Para triunfar el 7 de octubre de 2012


Para triunfar el 7 de octubre de 2012, tanto como evitar el triunfalismo a toda costa, es preciso tener certeza sobre la magnitud de la propia fuerza, porque de esta forma conocemos también nuestros flancos débiles. Esto pasa, por cierto, por un mínimo de rigurosidad en el análisis, y por la intransigencia frente a «saberes» ampliamente cuestionados, y que no por casualidad ocupan bastante centimetraje en la prensa y privilegiado espacio en la televisión. Así, por ejemplo, la encuestología ha tenido relativo éxito imponiendo como «verdad científica» lo que no es más que su versión interesada sobre el electorado venezolano. No hacen falta mucha pericia ni mucha imaginación para dibujar una torta partida en tres: de un lado, dos tercios simétricos, equivalentes, correspondientes al electorado con filiación ideológica (chavistas y antichavistas); del otro lado, un tercio mayoritario de indecisos.

Para el antichavista que milita en política, una versión tal implica la ventaja de saberse una fuerza cuando menos equiparable a su acérrimo enemigo: bastaría con hacer los ajustes necesarios para ganar el apoyo de la mayor cantidad de indecisos, y el trabajo está hecho. Del lado chavista, aceptar este cuadro de fuerzas como un retrato fiel del paisaje, implica una disposición previa para la derrota. No será la primera vez que militantes de una fuerza mayoritaria actúen como minoría, sustituyendo la política revolucionaria por la baja política, dándole la espalda al pueblo, repitiendo las viejas formas y las peores mañas de una vieja clase política que no termina de morir, simplemente porque la mayoría (buena parte de la clase gobernante que la encarna) la desea con vida, aún a riesgo de ver pasar su oportunidad histórica, porque no es capaz de entenderse con más nadie.

En otras palabras, una versión tal pretende disimular la verdad incontrovertible, hasta nuevo aviso, de que el chavismo sigue siendo, por lejos, la principal fuerza política; y más allá, que este predominio en lo político tiene efectos perdurables en lo cultural. El chavismo sigue siendo una fuerza tal porque logró imponer una cultura política, y contra este pivote clave de la construcción hegemónica (una hegemonía popular y democrática) va dirigido el grueso de las baterías antichavistas.

Parto de la premisa de que buena parte de eso que la encuestología enuncia como «indecisos» está hecho de puro chavismo descontento, hastiado, incluso indiferente, que ha redescubierto la política con Chávez; que ha sido testigo a veces, otras protagonista de excepción de unos años intensos, extraordinarios, exuberantes, durante los cuales todo se puso en discusión, y no fue poco lo que cambió; un pueblo que le dio la espalda y saldó cuentas con la vieja clase política; que entrompó, enfureció, aguantó, lloró y festejó como nunca, y que no desea ser seducido por sus viejos sepultureros. En fin, un chavismo que, enfrentado al dilema de expresar su legítimo descontento por la vía electoral, optará por la abstención en lugar de votar contra Chávez.

Para plantearlo en líneas gruesas, este chavismo descontento fue lo que apareció cuando el antichavismo abandonó la calle como escenario de lucha política, allá por 2007. Es cierto que aparecieron algunos estudiantes por aquí y otros gremios por allá, pero de aquellas marchas multitudinarias exigiendo la renuncia de Chávez no quedaba sino el recuerdo. Pero desmovilizándose, es decir, reconociendo de hecho su derrota, retirándose de la calle, el antichavismo precipitó (sin que fuera su intención) una crisis en las filas del chavismo: eso que he llamado en otra parte una crisis de polarización.

De manera inesperada, en lugar de revitalización del espacio público, vía la multiplicación de las iniciativas de participación, encuentro, organización y articulación popular, tuvo lugar un proceso de disciplinamiento y normalización del chavismo popular, y en general de progresiva burocratización de la política. Más temprano que tarde, terminó imponiéndose la lógica del partido/maquinaria, que lejos de movilizar, según hemos visto, privilegia la concentración, etc.

Esto, unido a los efectos de la estrategia de desgaste opositora (que persigue, justamente, desmovilizar y desmoralizar a la base social de apoyo a la revolución), a la gestionalización de los medios públicos (cero chavismo crítico en pantalla, cero interpelación, cero control popular de la gestión), en fin, a todos los factores de distinto signo que confluyen en la despopularización del chavismo, no podía producir sino descontento, para decirlo elegantemente. Un descontento, insisto, que es una muy buena señal de la madurez política alcanzada por el pueblo venezolano durante estos años (porque no está dispuesto a tolerar un simulacro de revolución, capitaneado por una clase gobernante demasiado similar a su predecesora).

Para triunfar el 7 de octubre de 2012, necesario es interpretar este descontento legítimo como un dato que hay que tomar en cuenta y en serio, a riesgo de no entender el cuadro de fuerzas a lo interno del chavismo, la principal fuerza política de este país. Porque se lo toma muy en serio, Chávez ha planteado, entre otras iniciativas de envergadura (y en un contexto de reflexión constante sobre temas como el liderazgo, el socialismo bolivariano, el pueblo como sujeto activo de la revolución, el papel del movimiento popular, etc.) desde unas Líneas Estratégicas del partido hasta la creación de un Gran Polo Patriótico (la política más allá del partido).

