La política es en la calle


(Versión «larga» del artículo que publica hoy el diario Ciudad CCS.

Salud).

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Chávez con Movimiento de Pobladores, sábado 8 de enero de 2011. Por: Fidel Ernesto Vásquez.

Ya va siendo tiempo de hacer un exhorto a todo el campo popular y revolucionario, a la diversidad de colectivos, movimientos, organizaciones y corrientes de diverso signo, a los intelectuales, a todos cuantos militan en la radicalización democrática de este proceso, al margen del chavismo oficial: hay que volver los ojos sobre lo acontecido el sábado 8 de enero, durante la reunión del zambo Chávez con el Movimiento de Pobladores. Es necesario evaluar las implicaciones políticas de los acuerdos alcanzados, de la alianza gobierno-movimiento popular para avanzar en un frente de lucha concreto; analizar y medir el eventual impacto de las iniciativas legislativas aprobadas, ponderar el universo de sujetos políticos involucrados.

Si bien resultan completamente predecibles las primeras reacciones del antichavismo (discurso que criminaliza a los ocupantes de edificios, la lucha contra el latifundio urbano convertida en amenaza contra los pequeños propietarios y traducida como vulneración del derecho a la propiedad privada, la recuperación de terrenos ociosos trocada en ataques injustificados contra la Polar), no deja de ser curiosa la relativa indiferencia que ha prevalecido en el campo popular y revolucionario.

Más allá de la reivindicación puntual del derecho a la vivienda y un hábitat dignos, de la lucha por el derecho a la ciudad (que ya de por sí es un frente de lucha de la mayor importancia); más allá incluso de la posibilidad que se abre para afectar los intereses del capital inmobiliario especulativo, y de la burocracia que trabaja en alianza con este sector del capital, está en juego la posibilidad de que las políticas públicas en la materia se construyan con el movimiento popular. Se trata de una experiencia que, de arrojar un saldo favorable, y siempre y cuando Chávez y el gobierno bolivariano garanticen su continuidad, podría ser replicada y multiplicada en otras áreas de gobierno.

Lo que ha logrado el Movimiento de Pobladores es el reconocimiento de un conjunto de sujetos que, o bien desempeñaron un papel protagónico en el pasado, hasta que volvieron a ser invisibilizados por el discurso oficial (CTU), o simplemente nunca fueron considerados como tales (conserjes, habitantes de las pensiones), y algunos incluso fueron criminalizados por sectores del chavismo oficial (inquilinos, Pioneros, ocupantes de edificios).

Pero el reconocimiento real no ha sido el obtenido en la reunión con Chávez: éste proviene de la lucha de calle, de la audacia y profundidad de sus planteamientos, de su beligerancia, de su capacidad para articular y movilizar a sujetos concretos, y del análisis permanente y pormenorizado de prácticas concretas de gobierno. Respecto de esto último, vale decir que pocas veces ha quedado tan claro que la denuncia en abstracto de la «burocracia» o la «derecha endógena», lejos de movilizar y proveernos de herramientas para la lucha, nos desarma y desmoviliza.

Si la lógica del partido/maquinaria nos ha provisto de un buen ejemplo de lo que significa vaciar de contenido el discurso sobre el socialismo, el Movimiento de Pobladores nos permite ilustrar el tipo de sujetos políticos que tendrían que conformar el partido/movimiento. Si la lógica del partido/maquinaria implicó un repliegue de la política real, concreta, junto al pueblo, los Pobladores nos aportan pistas de los escenarios donde se hace la política hoy día. Si los defensores del partido/maquinaria sólo son capaces de concebir la lucha política si ésta es promovida (y por tanto tutelada) desde arriba, los Pobladores nos recuerdan que sólo habrá radicalización democrática si ésta es impulsada desde abajo. Dentro del partido o fuera de él.

De manera que no cabe hablar siquiera de una victoria del Movimiento de Pobladores, sino de la posibilidad real de que las aguas estancadas de la política revolucionaria comiencen a desplazarse, dando lugar a nuevas corrientes, al agua fresca. En lugar del aire pesado de la política fraguada a puertas cerradas, comienza a circular un poco del aire fresco de la política callejera.

Los Pobladores no son el punto de llegada, las nuevas «estrellas» en el firmamento popular y revolucionario, cuya «gloria» habrá de pasar, efímera. Pero tampoco son el punto de partida, porque son muchos los que vienen desandando este camino. Habrá que avanzar hacia un punto de encuentro entre movimientos, corrientes, colectivos, organizaciones, intelectuales vinculados a luchas concretas, para ir tras los hastiados y los indiferentes, para ocupar los espacios despolitizados.

Por tanto, no es momento para la indolencia, la autocompasión o la cortedad de miras estratégica, en este caso del campo popular y revolucionario, sino para la política activa de calle, recuperando el terreno perdido por los burócratas de la política. Interpelando, construyendo, organizando, movilizando, manifestando, sentando posición de manera pública, cuestionando lo que haya que cuestionar, defendiendo todo cuanto sea digno de defender. Haciendo revolución.

Desde que llegó el socialismo… (II)


Al burócrata no le desee la muerte. Si desea combatirlo, aprenda a contar cómo lidia el burócrata con la vida y la muerte.

Identificar al viejo Estado como el enemigo a vencer no significa realizar la crítica del Estado en abstracto. Para decirlo con el Foucault de El nacimiento de la biopolítica, es necesario dejar de concebir al Estado como «una suerte de dato histórico natural que se desarrolla por su propio dinamismo como un ‘monstruo frío’ cuya simiente habría sido lanzada en un momento dado en la historia y que poco a poco la roería… una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia».

Si la «denuncia» de la monstruosidad del Estado burgués, de su ineficiencia infinita y de su insuperable capacidad para devorar las mejores voluntades, alcanza para una declaración de principios, hay que decir que no sirve para nada más. La «denuncia» fundada en principios, y por ello abstracta, permite «evitar pagar el precio de lo real y lo actual, en la medida en que, en efecto, en nombre del dinamismo del Estado, siempre se puede encontrar algo así como un parentesco o un peligro, algo así como el gran fantasma del Estado paranoico y devorador. En este sentido, poco importa en definitiva qué influjo se tiene sobre lo real y qué perfil de actualidad presenta éste. Basta con encontrar, a través de la sospecha y, como diría François Ewald, de la ‘denuncia’, algo parecido al perfil fantasmático del Estado para que ya no sea necesario analizar la actualidad».

Así, cada vez que creemos estar realizando un cuestionamiento radical, informado, actualizado del Estado burgués, de ese monstruo que frena el avance del proceso revolucionario, pero evitamos profundizar en el análisis concreto del tipo de gobierno específico que supone el funcionamiento de ese mismo Estado, no estamos más que incurriendo en la «elisión de la actualidad», como le llamaría el mismo Foucault.

Al limitarse a la «denuncia», nuestros «análisis» pecan por omisión. Cuando nos limitamos a dar por sentado lo que deberíamos ser capaces de explicar (cómo funciona el Estado, más allá de generalidades y consignas), nuestros «análisis» son, al mismo tiempo, expresión de malestar e impotencia. De allí a manifestar que todo cuanto se haga en favor de la radicalización democrática del proceso será cuanto se haga al margen del Estado, no hay más que un paso. Siempre resultará más sencillo reivindicar la lucha desde el afuera, que intentar comprender y explicar qué es lo que está sucediendo adentro.

Si de ubicación se trata, sospecho que para evitar despertarnos un buen día descubriéndonos irreversiblemente desubicados, bien sea jurando que la revolución se hace desde una oficina ministerial o compitiendo por ver quién es capaz de proferir la maldición más elocuente contra la burocracia, tenemos que comenzar a preguntarnos: ¿qué significa gobernar socialistamente?

¿Otra vez Calle 13?


¿A qué misteriosas razones obedecerá el silencio casi total en torno a una nueva e inminente presentación en Venezuela del grupo boricua Calle 13? ¿Coletazos de la agria polémica desatada a propósito de su más reciente concierto en Caracas? ¿Será porque hay cosas mucho más importantes de las que ocuparse: sentarnos a esperar que se produzca el Apocalipsis eléctrico, que el calor termine de sofocarnos, que la calima termine de asfixiarnos, que un tsunami borre al Litoral Central del mapa, que la economía termine de derrumbarse, que el gobierno termine de prohibir el acceso a Internet, que algún día se hagan realidad los rumores de asesinato contra funcionarios chavistas? ¿Será que acaso en este desgraciado y miserable país hay algún motivo para celebrar o para medio esbozar una medio sonrisa? ¡1 a 1 contra Corea del Norte! ¿Será que a esto se le puede llamar un país? ¡Hasta cuándo el desempleo! ¡Hasta cuándo las expropiaciones! ¡Hasta cuándo el desabastecimiento! ¡Hasta cuándo el tráfico! ¡Hasta cuándo Chávez! ¡Hasta cuándo! ¡1 a 1 contra Corea del Norte! ¿Para cuándo el terremoto en Caracas? ¡Hasta cuándo!

Un tal Peter Capusotto parodia a los medios privados argentinos… ¿o venezolanos?

Peter Capusotto sigue con la parodia. ¡Como si todos esos problemas no fueran reales!

¡Maldito Capusotto, eres un maldito montonero chavista! ¡Arrrrrrrgggggggghhhhhhhhh!

¿O será más bien que es mentira, que Calle 13 no vuelve a Venezuela? Lo curioso es que se trata de información oficial, suministrada por el propio René Pérez, alias Residente: el sábado 20 de marzo en Maracay, Venezuela; el 23 de marzo en Cuba y el 25 de marzo en Miami. Los corresponsales de este blog en Maracay informan que la agrupación se presentará en el marco de la Feria de San José 2010. El lugar: Parque de Ferias de San Jacinto. La entrada cuesta 50 bolos.

¿Por qué un diario como El Universal, por citar sólo uno, informa del concierto en Cuba pero no dice nada sobre la presentación en Venezuela? No es una pregunta retórica, y paso a responderla de inmediato.

Este silencio obedece a una interpretación equivocada o a la falta de tino a la hora de asimilar el mensaje contenido en la letra de cierta canción clave en la trayectoria musical de Calle 13. Se trata, como ya sospecharán los entendidos, de Atrévete Te-Te, incluida en el primer disco de la banda (Calle 13, 2005).

Rechazada por los biempensantes mientras causaba furor en los barrios, desde el principio se le interpretó como una canción cuya letra hacía alarde de la misoginia, porque concebía a la mujer como mero objeto sexual. Lo cierto es que la canción va dirigida contra el sifrinaje femenino que, adoptando pose de intelectual, profiere anatemas contra todo reguetón por vulgar y ordinario. Porque se baila pegao y sudao. Sifrinaje que queda retratado en la pista (número 9) que antecede a Atrévete Te-Te. Se llama La comemielda (Intel-Lú), y dice así (voz de sifrina escandalizada):

«Ay no, yo no escucho reguetón, ese ritmo es de lo último. Yo lo que escucho es Ricky Martin, Chayanne, David Bisbal. Yo escucho a los lindos, pues, a los ritmos finos. Yo no escucho esa porquería tan ordinaria… y vulgar. Porque lo que hacen es hablar pura paja, y además de eso se baila ahí pegao, todo sudao. Ay no, no, no, no, qué va, eso no va conmigo mi amor».

