La importancia de informar urgentemente


La Polar superando obstáculos, según Weil

Para persuadir a una parte del chavismo de que vivimos los estertores de la revolución bolivariana, las fuerzas económicas antidemocráticas han puesto al descubierto las peores miserias del modelo capitalista rentístico petrolero venezolano, atribuyéndoselas a la ineficiencia gubernamental y, por supuesto, salvando toda responsabilidad.

Se trata del esfuerzo cómplice, casi siempre articulado, de las fuerzas económicas antidemocráticas no sólo vernáculas, sino también globales, imperiales. Las mismas que, en nombre del progreso, han puesto en serio riesgo la continuidad de la vida humana sobre el planeta Tierra.

Estas fuerzas económicas antidemocráticas cuentan con la enorme ventaja que supone su posición de dominio, no sólo en el campo específicamente económico, sino en el campo cultural: su influencia se extiende a, y en buena medida depende de su extraordinaria capacidad de moldear mentalidades, creando las condiciones para que poblaciones enteras normalicen su situación de subordinación.

Lo que estas fuerzas están ejecutando ahora mismo en Venezuela significa para ellas un enorme riesgo: el que entraña la posibilidad de que una población politizada sepa identificar que aquello que se le muestra como errores de la revolución, signos de su decadencia, es en realidad algo muy aproximado al verdadero rostro de los enemigos jurados del chavismo.

El detalle está en que esa misma politización ha permitido al pueblo chavista concluir que parte de su liderazgo no tiene ninguna intención de ir más allá del modelo capitalista rentístico petrolero. Es esa parte del liderazgo que ha sucumbido al clientelismo, correlato político del mismo modelo. Es también esa parte del funcionariado que, lo mismo que las fuerzas económicas antidemocráticas, y muchas veces en alianza con éstas, utiliza su posición de dominio, o aprovecha la ventaja que supone un cargo de responsabilidad, para robar, traficar influencias, disfrutar de privilegios.

No siempre es posible discernir la delgada línea que separa al político clientelar o al funcionario ladrón, de quienes acaparan y especulan. A veces ni siquiera es deseable. Otras veces simplemente no es posible: unos y otros le apuestan a la derrota de la revolución bolivariana.

Persuadir a una parte del chavismo de que la revolución vive sus últimos días es clave: es más fácil derrotar a un pueblo que se cree a sí mismo derrotado. El esfuerzo ha dado sus primeros resultados el pasado 6D, por más que haya quien se empeñe en disimular las implicaciones de la derrota electoral.

Con todo, una enorme parte del chavismo permanece incólume, a la expectativa. Resistiendo el asedio. Lidiando con los efectos más penosos de la guerra económica: la humillación, la baja moral, los cotidianos conflictos intra-clase que se multiplican hasta el infinito (pueblo robando al pueblo, intentando sacar ventaja), eso que llaman la “viveza criolla”, y que no es más que la rapiña característica de nuestras elites trasladada a las clases populares.

Si ese pueblo abandonado a la inhumanidad de la lucha de todos contra todos tuviera personalidad jurídica y, como corresponde en un país “moderno”, un buen equipo de relaciones públicas, se llamaría Empresas Polar.

Pero no basta con un pueblo politizado. Y no basta que el liderazgo revolucionario muestre disposición de estar a la altura de ese pueblo que hoy resiste. Ambas cosas constituyen un buen punto de partida. Pero sólo eso.

Corresponde gobernar revolucionariamente. Gobernar socialistamente. Esto implica muchas cosas, pero me limitaré a una sola: gobernar socialistamente significa informar, de manera oportuna, adecuada, veraz, regular, suficiente, a ese pueblo politizado, en primer lugar, pero en general a todo el pueblo y, en otra escala, a todo el mundo.

Afirmar que lo que vivimos no son los estertores de la revolución bolivariana, sino la crisis definitiva de un modelo de sociedad (el capitalista rentístico petrolero) es la manera correcta de plantear el problema. Es una lectura correcta del momento histórico. Ahora hay que llevar esta lectura hasta sus últimas consecuencias.

Los enemigos a derrotar son las múltiples expresiones de ese modelo de sociedad. El clientelismo, ya lo hemos planteado, es su correlato en lo político, y no es posible avanzar en la destrucción del modelo sin librar una lucha a brazo partido contra esta tara. Pero quisiera detenerme en el tema del patrón de consumo asociado a nuestro capitalismo rentístico petrolero.

Más específicamente aún, dando por hecho la enorme influencia que tal fuerza económica tiene en nuestro patrón de consumo, y dada su beligerancia política, quisiera plantear la necesidad de estar minuciosamente informados sobre la manera como funciona Empresas Polar, y sobre algunos otros aspectos de la economía nacional, tanto o más importantes.

Puntualizando:

– Más allá de toda generalización, tendríamos que comenzar por identificar las prácticas concretas en las que incurre la corporación para ejercer presión sobre el gobierno bolivariano y, eventualmente, subvertir la democracia venezolana. Su campaña de victimización ha sido tal, que una parte de la población está persuadida de que es al revés: es el gobierno bolivariano el que ejerce presión sobre Empresas Polar para impedir que siga desempeñando su papel de llevar alimentos y progreso a toda la sociedad.

– Deberíamos ser capaces de determinar las mercancías con las cuales hace negocios. Obtener esta información no reviste mayor problema. Casi toda es pública, y puede consultarse en la propia página web de la corporación. La cuestión es que solemos asociar la marca a una cantidad más bien pequeña de productos emblemáticos, y desconocemos cuántas y cuáles otras mercancías son también de la Polar. Ésta es información muy básica, que tendría que ser del dominio común.

– Deberíamos poder establecer cuántos de estos productos son considerados artículos de primera necesidad.

– Más importante aún, tendríamos que saber cuál es el peso de cada uno de estos productos en el mercado. Es decir, de la cantidad equis de arroz que consume el pueblo venezolano, ¿cuánto corresponde a productos de la Polar? En el caso específico de los productos considerados artículos de primera necesidad, determinar el peso de las mercancías de la Polar es fundamental para determinar nuestros niveles de soberanía alimentaria: a mayor peso de la corporación, menos soberanía alimentaria del pueblo venezolano.

– Respondamos con nivel de detalle: ¿respecto de qué productos puede afirmarse, sin lugar a dudas, que Empresas Polar monopoliza el mercado u opera como oligopolio?

– Informemos: ¿qué estamos haciendo para reducir significativamente el peso de Empresas Polar en el mercado venezolano, producto por producto, pero particularmente en el caso de los artículos de primera necesidad, y en aquellos casos donde la corporación funciona de manera monopólica u oligopólica, violando el artículo 113 constitucional?

– ¿Cómo lo estamos haciendo: a) con participación de capital privado, nacional o foráneo; b) a través de empresas públicas; c) a través de empresas de capital mixto, nacional o foráneo? Supongamos que establecimos alianza con capital brasileño para producir aceite: ¿qué porcentaje del mercado ocupa actualmente, es decir, cuánto nivel de soberanía alimentaria recuperamos, y cuáles son las proyecciones a futuro?

– Una pregunta decisiva: teniendo como opciones apostar por el capital privado, nacional o foráneo, o la fuerza productiva comunal, para producir equis rubro, pongamos el maíz, ¿por cuál optamos, en efecto? Puesto que todo indica que la superación del modelo capitalista rentístico petrolero sólo será posible apostándole firme y decididamente, sin vacilaciones de ningún tipo, a la fuerza productiva comunal.

– Informemos: ¿cuál es, actualmente, la potencialidad productiva de las Comunas? Y más allá de las Comunas, ¿cuál es la potencialidad productiva de las diversas formas de agregación comunal: corredores, ejes, ciudades comunales, etc.?

– Ahora bien, más allá de su potencialidad, ¿cuánto producen actualmente las Comunas? ¿Qué rubros? ¿Cómo avanzan los planes para garantizar condiciones óptimas de producción?

– ¿Cuánto producen las empresas bajo control del gobierno bolivariano? ¿Cuál es su capacidad instalada? ¿Cuántas empresas son? ¿Qué alimentos producen? ¿Cuántas de estas empresas pueden ser transferidas a Comunas?

– ¿Cuánto de los alimentos que consume la población venezolana es importado por el Estado?

– Otra pregunta clave, cuya respuesta desconoce la inmensa mayoría del pueblo venezolano: ¿cuántos productos alimenticios son subsidiados por el gobierno bolivariano? ¿En qué medida? ¿De qué forma?

– Respecto de la distribución, otro asunto altamente sensible para la población venezolana: ¿cómo se distribuyen los alimentos en la red pública creada para tal fin? ¿Cuántos de los alimentos que importa el Estado venezolano se distribuyen a través de la red privada? ¿Por qué? ¿Quién toma estas decisiones? ¿Cómo está conformada la red pública de distribución de alimentos? ¿Qué alimentos, qué volumen y con cuánta periodicidad se distribuyen en cada uno de los espacios que conforman la red pública?

– La pregunta que se hace todo ciudadano venezolano: ¿por qué no es posible saber, de manera anticipada, cuándo y cuántos productos considerados artículos de primera necesidad serán distribuidos en los distintos espacios que conforman la red pública? En este desconocimiento radica una parte considerable del malestar popular respecto de las dificultades para ejercer su derecho a la alimentación. Informar al respecto es uno de los primeros pasos que habría que dar.

– Para concluir, tenemos el Plan 50 al que hacía referencia el presidente Maduro durante su Mensaje Anual a la Nación, el pasado 15 de enero, relativo a “los 50 rubros y servicios fundamentales que debemos garantizar del año 2016”. ¿Cómo marcha dicho plan?

Si se revisa detenidamente, se verá que en todos los casos, sin excepción, se trata de información existente. El trabajo consiste en ordenarla, darle la coherencia que actualmente no tiene, y de inmediato ponerla al servicio del pueblo venezolano. De manera oportuna y veraz. Luego, claro está, ir actualizándola. Sólo así será posible que esta información tenga algún sentido.

Transparentar la información reduce significativamente la distancia entre gobernantes y gobernados, en la medida en que le permite a estos últimos incidir en las decisiones y, eventualmente, decidir. En este sentido, va creando condiciones para el autogobierno popular, parte consustancial del proyecto bolivariano.

Un pueblo que maneje con detalle toda esta información será un pueblo altamente preparado no sólo para conjurar amenazas y doblegar fuerzas, por poderosas que sean. Es un pueblo capaz de tomar las riendas de su destino. Es un pueblo con futuro.

El conocimiento a detalle que nos proveería esta información nos permitiría llevarle el pulso, de manera regular, a unos acontecimientos que se suceden, ya de por sí, de manera vertiginosa. Nos permitiría identificar aliados, corregir errores, así como neutralizar a quienes, desde nuestras filas, operan en contra de los intereses populares.

¿A quiénes conviene que en lugar de información ordenada, coherente, precisa, actualizada, tengamos que conformarnos con retazos de información, con generalidades o, simplemente, con permanecer desinformados? A los que en lugar de gobernar revolucionariamente recurren a potes de humo. Conviene a los que están dispuestos a claudicar. A quienes ya lo hicieron.

Lo que corresponde, entonces, al liderazgo revolucionario, pero también al pueblo organizado, y en particular a las Comunas, es, insisto, ordenar esta información. Concentrarla en algún lugar de consulta pública, pero también difundirla de manera masiva, a través de distintos formatos, de manera periódica. Un boletín, por decir algo, con esta información, debería ser de consulta obligada para el pueblo venezolano: revisarlo como ahora mismo revisamos el precio del petróleo o el precio de la moneda estadounidense.

Lo mismo cabe decir, ya para concluir, respecto de todas las medidas que, en el campo económico, va tomando el presidente Maduro. En su Mensaje Anual a la Nación, reflexionando sobre la guerra económica, el Presidente reconocía: nuestro pueblo “no rechaza lo que hemos hecho, reclama por lo que no hemos hecho”. No conforme con lo que hemos dejado de hacer, ¿vamos a seguir incurriendo en el grave error de no informar sobre lo que hemos hecho?

Ahora bien, informar sobre lo que hemos hecho es radicalmente distinto de la costumbre de publicar que hemos distribuido tantas toneladas de alimentos en equis ciudad o en la jornada tal. Sin punto de referencia que nos permita saber si tal cantidad es mucha o poca, es decir, sin información veraz, tal práctica constituye un irrespeto al pueblo venezolano, que viene a sumarse a la humillación que suscita la guerra económica.

Por ejemplo, ¿cuántos de nosotros conocemos de las implicaciones políticas de las decisiones que, en materia económica, ha tomado el presidente Maduro durante las últimas semanas, comenzando por la reforma parcial de la Ley de Impuesto Sobre la Renta? ¿Existe algún espacio donde podamos acceder a la información sobre todas y cada una de estas medidas, de manera ordenada?

¿Cómo es posible que a estas alturas de la historia sólo sea posible acceder a los discursos del presidente Maduro, si un ciudadano común y extraordinario militante, Luigino Bracci, los publica desde su cuenta personal en YouTube? Tarea que asume, por demás, de manera desinteresada, sin recibir ninguna remuneración por ello, y sin disponer de las condiciones tecnológicas más adecuadas.

Informar, informar, informar. Informar para que prevalezca la democracia. Entendamos que es importante informar urgentemente. Estamos a tiempo.

Carta abierta a quienes militan en el campo popular y revolucionario


Chávez en Plaza O’Leary. Al término de la movilización popular del 13 de noviembre de 2011. Por: Fidel Ernesto Vásquez.

Es preciso no perder de vista que el proceso de construcción del Gran Polo Patriótico es el corolario de un período de la revolución bolivariana que se caracterizó por una suerte de pulsión por monopolizar la política revolucionaria. Me refiero a ese lapso de tiempo signado, entre otros hitos, por la entronización del discurso sobre el socialismo, una propuesta de reforma constitucional que sentaría las bases jurídicas para acelerar la transición del capitalismo al socialismo, y por supuesto el llamado del presidente Chávez a conformar el Partido Socialista Unido de Venezuela.