No es juego: la lógica del partido/maquinaria debe ser sustituida por la lógica del partido/movimiento. Es decir, no basta con hablar de «maquinaria en movimiento«, como está de moda ahora, y cambiar una palabra aquí y allá para que nada cambie. Para esto, es indispensable comenzar a entender la importancia estratégica de una iniciativa como el Polo Patriótico Popular, que ya ha cogido calle. Lo contrario sería disponerse a afrontar un examen decisivo, en octubre del año próximo, sin haber aprendido absolutamente nada.

Partido/movimiento y agenda popular de luchas


Seguramente habrá quienes se hagan los desentendidos, pero de un tiempo a esta parte ya no es viable políticamente seguir reproduciendo la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria. En el caso específico de la relación con el movimiento popular, esto implica dejar de concebirle como simple correa de transmisión de la línea del partido, lo que supone abandonar la prepotencia y la arrogancia, pésimas consejeras a la hora de avanzar en materia de alianzas.

Esto, redefinir, trastocar profundamente la relación entre partido y movimiento popular, más que una exigencia del momento político, viene a ser un mandato de las bases del partido, las cuales, hasta donde es público, no sólo han refrendado, sino enriquecido el contenido de la segunda de las líneas estratégicas propuestas por Chávez en enero de este año.

Según puede leerse en el documento, pasar de la lógica del partido/maquinaria a la del partido/movimiento «implica posicionarse dentro de las masas populares, estableciendo y desplegando una amplia política de alianzas con las diversas formas de organización popular… Es necesario establecer objetivos concretos, sobre el terreno, dentro del proceso real de transformación de la sociedad hacia el socialismo».

El 12 de mayo pasado, varias organizaciones (Corriente Bolívar y Zamora, Movimiento de Pobladores, ANMCLA, Movimiento Campesino Jirajara, Marea Socialista, UNETE) acordaron iniciar una campaña nacional en contra de la impunidad y la criminalización del movimiento popular. Los «puntos de acuerdo» constituyen, de por sí, el primer paso para la definición de una agenda popular de luchas: 1) investigación y procesamiento de autores materiales e intelectuales de asesinatos contra militantes y dirigentes revolucionarios, campesinos y obreros; 2) sobreseimiento de causas penales que involucren a militantes populares procesados por defender sus derechos; 3) reformar instrumentos jurídicos que facilitan la criminalización de luchas populares, específicamente derogación del artículo 471-A del Código Penal; 4) denuncia y combate de cercos mediáticos a luchas populares; 5) consolidación de espacio unitario de fuerzas revolucionarias, que exprese diversidad y que garantice férrea voluntad de defensa del proceso revolucionario junto a Chávez; 6) construcción del Polo Patriótico desde abajo y con los de abajo; 7) profundización de la batalla ideológica y contra el pragmatismo.

De cara a los puntos de esta agenda popular, todos los cuales absolutamente compatibles con la estrategia de repolarización, ¿qué posición habrá de asumir la dirección del partido? Hasta ahora prevalece el silencio. Un silencio que ojalá no sea expresión de viejos vicios y prejuicios, sino la antesala de un gesto fraterno y solidario para con un movimiento popular que bien se lo ha ganado.

Interpelación, insumisión, rebeldía


Paula Bencomo, delegada de la torre F del Conjunto Residencial San José del Ávila, y una de las participantes en la asamblea realizada este miércoles 26 de enero en Miraflores. Pulsar sobre la imagen para ver el video.

El de este miércoles 26 de enero, en Miraflores, no fue un acto más, sino una verdadera asamblea popular, moderada por Chávez, y con la participación de las víctimas de las mafias inmobiliarias. Los afectados anunciaron la eventual constitución de un movimiento de carácter nacional, frente a lo cual el zambo respondió reiterando su llamado a la interpelación popular, a la organización de todo el pueblo, a la construcción de movimientos insumisos y rebeldes. Literalmente.

Éste es, quizá, el dato más importante de todos: hay una clara línea de continuidad entre el Chávez interpelado días tras día durante la emergencia ocasionada por las lluvias, las posteriores reuniones con el Movimiento de Pobladores, y esta asamblea; incluyendo, por cierto, su respaldo, hecho público el martes 25 de enero, durante el lanzamiento de la Misión Agro Venezuela, a las comunidades organizadas del municipio Chacao, fuertemente reprimidas el sábado pasado por las policías de Chacao y Miranda, y su rechazo a la criminalización de las luchas populares: «Pero vean ustedes, el Alcalde de Chacao, lo que hizo de primerito fue, en vez de ir a hablar con la gente, como hacemos nosotros, cuando hay… lo que mal llaman una invasión… vamos a hablar primero. Ah, no, él les mandó de una vez la policía… sin diálogo ni nada, ellos que hablan de diálogo… De una vez les mandaron y les echaron plan y peinilla y gas y todo, a una gente que estaba ahí, gente muy pobre«.