La comemielda (Intel-Lú). Calle 13.

De hecho, es muy poco el esfuerzo que hay que hacer para entender que Atrévete Te-Te envía un mensaje al sifrinaje de todo tipo, a la intelectualidad sifrina, presuntuosa y arrogante que milita en el asco por los ritmos populares, aunque su cuerpo le suplique dejarse de tanta pendejada y militancia fanática, y le exija que al menos por una vez se decida a mover la cintura.

Eso es lo que transmite Calle 13 cuando el Residente habla, transcurridos poco más de treinta segundos de canción:

«Cambia esa cara de seria
esa cara de intelectual, de enciclopedia
que te voy a inyectar con la bacteria
pa que des vuelta como machina de feria.
Señorita intelectual, ya sé que tienes
el área abdominal que va a explotar
como fiesta patronal, que va a explotar
como palestino.
Yo sé que a ti te gusta el pop rock latino
pero es que el reguetón se te mete por los intestinos
por debajo de la falda como un submarino
y te saca lo de indio taino».

Atrévete Te-Te. Calle 13.

En 2006, como se recordará, las mentes brillantes que conducían la campaña electoral de Manuel Rosales creyeron haber encontrado en la canción de Calle 13 la gallina de los huevos de oro. Estamos listos: le metemos reguetón a la campaña y el pueblo se va a volcar en masa a votar contra Chávez. La versionaron no una, sino hasta dos veces, pero teniendo la oportunidad de dar en el clavo, lo que se dieron fue un tremendo martillazo en la mano. Sólo basta escucharlas de nuevo, sobre todo deteniéndose a la altura del fragmento citado arriba, para entender el porqué del fracaso:

«Cambia esa cara de serio,
esa cara de intelectual, de enciclopedia,
se acabó la delincuencia y la miseria
con Un Nuevo Tiempo, expertos en la materia.
Señorita por qué está mal,
dése cuenta que su país puede cambiar,
ha llegado aquí la gente que la va a ayudar,
con Manuel Rosales lo vamos a lograr.
Ya tú sabes que todos somos hermanos
por qué no sales pa la calle y nos damos la mano
estoy seguro que juntos sí lo logramos
y te prometo a Venezuela la cambiamos».

El ¡Atrévete! de Manuel Rosales, versión 1.

«Manuel Rosales te enseña
que la prioridad principal es el país de Venezuela
mira que él quiere acabar con la pobreza
para que así el hambre desaparezca.
Es un hombre intelectual,
con fe, con trabajo y con humildad,
les va a enseñar que sí se puede cambiar,
les va a enseñar que si nos unimos
con mucha fuerza y con trabajo es el camino,
y alcanzar la libertad ese es nuestro destino,
el pueblo merece tener su amigo,
es Manuel el que quiere cambiar el ritmo».

El ¡Atrévete! de Manuel Rosales, versión 2.

Más allá del mal chiste que implica presentar a Manuel Rosales como «un hombre intelectual» que tendría algo que enseñarnos «con fe, con trabajo y con humildad», ¿cómo van a meter de contrabando, en una canción concebida originalmente contra el sifrinaje intelectual, una vulgar apología a unos supuestos «expertos en la materia», que para colmo estarían encarnados en ese heredero de Acción Democrática que es Un Nuevo Tiempo?

¿Esos «expertos en la materia», encabezados por «un hombre intelectual» como Manuel Rosales, eran los que iban a solucionar los problemas en «el país de Venezuela»? Carajo, no entendieron pero lo que se llama nada. Ni los podían solucionar en 2006 ni los podrían solucionar ahora. ¿Por qué? Sencillo: porque esos fulanos «expertos en la materia», con toda su fraseología gerencial, sifrina e intelectualosa – ayer los Chicago Boys y hoy encarnados sobre todo en los muchachos bien de Primero Justicia, incluidos los que ya han emigrado de ese partido – son profunda, decidida, encarnizada y radicalmente antipopulares.

Uno casi que se los puede imaginar hablando, tras de cámaras: Ay no, yo no escucho al pueblo chavista, esa gente es de lo último. Yo lo que escucho es a la sociedad civil. Yo escucho a los lindos, pues, a la gente fina. Yo no escucho esa porquería tan ordinaria… y vulgar. Porque lo que hacen es hablar pura paja, y además de eso bailan ahí pegao, todos sudaos. Ay no, no, no, no, qué va, eso no va conmigo mi amor.

Son los mismos que hoy están ligando que lleguen los tiempos del Apocalipsis eléctrico para volver a repetir: Se los dijimos. Éste es un problema de mala gestión de gobierno. Igual que el calor y la calima. Llevamos tiempo diciéndoles que este país sólo puede ser salvado por los gerentes y por los expertos, por los que realmente saben gobernar.

¿Gobernar para quiénes?

Esta pregunta, y otras similares, son más que pertinentes, sobre todo para los que creemos que la única opción es un buen gobierno popular. Porque, después de todo, de eso se trata: de buen gobierno popular. De pueblo gobernando, que no es lo mismo que la burocracia gobernando en nombre del pueblo.

Otra versión de la misma canción de Calle 13, hecha por el grupo chileno Subverso, aporta algunas pistas:

«Cambia esa cara de sumiso
esa cara de dirigente sindical indeciso
que con mi hechizo te vamo a transformar
de rapero marginal en guerrero chorizo.
Y mi gente de población ya sé que está mal
porque el cabrón del patrón los va a explotar
como mina de carbón, los va a explotar
como tienda mall.
Yo sé que a ti te gusta el hip hop español
pero este rap con cumbia se vacila mucho mejor
se te mete en la conciencia pa que luches
y te saca lo de pueblo mapuche».

Atrévete (ponte rebelde). Subverso.

Un buen gobierno popular es un gobierno con la suficiente disposición para cambiar la cara de intelectual, de enciclopedia, que es la cara propia de los expertos que mal gobernaron este país en nombre de la democracia. Es un gobierno dispuesto a que los ritmos del pueblo se le metan por los intestinos, hasta que le saquen lo de zambo guerrero y lo de indio caribe. Pero eso no es suficiente. Un buen gobierno popular sólo será posible si, haciéndole honor a nuestra tradición caribe, le hacemos frente a quienes nos quieren sumisos e indecisos.

La clave está en atreverse.

Comunismo: esa mala palabra


(El veinticuatro en Ciudad CCS, publicado el jueves 4 de marzo de 2010, va sobre Daniel Bensaid. Hace un tiempo hice una referencia más bien marginal a su obra, que no se corresponde con la profunda admiración que profeso por ella.

Bensaid fue uno de los organizadores del célebre Movimiento 22 de Marzo, que tuviera destacado protagonismo durante el Mayo Francés del 68. Más recientemente, fue uno de los principales impulsores del Nuevo Partido Anticapitalista francés, tal vez la iniciativa de organización partidista más interesante de toda Europa. También enseñó en la Universidad de París VIII.

Aunque parte importante de su obra no ha sido traducida al español, muchos de sus artículos pueden leerse en la web de la revista Viento Sur. En Venezuela, la editorial El Perro y la Rana publicó Clases, plebes, multitudes (aquí puede leerse en una edición chilena). Con suerte, en las Librerías del Sur puede conseguirse Resistencias, editada por la española El Viejo Topo. La editorial argentina Herramienta publicó una de sus obras de mayor envergadura: Marx intempestivo. La española Península recién publicó su Elogio de la política profana, que aún no llega a Venezuela.

Sospecho que Marx, mode d’emploi (Marx, manual de uso), uno de sus últimos libros (hasta donde sé, aún no traducido al español), debería ser lectura obligada para todos los jóvenes – y no tanto – interesados en conocer la obra de Marx.

Para leer el artículo al que hago referencia en Ciudad CCS, entrar aquí. Allí encontrarán esta definición de comunismo:

«El comunismo no es una idea pura, ni un modelo doctrinario de sociedad. No es el nombre de un régimen estatal, ni el de un nuevo modo de producción. Es el de un movimiento que, de forma permanente, supera/suprime el orden establecido. Pero es también el objetivo que, surgido de este movimiento, le orienta y permite, contra políticas sin principios, acciones sin continuidad, improvisaciones de a diario, determinar lo que acerca al objetivo y lo que aleja de él. A este título, es no un conocimiento científico del objetivo y del camino, sino una hipótesis estratégica reguladora. Nombra, indisociablemente, el sueño irreductible de un mundo diferente, de justicia, de igualdad y de solidaridad; el movimiento permanente que apunta a derrocar el orden existente en la época del capitalismo; y la hipótesis que orienta este movimiento hacia un cambio radical de las relaciones de propiedad y de poder, a distancia de los acomodamientos con un menor mal que sería el camino más corto hacia lo peor.

Con razón Bensaid es repudiado, o simplemente desconocido, por los que, en nombre del «socialismo del siglo XXI», siguen haciendo apología del «comunismo del siglo XX».

Salud).

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Daniel Bensaid.

Potencias del comunismo: así intituló Daniel Bensaid el último artículo que escribió para la revista Contretemps, publicado en diciembre de 2009. Bensaid falleció la mañana del 12 de enero de 2010. «Desarrolló siempre, sin concesiones, un combate de ideas, inspirado en la defensa de un marxismo abierto, no dogmático», escribían sus camaradas del Nuevo Partido Anticapitalista francés. Sólo agregaría que Bensaid libró un combate inspirado en el único marxismo digno de defender: el que sigue aportándonos herramientas para comprender y realizar la crítica radical del capitalismo, pero también para realizar una crítica similar contra los crímenes cometidos en nombre del comunismo.

No habrá «socialismo del siglo XXI» sin este necesario ajuste de cuentas histórico. «Las palabras de la emancipación no han salido indemnes de las tormentas del siglo pasado», escribía. «El socialismo se ha implicado en el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, en las guerras coloniales y las colaboraciones gubernamentales hasta el punto de perder todo contenido a medida que ganaba en extensión. Una metódica campaña ideológica ha logrado identificar a ojos de muchos la revolución con la violencia y el terror. Pero, de todas las palabras ayer portadoras de grandes promesas y de sueños de porvenir, la de comunismo ha sido la que más daños ha sufrido debido a su captura por la razón burocrática de Estado y de su sometimiento a una empresa totalitaria».

