan participado en su definición, que se hayan apropiado de ella».

Así, luego de este retroceso temporal del proceso de cambios revolucionarios a escala continental, sobrevendrá una segunda oleada democrática y revolucionaria, impulsada por los movimientos populares que en esta etapa, en mayor o menor grado según el país del que se trate, han sido mantenidos al margen por gobiernos que, a pesar de todo, se autodefinen como populares. Diagnóstico que vale, en particular, para los casos argentino y brasileño, pero del que no escapa Venezuela ni ningún otro país gobernando por la izquierda. Esta segunda oleada será acompañada por aquellos procesos que supieron aprender a tiempo la lección más importante, y cuyo desconocimiento constituye nuestra principal amenaza: la revolución la hacen los pueblos, no minorías iluminadas.

De allí que una de nuestras principales tareas consista en saber interpretar el carácter y la naturaleza bravía, potente y revolucionaria del chavismo, entendido como movimiento popular que aglutina tradiciones y saberes, estéticas y sensibilidades, que plantea demandas y formula propuestas. Mal haríamos relegándolo al papel de espectador en la pelea, ese cuya participación se limita a lanzar vítores a su gallo. Mal haríamos al pretender domeñar o contener la potencia de un movimiento que, cuando es necesario, corre como Usain Bolt y pega como Edwin Valero.
Edwin Valero: fulminante

Hello, dejen el show con Calle 13


I.- MTV versus Calle 13.
La puja estuvo interesante. De a ratos, hay que decirlo, fue como para agarrar palco: de un lado, MTV, esa institución señera de la cultura hegemónica – por la que se desvive tanto cabeza hueca que jura que libertad de elección y rebeldía equivalen a escoger entre las opciones que le ofrece la industria cultural -, tuvo el acierto de escoger para la presentación de sus premios a una de las figuras más irreverentes, talentosas, deslenguadas, populares y políticamente incorrectas de la escena musical latinoamericana. Del otro lado, René Pérez, el Residente de Calle 13, exprimió el escenario a tal punto que la jornada le alcanzó para lanzar fuego verbal contra Luis Fortuño, gobernador de Puerto Rico, y Felipe Calderón, Presidente de México. Simultáneamente, fue alternándose las ya célebres franelas, en las que hizo alusión a las bases militares gringas en Colombia, rindió homenaje a Mercedes Sosa, rememoró la masacre de Tlatelolco, comparó al dictador hondureño con Pinochet, exigió un Puerto Rico libre y nominó al zambo Chávez como mejor artista pop. «Latinoamérica es un continente muy político como para obviarlo», había escrito Residente vía Twitter, el pasado 12 de octubre. Y la política se apoderó del Gibson Amphitheatre, en Los Ángeles, sede de la entrega de los premios.

Lejos de escandalizarse, los de MTV hicieron todo lo posible por capitalizar el fulminante patadón en las bolas y los directos de izquierda que Residente propinó en el mentón de una derecha latinoamericana tambaleante, incluida la legión de jóvenes con el alma avejentada que ya quisieran la reelección indefinida del paraco Uribe y la eliminación física del zambo, apalean a los indios en Bolivia, defienden al Grupo Clarín en Argentina, marchan a favor de la dictadura en Honduras, a favor de los «presos políticos» en Venezuela, que desconocen cuál es la capital de Puerto Rico, pero que son capaces de conmoverse hasta el llanto viendo My Super Sweet 16, son entusiastas seguidores de The Hills y se babean con las aventuras de Tila Tekila.

Sin mayores disimulos y con tono festivo, la web de MTV Latino reseñó la participación de Residente: «Ahora que ya pasó, no hay otra forma de verlo: René, alias Residente, de Calle 13, fue un anfitrión despampanante. Claro que no estuvo solo: a su lado estaba Nelly Furtado, siempre divina. Juntos hicieron una dupla genial… Residente se bajó de la limosina y se sacó el traje para arrancar con el show. Abajo de la camisa traía una camiseta que decía: ‘Chávez nominado Mejor Artista Pop’. Fue así que empezó a arengar a la audiencia, dispuesto a decirlo todo, sin censura y sin libreto… René habló con total desparpajo, sin pelos en la lengua (tal como lo hace al frente de Calle 13). A su lado estaba Nelly, poniendo su cuota de elegancia y sofisticación. Juntos se complementaron a la perfección… Son dos grandes personalidades de la música, sin dudas. Nelly Furtado ya es una verdadera lady del pop internacional, mientras que René sigue demostrando que posee un talento y un carisma enorme al frente de Calle 13».

Es decir, una cosa chévere, tú sabes, o sea, Residente, hello, qué buen show, o sea, te la comiste. Una línea editorial que traduce superfluamente posiciones políticas que han provocado escozor tanto a los aludidos como a sus más fieles fans, y que se resume en una frase a primera vista inocentona como la que más: «Los conductores de Los Premios MTV 09 se destacaron por su soltura y, sobre todo, por sus ganas de divertirse». ¿Divertirse? Residente no está muy de acuerdo: «A mí nada de lo que dije me pareció divertido. Todo lo que hablé es bastante serio», escribió vía Twitter – siempre por esta vía, a menos que se indique lo contrario – el sábado 17 de octubre.

II.- Una diarrea de «malas palabras».
Tópico privilegiado de las jóvenes viudas de los personajes aludidos – Fortuño, Calderón, Uribe – ha sido el de la diarrea de «malas palabras» pronunciadas por Residente durante cada una de sus intervenciones. Imposible no detenerse en esta circunstancia, porque desnuda de pie a cabeza la mentalidad característica de la juventud conservadora, moralina, retardataria, supremacista, cool y tal de América Latina.

La cumbia de los aburridos. Calle 13.

Coño, mi señora madre, Sur, maestra de maestras, cuyo nombre le hace honor a esta tierra que piso, chavista hasta los tuétanos, sabia como sólo el pueblo puede serlo, disfruta cada vez que suena La cumbia de los aburridos. Pero un buen día me advirtió que el disco donde aparece esa canción es muy «vulgar». Lo dijo mi señora madre y yo me le reí, pero también me dije, para mis adentros, para que no pudiera escucharme: Amén. Porque su palabra es ley. Pero que un tipo de 34 años, proveniente de Carabobo, Venezuela, que bien pudiera ser hijo de Sur, escriba: «… cómo es posible que se permita tanta falta de cultura, valores, una cosa es ser sinceros y otra… vulgar, ordinario, chabacano, boca de cloaca…», así, tal cual, como una de esas señoronas encopetadas de la «sociedad civil» venezolana, que le gritan histéricas a Chávez, no por socialista, sino por zambo y vulgar, ordinario y chabacano, eso lo que provoca es vergüenza ajena. Todos los idiotas que, como el que escribió aquello, se escandalizaron por el hecho de que Residente le espetara un sonoro «hijo de la gran puta» al Fortuño, seguramente desconocían que el mismo día el pueblo portorro se sumó a un paro nacional contra el tipo, en rechazo al despido de más de ¡veinte mil! empleados públicos.

