Unión Comunera: victorias tempranas


Foto: Gerardo Rojas

Durante el jueves 2 y el viernes 3 de marzo se realizó el Congreso Fundacional de la Unión Comunera, en el territorio de la Comuna Socialista El Maizal, en el municipio Simón Planas del estado Lara. La reunión convocó a comuneros y comuneras de cuarenta y ocho Comunas provenientes de doce estados del país, y a militantes de una decena de organizaciones populares con énfasis en el trabajo territorial.

El Congreso Fundacional estuvo precedido por un denodado y sostenido trabajo durante al menos tres años, que con frecuencia se vio obstaculizado por severas dificultades materiales para la movilización y luego por la pandemia, circunstancias que no impidieron que pequeñas avanzadas de compañeros y compañeras se desplazaran, en varias oleadas, por algunos estados del oriente, del centro, de los llanos y de la región andina, buscando crear o afianzar vínculos con miles de comuneros y comuneras dispersos por el territorio. A los contactos iniciales les siguieron varias reuniones de alcance regional, en las que se fue macerando una agenda en común, al tiempo que se reafirmaba la necesidad de confluir en un espacio de carácter autónomo, que aportara a la reorganización del chavismo popular y comunero.

Tal podría considerarse la primera victoria temprana y parcial de la Unión Comunera: haber dado un paso decisivo hacia la rearticulación de fuerzas dispersas por todo el territorio nacional. Lo más lúcido del liderazgo comunal en Venezuela siempre estuvo convencido de que la apuesta de Chávez por la creación y multiplicación de Comunas había encontrado eco popular, incluso en los lugares más recónditos. Además, siempre se mostró dispuesto a sumarse entusiastamente a los esfuerzos orientados a construir “una red que vaya como una gigantesca telaraña cubriendo el territorio de lo nuevo”, para así contrarrestar a la “gigantesca amiba” del capital, como diría el mismo Chávez en su Golpe de Timón.

Durante algún tiempo, organizaciones como la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, así como la Red Nacional de Comuneros y Comuneras, supieron cumplir ese papel, aportando su valioso esfuerzo militante a la tarea de fortalecer y cualificar el movimiento comunero. Hacia 2014, en tiempos de intensa movilización comunera, parte importante de las Comunas más avanzadas hacían parte de una u otra organización. Pero incluso entonces, la mayoría de las Comunas se mantenía al margen de cualquier espacio de confluencia, o se limitaba a establecer alianzas de carácter más bien local o regional, lo que por cierto no desmeritaba tales iniciativas.

Cinco años después, cuando el germen humano de lo que hoy es la Unión Comunera comenzó a planificar su inminente despliegue por el territorio, la situación era muy distinta: aquellas organizaciones nacionales, por razones cuyo análisis escapan al propósito de este texto, se habían debilitado notablemente o habían decidido replegarse, concentrándose en sus bastiones territoriales; circunstancias que, a su vez, eran expresión del estado de reflujo por el que atravesaba el movimiento comunero. Precisamente el hecho de que la fragua de la Unión Comunera haya tenido lugar en un contexto de reflujo popular y, por tanto, en condiciones políticas sumamente adversas, constituye sin duda alguna la segunda de sus victorias tempranas. Este espacio es un buen ejemplo de que la certeza respecto de la necesidad de juntarse no es suficiente. Hace falta también la iniciativa. La Unión Comunera es fruto de la iniciativa política.

Esta importante información de contexto nos permite valorar en su justa dimensión el significado de una iniciativa en apariencia modesta, sobre todo si se la evalúa en términos cuantitativos (y tomando en cuenta que las Comunas registradas oficialmente ya superan las cuatro mil), pero que en realidad contiene un extraordinario potencial: eventualmente, la Unión Comunera podría constituirse en una suerte de organización palanca, esto es, en un punto de apoyo que contribuya a la reorganización del movimiento comunero y, más allá, al fortalecimiento del menguado campo popular venezolano.

La tercera victoria temprana sería la apuesta por la cualidad de los procesos de organización comunal, antes que por la cantidad. Sobran las razones para afirmar que el Congreso Fundacional hubiera podido ser una puesta en escena multitudinaria, con gentes provenientes de varios centenares de Comunas y agrupaciones políticas de casi todo el país. De hecho, en algunas de las reuniones regionales preparatorias del Congreso la participación superó el centenar de Comunas. Sin embargo, terminó prevaleciendo la idea de construir un sólido núcleo inicial, que incluyera a Comunas con una mínima trayectoria en el trabajo productivo, con fuerte arraigo en lo territorial, etc. Claramente, el liderazgo de la Unión Comunera no pretende “representar” a la mayor cantidad posible de Comunas, ostentando una fuerza que no se corresponde con la realidad, para, pongamos el caso, negociar recursos o cuotas de poder. Su intención expresa, y tal sería la cuarta victoria temprana, es construir poder real en el territorio. La Unión Comunera no pretende “hegemonizar” el movimiento comunero, sino contribuir a la reconstrucción de hegemonía popular y democrática, que es algo muy distinto.

La quinta victoria temprana se relaciona estrechamente con las dos anteriores: apostar por la cualidad de los procesos de organización comunal, así como por la construcción de poder real en el territorio, supone necesariamente una mirada de mediano y largo plazo. En sus intervenciones durante el Congreso Fundacional, diversos referentes de la Unión Comunera insistieron una y otra vez en la necesidad de acometer una tarea paciente de reconstrucción y rearticulación, respetando los ritmos y los niveles de desarrollo de las distintas experiencias de autogobierno popular.

La sexta victoria temprana sería el especial énfasis en lo programático: hoy día, son muy pocos los espacios donde el liderazgo chavista reivindica, sin reservas, el socialismo, y son menos aún los espacios donde cualquier referencia al socialismo no suena a retórica vacía, al punto de que termina resultando preferible que deje de invocársele. Pues bien, el Congreso Fundacional de la Unión Comunera fue un espacio donde no solo se reivindicó la vigencia del horizonte socialista, sino la necesidad de “volver a Chávez”, en el entendido de que parte importante de la dirigencia se ha alejado de su ideario y de su praxis. Más notablemente, fue un espacio en el que las constantes referencias al socialismo no daban cuenta de una impostura, sino todo lo contrario: se trataba de reafirmar una clara postura en favor de la construcción del socialismo desde el territorio, desde lo comunal, desde el autogobierno popular y mediante el fortalecimiento de la propiedad social.

Quizá la séptima y última victoria temprana vendría a ser la idea muy arraigada de corresponsabilidad política del movimiento comunero, esto es, la idea de que reafirmar y preservar la vigencia del horizonte programático de la revolución bolivariana no es tarea que le corresponda exclusivamente a quienes hoy ejercen funciones de gobierno, sino también al pueblo organizado. Porque solo el pueblo salva al pueblo. En el caso de la Unión Comunera, esto no es una simple consigna.

Publicado originalmente en Venezuelanalysis.

The Early Victories of the Communard Union


The Founding Congress of the Communard Union was held on March 3 and 4 on the territory of the Maizal Socialist Commune in the municipality of Simón Planas in Lara state. The meeting brought together communards from 48 Communes from twelve states in the country as well as activists from a dozen popular organizations with an emphasis on territorial work.

The Founding Congress was preceded by at least three years of strenuous and sustained work, often hampered by severe material difficulties that impeded mobilization and then further thwarted by the pandemic. These circumstances that did not prevent small deployments by groups of comrades, in several waves, through some states of the east, the center, the plains and the Andean region, seeking to create or strengthen links with thousands of communards scattered throughout the territory. The initial contacts were followed by several meetings of regional scope, where a common agenda was macerated, while at the same time reaffirming the need to come together in an autonomous space, which would contribute to the reorganization of popular and communal Chavismo.

This could be considered the first early and partial victory of the Communard Union: having taken a decisive step towards the rearticulation of forces scattered throughout the national territory. The most lucid elements of the communard leadership in Venezuela were always convinced that Chávez’s commitment to the creation and multiplication of communes had found sympathetic ears, even in the most remote places. In addition, they were always willing to enthusiastically join the efforts aimed at building «a network that goes like a gigantic spider’s web covering the territory with the new», in order to counteract the «giant amoeba» of capital, as Chávez himself would say in his Strike at the Helm speech.

For some time, organizations such as the Bolívar and Zamora Revolutionary Current (CRBZ), as well as the National Network of Communards, knew how to fulfill this role, contributing their valuable militant effort to the task of strengthening and elevating the communard movement. Around 2014, in times of intense communal mobilization, a considerable segment of the most advanced communes were part of one of these two organizations. But even then, the majority of the communes stayed away from any space of convergence, or limited themselves to establishing alliances of a more local or regional nature, which certainly should not be held against such initiatives.