Bensaid advierte: «Es necesario… pensar lo que ha ocurrido con el comunismo del siglo XX. La palabra y la cosa no pueden quedar fuera del tiempo de las pruebas históricas a las que han sido sometidos… No se inventa un nuevo léxico por decreto. El vocabulario se forma con el tiempo, a través de usos y experiencias. Ceder a la identificación del comunismo con la dictadura totalitaria estalinista sería capitular ante los vencedores provisionales, confundir la revolución y la contrarrevolución burocrática, y clausurar así el capítulo de las bifurcaciones, único abierto a la esperanza. Y sería cometer una irreparable injusticia hacia los vencidos, todas las personas, anónimas o no, que vivieron apasionadamente la idea comunista y que la hicieron vivir contra sus caricaturas y sus falsificaciones. ¡Vergüenza a quienes dejaron de ser comunistas al dejar de ser estalinistas y que no fueron comunistas más que mientras fueron estalinistas!».

Sigamos leyendo a Bensaid. De manera que no tengamos que reclamar mañana: ¡Vergüenza a quienes dejaron de ser socialistas al dejar de ser chavistas y que no fueron socialistas más que mientras fueron chavistas!

No olvidar de dónde venimos: lección en 6 pasos


I.-
Hace pocos días tuve la oportunidad de recibir una invaluable lección de sabiduría militante de un cumpa argentino, Guillermo Cieza, del Frente Popular Darío Santillán, por quien profeso alta estima y un muy profundo respeto. Quisiera compartir sus enseñanzas con los cámaras que, incluso desde alguna institución del Estado, militan en la revolución bolivariana desde posiciones críticas, siempre reñidas con las tendencias conservadoras que anidan en el chavismo.

La postura de Guillermo podría resumirse así:

1) Desconfiar de aquellos que asumen la postura de quienes observan con un microscopio las construcciones históricas, políticas, organizativas – aquí cabe la revolución bolivariana -para luego señalar: «Falta esto, aquí van mal, esto tienen que mejorar». Señala Guillermo: «Mi primera respuesta sería: por qué no te vas al carajo».

2) Luego de lo cual formularía su «primera pregunta»: «¿Desde qué construcción superior me estás hablando? Porque si es de los libros, primero tendríamos que ponernos de acuerdo en cuáles son los libros apropiados, y explicarme por qué tenés una experiencia y una maduración suficiente para entender lo que leíste. Las revoluciones no se hacen con regla y tiralíneas».

3) «Creo que el peor servicio que le podemos hacer a una causa es el oficialismo, porque el oficialismo es siempre la resultante de una suma de contradicciones. Siempre tenemos que involucrarnos críticamente y empujando hacia la izquierda, hacia lo que entendemos son líneas de avance revolucionario».

4) «Pero lo que nunca podemos hacer es comparar nuestra realidad con una idea de lo que supuestamente es revolucionario, confundir proyecto con utopía. En cada momento hay cosas que transformar y cambiar, hay saltos chicos y saltos grandes, pero cada proceso es original y determina en qué momento hay que saltar y hacia dónde, y para poder entender eso, hay que estar metido hasta las orejas en un proceso de cambio. Desde las bibliotecas no se entiende nada».

5) Hay que estar siempre atentos frente al «enemigo interno, que suele ser más peligroso que el de afuera. El problema es cómo lo combatimos, y una de las premisas es recuperar nuestros logros, nuestra autoestima: si fuimos capaces de hacer esto y lo otro, por qué no nos ocupamos también de aquellos otros asuntos, por qué no vamos a fondo en estas cuestiones. El problema siempre es cómo nos paramos, desde dónde nos paramos (que supone reconocer desde dónde venimos) y hacia dónde vamos (que casi siempre es lo mas fácil)».

6) Última: «Para hacer un programa revolucionario, no hay más que juntarnos una noche con los amigos, tomarnos unos vinos y agarrar lápiz y papel. El problema es ejecutarlo».

II.-
El pasado lunes, 1 de junio, me tocó en suerte vivir uno de esos felices momentos que le dan sentido al hecho de haber asumido – tres meses antes – la dirección de la Escuela de Medios y Producción Audiovisual de Ávila TV: el recibimiento de una nueva cohorte de estudiantes, poco más de ochenta jóvenes, en su inmensa mayoría provenientes de los barrios populares de Caracas.

El discurso inaugural estuvo a cargo de un cámara por quien profeso un respeto similar al que guardo por Guillermo: José Roberto Duque, Director de Información y Opinión de Ávila TV. Si tuviera que resumir en una frase el mensaje que quiso transmitir el Duque a la muchachada presente, lo haría así: No olviden nunca de dónde vienen.

No olvidar nunca de dónde venimos, cómo nos paramos, desde dónde y hacia dónde vamos. Porque nuestra intención no es formar, en los tres trimestres que dura la escolaridad que ofrecemos, cualquier productor audiovisual que hará cualquier programa de televisión. La televisión que requiere nuestra revolución tendrá que ser aquella que se haga desde nuestros barrios, y en nuestro caso particular será una televisión hecha por nuestros jóvenes, con sus estéticas y sus sensibilidades.

III.-
¿Cómo y desde dónde nos paramos para realizar la crítica? Nada más deleznable y ruin que hacer demagogia con nuestros propios muertos. Es demagogo quien se limita a llevar la cuenta de nuestros campesinos asesinados, acumulando razones para denunciar las miserias y contradicciones de la revolución bolivariana, pero se hace de oídos sordos cuando el movimiento campesino habla de tierras ocupadas, victorias alcanzadas, comunas, ciudades comunales o planes de siembra. «Recuperar nuestros logros», escribe Guillermo, visibilizarlos, porque haciendo visibles nuestros logros mostramos nuestro poder y nos hacemos más fuertes. «¿Por qué no vamos a fondo en estas cuestiones?». «Autoestima», le llama Guillermo. Dignidad en lugar de indignación, podría decirse. ¿Pasaje al acto revolucionario? ¿O el problema es que no somos capaces de identificar los actos revolucionarios? Mucho menos acompañarlos o tan siquiera mostrarlos.

¿Cooptación del movimiento popular? Tendríamos que ser muy despistados, muy ingenuos o demasiado cínicos para no reconocer en este hecho una de las principales amenazas de la revolución bolivariana: la fuerte compulsión conservadora por asimilar todas forma de organización popular bajo la figura del Partido. Burócratas de Partido que reclaman a los líderes de los movimientos populares por realizar actos «paralelos», como si el Partido fuera la medida de todas las cosas. ¿Pero acaso detrás de la crítica de la cooptación del movimiento popular no pasará, de contrabando, un desconocimiento de la potencia, de la capacidad deliberativa de algunas experiencias de organización popular? ¿Por qué no visibilizar aquellas experiencias en las que la relación con el Estado, lejos de caracterizarse por la subordinación o el clientelismo, es conflictiva, tensa, de alianza o de interpelación permanente?

A veces ni siquiera hace falta «estar metido hasta las orejas» para sumarle a un proceso de cambio. Basta con estar metido hasta los tobillos: este viernes 5 de junio, en la Plaza El Venezolano, el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, el Frente Nacional Comunal Simón Bolívar y el Centro de Formación y Estudios Sociales Simón Rodríguez convocan al Primer Festival del Poder Popular Aquí está el socialismo. Cuatrocientas personas, diez ciudades comunales, cien comunas, cinco estados: Apure, Barinas, Mérida, Táchira y Portuguesa. Desde las 8 de la mañana. Si Mahoma no va a la montaña, a la montaña no le queda otra que venir a Mahoma.

IV.-
Ésta es la parte en la que paso por afrancesado. Pero es que conviene recordar cierto comentario de Gilles Deleuze: «Hoy está de moda denunciar los horrores de la revolución. Esto no es algo nuevo, todo el romanticismo inglés está lleno de una reflexión sobre Cromwell, análoga a la que se hace hoy día sobre Stalin. Se dice que las revoluciones tienen un mal porvenir. Pero no dejan de mezclar dos cosas, el porvenir de las revoluciones en la historia y el devenir revolucionario de la gente».

Si vamos a denunciar los horrores de la revolución bolivariana, al menos no copiemos las fórmulas del romanticismo inglés ni repitamos las invectivas de Francois Furet.

V.-
Guillermo lo escribía más sencillo: «Siempre tenemos que involucrarnos críticamente y empujando hacia la izquierda, hacia lo que entendemos son líneas de avance revolucionario».

VI.-
El problema con las revoluciones es que hay que hacerlas.

Chinchurria y pólvora


Advertencia: esta nota fue escrita por un ignorante. Sabihondos abstenerse. Comensales de paladar fino, también.

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¿Cuándo fue la última vez que sentimos algo semejante? Ir y venir frenético, ríos humanos sudando calle y espera ansiosa. Nada es oficial aún, pero la misma piel que ha tragado sol durante todo el día ya transpira victoria. Corre como un rumor que se acrecienta, pero es una certeza incuestionable. El pueblo sabe, cámara. Nada es tan cierto como cuando el pueblo sabe que ha vencido. Y esa tarde de domingo, en las empinadas calles de Antímano, todo olía a victoria. Dígalo ahí, Andrés.

¿Cuándo fue la última vez? La noche del 13 de abril y madrugada del 14. Carajo, palabras mayores. Me lo dije a mí mismo, y a mí mismo me pareció una comparación desatinada, una exageración febril. Una necedad. Hasta que leí la crónica breve del Duque. Y mire cámara: uno está convencido de la propia necedad hasta que se tropieza con un necio igual que uno y va y lo abraza y suelta la carcajada. Es entonces cuando la necedad se convierte en otra cosa: en un cierto tipo de certeza cómplice, como aquella que corría por las calles de Antímano y más tarde se apoderó de la Urdaneta. Un: hicimos algo pero no sabemos cómo llamarlo; un: para qué le vamos a poner nombre, cámara, si lo importante ahorita es gozarse esta fiesta.

Similar al 13 de abril, cámara, fue la celebración de este 15 de febrero. Siete años después, acontecimientos de distinta naturaleza, pero hermanados de alguna forma que no alcanzo a precisar. Claro para que se entienda: aún no logro saber por qué celebramos como lo hicimos. La verdad, apenas y me lo he preguntado. También es cierto: no he tenido mucho tiempo para hacerlo. No sé si es que hay victorias que no ameritan adjetivaciones. No sé si es que hay victorias que son simplemente eso: victorias.

Le comentaba a Lamia, la periodista francesa, un par de días antes del referéndum: necesitamos una victoria que no sea precisamente una victoria electoral. Las elecciones no son un fin en sí mismo, sino un medio. Bien, Lamia, ahora te lo planteo así: ésta fue una victoria electoral que también fue algo más, otro tipo de victoria. Y no sé muy bien cómo explicártelo.

A las 6 de la tarde el ambiente en Ávila TV era una continuación del ambiente que se vivía abajo en la Urdaneta. Como está escrito arriba: nada era oficial, pero todos sabíamos. Toda la espera ansiosa de más de seis millones de almas y un poco más, más las millones de almas más allá de nuestras fronteras, resumida y concentrada en un pedazo de avenida olorosa a pólvora de cohetón. Un río humano rumbo a Miraflores en medio del estrépito de las explosiones, las consignas y el corneteo.