«Seguramente» un coño: soy capaz de apostar los discos de The Beatles de Sandra Mikele, a que estos idiotas no saben siquiera que Puerto Rico es una isla. Son los mismos idiotas cuya imagen del pueblo valenciano debe parecerse mucho a la de los hombres y mujeres que limpian el suelo y los baños del Sambil Valencia, que no habrán pisado jamás el centro de Caracas, pero se conocen de memoria el Sambil de la capital, y para los que Barquisimeto es una gran ciudad desde el día en que se inauguró esa joya arquitectónica que es el Sambil en forma de instrumento musical. Una de dos: o jamás escucharon un disco de Calle 13 y juran que Atrévete Te-Te es un reguetón compuesto por Manuel Rosales; o lo escucharon, pero igual no entendieron un carajo, y no se han dado cuenta de que fueron retratados en Gringo latin funk, del disco Los de atrás vienen conmigo.

Gringo latin funk. Calle 13.

Anticipándose a la polémica que se ha desatado luego de los MTV, Residente escribía el 16 de septiembre: «Los medios no me usan, yo uso a los medios. Hay que saber dar el mensaje. De lo contrario el mensaje se queda corto, entre ‘intelectuales'». Residente habló «malo» y el mensaje llegó: «Parte de la propuesta era que yo hablara malo, lo que pasa es que la gente se vive el personaje mío como si yo fuera así todo el tiempo… La manera de expresarme hacia los jóvenes es pensando en que quiero llegarles más rápido todavía, en que me hagan caso», declaró el sábado 17 de octubre a un impreso puertorriqueño.

El mensaje también le llegó bastante rápido al mismísimo Fortuño, quien declaró, indignado: «A todos los puertorriqueños les tiene que indignar profundamente esa chabacanería… En ningún sitio del mundo uno puede pararse en un micrófono porque te lo pongan delante a decir chabacanerías, a insultar gratuitamente y a decir malas palabras. ¿Qué es lo que le estamos enseñando a nuestros hijos?». ¿Entonces tú le enseñas al hijo tuyo que despedir a veinte mil personas es algo bueno, no importa si durante la campaña electoral prometiste que no despedirías a nadie? Bendito. Tremenda figura paternal. Algo semejante fue lo que respondió el Visitante de Calle 13: «¿No te parece un insulto la mentira? Los insultos del gobierno dejan sin trabajo». Y ésta otra: «¿Qué es peor… una ‘mala palabrita’ o que no le puedas dar lo que antes le dabas a tu familia?».

Pero a esta hora, el premio a la reacción más patética se lo lleva la Cancillería colombiana, que concedió al Residente el estatus de asunto de Estado: a través de un comunicado, expresó «su indignación por la divulgación de un mensaje injurioso en contra del presidente Álvaro Uribe, el cual se encontraba estampado en la camiseta…». Pero no sólo reincidió en la misma trampa retórica de Fortuño, según la cual el mensaje iba dirigido contra todo Puerto Rico: «El mensaje presenta un contenido ofensivo y calumnioso en contra del Presidente de los colombianos, lo cual constituye un agravio para su buen nombre e investidura y además es un irrespeto a la dignidad de nuestros connacionales». También MTV se llevó su jalón de orejas: «El Ministerio de Relaciones Exteriores respetuosamente sugiere a las directivas del canal observar con mayor detenimiento las manifestaciones con alto contenido político que se hacen dentro de un escenario que se destaca por promover el arte musical». En respuesta, Residente escribió el 18 de octubre: «El presidente de Colombia no es Colombia. ¡Colombia es mucho más que un presidente!» Un día antes, Visitante había respondido con fina ironía: «La camisa decía: ‘Uribe para bases militares’… Las imágenes que se ven en las nubes son proyecciones de uno mismo». Sí chico, eres un pa-ra-co.

III.- Vente pa Venezuela… ¡Cabrón!
Otro de los tópicos preferidos de la juventud bien, es uno que nos aprendimos de memoria hace un buen tiempo: cualquier extranjero que medio se atreva a medio manifestar su apoyo aunque sea el más tibio a la revolución bolivariana, es un cabrón insoportable y desinformado, que no tiene ni la más puta idea de lo que ocurre en Venezuela. Luego del relámpago de insultos – que no serán ya «malas palabras», sino oportunas expresiones de legítima indignación -, el aguacero de explicaciones: esto es una dictadura, esto es una dictadura, esto es una dictadura, todo el mundo con el paso del robot, todo el mundo con el paso del robot, todo el mundo con el paso del robot. Comentarios de este tipo, peculiar versión del chovinismo más ramplón, inundaron el Twitter de Residente. Siéntete orgulloso, pueblo venezolano, un puñado de jóvenes valerosos te han representado dignamente:

– «¡Te reto a vivir un año en Venezuela ganando sueldo mínimo!», apuntó una.
– «Habla claro mariquete. ¿Has estado más de un mes en Venezuela», escribió otro desde ¡Miami!, el mismo que luego remató con estas dos:
– «Cuando quieras vas a Venezuela y te enseño por qué no soy chavista».
– «… tú
crees que sabes, pero no tienes ni idea de lo que se vive allí…«.
– «Sabes que lo de Venezuela no me pareció gracioso, a ti no te han mandado a echar gas del bueno y que te metan preso», escribió otra, que se largó las seis siguientes:
«Como lo hizo Chávez con los estudiantes, y que las universidades de Venezuela no tengan presupuesto«.
«Tú no vives en Venezuela, no sabes lo que es la division que ha creado Chávez, familias separadas por la política«.
– «No me pareció gracioso lo de Chávez, pana, te vendiste«.
– «Hay gente que no es afecta a Chávez y te adora, no fuiste imparcial. Gente que tiene a sus familiares presos por política».
«¿Y tú sales con una franela que Chávez es lo mejor? Los heriste de pana«.
– «Sinceramente es difícil que entiendas algunas cosas, yo vivo en la frontera de Venezuela y Colombia y aquí sí se ve la realidad«

Hagamos un minuto de silencio en honor al corazón herido de la niña.