De manera que lo de la interpelación popular va en serio, o al menos así parece, para quienes todavía reclaman el beneficio de la duda. Habría que ser demasiado desprevenido, en extremo indolente, para no darse cuenta de que la política vuelve a oler a calle.

En el caso de la asamblea con las víctimas de las mafias inmobiliarias, ha quedado claro, una vez más, que cuando el pueblo interpela, la política fluye, las verdades salen a flote. Cuántas modalidades de fraude, robo, trampa, fueron puestas en evidencia. Jueces, fiscales, banqueros, empresas de maletín, constructoras y funcionarios formando parte de un complejo entramado que conspira contra los derechos del pueblo venezolano. Hay que decirlo también: funcionarios haciendo su trabajo y dando la cara, según el testimonio de varios afectados.

Los problemas son miles. El reto es enorme. Del lado gubernamental, procesar toda la información, elaborar políticas, garantizar su continuidad. Del lado de los afectados presentes en la asamblea, recordar su condición de voceros, no desvincularse de las bases, estrechar los canales de comunicación a lo interno del movimiento, trabajar unidos. La interpelación es también hacia dentro. Lo contrario sería desaprovechar una extraordinaria oportunidad.

La indiferencia por la política


Chávez en la Asamblea Nacional, sábado 15 de enero de 2011. Por: Prensa Presidencial.

Más allá del hastío por la política, está la indiferencia. Si el hastío es todavía contrariedad, disputa, conflicto, la indiferencia equivale al total desinterés por la política. De los hastiados es la honda desconfianza en la clase política, chavista y antichavista, por su empeño en reducir la lucha política a la lógica de las «dos minorías». Los indiferentes lo resumen todo en una sola frase: «No creo es en nadie».

Juntos, hastiados e indiferentes, suman millones de venezolanos y venezolanas. Es preciso no confundirlos con los «indecisos» de la «encuestología«: los hastiados puede que voten, aunque buena parte se abstenga; los indiferentes puede que hayan votado alguna vez, pero ya dejaron de creer en elecciones.

Encarar la crisis de polarización chavista, repolarizar, pasa por recuperar o restablecer los mecanismos de interpelación mutua y permanente entre Chávez y la base social del chavismo (buena parte de la cual está hastiada), y por crear las condiciones para la interpelación popular de la gestión de gobierno (en todos sus niveles), del partido y de todo el conjunto de las instituciones del Estado. En otras palabras, si hablamos de repolarización es porque nuestra gente está hastiada o permanece indiferente.

Entendido como una iniciativa política orientada a superar la lógica de las «dos minorías», sin duda que es oportuno el llamado a «diálogo» que ha realizado Chávez en la Asamblea Nacional, el pasado sábado 15 de enero. Como era predecible, buena parte de la clase política opositora ha reaccionado con desdén o desconfianza, intentando imponer condiciones para el «diálogo» o interpretándolo como una señal de «negociación» en puertas. Más de lo mismo.

La Asamblea Nacional está sometida a una prueba de fuego: habrá que ver si es capaz de convertirse en un escenario político de relevancia, porque hasta ahora (y desde hace mucho) la política pasa por otra parte. La política es en la calle, allí donde están los movilizados, pero también los hastiados y los indiferentes. Es en la calle donde la repolarización tendrá o no lugar. Repolarizar no significa apostarle a un Parlamento donde la clase política pueda «dialogar» y sostener un «debate de altura», discrepar, pero también llegar a acuerdos, por más necesario que esto sea.

Repolarizar significa bajarse de esa nube: entender, de una vez por todas, que el «diálogo» es antes que nada en la calle, allí donde éste se expresa como interpelación, reclamo, protesta, conflicto. Más allá del hastío, el «diálogo» tendrá que ser con los que ya no creen, no por «irracionales», sino por todo lo contrario: porque acumulan razones suficientes para no creer en la clase política. ¿Cómo «dialogar» con los indiferentes? Ahí está el punto. Entonces no será precisamente «diálogo», pero puede usted tener la certeza de que los indiferentes, tanto como los hastiados, tienen muchas cosas que decir.

La política es en la calle


(Versión «larga» del artículo que publica hoy el diario Ciudad CCS.

Salud).

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Chávez con Movimiento de Pobladores, sábado 8 de enero de 2011. Por: Fidel Ernesto Vásquez.

Ya va siendo tiempo de hacer un exhorto a todo el campo popular y revolucionario, a la diversidad de colectivos, movimientos, organizaciones y corrientes de diverso signo, a los intelectuales, a todos cuantos militan en la radicalización democrática de este proceso, al margen del chavismo oficial: hay que volver los ojos sobre lo acontecido el sábado 8 de enero, durante la reunión del zambo Chávez con el Movimiento de Pobladores. Es necesario evaluar las implicaciones políticas de los acuerdos alcanzados, de la alianza gobierno-movimiento popular para avanzar en un frente de lucha concreto; analizar y medir el eventual impacto de las iniciativas legislativas aprobadas, ponderar el universo de sujetos políticos involucrados.