Five years later, when the human sprout of what is now the Communard Union began to plan its imminent deployment throughout the territory, the situation was very different: those national organizations—for reasons whose analysis is beyond the purpose of this text—had markedly weakened or had decided to retreat, concentrating on their territorial strongholds. These circumstances were, at the same time, an expression of the state of ebb that the communard movement was going through. Precisely because the forging of the Communard Union took place in a context of an ebb in popular mobilization and therefore in extremely adverse political conditions, this fact undoubtedly constitutes the second of its early victories. This space is a good example that having the certainty that it is necessary to unite is not enough. Initiative is also needed. The Communard Union is the result of political initiative.

This important context allows us to fairly assess the significance of a seemingly modest initiative, especially if it is evaluated in quantitative terms (and taking into account that there are over four thousand officially registered communes), that in reality contains an extraordinary potential: eventually the Communard Union could become a kind of lever organization, that is, one that acts as a point of support that contributes to the reorganization of the communal movement and, further, to the strengthening of the diminished Venezuelan popular movement.

The third early victory would be the commitment to the quality rather than the quantity of communal organization processes. There are plenty of reasons to state that the Founding Congress could have been a massive staging, with people from several hundred communes and political groups from nearly the entire country. In fact, the attendance at some of the preparatory regional meetings of the congress exceeded one hundred communes. However, the idea of ​​building a solid initial nucleus ended up prevailing, to build around communes with a minimum track record of productive work, with strong territorial roots, etc. Clearly, the leadership of the Communard Union does not intend to “represent” the largest possible number of communes, a showing of force that does not actually correspond to reality, to negotiate resources or power quotas, to name one example. Its express intention, and this would be the fourth early victory, is to build real power in the territory. The Communard Union does not intend to “hegemonize” the commune movement, but instead to contribute to the reconstruction of popular and democratic hegemony, which is something very different.

The fifth early victory is closely related to the previous two: betting on the quality of communal organization processes, as well as on the construction of real power in the territory, necessarily supposes a medium and long-term view. In their speeches during the Founding Congress, various key figures of the Communard Union insisted again and again on the need to undertake the patient task of reconstruction and rebuilding ties, respecting the rhythms and levels of development of the different experiences of popular self-government.

The sixth early victory would be the special emphasis on programmatic issues: today, there are very few spaces where the Chavista leadership unreservedly upholds socialism, and there are even fewer spaces where any reference to socialism does not sound like empty rhetoric, to the degree that it is preferable to not to invoke it at all. Well, the Founding Congress of the Communard Union was a space where not only the validity of the socialist horizon was reclaimed, but also the need to «return to Chávez,» in the sense that an important part of the leadership has moved away from his ideology and praxis. More notably, it was a space in which the constant references to socialism were not just for appearances, but quite the opposite: it was about reaffirming a clear position in favor of the construction of socialism from within the territory, from the communal, from popular self-government and by strengthening social property.

Perhaps the seventh and last early victory would be the deep-rooted idea of the communard movement’s political co-responsibility, that is, the idea that restating and preserving the validity of the programmatic horizon of the Bolivarian Revolution is not a task that falls exclusively to those who today exercise government functions. It also falls to the organized people. Because only the people save the people. In the case of the Communard Union, this is not a mere slogan.

Publicado originalmente en Venezuelanalysis, el 20 de marzo de 2022

Claves para entender el momento histórico de Venezuela


Muy buena conversa con los compañeros Luis Bonilla-Molina y Stalin Pérez Borges, el pasado 14 de marzo de 2022, para el espacio Bitácora del Movimiento Social Venezolano, organizado por Insisto y resisto, Otras Voces en Educación y CLACSO TV.

Constituent Power (entrevista en Sidecar/NLR, 3 de febrero de 2022)


Por Geo Maher

Publicado originalmente en Sidecar/NLR

Geo MaherThe role of grassroots popular power – or what is often called constituent power – in Venezuela’s Bolivarian Revolution is generally misunderstood or ignored. How do you understand its place in recent Venezuelan history?

Reinaldo Iturriza: The process of popular subjectification represented by Chavismo remains under-analyzed. The emphasis is almost always placed on the figure of Chávez himself, while the unique historical conjuncture that made his leadership possible is relegated to the background, and in particular the influence of that popular subject without which Chávez would be inconceivable. Something similar happens with the Caracazo, the street-level rebellion of 1989 which many now see as the proximate origin of the Bolivarian process. I am convinced that the general misunderstanding of Chavismo is directly related to the inability to interpret that popular uprising. As uncomfortable as it might be, we shouldn’t forget that the protesters of 1989 were initially vilified by analysts both on the right and the left. At best, the Caracazo was viewed as a pre-political explosion: a food riot, born out of the need to loot basic necessities. In my opinion, though, what happened was a general challenge to the status quo – one that managed to put the state on notice.

After the Caracazo, everything changed. What we sensed intuitively then, we can today affirm wholeheartedly: it was only a matter of time, and of force. We simply needed a political vehicle that was capable of translating the majority’s rejection of the system into a viable alternative. We found it in Chavismo.

GM: Almost ten years ago, just before you took the reins of the Commune Ministry, we discussed the question of internal democracy within Chavismo, the PSUV, and threats to the Bolivarian process – including the relationship between the leadership and the barrios. At that time, you spoke of the need to dismantle a political logic that viewed the people as mere beneficiaries of the government. Does this logic persist? Has it deepened?

RI: This political logic, which we could describe as representative, clientelistic – a welfare logic – has gained much more ground than we would want. Over the past five years, the population has experienced wage devaluation, high inflation rates and then, towards the end of 2017, hyperinflation, with all its destructive impact on social bonds. Since 2014, we saw shortages of consumer goods and long queues to access commercial establishments. The humiliation of trying, often in vain, to stock up on essential products, became practically normalized in Venezuelan society. Amid all this, there were successive waves of anti-Chavista violence: first in 2014, then in 2017, when the country was pushed to the brink of civil war, and finally in 2019 with the self-proclamation of an unknown legislator as ‘interim president’, supported by the US.

Against the backdrop of these events, there emerged what I have referred to as the humanitarianization of anti-Chavista discourse: framing the material and spiritual deprivation of the popular majority as a ‘humanitarian crisis’, which leaves in its wake ‘victims’ whose plight can only be resolved by humanitarian intervention. The effect of this so-called humanitarianism was the dehumanization of the people, reduced to a state that Agamben would call ‘bare life’ – entirely dependent on outside help. However, Chavismo did not counter this discourse, as I think it should have done, by creating conditions for the expression of popular power. On the contrary, the idea that the underprivileged people needed to be ‘protected’ by the government was entrenched. Which is ironic, because in reality it was the opposite that happened: throughout these years, the majority decided to protect what they still considered their government, despite its many errors.

GMVenezuela has endured a triple crisis that started around 2012: an economic crisis rooted in the exchange rate that quickly threw the entire economy into chaos; a leadership crisis provoked by the death of Chávez in 2013; and the aggression, internal and external, that the enemies of the Bolivarian process unleashed in an attempt to put an end to this experiment in participatory democratic socialism. How do you see the overall balance sheet of the past decade?

RI: I would start by saying that, in general terms, the balance sheets that have so far been drafted by the left are insufficient. Too often, half-truths are repeated and concrete explanations – especially those related to the economic situation – are systematically concealed. It seems to me that the experience of recent years has produced a kind of interpretive shock. One way this manifests is the idea that, after Chávez, we lost course completely, the Chavista political class betrayed the revolutionary programme, and the present crisis is the inevitable result of that betrayal. It seems to me that this narrative is reductive and moralistic. Needless to say, when one accuses an entire political class of treason and tries to explain everything based on this accusation, one is not exactly demonstrating the kind of analytic rigour that Marx deployed in The Eighteenth Brumaire.

It’s true that the death of Chávez prompted a realignment of forces within the government. Some tried to defend the programme of the Bolivarian revolution, as set out in the Plan de la Patria and the Bolivarian Constitution, while others tried to wash their hands of it. As such, contradictory policy decisions were made. Yet these differences did not emerge from nowhere, nor were they merely a symptom of incompetence or inefficiency; they were rooted in class contradictions and political antagonisms within Chavismo itself.