Listo.

Seguimos.

– «Y a mí qué coño me interesa el gobernador de Puerto Rico». Esta expresión es bastante típica. El mismo tipo se lanzó esta otra perla:
– «
Calle 13, succiónaselo a Simón Bolívar… Si es que tiene pene…«. Una lindura.
– «¡Sí que eres cabrón! ¡Vente pa Venezuela, así se lo chupas a Chávez!«, escribió otro, que también escribió éste:
«Es de pinga hablar lo que hablas y estar todo el tiempo en hoteles de lujo, comida VIP, sin pasar necesidades, pajuo«, e inmediatamente después le escribió nada más y nada menos que a… ¡Alberto Federico Ravell!:
«Ese es un pajuo más, hablando boberías, montado en Mercedes y comiendo bien, pero ‘comunista’ así yo también». Horas antes, Ravell se preguntaba:
– «¿
El gobierno permitirá los conciertos de Calle 13 en Caracas después de que uno de los del dúo sacara la franela esa anoche?» Memorable.
– «¡¡¡
Ojalá te vaya bien en estos dos países que irrespetaste, pajuo!!!«, continuó el que hizo la pausa para escribirle a Ravell, refiriéndose a Venezuela y Colombia. De pronto, sucedió algo inesperado: Residente le respondió:
– « Te llevo hermano… afuego». Y hasta allí le duró la altanería al hombre:
– «
Igual mi hermano. ¡Afuego! Paz…». Qué charlatán mi hermano.

Ya está bueno, ya está bueno. ¿O quieren más? No, ya está bueno. Dejen el morbo.

Vámonos con un comentario de Residente que resume su postura sobre el asunto: «El hecho de que yo no esté de acuerdo con los pensamientos de alguien no quiere decir que esté mal informado… ‘Cada cabeza es un mundo'».

Voy yo: el hecho de que la colérica juventud antichavista esté no sólo tan desinformada, sino tan profundamente divorciada de lo que acontece en Venezuela, no quiere decir que nos van a venir a convencer de que su pequeña cabecita es el mundo.

Antes de saltar a la última parte de este artículo, va la pregunta: y entonces, ¿quiénes son los que insultan?

IV.- Residente no es antichavista.
Decidí reservarme el tercer tópico para lo último, porque es el que genera más quebrantos, sobresaltos, arritmias, angustias y temores entre la juventud linda de Venezuela: ¿Calle 13 es chavista?

De una vez la respuesta, para evitar males mayores: no.

(Alivio).

Pero tampoco es antichavista.

(¡Cómo! Ay dios mío, me va a dar algo).

He aquí el primer comentario que escribió el Residente, una vez concluidos los MTV: «Saludos… Ya terminaron los premios… Perdón si los ofendí… No soy anti chavista… Soy pro pueblo. Quiero a Puerto Rico libre».

Cierto: el hombre portó aquello de «Chávez nominado mejor artista pop» y soltó lo de Simón Bolívar antes de dejar el escenario. Pero también escribió, el 17 de octubre: «La camiseta de Chávez que usé pa los MTV fue ambigua, indeterminada, doble lectura, confusa, agridulce… Viva Venezuela». Horas después, remató: «Lo más cabrón es que dicen cosas que no dije… Yo no he hablao de Chávez… Me puse una camisa pa que la interpreten como quieran».

Epa Residente, así la interpreté yo: en Venezuela nos gusta cuando el zambo canta popular. Por eso lo hemos nominao varias veces y por algo siempre ha ganao.

ésta es una democracia y el pueblo elige
si revolución es lo que el país exige
es porque lo que tú no dijiste yo lo dje

La crema. Calle 13.

El mío, prepárese, porque cuando vuelva pa Caracas le van a caer encima. Te van a sacar lo de las «malas palabras», te van a acusar de desinformado y te van a suplicar que hables mal de Chávez.

Preséntese en el tal Sambil y represente. Pero sólo en Tiuna el fuerte Calle 13 está en la casa.

Afuego.

No olvidar de dónde venimos: lección en 6 pasos


I.-
Hace pocos días tuve la oportunidad de recibir una invaluable lección de sabiduría militante de un cumpa argentino, Guillermo Cieza, del Frente Popular Darío Santillán, por quien profeso alta estima y un muy profundo respeto. Quisiera compartir sus enseñanzas con los cámaras que, incluso desde alguna institución del Estado, militan en la revolución bolivariana desde posiciones críticas, siempre reñidas con las tendencias conservadoras que anidan en el chavismo.

La postura de Guillermo podría resumirse así:

1) Desconfiar de aquellos que asumen la postura de quienes observan con un microscopio las construcciones históricas, políticas, organizativas – aquí cabe la revolución bolivariana -para luego señalar: «Falta esto, aquí van mal, esto tienen que mejorar». Señala Guillermo: «Mi primera respuesta sería: por qué no te vas al carajo».

2) Luego de lo cual formularía su «primera pregunta»: «¿Desde qué construcción superior me estás hablando? Porque si es de los libros, primero tendríamos que ponernos de acuerdo en cuáles son los libros apropiados, y explicarme por qué tenés una experiencia y una maduración suficiente para entender lo que leíste. Las revoluciones no se hacen con regla y tiralíneas».

3) «Creo que el peor servicio que le podemos hacer a una causa es el oficialismo, porque el oficialismo es siempre la resultante de una suma de contradicciones. Siempre tenemos que involucrarnos críticamente y empujando hacia la izquierda, hacia lo que entendemos son líneas de avance revolucionario».

4) «Pero lo que nunca podemos hacer es comparar nuestra realidad con una idea de lo que supuestamente es revolucionario, confundir proyecto con utopía. En cada momento hay cosas que transformar y cambiar, hay saltos chicos y saltos grandes, pero cada proceso es original y determina en qué momento hay que saltar y hacia dónde, y para poder entender eso, hay que estar metido hasta las orejas en un proceso de cambio. Desde las bibliotecas no se entiende nada».

5) Hay que estar siempre atentos frente al «enemigo interno, que suele ser más peligroso que el de afuera. El problema es cómo lo combatimos, y una de las premisas es recuperar nuestros logros, nuestra autoestima: si fuimos capaces de hacer esto y lo otro, por qué no nos ocupamos también de aquellos otros asuntos, por qué no vamos a fondo en estas cuestiones. El problema siempre es cómo nos paramos, desde dónde nos paramos (que supone reconocer desde dónde venimos) y hacia dónde vamos (que casi siempre es lo mas fácil)».