A las 9 y 30 de la noche se dio inicio formal a una fiesta que había comenzando horas antes, y te puedo asegurar, compadre, que nadie iba ataviado como para una fiesta formal.

Pocos minutos después, una generosa representación de esa maravillosa camada de jóvenes extraordinarios que hacen posible Ávila TV, tomó por asalto el estudio y allí, frente a las cámaras, en vivo y en directo, saltaron y cantaron a la Caracas insurgente que los vio nacer, rindiendo homenaje al pueblo vencedor. Luego bajaron a la avenida y entonaron sus consignas, antes de confundirse con un pueblo que les regaló varias demostraciones de afecto y respeto. Un respeto que les compromete, y eso no hay que olvidarlo jamás.

Inmediatamente, himno nacional y respectivo discurso de Chávez. Qué diría Jorge Luis Borges si hubiera presenciado todo aquello. Un discurso que anunció combate contra todo o casi todo lo que queremos combatir, y por tanto un discurso memorable, que procuré escuchar íntegro al día siguiente. Un discurso que concluyó por donde todo debe comenzar:

«Revisión, rectificación y reimpulso para lograr estos cuatro años que quedan de este período constitucional de gobierno, el más alto grado de eficiencia en la gestión pública, el más alto grado de eficiencia en el impulso del Proyecto Nacional Simón Bolívar, en los planes del gobierno para solucionar los problemas del pueblo. Al respecto quiero comprometer mi palabra y la de todos quienes me acompañan en el gobierno, y quiero comprometer al pueblo todo, a las instituciones todas en una batalla que hay que darla con más intensidad, con más esfuerzos y sobre todo con más resultados en contra de la inseguridad en las calles, en las calles del pueblo, en los barrios, en las urbanizaciones, en las ciudades, en los pueblos; la lucha contra la corrupción y sus mil maneras; la lucha contra la inseguridad, la lucha contra el despilfarro, la lucha contra el burocratismo, contra la ineficiencia; quiero empeñar mi palabra en esta batalla».

Después de Chávez, una fiesta igualmente memorable, pura pasión desbordada, canto, consigna y baile. Olor a pueblo victorioso. «Chinchurria y pólvora, así huelen las victorias del pueblo», sentenció mi pana Gavimán, alias José Manuel Iglesias. «Ese es el título que le tienes que poner a lo que escribas sobre esto», me dijo.

Le tomé la palabra porque es verdad: las victorias del pueblo huelen a chinchurria y pólvora. Allá los que sean alérgicos a estos olores.

Y Chávez que aguante ahí: porque ese gentío también le tomó la palabra.

Pólvora

El presidente de Ávila TV entrevistado por Ávila TV. Si esto no es ventajismo, mira, yo no sé lo que es

Salsa

Pogueo

Fragmento del discurso de Chávez. Frente al Palacio Blanco: mirando la Urdaneta en dirección este

Salsa

Pogueo

Contra el malestar


I.-
Una de las mayores tragedias que ha suscitado el reciente giro de la estrategia propagandística opositora, ha sido la multiplicación virulenta de un cierto tipo de discurso «científico» sobre lo social, que ha terminado por convertirse en sentido común. (Créame cámara: si yo ocupara su lugar, también estaría a punto de abandonar la lectura, y me dispondría a invertir mi tiempo en otras más edificantes. En mi defensa, me veo obligado a declarar que jamás he bostezado tanto intentando desentrañar la lógica de discurso alguno. Lo que sigue es un intento por convertir aquel sentido común en algo realmente digno de ser leído.)

Con sentido común me refiero aquí al discurso predominante en la actual coyuntura política, entre los representantes de la vieja clase política, la clase empresarial, la jerarquía católica, los ¡es-tu-dian-tes!, las autoridades universitarias, los académicos, por supuesto los periodistas, y en general entre la muy amplia gama de opinadores y expertos que desfilan por los medios opositores. Es cierto que la oposición jamás ha carecido de opinadores y expertos dispuestos a lanzarse al ruedo mediático. Es igualmente cierto que toda la fauna opositora ha presumido siempre y sin vergüenza de un saber autorizado que le otorgaría el derecho divino a seguir conduciendo los destinos del país.

Pero algo sucedió en 2007.

Sucedió no sólo que los ¡es-tu-dian-tes! aparecieron en escena, relegando a la vieja clase política a ocupar su lugar tras bastidores. Sucedió también que el discurso de los académicos desplazó momentáneamente al discurso de los políticos. Durante algunas semanas, la flor y nata de la juventud universitaria nos habló de derechos civiles, mientras renegaba explícitamente de la política. Inmediatamente les acompañaron las autoridades universitarias, que no desperdiciaron ocasión para denunciar las supuestas amenazas que se cernían sobre una autonomía universitaria que ningún estudiante de la Misión Sucre sabe aún qué significa.

Pronto, este discurso de los académicos dio paso a un discurso académico, en sentido estricto, que aún sirve de fundamento a todo el discurso opositor: ese que hace énfasis en la crítica de la gestión del gobierno bolivariano. Así pasamos de una Soledad Bravo entonando Me gustan los estudiantes – de esa inmortal Violeta Parra a la que debemos más de un desagravio – a la oposición en pleno coreando ¡Que viva toda la ciencia! La consigna política fue cediendo el paso progresivamente a la fraseología científica-social del tipo Universidad Católica Andrés Bello, hasta llegar al extremo que hoy podemos observar: las ciencias sociales reducidas a meras consignas políticas.

Yo sé de qué les hablo: si hay algo más aburrido que escuchar al sociólogo-promedio de la Universidad Central de Venezuela, es someterse a la tortura de la que son capaces sociólogos del talante intelectual de un Luis Pedro España, con su Proyecto Pobreza y su Acuerdo Social. A esta gente ha recurrido la oposición en pleno para demostrar «científicamente» que la pobreza en Venezuela no ha disminuido, sino que ha aumentado… y un infinito etcétera.

La nueva intelligentsia opositora es eficaz no por inteligente, sino porque dota de nuevas consignas al discurso opositor, haciéndolas pasar por análisis «científicos» que demostrarían la ineficiencia sin precedentes del actual gobierno. Son los representantes del saber por excelencia, del saber «científico», acudiendo al auxilio de una vieja clase política que ya no tiene nada que enseñarnos. Esta intelligentsia ocupa lugares estratégicos, y hasta dispone de una columna dominical en el último de los diarios venezolanos – algún día nacerá un nuevo periodismo impreso digno de llamarse tal. En la edición de Últimas Noticias del domingo 17 de febrero de 2008, el profesor Víctor Maldonado – también integrante de ese «think tank» que es Acuerdo Social – nos ofrece como diagnóstico autorizado lo siguiente:

«No hay una camarilla de conspiradores que intentan derrocar al gobierno a través de la especulación o el acaparamiento. Tampoco hay una guerra biológica en marcha, en razón de la cual el dengue y el resto de las enfermedades que ahora nos asolan, nos están ganando la batalla. Mucho menos hay una conspiración de criminales empeñada en embestir los esfuerzos para atajar la inseguridad. Ni contrarrevolucionarios empeñados en hacer fracasar el proyecto educativo bolivariano. Ni podemos creer que la PDVSA endeudada está sufriendo los embates de una conspiración mediática, ni la guerra con Colombia es el resultado del interés de los canales privados. Nada de eso. No hay ninguna otra conspiración que la más ramplona ineficiencia. No hay ningún otro culpable que la incapacidad y la distracción con la que se ha gobernado al país. Los resultados están a la vista. El culpable también».

Dato sin relevancia: Víctor Maldonado, profesor de la Católica, es también Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas. Si se anima, entre a la web y lea usted mismo el discurso del Presidente de la Junta Directiva de la Cámara, Roberto Ball Zuloaga, intitulado así: «Ball Zuloaga: El capitalismo es la única forma conocida por la humanidad para reducir la pobreza de las mayorías». Ha leído bien: «por la humanidad». El capitalismo convertido en el principio y el final.

Eso que se nos vende – literalmente – como análisis «científico» de la situación social, o como riguroso diagnóstico de las políticas públicas del gobierno bolivariano, no es más que el discurso de la clase empresarial con ropaje académico. Leyendo la misma web de Acuerdo Social cualquiera puede enterarse de la feliz «coincidencia» que dio origen a la iniciativa:

«En 1997 ocurre una coincidencia que no suele ocurrir en muchas ocasiones. A lo que era una inquietud de la Universidad Católica Andrés Bello, la preocupación por el acelerado crecimiento de la pobreza en nuestro país, un grupo de empresarios interesados por este tema, deciden apoyar a la Universidad en la realización de una investigación a largo plazo que preguntara sobre las causas de la pobreza en Venezuela y apuntara decididamente en (sic) proponer alternativas de solución».

Tal vez haya sido la misma «inquietud» la que motivó a los académicos de Acuerdo Social a participar en la elaboración de aquel Pacto Democrático por la Unidad y Reconstrucción Nacional, de octubre de 2002, impulsado por aquella Coordinadora Democrática de Venezuela de la que ya nadie quiere acordarse. Para entonces, nuestros académicos permanecían en la retaguardia, intentando hacer presentable un eventual programa de gobierno opositor, mientras los partidos políticos de la derecha, Fedecámaras, la CTV y la «sociedad civil» le apostaban a un discurso insurreccional contra la revolución bolivariana.

Cinco años después, pasaron a la vanguardia. Hoy escuchamos por todas partes, en todo momento, el mismo discurso que nos ilumina sobre las verdaderas causas del desabastecimiento, la escasez o la inseguridad. Después del 2D, la misma clase empresarial que intenta someternos mediante lo que alguno de los nuestros ha llamado la «guerra del hambre», no ha hecho más que repetir hasta el infinito variantes de la consigna central: «Ahora ¡gobierna!». Así titulaba Luis Pedro España un libelo publicado en El Nacional, pocos días después del referéndum. Con este párrafo concluía:»

¿Qué clase de revolución es ésta? ¿En qué sentido ha mejorado la situación de los pobres? Ha llegado la hora de gobernar. No hay más excusas, el Gobierno tiene el andamiaje, los recursos y el poder para resolver los problemas de vivienda, inseguridad, empleo, inflación y desabastecimiento que diferencialmente afecta más a los pobres. Gobiernen para que demuestren si tienen interés y capacidad de resolver los problemas del pueblo».

Poco importa que la clase empresarial esté comprometida hasta el fondo en una estrategia que persigue crear todas las condiciones que hagan imposible resolver estos mismos problemas. Nuestra elite económica no tiene nada que demostrar, ni siquiera si realmente tiene algún interés en «resolver los problemas del pueblo». En esto consiste el sentido común que viene propagándose como una epidemia. Pero lo más importante: la actual coyuntura nos ha revelado el tipo de saber que producen, por regla general, las universidades. Un saber cuya eficacia depende de su capacidad para convertirse en el más banal de los lugares comunes, y un elocuente indicador de la miseria del estamento universitario.