Este pretendido monopolio sobre la política revolucionaria se tradujo muy pronto en un intento de aplanar, normalizar, uniformizar y disciplinar al chavismo, volviendo a invisibilizar y criminalizar a sujetos que la misma revolución se había encargado de reivindicar durante sus años iniciales (buhoneros, motorizados, jóvenes de los barrios, incluso colectivos y organizaciones que integran el debilitado movimiento popular, etc.); y se expresó también, lo que es peor, en la casi total clausura de los espacios públicos de debate y crítica democráticos.

Naturalmente, nunca estuvimos a las puertas de la inminente instauración de un régimen totalitario y castro-comunista, tal y como lo propagandiza el antichavismo más histérico. Todo lo contrario: este período nos enseñó que la amplísima y mayoritaria base social del chavismo no tiene ninguna voluntad de acompañar unánime y acríticamente un proceso que degenere en el encumbramiento de nuevas elites políticas y económicas.

De allí que el chavismo nunca volviera a participar tan masivamente en unas elecciones como lo hiciera en diciembre de 2006, cuando lo que estaba en juego, ciertamente, era la reelección de Chávez. Aun cuando está fuera de toda discusión que es imposible comparar el caudal de votos correspondiente a contiendas electorales de distinta naturaleza, no es menos cierto que el comportamiento electoral del chavismo ha sido, desde entonces, significativamente irregular. No puede hablarse, por ejemplo, de una tendencia al alza, como sí puede decirse en el caso del antichavismo.

Éste no es un dato menor: en la Venezuela bolivariana, cada contienda electoral significa una verdadera confrontación, por la vía pacífica, de dos modelos antagónicos, lo que supone un proceso de agitación, movilización y participación popular que termina fortaleciendo a la revolución. En eso consiste lo que cualquier observador desinformado pudiera calificar como el «secreto» de la fuerza del proceso venezolano. Es decir, desde 1998 el hecho electoral está muy lejos de significar una mistificación de la participación popular.

La abstención no es más que el correlato electoral de ese fenómeno que puede denominarse hastío por la política, el cual, insisto, debe distinguirse siempre del desencanto. El hastío por la política que expresa parte considerable de la base social del chavismo no es consecuencia de su desorientación política (como llegó a plantearse cuando la derrota electoral de la propuesta de reforma constitucional), sino el resultado de ese extravío estratégico derivado de la pretensión de la burocracia partidista de monopolizar la política revolucionaria. Una práctica monopólica que terminó cercenando cualquier posibilidad de construir un partido genuinamente democrático, y sobre la cual se fundó lo que terminó imponiéndose como lógica del partido/maquinaria. Todo esto, dicho sea de paso, en nombre de un discurso sobre el socialismo cada vez más vaciado de contenido.

El predominio de esta lógica del partido/maquinaria, con toda su estela de autosuficiencia, soberbia y sectarismo; la peligrosa tendencia a concebir el hecho electoral como un fin en sí mismo, a contravía de lo que éste significó históricamente para el chavismo; todo lo cual sumado a la descalificación de la crítica, por más constructiva que ésta fuera, terminó conspirando en favor del debilitamiento, lento, a veces casi inadvertido, pero continuo, de la revolución bolivariana.

De hecho, no es en lo absoluto casual que durante este período se instalara y adquiriera relativa fuerza el discurso sobre los anarcoides, pequeñoburgueses, desviados y espontaneístas que estarían poniendo en peligro, con sus cuestionamientos y propuestas siempre inoportunos, el curso normal del proceso bolivariano. Esta forma de proceder no es para nada novedosa: estigmatizar de entrada al adversario para luego menospreciar sus argumentos forma parte de la nefasta tradición de la izquierda anti-democrática. El objetivo, una vez más, es asegurarse el monopolio de la Verdad revolucionaria, reclamar el papel de vanguardia esclarecida que debe conducir a las masas, etc.

Este discurso senil, autoritario, anti-popular, es justamente el que está llamado a ser desplazado en el período que se abre con la convocatoria del presidente Chávez a conformar el Gran Polo Patriótico. Un discurso caduco, asociado a prácticas que condujeron al fracaso estrepitoso de los socialismos realmente inexistentes, como diría Daniel Bensaïd.

Era realmente predecible que volveríamos a escuchar el estribillo sobre los anarcoides y espontaneístas que estarían apostándole al espacio del Gran Polo Patriótico como una oportunidad para darle rienda suelta a su inmadurez política, a sus taras y resentimientos, para acometer la tarea malsana de acabar de una vez y para siempre con el Partido, condenando a la revolución a un destino trágico e irreversible.

No obstante, en lugar de transarnos en una polémica estéril con quienes han envilecido de tal manera un debate que tendría que ser irreverente, pero fraterno y respetuoso, como corresponde entre revolucionarios, es momento de sumarnos al esfuerzo colectivo de construir, de una vez por todas, ese espacio público de debate democrático que esta revolución reclama.

No caigamos en la trampa: para entrar con paso firme en el período que recién inicia, y que marca el fin del monopolio de la política revolucionaria que reclamaba para sí la burocracia política, lo primero es que sepamos identificar la impostura que supone una discusión entre quienes entenderían la necesidad de una vanguardia y quienes le apostarían, repitámoslo, al espontaneísmo. Otras oposiciones más o menos análogas: partidos políticos versus movimientos sociales, izquierda senil versus infantilismo de izquierda, etc., vendrían a ser versiones distintas del mismo falso dilema.

La tarea que tenemos por delante, además de vencer a la abstención el 7 de octubre de 2012 (de la manera más categórica posible), es la construcción de una dirección colectiva de la revolución bolivariana.

Para ello, es imprescindible hacernos de una caja de herramientas conceptual que nos permita, antes que nada, identificar la singularidad del momento político, y luego ir liberando la práctica política de las viejas ataduras de las lógicas de aparato. En tal sentido, sugiero cuatro líneas de análisis sobre asuntos que solemos dar por sobreentendidos:

1. El asunto de la organización: partidos y movimientos. ¿Cómo construir dirección colectiva sobre la base de esa distinción artificiosa entre movimientos sociales y partidos políticos? ¿Los partidos están llamados a dirigir al conjunto de los colectivos y movimientos no políticos? ¿Nuestras críticas van dirigidas a los partidos realmente existentes o contra la forma partido? ¿Son necesarios los partidos? ¿Acaso no existen movimientos y, más allá, miles de pequeños grupos que actúan reproduciendo la misma lógica excluyente y sectaria de los partidos? Cuando hablamos de los partidos, ¿tiene sentido hacer alguna distinción entre sus bases y su dirigencia?

2. El asunto del sujeto de la revolución. ¿Puede hablarse de un sujeto central de la revolución bolivariana? Si así fuera, ¿dónde está? ¿En las fábricas? ¿En Petróleos de Venezuela? ¿En la Administración Pública? ¿En las comunidades? ¿Existe un sujeto chavista? ¿Qué es el chavismo: esa parte de la población que sigue a Chávez o la forma de enunciar una pluralidad de sujetos? ¿El sujeto de la revolución bolivariana se viste siempre de rojo?

3. El asunto del Estado. ¿Monstruo devorador o muro de contención frente a otros monstruos más feroces (como el capital globalizado)? ¿El Estado es el mismo aquí y en todas partes? Si bien es cierto que todo Estado se funda en la violencia, ¿cómo se fundó el Estado venezolano, de qué manera concreta se ejerció esa violencia, qué efectos políticos produjo? ¿Cuál es la relación histórica entre Estado y burguesía vernácula (pienso en las nociones de Brito Figueroa: «acumulación delictiva de capital» y «burguesía burocrática»)? ¿Cuál es la relación histórica entre Estado y partidos políticos? ¿Y entre Estado y movimiento popular? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de burocracia? ¿Tiene alguna eficacia política el uso del vocablo «derecha endógena»? ¿Transformar al Estado, perpetuarlo, reformarlo, abolirlo?

4. El asunto del socialismo. ¿Cómo evitar que el discurso del socialismo se convierta en un señuelo para legitimar nuevas formas de sujeción? Cuando hablamos de socialismo, ¿nos referimos a un conjunto de ideas plasmadas en libros que habría que leerse para saber qué hacer? ¿Existen prácticas socialistas de gobierno? De ser así, ¿cómo distinguirlas?

Líneas de análisis que, por supuesto, no agotan un temario que debe ser construido de manera colectiva por quienes militamos en el campo popular y bolivariano.

Desde que llegó el socialismo… (y III)


Pon a volar el socialismo. Ejército Comunicacional de Liberación. Caracas, Venezuela.


Interrogarnos: ¿qué significa gobernar socialistamente?, puede que nos ayude a prevenir los estragos de un par de prácticas tan comunes como estériles: la primera, aquella según la cual – y sobre todo desde 2007 – todo acto administrativo, política pública, iniciativa legislativa, medida económica, institución o individuo, etc., es socialista porque se le etiquete o autodenomine como tal; la segunda, todo acto, política, iniciativa, medida, institución o individuo – salvo el zambo, y a veces ni siquiera – vinculado directamente al Estado constituye una traición al «verdadero» socialismo, porque no se trata más que del monstruoso, paranoico y devorador Estado burgués.

El asunto sobre el «verdadero» – y por tanto el «falso» – socialismo viene a complicarlo todo, puesto que nunca se ha tratado de socialismo a secas, sino de un «socialismo del siglo XXI» que, de hecho, reúne las más disímiles tendencias: desde el estalinismo más vulgar y ramplón, hasta las tendencias más libertarias y democráticas, que reivindican la postura anti-capitalista, pero sin ceder a la tentación autoritaria y anti-popular del primero; pasando, por supuesto, y entre otros, por el marxismo-leninismo – para algunos, creación del mismísimo Stalin –, el trotskismo – algunos con y otros contra el zambo –, el socialismo reblandecido, de corte liberal, y el infaltable ejército de oportunistas sin adscripción ideológica definida.

Necesaria autocrítica mediante, quienes nos inscribimos en la tendencia anti-capitalista, anti-autoritaria, democrática y popular, tal vez hemos perdido mucho de nuestro valioso tiempo intentando debatir con los estalinistas – que, desde que descubrieron la fórmula «Chávez es socialismo«, ya no creen en nadie – o en denunciar a los oportunistas, cuando de lo que se trata es de analizar las prácticas de gobierno, o eso que Foucault llamaba «prácticas de gubernamentalidad«.

Decía Foucault: «a todo socialismo llevado a la práctica en una política, no es necesario preguntar: ¿a qué texto te refieres, traicionas o no al texto… eres verdadero o falso?, sino simplemente, y siempre: ¿cuál es entonces esa gubernamentalidad… que te hace funcionar?». Dicho de otra forma: «¿cuál podría ser, en verdad, la gubernamentalidad adecuada al socialismo?… ¿Qué gubernamentalidad es posible como… estricta, intrínseca, autónomamente socialista?». Se respondía Foucault, al mejor estilo robinsoniano: «Hay que inventarla».

Como quiera que el socialismo es gobierno – y luchamos porque siga siéndolo –, entre celebrar porque el socialismo ya llegó y denunciar el «falso» socialismo, lo que corresponde es inventar el arte socialista de gobernar.

Comunismo: esa mala palabra


(El veinticuatro en Ciudad CCS, publicado el jueves 4 de marzo de 2010, va sobre Daniel Bensaid. Hace un tiempo hice una referencia más bien marginal a su obra, que no se corresponde con la profunda admiración que profeso por ella.

Bensaid fue uno de los organizadores del célebre Movimiento 22 de Marzo, que tuviera destacado protagonismo durante el Mayo Francés del 68. Más recientemente, fue uno de los principales impulsores del Nuevo Partido Anticapitalista francés, tal vez la iniciativa de organización partidista más interesante de toda Europa. También enseñó en la Universidad de París VIII.

Aunque parte importante de su obra no ha sido traducida al español, muchos de sus artículos pueden leerse en la web de la revista Viento Sur. En Venezuela, la editorial El Perro y la Rana publicó Clases, plebes, multitudes (aquí puede leerse en una edición chilena). Con suerte, en las Librerías del Sur puede conseguirse Resistencias, editada por la española El Viejo Topo. La editorial argentina Herramienta publicó una de sus obras de mayor envergadura: Marx intempestivo. La española Península recién publicó su Elogio de la política profana, que aún no llega a Venezuela.

Sospecho que Marx, mode d’emploi (Marx, manual de uso), uno de sus últimos libros (hasta donde sé, aún no traducido al español), debería ser lectura obligada para todos los jóvenes – y no tanto – interesados en conocer la obra de Marx.

Para leer el artículo al que hago referencia en Ciudad CCS, entrar aquí. Allí encontrarán esta definición de comunismo:

«El comunismo no es una idea pura, ni un modelo doctrinario de sociedad. No es el nombre de un régimen estatal, ni el de un nuevo modo de producción. Es el de un movimiento que, de forma permanente, supera/suprime el orden establecido. Pero es también el objetivo que, surgido de este movimiento, le orienta y permite, contra políticas sin principios, acciones sin continuidad, improvisaciones de a diario, determinar lo que acerca al objetivo y lo que aleja de él. A este título, es no un conocimiento científico del objetivo y del camino, sino una hipótesis estratégica reguladora. Nombra, indisociablemente, el sueño irreductible de un mundo diferente, de justicia, de igualdad y de solidaridad; el movimiento permanente que apunta a derrocar el orden existente en la época del capitalismo; y la hipótesis que orienta este movimiento hacia un cambio radical de las relaciones de propiedad y de poder, a distancia de los acomodamientos con un menor mal que sería el camino más corto hacia lo peor.

Con razón Bensaid es repudiado, o simplemente desconocido, por los que, en nombre del «socialismo del siglo XXI», siguen haciendo apología del «comunismo del siglo XX».

Salud).

********

Daniel Bensaid.