To fully explain such shifts, we need a clear analysis of how fissures within the PSUV came to the fore after Chávez’s death. That, in turn, requires a complete picture of how Venezuela’s class composition has changed since the Bolivarian revolution. Let’s take as true the premise that the working class no longer represents the centre of gravity for government policy, and that this centre has been shifting towards sectors of the bourgeoisie, both within our borders and of course beyond them. The important question then becomes: Since when? When was the tipping point? What mediations help us explain this shift from one historical moment to another? Likewise, if we accept that, toward the end of 2015, the historic Chavista bloc began to fracture and we began to confront a Gramscian crisis of authority, it is necessary to ask why this was able to happen. How was it expressed? What are its political implications? A comprehensive account of Maduro’s tenure must answer these and other questions with political and intellectual honesty. 

GM: During this century, there has been much talk of participatory socialism across Latin America. But only Venezuela has experienced a systematic process of building a new society, beginning in 2006 with the communal councils and continuing in 2009 with the communes. What is the status of the communal project today? How does it interact with the country’s triple crisis?

RI: With the communal councils and later the communes, the foundations were laid for building a more democratic society. The fact that these foundations have managed to survive, upheld by thousands of working-class people throughout the country, is in itself a very important victory – however depleted they may be at present.

Invariably, however, Venezuela’s economic downturn led to a popular retreat from politics. The public sphere contracted. And as the crisis worsened, many who were part of the communal network changed their priorities: day-to-day material realities had to come first. Meanwhile, government support for these spaces dropped off. State functionaries believed it was a waste of time to pour effort and resources into building popular power – especially if those resources were scarce. It was easier to govern through patronage and clientelism, even if this meant undermining the revolution’s social base.

At some point in 2017, if memory serves me right, the government issued a directive that the spokespeople of the communal councils would not be elected by an assembly of citizens, as required by law, but would instead be handpicked by the party. If this order had been implemented, it could have meant the total liquidation of the communal experiment. Indeed, this was the outcome in places where popular organization had been significantly weakened. But, thankfully, in many other places the will of communal leadership prevailed and the directive was resisted.

I remain convinced that communal leadership is the true vanguard of the revolutionary process. The communal spaces must be taken seriously in any plan for national reconstruction. The latter necessarily involves strengthening those experiences that put their faith in social property. Twenty years ago, we wouldn’t have been anywhere close to even asking questions like these.

GM: When the PSUV was founded, it was on the promise of being the most democratic party in the world. Disappointment soon followed. When the grassroots rejected pro-government candidates, many were appointed by decree, and the years since have seen the party become less a vehicle for permanent democratic debate than a space for intra-elite power struggles. Yet, recently, after a fierce campaign, Ángel Prado, spokesman for the El Maizal Commune, prevailed in the party primary to become the official PSUV candidate for Simón Planas municipality in Lara State, before winning the post in the country’s mega-elections on November 21st. How important was this victory, and how do you see the state of internal democracy within the PSUV?

RI: After the popular retreat from politics that I have mentioned, Chavismo was defeated in the 2015 parliamentary elections. In light of this setback, the Chavista leadership increasingly appealed to clientelism as a campaign strategy. Yet, contrary to what some PSUV politicians claim, this often provoked fierce resistance from the population. The idea that it is possible to win an election by literally buying the support of voters shows profound contempt for the people – and they know it. As such, the government’s approach can only guarantee victory if a significant part of the population abstains. For reasons that are frankly difficult to understand, this was precisely the tactic adopted by most anti-Chavista parties after their victory in 2015: abstention. These pawns of the US bet on delegitimizing of the Venezuelan government by opting out of the electoral process, but they ultimately played into its hands.

Ángel Prado’s victory is of the greatest political importance for several reasons. First, it showed that, despite countless obstacles, Venezuela’s popular machinery is still capable of defeating the bureaucratic and clientelistic machinery. After all, it was the former that guaranteed Chávez’s electoral victories time and again, and Maduro’s first victories as well. On August 8, during the PSUV’s open primaries, those who controlled that bureaucratic machinery in Simón Planas municipality – a clique gathered around the outgoing mayor – tried to disenfranchise the majority. First, they launched a crude patronage campaign, distributing food, medicine, fuel, electrical appliances and money in a discretionary way. But they also resorted to violence, seeking to intimidate the people who supported the communal candidacy. On the night of 7 August, the first physical attacks occurred, and these continued throughout election day. Finally, since the bureaucracy controlled the polling stations, they tried to suppress turnout by slowing down the process. Many people were exhausted after hours of waiting and went home without being able to vote. But despite all these maneuvers, comrade Prado won 47.9% of the votes, beating his rival by an almost 10% margin.

What factors explain this astonishing victory? For one thing, Prado is the symbolic figurehead of the El Maizal Commune and commands great moral authority among its members. He prioritized direct contact with the people: touring almost the entire municipality, speaking to constituents and, above all, listening to them (whereas much of the party leadership had long disappeared from the territory). His campaign was disciplined and well-organized. Because it was confident that it represented the majority, it was able to withstand the undemocratic tactics of the bureaucracy, which it nonetheless refused to needlessly antagonize or provoke. Simón Planas could therefore be said to represent, on a small scale, a phenomenon that can be identified throughout almost the entire country: effective organizing against elites within the PSUV. Prado’s election has shown that it is possible to defeat this new class – whose eventual overthrow will, I hope, enable the Bolivarian Revolution to recover its lost vitality.

El chavismo en el laberinto hegemónico (y una novedad histórica)


Foto: Sandra Iturriza

Elecciones, salario, inflación y fractura hegemónica

El pasado 21N, por primera vez en los últimos veintiún años, y tomando como referencia solo las contiendas electorales de carácter regional, las candidaturas oficiales del chavismo obtuvieron un porcentaje de votos menor que el alcanzando por el conjunto de fuerzas políticas de oposición: 45,30% versus 52,34%. A esto debemos sumarle una merma de 1.770.596 votos en relación con las elecciones regionales de 2017, lo que equivale a una disminución del 30,44% de su caudal electoral.

Si tomamos como referencia todas las elecciones celebradas en idéntico período, y exceptuando el referendo para la reforma constitucional de 2007, el chavismo siempre obtuvo mayor porcentaje de votos que la oposición, salvo en una oportunidad: las elecciones parlamentarias en diciembre de 2015.

Hagamos un brevísimo ejercicio de memoria: en las elecciones previas a las parlamentarias de 2015, esto es, en las municipales de diciembre de 2013, el chavismo había alcanzado una cómoda victoria. ¿Qué ocurrió entre una elección y otra? Es cierto que el salario mínimo integral experimentó un incremento del 87,93%, pasando de un valor promedio de Bs.F. 5.414,38 en 2014 a un valor promedio de Bs.F. 10.175,34 en 2015. No obstante, la inflación (precio de alimentos) ascendió a 68,5% en 2014 y marcó 180,9% en 2015. Dicho de otra manera, la inflación aumentó 164,09% en 2015 en relación con el año precedente, casi dos veces más que el porcentaje de incremento del salario mínimo integral. El cuadro 1 del anexo ofrece más detalles al respecto.

Si la evaluación del comportamiento de este par de indicadores nos permite una primera aproximación parcial a la magnitud de la desvalorización del salario mínimo integral entre 2014 y 2015, procedamos a tomar en consideración el valor real del salario mínimo integral, medido de acuerdo al valor del dólar especulativo. Así, tenemos que en 2014 el valor promedio del salario mínimo integral fue de 60,17 dólares, -41,05% menos que en 2013, mientras que en 2015 el valor promedio fue de 23,15 dólares. En otras palabras, en 2015, el valor promedio del salario mínimo integral disminuyó -61,53% en relación con el año precedente, como puede observarse en el cuadro 2 del anexo.

Lejos de cualquier determinismo económico, no pretendo sugerir que el comportamiento de estos indicadores nos ofrece una explicación suficiente de las razones de la derrota en las elecciones parlamentarias de 2015. Si existiera tal cosa como una relación causal unívoca, mecánica, entre la desvalorización del salario mínimo integral y los resultados electorales, en adelante el chavismo difícilmente hubiera obtenido alguna victoria electoral: luego de recuperar levemente su valor promedio en 2016 (se apreció 33,05% en relación con 2015), ubicándose en 30,80 dólares, en 2017 disminuyó -35,13% en relación con el año previo, marcando 19,98 dólares; en 2018 cayó -70,73%, ubicándose su valor promedio en 5,85 dólares; en 2019 apenas se apreció, un 6,61%, marcando 6,23 dólares, y en 2020 disminuyó -52,34%, para situarse en 2,97 dólares (ver cuadro 2 del anexo).

