Chávez «populista»


Chávez en La Pedrera, Antímano, al oeste de Caracas. Miércoles 1 de diciembre de 2010

 
No es casual que, a propósito de la emergencia ocasionada por las lluvias, la oposición vuelva a hablar de una supuesta «estrategia populista» de Chávez. El hombre, literalmente, no ha parado: ha retomado la calle con una energía que no se le veía en mucho tiempo. Su despliegue ha ido más allá de cualquier fórmula clásica de marketing político: no es un político cualquiera visitando una zona afectada, embarrándose hasta las rodillas, posando para las cámaras. Es un Chávez que toma un megáfono y dirige una asamblea popular cerro arriba; uno que ha vuelto a prescindir de toda mediación y entra en contacto directo con el pueblo; uno que promueve la interpelación popular, que escucha demandas, orienta, dialoga, que intenta poner en práctica el poder obediencial, que interpela directamente al aparato de Estado, abriendo las puertas de Miraflores y de los cuarteles para que sean utilizados como refugios; uno que ocupa territorios acompañado por el pueblo; uno que instiga de manera permanente el control popular sobre la gestión de gobierno, que llama al pueblo a organizarse y reclamar; uno que exige a los medios públicos que se abran a las críticas, que se hagan eco de las denuncias populares, que combatan la corrupción, el clientelismo y el tráfico de influencias.

No es un Chávez desconocido. Es más bien Chávez volviendo a ser Chávez. Frente a este Chávez «repolitizado», líder político antes que jefe de gobierno, la táctica discursiva que la oposición viene empleando desde 2007, concentrada en la crítica de la gestión gubernamental, va perdiendo eficacia. La apelación al recurso retórico de una supuesta «estrategia populista» del hombre, es un signo inequívoco de la actual deriva discursiva opositora. No han sido capaces de asimilar el momento. Reaccionan haciendo uso de su viejo arsenal retórico, defensivamente, aguantando el vendaval, sin iniciativa. La interpelación popular, que el mismo Chávez promueve, es motivo de risa burlesca para los medios antichavistas. «Se los digo de frente»: son bufones que no han comprendido nada. Tal vez es risa nerviosa porque comienzan a comprender.

La táctica opositora de desgaste sólo es eficaz en la medida en que: 1) el chavismo oficial es refractario a la crítica popular de la gestión de gobierno; y 2) el discurso sobre el socialismo es percibido por la base social del chavismo como algo abstracto. De allí que la táctica opositora de desgaste consista en: 1) crítica de la gestión: algo falta, o el gobierno es ineficiente, lo hace siempre mal; y 2) denunciar que el discurso del socialismo no guarda ninguna relación con las necesidades más sentidas del pueblo. Es decir, algo falta (gestión) y algo sobra (ideología).

¿A qué obedece el discurso sobre la «estrategia populista» de Chávez, cuál es su lógica de funcionamiento? Para la oposición, ahora lo que «sobra» es gestión. El «populismo» es «exceso» de gestión. Según este discurso, el problema ahora es que Chávez está ofreciendo más de lo que su gobierno ineficiente puede resolver; está creando ilusiones y expectativas ilimitadas; está prometiendo más viviendas de las que puede construir, etc. Lo que «sobra» y preocupa es la gestión que comienza a repolitizarse.

Por supuesto, la oposición seguirá insistiendo en su táctica de desgaste, identificando puntos débiles de la gestión gubernamental. En cada caso, lo que habrá que hacer es asimilar la que quizá sea la principal lección política de la coyuntura creada por las lluvias, y actuar en consecuencia: la gestión de gobierno, en todas las áreas, debe estar acompañada siempre del pueblo/sujeto, no del pueblo/objeto de la asistencia del Estado paternalista. Pueblo/sujeto de esa «rebelión popular» de la que hablara Chávez el martes por la noche, desde Fuerte Tiuna. No nos corresponde la defensa acrítica del Estado burgués anquilosado, corrompido e ineficiente, sino echar las bases de una nueva institucionalidad democrática. Y eso sólo es posible con participación popular.

El chavismo y la segunda oleada


(Este artículo lo terminé de escribir hace ya casi tres meses, exactamente el 7 de septiembre, a pedido de los compañeros de la revista SIC, de la Fundación Centro Gumilla. Fue publicado en el número 718 , de septiembre-octubre de 2009, consagrado al tema: Socialismo a la venezolana.

Lo comparto con ustedes en ocasión de celebrarse hoy elecciones presidenciales en Uruguay y Honduras. En un caso, decidirá la participación popular masiva; en el otro, la abstención militante.

Se viene la segunda oleada).

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Tendríamos que comenzar por abandonar esa idea, tan seductora como ingenua, según la cual la construcción del socialismo es una carrera de cien metros planos que nosotros corremos como Usain Bolt. O una pelea por el título peso ligero que sentenciamos a nuestro favor en el décimo round. El problema con las revoluciones es que la carrera nunca acaba, la pelea nunca termina: podemos ser capaces, incluso, de propinar más de un nocaut fulminante, y aún así siempre tendremos en frente a un nuevo contendor.

Usain Bolt: cabalgando
Dicho lo anterior, es indudable que lo que resulta fascinante y alentador del actual momento histórico es que la pelea por el título se libra en toda América: en el transcurso de la última década, las fuerzas de izquierda han logrado propinar algunos nocauts, llegando incluso a coronar a varios de los suyos en la silla presidencial. En el caso venezolano, el defensor del título fue a dar a la lona, durante cuarenta y siete horas, y un gigantesco levantamiento popular y militar lo devolvió al ring, con la fuerza que es capaz de inspirar un aliento colectivo de tal naturaleza. Hay de todo: en países como Bolivia el intercambio de ganchos de izquierda y derechazos a la mandíbula inspiró la célebre frase del contrincante narrador: atravesamos por una etapa de «empate catastrófico»; en Ecuador, el defensor se da el lujo de corretear por el cuadrilátero, mientras su contrincante recibe conteo de protección; en Paraguay recibe una lluvia de insultos, acusaciones y dos, tres, cuatro, cinco golpes de puñalada; en Brasil, Argentina, Uruguay o Chile, cada cual con su estilo, propina algún izquierdazo contundente, pero inmediatamente se abraza con su rival, bien sea por agotamiento o por no disponer de mucha voluntad para encarar la pelea; en Colombia o Perú, los retadores de izquierda deben aguantar una andanada de golpes ilegales: por debajo de la cintura, por la nuca, patadas, tropezones, masacres y persecuciones.
Con sus profundas diferencias, sus indudables semejanzas, sus ritmos dispares y diversos estilos, el cambio de rumbo político continental es de tal manera inocultable que hasta los comentadores y analistas de la derecha han debido reconocer que en América se ha producido lo que todos reconocen como un giro a la izquierda. Rendidos ante la evidencia, a la media oligárquica y a sus mentores intelectuales no les ha quedado de otra que poner el acento en aquellas diferencias, distinguiendo entre una izquierda vegetariana, responsable, moderada y moderna y otra carnívora, malhablada, vulgar, expansionista, radical y decimonónica. El propósito es tan evidente que raya en lo vulgar: detrás de la muy decimonónica práctica que consiste en distinguir entre civilización y barbarie, lo que aparece es el esfuerzo por obstaculizar la unidad de propósitos.
El asunto se complica aún más cuando el mentado giro a la izquierda es utilizado por cierta intelectualidad progre, renuente a profundizar en la complejidad, el significado y el alcance del acontecimiento, como pretexto para no hacer lo que sin embargo estaría obligada a hacer: examinar con el rigor suficiente tanto los puntos de encuentro como los de desencuentro, las particularidades tanto como las generalidades, los flancos débiles tanto como los fuertes. En resumen: aquello que nos une y por tanto nos hace fuertes, tanto como aquello que nos amenaza y pone en riesgo la necesaria unidad. ¿El mayor riesgo en lo inmediato? Que el fulano giro a la izquierda se desvanezca en la próxima esquina, que desaprovechemos la oportunidad histórica de convertir el tal giro en camino y obliguemos a las generaciones futuras a tomar el testigo en una carrera cuya meta es el despeñadero.
Celebrar este giro a la izquierda con aire triunfalista, como prueba irrefutable de que de ahora en adelante los pueblos acumularán una victoria tras otra es, cuando menos, irresponsable. Muy por el contrario. La noticia es ésta: Usain Bolt tiene que comenzar a asimilar que lo que nos viene es un maratón. Ni siquiera Julio César Chávez ni Mano e Piedra Durán ganaron todas sus peleas. Planteado menos deportivamente: tarde o temprano habremos de sufrir alguna derrota. O cuatro. Muy difícil, casi imposible preverlo con exactitud: cuándo, cuántas. ¿Las causas? Pueden ser muchas, asociadas unas con otras, simultáneas: acumulación de errores internos, cambio drástico de la correlación de fuerzas, incapacidad para demoler el viejo Estado o para transformar las relaciones sociales y económicas, freno al proceso de radicalización democrática, repetición de viejos errores del socialismo burocrático. También: desestabilización con apoyo externo, corrupción de funcionarios, atentados, infiltración de fuerzas paramilitares, golpe de Estado, magnicidio, invasión.
Sin excepción, cada una de estas eventuales causas o escenarios reales están planteados o están en pleno desarrollo. Insisto: de manera simultánea, aunque como es obvio la situación varía según sea el caso. En algunos casos es posible que el proceso de cambios se vea detenido, así sea temporalmente, concluido el período del mandato presidencial, dada la inexistencia de una figura capaz de aglutinar el apoyo suficiente para triunfar en elecciones democráticas y con ello garantizar la continuidad del proyecto. Asestadas estas derrotas, ellas implicarán un freno o incluso un retroceso del proceso de cambios continental. Tendrá lugar entonces una feroz campaña propagandística y los ideólogos de la democracia liberal – y de otras formas menos santas de gobierno – cantarán sobre el inicio del fin del giro a la izquierda. Eso escríbanlo.
El golpe de Estado en Honduras ha sido una avanzada de esta contraofensiva continental. Como bien lo ha sabido interpretar Isabel Rauber en un artículo excepcional: «No es la vuelta al pasado, no hay que equivocarse: es el anuncio de los nuevos procedimientos de la derecha impotente. El neo-golpismo es ‘democrático’ y ‘constitucional’. Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva era: la de los ‘golpes constitucionales'». Con el derrocamiento de Zelaya, la derecha continental no sólo ha infligido un golpe a la Unasur, sino que lo ha hecho ensayando una nueva modalidad que no tardará en replicarse en otros países de América, allí donde modalidades más impresentables no tengan, por los momentos, posibilidades de éxito.