Si bien resultan completamente predecibles las primeras reacciones del antichavismo (discurso que criminaliza a los ocupantes de edificios, la lucha contra el latifundio urbano convertida en amenaza contra los pequeños propietarios y traducida como vulneración del derecho a la propiedad privada, la recuperación de terrenos ociosos trocada en ataques injustificados contra la Polar), no deja de ser curiosa la relativa indiferencia que ha prevalecido en el campo popular y revolucionario.

Más allá de la reivindicación puntual del derecho a la vivienda y un hábitat dignos, de la lucha por el derecho a la ciudad (que ya de por sí es un frente de lucha de la mayor importancia); más allá incluso de la posibilidad que se abre para afectar los intereses del capital inmobiliario especulativo, y de la burocracia que trabaja en alianza con este sector del capital, está en juego la posibilidad de que las políticas públicas en la materia se construyan con el movimiento popular. Se trata de una experiencia que, de arrojar un saldo favorable, y siempre y cuando Chávez y el gobierno bolivariano garanticen su continuidad, podría ser replicada y multiplicada en otras áreas de gobierno.

Lo que ha logrado el Movimiento de Pobladores es el reconocimiento de un conjunto de sujetos que, o bien desempeñaron un papel protagónico en el pasado, hasta que volvieron a ser invisibilizados por el discurso oficial (CTU), o simplemente nunca fueron considerados como tales (conserjes, habitantes de las pensiones), y algunos incluso fueron criminalizados por sectores del chavismo oficial (inquilinos, Pioneros, ocupantes de edificios).

Pero el reconocimiento real no ha sido el obtenido en la reunión con Chávez: éste proviene de la lucha de calle, de la audacia y profundidad de sus planteamientos, de su beligerancia, de su capacidad para articular y movilizar a sujetos concretos, y del análisis permanente y pormenorizado de prácticas concretas de gobierno. Respecto de esto último, vale decir que pocas veces ha quedado tan claro que la denuncia en abstracto de la «burocracia» o la «derecha endógena», lejos de movilizar y proveernos de herramientas para la lucha, nos desarma y desmoviliza.

Si la lógica del partido/maquinaria nos ha provisto de un buen ejemplo de lo que significa vaciar de contenido el discurso sobre el socialismo, el Movimiento de Pobladores nos permite ilustrar el tipo de sujetos políticos que tendrían que conformar el partido/movimiento. Si la lógica del partido/maquinaria implicó un repliegue de la política real, concreta, junto al pueblo, los Pobladores nos aportan pistas de los escenarios donde se hace la política hoy día. Si los defensores del partido/maquinaria sólo son capaces de concebir la lucha política si ésta es promovida (y por tanto tutelada) desde arriba, los Pobladores nos recuerdan que sólo habrá radicalización democrática si ésta es impulsada desde abajo. Dentro del partido o fuera de él.

De manera que no cabe hablar siquiera de una victoria del Movimiento de Pobladores, sino de la posibilidad real de que las aguas estancadas de la política revolucionaria comiencen a desplazarse, dando lugar a nuevas corrientes, al agua fresca. En lugar del aire pesado de la política fraguada a puertas cerradas, comienza a circular un poco del aire fresco de la política callejera.

Los Pobladores no son el punto de llegada, las nuevas «estrellas» en el firmamento popular y revolucionario, cuya «gloria» habrá de pasar, efímera. Pero tampoco son el punto de partida, porque son muchos los que vienen desandando este camino. Habrá que avanzar hacia un punto de encuentro entre movimientos, corrientes, colectivos, organizaciones, intelectuales vinculados a luchas concretas, para ir tras los hastiados y los indiferentes, para ocupar los espacios despolitizados.

Por tanto, no es momento para la indolencia, la autocompasión o la cortedad de miras estratégica, en este caso del campo popular y revolucionario, sino para la política activa de calle, recuperando el terreno perdido por los burócratas de la política. Interpelando, construyendo, organizando, movilizando, manifestando, sentando posición de manera pública, cuestionando lo que haya que cuestionar, defendiendo todo cuanto sea digno de defender. Haciendo revolución.

La vida en los refugios


Conozco a varios personajes que darían un ojo de la cara por tener la oportunidad de ver, asomados por una pequeña rendija, lo que sucede al interior de los refugios. Me los puedo imaginar, a estos voyeristas intelectuales, extáticos, largándose interminables disquisiciones sobre la biopolítica o las «sociedades de control», citando a Deleuze, Agamben o, pongámonos más intensos, a William S. Burroughs, que, bien vistas, no pasarían de ser una versión más «elaborada» del mismo discurso que disparan los medios antichavistas, para los cuales todo se reduce a la «gestión ineficiente».