Lo que resulta indiscutible es que, para el momento de las elecciones parlamentarias de 2015, la clase trabajadora venezolana había experimentado cuatro años consecutivos de significativa desvalorización de sus ingresos, si tomamos como referencia el valor promedio del salario mínimo integral de acuerdo al dólar especulativo, o tres años consecutivos, si la referencia es el salario según el dólar oficial (ver cuadro 2 del anexo). Durante este período, tal circunstancia económica, a la que se suman una serie de factores políticos, geopolíticos, sociales y culturales, irá creando las condiciones históricas para que se produzca una fractura del bloque histórico democrático popular chavista. El resultado de la contienda de 2015 debe entenderse como el correlato electoral de este fenómeno.

Está por realizarse un estudio pormenorizado de la manera como fue mutando la estructura de clases de la sociedad venezolana durante aquellos años. Sin disponer, por los momentos, de datos más precisos, no es aventurado afirmar, sin embargo, que durante tal período aumentó notablemente la cantidad de “nuevos” pobres, con el agravante de que muchos de ellos recién habían logrado salir de la pobreza entre 2004 y 2012.

Los datos a la mano sobre pobreza por ingreso, informalidad y desempleo permiten inferir una reducción significativa de una fracción de clase, el subproletariado, que a mi juicio constituyó el centro de gravedad de la política de Chávez. Debe entenderse como formando parte del subproletariado, siguiendo al brasileño Paul Singer, a los pobres que trabajan, aunque su trabajo no les proporcione medios suficientes para asegurar la reproducción normal de su fuerza de trabajo.

Según la CEPAL, la pobreza por ingreso se redujo de 47% en 2004 a 21,2% en 2012, y la pobreza extrema de 18,6% a 6%. La informalidad, mientras tanto, se redujo de 48,9% en el segundo semestre de 2004 a 42,1% en el segundo semestre de 2012. Por último, el desempleo disminuyó de 13,9% a 7,4% en el mismo período. Se cuentan por millones los trabajadores y las trabajadoras que abandonaron su condición de subproletarios para incorporarse, de pleno derecho, a la clase trabajadora formal no empobrecida. La revalorización del salario durante estos años dio pie al surgimiento de lo pudiera considerarse, aunque de manera un tanto equívoca, una “nueva clase media popular”.

Esta “nueva clase media popular”, que en realidad refiere a una clase trabajadora robustecida tras años de revalorización de sus ingresos, será la principal afectada entre 2012 o 2013, según se considere, y 2015, siendo los más perjudicados, en las primeras de cambio, y como resulta harto predecible, quienes se ubicaban más próximos a la línea de la pobreza.

Parece igualmente indiscutible que, tras la derrota en las parlamentarias de 2015, el objetivo estratégico primordial del liderazgo político y partidista de la revolución bolivariana consistía en recomponer fuerzas, encarando la fractura del bloque histórico democrático popular chavista. Pues bien, más allá de cualquier declaración oficial u oficiosa, y dando por hecho que el liderazgo hizo suyo aquel objetivo, lo sensato sería reconocer que éste estuvo muy lejos de ser alcanzado.

En el interregno 2016-2018, el valor promedio del salario mínimo integral se apreció siempre en mayor proporción que la inflación, como puede verse en el cuadro 1 del anexo. Sin embargo, medido en dólares, la situación es muy distinta: como se aprecia en el cuadro 2, si la referencia es el precio oficial, observamos que en 2016 el comportamiento de los indicadores favoreció al valor promedio del salario mínimo integral, que se apreció 78,39% respecto del año anterior, mientras que la inflación aumentó 51,69%. En 2017, el valor promedio del salario mínimo integral siguió apreciéndose, con un 55,21% de incremento, pero la inflación aumentó 214,36% respecto del año anterior, casi cuatro veces más. En 2018, con una economía azotada por la hiperinflación, la situación fue mucho más grave: el valor promedio del salario mínimo integral cayó -68,81%, mientras que la inflación se disparó 14.977,70%. Si la referencia es el dólar especulativo, la correlación siempre fue negativa: el salario aumentó 33,05% en 2016, pero se mantuvo por debajo de la inflación, y disminuyó -35,13% y -70,73% en 2017 y 2018, respectivamente.

Como es sabido, en septiembre de 2018 el Gobierno decidió adoptar un conjunto de medidas económicas orientadas principalmente a reducir la hiperinflación. Vistos los resultados, puede afirmarse que está en vías de lograrlo: ésta pasa de 130.060,20% en 2018 a 9.585,50% en 2019, vuelve a bajar en 2020, cuando marca 2.959,8%, y todo indica que en 2021 seguirá disminuyendo. Pero, en este punto, la pregunta es inevitable: ¿a qué precio? El precio no es otro que el valor del salario. Dicho de manera sencilla: el precio lo está pagando la clase trabajadora venezolana.

Como puede verse en el cuadro 1, tanto en 2019 (aunque por muy poco margen) como en 2020, el valor promedio del salario mínimo integral se apreció por encima de la inflación. No obstante, el cuadro 2 nos muestra que en 2019 se produce una caída de -84,64 en el valor promedio del salario mínimo integral medido en dólares oficiales (6,87 dólares) y otra caída de -55,19% en 2020, cuando el salario mínimo integral pasa a valer 3,04 dólares. Más elocuente aún, nótese que la variación interanual de la inflación (-92,63% y -69,12% en 2019 y 2020, respectivamente) es prácticamente equivalente a la pérdida de valor del salario mínimo integral. En otras palabras, el valor del salario disminuye casi exactamente en la misma proporción que la inflación.

Vistos estos indicadores, no puede sorprendernos en lo absoluto la pérdida de apoyo de las candidaturas oficiales: una disminución de 7,39 puntos porcentuales en relación con 2017, lo que equivale, como apuntamos al principio, a una disminución del 30,44% de votantes.

Bloque histórico democrático popular chavista o novedad histórica

Circunstancias gravísimas y determinantes como el asedio económico imperialista, al que me he referido en varios artículos previos, y que suele estar ausente en la mayor parte de los análisis del antichavismo, puede considerarse un atenuante, sin duda alguna, pero no exime en lo absoluto de responsabilidad al liderazgo político y partidista de la revolución bolivariana.

Adicionalmente, parto del principio, indisociable de la cultura política chavista, de que una de las peores prácticas en que puede incurrir el liderazgo es proceder a “culpar” a las mayorías populares, y concluir que la pérdida de apoyo electoral sería reflejo de una improbable “incomprensión” del momento histórico. El tono elogioso con el que muchos voceros oficiales y oficiosos se refieren a esa minoría “irreductible” de venezolanos y venezolanas que, pese a todo, aún siguen expresando su apoyo electoral a las candidaturas oficiales, apenas es capaz de disimular el reproche implícito a las mayorías crecientemente desafiliadas.

Antes al contrario, estoy convencido de que tanto la minoría “irreductible” como las mayorías desafiliadas están más bien próximas a comprender cabalmente el profundo y nefasto impacto que produce un asedio económico imperialista que es sistemático y deliberado, y la forma como éste afecta nuestras vidas. La diferencia estriba en la manera como una y otras evalúan el desempeño del Gobierno a la hora de hacerle frente. La evaluación tiende a ser, sin duda, muy negativa, por cierto no solo para las mayorías, y es absurdo pensar que esta valoración no se expresará en las urnas electorales.

La desafiliación política de las mayorías populares, quizá el principal fenómeno político de estos tiempos, es la resultante, en buena medida, de la incapacidad del liderazgo para recomponer el bloque histórico democrático popular chavista. Revertir el proceso que condujo a su fractura pasa necesariamente por anteponer los intereses de la clase trabajadora. Pues bien, no es posible recomponer bloque histórico democrático popular aplicando medidas económicas que anteponen el objetivo de controlar la hiperinflación al objetivo de revalorizar los ingresos de trabajadores y trabajadoras.

Parafraseando a Marx, bien es cierto que en el caso de una nación asediada por el imperialismo, como en el caso venezolano, la cuestión social es, antes que todo, la cuestión nacional, y es imposible resolver la primera cuestión sin resolver la segunda. Ahora bien, ¿cómo resolver la cuestión nacional si la base social de apoyo al proyecto revolucionario se fractura y se debilita a pasos agigantados?

El proceso que apuntala el liderazgo, entendiendo siempre que no se trata de una unidad monolítica, y en cuyo seno pudieran manifestarse divergencias programáticas de mayor o menor envergadura, pareciera más bien orientado a recomponer un bloque histórico de distinta naturaleza, uno en el que lo popular, la clase trabajadora, y específicamente el subproletariado en tanto fracción de clase, ya no constituyen el centro de gravedad, lugar que pasarían a ocupar diversas fracciones de la burguesía, tanto de la “nueva” como de la tradicional o histórica.