Pero este inicio del fin del giro a la izquierda estará muy lejos de significar lo que, sin embargo, proclamarán a los cuatro vientos los ideólogos del status quo: el fin de la era de los pueblos en rebeldía y un despertar de la borrachera democrática e igualitarista que sacudió, en mala hora, a la América toda. En medio del triunfalismo de la derecha – que, la historia así lo enseña, es mala perdedora y peor ganadora – lo que volverá a emerger, lo ha planteado también Rauber, es «una cuestión política de fondo: los procesos sociales de cambio solo pueden ser tales, si se construyen articulados a las fuerzas sociales, culturales y políticas que apuestan al cambio y generan el consenso social necesario para llevarlo adelante. Y esto solo puede realizarse desde abajo, cotidianamente, en todos los ámbitos del quehacer social y político: en lo institucional y en la sociedad toda. Un empeño político y social de esta naturaleza, no se alcanza espontáneamente. No basta con que un mandatario tenga una propuesta política que considere justa o de interés para su pueblo; es vital que el pueblo, los sectores y actores sociales y políticos sean parte de la misma, que hayan participado en su definición, que se hayan apropiado de ella».

Así, luego de este retroceso temporal del proceso de cambios revolucionarios a escala continental, sobrevendrá una segunda oleada democrática y revolucionaria, impulsada por los movimientos populares que en esta etapa, en mayor o menor grado según el país del que se trate, han sido mantenidos al margen por gobiernos que, a pesar de todo, se autodefinen como populares. Diagnóstico que vale, en particular, para los casos argentino y brasileño, pero del que no escapa Venezuela ni ningún otro país gobernando por la izquierda. Esta segunda oleada será acompañada por aquellos procesos que supieron aprender a tiempo la lección más importante, y cuyo desconocimiento constituye nuestra principal amenaza: la revolución la hacen los pueblos, no minorías iluminadas.

De allí que una de nuestras principales tareas consista en saber interpretar el carácter y la naturaleza bravía, potente y revolucionaria del chavismo, entendido como movimiento popular que aglutina tradiciones y saberes, estéticas y sensibilidades, que plantea demandas y formula propuestas. Mal haríamos relegándolo al papel de espectador en la pelea, ese cuya participación se limita a lanzar vítores a su gallo. Mal haríamos al pretender domeñar o contener la potencia de un movimiento que, cuando es necesario, corre como Usain Bolt y pega como Edwin Valero.
Edwin Valero: fulminante

Es fiesta, es ofensiva cultural: es Tiuna El Fuerte


(Si me preguntaran cuál es la iniciativa cultural más innovadora, revolucionaria, plural, acojonante, asombrosa, desconcertante y radicalmente democrática de esta Caracas de siglo XXI, respondería sin pensarlo una milésima de segundo: Tiuna El Fuerte.

Coño vale, échenles una mano. El poder es pa ejercerlo. Si los recursos no bajan pa propuestas tan extraordinarias como ésta, es porque algo no está funcionando bien.

Transcribo la convocatoria que hace la gente del Tiuna para una Fiesta de Ofensiva Cultural – también conocida como Marcha del Movimiento Urbano – que se celebrará el jueves 29 de octubre. Detalles abajo.

¡Es Tiuna! ¡Es Fuerte!

Salud).

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Tiuna El Fuerte
convoca:

Para el día jueves 29 de octubre de 2009 a las 12 del mediodía, el Núcleo Endógeno Cultural Tiuna El Fuerte, los consejos comunales de la parroquia El Valle, colectivos de los movimientos reggae, punk, circo, audiovisual, hip hop y diversos artistas populares urbanos se movilizarán desde la salida de la estación Parque Carabobo hasta la Plaza Bolívar de Caracas para respaldar el proyecto del Parque Cultural Tiuna El Fuerte y promover la superación de obstáculos burocráticos dentro de la Alcaldía de Caracas que permita imprimirle el ritmo revolucionario que requiere la construcción de sus edificaciones.

El Parque Cultural Tiuna El Fuerte es un proyecto que se viene gestando hace 5 años desde la lucha cotidiana de los artistas de calle por construir un espacio para la formación en artes, comunicación, oficios e investigación social para el Valle de Caracas. Un espacio de encuentro, formación y articulación de adolescentes, jóvenes y adultos organizados que cantan, bailan, componen, pintan, graban y se rebelan contra los valores del sistema capitalista y contra el discurso que intenta convencer a los chamos del barrio que ellos no nacieron pa semilla, que son los hijos del no futuro y que son para Caracas y el país sólo un problema social. Es un espacio desde donde los jóvenes del barrio, a través del arte, expresan que ellos también son pueblo en revolución.

Desde Tiuna El Fuerte se ha venido trabajando con jóvenes desocupados (desempleados), con jóvenes que no estaban insertos en el sistema escolar formal, jóvenes con mucho tiempo de ocio y ningún lugar para estar y ser más allá de la esquina, más allá de los bares, más allá del consumo de la marca, de la moto, de la infracción a la ley. Pero estos mismos jóvenes tenían ganas de participar y hacer lo que ellos sabían que podían hacer, pero nadie les había dicho ni cómo ni dónde; tenían la creatividad, el talento, la fuerza para el trabajo, la agilidad para pensar rápido y actuar colectivo. Subvirtieron el estigma y decidieron creen en ellos, en el arte, en Tiuna El Fuerte.