Por lo menos las periodistas de El Nacional mienten descaradamente y, haciéndose pasar por estudiantes de la Universidad Bolivariana, lograr entrar al refugio y se llevan consigo varios testimonios que luego descontextualizan de la manera más vulgar. Nuestros voyeristas, ni eso: les basta con creerse todo lo que cuenta la «prensa libre» e indignarse con un par de historias ajenas, para concluir lo que su visión ciclópea les enseñó desde siempre: que éste es un régimen totalitario, cuya «gestión de la vida» popular ahoga la libertad, etc.

Pero tamañas imposturas son verdaderamente irrelevantes si se les compara con las opiniones de algunos funcionarios vinculados a la «administración» de los refugios, o con las inquietudes de algunos «revolucionarios» que, por ejemplo, llegaron a expresar su malestar por el «mal hábito» de algunos refugiados del Sambil La Candelaria, que aireaban sus ropas en los balcones del ex centro comercial. Toda una afrenta estética.

Los refugiados y sus «malos hábitos»: «Qué dirán mis amigos de La Candelaria». Por: Carlos García Rawlins/Reuters.

En los refugios se recrea, pero en condiciones infinitamente más adversas, no sólo la vida barrial, con sus virtudes y miserias, sino también la profunda tensión que atraviesa a todas las instituciones del Estado, sin excepción: por una parte, la fuerte tendencia a la gestionalización de la política, con toda su carga de menosprecio por lo popular, pero también la tendencia a la repolitización de la gestión pública, de orientación radicalmente popular y democrática. Si bien sobre la primera tendencia podrían escribirse miles de páginas (y de esta fuente inagotable beben voyeristas y medios antichavistas, que después de todo terminan siendo lo mismo), es oportuno dedicarle algunas palabras al enorme contingente de hombres y mujeres que, día tras día, hacen la diferencia.

Son los hombres y mujeres que están convencidos de que el problema de los refugiados, como el resto de los problemas a los que nos enfrentamos, es irresoluble desde el Estado esclerosado y corrompido que hemos heredado; los que combaten cotidianamente (es necesario insistir en el punto: en las condiciones más adversas) décadas de paternalismo estatal y clientelismo, interpelando a los sujetos pasivos, sin «lástima» ni resentimiento; los que establecen alianzas con los líderes populares naturales para promover y crear las condiciones para la organización popular (a través, por ejemplo, de los Comités Populares de Vivienda); los que trabajan de la mano con el movimiento popular, intentando estrechar vínculos entre los refugios y la vida en los barrios; los que asumen que el objetivo no es una vivienda para cada familia, sino la vida digna, lo que pasa por hacerle frente a toda forma de exclusión y explotación (y a sus manifestaciones dentro de los refugios); los que se enfrentan a los déspotas: gestores, jefecillos, traficantes, figurines, discurseros y farsantes.

A todos ustedes, nuestro respeto, aliento y apoyo incondicional. Con su ejemplo nos demuestran que sigue siendo posible esa revolución en la que creemos.

Los buhoneros y el partido/movimiento


Fragmento del documental La revolución no será transmitida, de Kim Bartley y Donnacha O’Briain, que registra imágenes del pueblo reprimido en el centro de Caracas durante el 12 de abril de 2002. ¿Cuántas de las primeras víctimas de la dictadura de Carmona no fueron buhoneros?

Con los buhoneros sucede algo similar al caso de los motorizados: son sujetos políticos que han jugado un papel decisivo, determinante, en los momentos más duros de la confrontación política, y sin embargo son mirados con desdén por quienes militan, digamos, en la política formal.

Sobre los buhoneros se ha dicho de todo, y seguramente buena parte de lo dicho sea verdad: que el negocio de la buhonería está controlado por mafias; que en aquellos lugares donde controlan el territorio, están estrechamente imbricados con redes delincuenciales; que este mismo control del territorio lo realizan de manera anárquica y caótica, e impiden el derecho al libre tránsito de los ciudadanos; que parte del negocio está controlado férreamente por el paramilitarismo. Son todos argumentos esgrimidos por compañeros que militan en la revolución bolivariana. No viene al caso ahondar en la percepción que sobre el asunto tiene la derecha más rancia, tributaria de lógicas represivas del tipo tolerancia cero.

Para los compañeros formados en los principios y valores de la izquierda más tradicional, no tiene sentido siquiera hablar de «sujetos políticos». Buhoneros y motorizados son asociados, automáticamente, con el lumpen. Sólo la «clase obrera», con una pequeña ayuda de sus aliados los profesionales, técnicos, estudiantes y, si fuera posible, el campesinado, tienen derecho de entrada al paraíso. Lo demás es palabrería posmo.