Potencias del comunismo: así intituló Daniel Bensaid el último artículo que escribió para la revista Contretemps, publicado en diciembre de 2009. Bensaid falleció la mañana del 12 de enero de 2010. «Desarrolló siempre, sin concesiones, un combate de ideas, inspirado en la defensa de un marxismo abierto, no dogmático», escribían sus camaradas del Nuevo Partido Anticapitalista francés. Sólo agregaría que Bensaid libró un combate inspirado en el único marxismo digno de defender: el que sigue aportándonos herramientas para comprender y realizar la crítica radical del capitalismo, pero también para realizar una crítica similar contra los crímenes cometidos en nombre del comunismo.

No habrá «socialismo del siglo XXI» sin este necesario ajuste de cuentas histórico. «Las palabras de la emancipación no han salido indemnes de las tormentas del siglo pasado», escribía. «El socialismo se ha implicado en el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, en las guerras coloniales y las colaboraciones gubernamentales hasta el punto de perder todo contenido a medida que ganaba en extensión. Una metódica campaña ideológica ha logrado identificar a ojos de muchos la revolución con la violencia y el terror. Pero, de todas las palabras ayer portadoras de grandes promesas y de sueños de porvenir, la de comunismo ha sido la que más daños ha sufrido debido a su captura por la razón burocrática de Estado y de su sometimiento a una empresa totalitaria».

Bensaid advierte: «Es necesario… pensar lo que ha ocurrido con el comunismo del siglo XX. La palabra y la cosa no pueden quedar fuera del tiempo de las pruebas históricas a las que han sido sometidos… No se inventa un nuevo léxico por decreto. El vocabulario se forma con el tiempo, a través de usos y experiencias. Ceder a la identificación del comunismo con la dictadura totalitaria estalinista sería capitular ante los vencedores provisionales, confundir la revolución y la contrarrevolución burocrática, y clausurar así el capítulo de las bifurcaciones, único abierto a la esperanza. Y sería cometer una irreparable injusticia hacia los vencidos, todas las personas, anónimas o no, que vivieron apasionadamente la idea comunista y que la hicieron vivir contra sus caricaturas y sus falsificaciones. ¡Vergüenza a quienes dejaron de ser comunistas al dejar de ser estalinistas y que no fueron comunistas más que mientras fueron estalinistas!».

Sigamos leyendo a Bensaid. De manera que no tengamos que reclamar mañana: ¡Vergüenza a quienes dejaron de ser socialistas al dejar de ser chavistas y que no fueron socialistas más que mientras fueron chavistas!

El chavismo y la segunda oleada


(Este artículo lo terminé de escribir hace ya casi tres meses, exactamente el 7 de septiembre, a pedido de los compañeros de la revista SIC, de la Fundación Centro Gumilla. Fue publicado en el número 718 , de septiembre-octubre de 2009, consagrado al tema: Socialismo a la venezolana.

Lo comparto con ustedes en ocasión de celebrarse hoy elecciones presidenciales en Uruguay y Honduras. En un caso, decidirá la participación popular masiva; en el otro, la abstención militante.

Se viene la segunda oleada).

********
Tendríamos que comenzar por abandonar esa idea, tan seductora como ingenua, según la cual la construcción del socialismo es una carrera de cien metros planos que nosotros corremos como Usain Bolt. O una pelea por el título peso ligero que sentenciamos a nuestro favor en el décimo round. El problema con las revoluciones es que la carrera nunca acaba, la pelea nunca termina: podemos ser capaces, incluso, de propinar más de un nocaut fulminante, y aún así siempre tendremos en frente a un nuevo contendor.

Usain Bolt: cabalgando
Dicho lo anterior, es indudable que lo que resulta fascinante y alentador del actual momento histórico es que la pelea por el título se libra en toda América: en el transcurso de la última década, las fuerzas de izquierda han logrado propinar algunos nocauts, llegando incluso a coronar a varios de los suyos en la silla presidencial. En el caso venezolano, el defensor del título fue a dar a la lona, durante cuarenta y siete horas, y un gigantesco levantamiento popular y militar lo devolvió al ring, con la fuerza que es capaz de inspirar un aliento colectivo de tal naturaleza. Hay de todo: en países como Bolivia el intercambio de ganchos de izquierda y derechazos a la mandíbula inspiró la célebre frase del contrincante narrador: atravesamos por una etapa de «empate catastrófico»; en Ecuador, el defensor se da el lujo de corretear por el cuadrilátero, mientras su contrincante recibe conteo de protección; en Paraguay recibe una lluvia de insultos, acusaciones y dos, tres, cuatro, cinco golpes de puñalada; en Brasil, Argentina, Uruguay o Chile, cada cual con su estilo, propina algún izquierdazo contundente, pero inmediatamente se abraza con su rival, bien sea por agotamiento o por no disponer de mucha voluntad para encarar la pelea; en Colombia o Perú, los retadores de izquierda deben aguantar una andanada de golpes ilegales: por debajo de la cintura, por la nuca, patadas, tropezones, masacres y persecuciones.
Con sus profundas diferencias, sus indudables semejanzas, sus ritmos dispares y diversos estilos, el cambio de rumbo político continental es de tal manera inocultable que hasta los comentadores y analistas de la derecha han debido reconocer que en América se ha producido lo que todos reconocen como un giro a la izquierda. Rendidos ante la evidencia, a la media oligárquica y a sus mentores intelectuales no les ha quedado de otra que poner el acento en aquellas diferencias, distinguiendo entre una izquierda vegetariana, responsable, moderada y moderna y otra carnívora, malhablada, vulgar, expansionista, radical y decimonónica. El propósito es tan evidente que raya en lo vulgar: detrás de la muy decimonónica práctica que consiste en distinguir entre civilización y barbarie, lo que aparece es el esfuerzo por obstaculizar la unidad de propósitos.
El asunto se complica aún más cuando el mentado giro a la izquierda es utilizado por cierta intelectualidad progre, renuente a profundizar en la complejidad, el significado y el alcance del acontecimiento, como pretexto para no hacer lo que sin embargo estaría obligada a hacer: examinar con el rigor suficiente tanto los puntos de encuentro como los de desencuentro, las particularidades tanto como las generalidades, los flancos débiles tanto como los fuertes. En resumen: aquello que nos une y por tanto nos hace fuertes, tanto como aquello que nos amenaza y pone en riesgo la necesaria unidad. ¿El mayor riesgo en lo inmediato? Que el fulano giro a la izquierda se desvanezca en la próxima esquina, que desaprovechemos la oportunidad histórica de convertir el tal giro en camino y obliguemos a las generaciones futuras a tomar el testigo en una carrera cuya meta es el despeñadero.
Celebrar este giro a la izquierda con aire triunfalista, como prueba irrefutable de que de ahora en adelante los pueblos acumularán una victoria tras otra es, cuando menos, irresponsable. Muy por el contrario. La noticia es ésta: Usain Bolt tiene que comenzar a asimilar que lo que nos viene es un maratón. Ni siquiera Julio César Chávez ni Mano e Piedra Durán ganaron todas sus peleas. Planteado menos deportivamente: tarde o temprano habremos de sufrir alguna derrota. O cuatro. Muy difícil, casi imposible preverlo con exactitud: cuándo, cuántas. ¿Las causas? Pueden ser muchas, asociadas unas con otras, simultáneas: acumulación de errores internos, cambio drástico de la correlación de fuerzas, incapacidad para demoler el viejo Estado o para transformar las relaciones sociales y económicas, freno al proceso de radicalización democrática, repetición de viejos errores del socialismo burocrático. También: desestabilización con apoyo externo, corrupción de funcionarios, atentados, infiltración de fuerzas paramilitares, golpe de Estado, magnicidio, invasión.
Sin excepción, cada una de estas eventuales causas o escenarios reales están planteados o están en pleno desarrollo. Insisto: de manera simultánea, aunque como es obvio la situación varía según sea el caso. En algunos casos es posible que el proceso de cambios se vea detenido, así sea temporalmente, concluido el período del mandato presidencial, dada la inexistencia de una figura capaz de aglutinar el apoyo suficiente para triunfar en elecciones democráticas y con ello garantizar la continuidad del proyecto. Asestadas estas derrotas, ellas implicarán un freno o incluso un retroceso del proceso de cambios continental. Tendrá lugar entonces una feroz campaña propagandística y los ideólogos de la democracia liberal – y de otras formas menos santas de gobierno – cantarán sobre el inicio del fin del giro a la izquierda. Eso escríbanlo.
El golpe de Estado en Honduras ha sido una avanzada de esta contraofensiva continental. Como bien lo ha sabido interpretar Isabel Rauber en un artículo excepcional: «No es la vuelta al pasado, no hay que equivocarse: es el anuncio de los nuevos procedimientos de la derecha impotente. El neo-golpismo es ‘democrático’ y ‘constitucional’. Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva era: la de los ‘golpes constitucionales'». Con el derrocamiento de Zelaya, la derecha continental no sólo ha infligido un golpe a la Unasur, sino que lo ha hecho ensayando una nueva modalidad que no tardará en replicarse en otros países de América, allí donde modalidades más impresentables no tengan, por los momentos, posibilidades de éxito.

Pero este inicio del fin del giro a la izquierda estará muy lejos de significar lo que, sin embargo, proclamarán a los cuatro vientos los ideólogos del status quo: el fin de la era de los pueblos en rebeldía y un despertar de la borrachera democrática e igualitarista que sacudió, en mala hora, a la América toda. En medio del triunfalismo de la derecha – que, la historia así lo enseña, es mala perdedora y peor ganadora – lo que volverá a emerger, lo ha planteado también Rauber, es «una cuestión política de fondo: los procesos sociales de cambio solo pueden ser tales, si se construyen articulados a las fuerzas sociales, culturales y políticas que apuestan al cambio y generan el consenso social necesario para llevarlo adelante. Y esto solo puede realizarse desde abajo, cotidianamente, en todos los ámbitos del quehacer social y político: en lo institucional y en la sociedad toda. Un empeño político y social de esta naturaleza, no se alcanza espontáneamente. No basta con que un mandatario tenga una propuesta política que considere justa o de interés para su pueblo; es vital que el pueblo, los sectores y actores sociales y políticos sean parte de la misma, que hayan participado en su definición, que se hayan apropiado de ella».

Así, luego de este retroceso temporal del proceso de cambios revolucionarios a escala continental, sobrevendrá una segunda oleada democrática y revolucionaria, impulsada por los movimientos populares que en esta etapa, en mayor o menor grado según el país del que se trate, han sido mantenidos al margen por gobiernos que, a pesar de todo, se autodefinen como populares. Diagnóstico que vale, en particular, para los casos argentino y brasileño, pero del que no escapa Venezuela ni ningún otro país gobernando por la izquierda. Esta segunda oleada será acompañada por aquellos procesos que supieron aprender a tiempo la lección más importante, y cuyo desconocimiento constituye nuestra principal amenaza: la revolución la hacen los pueblos, no minorías iluminadas.

De allí que una de nuestras principales tareas consista en saber interpretar el carácter y la naturaleza bravía, potente y revolucionaria del chavismo, entendido como movimiento popular que aglutina tradiciones y saberes, estéticas y sensibilidades, que plantea demandas y formula propuestas. Mal haríamos relegándolo al papel de espectador en la pelea, ese cuya participación se limita a lanzar vítores a su gallo. Mal haríamos al pretender domeñar o contener la potencia de un movimiento que, cuando es necesario, corre como Usain Bolt y pega como Edwin Valero.
Edwin Valero: fulminante

Cargill: negro sobre blanco



I.-
Cargill en Venezuela.

– Inicia operaciones en Venezuela en 1986.

– Posee dos oficinas en Caracas.

– Trece plantas industriales en: Barquisimeto, Cabimas, Catia, Catia La Mar, La Encrucijada, Los Olivitos, tres en Maracaibo, Maracay, Píritu y dos en Valencia.

– Siete sucursales comerciales en: Barquisimeto, Caracas, Maracaibo, dos en Puerto La Cruz, San Cristóbal y Turmero.

Sus marcas comerciales:

– Aceite comestible: Vatel, El Rey, Deleite.

– Pasta: Ronco, MiMesa, Milani, Fiorentina.

– Harina: Blancaflor, MiMesa, Gold Medal.

– Harina industrial: Rey del Norte, Flor de Guayana.

– Arroz: Santa Ana parbolizado.

– Galletas: Xplosion, Wafermix.

– Jugo de frutas: Tropimax.

– Comida para animales/mascotas: Dogui, Gati, Robustin.

– Nutrición animal: Purina.

Inversiones en Venezuela:

– Adquirió Molinarca (molino de trigo y planta de harina).

– Adquirió Agribrands Purina (nutrición animal).

– Adquirió Gramoven (molino de trigo, planta de harina y pasta).

– Adquirió Halaca y Favepro (originalmente cuatro plantas de harina, que fueron desmanteladas para construir su planta de comida para animales/mascotas).

– Adquirió el 70% de Produsal (instalaciones para la producción de sal. Empresa conjunta, o joint venture, con Pequiven).

– Adquirió la Planta de Arroz Santa Ana.

– Adquirió Mavesa.


La información puede verificarse en la web oficial de Cargill.
II.-
Cargill en Mercal.

«Mercal se volvió un desastre, me cansé de denunciarlo, como lo hizo un gentío, pero resulta que ahora el Presidente pone al presidente de Mercal como ministro de Alimentación, eso es como para llamar a María. Mercal ha recibido todo tipo de denuncias. Mercal fue una iniciativa extraordinaria, una de las mejores iniciativas que se han tomado aquí. Recuerdo una vez que Carlos Andrés Pérez dijo que con las roscas no podía ni Dios. El Presidente Chávez demostró con Mercal que no hacía falta Dios, que nosotros podíamos y Mercal llegó a tener más de la mitad, casi el 60 por ciento de la distribución de alimentos. La clase media y la clase rica iban a comprar en los Mercal. Pero, ¿qué pasó con los Mercal? Nadie se ocupó de controlarlo porque se estaba en otra cosa y entonces se fue deteriorando. Se quedó a mitad de camino y terminó siendo una barbaridad, que es contratar como proveedores de Mercal a los mismos grupos que nos estaban matando de hambre con el paro petrolero. Resulta que se metió la Polar a ser proveedor de Mercal y Cargill que es una transnacional que produce transgénicos».