Es, entonces, Tiuna El Fuerte un espacio de formación y acción política donde estos jóvenes han comprendido que el arte no es el arte en sí mismo, para la mera expresión de talentos personales y la búsqueda de fama y dinero, sino un espacio desde donde transformar el barrio y la realidad de muchos que como ellos estuvieron excluidos y señalados de ser malandros, drogadictos, vagos y peligrosos. Un espacio construido por ellos para creer en ellos y para que las comunidades conocieran otra manera de ser un joven revolucionario, sin recitar a Marx, a Lenin o al Che Guevara, pero sembrando socialismo barrio adentro.

Hoy, Tiuna El Fuerte cuenta con apoyo de la Comuna de El Valle, compuesta por 56 Consejos Comunales y la Mesa de Infraestructura de la parroquia, con más de 100 colectivos culturales y cultores populares en todo el país, con una experiencia sistematizada de trabajo con jóvenes de sectores populares, con un método basado en el diálogo de saberes y de respeto a las identidades juveniles populares urbanas, con un equipo de investigadores de calle y de académicos que están pensando la ciudad y sus lógicas excluyentes, y están creando maneras alternativas y contestatarias de transformar la violencia de los barrios en militancia desde el arte para la revolución bolivariana.

Por todo lo que está y todo lo que se viene, este jueves 29 de octubre Fiesta de Ofensiva Cultural, alias Marcha del Movimiento Urbano, a las 12 del mediodía, desde Parque Carabobo hasta la Plaza Bolívar.

¿Por qué marcha Tiuna El Fuerte?
1. Porque las políticas para los jóvenes del barrio las podemos y debemos construir los propios jóvenes del barrio desde lo que somos, desde lo que conocemos, nos gusta y sabemos hacer.

2. Porque tenemos 5 años inventando, probando, errando y acertando métodos para organizarnos y multiplicarnos como guerreros urbanos contra el capitalismo.

3. Porque no sólo los estudiantes organizados representan al poder popular: los jóvenes del barrio, que cantamos, bailamos, componemos, grabamos y pintamos, también somos pueblo en revolución.

4. Porque el Este no puede ser el único polo en la ciudad al que acuda el pueblo para recrearse. Porque queremos que en nuestros barrios existan espacios grandes, limpios y verdes donde se produzca cultura revolucionaria, recreación y diversión para nosotros mismos, el pueblo.

5. Porque queremos un espacio gratuito y seguro para el encuentro cultural y recreativo en la parroquia El Valle, para el Valle de Caracas.

6. Porque transformamos todo eso que el capitalismo desecha, en espacios con uso, valor y forma alternativa y revolucionaria. Porque innovamos con nuestra propuesta arquitectónica, reivindicando el contenedor industrial como espacio reutilizable.

7. Porque con las artes urbanas somos nosotros mismos y no necesitamos de la violencia y el malandreo para que nos respeten.

8. Porque somos la cara joven de la revolución. Porque recuperamos la alegría que nos arrebataron. Porque reímos y nos la vacilamos.

9. Porque el movimiento cultural urbano existe, crece, pica y se extiende.

Justicia y horror


Portada de El Nacional, sábado 4 de abril de 2009

¡213 años!
Según la misma lógica geométrica de la que abusa El Nacional, los ocho funcionarios y jefes policiales de la Metropolitana sólo habrían podido quedar libres en tiempo presente, previo cumplimiento de condena, si el 11 de abril no hubiera acontecido en 2002, sino tan lejos como en 1796.
1796: el mismo año en que fuera asesinado José Leonardo Chirino, a siete años de iniciada la Revolución Francesa y apenas dos años después del Termidor, acontecimiento que marcaría el fin del gobierno revolucionario encabezado por Robespierre.

De vuelta a 2009, El Universal reporta que José Luis Tamayo, abogado defensor de los funcionarios policiales, opinó sobre la jueza que dictó sentencia: «se graduó con todos los honores como la jurista del horror«. De opinión muy similar fue Yon Goicochea, dirigente de Primero Justicia, quien advirtió: «Ha empezado la etapa del horror en Venezuela». En su editorial del sábado 4 de abril, El Nacional habla de «condena maligna» e intitula: Terrorismo judicial. Un «terrorismo» que define en estos términos: «tiene su base principal en el hecho de que los ciudadanos pueden acudir a los tribunales a dirimir sus conflictos siempre y cuando no afecten la sensible piel del Presidente de la República. En caso contrario, de nada vale tener un buen abogado, cumplir con los requisitos judiciales exigidos o demostrar la inocencia con un alud de pruebas». Una definición que acompaña con esta valoración del Poder Judicial: «Ya no es ni Poder ni mucho menos Judicial: es un adefesio integrado por una larga fila de funcionarios arrodillados, como si estuvieran pagando penitencia para que no los alcance algún día la brutalidad militar, con la boina roja en la cabeza para así amordazar las ideas y, de paso, colocarle esposas a la dignidad personal, a la ética y a la práctica jurídica».

Curiosa lógica aritmética: tres esposas que se debaten entre el dolor y la rabia, tres inocentes con la cabeza gacha tras haber perdido la libertad, tres asesinos sueltos que celebran con la danza de la muerte, exhibiendo incluso el arma del delito.

Las palabras de la señora Dayana Vivas podrían servir como leyenda de la caricatura de Rayma: «Los delincuentes en la calle y los inocentes en la cárcel. Esto es un descaro». Pero entre las dos media una pequeña diferencia: la señora Dayana Vivas acaba de enterarse de que su esposo, Henry Vivas, ha sido condenado a treinta años de prisión. Ese simple hecho le otorga el derecho a decir lo que le venga en gana. Y al que no le guste que se lo aguante. El caso de Rayma, en cambio, es distinto, y al mismo tiempo emblemático del proceder de la prensa opositora: es preciso no desaprovechar la oportunidad para escarnecer, criminalizar y promover el odio no sólo contra quienes dispararon a los blindados de la Policía Metropolitana desde Puente Llaguno, sino contra todo el chavismo. Los tres pistoleros de la caricatura de Rayma, ataviados con la respectiva franela roja, no sólo es que andan libres, sino que además celebran, bailando sobre los casquillos de sus armas recién detonadas, justo cuando los familiares de los funcionarios policiales lloran la suerte de los suyos, lo que hace que el baile adquiera ribetes de burla macabra.

Exactamente lo mismo hace El Nacional, en la referida editorial del 4 de abril: «Lo peor es que el Gobierno y el presidente Chávez ni siquiera tomaron en cuenta los testimonios de los periodistas que estaban en el lugar de los hechos. Mientras los chavistas estaban acurrucados de miedo en Miraflores y sus alrededores, los periodistas se jugaban la vida ante los disparos que se hacían desde el edificio La Nacional, sede alterna de la alcaldía de Libertador. Los muertos cayeron de espaldas (en ángulo norte-sur) en la avenida Baralt, y los disparos no eran precisamente de armas cortas. De eso hay cantidad de fotos para identificar a los asesinos».

¿De qué testimonios habla El Nacional? Reléase, por ejemplo, lo escrito por Rafael Luna Noguera, publicado el 12 de abril de 2002: «grupos armados del oficialismo, integrados incluso por francotiradores, acabaron a tiros la marcha pacífica que realizaron ayer miles de opositores al gobierno». Hay más: «Francotiradores apostados en varios edificios adyacentes a Miraflores, entre estos La Nacional, en la esquina de Capitolio, donde funcionan oficinas administrativas de la Alcaldía del Municipio Libertador, dispararon ráfagas de ametralladoras y otra armas de fuego contra las personas presentes en el perímetro». En su editorial del mismo 12 de abril, El Nacional acusaba a Chávez – a esa hora prisionero de los militares golpistas – «de ordenar a sus partidarios disparar contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas, y acribillarla sin compasión desde las azoteas cercanas a Miraflores, a manos de sus francotiradores bolivarianos muy bien entrenados en tierras extranjeras».