Con el resto de los compañeros, que por suerte son los más, es posible plantearse el asunto en otros términos. Frente a sus reservas, algunas de ellas legítimas, suelo responder con un pequeño ejercicio de memoria histórica: en 2002, los buhoneros ocupaban un extenso corredor territorial en pleno centro geográfico de Caracas, entre Chacao y Plaza Venezuela, que más de una vez sirvió como muro de contención contra las tentativas opositoras de desplazarse hacia Miraflores, no para ir a regalarle piropos a Chávez, sino para derrocarlo. Esa historia no me la contó nadie: durante todo 2002 y buena parte de 2003 trabajé a una cuadra del bulevar de Sabana Grande. En diciembre del mismo año, en pleno paro insurreccional, bastaba con asomarse al bulevar para ver a la ciudad en movimiento. Del mismo modo, cualquiera que haya estado en la calle el 13 de Abril sabe de la importancia crucial de los motorizados, en tanto canales «informales» pero eficaces de comunicación popular, por decir lo menos.

Voy más allá: ¿cuántas de las primeras víctimas de la dictadura de Carmona no fueron buhoneros del centro de Caracas, reprimidos a sangre y fuego por la Policía Metropolitana? Sin duda, algunos de los primeros combates callejeros contra la dictadura, el 12 de abril, fueron protagonizados por el pueblo/buhonero.

Los compañeros del Movimiento de Pobladores me explicaban hace poco, refiriéndose al caso de los edificios ocupados en el centro de Caracas, que las mafias sólo controlaban espacios despolitizados, es decir, allí donde los ocupantes no estaban organizados. Nada más eficaz contra las mafias que el trabajo político. Igual consideración podría hacerse en el caso de los buhoneros. Acaso el desdén con que se les mira, tenga relación con el proceso de despolitización o burocratización de la política que hoy afecta a la revolución bolivariana.

Produce un poco de pena ajena la aclaratoria, pero es necesario decirlo: no estoy planteando que los buhoneros sean el «sujeto histórico» de la revolución bolivariana. Sin embargo, preocupa la tendencia que apunta en sentido inverso: hacia su criminalización. Más claro aún para que se entienda en todas partes: ¿la invisibilización de los buhoneros como sujetos políticos, allí donde este fenómeno opere, tendrá alguna relación con los resultados electorales del 26-S?

En fin, tanto buhoneros como motorizados deben formar parte del partido/movimiento en ciernes. Caso contrario, estarán los mismos que hoy están, y tal vez algunos más, pero no estarán todos los que son.

Que paguen los que más tienen


Hace una semana escribía sobre la deriva discursiva opositora, signo claro de que el antichavismo había sido incapaz de asimilar al Chávez «repolitizado» que se había lanzado a la calle dispuesto a ser interpelado por el pueblo, el Chávez «cable» entre el pueblo y el Estado, para latiguear al Estado, para interpelarlo. Frente a este Chávez, y a una velocidad impresionante, la táctica de desgaste opositora, concentrada en la crítica de la gestión de gobierno, fue perdiendo eficacia. El látigo-Chávez volvía a ubicarse en el único lugar desde el cual es concebible una revolución: por «fuera» del Estado, no sólo reclamando y recuperando el legítimo derecho a cuestionar radicalmente al Estado burgués esclerosado y corrompido, sino reivindicando esta crítica como una obligación. En medio del aguacero, el hombre había logrado encender la chispa, que fue convirtiéndose en incendio, pueblo allamarado, mientras los otrora poderosos cañones opositores disparaban cual pistolitas de agua: ¡Populista! ¡Populista!

Al grito de ¡Populista!, cual ejército que se retira de manera desordenada, prometiendo que volvería, la oposición buscaba un terreno más cómodo para reordenar su estrategia. Hacia finales de la semana pasada era evidente su esfuerzo denodado por desplazar la lucha política de la calle, donde el látigo-Chávez volvía a lucir sin rivales, al terreno de lo legal: a la denuncia de las leyes que terminarían por instaurar, vía decreto, y por enésima vez, la más oscura de las dictaduras.

Entiéndase: no se trata de subestimar la importancia de la discusión pública en torno a las leyes en discusión en la Asamblea Nacional, como ha quedado en evidencia a propósito del proyecto de reforma de la Ley Resorte, cuyo articulado sufrió significativas modificaciones a partir de la movilización que se produjo en el campo bolivariano.

Se trata de no perder de vista que la política revolucionaria se hace es en la calle, junto al pueblo. Insisto: la principal lección política de las últimas dos semanas es que la gestión de gobierno, en todas las áreas, debe estar acompañada siempre del pueblo/sujeto, no del pueblo/objeto de la asistencia del Estado paternalista. Lo mismo cabe, por supuesto, para la Asamblea Nacional: que el «pueblo legislador» no se convierta en una consigna vacía.

Pueblo/sujeto de la gestión de gobierno, repolitización de la gestión, equivale a crear las condiciones para el autogobierno popular. Repolitizar la gestión no significa hacer más eficiente al Estado burgués, sino fortalecer el poder popular. De hecho, el problema consiste precisamente en la brutal eficacia del Estado burgués: sabotea y obstaculiza, de manera permanente, el proceso de empoderamiento popular.