II.-
Este sentido común que pretende imponer la intelligentsia opositora es el equivalente de lo que Boaventura de Sousa Santos ha llamado «epistemicidio», que no sólo «implica la destrucción de prácticas sociales y la descalificación de agentes sociales que operan de acuerdo con el conocimiento enjuiciado»[i], sino también, en el caso que nos ocupa, la degeneración del saber al estado de balbuceo repetitivo, propagandístico y poco ingenioso. Es lo que Carlos Andrés Pérez – les advertí que intentaría renombrar lo innombrable – llamaría un «autosuicidio» epistemológico.

Pero volviendo a Boaventura, el principal efecto de poder que produce este epistemicidio opositor no es, como pudiera sospecharse desde el inicio, el descrédito de la gestión gubernamental. La estrategia consiste en capitalizar un malestar preexistente en la base social de apoyo a la revolución, expandirlo, multiplicarlo y propiciar el desaliento. Ese mismo chavismo que ha padecido durante años la «demonización, trivialización [y] marginalización»[ii] de los medios opositores – cuando no ha sido simplemente silenciado y ocultado – ahora reaparece en las pantallas de televisión con la mala nueva de la basura en las calles, del módulo de Barrio Adentro que no funciona, de las calles en mal estado, del familiar que fue asesinado por el hampa o del producto de la canasta básica que no se consigue en la bodega.

Ciertamente, la casi nula voluntad de los medios oficiales para recoger estas mismas denuncias ha dejado el camino despejado a los medios privados. Sin embargo, sería mezquino desconocer el reciente esfuerzo gubernamental por revertir esta tendencia. Se trata, a mi juicio, de un giro táctico correcto, sin más, no sólo porque es la única manera de recuperar el terreno perdido, sino sobre todo porque podríamos estar sentando las bases de una comunicación genuinamente democrática, al margen de la propaganda y la «publicidad engañosa» a la que ya me refería en otro artículo.

El asunto es que este sentido común opositor no es nada sin el malestar popular. En el malestar reside su fuerza. Pura pasión triste. Quizá unos meses atrás era preciso reivindicar el malestar, en ese contexto de triunfalismo e invencibilidad que precedió al 2D, y frente a los que silencian toda crítica porque «todo está bien». Pero creo que nos ha llegado el momento de ir más allá, de ir contra el malestar. Esto no quiere decir, por supuesto, que no existan razones para el descontento, ni tampoco equivale a domesticar la crítica ni a ser condescendientes con la acción de gobierno. De hecho, más allá de ésta última, y si esto de verdad es una revolución, es mucho lo que hay que cuestionar.

La clave sería: ¿cómo realizar la crítica? O planteado de otra forma: ¿cómo convertir el malestar difuso en crítica concreta de los problemas, sean estos el acaparamiento, Globovisión, la burocracia que carcome las estructuras de un Estado que sigue siendo burgués, la corrupción, la «derecha endógena» o, más reciente, la tendencia a asimilar toda iniciativa popular autónoma con el «ultraizquierdismo»? ¿De qué vale expresar el propio malestar en relación con cualquiera de estos problemas, si el esfuerzo no trasciende el estado de la «opinión» y no es capaz de convertirse en lo que, siguiendo a Boaventura, podría llamarse un «nuevo sentido común», portador de un saber con la potencia suficiente como para realizar una crítica demoledora de aquellos problemas? Porque un problema, sea cual fuere, sólo puede resolverse si está planteado de manera correcta. Este «nuevo sentido común», que no será obra de ningún iluminado, sino producto de la inteligencia – y de la praxis – colectiva, será el que nos permita el planteamiento correcto de los problemas. Mientras no seamos capaces de producir este «nuevo sentido común», estaremos a merced tanto del sentido común opositor, como de aquel otro, profundamente autoritario y antidemocrático, que intenta imponer a toda costa el ala conservadora del chavismo.

Antonio Gramsci – cuyas reflexiones sobre el «sentido común» también deberíamos revisar – iniciaba un brevísimo texto, Diletantismo y disciplina, reunido en sus Cuadernos de la cárcel, con las siguientes palabras: «Necesidad de una crítica interna severa y rigurosa, sin convencionalismos y sin medida». Pero una crítica de esta naturaleza debía desterrar «la improvisación, el ‘talentismo’, la pereza fatalista, el diletantismo fantasioso, la falta de disciplina intelectual, la irresponsabilidad y la deslealtad moral e intelectual». Es decir, ni habrá crítica que valga ni será posible la construcción de un «nuevo sentido común», si no van acompañados de un mínimo de rigor intelectual. Cuando éste falta, sólo nos queda todo cuanto ha enumerado Gramsci. Formas del malestar. Sobre todo, en nuestro caso, mucho de «pereza fatalista». No es posible combatir la disciplina entendida como domesticación de la crítica, si ésta última no se realiza con un mínimo de «disciplina intelectual» que, insistimos, no será cosa de intelectuales iluminados.

En el mismo texto, Gramsci anota unas reflexiones que son dignas de releerse tres y hasta cuatro veces, por su cercanía con nuestra situación:

«Pero no se puede hablar de elite-aristocracia, de vanguardia, como de una colectividad indiferenciada y caótica a la cual, por la gracia de un misterioso espíritu santo u otra misteriosa y metafísica deidad desconocida, desciendan la inteligencia, la capacidad, la educación, la preparación técnica, etc. Y, sin embargo, esa concepción es frecuente. Se refleja en pequeño lo que ocurría a escala nacional, cuando el Estado se entendía como algo abstracto, separado de la colectividad de los ciudadanos, como un padre omnipotente que ya pensaría en todo, proveería a todo, etc.; a eso se debe la falta de una democracia real, de una real voluntad colectiva nacional, y, por tanto, con esa pasividad de los individuos, la necesidad de un despotismo más o menos larvado de la burocracia. La colectividad tiene que entenderse como producto de una elaboración de la voluntad y el pensamiento colectivos, conseguida a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal ajeno a los individuos; de aquí la necesidad de la disciplina interior, y no sólo de la disciplina externa y mecánica. Si tiene que haber polémicas y escisiones, no hay que tener miedo de enfrentarse con ellas y superarlas; son inevitables en estos procesos de desarrollo, y evitarlas significa sólo retrasarlas hasta el momento en que realmente serán peligrosas o incluso catastróficas, etc.».

Dejemos de lado lo referente a la «elite-aristocracia» y hagamos un par de comentarios sobre el asunto del Estado. Tal y como escribía Gramsci, el Estado no es «algo abstracto, separado de la colectividad de los ciudadanos, como un padre omnipotente que ya pensaría en todo, proveería de todo…». El Estado es, ante todo, determinadas relaciones de fuerza. Partamos del supuesto de que la actual correlación de fuerzas nos indica que el Estado venezolano es de carácter eminentemente burgués y en razón de esto, lejos de servir de «instrumento» para profundizar la revolución bolivariana, tiende a obstaculizar su curso. Pues bien, si partimos de este supuesto, no basta con repetirlo una y otra vez, hasta convertirlo en una consigna vacía, que no nos dice nada. Como escribió alguna vez Michel Foucault – otro tipejo digno de ser leído – no podemos hacer del Estado «una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia»[iii]. En cambio, tendríamos que ser capaces de desentrañar la lógica según la cual funciona el Estado, identificar a nuestros adversarios, pero quizá sobre todo a nuestros aliados, que los hay.

La crítica del Estado «como algo abstracto» reproduce la lógica tanto del sentido común opositor como la del chavismo conservador. Como lo ha planteado Erik del Búfalo en un buen artículo, ambos sentidos comunes – con algunas diferencias de grado, pero no de naturaleza – promueven el desaliento, la pasividad, la frustración, el desencanto entre la base social del chavismo. En la medida en que continuamos inmersos en esta lógica, nuestra denuncia de la burocracia, lejos de contribuir a su debilitamiento, refuerza «la necesidad de un despotismo más o menos larvado de la burocracia», y nuestra legítima aspiración de una democratización radical del proceso bolivariano termina reducido a «la falta de una democracia real».

No planteo que opongamos al malestar un entusiasmo ingenuo, acrítico y voluntarista – que no es más que otra forma de pasividad -, sino la combatividad con rigor intelectual. Tal cual lo plantea Gramsci, la constitución de la subjetividad revolucionaria «tiene que entenderse como producto de una elaboración de la voluntad y el pensamiento colectivos, conseguida a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal ajeno a los individuos». Combatamos, claro que sí, «la deslealtad moral e intelectual». Pero que alguien me explique cómo podemos lograrlo coreando la consigna: «Lo que diga Chávez».

III.-
En su intervención ante la Asamblea Nacional, el pasado 11 de enero, Chávez se propuso realizar «una evaluación autocrítica, descarnada, sobre la cual se puedan construir, con optimismo, confianza y fuerza individual y colectiva renovadas, las bases de un nuevo impulso, rumbo a nuevos horizontes». Lo hizo partiendo de la premisa de que es necesario oír «todas las voces con que el pueblo habla y en todos sus lenguajes, unos abiertos y otros subterráneos». La autoevaluación abarcó tres órdenes: su desempeño como jefe de Estado, líder político y jefe de gobierno. Según su criterio – y en el de un «amigo» al que consultó días antes de su alocución-, habría pasado la prueba en los dos primeros. Pero sobre su actuación como jefe de gobierno afirmó sentirse «mucho menos satisfecho»:

«He destacado a lo largo de mi informe los logros en el plano económico, en el plano social, en los índices de calidad de vida, en la construcción de infraestructura que ya la gente conoce y la gente valora. Pero… mi ética revolucionaria me obliga a reconocer los errores y defectos del conjunto del sistema de gobierno en todos sus niveles, que también la gente conoce y sufre. Parto del principio de que el pueblo sabe lo que salió bien y el pueblo sabe lo que salió mal. Al pueblo no se le puede engañar con ningún tipo de eslogan ni con manipulaciones demagógicas».

Más adelante se interrogaba:

«¿Por qué un gobierno revolucionario no ha podido en 9 años cambiar la terrible situación de las cárceles venezolanas, por ejemplo? ¿Por qué razón? ¿Por qué la inseguridad sigue siendo un problema tan grave en los pueblos… en los barrios? ¿Por qué? ¿Por qué no hemos podido solucionar problemas tan graves que azotan a nuestro pueblo en cada esquina, en cada casa, en cada vida, en cada niño, en cada mujer, en cada familia, en cada existencia cotidiana? ¿Por qué ¿Por qué sigue tan fuerte y descarado el contrabando que nos hace mucho daño, el contrabando de extracción, por ejemplo? ¿Por qué? ¿Cuál es la razón de la impunidad? ¿Por qué las mafias siguen incrustadas en las estructuras de los servicios que le pertenecen al pueblo, que le pertenecen a la gente? ¿Por qué? ¿Por qué… las gestiones ante las instituciones públicas siguen siendo una pesadilla para el ciudadano común? ¿Por qué? ¿Cuándo acabaremos con los chantajes abusivos de la permisología? ¿Cuándo? ¿Por qué nos cuesta tanto producir bienes del uso diario, consuetudinario? ¿Por qué seguimos consumiendo tantos alimentos provenientes de otros países? ¿Por qué la corrupción no la hemos podido frenar y mucho menos derrotar? ¿Por qué? ¿Por qué? Todos los días debemos hacernos esas preguntas y buscar la respuesta en lo individual y en lo colectivo».