6) Última: «Para hacer un programa revolucionario, no hay más que juntarnos una noche con los amigos, tomarnos unos vinos y agarrar lápiz y papel. El problema es ejecutarlo».

II.-
El pasado lunes, 1 de junio, me tocó en suerte vivir uno de esos felices momentos que le dan sentido al hecho de haber asumido – tres meses antes – la dirección de la Escuela de Medios y Producción Audiovisual de Ávila TV: el recibimiento de una nueva cohorte de estudiantes, poco más de ochenta jóvenes, en su inmensa mayoría provenientes de los barrios populares de Caracas.

El discurso inaugural estuvo a cargo de un cámara por quien profeso un respeto similar al que guardo por Guillermo: José Roberto Duque, Director de Información y Opinión de Ávila TV. Si tuviera que resumir en una frase el mensaje que quiso transmitir el Duque a la muchachada presente, lo haría así: No olviden nunca de dónde vienen.

No olvidar nunca de dónde venimos, cómo nos paramos, desde dónde y hacia dónde vamos. Porque nuestra intención no es formar, en los tres trimestres que dura la escolaridad que ofrecemos, cualquier productor audiovisual que hará cualquier programa de televisión. La televisión que requiere nuestra revolución tendrá que ser aquella que se haga desde nuestros barrios, y en nuestro caso particular será una televisión hecha por nuestros jóvenes, con sus estéticas y sus sensibilidades.

III.-
¿Cómo y desde dónde nos paramos para realizar la crítica? Nada más deleznable y ruin que hacer demagogia con nuestros propios muertos. Es demagogo quien se limita a llevar la cuenta de nuestros campesinos asesinados, acumulando razones para denunciar las miserias y contradicciones de la revolución bolivariana, pero se hace de oídos sordos cuando el movimiento campesino habla de tierras ocupadas, victorias alcanzadas, comunas, ciudades comunales o planes de siembra. «Recuperar nuestros logros», escribe Guillermo, visibilizarlos, porque haciendo visibles nuestros logros mostramos nuestro poder y nos hacemos más fuertes. «¿Por qué no vamos a fondo en estas cuestiones?». «Autoestima», le llama Guillermo. Dignidad en lugar de indignación, podría decirse. ¿Pasaje al acto revolucionario? ¿O el problema es que no somos capaces de identificar los actos revolucionarios? Mucho menos acompañarlos o tan siquiera mostrarlos.

¿Cooptación del movimiento popular? Tendríamos que ser muy despistados, muy ingenuos o demasiado cínicos para no reconocer en este hecho una de las principales amenazas de la revolución bolivariana: la fuerte compulsión conservadora por asimilar todas forma de organización popular bajo la figura del Partido. Burócratas de Partido que reclaman a los líderes de los movimientos populares por realizar actos «paralelos», como si el Partido fuera la medida de todas las cosas. ¿Pero acaso detrás de la crítica de la cooptación del movimiento popular no pasará, de contrabando, un desconocimiento de la potencia, de la capacidad deliberativa de algunas experiencias de organización popular? ¿Por qué no visibilizar aquellas experiencias en las que la relación con el Estado, lejos de caracterizarse por la subordinación o el clientelismo, es conflictiva, tensa, de alianza o de interpelación permanente?

A veces ni siquiera hace falta «estar metido hasta las orejas» para sumarle a un proceso de cambio. Basta con estar metido hasta los tobillos: este viernes 5 de junio, en la Plaza El Venezolano, el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, el Frente Nacional Comunal Simón Bolívar y el Centro de Formación y Estudios Sociales Simón Rodríguez convocan al Primer Festival del Poder Popular Aquí está el socialismo. Cuatrocientas personas, diez ciudades comunales, cien comunas, cinco estados: Apure, Barinas, Mérida, Táchira y Portuguesa. Desde las 8 de la mañana. Si Mahoma no va a la montaña, a la montaña no le queda otra que venir a Mahoma.

IV.-
Ésta es la parte en la que paso por afrancesado. Pero es que conviene recordar cierto comentario de Gilles Deleuze: «Hoy está de moda denunciar los horrores de la revolución. Esto no es algo nuevo, todo el romanticismo inglés está lleno de una reflexión sobre Cromwell, análoga a la que se hace hoy día sobre Stalin. Se dice que las revoluciones tienen un mal porvenir. Pero no dejan de mezclar dos cosas, el porvenir de las revoluciones en la historia y el devenir revolucionario de la gente».

Si vamos a denunciar los horrores de la revolución bolivariana, al menos no copiemos las fórmulas del romanticismo inglés ni repitamos las invectivas de Francois Furet.

V.-
Guillermo lo escribía más sencillo: «Siempre tenemos que involucrarnos críticamente y empujando hacia la izquierda, hacia lo que entendemos son líneas de avance revolucionario».

VI.-
El problema con las revoluciones es que hay que hacerlas.

La fecha, la hora y el lugar de los intelectuales


El país está en vilo: ayer jueves 28 de mayo, durante el primero de cuatro días que durará esta edición especial del Aló, Presidente, Chávez ofreció un espacio del programa para que se realizara un debate entre los intelectuales asistentes, unos, al evento El desafío latinoamericano: libertad, democracia, propiedady… eh… ya va… sí… combate a la pobreza; los otros, al foro Los intelectuales frente a la crisis del capitalismo. Veinticuatro horas después, Mario Vargas Llosa, Jorge Castañeda y Enrique Krauze ofrecieron una rueda de prensa en la que aceptaron el debate… pero con Chávez, «con reglas claras, escuchando las opiniones de los demás, no solamente exponiendo sus opiniones propias», según Krauze.
Ahora bien, ¿quién es este Enrique Krauze y qué está detrás del evento organizado por Cedice y la Fundación Internacional para la Libertad?

Enrique Krauze, según los jodedores de YVKE Mundial. Digo: esa foto tiene que estar trucada, porque nadie sería capaz de adoptar esas maneras frente a una cámara y luego tirársela de serio. ¿O será ésta la que llaman: «pose de intelectual»?