Consideraciones que son oportunas a propósito del anuncio que ha hecho Chávez, el lunes pasado, de convocar a una Ley Habilitante. El movimiento que tímidamente ensayaba la oposición, intentando desplazar la lucha política de la calle a lo legal, ahora adquiere mayor fuerza. Lo oposición sueña con un Chávez enmarañado en un sin fin de leyes, alejado de nuevo de la calle, «gestionalizado».

Un alentador signo de que la circunstancia de la Habilitante no significará un repliegue de la calle, sería la reconsideración de una medida como el aumento del IVA. Ahora más que nunca vale la conseja de que la economía es un asunto demasiado serio como para dejárselo a los economistas. Dicho de otra forma, éste no es momento ni lugar para los técnicos y expertos económicos, sino para la crítica de la economía política. Que el costo de la reconstrucción de lo que han arrasado tanto las lluvias como el capitalismo vernáculo, lo paguen los que más tienen, no el pueblo venezolano.

Chávez «populista»


Chávez en La Pedrera, Antímano, al oeste de Caracas. Miércoles 1 de diciembre de 2010

 
No es casual que, a propósito de la emergencia ocasionada por las lluvias, la oposición vuelva a hablar de una supuesta «estrategia populista» de Chávez. El hombre, literalmente, no ha parado: ha retomado la calle con una energía que no se le veía en mucho tiempo. Su despliegue ha ido más allá de cualquier fórmula clásica de marketing político: no es un político cualquiera visitando una zona afectada, embarrándose hasta las rodillas, posando para las cámaras. Es un Chávez que toma un megáfono y dirige una asamblea popular cerro arriba; uno que ha vuelto a prescindir de toda mediación y entra en contacto directo con el pueblo; uno que promueve la interpelación popular, que escucha demandas, orienta, dialoga, que intenta poner en práctica el poder obediencial, que interpela directamente al aparato de Estado, abriendo las puertas de Miraflores y de los cuarteles para que sean utilizados como refugios; uno que ocupa territorios acompañado por el pueblo; uno que instiga de manera permanente el control popular sobre la gestión de gobierno, que llama al pueblo a organizarse y reclamar; uno que exige a los medios públicos que se abran a las críticas, que se hagan eco de las denuncias populares, que combatan la corrupción, el clientelismo y el tráfico de influencias.

No es un Chávez desconocido. Es más bien Chávez volviendo a ser Chávez. Frente a este Chávez «repolitizado», líder político antes que jefe de gobierno, la táctica discursiva que la oposición viene empleando desde 2007, concentrada en la crítica de la gestión gubernamental, va perdiendo eficacia. La apelación al recurso retórico de una supuesta «estrategia populista» del hombre, es un signo inequívoco de la actual deriva discursiva opositora. No han sido capaces de asimilar el momento. Reaccionan haciendo uso de su viejo arsenal retórico, defensivamente, aguantando el vendaval, sin iniciativa. La interpelación popular, que el mismo Chávez promueve, es motivo de risa burlesca para los medios antichavistas. «Se los digo de frente»: son bufones que no han comprendido nada. Tal vez es risa nerviosa porque comienzan a comprender.

La táctica opositora de desgaste sólo es eficaz en la medida en que: 1) el chavismo oficial es refractario a la crítica popular de la gestión de gobierno; y 2) el discurso sobre el socialismo es percibido por la base social del chavismo como algo abstracto. De allí que la táctica opositora de desgaste consista en: 1) crítica de la gestión: algo falta, o el gobierno es ineficiente, lo hace siempre mal; y 2) denunciar que el discurso del socialismo no guarda ninguna relación con las necesidades más sentidas del pueblo. Es decir, algo falta (gestión) y algo sobra (ideología).

¿A qué obedece el discurso sobre la «estrategia populista» de Chávez, cuál es su lógica de funcionamiento? Para la oposición, ahora lo que «sobra» es gestión. El «populismo» es «exceso» de gestión. Según este discurso, el problema ahora es que Chávez está ofreciendo más de lo que su gobierno ineficiente puede resolver; está creando ilusiones y expectativas ilimitadas; está prometiendo más viviendas de las que puede construir, etc. Lo que «sobra» y preocupa es la gestión que comienza a repolitizarse.

Por supuesto, la oposición seguirá insistiendo en su táctica de desgaste, identificando puntos débiles de la gestión gubernamental. En cada caso, lo que habrá que hacer es asimilar la que quizá sea la principal lección política de la coyuntura creada por las lluvias, y actuar en consecuencia: la gestión de gobierno, en todas las áreas, debe estar acompañada siempre del pueblo/sujeto, no del pueblo/objeto de la asistencia del Estado paternalista. Pueblo/sujeto de esa «rebelión popular» de la que hablara Chávez el martes por la noche, desde Fuerte Tiuna. No nos corresponde la defensa acrítica del Estado burgués anquilosado, corrompido e ineficiente, sino echar las bases de una nueva institucionalidad democrática. Y eso sólo es posible con participación popular.