III.-

El capitalismo en crisis, Cargill eleva sus ganancias
.

«La compañía agroindustrial estadounidense Cargill reportó el martes un alza del 25% en sus ganancias del segundo trimestre fiscal, gracias a sus inversiones en la industria de fertilizantes a través de su sociedad Mosaic Co. Cargill, una de las empresas privadas más grandes del mundo, ganó 1,190 millones de dólares en el trimestre finalizado el 30 de noviembre, frente a los 954 millones del mismo mes del año pasado. Excluyendo las ganancias de Mosaic, los resultados fueron ligeramente inferiores a los del año anterior. Cargill posee una participación del 64% en la firma de fertilizantes. Sin embargo, Cargill tuvo sólidas ganancias durante un periodo de mercados de crédito congelado y un fuerte retroceso de los precios de la energía y las materias primas. ‘El sistema financiero global estuvo bajo una significativa presión, los precios de la energía y las materias primas agrícolas cayeron con fuerza y los riesgos de una recesión golpearon a las economías en desarrollo en un ambiente económico deteriorado’, dijo Greg Page, presidente ejecutivo de Cargill. Cargill opera en 67 países y es un líder exportador de granos estadounidense, un gran productor de etanol, un jugador de gran peso en la operación de energía, entre otros grandes negocios».

«Cargill eleva en 25% sus ganancias». CNN/Yahoo! Noticias. 13 de enero de 2009.

IV.-

Cargill es profundamente rechazada/cuestionada/señalada por movimientos campesinos de toda América.

La información disponible es muy abundante. Abajo, algunos pocos ejemplos:

1) «La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) anunció que el número de personas que pasan hambre en el mundo subió de 850 millones para 925 millones este año. ¿El motivo? El aumento del precio de los alimentos. Y los más pobres son los más afectados por la crisis. El precio de los principales granos, como el maíz, el arroz y la soja, duplicaron desde la zafra de 2006 hasta hoy. El precio del frijol, este año, llegó a subir 168%. El Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (Diesee) estima que la cesta básica cuesta 52,8% del salario mínimo. Y señala que los más pobres tuvieron que cortar alimentos básicos en casa, registrando una baja de 6% en las compras de alimentos. Mientras tanto, las grandes transnacionales del agronegocio conmemoran cada mes su récord de lucros. Existen cerca de 30 grandes empresas, con sede en los Estados Unidos y en Europa, que controlan casi toda la producción y comercio agrícola del mundo. Este año, el lucro de la Monsanto pasó a ser más del doble del lucro del año pasado. La Sygenta, Cargill, Bunge, Nestlé y otras tampoco tienen de qué quejarse: su margen de lucro no hacen más que crecer desde que la crisis comenzó a apretar el bolsillo de los ciudadanos de todo el mundo. ¿Y por qué ocurre eso? El modelo de explotación agrícola basado en el agronegocio hace que grandes inversores especulen con el precio de los alimentos, transformando nuestro arroz con frijoles en mercadería, para ganar dinero. Ese modelo comenzó en la década de 1960, con la mentira de la llamada ‘revolución verde’, que con la excusa del aumento de la producción, potencializó la industria de los venenos, de los fertilizantes, de las máquinas para los grandes agricultores. Desde entonces, el hambre aumentó. Pocas empresas terminaron dominando el mercado y la pobreza en el campo y en la ciudad se multiplicó».

Coordinación Nacional del MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil). Día Internacional en Defensa de la Soberanía Alimentaria. 20 de octubre de 2008.

2) «En Argentina viven 280 mil familias numerosas de 22 pueblos indígenas, y 220 mil familias campesinas, con al menos 1,5 millón de personas. No producen soja ni suscriben a los agronegocios, siembran alimentos y crían animales para autoconsumo y tienen una relación especial con la tierra, no la consideran un medio para negocios, se entienden como parte de ella, de su cultura, su historia y un bien común de las próximas generaciones. Estos dos actores centrales, pueblos originarios y campesinado, fueron sistemáticamente excluidos del debate del último mes, donde las cuatro entidades más tradicionales y conservadores del campo argentino realizaron un paro patronal inédito en el país.

«Sociedad Rural (SRA), Confederaciones Rurales (CRA), Confederación Intercooperativa Agropecuaria (Coninagro) y Federación Agraria (FAA) se movilizaron y desabastecieron de alimentos las grandes ciudades por un principal objetivo: el aumento de su rentabilidad, bendecidos por el precio internacional de la soja. Los chacareros, sean grandes o pequeños, en ningún momento corrieron peligro de pérdidas económicas, pero sí (luego de una medida impositiva del Estado) estuvieron a punto de ganar menos dinero del esperado.

«Empresas. Las compañías con mayor rentabilidad del negocio sojero (exportadoras y proveedoras de insumos) son Monsanto, Dupont, Syngenta, Bayer, Nidera, Cargill, Bunge, Dreyfus, Dow y Basf, entre otras. Ninguna de ellas fue cuestionada en el reciente conflicto».

Mocase (Movimiento Campesino de Santiago del Estero, Argentina)/Vía Campesina. De eso no se habla. Página 12. 25 de abril de 2008.

3) «En Paraguay hay cuatro o cinco empresas grandes, como Monsanto y Cargill, que están detrás de estos cultivos… En Paraguay hay latifundios, no se hizo en ningún momento una reforma agraria integral. El campesino que hoy tiene tierra es gracias a su lucha y resistencia. Desde el Estado no hubo una política pública para el campesino, sino que se ha facilitado con este modelo la expulsión del campesino de sus tierras. Con el empresario con la plata en la mano, el campesino se ve acosado para vender su tierra aunque muchas veces no posee un título de propiedad, ya que el Estado nunca los ha dado. Entonces es un camino que se prepara para que el campesino se despoje de sus tierras fácilmente ante las necesidades básicas que puede sufrir, que son muchas porque no tiene acceso a crédito, a herramientas agrícolas, no hay carreteras ni se establece un precio base y estable para su producción. No hay infraestructuras, entonces la gente se encuentra apretada y con el empresario con el dinero en la mano esperando que venda su tierra».

Gilda Roa, del Movimiento Agrario Popular de Paraguay. Entrevistada por Mariana Cantero. Mayo de 2008.

Protesta contra Cargill en Paraguay. 3 de diciembre de 2007.

V.-

Chávez ordena la expropiación de la Planta de Arroz Santa Ana, propiedad de Cargill, ubicada en el estado Portuguesa, este miércoles 4 de marzo de 2009.

Haz click en cualquier video para verlo

Puedes ver otros en radiomundial.com.ve


Contra el culto a la personalidad y el servilismo intelectual – Vladimir Acosta


(Cuando pega un cierto aire frío y los procesos revolucionarios amenazan con «congelarse» – diría Saint-Just -, lo menos que uno puede hacer es echarle leña a cualquier brasa que se asome en el horizonte. Es lo que ha intentado hacer Vladimir Acosta el pasado 16 de junio, en su programa De primera mano, que transmite Radio Nacional de Venezuela todos los lunes a las 7 am.

Es lo que intento hacer aquí, igualmente, transcribiendo un par de extractos de las intervenciones de Vladimir en el referido programa. El que desee escucharlo completo, no tiene más que darle aquí, y ahí dentro darle play donde corresponde.

Epa Vladimir: me tomé la libertad de intitular esto tal y como aparece allá arriba, porque creo que resume lo central de tus planteamientos.

A veces a uno le da por pensar que esto que nos plantea Vladimir es postura de muchos, aunque ésta siga expresándose como secreto a voces. Pero coño cámaras, ¿no les parece que ya está bueno de tanto cuchicheo, de tanto cotilleo?

Entre la criticadera necia y el servilismo intelectual, un nuevo sentido común debe terminar de imponerse. Vamos a echarle leña.

Fuego).

********

Yo voy a decir aquí algunas cosas que seguramente van a molestar a algunos, pero las digo porque creo que tengo que decirlas… en función de este proceso en el cual yo creo, el cual yo quiero verdaderamente que siga avanzando, que no se estanque, que no retroceda, fundamentalmente por esa razón tengo que decir estas cosas. Yo creo que dos de los problemas, problemas serios, problemas graves, problemas que hay que enfrentar y superar en la medida de lo posible, que ha generado uno de los problemas de este proceso: la falta de dirección, son:

1) el excesivo culto a la personalidad con relación al Presidente y a todo lo que el Presidente dice, nadie se atreve a discutirle nada y menos aún a criticar las cosas que dice el Presidente, cosa que es absurda, porque aquí hay plena libertad como nunca, para criticar, para discutir; y

2) el servilismo intelectual. Lo lamento, pero me cuesta llamarlo de otra manera: el servilismo intelectual o la pereza intelectual de algunos que repiten como unos loros todo lo que se dice o todo lo que el Presidente dice y lo justifican sin pensar o que cuando piensan retuercen cualquier argumento para darle la razón al Presidente. Hay que esperar que el Presidente rectifique, cuando lo hace, porque a veces lo hace, se da cuenta, para que entonces vuelvan a ser loros, pero loros rectificadores. Y eso es triste, eso es lamentable, y es algo profundamente perjudicial para un proceso revolucionario, para un proceso que intenta cambiar cosas, para un proceso de participación y de protagonismo popular.

El punto de partida de esto, lo he comentado montones de veces, me he cansado de comentarlo en distintas oportunidades, aquí y en otros lados, en otros actos, en foros, en discusiones y conversaciones, es la falta de dirección colectiva de este proceso. Nadie cuestiona el liderazgo del presidente Chávez, este proceso está absolutamente identificado con el presidente Chávez, el presidente Chávez ha sido el espíritu, el alma, la fuerza principal de este proceso, eso no lo cuestiona nadie, no lo cuestiona ni siquiera la oposición, y por supuesto nadie lo va a a cuestionar. Se trata de que los procesos revolucionarios, los procesos de cambio, los procesos de transformaciones e incluso los procesos reformistas más o menos avanzados, necesitan direcciones colectivas, porque la política es una construcción colectiva. Y cuando se habla de democracia, de participación, de protagonismo popular, se hace absolutamente imprescindible esa discusión, esa participación popular, esa dirección colectiva, que no excluye un liderazgo, pero que necesita la participación, la asunción de responsabilidades, el compartir responsabilidades y el participar de la elaboración de una línea política que tiene que ser producto de la relación con los sectores populares, con el pueblo, y que tiene que ser permanentemente consultada con él. Eso es indispensable. Cualquier proceso que intente cambiar cosas, que intente movilizar a los sectores populares y que intente estar al servicio fundamentalmente de los sectores populares necesita una dirección colectiva, no una dirección que sea absolutamente unipersonal. Y esa es una de las grandes fallas de este proceso.

Aquí ni siquiera el partido que se acaba de construir ahora, el PUSV, es un partido que ejerza dirección colectiva. Es un partido que fundamentalmente funciona como un instrumento que repite lo que dice el Presidente, que no discute nada con el Presidente y que se ocupa fundamentalmente de las cosas administrativas: cómo desarrollar el proceso electoral, cómo hacemos aquí, si se reúnen con el PPT, qué va a pasar con el Polo Patriótico [Alianza Patriótica], si hay amenazas por la prepotencia del PSUV con relación a los otros, si se puede buscar acuerdos, si está descontento alguien, si el candidato para gobernador es el que llegó primero o el que llegó segundo. Es decir, puras cosas absolutamente técnicas, mecánicas, cotidianas, pero no discute política, el PSUV no discute política ni define política. El PSUV simplemente se limita a repetir lo que dice el Presidente, y a veces ni siquiera opina políticamente. Es el Presidente el que opina y el PSUV se ocupa entonces de las cosas administrativas. Eso no puede ser. Si alguna justificación podía tener la integración de las fuerzas que han apoyado a este proceso en un partido como el PSUV, es para construir una dirección colectiva, que desde una perspectiva de compromiso, del mismo compromiso que tiene el Presidente, pueda discutir con él y pueda llegar a acuerdos producto de discusiones con él, y de confrontaciones que ocurren a veces. De eso por lo menos no hay ningún indicio, ninguna indicación de que eso esté ocurriendo.

Pero lo que yo quiero señalar, que es lo que me parece más preocupante, son las dos cosas que dije. Por un lado, se ha ido generando, y eso es prácticamente inevitable cuando no hay una dirección colectiva, y cuando hay un liderazgo claro, porque al final el liderazgo del Presidente parece estar muy por encima de los otros líderes (se podría decir: hasta qué punto él contribuye a eso o hasta qué punto él no hace un esfuerzo para reducir esa distancia, pero ese es otro tema que no voy a tocar ahora); pero lo cierto es que esa distinción entre el peso y la importancia del Presidente y los dirigentes que forman parte de su equipo, genera y ha generado un excesivo culto a la personalidad del Presidente, que se traduce en esa dimensión negativa: una cosa es el respeto al liderazgo, otra cosa es la admiración de un liderazgo, otra cosa es entender que ese liderazgo fuerte, combativo y dinámico es necesario para impulsar un proceso (eso es perfectamente válido) y otra cosa es convertir al líder en una especie de dios, en un personaje infalible, que no se equivoca nunca y al cual no se le puede criticar absolutamente nada y no se le puede discutir absolutamente nada. Repito: algo que es absurdo. Vivimos justamente en una sociedad que es democrática como nunca ha sido esta sociedad venezolana, aquí se discute de todo, aquí se opina de todo y aquí no le pasa nada a nadie. Si aquí hasta los conspiradores de derecha, los conspiradores fascistas andan libremente por las calles, conspiran, hacen lo que les da la gana, aquí todo el mundo hace lo que le da la gana, desde los motorizados hasta los conspiradores fascistas. Entonces aquí no hay ningún peligro de que nadie pueda ser víctima de las críticas que haga. Y es necesario que esas críticas se hagan. No convertir eso en una profesión, no se trata de la profesión de criticar lo que hace el Presidente, para eso está la oposición imbécil esa, diciendo animaladas todos los días, y por eso está así, hundida, en el piso.