Anunciaba de esta forma su disposición a lanzar una contraofensiva que hiciera frente al sentido común opositor, y que mitigara el malestar popular derivado de la mala gestión gubernamental. Efectivamente, desde entonces Chávez ha concentrado casi todos sus esfuerzos en atender los problemas enumerados arriba, y justo sería reconocer que, en el corto plazo, ha obtenido relativo éxito, retomando la capacidad de iniciativa y relanzando aquellas políticas a las que debe buena parte de su apoyo popular: las Misiones sociales.

Sin embargo, es la opinión de este servidor que al Chávez-líder político le correspondería proceder tal y como lo hiciera el Chávez-jefe de gobierno: ¿en los días previos a su autocrítica pública se detuvo algún segundo a considerar que con sus palabras podría estar dándole «armas al enemigo»? De hecho, es preciso recordar que Globovisión tomó la parte del discurso en que Chávez se planteaba las preguntas de allá arriba, y la convirtió en uno de sus micros: «Usted lo vio por Globovisión». ¿Ha debido Chávez dejar de decir lo que dijo, so pretexto de que «la ropa sucia se lava en casa»? Por supuesto que no. Más aún: el hecho de que hubiera decidido hacerlo en momentos en que el grueso de las baterías mediáticas opositoras apuntan a la gestión gubernamental, le otorga mayor mérito. El cámara salió aquel día decidido a reconocer el problema, lo que no es poca cosa, puesto que difícilmente puede uno resolver un problema que ni siquiera ha reconocido como tal.

Pero no ha ocurrido así con problemas relacionados con la dirección política de la revolución bolivariana. O digamos más bien que la dirección política del proceso bolivariano, Chávez incluido, no ha reconocido dichos problemas en su justa dimensión. El malestar popular no tiene su origen, exclusivamente, en las deficiencias de la gestión del gobierno bolivariano. El pasado 2D, por ejemplo, no operó sólo un «voto castigo» contra la ineficiencia gubernamental. El malestar se relaciona con algunos de los problemas que ya he anotado arriba: la burocracia estatal, la corrupción, la sospecha de que algunos de los funcionarios más cercanos a Chávez estarían aprovechándose de su posición privilegiada para enriquecerse ilícitamente, mientras le hablan al pueblo de revolución o de socialismo. El malestar está asociado a la grosera ostentación de riqueza por parte de esos mismos funcionarios. La amnistía que se les concediera a muchos golpistas, consideraciones tácticas aparte, produjo malestar. Antes, el proceso de elaboración a puertas cerradas de la propuesta de reforma constitucional, y la infinita incapacidad de la Asamblea Nacional para propiciar lo contrario de un simulacro de participación popular, también produjeron malestar. El proceso de conformación del PSUV, las luchas intestinas, el fraccionalismo, el clientelismo, han producido malestar. La ausencia de sanciones contra Globovisión es una fuente permanente de malestar. Completamente de acuerdo con que todo lo anterior parece un rosario de quejas. Pues bien, cámaras, en eso consiste precisamente el malestar.

Frente al malestar se puede proceder, para resumir la cuestión, de tres formas. Las dos primeras serían: hacer como quien esconde la basura debajo de la alfombra o someter a revisión profunda las fallas de la dirección política de la revolución, como paso previo a la oportuna rectificación, allí donde ésta sea necesaria. Para llevar a cabo esta revisión es preciso saber comprender los lenguajes populares, abiertos o subterráneos, de los que nos hablaba Chávez el pasado 11 de enero. A la tercera opción ya me referí antes, y es complementaria de la segunda: ser capaces de construir un «nuevo sentido común», con una buena dosis de rigor intelectual.

Acciones recientes, como la colocación de algunos niples por parte del grupo guerrillero Venceremos y la posterior toma del Palacio Arzobispal por parte de Lina Ron y algunos colectivos populares – una de cuyas demandas fue el cese de los allanamientos en el 23 de Enero – son signos elocuentes de este malestar. La marcha que realizara la Asamblea Popular Revolucionaria de Caracas el pasado 27 de febrero, fue el primer ensayo de los movimientos articulados en dicha Asamblea por ir más allá de ese mismo malestar. A contracorriente de la opinión generalizada entre la dirección política de la revolución, dichas acciones no responden a la supuesta infiltración de la CIA. Peor aún: la apelación constante a este argumento profundiza el malestar, en lugar de apaciguarlo. La misma marcha de la Asamblea, concretamente una de sus consignas -«No queremos ser gobernados, queremos gobernar» – ha sido blanco de las duras críticas de Chávez. La misma consigna ha sido interpretada equivocadamente como la demostración de que han reaparecido las tendencias «anarcoides» que propugnan por la tesis del «antipoder». Nada más alejado de la realidad. Dicha interpretación refleja el desconocimiento de las dinámicas de ciertas iniciativas populares. Lo preocupante es que, como consecuencia de este desconocimiento, se miden con el mismo rasero acciones políticas de distinta naturaleza.

El ultraizquierdismo ha sido siempre, en todas partes, una expresión de impotencia política, de la incapacidad de interpretar con justeza el momento político, de desesperación, indisciplina y aventurerismo. Pero lo que estamos obligados a entender es que ese malestar difuso al que tanto me he referido aquí, es el caldo de cultivo perfecto para la aparición en escena de las acciones ultrosas. En consecuencia, el problema no se resuelve mediante la aniquilación moral de los cámaras que puedan estar recurriendo a métodos de lucha errados. El problema se resuelve atacando las causas que han dado origen al malestar. Si es cierto que el grupo guerrillero Venceremos le está haciendo un flaco servicio a la revolución colocando un niple frente a Fedecámaras, es sencillamente inaceptable que un Mario Silva se refiera al hecho en los siguientes términos: «Bueno compañero, el que juega con bombas se les tienen que explotar algún día. Y esto no es duro decirlo. Ahí murió un venezolano. Pero, ¿murió haciendo qué? Haciendo terrorismo, compañeros».

Releamos una vez más a Gramsci: «Si tiene que haber polémicas y escisiones, no hay que tener miedo de enfrentarse con ellas y superarlas; son inevitables en estos procesos de desarrollo, y evitarlas significa sólo retrasarlas hasta el momento en que realmente serán peligrosas o incluso catastróficas». Bienvenido el debate a lo interno de las filas revolucionarias. Pero no convoquemos al debate como quien hace una concesión frente a los equivocados de siempre. Porque errores, incluso los más graves, los cometemos todos.

[i] Santos, Boaventura de Sousa. Crítica de la razón indolente. Editorial Desclée de Brouwer, S.A. Bilbao, 2003. Pág. 276.
[ii] Santos, Boaventura de Sousa. Op. Cit. Pág. 278.
[iii] Foucault, Michel. Nacimiento de la biopolítica. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2007. Pág. 21.

Porque NO HAY PUEBLO VENCIDO, marcha popular el 27 de febrero


El 27 de febrero convocamos a todo el pueblo bolivariano a la marcha en conmemoración del día de la rebelión popular. A decirles una y otra vez a los enemigos de siempre que no hay pueblo vencido, que hoy el pueblo hace y profundiza su revolución. Partiremos de la Plaza del Rectorado de la UCV a partir de las 12m hasta llegar a la Plaza Caracas, donde haremos la cantata del 27F.

Reiteramos entonces que esta marcha la hacemos porque:

El grito rebelde del 27 de Febrero del 89 dio inicio la revolución popular bolivariana. Desde entonces, nosotros y muchos pueblos hemos cruzado fronteras que parecían infranqueables. Pero alerta, porque nos aborda la necesidad de una nueva rebelión. Las derechas, los imperios, el capitalismo salvaje avanzan por todos los rincones en contra del pueblo y la revolución. Avanza fuera y dentro del proceso, fuera y dentro de nuestras fronteras. Lo que nos obliga a luchar unidos en función de romper los cercos contrarrevolucionarios.

No somos una masa electoral, somos un pueblo que ha crecido en el tiempo y en el espacio. Rompamos el silencio, los chantajes, las agendas ocultas y enfrentemos la crisis en la calle, desde el pueblo y activando de lleno la disposición revolucionaria.
Por ello: la marcha del 27F es una marcha para poner en camino el verdadero poder popular, para decirle un rotundo no a todo aquel burócrata que intente instrumentalizar estos gérmenes de organización libre e igualitaria para sus fines de poder y ansias de dinero. Es una marcha para poner en la calle las demandas más sentidas de la gente verdadera y luchadora: queremos vivienda, servicios e infraestructura comunitaria, caminos, alimento, trabajo, salud, educación, tierra, seguridad social y salarios justos; exigiendo socialismo, exigiendo control popular sobre tierras, empresas, vida y estructura ciudadana, exigiendo se expropie a los acaparadores, se aplique la escala móvil de salarios, se acabe por las buenas la ley de la impunidad hacia los ricos y la cárcel para los pobres, antes que tengamos que acabarla nosotros mismos.

Es una marcha para advertirle a todas las derechas, a la vendida de la lacaya oligarquía, a la Exxon y toda la patraña multinacional, como a la rojita que se enmascara tras los discursos emancipatorios, que aquí no hay pueblo vencido.

Es una marcha para llamar al pueblo a insurgir de una vez por todas contra este sistema colonizante y explotador que es el capitalismo, el capitalismo como imperio explotador, terrorista y destructor.

Es una marcha para hacer un llamado al pueblo colombiano a que preparemos la gran insurgencia: ¡somos un solo pueblo!

Es una marcha hacia la formación de la gran Asamblea Nacional de Movimientos Populares, paso fundamental hacia la construcción de un poder popular realmente autónomo políticamente y poderoso en su función directa, que no acepta sustitución.
Enfrentemos la agresión imperialista
Vivan los libertadores del 27 de Febrero
No queremos ser gobernados, queremos gobernar

– Asamblea Popular Revolucionaria de Caracas –

Frente Popular Revolucionario del Sur convoca a movimientos populares de Caracas


El Frente Popular Revolucionario del Sur, que agrupa las parroquias El Valle, Coche, La Vega y San Agustín, propuso realizar una asamblea el venidero 12 de enero con todos los colectivos y dirigentes populares de Caracas, con miras a concretar un encuentro a escala nacional para poner en práctica un verdadero parlamentarismo de calle.

El coordinador de la Radio Comunitaria Alí Primera, Alí Verenzuela, dijo que esta decisión se acordó por unanimidad en una reunión efectuada recientemente en la Universidad Simón Rodríguez, con la participación de más de 30 colectivos de Caracas.