Es decir, siete años después, como si fuera ayer, El Nacional repite las mismas injurias y acusaciones. El problema, evidentemente, no es que el tribunal desestimara «los testimonios de los periodistas que estaban en el lugar de los hechos», sino que el fallo del tribunal es el opuesto absoluto de la sentencia que El Nacional y el resto de los medios privados, jueces y parte, dictaron el mismo 11 de abril de 2002.

Más importante aún: ¿y el testimonio de los que estuvimos allí? Según El Nacional, no vale de nada. Porque cuando no estábamos disparando «contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas», acribillándola «sin compasión», estábamos «acurrucados de miedo en Miraflores y sus alrededores». Y ya sabemos que la verdad, y hasta podría decirse que la misma humanidad, una humanidad digamos que digna, no es cosa de asesinos ni de cobardes.

¿Acaso no es una variante del mismo discurso lo que nos plantea Zapata en su caricatura del 4 de abril? De poco valen nuestros innumerables testimonios, nuestros muertos y heridos. En pocas palabras: nuestra experiencia. «Todos vimos los hechos por televisión…». Como si el documental de Ángel Palacios, Puente Llaguno. Claves de una masacre, no hubiera puesto al descubierto los propósitos de las mismas televisoras que defiende Zapata. Como si Globovisión, o cualquier otra planta televisiva privada, hubiera transmitido alguna vez ¡en siete años! la secuencia completa del video que demuestra que los «pistoleros de Llaguno» disparaban a los blindados de la Policía Metropolitana y no contra «gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas».


En otra parte he intentado abordar el tema de los efectos de poder asociados al discurso pretendidamente «antifascista» y «antitotalitario» de la oposición venezolana – discurso que, dicho sea de paso, tiene absoluta vigencia. Tal y como lo hiciera entonces, considero pertinente advertir lo siguiente:

«La democracia venezolana correría poco riesgo si se tratara simplemente de que el discurso antitotalitario de la oposición pretende sustituir a la realidad, ofreciendo una versión interesada de los hechos y ‘confundiendo’ o ‘manipulando’ a su base social de apoyo (o a la ‘comunidad internacional’). El problema es la materialidad del discurso. Para decirlo con Jean Pierre Faye: el problema es lo que este discurso antitotalitario de la oposición hace ‘aceptable’.

«Contra los totalitarismos están legitimadas todas las violencias».

A propósito de la condena contra funcionarios y jefes policiales, han llovido, por supuesto, nuevas acusaciones contra el totalitarismo chavista y han vuelto a aparecer – realmente hace mucho que llegaron para quedarse – las correspondientes analogías con Hitler y el régimen nazi. De hecho, José Luis Tamayo, según registra El Universal, comparó a la jueza de marras «con jueces de la época de Hitler».

Sólo que, como empezamos a ver, ya no se trata nada más de 1933, Hitler o el totalitarismo, sino de un régimen asociado al horror o que practica el terror. Más aún: estaríamos entrando en una etapa de horror.

Volvemos así a 1796: dos años después del guillotinamiento de Robespierre, en plena contrarrevolución termidoriana.

Según una versión muy difundida, el Termidor vendría a demostrar que, contrario a la célebre frase de Marx, la humanidad se plantea siempre problemas que no puede resolver. El acontecimiento revolucionario, la posibilidad siempre abierta de la revolución sucumbiría inevitablemente ante las fuerzas que claman por una vuelta al orden; las esperanzas que trajeron consigo las consignas y los actos revolucionarios darían paso, sucesivamente, a las conquistas parciales, luego a los excesos, más tarde a la desesperanza y finalmente a la restauración.

La leyenda negra de la Revolución Francesa le ha asignado el título de «monstruo político» que terminó devorándose a sus más fervientes partidarios, de entre los cuales destaca quien fuera su figura más emblemática: Robespierre. El mismo Robespierre terminará siendo víctima no sólo de la guillotina, sino sobre todo de la versión dominante, abundante en infamias, que lo sepultará y representará como el máximo exponente del Terror.

Sin embargo, muy pocos reparan en un dato histórico que, por demás, tiene una enorme relevancia: tal y como lo señala la historiadora Florence Gauthier, incluso antes del 26 de agosto de 1789, cuando la Asamblea Constituyente proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, los representantes del partido colonial esclavista serán los primeros en emplear el término «terror» para referirse al texto de naturaleza constitucional, incompatible con la sociedad colonial, esclavista y segregacionista francesa. En efecto, el artículo 1 de la Declaración proclamaba: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común». Léase lo que relata la propia Gauthier:

«¡El partido colonial denunció esta Declaración peligrosa y hasta la presentó como ‘el Terror’ de los colonos, esta palabra está en sus propios textos! Muy inquietos con el giro de los acontecimientos, estos colonos pusieron en marcha una campaña a favor de la conservación de la esclavitud en las colonias y recibieron el apoyo del gran comercio de los puertos atlánticos y, conjuntamente, hicieron presión sobre los diputados corruptibles. Así es como el partido colonial consiguió imponerse a la Asamblea que votó, por mayoría, la constitucionalización de la esclavitud en las colonias, el 13 de mayo de 1791 y la discriminación racial el 24 de septiembre».

El Terror fue, antes que nada, una creación contrarrevolucionaria, un producto de las clases y estamentos que juraron aplastar a sangre y fuego a la Revolución Francesa. Las mismas clases y estamentos que forzaron las condiciones que hicieron posible el Terror revolucionario. Tal y como escribió Mathiez: «La dictadura se impuso, en efecto, a estos hombres. Ni la deseaban ni la previeron. El Terror fue una «dictadura de necesidad», ha dicho Hipólito Carnot, y la frase encierra una profunda verdad». Pero no es éste el espacio ni el momento para el debate historiográfico.

Lo que deseo plantear aquí es lo siguiente, y va como un acto deliberado de provocación contra los historiadores burgueses: desde el pasado viernes 3 de abril es posible afirmar que si hay alguna analogía válida entre la Francia revolucionaria y la «revolución bolivariana» es ésta: en ambos casos, los voceros de las clases dominantes llamaron Terror a un acto de justicia.

Ahora voy con la más profunda de todas las diferencias, y va con todos, incluyendo el chavismo conservador y reaccionario: en Francia hubo Terror revolucionario: terror de verdad, terror de sans-culottes (descamisados) y enragés (rabiosos: lo que hoy sería la izquierda más radical). En Venezuela, ese Terror aún ni se ha asomado. A pesar de que la justicia ha tardado mucho en llegar. Y muchos piensan que ha tardado demasiado.

Mientras tanto, el antichavismo mediático insiste con su sistemática empresa de criminalización, que llega a los extremos de la deshumanización del enemigo. A este propósito sirve el discurso contra el «horror» chavista. Un «horror» contra el que estaría legitimado cualquier acto de violencia.

Pero cuidado y les sale el tiro por la culata.

Chinchurria y pólvora


Advertencia: esta nota fue escrita por un ignorante. Sabihondos abstenerse. Comensales de paladar fino, también.

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¿Cuándo fue la última vez que sentimos algo semejante? Ir y venir frenético, ríos humanos sudando calle y espera ansiosa. Nada es oficial aún, pero la misma piel que ha tragado sol durante todo el día ya transpira victoria. Corre como un rumor que se acrecienta, pero es una certeza incuestionable. El pueblo sabe, cámara. Nada es tan cierto como cuando el pueblo sabe que ha vencido. Y esa tarde de domingo, en las empinadas calles de Antímano, todo olía a victoria. Dígalo ahí, Andrés.