Para respondernos a la primera pregunta, va mi sugerencia: un texto minucioso y esclarecedor, escrito por el dominicano-mexicano Héctor Díaz-Polanco, y que hace una semana compartiera, muy amablemente, con quien esto escribe. El texto en cuestión lleva por título Socialdemocracia con aroma liberal. Dicho sea de paso, Díaz-Polanco participa del segundo evento: Los intelectuales frente… Les dejo acá sólo un par de párrafos:

«La pequeña internacional liberal.
Krauze no está solo en su cruzada contra el retorno de los sueños revolucionarios. Se articula con otros personajes y grupos. Así, podríamos hablar de una especie de ‘pequeña internacional liberal’, cuya característica más notable es su acentuado perfil conservador. No es extraña la cercanía de Krauze con posiciones como la del Partido Popular español y su dirigente José María Aznar (quien condecoró a aquél en 2003, en medio de ditirámbicos elogios mutuos) ni que ambos participen en jornadas y proyectos políticos conjuntos. Uno de esos trabajos ‘a la limón’ fue el que realizaron en México en medio de la campaña presidencial de 2006. Sin el menor rubor, se presentaron juntos para apoyar al derechista Felipe Calderón, candidato del PAN, uno de los partidos más conservadores y retardatarios del continente. Así que cuando Krauze se presenta como liberal y socialdemócrata, y al mismo tiempo apoya a la derecha más ultramontana, uno no sabe qué pensar: o no entiende una palabra sobre las tendencias políticas de que habla (y a las que dice adherirse) o no tiene ningún respeto por la inteligencia de los demás. También hay que incluir a otros intelectuales dedicados a las letras, como es el caso de Mario Vargas Llosa. No es efectivamente casual que Krauze haya coincidido con Vargas Llosa en Venezuela en la ocasión indicada.

A juzgar por los resultados, las andanzas del grupo por Venezuela no han resultado muy exitosas. Es posible que incluso hayan fortalecido las posiciones de la izquierda local. Más que de empuje, su activismo es expresión de las debilidades de los conservadores venezolanos. La oposición en Venezuela carece de intelectuales propios, con suficiente preparación e impacto público para impulsar sus posiciones políticas y, sobre todo, para promover la unidad entre sus crispados componentes, peleados entre sí. Por ello recurre a intelectuales foráneos que forman una suerte de ‘grupo de tarea’ (o ‘grupo de acción rápida’), el cual acude presuroso a brindar apoyo a sus pares de la derecha».

Con respecto a la segunda pregunta, va mi otra sugerencia: es un texto escrito por el cámara Diego Sequera para el semanario Temas de Venezuela. Se intitula Venezuela: Los intelectuales, la derecha y los «think tanks» latinoamericanos (I) – cuya versión electrónica se la debemos a las cámaras de Insurrectasypunto. La segunda parte del artículo, versión impresa, pueden leerla desde hoy viernes 29 de mayo en el mismo semanario.

Hace pocos minutos, mientras terminaba de redactar, Chávez invitó a los representantes de «la pequeña internacional liberal» al Aló, Presidente, mañana sábado 30 de mayo, a las 11 am. Les da chance de leerse el par de artículos y de salir a buscar su respectivo Temas.

¿Habrá llegado la fecha, la hora y el lugar de los intelectuales? Ojalá no nos dejen embarcados.

En perfecto venezolano


1.
Escribió Julio Borges, este domingo 26 de abril, en el diario Últimas Noticias:

«Un presidente verdaderamente nacionalista, con interés en promover lo criollo, le hubiese regalado otro libro al presidente Obama, un libro venezolano, de esos que llevamos en el corazón y en las venas».

Escribió Milagros Socorro, el mismo día, pero en El Nacional:

«Lo intolerable es que un Presidente regale en el extranjero una obra hecha por mano distinta a la venezolana, que puede ufanarse de inmensos logros en todas las disciplinas del arte».

2.
Complementó Julio Borges:

«Qué bonito sería ver que uno de estos libros emblemáticos de Venezuela se convierta en betseller, proyectando no a un hombre sino a la patria».

Complementó Milagros Socorro:

«Qué grosero desprecio a los escritores locales de todos los tiempos; pero mucho más a quienes persisten en su apoyo al chafarote, que no abdican del silencio y la complicidad ante la tragedia en Venezuela. Cualquier libro de Luis Britto García es mil veces mejor que la latosa oda al fracaso de Galeano. Ya no digamos los versos de Ana Enriqueta Terán, Palomares o Luis Alberto Crespo, auténticas joyas de nuestra cultura. Pero sus libros no entran en la valija del mandón que aclaman. De todo, esto es lo que más me indigna».

3.
Y uno se queda con ganas de preguntarle a Julio Borges: está bien galán, pero ¿y si para nosotros la patria es América? O para que te quede más claro: ¿y si patria es humanidad?

Y uno lee a Milagros Socorro y la palabreja le queda dando vueltas a la cabeza: chafarote, chafarote, chafarote, hasta que se decide por el diccionario:

chafarote.

(Del ár. hisp. šífra o šáfra, y este del ár. clás. šafrah, cuchillo; cf. port. chifarote).

3. m. despect. Col. y El Salv. militar (‖ hombre que profesa la milicia).

De lo que se desprende que todo aquel que brinde su apoyo o aclame al chafarote es peor que el chafarote mismo, y uno no termina de saber cuándo perdimos el derecho a ser insultados en perfecto venezolano.

Esos demócratas que quieren amargarnos los días


Luis Vicente León, el director de Datanálisis, mantuvo en vilo a toda la sociedad venezolana con su serie de artículos publicados por El Universal, sobre una pareja de clase media que no decide si debe vender su casa para marcharse del país o quedarse en él, a pesar «de este proceso de radicalización horrible que vive el país». (El amigo de León prefiere quedarse, mientras que la esposa desea irse).

La serie inició el pasado 22 de marzo, con el artículo intitulado: ¿Debo vender mi casa? Y continuó así:

¿Vendo mi casa? Primeras respuestas. 29 de marzo de 2009.
Hay que vender la casa. 12 de abril de 2009.
Claro que no deben vender su casa. 19 de abril de 2009.

Al parecer, la serie ha concluido hoy 26 de abril, con el artículo intitulado: Finalmente, ¿venden o no la casa? El desenlace ha decepcionado a los fanáticos de los finales felices. Les transcribo la opinión del amigo de Luis Vicente:

«Mi posición inicial era quedarme. Éste es el país donde sé trabajar, entiendo cómo se manejan los negocios y conozco bien su idiosincrasia. Vender mi casa tampoco era una opción. Quería mantenerla como una especie de burbuja, aislante de todo ese desastre que vivimos diariamente los venezolanos. Llegar ahí me tranquiliza luego de luchar diariamente en un ambiente hostil. Pero luego de revisar la información recibida y muchas horas de discusión y reflexión con mi esposa y amigos, el análisis racional me lleva a la conclusión de que la situación político-social del país va muy mal encaminada: no hay institucionalidad, la inseguridad es total, el deterioro de la calidad de vida es cada vez mayor, los políticos de oposición son una vergüenza nacional y el acorralamiento a la clase media es cada vez más notorio.