El hastío por la política


Lo primero sería distinguir el hastío de la desilusión, la desesperanza, la decepción o el desencanto. Cuando planteo que buena parte de la base social del chavismo está «hastiada de la cortedad de miras estratégica del chavismo oficial«, esto no quiere decir que el chavismo, cual cuento de hadas, fue alguna vez una masa que esperaba paciente y resignadamente el advenimiento de la revolución bolivariana: ésta llegó y se hizo la ilusión y la esperanza y vivieron felices… hasta que una partida de burócratas malvados se empeñó en frustrar sus sueños.

El desencanto y la desesperanza son propios del antichavismo promedio: ilusionado con vivir en una sociedad que mantuviera al margen a los pobres, a los explotados, a los «incultos» y a los «flojos», a los negros, indios y zambos, la irrupción de las masas populares en la política supuso para las clases acomodadas un verdadero quebradero de cabezas. El odio de clases, el supremacismo, la criminalización de todo lo que sea sospechoso de chavismo, no son más que expresiones de la profunda decepción que produjo el fin de la ilusión de vivir en «armonía», ocultando o postergando el conflicto.

Hastío es desencuentro, contrariedad, enfado. Disputa, diferencia, conflicto. Del hastío es la rabia creadora, y sin hastío no hay revolución posible: hastío de la exclusión, de la explotación, de las insoportables condiciones materiales de vida. Con todo y sus excesos y errores, el hastío se distingue siempre del odio de quienes ocupan posiciones de dominio.

Hoy día el hastío es lo propio de los sujetos hechos visibles por el chavismo y vueltos a invisiblizar por el chavismo oficial. Hay hastío es las bases del partido, pero también en los márgenes y, más acá, en las calles de los grandes centros urbanos, donde se concentra el grueso de la población. Un hastío que tiene que ver con el aplanamiento y disciplinamiento de las voluntades que implicó la burocratización de la política.

Hace más de trescientos años, Baruch Spinoza intentó resolver la incógnita: ¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si lucharan por su libertad? Bien cabe la pregunta: ¿si parte de la base social del chavismo ha dejado de votar es porque ha dejado de luchar? ¿O este acto de rebeldía envía un mensaje claro, que no ha sabido o no ha querido escuchar nuestra burocracia política: que la lucha política no se agota en la contienda electoral? Mi hipótesis: el hastío es una interpelación directa, brutal, «salvaje», contra la dirección política de la revolución bolivariana. Esta interpelación se resume en una pregunta: ¿cuál libertad?

¿Es el pueblo el que ha dejado de luchar o es la burocracia acomodada la que no desea que haya lucha? ¿Es que el pueblo ya no tiene voluntad de lucha, o es que no ya no tiene voluntad para luchar subordinado a burócratas, corruptos, dirigentes mediocres, oportunistas y estalinistas?

El hastío ha cobrado una fuerza tal, que el antichavismo ha vuelto a ilusionarse: se cree capaz de encauzarlo, de sacarle provecho electoral. Ilusión vana. El problema, sin embargo, es que el chavismo oficial, aturdido y desorientado por el hastío, yace en la inercia. Allí donde el hastío se manifiesta, sólo ve indisciplina, desorden, falta de «formación política», anarcoides. Los policías del pensamiento hasta se inventan nuevas categorías: «pequeña burguesía, folklórica, anarcoide«. No es para menos: en los burócratas de la política recae la mayoría de los cuestionamientos.

No se trata de que buena parte de la base social del chavismo haya perdido la «esperanza» en la revolución bolivariana. Chavismo hastiado no es chavismo desesperanzado. El chavismo no «espera» nada de la revolución. La revolución la hacen los pueblos cuando se cansan de esperar. El hastío es una expresión de esa rabia, esa contrariedad, de ese hondo desacuerdo que hizo posible la revolución. El hastío es el signo más elocuente de que la rebeldía está viva. El punto está en transformar ese hastío en fuerza alegre y combativa (repolarizar), que no es igual a domesticar o censurar la rebeldía.

El chavismo hastiado, los que no votan, pero también los millones que a pesar de todo seguimos votando y batallando; los que libran miles de peleas cotidianas desde las bases del partido y fuera de él; los que siguen creando, inventando, revolucionando, impulsando espacios de autogobierno popular a pesar de todos los obstáculos que implica la imposición de la lógica del «órgano rector»; los que se movilizan, cuestionan y proponen, aunque no siempre sus propuestas sean escuchadas; los que dijimos, decimos y diremos presente, pero también y sobre todo los ausentes: hoy estamos todos un paso al frente. Es la dirección política la que tiene que apurar el paso y ponerse a la altura de las circunstancias. Mientras tanto, no tenemos otra opción que seguir avanzando.

Si repolarizar pasa por encarar el hastío, recuperar, reagrupar, rearticular, reorganizar fuerzas, es preciso asumir de una buena vez que no habrá repolarización sin protagonismo popular. Allí radica nuestra fuerza. A ella le tienen pavor los desencantados, los desilusionados.

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