¿Cuándo fue la última vez? La noche del 13 de abril y madrugada del 14. Carajo, palabras mayores. Me lo dije a mí mismo, y a mí mismo me pareció una comparación desatinada, una exageración febril. Una necedad. Hasta que leí la crónica breve del Duque. Y mire cámara: uno está convencido de la propia necedad hasta que se tropieza con un necio igual que uno y va y lo abraza y suelta la carcajada. Es entonces cuando la necedad se convierte en otra cosa: en un cierto tipo de certeza cómplice, como aquella que corría por las calles de Antímano y más tarde se apoderó de la Urdaneta. Un: hicimos algo pero no sabemos cómo llamarlo; un: para qué le vamos a poner nombre, cámara, si lo importante ahorita es gozarse esta fiesta.

Similar al 13 de abril, cámara, fue la celebración de este 15 de febrero. Siete años después, acontecimientos de distinta naturaleza, pero hermanados de alguna forma que no alcanzo a precisar. Claro para que se entienda: aún no logro saber por qué celebramos como lo hicimos. La verdad, apenas y me lo he preguntado. También es cierto: no he tenido mucho tiempo para hacerlo. No sé si es que hay victorias que no ameritan adjetivaciones. No sé si es que hay victorias que son simplemente eso: victorias.

Le comentaba a Lamia, la periodista francesa, un par de días antes del referéndum: necesitamos una victoria que no sea precisamente una victoria electoral. Las elecciones no son un fin en sí mismo, sino un medio. Bien, Lamia, ahora te lo planteo así: ésta fue una victoria electoral que también fue algo más, otro tipo de victoria. Y no sé muy bien cómo explicártelo.

A las 6 de la tarde el ambiente en Ávila TV era una continuación del ambiente que se vivía abajo en la Urdaneta. Como está escrito arriba: nada era oficial, pero todos sabíamos. Toda la espera ansiosa de más de seis millones de almas y un poco más, más las millones de almas más allá de nuestras fronteras, resumida y concentrada en un pedazo de avenida olorosa a pólvora de cohetón. Un río humano rumbo a Miraflores en medio del estrépito de las explosiones, las consignas y el corneteo.

A las 9 y 30 de la noche se dio inicio formal a una fiesta que había comenzando horas antes, y te puedo asegurar, compadre, que nadie iba ataviado como para una fiesta formal.

Pocos minutos después, una generosa representación de esa maravillosa camada de jóvenes extraordinarios que hacen posible Ávila TV, tomó por asalto el estudio y allí, frente a las cámaras, en vivo y en directo, saltaron y cantaron a la Caracas insurgente que los vio nacer, rindiendo homenaje al pueblo vencedor. Luego bajaron a la avenida y entonaron sus consignas, antes de confundirse con un pueblo que les regaló varias demostraciones de afecto y respeto. Un respeto que les compromete, y eso no hay que olvidarlo jamás.

Inmediatamente, himno nacional y respectivo discurso de Chávez. Qué diría Jorge Luis Borges si hubiera presenciado todo aquello. Un discurso que anunció combate contra todo o casi todo lo que queremos combatir, y por tanto un discurso memorable, que procuré escuchar íntegro al día siguiente. Un discurso que concluyó por donde todo debe comenzar:

«Revisión, rectificación y reimpulso para lograr estos cuatro años que quedan de este período constitucional de gobierno, el más alto grado de eficiencia en la gestión pública, el más alto grado de eficiencia en el impulso del Proyecto Nacional Simón Bolívar, en los planes del gobierno para solucionar los problemas del pueblo. Al respecto quiero comprometer mi palabra y la de todos quienes me acompañan en el gobierno, y quiero comprometer al pueblo todo, a las instituciones todas en una batalla que hay que darla con más intensidad, con más esfuerzos y sobre todo con más resultados en contra de la inseguridad en las calles, en las calles del pueblo, en los barrios, en las urbanizaciones, en las ciudades, en los pueblos; la lucha contra la corrupción y sus mil maneras; la lucha contra la inseguridad, la lucha contra el despilfarro, la lucha contra el burocratismo, contra la ineficiencia; quiero empeñar mi palabra en esta batalla».

Después de Chávez, una fiesta igualmente memorable, pura pasión desbordada, canto, consigna y baile. Olor a pueblo victorioso. «Chinchurria y pólvora, así huelen las victorias del pueblo», sentenció mi pana Gavimán, alias José Manuel Iglesias. «Ese es el título que le tienes que poner a lo que escribas sobre esto», me dijo.

Le tomé la palabra porque es verdad: las victorias del pueblo huelen a chinchurria y pólvora. Allá los que sean alérgicos a estos olores.

Y Chávez que aguante ahí: porque ese gentío también le tomó la palabra.

Pólvora

El presidente de Ávila TV entrevistado por Ávila TV. Si esto no es ventajismo, mira, yo no sé lo que es

Salsa

Pogueo

Fragmento del discurso de Chávez. Frente al Palacio Blanco: mirando la Urdaneta en dirección este

Salsa

Pogueo

Bituaya: senda cabilla


Ayer estuvimos en Tiuna el fuerte, Núcleo Endógeno Cultural ubicado en El Valle, ciudad de Caracas, celebrando con los panas sus cuatro años de existencia. Imposible resumir aquí lo que tiene de relevante, cultural y políticamente, esa extraordinaria experiencia que es el Tiuna.

Tiuna el fuerte no sólo se ha convertido en lugar de convergencia de múltiples expresiones artísticas. Además, las promueve activamente: desde una Orquesta Sinfónica Infatil hasta una Escuela de Hip Hop, pasando por conciertos de diversos géneros musicales, la itinerante Radio Verdura, cine comunitario, talleres de audio y producción audiovisual, danza, circo, graffitis y quién sabe qué estaré dejando de nombrar. Es también uno de los lugares de reunión de los consejos comunales de la parroquia. Y un dato que no por dejarlo de último es menos significativo: Tiuna es un espacio donde coexisten pacíficamente las diversas tribus urbanas. Es una suerte de espacio liberado, donde la presencia de la Policía Metropolitana es absolutamente innecesaria. Los panas se han ganado el respeto de todos los que allí confluyen, y se lo han ganado a punta de trabajo.

Esta madrugada nos regresamos a casa con un disco bajo el brazo. Lo escuchamos en el carro y lo volvimos a escuchar esta mañana. Y esta tarde.

Como no tengo ninguna experiencia en esto de meterle a la crítica musical, sólo les contaré lo básico: la propuesta se llama Bituaya, un dúo que conforman el pana Piki y Aquiles, ambos de Sontizón (que no ha desaparecido como grupo y que tampoco se ha separado, como dicen algunas malas lenguas. Un abrazo para mi pana Ernesto). De lo mejor que he escuchado en los últimos años. Lástima que sólo han grabado cuatro canciones, esas mismas que les dejo abajo.

Cuando uno escucha esas líricas: el preso cantándole a la tipa que conoció un día en la cola de la visita (Amor en cana) o aquella en la que se descargan a los burócratas y «socialistas» de pacotilla (Oye mi swing), uno entiende por qué el Tiuna es lo que es: porque estos panas (junto a otros panas) son los que han hecho posible esa experiencia.

No dejen de visitar la página del Tiuna.
Y aquí les va el myspace de Bituaya.

Quiénes.

Alerta.

Oye mi swing.

Amor en cana.

Porque NO HAY PUEBLO VENCIDO, marcha popular el 27 de febrero


El 27 de febrero convocamos a todo el pueblo bolivariano a la marcha en conmemoración del día de la rebelión popular. A decirles una y otra vez a los enemigos de siempre que no hay pueblo vencido, que hoy el pueblo hace y profundiza su revolución. Partiremos de la Plaza del Rectorado de la UCV a partir de las 12m hasta llegar a la Plaza Caracas, donde haremos la cantata del 27F.