Cuando trato de proyectar la situación a futuro, el panorama se vislumbra más negro, dado que ya el problema no es Chávez, sino los antivalores que ha sembrado en la población: odio entre clases, corrupción, anarquía, dependencia. Hablar de una próxima salida de Chávez tampoco me reconforta. Primero porque no la veo cerca, pero además, le tengo más miedo al inicio del post-chavismo que a la época actual ¿Cómo se puede gobernar este país después de lo que han hecho con él, cómo evitaremos el conflicto con una sociedad polarizada?».

Vaya manera de pintar de negro no sólo el panorama, sino el presente.

Pero no han visto nada. La siguiente, esa sí, es la frase más lapidaria que haya leído en mucho tiempo.

El Nacional de hoy publica una entrevista concedida por Elías Pino Iturrieta, ilustre y apesadumbrado opositor a Chávez. Se trata de una de esas entrevistas que exigen respuestas breves, concisas. Casi al final, el periodista pregunta:

– ¿Para qué sirven los domingos?

Y Pino Iturrieta responde:

– Para esperar las malas noticias del lunes.

Es, hay que reconocerlo, una obra de arte. La frase, ella misma, una pieza de oratoria. Difícil resumir tanta amargura en un sola frase.

Si el periodista hubiera preguntado:

– ¿El nombre de una calle?

Pino Iturrieta hubiera respondido, inigualable:

– La calle de la amargura.

Lo que no puedo entender, tengo que decirlo alto y claro, es por qué el empeño en convencernos de que la amargura de unos cuantos debe ser la amargura de todos nosotros. No termino de entender por qué mi historia no aparece en los periódicos: la historia de una familia que luego de años sin soñar siquiera en la posibilidad de comprar un apartamento, finalmente pudo comprar uno – muy modesto, pero nuestro. Una familia que no está exenta de los riesgos de la vida urbana y que con cierta frecuencia padece las consecuencias de la ineficiencia gubernamental – tráfico, servicios públicos, etc. Una familia que, sin embargo, confía en que después del domingo hay un lunes; que los lunes, como todos los días, pueden traernos buenas noticias. Una familia, eso sí, que lucha porque no nos sorprenda un domingo después del lunes, porque no queremos vuelta atrás. Una familia con horizonte, con panorama y con balcón que da a El Ávila. Una familia que estudia, trabaja y rumbea. Una vez más, alto y claro: una familia alegre.

Pero los amargados, los que sólo ven panoramas negros* o zambos, siguen insistiendo en que su amargura es la de todos, que cuando ellos hablan es el pueblo el que habla y que cuando se habla de sus intereses, es de los intereses populares de los que se habla.

En El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Carlos Marx les dedicó una líneas que nadie, jamás, ha podido superar. Les llamó «los demócratas». Y dice:

«Los demócratas… con todo el resto de la nación que los circunda, forman el pueblo. Lo que ellos representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses y las posiciones de las distintas clases. No necesitan ponderar con demasiada escrupulosidad sus propios medios. No tienen más que dar la señal, para que el pueblo, con todos sus recursos inagotables, caiga sobre los opresores. Y si, al poner en práctica la cosa, sus intereses resultan no interesar y su poder ser impotencia, la culpa la tienen los sofistas perniciosos, que escinden al pueblo indivisible en varios campos enemigos, o el ejército, demasiado embrutecido y cegado para ver en los fines puros de la democracia lo mejor para él, o bien ha fracasado todo por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad imprevista que ha malogrado la partida por esta vez. En todo caso, el demócrata sale de la derrota más ignominiosa tan inmaculado como inocente entró en ella, con la convicción readquirida de que tiene necesariamente que vencer, no de que él mismo y su partido tienen que abandonar la vieja posición, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con él».

De tal forma que si los intereses de los amargados no nos interesan y la amargura ajena no es la nuestra y la impotencia ajena tampoco se parece al poder que ejercemos, entonces la culpa es nuestra y jamás de los amargados. «Son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con» los demócratas amargados**. Nosotros somos, en el mejor de los casos, cómplices o cobardes. En el peor: asesinos o ladrones. O como el ejército: estamos demasiado embrutecidos y cegados. Entiéndase bien el punto: todas las anteriores son opciones posibles, menos que pretendamos una existencia de acuerdo a nuestros propios intereses. Porque ya tenemos quien nos represente: la clase media – o más bien completamente – amargada.

Una muy democrática clase media amargada e impotente que, ni falta hace decirlo, no nos representa. Por eso es completamente falso que el dilema de la familia de Luis Vicente León nos mantuviera en vilo. Y por eso, a diferencia de Pino Iturrieta, mañana no despertaremos esperando malas noticias.

Ni el martes, ni el miércoles…

* El periodista pregunta a Pino Iturrieta: «¿En qué página va esta historia llamada Venezuela». Responde: «En una muy oscura».
** De allí el reproche tan común, que hace suyo recientemente Massimo Desiato: «Hay mucha gente de clase media que está cuadrada con el chavismo por oportunismo, creen que el comunismo no se va a dar, y ya se está dando». Desiato va más allá, y habla sobre las condiciones que harían posible la salida de Chávez: «La oposición tiene que prepararse, a la violencia se responde con violencia… Yo me concentraría en el sector de la oposición que ya tiene conciencia política para organizar formas de violencia política propias». Pero a esto le dedicaré un próximo artículo.

Reflexiones sobre algunos modos de no entender al peronismo – Miguel Mazzeo


(El cámara Guillermo Cieza nos envía este texto del historiador argentino Miguel Mazzeo, militante, como Cieza, del Frente Popular Darío Santillán.
En cuanto al artículo en cuestión, leerlo en clave: modos de no entender al chavismo.
Guardando las distancias, claro está.)
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«Lo más elevado del hombre carece de forma, pero se debe evitar configurarlo de otra manera que no sea mediante acciones nobles»
Goethe

«Cuando no se está muy seguro de nada, lo mejor es crearse deberes a la manera de flotadores»
Julio Cortázar

La izquierda de antes y el peronismo de antes.
Es bien sabido que la izquierda argentina no supo comprender al peronismo histórico, salvo escasas (y no siempre honrosas) excepciones. Nos referimos a ese peronismo que va de 1945 a 1973, de la movilización del 17 octubre a la de Ezeiza, estableciendo una delimitación a partir de hechos muy significativos. Creemos que es indispensable identificar las inflexiones históricas más intensas para advertir el instante exacto de la coherencia y la incoherencia, la contradicción o las «afinidades electivas» (o la ausencia de las mismas).