Si tal hipótesis resultara correcta, esto nos permitiría comprender varias cosas, a saber: por qué el liderazgo ha puesto más empeño en suscitar la fractura de la clase política antichavista, que en recuperar apoyo popular masivo; por qué ha puesto tanto empeño en aceitar una maquinaria electoral cada vez más clientelar y asistencial, para derrotar no solo al antichavismo fracturado, sino para combatir cualquier resquicio de maquinaria popular y revolucionaria, como quedó claramente en evidencia en el municipio Simón Planas del estado Lara, durante las primarias abiertas del 8 de agosto; por qué el Gran Polo Patriótico es un espacio de confluencia política cada vez más menguado.

Limitémonos al primer asunto. Buena parte de la vocería oficial y oficiosa no solo ha celebrado el éxito indiscutible de las tácticas encaminadas a dividir a la clase política antichavista, sino que además se ha mostrado muy optimista respecto de lo que pueda suceder en el corto y mediano plazo: a su juicio, y en resumen, se trata de diferencias insalvables entre figuras enceguecidas por sus ambiciones de poder. Siendo así, no tendría mucho sentido perder el tiempo en detalles más bien secundarios, como el hecho de que la oposición antichavista, de haber logrado definir una candidatura unitaria, hubiera podido obtener al menos nueve gobernaciones adicionales; o el hecho de que, por segunda vez en seis años, el chavismo obtuvo menos votos que la oposición; o el hecho de que el chavismo perdió casi un tercio de sus votantes en relación con las últimas elecciones regionales.

Es decir, pareciera haberse instalado muy cómodamente la idea de que es posible seguir ganando elecciones haciendo lo mínimo necesario. Salvo en casos puntuales, como en el estado Barinas, donde fue preciso recurrir a la vía judicial para “resolver” un asunto que tendría que resolverse siempre, y en todas partes, no solo de manera política, sino haciendo política chavista: gobernando revolucionariamente para ganar elecciones.

Así las cosas, no sería de extrañar que eventualmente se hiciera público algún análisis que concluyera que, muy por el contrario de lo que plantean voces agoreras, el bloque histórico ¿chavista? se está recomponiendo con la incorporación a filas de una suerte de “oposición antichavista democrática”.

Los signos de interrogación remiten a un problema, permítaseme la expresión, existencial. Supongamos que tal es el escenario: que el liderazgo, o al menos parte de él, ha asumido que solo es posible prevalecer en el poder recomponiendo bloque histórico vía la incorporación de la “oposición antichavista democrática” y desplazando a la clase trabajadora de su centro de gravedad. ¿Cabría hablar, con propiedad, de bloque histórico democrático popular chavista? ¿Seguiríamos denominándolo chavista, por pura convención, aunque cada vez lo sea menos, y a falta de algún término que dé cuenta de la novedad histórica?

Vayamos más lejos, por más problemas que nos depare el territorio de lo nuevo, como podría haberlo dicho Rosa Luxemburg: ¿acaso alguien en su sano juicio sería capaz de afirmar que la mayoría de ese casi 60% que no acudió a votar el 21N se reconoce en la clase política antichavista? Réstesele el voto ausente (migrantes), el antichavismo desafiliado (quienes, a pesar de identificarse como antichavistas, decidieron abstenerse) y el abstencionismo estructural. Con todo, es muy probable que el grueso de quienes decidieron abstenerse se identificara, durante muchos años, con el chavismo, e incluso puede que una parte lo siga haciendo, pero dejó de sentirse representada en el PSUV.

En artículos previos, intentando analizar a fondo este asunto de la desafiliación política, he sugerido que el fenómeno describiría el hecho de que parte importante de la población ya no se reconoce en el chavismo en tanto identidad política. Pero, ¿acaso no será ésta una manera errada de plantear el problema? ¿No será más bien al contrario: no tanto que millones de personas, o al menos una cantidad considerable de ellas, ya no se identifican con el chavismo, sino que aquella novedad histórica, que aún no sabemos cómo nombrar, ya no expresa los intereses de las mayorías populares?

Anexo

Batalla de las ideas y guerra de interpretaciones


Dioses del Olimpo

Percibo en voceros oficiales y oficiosos, sobre todo entre estos últimos y con sus notables excepciones, un cierto resquemor por la variedad de análisis que se han hecho públicos respecto de la contienda electoral del 21N. Una suerte de malestar difuso, más bien propio de quienes reclaman el monopolio de la verdad, y a quienes, por tanto, les resulta intolerable tener que lidiar con visiones contrapuestas a las suyas.

Es algo que percibo, debo subrayarlo, en gente ubicada en el amplio espectro de la política venezolana. Es decir, además de difuso, es un malestar extendido entre toda la clase política. Es como si, ante lo desconcertante de los resultados, favorables o adversos, le resultara demasiado difícil sobreponerse a la mudez momentánea que produce cualquier desconcierto, y se decidiera por lo más fácil: decir lo que, a su juicio, desean escuchar los que consideran sus respectivos públicos cautivos.

No deja de sorprenderme semejante actitud. En la Venezuela del siglo XXI se estableció como norma consuetudinaria que en los períodos inmediatamente posteriores a un evento electoral, se abría el abanico de lo decible, de lo pensable, de lo analizable, sin mayores límites que aquellos que dictaban la sensatez, y vaya que infinidad de veces se trasgredieron, incluso, esos límites, lo que solíamos interpretar como gajes del oficio. De eso se trata, a fin de cuentas, la batalla de las ideas.

Tengo la impresión de que, siempre según la opinión de los referidos voceros oficiales y oficiosos, deberíamos asimilar que ya no hay lugar para la batalla de las ideas, o en todo caso queda muy poca gente digna de ella, lo suficientemente apertrechada intelectualmente, preparada para sus avatares, y que ésta ha sido sustituida por algo que podría llamarse guerra de interpretaciones.

El problema con la guerra de interpretaciones es que todos se proclaman ganadores, más allá de lo que indiquen los fríos y despiadados números. No hay fuerzas políticas debilitadas, solo robustecidas. No hay estrategias erróneas, solo correctas. Solo hay dioses, héroes y campeones en el olimpo de la política venezolana.

Es un completo despropósito, por supuesto, semejante ejercicio de soberbia, consecuencia, intuyo, de creerse en lo más alto entre lo más alto.

Estoy plenamente convencido de que las mayorías populares, tanto el grueso de quienes votamos como de quienes no lo hicieron, esperan mucho más que simplemente análisis autocomplacientes y, en algunos casos, cosa que no celebro, ya no esperan nada, porque están francamente hartos, desde hace años, del soliloquio de la clase política, de sus voceros y de sus pretendidos expertos, más que prestos a narrar improbables leyendas doradas.

Con Chávez, los simples mortales aprendimos, a muchos no se nos ha olvidado, que no podemos renunciar bajo ningún pretexto a la política con vocación de construcción hegemónica, popular, democrática. Un tipo de ejercicio de la política que es indisociable de la batalla de las ideas.

Si a estas alturas este aprendizaje colectivo es algo difícil de asimilar para la vocería oficial y oficiosa, y de allí su malestar, pues no queda más que desearle que aprenda a lidiar con ello.

La contienda electoral del 21N: un análisis en frío


I. Introducción

En la Venezuela del siglo XXI, quizá nunca como ahora fue tan importante detenerse a observar con detalle unos resultados electorales. Si nos atenemos a los más visibles, y mal que les pese al gobierno estadounidense y a los pocos que pretenden, contra toda sensatez política, seguir apoyando la ficción del “gobierno interino”, las candidaturas oficiales del chavismo se han alzado con la mayoría de los cargos en disputa. No menos importante, la oposición antichavista casi en pleno ha vuelto al redil electoral, lo que sin lugar a dudas constituye una extraordinaria noticia para la sociedad venezolana.

Dicho esto, corresponde traer a la superficie un conjunto de datos que considero no solo muy valiosos, sino tan imprescindibles como elocuentes, y que sin embargo parecen estar ausentes en el análisis de la clase política, o al menos en los que tendrían que hacerse públicamente.

Lo que sigue es un análisis en frío de los resultados de la contienda del 21N de 2021. A tal fin, procedí a construir el histórico de resultados en elecciones regionales (es decir, en las cuales se disputaban las gobernaciones) a partir del año 2004, revisando y procesando la información disponible públicamente a través del Consejo Nacional Electoral (CNE). Decidí omitir los datos relativos a las Megaelecciones de 2000, porque en tal oportunidad estuvo también en disputa, de manera directa, la figura del presidente Hugo Chávez, lo que hace de aquella una contienda histórica muy singular, no asimilable, a mi juicio, a las elecciones regionales que se realizaron posteriormente.