Allí se planteó la lectura revolucionaria de los artículos de la Constitución para que el pueblo proponga esa modificación, pero con un gran sentido de compromiso con la Revolución Bolivariana y el socialismo.

Asimismo, se decidió la creación de un consejo popular de gobierno con carácter vinculante, la construcción de las comunas como expresión del poder popular y la organización de las milicias populares como forma de autodefensa.

Igualmente, se aprobó la constitución de los tribunales populares para procesar las denuncias y cuestionamientos de funcionarios acusados de corrupción, burocratismo e incompetencia, así como asesinatos de dirigentes campesinos y populares, con el objetivo de dar inicio a los procesos de juicio populares.

También se planteó la necesidad de fortalecer la formación política ideológica del pueblo para consolidar su unidad como garantía de la construcción del socialismo.

Asimismo, se pidió continuar la construcción del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), a fin de fortalecer la organización de los y las aspirantes a militantes y su formación político-ideológico, como parte de nuestro pueblo.

Verenzuela manifestó que en esa reunión se concluyó que los resultados electorales contra la propuesta de reforma constitucional, fueron producto de la canallada puesta en marcha por parte de la quinta columna, los oportunistas y derechistas que forman parte del gobierno y quienes trabajaron en alianza con la oposición pro imperialista.

Considera que pese a ese proceso electoral, el pueblo no se siente derrotado, aunque entiende que la abstención fue un claro mensaje dirigido a los burócratas que no están en sintonía con las necesidades de la gente, motivo por el cual fueron los grandes derrotados.

«Esos mismos que no hicieron el trabajo para obtener el triunfo, fueron incapaces de visitar un barrio, de estar en contacto directo con las comunidades, pues sólo actúan cuando necesitan el voto para ocupar un cargo u obtener cualquier otro beneficio particular, pero no para dar la batalla por el socialismo que estamos construyendo», expresó.

Manifestó que todo esto, aunado a la sucia, feroz y aplastante campaña mediática de desinformación de la derecha y el monstruoso andamiaje de los medios de comunicación privados que siguen actuando impunemente, frente al cual los esfuerzos de los sectores populares por difundir la propuesta, quedaron prácticamente anulados.

Llegó la hora de conquistar en la calle lo que no logramos en el referendo y rompamos el cerco burocrático, para lo cual es vital construir los consejos populares de gobierno e impulsemos nuestras propias leyes, puntualizó Verenzuela.

(Publicado por los cámaras de Anmcla).

Sobre la disciplina revolucionaria y el "centralismo democrático realmente existente"


I.-
Corría el año 1992 y aunque oficialmente había llegado el invierno, el clima era realmente insurreccional. Las calles amanecían todos los días con los rastros del combate del día anterior: vidrios, piedras, cartuchos de perdigones (en el mejor de los casos), bombas lacrimógenas, basura quemada. Los trastes apilados de lo que una vez fue una precaria barricada improvisada. Eran los tiempos en los que podíamos jactarnos de que ya no había pared de la ciudad sin una consigna nuestra ni liceo público indiferente a la lucha que nos encargábamos de atizar.

Había acontecido el 4F y el gobierno de Carlos Andrés Pérez parecía no poder sostenerse un día más. El 4F implicó, para nosotros, una pausa en la lucha callejera que librábamos con fuerza desde 1991. Después del «Por ahora», poco tardamos en retomar la calle como lo que éramos: una banda de muchachos y muchachas, la mayoría de los cuales no habíamos cumplido los 20 años, haciendo peso mientras la «democracia» se estremecía y amenazaba con caer.

Las contradicciones se agudizaban. La conspiración estaba en marcha. Maduraban las «condiciones objetivas» para la nueva insurrección cívico-militar. Fue entonces cuando ocurrió: quienes integrábamos la Dirección de la Juventud nos reunimos con un representante del Partido. El asunto a discutir: nuestra participación en la futura contienda.

En realidad, no discutimos nada. El representante del Partido nos regaló parte de su valiosísimo tiempo para ilustrarnos acerca de la «situación política nacional», la «línea» a seguir en consecuencia, luego de lo cual asignaría tareas específicas mediante la conformación de comisiones.

Pero antes de la conformación de las fulanas comisiones, quien esto escribe aprovechó la rara ocasión para preguntarle al representante del Partido:

– Una pregunta compa: ¿y si esta insurrección cívico-militar también fracasa?

El representante del Partido me dirigió una mirada enfurecida, como de maestro de escuela que está a punto de reprender al estudiantico impertinente. Palabras más, palabras menos, me espetó:

– La insurrección cívico-militar no fracasará, porque el Partido tiene 20 años preparando la insurrección.

Como todo acto tiene sus consecuencias, y como uno tiene que aprender a hacerse responsable de sus actos, el representante del Partido completó su reprimenda excluyéndome de toda responsabilidad, manteniéndome al margen de toda comisión. Imagínense el momento: la revolución estaba a punto de acontecer, y un representante del Partido acababa de disponer que yo no tendría ninguna responsabilidad en los hechos heroicos por venir. Por hacer una pregunta impertinente. Quién me manda.

II.-
Tal vez el lector lego no logre captar el significado y el alcance de esta actitud del representante del Partido. Se trata de acallar la voz disidente, o en todo caso de disipar cualquier margen de duda o sospecha, mediante la práctica de la sanción moral. Cuando la «línea política» ya ha sido decidida, cuando el análisis de la situación ya se ha realizado, pero sobre todo cuando uno se para frente al portavoz de esta línea decidida y este análisis realizado, cualquier pregunta, opinión o análisis que vaya en contravía de lo ya decidido y analizado, por insignificante que sea el gesto, debe ser censurado, sometido, acallado.

Los viejos y no tan viejos militantes revolucionarios tienen una deuda con la generación que está iniciándose en la política en estos tiempos de revolución bolivariana: aún no ha sido escrita la historia de estos innumerables, cotidianos y minúsculos actos de sometimiento de la disidencia, de censura de la sana duda, de represión del libre pensamiento, en nombre de la disciplina y el «centralismo democrático».

Actos que por minúsculos tal vez nos parecieron insignificantes en su momento, constituyen la fuente primaria con la que se podría registrar la historia infame del «centralismo democrático realmente existente». Episodios innumerables y frecuentes, en ningún caso excepcionales, que podrían ayudarnos a entender por qué es imposible hacer la revolución si la práctica política del militante «revolucionario» está fundada en el resentimiento, la impotencia, y eso que Spinoza llamaba «pasiones tristes».

III.-
En un fogoso artículo interpretado por algunos, inexplicablemente, como un gesto de claudicación frente a la posibilidad y necesidad del acontecimiento revolucionario, Michel Foucault explicaba las razones de su «cambio de opinión» con respecto a la Revolución Iraní.

El artículo en cuestión, publicado en mayo de 1979, lleva cómo título una pregunta: ¿Es inútil sublevarse? De inmediato, y sin dejar margen a la duda, Foucault se responde:

«Si las sociedades se mantienen y viven, es decir, si los poderes no son en ellas «absolutamente absolutos», es porque, tras todas las acepta­ciones y las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, cabe la posibilidad de ese movimiento en el que la vida ya no se canjea, en el que los poderes no pueden ya nada y en el que, ante las horcas y las ametralladoras, los hombres se sublevan».

El problema para Foucault, otrora entusiasta partidario de la rebelión contra el régimen sanguinario del Sha, es el curso de los acontecimientos una vez que el régimen ha sido derrocado:

«Dos años de censura y de persecución, una clase política orilla­da, partidos prohibidos, grupos revolucionarios diezmados… Ciertamente, no da ninguna vergüenza cambiar de opinión, pero no hay ninguna razón para decir que se cambia cuando se está hoy contra la amputación de manos, tras haber estado ayer contra las torturas de la Savak».

Pero si bien es una farsa la idea de una revolución capaz de acabar para siempre jamás con toda forma de dominación, no por eso habremos de ceder al chantaje de que, por tanto, no vale la pena hacer ninguna revolución:

«Ninguno tiene derecho a decir: «rebélese usted por mí, se trata de la liberación final de todo hombre». Pero no puedo estar de acuerdo con quien dijera: «Es inútil sublevarse, siempre será lo mismo»… Hay sublevación, es un hecho; y mediante ella es como la subjetividad (no la de los grandes hombres, sino la de cualquiera) se introduce en la his­toria y le da su soplo».

Al final de su artículo, Foucault deja sentada su posición frente a aquellos que justifican sus crímenes o los nuevos despotismos (y que les igualan a los viejos criminales y déspotas) en nombre de la revolución:

«… si el estratega es el hom­bre que dice: «qué importa tal muerte, tal grito, tal sublevación con relación a la gran necesidad de conjunto y qué me importa además tal principio general en la situación particular en la que estamos», pues, entonces, me es indiferente que el estratega sea un político, un historiador, un revolucionario, un partidario del sha, del ayatolá; mi moral teórica es inversa. Es «antiestratégica»: ser respetuoso cuando una singularidad se subleva, intransigente desde que el poder transgrede lo universal».

IV.-
Estoy persuadido de que a partir de la contundente victoria electoral de diciembre de 2006, hemos entrado en una nueva fase de la revolución bolivariana. Está claro que no estoy diciendo nada nuevo: todos hemos escuchado al presidente Chávez argumentando cómo es que hemos entrado en una fase que se caracteriza porque las fuerzas revolucionarias han creado las condiciones para pasar a la ofensiva. La oposición, bien es cierto, ha puesto su parte, cediendo terreno progresivamente con cada pésimo movimiento táctico.

De igual forma, estoy convencido de que sería ingenuo e irresponsable subestimar la capacidad de reacción de la oposición interna, y sobre todo la amenaza que constituyen los enemigos externos de proceso revolucionario.

No obstante, tal vez nunca como ahora fue posible darle rienda suelta a un profundo y democrático debate a lo interno de las filas revolucionarias, sobre cómo y por qué construir nuestro socialismo del siglo XXI, con todo lo que este debate implica en términos de herramientas teóricas, instrumentos de organización, formas y estilos de gobierno, relaciones económicas y sociales de producción, cultura, etc. Dicho de otra manera, tal vez nunca la correlación de fuerzas nos fue tan favorable.

Este debate, efectivamente, está iniciando (apenas iniciando), y es demostración fehaciente de esto una suerte de «rumor» o «malestar» que va tomando cuerpo, y que adquiere la forma de una denuncia necesaria e impostergable contra eso que llamamos «derecha endógena» o identificamos como «burocracia». La crítica contra la vieja cultura política «marxista-leninista» también forma parte de este repertorio crítico con el que nos hemos venido armando. Sin embargo, la ausencia (o digamos mejor, la no consolidación, el carácter incipiente) de una cultura política democrática de debate ha hecho resurgir viejos fantasmas. Se trata de lo que Boaventura de Sousa Santos, refiriéndose al caso venezolano, llama «la figura siniestra de los ‘enemigos del pueblo‘».