Sin dudas, el peronismo fue uno de los acontecimientos que volvió a muchos marxistas argentinos menos marxistas y, por qué no decirlo, menos argentinos. Los paradigmas eurocéntricos, la impronta de la más rancia tradición liberal, el iluminismo, el positivismo y sus secuelas, hicieron imposible una aproximación sensible y lúcida a tan complejo movimiento político-social y sobre todo a tan compleja realidad de masas.

A la hora de abordar el fenómeno peronista, la izquierda se quedó en la superestructura, exageró y deificó lo parcial y lo coyuntural. En lugar de hacer la crítica radical de todo lo que existe, hizo una crítica de una parte de lo real. No vio lo que bullía por abajo, no vio potencialidades populares, itinerarios posibles y latentes, o lo que es peor, si lo percibió, lo consideró «bárbaro», «inculto» e improductivo en función de la fidelidad platónica a ciertas ideas y esquemas prefabricados.

No vio, por ejemplo, que en el marco del primer gobierno peronista, a medida que se consolidaba una estrategia de crecimiento «hacia adentro», el capital extranjero se reducía a un 5% del capital fijo total, y que el desarrollo económico y la prosperidad social que beneficiaba especialmente a las clases subalternas, se sostenía en el ahorro interno y en el bienestar popular y no en un «derrame» acrecentador de las desigualdades. Todo esto, en un país de la periferia capitalista que venía de ser una factoría dependiente. Era, sin dudas, un gobierno «nacional», pero como la izquierda no entendía la «cuestión nacional», en consecuencia tampoco podía entender al peronismo.

La izquierda desconocía la dignidad adquirida por las clases subalternas. Veía «demagogia» en cada conquista popular. Un dato fundamental se le escapaba: el peronismo era el componente político-cultural esencial de una identidad popular o por lo menos «plebeya», que, como tal, poseía varias caras, algunas disruptivas. La izquierda tampoco percibió la calidad de las mediaciones políticas y sociales desplegadas por el peronismo que, más allá de sus niveles de subordinación política al Estado, proponían nexos donde era posible un espacio de autonomía y resistencia de la clase trabajadora frente al capital.

La izquierda no tuvo en cuenta la experiencia que la clase trabajadora estaba realizando en ese marco político-institucional, un marco que no se apartaba de las coordenadas burguesas (siempre estuvo claro el objetivo de garantizar la tasa de ganancia de la burguesía nacional), pero que, en la situación de la Argentina peronista y posperonista, sería rebasado una y otra vez, para terminar siendo cuestionado abiertamente, en los años 70.

El historiador Daniel James, en una de sus principales obras, recupera el testimonio de un trabajador que decía: «con Perón éramos todos machos». Aunque el peronismo no se propuso alterar sustancialmente las relaciones sociales capitalistas, generó un marco político que modificaba las relaciones de fuerza en la sociedad. Esto se podía apreciar en las fábricas, en los barrios, en el campo (tengamos en cuenta, por ejemplo, los alcances del Estatuto del Peón), en los lugares públicos, en algunas instituciones, etc. Sin eliminarla, el peronismo había desvirtuado la coacción económica. El peronismo era el hecho maldito del país burgués, como decía John William Cooke. El peronismo era un torrente. Por eso el golpe de 1955 pudo asumir un carácter de revancha clasista… y también la Dictadura Militar de 1976-1983.

La izquierda de antes no entendió al peronismo. No reconoció su condición de albergue de la lucha de clases. Por eso, fue históricamente necesaria la aparición de una «izquierda peronista», expresión de las potencialidades transformadoras del peronismo y también de un «peronismo oficial» y una «derecha peronista», expresión de sus limitaciones históricas.

Los nacionales, populares y progresistas de ahora y el peronismo de ahora: ¿y llora, llora la puta oligarquía porque se vienen Grobocapatel y Urquía?
En la actualidad existen sectores usualmente denominados nacionales, populares y progresistas que habitan dentro y fuera del Partido Justicialista o dentro y fuera del más extenso «Peronismo», sectores que, de alguna manera, también tienen algunas taras gnoseológicas frente al peronismo (actual). Nos referimos a aquellos que, padeciendo de cierta anomia de los sentidos, plantean que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, como antes el de Néstor Kirchner, expresan una opción nacional, popular y progresista. Claro, como cultores de cierto realismo político hostil a las «ideas» jamás lo reconocen. Siempre son otros los que no entienden, los intelectuales y los militantes cuyos sistemas límbicos están excitados por las teorías o las utopías.

Sin dudas, el peronismo de ahora es uno de los acontecimientos que ha vuelto a muchos nacionales, populares y progresistas argentinos, menos nacionales, menos populares y menos progresistas.

Y así, como en el seno de aquella izquierda de antes que no entendía el peronismo de antes había compañeros honestos y luchadores, en el espacio nacional, popular y progresista kirchnerista (K) de ahora que no entiende al peronismo de ahora, hay compañeros del mismo tenor, muy valiosos y de seguro bien dispuestos para cuando llegue la hora de las batallas fundamentales. Claro, están los que poco a poco se fueron vaciando de esperanzas y se acostumbraron a no producir hechos y se predispusieron a recibir cada vez menos. Finalmente, están aquellos que se parecen a John Falstaff, el personaje de Shakespeare, que, corrompido por su aburguesamiento, se torna oportunista y cínico. Aquellos que habitan la casa de los ciegos, se hacen pasar por ciegos, pero ven.

El peso del paradigma populista como ideología (a pesar de haber desaparecido hace mucho tiempo sus basamentos materiales y políticos), la impronta de una tradición nacionalista «culturalista», un nacionalismo retórico, de peña folklórica, y en muchos casos el cargo público, hacen imposible una aproximación lúcida a tan transparente y aceitado aparato de poder de las clases dominantes. Es de una enorme candidez suponer que peronismo se ha «regenerado» y ha retomado «la senda histórica», dejando atrás las mutaciones de los años 80 y 90, y el «accidente» menemista. Es injustificable sostener que el peronismo se ha recuperado de su «final inglorioso», como decía Cooke. El peronismo es hoy, de arriba a abajo, una realidad de «elites» autorreferenciales y competitivas; una realidad de opresión, desposesión y alienación que padecen las clases subalternas; una realidad caracterizada por la fragmentación, la falta de identidades liberadoras y de proyectos que les asignen protagonismo histórico.