Se trata de la perspectiva de la construcción de un proceso revolucionario que hoy más que nunca necesita discusiones, porque están pasando cosas, aquí dentro de este proceso, que hay que discutirlas y que hay que cuestionarlas, necesita entonces una dirección colectiva que parta del reconocimiento indiscutible del liderazgo del Presidente, pero que sea capaz de fijar opiniones y tener criterios, y atreverse a tener esos criterios y a discutirlos, y atreverse a ser derrotada y atreverse a triunfar en algunas oportunidades, porque la derrota o el triunfo no son otra cosa que derrota o triunfo de posiciones que van a fortalecer el proceso. Esto es un problema que a mí me parece fundamental.

Y el otro lado es, entonces, esa suerte de pereza intelectual: «el Presidente es el líder, el Presidente se las sabe todas, el Presidente no se equivoca nunca, el Presidente es el súperestratega», el Presidente está en la estratósfera ya, planificando cosas, y los demás, entonces, por pereza intelectual, no piensan, no son capaces de analizar, no son capaces de participar, reciben pasivamente todo lo que el Presidente dice y ejecutan lo que el Presidente dice. No hay dirección colectiva. Y esa pereza intelectual a veces se convierte en un cierto servilismo, porque entonces es buscar la manera… unos, repito, porque no piensan, y simplemente repiten, repiten y repiten, tanto repiten que «esto es bueno, esto es bueno» porque el Presidente lo dice, y dos días después cuando el Presidente dice «me equivoqué», porque el Presidente sí se atreve a decir que se equivocó, entonces dicen: «esto es malo, esto es malo, esto es malo». Es decir, pasan de loros positivos a loros negativos. Y eso no puede ser. Pero en algunos llega verdaderamente a un nivel de retorcer los argumentos, de utilizar entonces los argumentos de pensar políticamente para hacer cuadrar las cosas que no cuadran, para tener que darle la razón al Presidente, y a veces se queda bastante mal cuando el Presidente después se da cuenta de que él mismo se ha equivocado (y últimamente se ha equivocado bastante, por cierto), y entonces en algunos de esos casos rectifica.

Yo creo que lo único válido y lo único correcto en política, cuando uno quiere pensar políticamente, es eso: es pensar políticamente, es analizar las cosas racionalmente, con seriedad, sin sacralizar el pensamiento y la conducta de nadie, por más líder que sea, con plena independencia de criterios. Una vez que se tiene una posición política tomada, por supuesto, no estoy hablando de criterios en el aire. Estoy partiendo de un análisis válido en política de quien piensa como revolucionario y quien está comprometido con un proceso que quiere que sea revolucionario o que quiere que siga siendo revolucionario, no de un analista de esos que se sientan en una especie de topos uranos, allá arriba, a analizar las cosas desde la estratósfera. No. Me refiero al compromiso, al compromiso militante, al compromiso patria o muerte, como son los compromisos políticos, y si no, no son compromisos y no sirven para nada. Desde esa perspectiva, una vez que uno asume esa perspectiva y la convierte en forma de vida, lo único válido en política, entonces, es analizar las cosas racionalmente, analizar las cosas con seriedad y profundidad, sin sacralizar el pensamiento y la conducta de nadie, con independencia de criterio y con buena y sólida información. Y además, sin temor a criticar lo que se estima que no está bien, justamente porque lo que se quiere es que el proceso avance y no que el proceso se estanque. Y criticar las cosas a tiempo tiene justamente la fuerza que da la posibilidad de cambiar las cosas, de incidir sobre ellas. Quedarse callado, admitir chantajes, admitir acusaciones, que hacen justamente los que quieren que el proceso no siga caminando, es permitir pasivamente que algunas cosas que están mal sigan empeorando y que cuando alguien se dé cuenta de que están mal, ya sea probablemente demasiado tarde para corregirlas, y en ese camino se puede hasta perder el poder.

Aquí lo hay que hacer, en mi opinión, y lo repito, es ver el curso reciente que ha ido tomando este proceso: hacia dónde, en qué dirección está marchando últimamente este proceso, porque, repito, hay muchas cosas preocupantes. Y uno ve cómo se engranan, una tras otra, algunas declaraciones con algunas conductas. Repito, no voy a analizar esto a fondo, simplemente lanzo esto como tema de análisis, de reflexión, de pensamiento, porque ésta es la única forma de pensar políticamente desde un compromiso revolucionario. Recomiendo una vez más que lo hagamos, recomiendo discutir sin temores, si queremos que este proceso siga avanzando, que este proceso no se estanque, que este proceso de cambio no se convierta en una cosa diferente. Porque creo que de eso, y de la conducta que se asuma y de la conducta que se comparta, depende en buena parte el futuro de este proceso, depende en buena parte que este proceso que ha sido generador, justificado, de grandes esperanzas de cambio, de algunos cambios que de verdad han tenido alcance revolucionario, que este proceso pueda mantenerse en ese camino, recuperar ese camino, profundizar ese camino, y no asumir un camino de moderación que muchas veces se convierte en camino de estancamiento.

Creo que ésta es una discusión que debe darse, y que debe darse abiertamente en el seno de este proceso, analizar lo que pasa, lo que se dice, conectar cosas, relacionar cosas, y sobre la base de esos análisis hacer planteamientos que contribuyan a que este proceso que está pasando por una etapa decisiva, por una etapa clave, por una etapa de inflexión, pueda seguir avanzando por el camino que se trazó al comienzo y que tiene que ser profundizado para que no deje de ser lo que fue y lo que tiene que ser: un proceso de cambio revolucionario.

(Serie "Leamos a Lenin") Un Lenin ciberespacial: ¿por qué no? – Slajov Zizek


«Hay que continuar fortaleciendo la solidez de la base. Hay que incrementar… la estrategia de las alianzas nuestras… No podemos dejarnos arrastrar por las corrientes extremistas. Nosotros no somos extremistas ni podemos serlo. No. Tenemos que buscar alianzas con las clases medias… incluso con la burguesía nacional. Bueno, ¡lean a Lenin, pues, leamos a Lenin!».
Hugo Chávez, 3 de enero de 2008

(A propósito de la muy cordial invitación que nos hiciera Chávez a leer a Lenin, y muy a pesar de la furibunda pandilla de extremistas que no quieren leer nada, aquí voy con mi modesto aporte. La idea de este serie «Leamos a Lenin», es contribuir con la difusión de los planteos de alguna gente que se la pasa por allí escribiendo sobre los clásicos del marxismo desde una perspectiva que bien pudiéramos calificar de «heterodoxa». Es decir, ¡alerta!, porque lo que viene huele a «revisionismo» y casi raya en el criminal extremismo de pensar sobre la revolución con cabeza propia. Guerra avisada…