Sumé como votos del chavismo únicamente los recibidos por las candidaturas oficiales, y como votos de la oposición el total acumulado por las fuerzas políticas que competían contra las candidaturas oficiales del chavismo, casi siempre identificadas con el antichavismo. Respecto de esto último, vale precisar que, por regla general, el porcentaje de votos recibidos por candidaturas no antichavistas, pero compitiendo contra las candidaturas oficiales del chavismo, es más bien ínfimo, lo que permite justificar esta decisión, que persigue exclusivamente facilitar el método de exposición de los resultados.

En el caso del estado Barinas, donde el CNE aún no proclama al gobernador electo (jueves 25 de noviembre, 2 pm), contabilicé los votos ofrecidos en el primer boletín oficial del órgano comicial.

Hechas tales consideraciones, paso a presentar el primer cuadro, que resume el resultado de las cinco contiendas de carácter regional:

Acto seguido, revisemos con mayor detalle.

II. Porcentaje de participación

El siguiente gráfico muestra el comportamiento del porcentaje de participación:

Como puede verse, la participación popular en la contienda electoral del 21N de 2021 se ubicó en su mínimo histórico, disminuyendo 18,84 puntos porcentuales respecto de 2017.

III. Votos totales chavismo y oposición

El siguiente gráfico incluye la información sobre la cantidad de votos recibidos tanto por las candidaturas oficiales del chavismo como por la oposición:

El dato más relevante es que en las elecciones del 21N de 2021, y por primera vez, el número de votos obtenidos por el chavismo es menor que la cantidad recibida por las candidaturas opositoras. Adicionalmente, el chavismo pierde casi 2 millones de votos en relación con 2017.

IV. Porcentaje de votos chavismo y oposición

Como puede observarse en el siguiente gráfico, y congruente con el anterior, en la contienda electoral del 21N de 2021, y por primera vez, el porcentaje de votos obtenidos por el chavismo, de 45,30%, es menor al porcentaje recibido por la oposición, de 52,34%. El chavismo disminuye 7,39 puntos porcentuales en relación con 2017, mientras que la oposición aumenta 5,2 puntos porcentuales en el mismo período.

V. Porcentaje de votos respecto del Registro Electoral Permanente

El gráfico siguiente ilustra el porcentaje de votos obtenido por cada conjunto de fuerzas políticas respecto de la población registrada para votar o Registro Electoral Permanente (REP). De nuevo, este 21N de 2021, y por primera vez, el chavismo obtuvo un menor porcentaje de votantes en relación con el REP que la oposición, disminuyendo 13,05 puntos porcentuales respecto de 2017, y 14,8 puntos porcentuales respecto de su pico histórico, en 2008. Notablemente, la oposición también disminuyó: 6,68 puntos porcentuales respecto de 2017, y 6,96 puntos porcentuales respecto de 2008, también su pico histórico.

Considerados en conjunto, chavismo y oposición constituyen el 41,22% del REP, una significativa disminución de 19,74 puntos porcentuales respecto de las regionales de 2017, y de 21,76 respecto de 2008, cuando ambas fueras representaban el 62,98% del REP. Este dato es muy importante, por cuanto constituye una suerte de índice de afiliación política, y nos describe la manera como la desafiliación política ha venido ganando terreno en años recientes.

VI. Chavismo victorioso con más del 50%

Por último, el cuadro siguiente nos muestra la cantidad de victorias obtenidas por el chavismo con más del 50% de los votos, en el período en cuestión. Contrario a su desempeño histórico (un piso de 94,44% de victorias con más del 50%, en 2017), este 21N de 2021 logró superar tal porcentaje solo en cinco estados: Aragua, Carabobo, Delta Amacuro, La Guaira, a lo que sumamos Caracas.

Ningún otro dato deja en evidencia con tanta claridad el descalabro opositor como consecuencia del voto dividido. De hecho, si revisamos a fondo, y teniendo como referencia aquellos estados donde el chavismo resultó victorioso con menos del 50%, tenemos que sumando solo los votos obtenidos por las candidaturas opositoras ubicadas en el segundo y tercer lugar, la oposición hubiera podido ganar en nueve estados: Amazonas, Anzoátegui, Apure, Falcón, Guárico, Lara, Mérida, Táchira y Trujillo, a los que habría que sumarle Barinas, en caso de que la candidatura oficial del chavismo resulte vencedora. Sumando éstas a las tres victorias en efecto alcanzadas (Cojedes, Nueva Esparta y Zulia), la oposición tendría el control de la mayoría de gobernaciones: el 57% de ellas, para ser exactos, si excluyéramos de la cuenta a la Alcaldía de Caracas.

VII. Brevísima conclusión preliminar

He considerado necesario privilegiar la revisión pormenorizada de los números electorales y mostrarlos de la manera más ordenada posible, antes que intentar ofrecer alguna explicación sobre el desempeño de las fuerzas políticas en pugna. Ya habrá oportunidad para hacer esto último.

En todo caso, solo quisiera insistir en un punto que, según me parece, resulta indiscutible: en la Venezuela de 2021, la población desafiliada políticamente es una sólida mayoría. Una mayoría que, de momento, no encuentra traducción política. ¿Será la clase política capaz de traducir, o más bien de ponerse en el lugar de las mayorías populares? Es algo que está por verse.

Dos almas, un solo cuerpo


Caravana comunera atraviesa La Miel, proveniente de Sarare, rumbo a Sabana Alta. Dos días antes, el pueblo de Simón Planas ha elegido al compañero Ángel Prado como candidato a alcalde del PSUV. Martes 10 de agosto de 2021. Foto: Reinaldo Iturriza

I.-
El domingo 25 de julio cumplí con el objetivo de colocarme la tercera dosis de la vacuna cubana Abdala. Ya estaba en condiciones de emprender un viaje que había tenido que postergar durante semanas.

Una semana después, poco antes de mediodía, acomodé mi maleta azul, mi morral verde y una bolsa de comida en el asiento trasero del carro de dos queridos amigos. A mi izquierda, detrás del asiento del piloto, un par de cachorros de cacri dormía plácidamente. Minutos más tarde nos despedíamos del valle caraqueño y agarrábamos camino rumbo a Sarare, a unos cuatrocientos kilómetros de la ciudad capital.

Atravesamos Aragua, Carabobo, Cojedes y Portuguesa, antes de arribar a nuestro destino, en el sureste del estado Lara. Por todo el trayecto, larguísimas colas de carros particulares y de carga para abastecerse de combustible. La lluvia se anunció a la altura del Campo de Carabobo y cayó sobre nosotros cuando pasábamos por Cojedes, entre Tinaquillo y San Carlos, pero nos trató amablemente.

A las cinco de la tarde, como si asistiéramos puntualmente a la cita con un amor de años, entramos a Sarare, y nos dirigimos a un espacioso local en el que, un domingo cualquiera, hubiéramos podido tomarnos unas cervezas. Pero aquel no era un día cualquiera, sino el domingo previo a las elecciones primarias abiertas del Partido Socialista Unido de Venezuela, pautadas para el 8 de agosto, y en lugar del jolgorio típico de los bares de pueblo, nos encontramos con una animada asamblea que había logrado reunir a unas quinientas personas provenientes de todos los rincones del municipio Simón Planas. Integrantes del comando de campaña del compañero Ángel Prado, referente de la Comuna Socialista El Maizal, y precandidato a alcalde, rendían cuentas frente a un auditorio que, más que escuchar atentamente, que lo hacía, celebraba ruidosamente cada una de las intervenciones.

Entre una intervención y otra, varios compañeros, visiblemente extenuados, pero efusivos, dejando traslucir ese entusiasmo cómplice que solo hace posible la camaradería, se me acercaron para preguntarme por la situación en Caracas. No alcanzaban a comprender cuando les explicaba que en la capital apenas podía sentirse clima de campaña. Algunos incluso fruncieron el ceño, como dejando claro que no les servía de consuelo escuchar que, en realidad, lo que estaba sucediendo en Simón Planas obedecía a condiciones muy singulares, que no se repetían en casi ningún lugar del país.

Tras la intervención última de Ángel Prado, la asamblea desembocó en una movilización de unas cien personas, con rumbo a una comunidad a pocos centenares de metros del local donde se había realizado la reunión, y fue como si un pedazo del río Sarare bañara las calles de Gloria Sur.

Mis amigos caraqueños debieron marcharse. Las condiciones de la retirada involuntaria las impusieron los cachorros que, tras unas cinco horas de viaje y de comportamiento ejemplar, decidieron que había llegado el momento de atender sus necesidades fisiológicas. Mucho aguantaron.

Yo decidí sumarme a la jornada casa por casa en Gloria Sur. Me interesaba sobremanera escuchar lo que Ángel tenía que decir, pero principalmente la opinión de la gente. Percibí, en resumen, mucho rechazo a la gestión municipal actual, en manos del PSUV, mucho entusiasmo por la eventual candidatura comunera, pero también mucho escepticismo. Vaya combinación: rechazo, entusiasmo y escepticismo. Esto último, sobre todo, en razón del desconocimiento de la victoria electoral de Ángel Prado en las municipales de 2017. En varias ocasiones fue interpelado duramente: ¿por qué tendríamos que confiar en que la situación será diferente esta vez?

Al cabo de unas dos horas, el sedentarismo me pasó factura. Tuve que hacer una pausa. Pasé a saludar a la familia que me hospedaría esa noche, allí mismo en Gloria Sur. En pausa seguía cuando el gentío pasó frente a la casa. Me reincorporé. Eran pasadas las diez de la noche cuando les escribí a mi esposa e hijas: ¿en qué otro lugar del país se estará haciendo un casa por casa a esta hora? La jornada culminó una hora más tarde, luego de que algún cultor popular entonara un popurrí de canciones de Alí Primera, y tras un breve discurso de Ángel frente a unas cincuenta personas. Era casi medianoche. De allí se fueron a una reunión de evaluación, a la que me invitaron. Juzgué que lo más sensato era declinar y, casi a rastras, me retiré a reposar.

II.-
Aquella noche dormí poco, pero muy plácidamente. Creo que ni siquiera fue un sueño reparador, pero había sido capaz de disfrutar el hecho de que, mientras intentaba conciliar el sueño, me invadiera la pregunta: ¿esto que siento es algo parecido a la nostalgia por los buenos viejos tiempos en que una formidable maquinaria popular hacía campaña por Chávez o acaso la alegría de saber que esa misma maquinaria sigue viva, en este momento, en este lugar, y a pesar de todo? Insomne, pero satisfecho, me decanté por la segunda opción.

Lo que ha ocurrido en Simón Planas es nada menos que la victoria, en buena lid, de esa maquinaria popular y revolucionaria contra la maquinaria burocrática y clientelar. Vista en perspectiva, como es preciso hacerlo para comprender todo lo que estaba en juego, en esta batalla se han enfrentado dos fuerzas que no dejan de expresarse en todos los órdenes de la revolución bolivariana, como dos almas contrapuestas que pugnan por tomar el control de un cuerpo que ha debido soportar demasiadas sacudidas, y que unas veces es más lo que se parece a un muerto en vida, y otras un peleador que resucita, más fuerte que nunca, cuando todos lo daban por desahuciado.

La mesa parecía servida para una nueva victoria de la maquinaria burocrática y clientelar, es decir, para que no se expresara la voluntad mayoritaria del pueblo simonplanense: los veintiséis centros de votación existentes en el municipio fueron nucleados en once. En el proceso, de los cuatro centros de votación dentro del ámbito de la Comuna Socialista El Maizal, solo quedó disponible uno de ellos. Los centros de votación de Sabana Alta (de donde es oriundo Ángel Prado) y Caballito fueron nucleados en La Miel, a más de siete kilómetros de distancia. Adicionalmente, como sucedió en casi todo el país, se dispuso una sola mesa, es decir, una sola máquina electoral por centro de votación. La población votante de Simón Planas es de 30.971 personas. Las matemáticas no mienten: once máquinas de votación funcionando óptimamente, sin interrupciones, durante las doce horas de jornada electoral (de 6 am a 6 pm), en razón de un votante por minuto, equivale a 7.920 votantes (60 x 12 x 11). Apenas un 25,57 por ciento del padrón electoral. Tome nota de este último dato, porque volveré sobre él más adelante.

A lo anterior todavía hay que sumarle el hecho de que los centros electorales se encontraban bajo control de la maquinaria burocrática y clientelar, es decir, de personas vinculadas directamente al equipo de campaña de uno de los precandidatos, a la postre el actual alcalde.

¿En qué consistió la campaña del alcalde saliente y a qué maniobras recurrió durante la jornada electoral? Lo que describo a continuación no son simples detalles pintorescos, vergonzosos excesos, accidentes puntuales, cosas que suceden excepcionalmente. Son hechos que ilustran una forma específica de concebir y ejercer la política, que se expresa, insisto, en todos los órdenes. Es la manera como procede la maquinaria burocrática y clientelar.

En primer lugar, durante la campaña, el reparto discrecional, clientelar, de alimentos, medicinas, electrodomésticos, combustible y dinero en efectivo. ¿El propósito? Comprar la voluntad del “voto duro”, que es el sujeto de esta maquinaria. Luego, la intimidación y la violencia. Las agresiones físicas comenzaron desde la noche del sábado 7 de agosto. Decenas de compañeros y compañeras provenientes de Sabana Alta y Caballito que, como he explicado, debían caminar más de siete kilómetros para llegar al centro de votación que les había sido asignado, decidieron movilizarse y pernoctar en La Miel. Allí fueron agredidos en dos oportunidades, viéndose en la obligación de resguardarse. Horas más tarde, poco después de las cuatro de la mañana, fueron agredidos compañeros y compañeras que comenzaban a instalarse frente a uno de los centros de votación en Sarare. ¿El objetivo? Además de intentar desmovilizar a través del miedo, hacerse con el control de las colas, para garantizar que votaran las personas movilizadas por la maquinaria burocrática.

Alrededor de las nueve de la mañana, la sala situacional del comando de campaña comunero reportaba que en al menos seis de los once centros electorales del municipio, incluidos los más grandes, los miembros de mesa estaban retrasando deliberadamente el proceso de votación. A las afueras de los centros, personas ligadas al alcalde saliente habían logrado “reservarse”, a través de la fuerza, el derecho de admisión. Dos horas más tarde denunciábamos públicamente que se estaban dando todas las condiciones para que fuera desconocida la voluntad del pueblo simonplanense. Sabiéndose mayoría, la firme orientación del comando de campaña fue evitar la violencia a toda costa y resistir pacientemente.

Las amenazas apenas disminuyeron, y en general el proceso comenzó a fluir un poco mejor, paulatinamente, a media tarde, cuando la maquinaria burocrática había logrado movilizar a la casi totalidad del que consideraba su “voto duro”. Varios centenares, tal vez más de un millar, todavía seguían en las colas. Era el voto macizo popular. Mucha gente, muy difícil saber qué cantidad, se retiró a sus casas sin poder sufragar, incluyendo personas de la tercera edad que madrugaron en los centros y que, tras muchas horas de espera, ya no estaban en condiciones de lidiar con el agotamiento físico.

A las seis de la tarde, hora de cierre del proceso, y con toda seguridad, la precandidatura de Ángel Prado había reunido la mayor cantidad de votos. Pero la diferencia era poca. Todo marchaba según lo planeado por la maquinaria burocrática: sabiéndose minoría, sus esperanzas estaban puestas en que la definición de la candidatura dependiera de la “revisión” de la dirección nacional del partido, lo que ocurriría en caso de que el precandidato ganador no hubiera logrado alcanzar dos objetivos: obtener más del 50 por ciento de los votos y más de diez puntos de ventaja sobre el segundo lugar.

Irónicamente, el golpe de gracia a la maquinaria burocrática se lo asestó la misma dirección nacional, cuando anunció públicamente que se extendía la jornada hasta las ocho de la noche. Poco más tarde, el presidente Maduro informó que los centros de votación seguirían abiertos mientras quedaran votantes en las colas, como es tradición en Venezuela.

A la una de la mañana del lunes 9 de agosto todavía seguía votando la gente en dos de los centros de votación de Simón Planas, uno en La Miel y otro en Sarare, justo los dos centros donde se habían producido las primeras agresiones físicas contra comuneros y comuneras. El proceso cerró oficialmente cerca de las dos de la mañana. Entre seis de la tarde y la hora de cierre, un intervalo de casi ocho horas, centenares de personas votaron por la candidatura comunera. Alrededor de la medianoche, mientras esperaban para ejercer su derecho, y pese a las amenazas inútiles de algunos efectivos del Plan República y la visible molestia de los miembros de mesa, algún espontáneo gritaba:

– “¡Comuna!” – y una marejada de gente respondía:
– “¡O nada!”.

Al término de la jornada, el comando de campaña manejaba la información de que la precandidatura comunera había triunfado en nueve de once centros. La victoria popular estaba cantada. Ahora solo faltaba su reconocimiento oficial.

III.-
El reconocimiento oficial de la victoria comunera se produjo cerca de las diez de la noche del lunes 9 de agosto, durante rueda de prensa de la dirección nacional del PSUV. Previo al anuncio de las candidaturas, las autoridades del partido informaron que, tras una primera evaluación de los resultados, habían decidido reformular los requisitos a cumplir para evitar la “revisión”: en el caso concreto de las alcaldías, la candidatura ganadora debía reunir al menos 35 por ciento de los votos y sacar diez puntos de ventaja. El compañero Ángel Prado obtuvo el 47,99 por ciento de la votación y 9,54 puntos porcentuales de ventaja. El pueblo simonplanense estalló en júbilo.

Los números son elocuentes: el promedio nacional de participación para elegir las candidaturas del PSUV a las gobernaciones fue de 15,89 por ciento, contando la ciudad de Caracas. El mismo promedio, pero para elegir las candidaturas a las alcaldías fue ligeramente superior: 19,21 por ciento. En Lara, para las alcaldías, la participación fue del 16,92 por ciento. Pues bien, en Simón Planas, donde, como recordaremos, el proceso fue concebido para que participara, como máximo, alrededor del 25 por ciento del padrón electoral, la participación fue del 26,17 por ciento, esto es, 6,96 puntos porcentuales por encima del promedio nacional y 9,25 puntos porcentuales más que el estadal. De los trescientos treinta y cinco municipios del país, apenas en cincuenta y seis, el 17,6 por ciento, votó más gente que en Simón Planas.

¿En cuántos municipios habrá logrado imponerse la maquinaria popular y revolucionaria sobre la maquina burocrática y clientelar? Es muy difícil saberlo. Lo que sí ha quedado de manifiesto, y de allí, insisto, la importancia de lo que ha acontecido en Simón Planas, es que es posible derrotar a esta última. La clave parece radicar en los niveles de participación. La desmovilización popular es la precondición para que siga prevaleciendo la maquinaria burocrática y clientelar.

Ahora bien, ¿qué es lo que ha hecho posible los altos niveles de participación en Simón Planas? Me atrevo a enumerar los siguientes:

1) Es preciso un liderazgo capaz de aglutinar el rechazo a la vieja forma de hacer política, a las prácticas burocráticas y clientelares. Muy por el contrario de lo que piensan los políticos de aparato, el clientelismo es una práctica que suscita el rechazo generalizado de la base social de apoyo a la revolución bolivariana. Ella supone un profundo menosprecio por las mayorías populares.
2) El liderazgo tiene que ser, necesariamente, un referente ético, y no simplemente una figura carismática. Ángel Prado es, antes que cualquier otra cosa, un referente ético.
3) No basta, por supuesto, con aglutinar el descontento. El liderazgo tiene que tener la capacidad de transmitir confianza en el futuro, lo que es indisociable de la claridad programática y estratégica. La estrategia fue definida por Chávez, y de lo que se trata es de ser consecuentes con su programa revolucionario. Ángel Prado y el movimiento comunero en Simón Planas lograron transmitir, de manera muy sencilla, en qué consiste su programa de gobierno y cómo piensan hacerlo realidad.
4) La claridad programática y estratégica no depende de aprenderse de memoria algunos documentos claves o de repetir lo que Chávez planteaba en sus discursos. Hay que tener conocimiento al detalle de la realidad que se pretende transformar, de la calle, de los caseríos, escuchar al pueblo, creer en él, crear las condiciones para que sea él quien gobierne. Y eso solo es posible en despliegue permanente por el territorio. Ángel Prado, junto a su equipo de campaña, recorrió la casi totalidad del municipio. Llegó a los lugares más remotos y olvidados. La médula del discurso de cierre de campaña del precandidato comunero, la tarde del jueves 5 de agosto, fue un resumen de lo que la gente le había planteado durante sus recorridos. Fue, por supuesto, un discurso memorable, un ejercicio extraordinario de síntesis política.
5) Un equipo de campaña disciplinado, moralizado, organizado. El mejor líder no es nada sin un buen equipo que le acompañe.
6) Mucha inteligencia táctica, capacidad de tomar decisiones en los momentos más difíciles. En el caso de Simón Planas, fue este factor el que impidió que la violencia se desbordara durante la jornada electoral.

Antes de terminar, habría que agregar una muy importante precisión, que nos permitirá completar el mapa de fuerzas y circunstancias: en Simón Planas, como seguramente sucedió en muchos otros lugares del país, la maquinaria burocrática y clientelar intentó derrotar no a un adversario, en este caso el movimiento comunero, sino al que considera un enemigo. Un enemigo de clase. Dicha maquinaria es expresión de los intereses de una clase de nuevos ricos, de gente que ha hecho fortunas al amparo de cargos públicos. La pérdida de estos espacios de poder equivale a la pérdida de privilegios y oportunidades de negocios. De allí que apelaran a la violencia e intentaran perpetrar un fraude: hace mucho que ya no se reconocen en los intereses populares.

Esa misma maquinaria está desperdigada por todo el territorio nacional y ocupa importantes posiciones en los más diversos espacios de poder. No habiendo podido evitar que la Comuna Socialista El Maizal se erigiera como un referente de lucha nacional, tomado nota de que ahora impulsa una iniciativa conocida como Unión Comunera, consumada la victoria del movimiento comunero en las primarias abiertas del PSUV, y dando por hecho la próxima elección de Ángel Prado como alcalde de Simón Planas, intentará neutralizar una experiencia que considera un ejemplo muy peligroso. En las primeras de cambio, seguramente se incline por retratarse con el victorioso pueblo comunero, atribuyéndose o celebrando una victoria que no es la suya. Luego, ya veremos.

Lo que está en juego en Simón Planas trasciende por mucho sus 808 kilómetros cuadrados. Por eso asumí como una tarea obligatoria, impostergable, sentarme a escribir estas líneas, para que estos hechos sean conocidos, y ojalá analizados, discutidos, por ese invaluable contingente de militantes que se distinguen por su honestidad, consecuencia y compromiso, y que dentro y fuera de nuestras fronteras siguen apostándole a la forma de hacer política que aprendimos con Chávez. Muy lejos estoy de considerarme un cronista imparcial. Desde el principio he tomado partido. De hecho, estas líneas también son un modesto homenaje a quienes considero mis compañeros y compañeras de lucha. Espero haberles hecho justicia.

Dos almas se disputan el cuerpo nacional. En aquel diminuto territorio larense, ese cuerpo intenta erguirse, revitalizado, robustecido, dispuesto a otear el horizonte. Pero se sabe incompleto. Queda mucho por hacer.

Caracas, 26 de agosto de 2021

Especial para Tramas

Primarias abiertas del PSUV: lo que se juega en Simón Planas (Lara) (Podcast Espacio Alcalino, 6 de agosto de 2021)


Ángel Prado en plena campaña. Foto: Belén Banegas

Para entrar en situación, y para que tengan una idea del clima que se respira en Simón Planas, me gustaría comenzar contándoles que llegué a Sarare, la capital del municipio, el pasado domingo 1 de agosto alrededor de las 4 pm, directo a una reunión del equipo de campaña ampliado del compañero Ángel Prado, referente de la Comuna Socialista El Maizal, y precandidato a alcalde. Más que una reunión de trabajo, era un acto público: allí habrían unas quinientas personas que, más que escuchar atentamente, que lo hacían, aupaban cada una de las intervenciones de los distintos responsables de las comisiones de trabajo. Allí habremos estado tal vez una hora más: el acto culminó con la intervención de Ángel, y de allí se fue junto a unos cien compañeros y compañeras a un sector llamado Gloria Sur, relativamente cerca del lugar donde se estaba desarrollando la reunión, y estuvieron en un casa por casa hasta pasadas las 10 pm. La jornada, que cerró con otro discurso de Ángel, habrá terminado alrededor de las 11 pm. Recuerdo haber pensando en ese momento: ¿en cuántos lugares de Venezuela, en día domingo y a esas horas, estaría culminando un casa por casa? Muy probablemente en muy pocos, si no en ninguno.

¿Por qué sucede esto en Simón Planas?

¿Qué es lo que distingue la campaña que lleva a cabo Ángel Prado junto al equipo que le rodea?

¿Qué es lo que hace de la Comuna Socialista El Maizal la referencia política nacional e internacional que sin duda es?

¿Por qué el movimiento comunero de Simón Planas ha decidido disputar la alcaldía?

¿Qué implicaciones podría tener esta decisión tanto para El Maizal como para la Unión Comunera?

Intentamos responder estas preguntas en una nueva entrega de Espacio Alcalino.

Para escuchar, pulse aquí.