Existe todo un modo de decir y actuar anquilosado, que se refleja en producciones, acciones y discursos (castrados y ornamentales) y que deriva en el ensañamiento con espantajos y con enemigos inexistentes. Un modo que reemplaza el pensamiento por los rituales y la iconografía del peronismo (ahora están de moda sus versiones más «setentistas»).

A la hora de abordar el fenómeno peronista, los nacionales, populares y progresistas (K) se quedan en la superestructura, exageran y deifican lo parcial y lo coyuntural. En lugar de hacer la crítica radical de todo lo que existe, hacen una crítica de una parte de lo real. No ven la realidad opresiva y denigrante padecida por millones, no ven lo que sufre por abajo, o lo que es peor, si lo perciben, lo consideran «normal», herencia del pasado[i] a superar gradualmente con «gestión». No consideran lo crítico e insostenible de la situación de sus paisanos o la contemplan como humanistas florentinos del siglo XV. Cuando insisten en la mejora de la situación social general respecto de la de 2002, no toman en cuenta la ampliación de la brecha entre los ricos y pobres, un proceso que inició la ultima Dictadura y que este gobierno no revirtió, como correspondería a uno verdaderamente nacional, popular y progresista. Así, terminan justificando los postulados de la «teoría del derrame». Asimismo se desentienden del proceso de desnacionalización imparable de la economía. ¿O acaso se plantea hoy la vuelta de las empresas privatizadas al patrimonio nacional-público y la firme regulación estatal del comercio exterior? ¿La deuda externa dejó de ser un factor determinante en la distribución de la riqueza?
Una mirada más profunda, por ejemplo, les presentaría a los nacionales, populares y progresistas (K) un retorno a un patrón económico pre-peronista, primario-exportador y dependiente, más parecido al de la Argentina del período 1880-1930 que al del peronismo histórico. Éste es un gobierno «antinacional» en aspectos determinantes, pero como los nacionales, populares y progresistas manejan un concepto retórico y burgués de «lo nacional», en consecuencia no pueden entender al peronismo de ahora.

Respecto de la dignidad de los trabajadores y los pobres, sólo basta una simple referencia a la precarización laboral (y a la legislación que la sustenta), al estado de las escuelas, hospitales, etc. Por su parte, el sindicalismo que apoya al gobierno es heredero de lo peor tradición burocrática y del proceso de transformismo de la década del 90. Los sindicatos son pilares de la estructura de dominación, poderosos aparatos de poder articulados con el Estado y las corporaciones. Son, además, garantes del control social, verticalistas, autoritarios, sin fisuras, incluso fascistoides. El sindicalismo que encuentra su espacio en la CTA, en líneas generales (hay excepciones que fundan esperanzas), expresa el punto de vista de los nacionales, populares y progresistas que no ven. De hecho apoyan a un gobierno que les niega reconocimiento oficial.

Un aspecto notorio en cualquier barrio es el tipo de mediación que el peronismo de ahora propone con la sociedad, un tipo de mediación que se consolidó en tiempos del peronismo de Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Se basa en las lógicas de los punteros, lógicas de control y subordinación, que conforman un vínculo perverso y paralizante para los «de abajo». La miseria de las clases populares es la condición de la reproducción del poder de los mediadores (jefes y punteros políticos de todo país). ¿Qué tipo de experiencia política puede realizar el pueblo en el marco de esas lógicas (las de los burócratas sindicales y las de los punteros)? A diferencia del trabajador del que habla James, ningún trabajador puede decir que con el peronismo actual se siente fuerte (frente al capital). Hay que utilizar un criterio muy distendido de lo popular para adjudicarle esta condición a este gobierno y al anterior.

Los nacionales, populares y progresistas (K) desconocen la indignidad en que están sumidas las clases subalternas. O lo que es peor, la conocen y no militan en pos de su modificación, contribuyen a reproducirla o se aprovechan de ella. Pero el asistencialismo no «dignifica». Y el gobierno no modifica su naturaleza (y mucho menos el Estado la suya) porque algunas organizaciones «nacionales, populares y progresistas» lo apoyen.

Entro otros datos, uno fundamental se les escapa: el peronismo de ahora no es parte de una identidad popular plebeya que favorece la politización, la participación de las bases y la herejía, sino que es un componente de una identidad «lumpen», una identidad definida en términos negativos: «precarizados», «en negro», «carecientes», «necesitados», etc., que profundiza la dispersión, la despolitización, la subordinación de las clases subalternas a un aparato político y al Estado.

El peronismo de hoy es una realidad que les permite a las clases populares experimentar directamente una «inferioridad colectiva», a la vez les ofrece «protección». Esto se puede ver y padecer en las fábricas y otros lugares de trabajo, en los barrios, etc. Un supuesto golpe de la derecha, eventualidad tan aborrecible como inviable en estas condiciones, sin ninguna duda podría empeorar muchas cosas, podría dar marcha atrás respecto de cambios destacables, pero jamás podrá asumir el carácter de revancha clasista.

Los nacionales, populares y progresistas (K) no entienden que cambió el sentido de la rebeldía y la provocación, incluso el sentido de lo obsceno. Y es que, como militantes, muchos de ellos ya no buscan su materia política, dramática y épica en el pueblo, sino que la buscan en el Estado. El hereje de antaño es ahora un renegado, aunque no se asuma como tal. El peronismo sigue siendo un hecho maldito, pero no para el «país burgués». El peronismo es hoy una compuerta.

La presidenta, hace unos día, recordaba a «un señor» (se refería a Carlos Marx) que decía que la historia se repite: lo que primero acontece como tragedia, reaparece históricamente bajo la forma de la comedia o la farsa. Tenía razón la presidenta, mucha razón. Ahí están los beligerantes militantes (K), con sus identidades esquizofrénicas, con su fijación libidinosa al pasado, «luchando» (¿?) contra la oligarquía y el imperialismo, armados con sus fetiches y sus devaluadas estampitas milagreras, montando imágenes y discursos discontinuos, momificando las mejores tradiciones de lucha del pueblo.

Los nacionales, populares y progresistas (K) no entienden (o no quieren entender) al peronismo actual. Por eso es necesaria la aparición de una fuerza auténticamente popular, nacional y progresista (mil perdones por el término), una fuerza «orgánica» que indefectiblemente tendrá que plantearse cambios económicos, sociales, políticos y culturales, radicales y profundos.

Lanús Oeste, 24 de junio de 2008

[i]
Por cierto, el peronismo de antes no recurrió a la Década Infame para justificar inoperancia a la hora de modificar la situación de las clases populares. La modificó y punto.