Así, se emprende la crítica contra el conservadurismo de boina roja, y el que critica es un vendepatria-lacayo-del-imperialismo-yanki. Se cuestiona la burocracia ineficiente y castradora de la potencia revolucionaria, y el que cuestiona es un infiltrado-de-la-CIA-cuyo-propósito-es-ocultar-los-innegables-logros-del-gobierno-bolivariano. Se critica a la derecha endógena, se denuncian sus corruptelas, su enriquecimiento criminal al amparo y a la sombra de un proceso que es esperanza de los que jamás han tenido nada, y el que critica es, igualmente, un vendepatria-lacayo o un infiltrado o alguien que no tiene corazón o que tiene malas, muy malas intenciones. Se critica a la izquierda conservadora y tradicional, y el que critica le está haciendo un flaco servicio a la revolución y le está haciendo el juego a la derecha endógena y también a la exógena. O bien se cuestionan los excesos implícitos en las denuncias de algunos cámaras, y el resultado es lo que José Roberto Duque ha llamado El efecto Golinger.

Abundan, pues, muchas expresiones de esta «figura siniestra del enemigo del pueblo». Y lamentablemente, las formas que asume esta figura, al contrario de lo que algunos pudieran pensar o afirmar, no son patológicas, sino normales. Una y otra vez las vemos expresadas en los voceros de la burocracia, de la derecha endógena o de la rancia izquierda. Saber identificar, por tanto, estas formas, es una condición indispensable para la conformación de una cultura política democrática y genuinamente revolucionaria.

Como consecuencia de esta ausencia de cultura política para el debate democrático, que ciertamente guarda estrecha relación con el hecho de que durante años nos vimos obligados a asumir una posición de férrea defensa del proceso revolucionario, frente al ataque inclemente, criminal y continuado de la oposición, ésta última, a través de sus voceros por excelencia, los medios privados, se han adueñado de la iniciativa en lo que a denuncias se refiere. El problema, por supuesto, es que la denuncia proveniente de los medios privados es con demasiada frecuencia muy poco veraz, y en la inmensa mayoría de los casos simplemente responde al propósito que les ha sido asignado: funcionar como la artillería en la guerra de baja intensidad que se libra todos los días contra las filas revolucionarias, intentando desmoralizarlas y desmovilizarlas.

El descrédito, la impudicia y la desfachatez de los medios privados es tal, que en las filas revolucionarias, por lo general, ya no se les toma en serio, y esto es una buena señal del grado de conciencia adquirida en el fragor de la lucha. Sin embargo, el bombardero incesante de mentiras y medias verdades produce un efecto de poder que muchas veces pasa desapercibido: la inhibición de la crítica desde las filas revolucionarias.

Así, por ejemplo, en la medida en que Globovisión intenta desesperadamente minimizar u ocultar el liderazgo del presidente Chávez a escala continental, renunciamos a nuestro legítimo derecho de conocer por qué funcionarios de Pdvsa viajaban junto con el tipo del maletín cargado de dólares; hacemos como si no nos importara saber por qué, si es que realmente no estaba de ninguna manera implicado, uno de estos funcionarios se vio forzado a renunciar. Un ejemplo menos reciente es el del Padre Palmar: Globovisión convierte en un espectáculo lamentable y patético el asunto de la carretilla cargada de denuncias (y el Padre ciertamente no ayuda), y hacemos como si ninguna de estas denuncias procediera. Es decir, ni siquiera el beneficio de la duda.

Tengo por regla que todo aquel que, llamándose revolucionario, utilice las cámaras de Globovisión para realizar una crítica al gobierno revolucionario, pierde su condición de interlocutor legítimo de esa misma crítica. Así de sencillo. Pero lo que es muy difícil de tolerar es que Venezolana de Televisión se haya convertido en un espacio eminentemente propagandístico, donde la ausencia de periodismo crítico y de investigación contrasta dramáticamente con la presencia de algunos pocos espacios desde los cuales se hace buen periodismo. Vanessa Davies, en mi criterio muy personal, es quizá la excepción más honrosa.

No basta, por tanto, que el presidente Chávez afirme constantemente que él mismo es el principal crítico del gobierno que preside. Su actitud nada complaciente es, sin duda, una mínima garantía de que los corruptos, los burócratas, los infiltrados y en general las fuerzas conservadoras no pueden actuar a sus anchas. Pero la idea, cámaras, digo yo, es reducirles progresivamente el radio de acción, a riesgo de que esta revolución se nos diluya entre los dedos, después de que tanto y a tantos nos ha costado construirla con estas manos. Y esto sólo será posible a condición, insisto, de que creemos las condiciones para un debate amplio y profundamente democrático a lo interno de las filas revolucionarias, que no ceda al chantaje de los «enemigos del pueblo».

V.-
Tal vez la crítica a lo interno de las filas revolucionarias nos pudiera llegar a parecer «antiestratégica» (en el sentido en que lo planteaba Foucault), en tanto que supuestamente pondría en peligro lo «estratégico»: la construcción de la vía venezolana al socialismo. Muy por el contrario, sospecho que la crítica, como la he venido planteando acá, es en sí misma «estratégica», porque no hay forma de construir nada parecido a una sociedad democrática y revolucionaria, si las fuerzas sociales que en ella hacen vida están incapacitadas o imposibilitadas de realizar la crítica de aquello que nos impide avanzar en la construcción de esa misma sociedad.

Es por eso que me cuesta entender y asimilar la decisión del presidente Chávez de crear un Comité Disciplinario transitorio para un partido que, como el Psuv, está en pleno proceso de conformación; un partido que no tiene estatutos, ni siquiera militantes (sino aspirantes), cuya experiencia (extraordinaria, por demás) se limita a la realización de tres o cuatro asambleas de batallones, pero que desde ya carga a cuestas el peso de este Comité Disciplinario presidido por Diosdado Cabello.

¿Por qué un Comité Disciplinario transitorio? Sobre el asunto, sólo disponemos del testimonio del presidente Chávez del pasado 25 de agosto, cuando justificó su creación en razón de luchas intestinas y de fracciones que estarían aconteciendo entre ¿dirigentes? o funcionarios del alto gobierno. ¿De quién se trata? ¿Cómo, cuándo y por qué incurrió en cuáles faltas disciplinarias? Obviamente, si uno escuchó el discurso de Chávez, es capaz de intuir por dónde viene el problema. Pero lo que realmente preocupa no es lo poco que esclarece la explicación del Presidente, sino todo lo que permanece oculto a los ojos de los aspirantes a militantes comunes y silvestres. Aún albergo eso que llaman la «vana esperanza» de obtener respuestas a estas interrogantes a través de medios «amigos», y no vía El Nacional o Globovisión.

Supongamos que el dirigente o funcionario anónimo, cuyas faltas disciplinarias desconocemos en detalle, haya incurrido, efectivamente, en acciones u omisiones que atentan gravemente contra la «disciplina» del partido en formación. Aún en ese caso, ¿no habría sido infinitamente más edificante y provechoso debatir públicamente sobre el asunto? Y no vale apelar acá al recurso de que la intención no podía ser en ningún caso someter al camarada al escarnio público. Porque, con intención o sin ella, es lo que ha sucedido. El camarada sin rostro, pero cuya identidad ya sabremos muy pronto, en las próximas horas, ha sido escarmentado públicamente.

Incluso el mismo Lenin, cuyo excesivo «centralismo» y la idea de disciplina que le es propia fueron objeto de férreas críticas por parte de Rosa Luxemburgo, escribió sobre los «grupúsculos» desobedientes e indisciplinados:

«A nuestro parecer es necesario hacer todo lo posible -aun si implica alejarse de los principios del centralismo y de la obediencia absoluta a la disciplina- para que estos grupúsculos hablen claro y den al Partido en su totalidad la oportunidad de pesar la importancia o falta de ella de estas diferencias; de esta manera puede llegarse a determinar dónde, cómo, y de parte de quién existe una inconsistencia».

De Rosa Luxemburgo es preciso revisar su análisis sobre los Problemas de organización de la socialdemocracia rusa. Muy sugerente resulta la distinción entre el «centralismo conspirativo» propio de los blanquistas, y la actividad revolucionaria de la «socialdemocracia» (tal y como ésta era entendida hace 100 años y en cuyas filas militaba Lenin). El blanquismo, habituado al golpe de mano y ajeno a la lucha de clases, no requiere de organización de masas. Al contrario, dado el carácter secreto de sus acciones, mantiene prudente distancia de éstas. Aún más: la planificación de las acciones corre por cuenta de un restringido e inaccesible comité central:

«Por consiguiente, los miembros activos de la organización se transformaban en simples órganos de ejecución de una voluntad previamente determinada y exterior a su propio campo de actividad, en instrumentos de un comité central. De aquí se derivaba también la segunda característica del centralismo conspirativo: la subordinación absoluta y ciega de los órganos singulares del partido a sus autoridades centrales y la ampliación de las atribuciones de poder decisorio de estas últimas hasta la más extrema periferia de la organización del partido».

Las condiciones de la lucha «socialdemócrata», en cambio, son radicalmente distintas. En primer lugar, la socialdemocracia surge de la lucha de clases. Su ejército de militantes…

«… sólo se recluta en la lucha misma y sólo en la lucha se hace consciente de los objetivos de la misma. Organización, esclarecimiento y lucha no son momentos separados, mecánica y también temporalmente escindidos, como en un movimiento blanquista, sino… aspectos diferentes de un mismo proceso… No hay -a excepción de los principios generales de la lucha- ninguna táctica de lucha acabada y fijada con detalles por adelantado que les pueda ser inculcada a los militantes socialdemócratas por un comité central… De esto se deriva que la centralización socialdemócrata no puede basarse en la obediencia ciega, no puede basarse en la subordinación mecánica de los luchadores del partido a un poder central y que, por otra parte, entre el núcleo de proletariado consciente ya organizado… y el sector que le rodea… no puede jamás levantarse un muro de absoluta separación».

Pues bien, el problema estriba en que el «centralismo democrático realmente existente» en nuestros partidos de izquierda, se parece mucho más al «centralismo conspirativo» de los blanquistas, que al «centralismo» deseable de los socialdemócratas de Rosa Luxemburgo. La cultura política que hemos heredado de la vieja izquierda se funda en estas prácticas de obediencia ciega y subordinación, que no tienen nada de democráticas ni mucho menos de revolucionarias. Es, como les relataba arriba, una política que se sostiene en el resentimiento, y que acalla toda voz disidente mediante la sanción moral.

El proceso de construcción de un partido genuinamente revolucionario supone crear las condiciones para un profundo y democrático debate entre revolucionarios, y esto último supone, a la vez, revisar el concepto mismo de «disciplina». Caso contrario, nos puede ocurrir a muchos lo que alguna vez sucedió conmigo, que venga un representante del Partido y declare:

– Usted, compañerito, no participará en la revolución.

Lo que soy yo, cámaras, hace muchos años que dejé de creer en estos «representantes». Que nuestro Psuv no sea el de ellos.

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