Doy inicio, pues, a esta serie con un artículo del esloveno Slajov Zizek. Fue publicado originalmente en International Socialism, N° 95, 2002, pero sin duda redactado el año anterior, antes del ataque al World Trade Center, antes de la locura guerrerista e imperial estadounidense, en tiempos donde aún se hablaba con mucho entusiasmo sobre la movida Seattle, y por supuesto desde una perspectiva muy europea. Sin embargo, sabrán identificar tres o cuatro ideas bastante sugerentes por allí. La traducción es de Guillermo Crux y algún par de correcciones corren por cuenta de este servidor).
********
Si hay un acuerdo general entre (lo que queda de) la izquierda radical de hoy, es que, para resucitar el proyecto político radical, uno debe dejar atrás el legado leninista: el énfasis despiadado sobre la lucha de clases, el partido como la forma privilegiada de organización, la toma revolucionaria del poder por medios violentos, la subsiguiente “dictadura del proletariado” … ¿acaso todos estos no son “conceptos zombie” que la izquierda tiene que abandonar si quiere tener algún tipo de oportunidad en las condiciones del capitalismo tardío “posindustrial”?
El problema con este argumento aparentemente convincente es que se compra muy fácilmente la imagen heredada de Lenin como el sabio líder revolucionario que, después de formular las coordenadas básicas de su pensamiento y práctica en el ¿Qué hacer?, simplemente se dedicó, de forma consistente y despiadada, a llevarlos a cabo. ¿Qué pasa si hay para contar otra historia sobre Lenin? Es verdad que la izquierda de hoy está sufriendo una experiencia fulminante del fin de toda una época del movimiento progresista, cuya experiencia la empuja a reinventar incluso las coordenadas básicas de su proyecto – no obstante que fue precisamente una experiencia homóloga la que alumbró al leninismo. Recordemos cómo se conmocionó Lenin cuando, en el otoño de 1914, todos los partidos socialdemócratas europeos (con la honrosa excepción de los bolcheviques rusos y los socialdemócratas serbios) adoptaron la “línea patriótica” – Lenin incluso llegó a pensar que el número del Vorwärts, el diario de la socialdemocracia alemana que informaba cómo los socialdemócratas en el Reichstag habían votado por los créditos de guerra, era una falsificación de la policía secreta rusa pensada para engañar a los obreros rusos. En esa era de conflicto militar que cortó al continente europeo por la mitad, ¡cuán difícil era rechazar la noción de que uno debía tomar partido en este conflicto, y luchar contra el “fervor patriótico” en el propio país donde uno habitaba! ¡Cuántas grandes mentes (incluso Freud) sucumbieron a la tentación nacionalista, aunque más no fuera por un par de semanas! Esta conmoción de 1914 fue – para ponerla en los términos de Alain Badiou – un “desastre”, una catástrofe en la que todo un mundo desapareció: no sólo la idílica fe burguesa en el progreso, sino también el movimiento socialista que lo acompañó. El propio Lenin (el Lenin del ¿Qué hacer?) sintió que cedía la tierra bajo sus pies – no hay, en su reacción desesperada, ninguna satisfacción, ningún “¡se los dije!” Este momento de Verzweiflung, esta catástrofe, abrió el sitio para el evento leninista, por romper el historicismo evolutivo de la Segunda Internacional – y sólo Lenin estaba a la altura de esta apertura, fue el único en articular la verdad de la catástrofe. Éste es el Lenin del que todavía tenemos algo que aprender. La grandeza de Lenin fue que, en esta situación catastrófica, no tuvo miedo de tener éxito – en contraste con el pathos negativo discernible desde Rosa Luxemburg hasta Adorno, para quienes el acto auténtico en última instancia es la admisión de la derrota que alumbra la verdad. En 1917, en lugar de esperar el momento correcto de madurez, Lenin organizó una huelga preventiva. En 1920, como líder del partido de la clase obrera sin clase obrera (la mayoría de ella había perecido en la guerra civil), prosiguió la organización de un estado, aceptando en su totalidad la paradoja del partido que tiene que organizar, incluso recrear, su propia base, su clase obrera.
En ninguna parte se palpa más esta grandeza que en los escritos de Lenin que cubren el lapso de tiempo entre febrero de 1917, cuando la primera revolución abolió el zarismo e instaló un régimen democrático, hasta la segunda revolución en octubre. En febrero, Lenin era un emigrado político semi-anónimo, perdido en Zurich, sin contactos confiables en Rusia, enterándose de los eventos principalmente a través de la prensa suiza. En octubre dirigió la primera revolución socialista victoriosa – ¿pero qué fue lo que ocurrió entre medio? En febrero, Lenin percibió inmediatamente la oportunidad revolucionaria, el resultado de circunstancias contingentes únicas – si no se echaba mano del momento, la oportunidad para la revolución se desperdiciaría, quizás por décadas. En su terca insistencia de que uno debe aceptar el riesgo y pasar a la próxima fase, es decir, repetir la revolución, Lenin estaba solo, ridiculizado por la mayoría de los miembros del comité central de su propia partido, y la lectura de los textos de Lenin de 1917 proporciona un pantallazo único sobre el obstinado, paciente, y a menudo frustrante trabajo revolucionario a través del cual Lenin impuso su visión. Sin embargo, por más indispensable que haya sido la intervención personal de Lenin, uno no debe modificar la historia de la Revolución de Octubre haciéndola pasar por la del genio solitario confrontado con las masas desorientadas que impone su visión gradualmente. Lenin tuvo éxito porque su apelación, mientras pasaba por alto a la nomenklatura del partido, encontró un eco en lo que uno tiene la tentación de llamar la micropolítica revolucionaria: la explosión increíble de la democracia de base, de los comités locales que crecen alrededor de todas las grandes ciudades de Rusia y, mientras ignoran la autoridad del gobierno “legítimo”, toman las cosas en sus manos. Ésta es la historia acallada de la Revolución de Octubre.
Lo primero que conmueve al lector de hoy es cuán directamente legibles eran los textos de Lenin de 1917. No hay necesidad de largas notas explicativas – aun cuando los nombres que suenan extraño nos sean desconocidos, inmediatamente nos damos cuenta de lo que estaba sucediendo. Desde la distancia de hoy los textos despliegan una claridad casi clásica de los contornos de la lucha en la que participan. Lenin es totalmente consciente de la paradoja de la situación: en la primavera de 1917, después de la Revolución de febrero que derrocó al régimen zarista, Rusia era el país más democrático de toda Europa, con un grado inaudito de movilización de masas, de libertad de organización y de libertad de prensa – y aún así esta libertad daba a la situación un carácter no-transparente, completamente ambiguo. Si hay un hilo común que recorre todos los textos de Lenin escritos “entre las dos revoluciones” (la de febrero y la de octubre), es su insistencia en la distancia que separa los contornos formales “explícitos” de la lucha política entre la multitud de partidos y otros sujetos políticos de sus tareas sociales reales (paz inmediata, distribución de la tierra, y, por supuesto, “todo el poder a los soviets”, es decir, el desmantelamiento del aparato estatal existente y su reemplazo por las nuevas formas de dirección social del tipo de la Comuna).
Esta distancia – la repetición de la distancia entre 1789 y 1793 en la Revolución Francesa – es el espacio preciso de la original intervención de Lenin: la lección fundamental del materialismo revolucionario es que la revolución debe golpear dos veces, y por razones esenciales. La distancia no es simplemente la separación entre forma y contenido. Lo que le falta a la “primera revolución” no es el contenido, sino la forma misma – permanece atrapada en la forma vieja, y piensa que la libertad y la justicia pueden lograrse sencillamente si utilizamos el aparato estatal ya existente y sus mecanismos democráticos. ¿Qué pasa si el “buen” partido gana las elecciones libres e implementa “legalmente” la transformación socialista? (La expresión más clara de esta ilusión, orillando el ridículo, es la tesis de Karl Kautsky, formulada en los años veinte, de que la forma política lógica de la primera fase del socialismo, del pasaje del capitalismo al socialismo, es la coalición parlamentaria de los partidos burgueses y proletarios.) El paralelo aquí es perfecto con la era de la temprana modernidad en la que la oposición a la hegemonía ideológica de la iglesia se articuló primero en la forma de otra ideología religiosa, como una herejía. Siguiendo las mismas líneas, los partidarios de la “primera revolución” quieren subvertir la dominación capitalista dentro de la misma forma política de la democracia capitalista. Ésta es la “negación de la negación” hegeliana: primero el antiguo orden es negado dentro de su propia forma ideológico-política; luego esta misma forma tiene que ser negada. Aquellos que oscilan, aquellos que tienen miedo de dar el segundo paso de superar la forma misma, son aquellos que (repitiendo a Robespierre) quieren una “revolución sin revolución” – y Lenin despliega toda la fuerza de su “hermenéutica de la sospecha” para discernir las distintas formas de esta retirada.
En sus escritos de 1917 Lenin se reserva su agria ironía para quienes se dedican a la búsqueda interminable de algún tipo de “garantía” para la revolución. Esta garantía asume dos formas principales: ya sea la noción reificada de la necesidad social (uno no debe arriesgar la revolución demasiado temprano; uno tiene que esperar el momento correcto, cuando la situación está “madura” con respecto a las leyes del desarrollo histórico: “es demasiado temprano para la revolución socialista – la clase obrera no está madura aún”) o la legitimidad normativa – “democrática” (“la mayoría de la población no está de nuestro lado, entonces la revolución no sería realmente democrática”) – como dice en repetidas oportunidades Lenin, es como si antes de que el agente revolucionario tome el poder estatal tuviera que recibir permiso de alguna figura del gran Otro (organizar un referéndum que determinará que la mayoría apoya la revolución). Con Lenin, como con Lacan, el punto está en que la revolución sólo puede ser autorizada por ella misma: uno debe asumir que el acto revolucionario no está cubierto por el gran Otro – el miedo de tomar el poder “prematuramente”, la búsqueda de una garantía, es el miedo del abismo del acto. En ello reside la última dimensión de lo que Lenin denuncia continuamente como “oportunismo”, y su apuesta es que el “oportunismo” es una posición que es inherentemente falsa en sí misma y que enmascara el temor a acometer la tarea con la pantalla protectora de los hechos, leyes o normas “objetivos”.
La respuesta de Lenin no es la referencia a un conjunto diferente de “hechos objetivos”, sino la repetición del argumento formulado una década antes por Rosa Luxemburgo contra Kautsky: los que esperan que lleguen las condiciones objetivas de la revolución esperarán por siempre – esa posición del observador objetivo (y no de un agente comprometido) es en sí misma el obstáculo principal para la revolución. El contra-argumento de Lenin contra los críticos formal-democráticos del segundo paso es que esta misma opción “puramente democrática” es utópica: en las circunstancias concretas de Rusia, el estado democrático-burgués no tiene ninguna oportunidad de sobrevivir –la única “manera realista” de proteger las verdaderas conquistas de la Revolución de febrero (libertad de organización y de prensa, etc.) es avanzar hacia la revolución socialista – de no ser así, la reacción zarista será la que gane.
Tenemos aquí dos modelos, dos lógicas incompatibles de la revolución: aquellos que esperan el momento teleológico maduro de la crisis final cuando la revolución explotará “en su hora adecuada” por la necesidad de la evolución histórica; y aquellos que son conscientes que la revolución no tiene ninguna “hora adecuada”, aquellos que perciben la oportunidad revolucionaria como algo que surge y que tiene que ser capturado en los propios desvíos del desarrollo histórico “normal”. Lenin no es un voluntarista “subjetivista” – él insiste con que la excepción (el conjunto extraordinario de circunstancias, como las de Rusia en 1917) ofrece un camino para socavar la propia norma. ¿Y acaso esta línea de argumentación, esta posición de principios, no es más real hoy que nunca? ¿Acaso no vivimos también en una era en la que el estado y su aparato, incluyendo sus agentes políticos, simplemente son cada vez menos capaces de articular los problemas claves (ecología, la degradante atención médica, la pobreza, el papel de las compañías multinacionales, etc.)? La única conclusión lógica es que es urgente una nueva forma de politización, que “socializará” directamente estos problemas cruciales. La ilusión de 1917 de que los problemas urgentes que enfrentaba Rusia (paz, distribución de la tierra, etc.) podrían haberse resuelto a través de medios “legales” parlamentarios es igual a la ilusión de hoy de que, por ejemplo, la amenaza ecológica podría evitarse extendiendo la lógica del mercado a la ecología (haciendo que los que contaminan paguen el precio por el daño que causan). Sin embargo, ¿cuán relevantes son las opiniones específicas de Lenin sobre este punto? Según el pensamiento ortodoxo, la declinante fe de Lenin en las capacidades creativas de las masas durante los años posteriores a la Revolución de Octubre, lo llevaron a enfatizar el papel de la ciencia y los científicos. Él saludaba “el principio de esa época feliz cuando la política desaparecerá en el trasfondo… y los ingenieros y los agrónomos tendrán la mayor parte de la palabra.”[i] ¿Pos-política tecnocrática? Las ideas de Lenin sobre cómo corre la ruta hacia el socialismo por el terreno del capitalismo monopolista pueden parecer peligrosamente ingenuas hoy:
“El capitalismo ha creado un aparato de contabilidad en la forma de los bancos, consorcios, servicio postal, sociedades de consumidores, y sindicatos de empleados de oficina. Sin los grandes bancos el socialismo sería imposible… nuestra tarea consiste sencillamente en amputar lo que mutila capitalistamente este aparato excelente, hacerlo aún más grande, aún más democrático, más aun abarcador… Será un registro nacional, una contabilidad nacional de la producción y la distribución de bienes; será, por así decirlo, algo así como la naturaleza del esqueleto de la sociedad socialista.”[ii]
¿No es ésta la expresión más radical de la noción de Marx del intelecto general que regula toda la vida social de una manera transparente, del mundo pos-político en el que “la administración de las personas” será suplantada por “la administración de las cosas”? Por supuesto que es fácil jugar contra esta cita la carta de la “crítica de la razón instrumental” y del “mundo administrado [verwaltete Welt]”. El potencial “totalitario” está inscrito en esta misma forma de control social total. Es fácil comentar sarcásticamente cómo, en la época stalinista, el aparato de administración social se volvió, efectivamente, “aún más grande”. No obstante, ¿esta visión pos-política no es acaso el extremo opuesto de la noción maoísta de la eternidad de la lucha de clases (“todo es político”)?
Sin embargo, ¿es todo tan inequívoco? ¿Qué pasa si uno reemplaza el ejemplo (obviamente anticuado) del banco central con el de la world wide web, el candidato perfecto actual para el papel del Intelecto General (General Intellect)? Dorothy Sayers planteaba que la Poética de Aristóteles es efectivamente la teoría de las novelas policiales antes de que fueran escritas – como el pobre Aristóteles no conocía todavía la novela policial, tenía que referirse a los únicos ejemplos a su disposición, las tragedias… Siguiendo las mismas líneas, Lenin estaba desarrollando efectivamente la teoría del papel de la world wide web, pero, como no conocía Internet, tenía que referirse a los desafortunados bancos centrales. Por consiguiente, ¿podría decir uno que “sin la world wide web el socialismo sería imposible… nuestra tarea sencillamente es amputar lo que mutila capitalistamente este aparato excelente, hacerlo aún más grande, aún más democrático, aún más abarcador”? En estas condiciones, uno se siente tentado a resucitar la vieja, abusiva y medio olvidada dialéctica marxiana de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Ya es un lugar común plantear que, irónicamente, fue esta misma dialéctica la que enterró el “socialismo realmente existente”: el socialismo no pudo sostener el pasaje de la economía industrial a la pos-industrial. Una de las víctimas tragicómicas de la desintegración del socialismo en la ex-Yugoslavia fue un viejo apparatchik comunista entrevistado por la radio estudiantil de Ljubljana en 1988. Los comunistas sabían que estaban perdiendo poder, y por eso trataban desesperadamente de complacer a todos. Cuando a este viejo cuadro le hicieron preguntas provocativas sobre su vida sexual, él también intentó demostrar desesperadamente que estaba en contacto con la generación joven. Sin embargo, como el único idioma que conocía era el de la hosca burocracia, el resultado fue una particular mezcla obscena – declaraciones como, “La sexualidad es un componente importante de mi actividad diaria. Al tocar a mi esposa entre sus muslos me da nuevos grandes incentivos para mi trabajo de construir el socialismo.” Y cuando uno lee documentos oficiales de Alemania Oriental de los años setenta y comienzos de los ochenta, formulando su proyecto de convertir a la RDA en una especie de Silicon Valley del bloque socialista de Europa Oriental, uno no puede evitar la impresión de la misma distancia tragicómica entre la forma y el contenido. Mientras eran totalmente conscientes de que la digitalización era el camino del futuro, se aproximaron a ella en los términos de la antigua lógica socialista de la planificación industrial centralizada – sus propias palabras enmascaraban el hecho de que no estaban captando lo que está ocurriendo efectivamente, las consecuencias sociales de la digitalización. No obstante, ¿el capitalismo realmente proporciona el marco “natural” de las relaciones de producción para el universo digital? ¿No hay también un potencial explosivo para el propio capitalismo en la world wide web? ¿Acaso la lección del monopolio Microsoft no es precisamente la lección leninista: en lugar de combatir su monopolio a través del aparato estatal (recordemos la división de Microsoft ordenada por la Justicia), ¿no sería más “lógico” simplemente socializarlo, haciéndolo libremente accesible? Hoy uno se siente tentado a parafrasear el famoso lema de Lenin, “Socialismo = electrificación + poder de los soviets”: “Socialismo = acceso libre a internet + poder de los soviets.”
En este contexto, el mito que hay que desbancar es el del papel cada vez menor del estado. Lo que estamos atestiguando hoy en día es el cambio en sus funciones: mientras se retira parcialmente de sus funciones asistenciales, el estado está fortaleciendo su aparato en otros dominios de la regulación social. Para poder empezar un negocio ahora uno tiene que apoyarse en el estado no sólo para garantizar la ley y el orden, sino también el conjunto de la infraestructura (acceso a agua y energía, medios de transporte, criterios ecológicos, regulaciones internacionales, etc.), en una medida incomparablemente mayor que hace 100 años. La caída del servicio eléctrico en California el año pasado hace palpable a este punto: durante un par de semanas en enero y febrero de 2001 la privatización (“desregulación”) del suministro de electricidad transformó al Sur de California, uno de los paisajes pos-industriales más altamente desarrollados del mundo, en un país tercermundista con apagones regulares. Por supuesto, los defensores de la desregulación plantearon que no estaba lo bastante completa, y echaban mano del viejo falso silogismo de, “Mi novia nunca llega tarde a una cita, porque en el momento en que ella llegue tarde, ya no será más mi novia”: la desregulación funciona por definición, entonces si no funciona, no era en verdad una desregulación… ¿El reciente pánico desatado con la enfermedad de la vaca loca (que probablemente presagie docenas de fenómenos similares que nos esperan en el futuro cercano) no apunta también hacia la necesidad de un control global estatal estricto e institucionalizado de la agricultura?
¿Y qué hay del reproche básico según el cual Lenin hoy es irrelevante porque permaneció aferrado dentro del horizonte de la producción industrial masiva (recordemos su celebración del fordismo)? ¿Cómo cambia estas coordenadas el pasaje de la producción de fábrica a la producción “pos-industrial”? ¿Dónde clasificaríamos no sólo las maquiladoras de trabajo manual del Tercer Mundo, sino también las maquiladoras digitales, como la de Bangalore en la que decenas de miles de indios programan software para las corporaciones occidentales? ¿Es adecuado designar a estos indios como el “proletariado intelectual”? ¿Serán la venganza final del Tercer Mundo? ¿Cuáles son las consecuencias del hecho desquiciante (por lo menos para los conservadores alemanes) de que, después de décadas de importar centenares de miles de trabajadores manuales inmigrantes, Alemania ha descubierto ahora que necesita por lo menos decenas de miles de trabajadores intelectuales inmigrantes, principalmente programadores de computadoras? La alternativa que incapacita al marxismo de hoy en día es, ¿qué hacer a propósito de la creciente importancia del crecimiento de la “producción inmaterial” hoy (ciber-trabajadores)? ¿Insistimos con que sólo quienes están involucrados en la producción material “real” son la clase trabajadora, o damos el venturoso paso de aceptar que los “trabajadores simbólicos” son los (verdaderos) proletarios de hoy? Uno debería resistirse a dar este paso, porque ofusca la división entre la producción inmaterial y material, la división en la clase trabajadora entre los ciber-trabajadores y los trabajadores materiales (por regla separados geográficamente, como los programadores en EE.UU. o India, las maquiladoras en China o Indonesia).