Reiteramos entonces que esta marcha la hacemos porque:

El grito rebelde del 27 de Febrero del 89 dio inicio la revolución popular bolivariana. Desde entonces, nosotros y muchos pueblos hemos cruzado fronteras que parecían infranqueables. Pero alerta, porque nos aborda la necesidad de una nueva rebelión. Las derechas, los imperios, el capitalismo salvaje avanzan por todos los rincones en contra del pueblo y la revolución. Avanza fuera y dentro del proceso, fuera y dentro de nuestras fronteras. Lo que nos obliga a luchar unidos en función de romper los cercos contrarrevolucionarios.

No somos una masa electoral, somos un pueblo que ha crecido en el tiempo y en el espacio. Rompamos el silencio, los chantajes, las agendas ocultas y enfrentemos la crisis en la calle, desde el pueblo y activando de lleno la disposición revolucionaria.
Por ello: la marcha del 27F es una marcha para poner en camino el verdadero poder popular, para decirle un rotundo no a todo aquel burócrata que intente instrumentalizar estos gérmenes de organización libre e igualitaria para sus fines de poder y ansias de dinero. Es una marcha para poner en la calle las demandas más sentidas de la gente verdadera y luchadora: queremos vivienda, servicios e infraestructura comunitaria, caminos, alimento, trabajo, salud, educación, tierra, seguridad social y salarios justos; exigiendo socialismo, exigiendo control popular sobre tierras, empresas, vida y estructura ciudadana, exigiendo se expropie a los acaparadores, se aplique la escala móvil de salarios, se acabe por las buenas la ley de la impunidad hacia los ricos y la cárcel para los pobres, antes que tengamos que acabarla nosotros mismos.

Es una marcha para advertirle a todas las derechas, a la vendida de la lacaya oligarquía, a la Exxon y toda la patraña multinacional, como a la rojita que se enmascara tras los discursos emancipatorios, que aquí no hay pueblo vencido.

Es una marcha para llamar al pueblo a insurgir de una vez por todas contra este sistema colonizante y explotador que es el capitalismo, el capitalismo como imperio explotador, terrorista y destructor.

Es una marcha para hacer un llamado al pueblo colombiano a que preparemos la gran insurgencia: ¡somos un solo pueblo!

Es una marcha hacia la formación de la gran Asamblea Nacional de Movimientos Populares, paso fundamental hacia la construcción de un poder popular realmente autónomo políticamente y poderoso en su función directa, que no acepta sustitución.
Enfrentemos la agresión imperialista
Vivan los libertadores del 27 de Febrero
No queremos ser gobernados, queremos gobernar

– Asamblea Popular Revolucionaria de Caracas –

El general Kersausie y las barricadas del 27 de Febrero de 1989


Reinaldo Iturriza López

(Publicado originalmente en Aporrea, el 28 de febrero de 2007)

I.
La insurgencia popular del 27 de Febrero de 1989 no fue organizada ni dirigida ni protagonizada por el sujeto revolucionario por excelencia: el proletariado. Pero esta circunstancia, que nos abrió la posibilidad de, al menos, sospechar que algo extraordinario estaba sucediendo en la sociedad venezolana, fue desaprovechada una y otra vez por una izquierda manualesca y eurocéntrica, empecinada en darle la espalda al profundo conflicto que estallaba frente a sus ojos.

Como he intentado dejar registrado en un trabajo escrito hace ya siete años[i], opinadores de todos los signos políticos coincidieron en una interpretación que acabó por ser dominante, y según la cual la ausencia de este sujeto político, la clase obrera, constituía precisamente una ausencia en sentido estricto: un abandono, una retirada, una deserción. La revolución había amenazado con hacerse presente, pero una vez más nos abandonaba. 13 años antes del 13 de Abril de 2002, la revolución tampoco era televisada. Lo que saltaba en las pantallas era el espectáculo del saqueo. Ausencia y falta: a falta de sujeto revolucionario, a falta de conducción política, de objetivos precisos, de organización, lo que faltaba era la política. Así se fue construyendo esta idea del 27F como hecho no político, que perdura hasta hoy.

Esta suerte de renuncia interpretativa, este abandono lamentable del ejercicio reflexivo, nos impidió desde entonces formular las preguntas correctas. En primer lugar, la más evidente: si no fue la clase obrera la protagonista de aquellos hechos, ¿por qué concluir que no actuó sujeto político alguno? ¿Esta imposibilidad de percibir la impronta de una subjetividad política distinta de la clase obrera, no constituye una severa reducción de la esfera de lo político?

Éstas, y otras muchas que son posibles formular, no son preguntas retóricas. Si nos disponemos a volver sobre el 27F, es para destacar lo que tiene de actual y no simplemente para señalar los errores del pasado. Nos interrogamos sobre el 27F porque la hendidura que ha producido en nuestra historia es la que ha hecho posible, en buena medida, la revolución bolivariana. Si es cierto que no hay revolución sin revolucionarios, tanto más oportuno es interrogarnos sobre cuáles son estas subjetividades revolucionarias que actúan hoy, cómo se conforman, por qué luchan, según qué lógica proceden. Es oportuno hoy como fue necesario hacerlo (y lo sigue siendo) en el caso del 27F.

Se advertirá las implicaciones que tiene llevar estas reflexiones hasta sus últimas consecuencias. Así, por ejemplo, ¿hacia dónde deberá orientarse el Partido Socialista Unido de Venezuela (o cualquiera sea el nombre que termine adoptando)? ¿Se tratará de un partido de la clase obrera, o de cuadros revolucionarios, como han manifestado algunos de los partidos de izquierda sumados al proceso revolucionario? Puesto que la izquierda ya ha salido mal parada en su intento por interpretar lo que sucedió el 27F, es necesario estar prevenidos contra esta férrea tendencia a trivializar lo extraordinario, en nombre de la historia y una larga tradición de luchas.

II.
Es historia que un febrero, hace 159 años, se publicó por primera vez el Manifiesto Comunista, redactado por Carlos Marx y Federico Engels a petición de una organización secreta de obreros autodenominada la Liga de los Comunistas (a la que Marx y Engels se aproximaron cuando aún se hacía llamar la Liga de los Justos). Durante este febrero de 1848 también llegaba a su fin la monarquía burguesa de Luis Felipe de Orleáns y se instauraba un gobierno provisional, de tendencia democrática, fuertemente rechazado por la burguesía.

Cuatro meses más tarde estallará la revolución de Junio de 1848, suceso que será registrado de manera magistral por Engels y Marx en la Nueva Gaceta Renana. En sus artículos, Engels desarrolla un estilo que semeja los partes de guerra pormenorizados. Pero más allá de los detalles de la lucha, de las crueldades y heroísmos de los bandos enfrentados, es capaz de percibir el suceso en su singularidad.

La revolución de Junio habrá de ser entendida, escribe Engels, como “la primera batalla decisiva del proletariado”[ii]. Una y otra vez subraya el carácter novedoso de lo que está aconteciendo: “La revolución de Junio es la primera que ha escindido realmente a toda la sociedad en dos grandes campos enemigos, representados el uno por el este de París y el otro por el oeste”. El 23 de junio, desde el este de los faubourgs (arrabales) obreros, el ejército proletario inició su avance intentando cercar el centro de París, como paso previo a la ocupación del oeste burgués. Las consignas: ¡Pan o muerte! ¡Trabajo o muerte!

No se trataba de una simple revuelta. Algo más estaba sucediendo: “Nunca como hasta ahora se había librado una lucha como ésta, con toda la violencia de una verdadera revolución”, escribe Engels. Más adelante insiste: “La revolución de Junio ofrece el espectáculo de una enconada lucha, como jamás hasta ahora la habían contemplado ni París ni el mundo”. Un Marx más analítico complementa: “Ninguna de las numerosas revoluciones hechas por la burguesía francesa desde 1789 había atentado contra el orden, pues todas dejaron en pie la dominación de la clase, la esclavitud de los obreros, el orden burgués, por muy frecuentemente que cambiara la forma política de esta dominación y de esta esclavitud. Pero la batalla de Junio sí ha atentado contra este orden”.

Los obreros en armas procedieron según un plan de batalla que despertaría la admiración de Engels: “Es en verdad asombrosa la rapidez con que los obreros se asimilaron el plan de operaciones, la uniformidad con que combinaban sus movimientos y la pericia con que sabían aprovechar un terreno tan complicado como aquel en que se movían. Todo lo cual habría sido inexplicable si los obreros no se hubieran hallado ya bastante bien organizados militarmente en los Talleres Nacionales y distribuidos en compañías”. Este plan de lucha fue atribuido al general Kersausie, a quien Engels bautizaría como el “primer general de las barricadas”.

Al cabo de tres días de enconados combates, de resistencia heroica tras las barricadas emplazadas estratégicamente, las fuerzas del orden, acaudilladas por el recién nombrado dictador Cavaignac, ahogaban a sangre y fuego la revolución puesta en marcha por 40 mil obreros armados. Las fuerzas del orden sumarían 200 mil efectivos, y emplearían una saña nunca antes vista por los obreros parisinos: “solamente una vez habían disparado los cañones en las calles de París: en el Vendimiario de 1795… Pero nunca hasta entonces se había empleado la artillería contra barricadas y contra casas, y menos aún las granadas y los cohetes incendiarios”, escribe Engels.

El 29 de junio de 1848, la Nueva Gaceta Renana publicaría un artículo escrito por Marx, La revolución de Junio, que inicia con una sentencia: “Los obreros de París han sido aplastados por la superioridad de número, pero no han sucumbido. Han sido derrotados, pero son sus adversarios los vencidos. El triunfo momentáneo de la fuerza bruta se ha pagado con la destrucción de todos los engaños e ilusiones de la revolución de Febrero, con la disolución de todo el viejo partido republicano, con la escisión de la nación francesa en dos naciones, la de los poseedores y la de los trabajadores. La República tricolor tiene ya un solo color: el color de los derrotados, el color de la sangre. La República francesa es ya la República roja”.

En las calles de París, durante la revolución de Junio, lejos de sucumbir, un nuevo sujeto político cobraba vida: el proletariado. Después de junio de 1848, la política revolucionaria no sería nunca más lo que fue.

III.
Ciertamente, el junio parisiense de 1848 marcó un antes y un después en la política revolucionaria. Tal y como el 27F anunció el fin de una época en Venezuela y el inicio de algo distinto. La pregunta que habría que hacerse es: ¿en qué devino la política revolucionaria después de 1848? Porque la revolución de Junio se vio sucedida por otros acontecimientos: 1871 (Comuna de París), 1968 (Mayo francés), por solo citar dos sucesos y, evidentemente, limitándonos al caso francés.

Cualquier historiador podría, sin muchos contratiempos, hacer visible la relación de continuidad entre 1848 y 1871 (como de hecho lo hicieron Marx y Engels), pero difícilmente podría hacer algo semejante entre 1848 y 1968. Y no tan solo por este dato tan obvio de que entre un acontecimiento y otro han mediado 120 años; sino sobre todo porque la historia no se desarrolla linealmente ni se encamina inevitablemente (como es la versión de la vulgata de la ortodoxia izquierdista) a la instauración de la sociedad comunista.

“Hay toda una tradición de la historia (afirma Michel Foucault) que tiende a disolver el suceso singular en una continuidad ideal al movimiento teológico o encadenamiento natural”. A esta tradición histórica, Foucault contrapone una historia “efectiva”, esa que “hace resurgir el suceso en lo que puede tener de único, de cortante”, entendiendo por suceso “no una decisión, un tratado, un reino, o una batalla, sino una relación de fuerzas que se invierte, un poder confiscado, un vocabulario retomado y que se vuelve contra sus utilizadores, una dominación que se debilita, se distiende, se envenena a sí misma, algo distinto que aparece en escena”[iii].

Esa fuerza proletaria que “aparece en escena” durante la revolución de Junio de 1848, que trastorna el curso normal de las relaciones de fuerza, que llega a ocupar más de la mitad de París y que le permite afirmar a Marx que ha vencido a la burguesía a pesar de haber sido ella misma la derrotada; en fin, eso que la hace singular, esa modificación drástica de las reglas de juego políticas que ha provocado, es al mismo tiempo lo que la convierte en protagonista de un suceso revolucionario.

Sin embargo, Mayo del 68 vendría a ser la demostración decisiva de que el esquema interpretativo planteado por Marx y Engels en 1848, el de la confrontación abierta y fundamental entre “dos grandes campos enemigos”, ya no resultaba suficiente. No porque la explotación hubiera dejado de ser el rasgo distintivo de nuestras sociedades capitalistas, sino porque la lucha contra las formas de dominación se estaban librando (y continúan librándose) en distintos frentes, por distintos sujetos. En una conversación que sostuvieran Michel Foucault y Gilles Deleuze en 1972, publicada bajo el título de Los intelectuales y el poder[iv], abordaban este asunto al calor de los sucesos del 68. Al comentario de Deleuze: “el movimiento revolucionario actual tiene múltiples focos, y no por debilidad ni por insuficiencia”, Foucault respondía:

“desde el momento en que se lucha contra la explotación, el proletariado no sólo guía la lucha, sino que define además los blancos, los métodos, los lugares y los instrumentos de lucha; aliarse con el proletariado es unirse a él en sus posiciones, su ideología, es retomar los motivos de su combate, es fundirse con él. Pero si la lucha se ejerce contra el poder, entonces todos aquellos sobre los que se ejerce el poder como abuso, todos aquellos que lo reconocen como intolerable, pueden comprometerse en la lucha allí donde se encuentren… Comprometiéndose en esta lucha que es la suya, de la que conocen perfectamente los enclaves y de la que pueden determinar el método, entran en el proceso revolucionario… como aliados del proletariado ya que, si el poder se ejerce tal y como se ejerce, es sin duda para mantener la explotación capitalista… Las mujeres, los prisioneros, los soldados, los enfermos en los hospitales, los homosexuales han abierto en este momento una lucha específica contra la forma particular de poder, de imposición, de control que se ejerce sobre ellos. Actualmente estas luchas forman parte del movimiento revolucionario, a condición de que sean luchas radicales, sin compromisos ni reformismos, sin tentativas para modelar al propio poder con el fin de conseguir como máximo un cambio de titular. Y estos movimientos están unidos al movimiento revolucionario del propio proletariado en la medida en que éste tiene que combatir todos los controles e imposiciones que reproduce en todas partes el mismo poder”.

Ocho años más tarde, el mismo Deleuze[v] (junto a Félix Guattari, en Mil mesetas) volvería a abordar este asunto de las luchas que se escapan a la “lógica binaria” de las clases. Luego de afirmar que “toda política es a la vez macropolítica y micropolítica”, elaboraban una distinción entre las clases sociales y las “masas” (descartando explícitamente cualquier afinidad con el concepto formulado por Elías Canneti): “las clase sociales remiten a ‘masas’ que no tienen el mismo movimiento, la misma distribución, ni los mismos objetivos ni las mismas maneras de luchar. Las tentativas de distinguir masa y clase tienden efectivamente hacia el siguiente límite: que la noción de masa es una noción molecular, que procede por un tipo de segmentación irreductible a la segmentación molar de clase. Sin embargo, las clases están talladas en las masas, las cristalizan. Y las masas no dejan de fluir, de escaparse de las clases”.

Desde esta perspectiva analizaban el tema sobre el Mayo Francés:

“Mayo del 68, en Francia, era molecular, y sus condiciones tanto más imperceptibles desde el punto de vista de la macropolítica. En Mayo del 68… todos los que lo juzgaban en términos de macropolítica no comprendieron nada del acontecimiento, puesto que algo inasignable huía. Los hombres políticos, los partidos, los sindicatos y muchos hombres de izquierda, cogieron una gran rabieta; repetían sin cesar que no se daban las ‘condiciones’. Daba la impresión de que se les había privado provisionalmente de toda la máquina dual que los convertía en los únicos interlocutores válidos. Extrañamente, de Gaulle e incluso Pompidou comprendieron mucho mejor que los otros… No obstante, lo contrario también es cierto: las fugas y los movimientos moleculares no serían nada si no volvieran a pasar por las grandes organizaciones molares, y no modificasen sus segmentos, sus distribuciones binarias de sexos, de clases, de partidos”.

IV.
Suficiente, por ahora, como para pasar a formular la pregunta que quedó implícitamente pendiente al comienzo del tercer aparte: ¿en qué devino la política venezolana después del 27F de 1989? En primer lugar, en una profunda crisis de los esquemas interpretativos sobre el mismo devenir político. Recuerdo en particular un artículo del eternamente celebrado José Ignacio Cabrujas: “No fue el asalto al Palacio de Invierno. Nadie cantó la Internacional, ni las imágenes nos mostraron esa horda famélica, en el trance de gritar quien sabe si ¡Pan! ¡Pan! o ¡Justicia! o ¡Muera la tiranía!”[vi]. El problema es éste: es imposible entender lo que ocurrió el 27F si nuestras referencias son las históricas consignas comunistas. El 27F nadie gritó: ¡Pan o muerte! ¡Trabajo o muerte!, como en las barricadas de junio de 1848, porque ni era junio ni era 1848. Y Caracas no es París.

Como ya lo asomaba al inicio de este artículo, el recurso retórico o argumentativo empleado por Cabrujas es semejante al utilizado, en general, por opinadores, cronistas, políticos de oficio o investigadores sociales al momento de analizar el 27F: algo está ausente. Siempre falta algo. Es una suerte de «complejo Kersausie», según el cual, como no fuimos capaces de presenciar la dirección consciente y esclarecida del gran general insurgente al mando de los feroces combatientes obreros armados, como no vimos por ningún lado las banderas rojas izadas desde las barricadas, entonces se trata de un acontecimiento menor, de un aborto histórico. Incluso un intelectual tan agudo como Luis Britto García ha afirmado sobre el 27F: “Un Sacudón es el aborto de una revolución atendido por una izquierda que no supo ser partera de la historia”[vii].

Si el 27F guarda alguna relación de familiaridad con junio de 1848, la Comuna de París, el Mayo Francés o el Cordobazo argentino, es en tanto sucesos que, habiendo trastocado drásticamente las relaciones de fuerza existentes, modificaron el curso de los acontecimientos históricos. Pero no en todos los casos se trata, como resultará obvio, de las mismas fuerzas en pugna, así como tampoco son idénticos sus objetivos o sus estrategias de lucha.

El 27F de 1989 fue un suceso en todo el sentido que le atribuye Foucault al concepto. Parafraseando al Marx que ya hemos citado, el triunfo de la fuerza bruta que descargó el Estado contra una población casi siempre inerme, se ha pagado con la crisis definitiva del modelo de democracia instaurado en 1958. Lo demás, que ciertamente es historia, habrá de explicarse partiendo de esta evidencia.

La insurgencia militar en ciernes, que se manifestaría 3 años después, el 4 de febrero de 1992, no es el resultado inevitable del 27F. Tampoco lo fue el triunfo electoral del comandante Chávez, en diciembre de 1998. Ambos hechos tienen su razón de ser en una determinada interpretación del momento político que se abre a partir de aquel suceso decisivo. Responden a un análisis de las relaciones de fuerzas imperantes: su composición, sus ánimos, sus temores, sus aspiraciones, sus fortalezas.

Mientras la interpretación dominante continuaba denigrando de las fuerzas sociales que se expresaron el 27F (las “masas enardecidas, inconscientes y primitivas” de Manuel Caballero[viii]; las bandas “compuestas de delincuentes, malandros, narcotraficantes, ultraizquierdistas marginados” de Luis Salamanca[ix]; la “masa informe, presa de un histerismo incontrolado… desbordadas hasta el atolondramiento” de Federico Álvarez[x]; los “grupos demográficos, inéditos”, que “no encajan en la clasificación socioeconómica D-E, más bien podrían ser Y-Z” y que “pertenecen al inframundo caraqueño” de Thamara Nieves[xi]) éstas se iban constituyendo en nuevas formas de subjetividad políticas que, progresivamente, se agruparían en torno al vasto movimiento social que hoy representa el chavismo.

De esta multiplicidad deriva el extraordinario potencial revolucionario del chavismo. Porque la multiplicidad de sujetos implica la multiplicación de los frentes de lucha, la diversidad de estrategias puestas en marcha para luchar por la democratización radical de la sociedad venezolana, y su capacidad de movilización para defender el proceso revolucionario cuando éste ha estado en peligro. Son estas múltiples singularidades las que han salido por millones a las calles para restituir la democracia el 13 de abril de 2002.

Mientras tanto, el amplio espectro del antichavismo continua en su empeño por no entender nada. Existe una clara relación de continuidad entre la interpretación dominante del 27F de 1989 y las posturas racistas, clasistas y moralinas del antichavismo de hoy. Basta volver dos párrafos más arriba para encontrar los mismos señalamientos, acusaciones y calificativos que pesan sobre todo aquel que se identifique con la revolución bolivariana.

Por último, hemos asistido, con particular intensidad desde diciembre de 2006, al resurgimiento de las posturas asociadas al viejo marxismo-leninismo, para el cual el incipiente debate sobre el socialismo del siglo XXI ha venido a ser la oportunidad para replantear las gastadas fórmulas del partido dirigente, la vanguardia esclarecida y la entronización de la clase obrera como verdadera y única clase revolucionaria. A estos últimos sólo habría que decirles que, por si no se han informado aún, parece ser que el general Kersausie ha decidido no asistir a esta batalla que libramos en la Venezuela del siglo XXI. «No hago falta», parece que ha dicho. Y estaría bien, porque vendría siendo tiempo de comenzar a asumir que la revolución ya está aconteciendo.
[i] Iturriza López, Reinaldo. 27 de febrero de 1989: interpretaciones y estrategias. Fundación editorial El Perro y la Rana. Ministerio de la Cultura. Caracas, Venezuela. 2006.
[ii] Todas las citas de Marx y Engels incluidas en este artículo son tomadas de la misma fuente: Marx, Carlos y Engels, Federico. Las revoluciones de 1848. FCE. México. 2006. Págs. 130-184. Esta publicación reúne una selección de los artículos publicados por Marx y Engels en la Nueva Gaceta Renana.
[iii] Foucault, Michel. Nietzsche, la genealogía, la historia, en: La microfísica del poder. La Piqueta. Madrid, España. 1992. Pág. 20.
[iv] Foucault, Michel y Deleuze, Gilles. Los intelectuales y el poder, en: Foucault, Michel. Estrategias de poder. Obras esenciales, volumen II. Paidós. Barcelona, España. 1999. Pág. 114.
[v] Delueze, Gilles y Guattari, Félix. Micropolítica y segmentaridad, en: Mil mesetas. Pre-textos. España. 1997. Págs. 218, 220-221.
[vi] Cabrujas, José Ignacio. Fin de mundo, en: El día que bajaron los cerros. Editorial Ateneo de Caracas / C.A. Editora El Nacional. Caracas, Venezuela. 1989. Pág. 11.
[vii] Britto García, Luis. Caracas, ciudad de caracazos. El Nacional, Caracas, 28 de julio de 1995. A/5.
[viii] Caballero, Manuel. Un lunes rojo y negro, en: El poder brujo. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela. 1991. Pág. 142.
[ix] Salamanca, Luis. 27 de febrero de 1989: la política por otros medios. Politeia, n°13, 1989. Instituto de Estudios Políticos, UCV. Caracas, Venezuela.
[x] Álvarez, Federico. Y de aquellas furias sólo quedan palabras. Comunicación, n° 70, segundo trimestre, 1990. Centro Gumilla. Caracas, Venezuela.
[xi] Nieves, Thamara. Del 27-F hay otra historia que contar. El Universal, Caracas, 1 de marzo de 1999.

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