Quizás sea la figura del desocupado la que simbolice al puro proletario de hoy: la determinación sustancial del desocupado sigue siendo la de un obrero, pero no se les deja realizarla o renunciar a ella, y entonces permanecen suspendidos en la potencialidad de trabajadores que no pueden trabajar. Quizás en cierto sentido hoy “todos somos desocupados” – los trabajos tienden a basarse en contratos de tiempo cada vez más cortos, por lo cual el estado de desempleo es la regla, el nivel cero, y el trabajo temporal la excepción. Entonces ésta debería ser también la respuesta a quienes abogan por la “sociedad pos-industrial” cuyo mensaje a los trabajadores es que su tiempo se terminó, que su propia existencia está obsoleta, y que lo único con lo que pueden contar es con la compasión puramente humanitaria – hay cada vez menos lugar para los trabajadores en el universo del capital de hoy, y uno debe deducir de este hecho la única conclusión consistente. Si la sociedad “pos-industrial” de hoy necesita cada vez menos trabajadores para reproducirse (20 por ciento de la fuerza de trabajo, según algunas estimaciones), entonces no son los trabajadores los que están de más, sino el capital.
El antagonismo clave de las llamadas nuevas industrias (digitales) es éste: ¿cómo mantener la forma de la propiedad (privada), que es la única forma en la que puede mantenerse la lógica de ganancia (veamos también el problema de Napster, la libre circulación de la música)? ¿Acaso las complicaciones legales en la biogenética no apuntan en la misma dirección? El elemento clave de los nuevos acuerdos internacionales de comercio es la “protección de la propiedad intelectual” – siempre que, al fusionarse, una gran compañía occidental se hace cargo de una compañía del Tercer Mundo, lo primero que hace es cerrar el departamento de investigación. Aquí surgen fenómenos que involucran a la noción de propiedad en paradojas dialécticas extraordinarias: en la India, las comunidades locales descubren de repente que las prácticas médicas y los materiales que han estado usando durante siglos son poseídos ahora por compañías norteamericanas, de manera que deben comprárselas a ellas; mientras las compañías biogenéticas patentan genes, todos estamos descubriendo que partes de nosotros, nuestros componentes genéticos, ya son propiedad registrada, poseída por otros.
Sin embargo, el resultado de esta crisis de la propiedad privada de los medios de producción no está para nada garantizado. Aquí uno debe tener en cuenta la paradoja última de la sociedad stalinista. Contra el capitalismo, que es la sociedad de clase, pero en principio igualitaria, sin divisiones jerárquicas directas, el stalinismo “maduro” es una sociedad sin clases articulada en grupos jerárquicos precisamente definidos (nomenklatura en la cima, trabajadores técnicos, ejército, etc.). Lo que esto significa es que, ya para el stalinismo, la noción marxista clásica de la lucha de clases ya no es más adecuado para describir su jerarquía y dominación – en la Unión Soviética de finales de los años veinte en adelante, la división social clave no estaba definida por la propiedad, sino a través del acceso directo a los mecanismos de poder y a condiciones de vida materiales y culturales privilegiadas (comida, alojamiento, atención sanitaria, libertad para viajar, educación). Y quizás la ironía última de la historia será que, de la misma manera, la visión de Lenin del “socialismo de los bancos centrales” sólo puede leerse adecuadamente en forma retroactiva, desde la actual world wide web.
La Unión Soviética proporcionó el primer modelo de la sociedad “pos-propietaria” desarrollada, del verdadero “capitalismo tardío” en el cual la clase dominante será definida por el acceso directo a los medios de poder central y control (informativos, administrativos) y a otros privilegios materiales y sociales: el punto ya no será poseer compañías, sino directamente administrarlas, tener el derecho para utilizar un jet privado, tener acceso a una cobertura de salud diferenciada, etc. – privilegios que no serán adquiridos por medio de la propiedad, sino a través de otros mecanismos (educativos, directivos, etc.).
Ésta, entonces, es la crisis venidera que ofrecerá la perspectiva de una nueva lucha emancipatoria, de la reinvención completa de lo político – no la vieja opción marxista entre la propiedad privada y su socialización, sino la opción entre la sociedad pos-propietaria jerárquica y la sociedad pos-propietaria igualitaria. Aquí, la vieja tesis marxista sobre cómo la libertad y la igualdad burguesas están basadas en la propiedad privada y las condiciones de mercado, adquiere un giro inesperado: lo que permiten las relaciones de mercado son la libertad (por lo menos) “formal” y la igualdad “legal” – ya que la jerarquía social puede sostenerse a través de la propiedad, no existe la necesidad de su aserción política directa. Si, luego, el papel de la propiedad privada disminuye, el peligro es que esta desaparición gradual cree la necesidad de alguna nueva forma de jerarquía (racista o de “gobierno de los expertos”), directamente fundadas en las propiedades de los individuos, y cancelando así incluso la igualdad “formal” burguesa y la libertad. Resumiendo, en tanto el factor determinante de poder social será la inclusión/exclusión del conjunto de los privilegiados (de acceso al conocimiento, control, etc.), podemos esperar el surgimiento de modos distintos de exclusión, para llegar directamente al racismo. La primera señal clara que apunta en esta dirección es la nueva alianza entre la política (gobierno) y las ciencias naturales. En la biopolítica, que surgió recientemente, el gobierno está instigando a la “industria de los embriones”, el control sobre nuestro legado genético por fuera del control democrático, justificado por una oferta que nadie puede rechazar: “¿No quiere usted curarse del cáncer, la diabetes, el Alzheimer…?” Sin embargo, mientras los políticos hacen esas promesas “científicas”, los propios científicos permanecen profundamente escépticos, haciendo hincapié frecuentemente sobre la necesidad de alcanzar decisiones a través de un gran acuerdo social general.
El problema último de la ingeniería genética no reside en sus consecuencias imprevisibles (¿qué ocurriría si creamos monstruos – digamos, humanos sin sentido de responsabilidad moral?), sino la manera en que la ingeniería biogenética afecta fundamentalmente nuestra noción de educación: en lugar de educar a un niño para que sea un buen músico, ¿será posible manipular sus genes para que se incline “espontáneamente” hacia la música? En lugar de instilar en él un sentido de disciplina, ¿será posible manipular sus genes para que “espontáneamente” tienda a obedecer órdenes? La situación aquí está radicalmente abierta – si surgirán gradualmente dos clases de personas, los “nacidos naturalmente” y los manipulados genéticamente, no queda claro de antemano qué clase ocupará el nivel más alto en la jerarquía social. ¿Serán los “naturales” los que consideren a los manipulados como meras herramientas, no como seres verdaderamente libres, o serán mucho más perfectos manipulados genéticamente los que considerarán a los “naturales” como pertenecientes a un nivel más bajo de evolución?
La lucha venidera, por lo tanto, no tiene ningún resultado garantizado – nos confrontará con una inédita urgencia para actuar, ya que no sólo involucrará un nuevo modo de producción, sino una ruptura radical en lo que significa ser un ser humano. Hoy ya podemos discernir las señales de un tipo de malestar general – recordemos la serie de eventos normalmente agrupados bajo el nombre de “Seattle”. La luna de miel de diez años del capitalismo global triunfante ha terminado, la largamente retrasada “comezón del séptimo año” ya está aquí – seamos testigos de las reacciones de pánico de los grandes medios de comunicación, que, desde la revista Time hasta CNN, todos de repente empezaron a advertir sobre la existencia de marxistas que manipulan a la muchedumbre de manifestantes “honestos”. El problema ahora es el estrictamente leninista – cómo enfrentar las imputaciones de los medios de comunicación, cómo inventar estructuras organizativas que le confieran a esta inquietud la forma de una demanda política universal. De no ser así, la oportunidad se desperdiciará, y lo que quedará es una perturbación marginal, quizás organizada como un nuevo Greenpeace, con cierta eficacia, pero también con metas estrechamente limitadas, estrategias de marketing, etc. En otras palabras, la lección “leninista” clave hoy es que la política sin forma organizativa de partido es política sin política, de manera que la respuesta a aquéllos que simplemente quieren los (atinadamente llamados) “nuevos movimientos sociales” es la misma que la respuesta de los jacobinos a los componedores girondinos: “¡Ustedes quieren la revolución sin una revolución!” El obstáculo de hoy es que parece haber sólo dos caminos abiertos para el compromiso socio-político: o jugar el juego del sistema, comprometerse en la “larga marcha a través de las instituciones”, o activar en los nuevos movimientos sociales, desde el feminismo, pasando por la ecología hasta el anti-racismo. Y de nuevo el límite de estos movimientos es que no son políticos en el sentido del Singular Universal; son “movimientos contra un solo problema” que carecen de la dimensión de la universalidad, es decir, que no se relacionan con la totalidad social.
La promesa del movimiento “de Seattle” reside en el hecho de que es exactamente lo opuesto de lo que usualmente se lo designa en los medios de comunicación (la “protesta anti-globalización”); es el primer grano de un nuevo movimiento global, global con respecto a su contenido (apunta a una confrontación global con el capitalismo actual) así como en su forma (es un movimiento global e involucra una red internacional móvil, capaz de reaccionar desde Seattle a Praga). Es más global que el “capitalismo global”, ya que involucra en el juego a sus víctimas, es decir, aquellos excluidos por la globalización capitalista. Quizás uno debería arriesgarse y aplicar la vieja distinción de Hegel entre universal “abstracto” y “concreto” en este caso: la globalización capitalista es el “abstracto”, concentrado en el movimiento especulativo del capital, mientras el “movimiento de Seattle” está por el “universal concreto”, es decir, por la totalidad del capitalismo global y su lado oscuro excluido.
Aquí el reproche de Lenin a los liberales es crucial: ellos simplemente explotan el descontento de las clases obreras para fortalecer su posición frente a los conservadores, en vez de identificarse con ese descontento hasta el final.[iii] ¿No esto lo que ocurre también con los liberales de izquierda de hoy? Les gusta evocar el racismo, la ecología, los agravios contra los trabajadores, etc., para anotarse algunos puntos por encima de los conservadores sin poner en peligro el sistema. Recordemos cómo, en Seattle, el propio Bill Clinton se refirió a los manifestantes que estaban afuera en las calles, recordándoles a los líderes reunidos dentro del palacio sitiado que deben escuchar al mensaje de los manifestantes (el mensaje que, por supuesto, Clinton interpretó privándolo de su aguijón subversivo atribuido a los peligrosos extremistas que introducen el caos y la violencia entre la mayoría de los manifestantes pacíficos). Esta posición clintonesca luego se desarrolló en una elaborada estrategia de contención de “garrote y zanahoria”: por un lado, paranoia (la noción de que hay una oscura conjura marxista acechando por detrás); por otro lado, en Génova, no fue nadie más que Berlusconi el que proporcionó comida y albergue a los manifestantes anti-globalización – a condición de que se “comportaran con propiedad” y no perturbaran el evento oficial. Pasa lo mismo con todos los nuevos movimientos sociales, hasta los zapatistas en Chiapas. La política del sistema está siempre presta para “escuchar sus demandas”, privándolas de su aguijón político apropiado. La verdadera “tercera vía” que tenemos que buscar es esta tercera vía entre la política parlamentaria institucionalizada y los nuevos movimientos sociales.
Como una señal de esta emergente inquietud y necesidad de una verdadera tercera vía, es interesante ver cómo, en una entrevista reciente, incluso un liberal conservador como John Le Carré tuvo que admitir que, como consecuencia de la “aventura amorosa entre Thatcher y Reagan”, en la mayoría de los países occidentales desarrollados y sobre todo en el Reino Unido “la infraestructura social prácticamente ha dejado de funcionar” que luego lo lleva directamente a suplicar que, por lo menos, “renacionalicen los ferrocarriles y el agua”.[iv] Efectivamente nos estamos acercando a un estado en que la afluencia privada (selectiva) es acompañada por la degradación global (ecológica, de infraestructura) que empezará a afectarnos a todos pronto: la calidad del agua no sólo es un problema en el Reino Unido – un estudio reciente mostró que la totalidad de la fuente de donde se abastece de agua el área de Los Ángeles ya está tan afectada por químicos tóxicos artificiales que pronto será imposible potabilizarla, ni siquiera a través de los filtros más avanzados. Le Carré formuló su furia contra Blair por aceptar las coordenadas básicas thatcheristas en términos muy precisos: “La última vez, en 1997, pensé que él estaba mintiendo cuando negaba que fuera socialista. Lo peor que puedo decir sobre él es que estaba diciendo la verdad”.[v] Más precisamente, aun cuando en 1997 Blair estuviera mintiendo “subjetivamente”, aun cuando su agenda confidencial tratara de mantener lo más posible la agenda socialista, estaba “objetivamente” diciendo la verdad: su (eventual) convicción socialista subjetiva era un autoengaño, una ilusión que le permitió cumplir con su papel “objetivo”, el de completar la “revolución” thatcherista.
La respuesta última al reproche de que las propuestas de la izquierda radical son utópicas debería ser que hoy la verdadera utopía es la creencia en que el actual acuerdo general capitalista liberal-democrático pueda continuar indefinidamente, sin cambios radicales. Así, regresamos al viejo lema de 1968 “Soyons réalistes, demandons l’impossible!” (“¡Seamos realistas, demandemos lo imposible!”): para ser de verdad “realista”, uno debe considerar evadirse de los constreñimientos de lo que aparece como “posible” (o, como normalmente lo llamamos, “factible”). Si hay que sacar alguna lección de la victoria electoral de Silvio Berlusconi en mayo de 2001, es que los verdaderos utópicos son los izquierdistas de la Tercera Vía – ¿por qué? La tentación principal que hay que evitar a propósito de la victoria de Berlusconi en Italia es la de usarla como un pretexto para otro ejercicio en el marco de la tradición izquierdista conservadora de la Kulturkritik (desde Adorno a Virilio) que lamentan la estupidez de las masas manipuladas y el eclipse del individuo autónomo capaz de reflexión crítica. Esto, sin embargo, no significa que las consecuencias de esta victoria deban subestimarse. Hegel dijo que todos los eventos históricos tienen que ocurrir dos veces: Napoleón tenía que perder dos veces, etc. Y parece también que Berlusconi tenía que ganar una elección dos veces para que nos demos cuenta del conjunto de las consecuencias de este evento.
¿Qué es lo que logró Berlusconi? Su victoria nos proporciona una triste lección sobre el papel de la moralidad en la política: el resultado en última instancia de la gran catarsis moral-política – la campaña anti-corrupción de “manos limpias” que una década atrás arruinó a la Democracia Cristiana y, con ella, a la polaridad ideológica de democristianos y comunistas que dominó la política italiana de pos-guerra – es que Berlusconi esté en el poder. Es como si Rupert Murdoch ganara las elecciones en Gran Bretaña – un movimiento político dirigido como si fuera una empresa de publicidad. Forza Italia de Berlusconi ya no es un partido político, sino – como su nombre lo indica – más bien un grupo de gente que apoya a una selección de fútbol. Si, en los viejos y buenos países socialistas, el deporte estaba directamente politizado (recordemos las enormes sumas de dinero que la RDA invertía en sus mayores atletas), ahora la política misma se ha vuelto una competencia deportiva. Y el paralelo va incluso mucho más allá: si los regímenes comunistas nacionalizaban la industria, Berlusconi en cierto modo está privatizando el propio estado. Por esta razón, todas las preocupaciones de algunos izquierdistas y demócratas liberales sobre el peligro de un neo-fascismo que acecharía por detrás de la victoria de Berlusconi están fuera de lugar y en cierto modo son demasiado optimistas: el fascismo todavía es un proyecto político determinado, mientras que, en el caso de Berlusconi, en última instancia no hay nada que esté acechando por detrás, ningún proyecto ideológico secreto, sólo la pura convicción de que las cosas funcionarán, de que lo haremos mejor. En resumen, Berlusconi es la pos-política en su estado más puro. La señal última de la “pos-política” en todos los países occidentales es el creciente enfoque empresarial hacia las funciones de gobierno. El gobierno es reconcebido como una función administrativa, privada de su dimensión propiamente política.
Lo que verdaderamente está en juego en las luchas políticas de hoy es cuál de los dos viejos partidos principales, los conservadores o la “izquierda moderada”, lograrán presentarse a sí mismos como los que verdaderamente encarnan el espíritu pos-ideológico, contra el otro partido al que se descalificará diciendo que “todavía está atrapado por los viejos espectros ideológicos”. Si los años ochenta pertenecieron a los conservadores, la lección de los noventa parecería ser que, en nuestras sociedades capitalistas tardías, la socialdemocracia de la Tercera Vía (o, más marcadamente aún, los pos-comunistas en las países ex-socialistas) funciona efectivamente como la representante del capital como tal, en general, contra sus facciones particulares representadas por los diferentes partidos “conservadores”, quienes, para poder presentarse su mensaje como si se dirigiera al conjunto de la población también tratan de satisfacer las demandas particulares de los estratos anti-capitalistas (digamos, de los trabajadores de clase media “patrióticos” amenazados por la fuerza de trabajo barata de los inmigrantes. Recordemos a la CDU, que contra la propuesta de los socialdemócratas de que Alemania debía importar 50.000 programadores de computadoras de la India, lanzó la consigna infame de “Kinder statt Inder!” – “¡Niños en lugar de indios!” Esta constelación económica explica en buena medida cómo y por qué los socialdemócratas de la Tercera Vía pueden estar simultáneamente por los intereses del gran capital y por una tolerancia multiculturalista que apunte a defender los intereses de las minorías foráneas.
El sueño de la Tercera Vía de la izquierda era que el pacto con el diablo funcionara: Ok, ninguna revolución, aceptamos el capitalismo como lo único a lo que se puede jugar, pero por lo menos podremos mantener algunos de los logros del estado de bienestar, además de construir una sociedad tolerante hacia las minorías sexuales, religiosas y étnicas. Si la tendencia anunciada por la victoria de Berlusconi persiste, se discierne una perspectiva mucho más oscura en el horizonte: un mundo en el que el dominio ilimitado del capital no se complemente con la tolerancia del liberalismo de izquierda, sino por la típica mixtura pos-política de un espectáculo puramente publicitario junto con las preocupaciones de la Mayoría Moral (recordemos que el Vaticano dio su apoyo tácito a Berlusconi). Si hay una agenda ideológica oculta en la “pos-política” de Berlusconi es, para decirlo sin vueltas, la desintegración del pacto democrático fundamental posterior a la Segunda Guerra Mundial. En los últimos años, ya hubo numerosas señales de que el pacto anti-fascista posterior a la Segunda Guerra Mundial está crujiendo lentamente – los llamados “tabúes” están cayendo, desde los historiadores “revisionistas” hasta los populistas de la Nueva Derecha. Paradójicamente, los que están socavando este pacto se refieren precisamente a la misma lógica de la victimización universalizada por los liberales: seguramente hubo víctimas del fascismo, ¿pero qué hay de las otras víctimas de las expulsiones posteriores a la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué hay de los alemanes desalojados de sus hogares en Checoslovaquia? ¿No tienen también algún derecho a una compensación (financiera)?
El futuro inmediato no pertenece a los provocadores derechistas abiertos como Le Pen o Pat Buchanan, sino a gente como Berlusconi y Haider, esos abogados del capital global con la piel de lobo del nacionalismo populista. La lucha entre ellos y la izquierda de la Tercera Vía es la lucha por ver quién será más eficaz en neutralizar los excesos del capitalismo global –la tolerancia multiculturalista de la Tercera Vía o la homofobia populista. ¿Será esta aburrida alternativa la respuesta de Europa a la globalización? Berlusconi es lo peor de la pos-política; ¡incluso The Economist, esa estoica voz del liberalismo anti-izquierda, fue acusado por Berlusconi de ser parte de una “conjura comunista”, cuando le hizo algunas preguntas críticas sobre cómo es que una persona declarada culpable de crímenes podía llegar a ser primer ministro! Lo que esto significa es que, para Berlusconi, toda oposición a su pos-política se basa en una “conjura comunista”. Y en cierto modo tiene razón – ésta es la única oposición verdadera. Todos los demás – los liberales o la Tercera Vía – están jugando básicamente el mismo juego que él, sólo que con un ropaje diferente. Y la esperanza tiene que ser que Berlusconi también tenga razón con respecto al segundo aspecto de su paranoico mapa cognitivo – que su victoria dará ímpetu a la verdadera izquierda radical.
[i] Citado de N Harding, Leninism (Durham, 1996), p168.
[ii] Ibid, p146.
[iii] Debo este punto a la contribución de Alan Shandro, Lenin y la lógica de la hegemonía, en el simposio La recuperación de Lenin, Essen, 2-4 de febrero de 2001.
[iv] John Le Carré, My Vote? I Would Like to Punish Blair, entrevista con David Hare en The Daily Telegraph, 17 de mayo de 2001, p23.
[v] Ibid.

Frente Popular Revolucionario del Sur convoca a movimientos populares de Caracas


El Frente Popular Revolucionario del Sur, que agrupa las parroquias El Valle, Coche, La Vega y San Agustín, propuso realizar una asamblea el venidero 12 de enero con todos los colectivos y dirigentes populares de Caracas, con miras a concretar un encuentro a escala nacional para poner en práctica un verdadero parlamentarismo de calle.

El coordinador de la Radio Comunitaria Alí Primera, Alí Verenzuela, dijo que esta decisión se acordó por unanimidad en una reunión efectuada recientemente en la Universidad Simón Rodríguez, con la participación de más de 30 colectivos de Caracas.

Allí se planteó la lectura revolucionaria de los artículos de la Constitución para que el pueblo proponga esa modificación, pero con un gran sentido de compromiso con la Revolución Bolivariana y el socialismo.

Asimismo, se decidió la creación de un consejo popular de gobierno con carácter vinculante, la construcción de las comunas como expresión del poder popular y la organización de las milicias populares como forma de autodefensa.

Igualmente, se aprobó la constitución de los tribunales populares para procesar las denuncias y cuestionamientos de funcionarios acusados de corrupción, burocratismo e incompetencia, así como asesinatos de dirigentes campesinos y populares, con el objetivo de dar inicio a los procesos de juicio populares.

También se planteó la necesidad de fortalecer la formación política ideológica del pueblo para consolidar su unidad como garantía de la construcción del socialismo.

Asimismo, se pidió continuar la construcción del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), a fin de fortalecer la organización de los y las aspirantes a militantes y su formación político-ideológico, como parte de nuestro pueblo.

Verenzuela manifestó que en esa reunión se concluyó que los resultados electorales contra la propuesta de reforma constitucional, fueron producto de la canallada puesta en marcha por parte de la quinta columna, los oportunistas y derechistas que forman parte del gobierno y quienes trabajaron en alianza con la oposición pro imperialista.

Considera que pese a ese proceso electoral, el pueblo no se siente derrotado, aunque entiende que la abstención fue un claro mensaje dirigido a los burócratas que no están en sintonía con las necesidades de la gente, motivo por el cual fueron los grandes derrotados.

«Esos mismos que no hicieron el trabajo para obtener el triunfo, fueron incapaces de visitar un barrio, de estar en contacto directo con las comunidades, pues sólo actúan cuando necesitan el voto para ocupar un cargo u obtener cualquier otro beneficio particular, pero no para dar la batalla por el socialismo que estamos construyendo», expresó.

Manifestó que todo esto, aunado a la sucia, feroz y aplastante campaña mediática de desinformación de la derecha y el monstruoso andamiaje de los medios de comunicación privados que siguen actuando impunemente, frente al cual los esfuerzos de los sectores populares por difundir la propuesta, quedaron prácticamente anulados.

Llegó la hora de conquistar en la calle lo que no logramos en el referendo y rompamos el cerco burocrático, para lo cual es vital construir los consejos populares de gobierno e impulsemos nuestras propias leyes, puntualizó Verenzuela.

(Publicado por los cámaras de Anmcla).

Subcomandante Marcos sobre la revolución cubana


Hace muy pocos días, entre el 13 y el 17 de diciembre, se celebró en San Cristóbal de las Casas, en el estado mexicano de Chiapas, el Primer Coloquio Internacional In Memoriam Andrés Aubry, con la participación de activistas e intelectuales de la talla de Enrique Dussel, Immanuel Wallerstein, Francois Houtart, Pablo González Casanova, Naomi Klein, entre otros.


En la página Indymedia Chiapas es posible escuchar todas las intervenciones. Vengo de escuchar la del cámara Dussel, que les recomiendo ampliamente.

El 14 de diciembre, el subcomandante Marcos dio lectura a la tercera parte (de siete) de un documento que lleva por título Ni el centro ni la periferia. Les dejo acá un fragmento, en el que Marcos manifiesta su solidaridad con la revolución cubana. Una buena pieza, a ser digerida por los intelectuales «progres» que siguen empeñados en sostener esa impostura del antipoder.

Algo de Geografía y Calendario básicos.

Hay en el Caribe, tendida al sol y cual verde caimán, una alargada isla. “Cuba” se llama el territorio y “Cubano” el pueblo que ahí vive y lucha.

Su historia, como la de todos los pueblos de América, es una larga trenza de dolor y dignidad.

Pero hay algo que hace que ese suelo brille.

Se dice, no sin verdad, que es el primer territorio libre de América.

Durante casi medio siglo, ese pueblo ha sostenido un desafío descomunal: el de construirse un destino propio como Nación.

“Socialismo” ha llamado este pueblo a su camino y motor. Existe, es real, se puede medir en estadísticas, puntos porcentuales, índices de vida, acceso a la salud, a la educación, a la vivienda, a la alimentación, desarrollo científico y tecnológico. Es decir, se puede ver, oír, oler, gustar, tocar, pensar, sentir.

Su impertinente rebeldía le ha costado sufrir el bloqueo económico, las invasiones militares, los sabotajes industriales y climáticos, los intentos de asesinato contra sus líderes, las calumnias, las mentiras y la más gigantesca campaña mediática de desprestigio.

Todos estos ataques han provenido de un centro: el poder norteamericano.

La resistencia de este pueblo, el cubano, no sólo requiere de conocimiento y análisis, también de respeto y apoyo.

Ahora que tanto se habla de defunciones, habría que recordar que ya se llevan 40 años de tratar de enterrar al Che Guevara; que a Fidel Castro lo han declarado muerto ya varias veces; que a la Revolución Cubana le han marcado, inútilmente hasta ahora, decenas de calendarios de extinción; que en las geografías que se trazan en las estrategias actuales del capitalismo salvaje, Cuba no aparece, por más que se empeñen.

Más que como ayuda efectiva, como señal de reconocimiento, respeto y admiración, las comunidades indígenas zapatistas han enviado un poco de maíz no transgénico y otro más poco de gasolina. Para nosotras, nosotros, ha sido nuestra forma de hacerle saber a ese pueblo que sabemos que las más pesadas de las dificultades que padece, tienen un centro emisor: el gobierno de los Estados Unidos de América.

Como zapatistas pensamos que debemos tender la mirada, el oído y el corazón hacia este pueblo.

No vaya a ser que, como a nosotros, se diga que el movimiento es muy importante y esencial y bla, bla, bla; y cuando, como ahora, somos agredidos, no hay ni una línea, ni un pronunciamiento, ni una señal de protesta.

Cuba es algo más que el extendido y verde caimán del Caribe.

Es un referente cuya experiencia será vital para los pueblos que luchan, sobre todo en los tiempos de oscurantismo que se viven ahora y se alargarán todavía algún tiempo.

En contra de los calendarios y geografías de la destrucción, en Cuba hay un calendario y una geografía de esperanza.

Por esto ahora decimos, sin estridencias, no como consigna, con sentimiento: ¡Que viva Cuba!

Muchas gracias.

A %d blogueros les gusta esto: