Setenta y cuatro


Con mi papá. En Puerto Ordaz, estado Bolívar. 1974.

Saludos, mi viejo. Aquí andamos. Yo intentando lidiar con tanta ansiedad. No siempre lo logro. Sabes que son tiempos muy difíciles. Pero espero que salgamos bien parados de todo esto. Fortalecidos. Con tiempo suficiente para seguir disfrutando de los amores, de la familia, de mis hijas. Sandra ya es una mujer. Cumple diecinueve en noviembre. El año pasado salió del liceo, en septiembre comienza la universidad. Psicología, en la Central. Aunque su pasión es la música. Sigue cantando. Está aprendiendo francés. Ahora comenzó clases de piano. Lee mucho. Escribe sobre cine. Es muy inteligente, despierta, encantadora, divertida. Le gusta hacer dramas. También tortas de chocolate. Me inspira tranquilidad saber que tiene los pies bien puestos sobre la tierra. Ainhoa, en cambio, vuela. No se cansa. Tiene una sonrisa que Dios se la guarde. Va para segundo grado. Hace amigos con una facilidad asombrosa. ¿Te acuerdas cuando Sandra nos ponía a hacer obras de teatro? Ainhoa es igual. Inventa juegos, competencias. Le gusta que contemos chistes y hagamos adivinanzas. A sus seis años ha hecho más pijamadas que todas las fiestas que organicé en mi vida. Está yendo a clases de ballet, también está aprendiendo a tocar el piano. No le gusta el huevo revuelto, pero sí las frutas, el papelón con limón, los helados y el chocolate. Es tan dramática como la hermana. Ambas se mueren por la playa. Tenemos el plan secreto de irnos a vivir para Margarita, pero su mamá no quiere. Meres está bien. Ahora, un poco mejor. Hace cosa de un par de años la pasó muy mal. No le gusta sentirse inútil, y en estos tiempos es como si en las oficinas no pudieran tolerar a la gente más capaz y comprometida. Como en general las mujeres de este país, hace magia para resolver el día a día. A veces se quiebra, pero se le pasa rápido. Más o menos por la misma época noté que Sur también estaba mal. Por razones parecidas. Fue la primera vez en mi vida que sentí débiles a los pilares de nuestra familia. No sé bien cómo, ni de dónde, pero sacaron la fuerza. Y allí están. No sé cuántos años cumplió Sur, dicen que setenta. En todo caso, parece de cuarenta, lo que nos hace contemporáneos. Está arreglando la casa. Le está quedando bonita. Algo raro pasa con su rostro. Cuando ríe, cuando carcajea incluso, que lo sigue haciendo, y mucho, los músculos de su rostro apenas se mueven, como si su cuerpo no fuera capaz de ir al ritmo de su alma alegre. Sigue cuidando de Rommel. Lo alcahuetea, lo consiente. Quién lo diría. Creo que es porque siente que en su vida falta un poco de amor. Entonces ella va y le regala un poquito. Es un poco extraño lo de Rommel: de todos nosotros, el de mejor humor, el más divertido. Pero de un tiempo para acá anda un poco huraño, irritable. Serán los mismos problemas. De nuevo, sentirse poco útil en el trabajo. Pero lo conozco bien y sé que saldrá adelante. No había notado cómo esta situación con el trabajo nos afecta a varios de nosotros. Porque con Coro sucede lo mismo. Pero me parece que ella lidia un poco mejor con la situación, tal vez por su carácter, o porque está Elio, y sobre todo por Thiago, el papi. Tiene tiempo amenazando con otro sobrino. A falta de sobrino, un buen día llegó Elio con una perrita a la casa. Ainhoa quería ponerle de nombre: Luz que baña las estrellas. Finalmente le pusieron Arya. Están viviendo en Cagua. Un apartamento modesto, pero lindo, acogedor. Elio prepara muy buenas comidas. Los visitamos de vez en cuando nada más que por eso. Como están cerca, visitan a Sur con mucha frecuencia, salvo la vez que se pusieron a hacer chistes de mal gusto, y tuvieron que dejar de ir durante varios días, a riesgo de que Sur los corriera. Rommel, por supuesto, se sumó entusiasta a la componenda contra Sur, y durante el mismo período sufrió los rigores de la ley del hielo y hasta tuvo que prepararse su comida. Coro está bien. Menos aquella vez que se puso a inventar con un tinte de cabello de extraña procedencia. Tenía el cabello de todos los colores. Sandra quiso imitarla, pero la logramos persuadir. Desde entonces, Ainhoa decidió que su fiesta de cumpleaños sería de arcoíris y unicornios. Thiago, en cambio, es fanático de los dinosaurios. Yo intento explicarle que ya se extinguieron, que tiene que superarlo, pero no me hace caso. Toca el cuatro, siguiendo el camino de su padre. También es fanático del Hombre Araña y de La Guerra de las Galaxias. Un día le recreé la escena aquella en que Darth Vader le confiesa a Luke que es su padre. Pues desde ese día soy su tío Amyorfader. César Augusto está en Santiago de Chile. Ejerciendo de médico, así que por ese lado le va bien. Lidiando con el frío y los temblores. Solo habla con Sur. A través de ella nos enteramos de algunos detalles de su vida: de su agitada vida social, de los conciertos a los que asiste, de sus interminables noches de alcohol, drogas y rock and roll, de sus numerosas aventuras amorosas. Pero no te preocupes, porque yo creo que hay un poco de exageración en lo que cuenta. Me hace mucha falta mi panita. Tú bien sabes que es como un hijo para mí. Todos lo extrañamos un montón. Sueño con el día en que vuelva a darle un abrazo y nos tomemos una cerveza.

Pues así van las cosas, mi viejo. Puedes estar tranquilo. Con nuestras flaquezas y malos momentos, hemos permanecido íntegros.

Gracias por cuidarme. La bendición.

A Sandra Mikele, a sus diecisiete años


Sandra, 17 años

Eres mitad niña, mitad mujer
La gata en la espalda te sienta bien
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Te beso en un cachete, en el otro cachete
Me besas cuando llegas, me besas cuando sales
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Ésta es mi oficina aunque no sea bonita
Yo tengo barriga, tú no tienes ni pancita
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Reír y llorar, amar y perdonar
Pero no hay culpa, no has hecho nada malo
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Encontraré mi disco en tu cuarto encantado
Mi franela, mi libro, todo arrugado
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Du du du du du du du du du du du
Du du du du du du du du du du du
Du du du du du du du du du du du

Arriba abajo izquierda izquierda
En esta casa no nos gusta la derecha
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Me gusta cuando lees, me gusta cuando cantas
Me gusta cuando sientes, amo lo que eres
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Tenemos nuestros arranques de rabia
Pero al momento se nos pasa
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Don Quijote era un hombre encantador
Tenía a su Dulcinea, tú eres mi flor
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Te pellizcas la cara y te digo que pares
Me rascas la espalda y no quiero que pares
En ti puedo ver lo que no veo en más nadie
Solo en ti

Du du du du du du du du du du du
Du du du du du du du du du du du
Du du du du du du du du du du du
Solo en ti

Setenta y uno


Sandra Mikele con su franela de tercer año

Hola, viejo querido. Hace un par de meses, arreglando los libros, me conseguí un par de fotos nuestras, de los tiempos de Puerto Ordaz. Decidí que son mis favoritas. Me gusta recordarte de esa manera, comenzando de nuevo, estrenándote como padre. César me ayudó con los libros, aunque no ha cumplido su compromiso de ordenar la literatura por orden alfabético. Nos comprometimos ambos a leer cierta lista de cien obras, y nada que cumplimos. Ahí se quedó Orwell, esperándonos. Se graduó de médico. Le va bien, aunque no tengo idea precisa de qué está haciendo. Casi no lo vemos. Sospecho que está llevando una vida de excesos, o eso espero. Si vas a llegar a casa con esa facha, nada más que a dormir hasta el día siguiente, que al menos haya valido la pena. A Coro la veo bastante mejor. ¿Quién no va a estarlo al lado de esa maravilla que es Thiago José? Es una belleza. Risueño, vivaz, conversador. Está comenzando a caminar. Tienen casa. Se mudan pronto. Sí, es una excelente noticia. Rommel va por el mismo camino. Se la está sudando. Autoconstrucción. Me alegra tanto que pueda tener esa opción. Sigue amenazándonos con un sobrino, pero nada que concreta. Sé que será un buen padre. Sandra Mikele está terminando su tercer año. Sí, ya está por usar su franela beige. Sigue en el coro. Estamos viendo juntos Breaking Bad. Está leyendo poco. Cada vez le entusiasma menos viajar con nosotros a Maracay. Reclama tiempo y espacio para sí. Es que ya son casi dieciséis. Aunque, debo reconocerlo, le gusta la idea de mudarnos a Barquisimeto. Me parece que tiene novio, pero aún no se atreve a traerlo a la casa. Ya me puedo imaginar a Ainhoa Michel, saboteando la visita, obligándolo a construir una casa con los cojines de la sala. Se parece muchísimo a su hermana, sólo que más tremenda. Le encanta su escuela de los aviones y los helicópteros, un simoncito. Tiene parque nuevo. Casi todos los días juega con sus amigas y amigos en el pasillo. Se devora las galletas de chocolate. Cuando tiene sueño, le da por apretarme alguna tetilla. Le parecen de lo más divertidos los sapos que viven en mi estómago. Raya las paredes de la casa con sus flores, sus soles y sus humanoides. Esa abuela Sur la tiene más que consentida. Por cierto, Sur nos contó que el 6 de junio cumplieron cincuenta años de novios. Habla de ti con amor infinito.

Gracias por no dejarme solo.

Son tiempos muy difíciles. Hasta ahora, hemos podido sobrellevarlos. Saldremos de ésta. Protégenos.

La bendición.

El día que el Pilín León fue nuestro


Pilín León puente sobre el Lago de Maracaibo

Maracay, 21 de diciembre de 2002.

¡Hola! Buenos días. Dios los bendiga. ¿Cómo amanecieron todos? Por aquí amanecimos bien, mejor de lo que esperaba, y digo esto porque anoche en casa de la madre me comí un pedazo de pan de jamón, un pedazo de panetón, unas pacitas y un trago de ponche crema, y luego me sentí muy mal del estómago. Llegué y me acosté de inmediato. Cuando Meres llamó, ya yo estaba durmiendo, aunque hablé con ella porque Sur me pasó el teléfono. Bueno, gracias a dios amanecí bien, aparte de mis dolores ya familiares en los brazos y en la espalda.

Meres me dijo que es posible que ustedes no puedan venir el 24 a pasar la Navidad con nosotros aquí en Maracay, porque tú tienes que trabajar ese día. Me habló, como lo hizo aparte con Coro, Rommel y Sur, a ver si era posible que nosotros fuéramos a San Antonio. Yo de verdad me sentía muy mal anoche y no le di respuesta inmediata y le dije que lo hablaría con Sur. Bueno, mira, ya lo hablé con tu mamá, y en lo personal yo decidí, hablo por mí, recibir la Navidad en mi casa, la de Maracay o la de Choroní, pero en mi casa. Ya yo no estoy para andar cambimbeando por ahí con maletines, hallacas, peroles, y esas cosas, y menos en autobús. Por lo demás, dejo a elección de Coro, Rommel, César y tu mamá dónde recibir la Navidad, de corazón no quiero interferir en la decisión de ellos, es su elección. Ustedes no se preocupen, yo ya pasé bastante por ello, e inclusive mi primera Navidad en Puerto Ordaz la pasé solito, sin siquiera la compañía de tu mamá. Uno tiene sus responsabilidades y tiene que cumplir con ellas. No te preocupes si se te hace problemático venir, tú tienes ya tu propia familia, trata de disfrutar lo mejor posible con ella, con Meres, con la muñeca bella, ellas son la familia que comenzaste a formar, estate con ellas, es lo importante.

Hoy fuimos temprano a comprar lo de las hallacas, al mercado libre y al Central Madeirense, por cierto en este último compramos harina. Todavía nos falta comprar uno que otro regalito, y eso esperamos resolverlo en el transcurso del día.

Cuéntame de mi niña bella, ya no me escribes, ni me cuentas. Me refiero a cosas de nosotros, de la familia.

Saludos, besos y dios me los bendiga a todos.

Papá Nano.

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San Antonio de Los Altos, 22 de diciembre de 2002.

Buenos días, o buenas madrugadas. Les escribo como a la 1:30 am, ya del domingo. Las últimas semanas han sido muy intensas, en alerta permanente, y de mucho trabajo. Permanezco en mi oficina de 10 a 12 horas, lo que quiere decir que casi no estoy en casa, casi no veo a Mere y mucho menos a Sandra. No lo escribo en tono de lamento ni mucho menos. Pero eso explicaría de manera sencilla por qué casi no les he contado últimamente de la familia.

Hoy finalmente pude estar un buen rato con Sandra (ayer sábado, más bien). Mere salió temprano, como a las 8 am, con la amiga de Residencias Liliana, y creo que entre otras cosas estaba comprando mi regalo de Navidad. Sandra se quedó conmigo en la cama, viendo comiquitas, contándome cosas y haciendo todo lo posible porque yo no continuara durmiendo. Me había acostado como a las 2 am. Finalmente, como golpe 9 am, convenimos en que iríamos a desayunar afuera (a pasear o a comprar un heladito, en lenguaje de Sandra). Ella me dijo que fuéramos a La Cascada y yo le expliqué que iríamos cerca, aquí mismo en San Antonio (en el centro comercial donde está el Central Madeirense, máximo a la recta Las Minas, a la panadería ésta donde venden las tortas muy buenas). Entonces, como toda buena negociadora, me dijo (que si no era para La Cascada) que fuéramos para La Casona. Yo accedí y Sandra celebró.

Cuando ya estuvimos listos, salimos muy contentos de estar juntos. Sandra se empeñó en ponerse un suéter rojo que ya le queda pequeño, y me dijo que le cargara el morral azul de Hello Kitty porque estaba muy pesado (había guardado todas las monedas de papá en el bolsillo delantero).

Una vez abajo, pasamos por el quiosco, y ya Últimas Noticias se había agotado. Sandra me pidió que le comprara no sé qué cosa y le expliqué que íbamos a desayunar primero. Bajamos como una cuadra para agarrar el autobús. La cola para echar gasolina llega (todavía) hasta el pueblo y no sé hasta dónde continuará. Eso ha hecho que exista un reordenamiento de las paradas de autobús. Finalmente nos montamos en uno y nos fuimos hasta La Casona.

Una vez allá, Sandra muy contenta por supuesto, comenzó a correr como sin rumbo fijo, hasta que la tomé de la mano y me la llevé hasta la panadería. Quería de todo y al final no comió casi nada. Compré unos sánduches, unos jugos (Sandra quería juguito) y un par de dulces de hojaldre, rellenos creo que con manzana (que Sandra quería). Nos sentamos en una de las mesas de afuera, Sandra probó el jamón, tomó algo de jugo, y eso fue todo.

Se bajó de la silla, y mientras yo terminaba de comer fue «a pagar». Primero le expliqué que ya yo había pagado (qué chimbo, papá, que no entiende el juego). Luego le dije que claro, que fuera a pagar. Después de amagar varias veces, entró a la panadería, y salió diciendo algo así como «ya pagó».

Mientras terminaba de comer, Sandra iba sacando la cuenta de para qué lugares iríamos. Repetía más o menos invariablemente las palabras «juguetes» y «heladito». Cuando terminé, entré a dejar el plato, y cuando salí Sandra ya iba por el espacio común donde ponen cosas como el arbolito o la pista chimba de patinaje. La alcancé, y cuando íbamos a subir por la escalera, me dijo que antes quería ver los pececitos del pocito ese que tienen allí. Aunque no los vimos, lanzamos un par de monedas al agua.

Luego fuimos a una juguetería, después a otra, y cuando íbamos a subir a comprar el heladito (como supondrán, en las jugueterías estuvimos buen rato), se acordó de la tienda de piñatas. Fuimos a ver las piñatas, hizo las respectivas preguntas «quién es ese», y subimos a donde el heladito.

Una vez allí recordó que ahí es donde están el parque, los columpios, los carritos, el tobogán, etc., etc., etc. Le expliqué que estaba cerrado, que no podíamos pasar. Ella se lamentó más o menos bastante, y no le quedó muy claro por qué estaba cerrado. A mí tampoco. Me compré un refresco en un restaurancito chino, y por fin llegó el momento más esperado por Sandra: el heladito.

Nos sentamos en una de las mesitas aledañas a las heladerías, abrí el refresco, y le pregunté cómo quería el heladito. Me respondió: «no quiere». Probó el refresco, y me dijo que quería pollito y papitas. Estuve a punto de comprarle algo en los chinos, pero supuse que lo iba a dejar íntegro. Ya eran como las 11:30 am, Mere me acababa de llamar desde la casa. Jugamos un ratico al tiburón y decidimos irnos a la casa a ver a mamá.

Bajamos por el ascensor. Cuando salíamos del centro comercial se acordó del trencito que queda por la entrada donde está el Banco Mercantil. Le dije que no estaba trabajando. Esperamos un ratico en la parada, agarramos un autobús que nos dejó en la redoma. Allí agarramos otro que nos dejó en Rosalito. Sandra ya estaba dormida. Llegamos como a las 12:15 pm, y a la 1 pm debíamos estar en Los Teques, porque a esa hora se casaban Luisito y Emira.

Para resumirles, les diré que llegamos como a las 2:30 pm al lugar. La pasamos muy bien. A pesar de que era una reunión de «gente grande», y casi no había niños, Sandra la pasó muy bien, jugando con su papá y bailando con su mamá. Sería después de las 5 pm cuando supimos que por fin habían movido el Pilín León.

Regresamos ya de noche, cenamos y nos acostamos, creo que poco después de las 9 pm. Mere me contó que quedó con ganas de seguir rumbeando y yo le conté que quedé con ganas de tomarme unos traguitos más. Sin embargo, una vez que llegamos a la casa nos quedamos tranquilos. Y una vez que cenamos, más todavía.

Me desperté poco después de medianoche y me despabilé inmediatamente. Me asomé al balcón y la cola está igual de larga. Me puse a revisar las noticias (de Aporrea, obviamente) y el correo. Prendí el televisor y vi al Pilín León moverse y al Presidente dando declaraciones. Releí el mensaje de mi papá y pensé que ya era hora de escribirles y contarles aunque sea estas pocas cosas de la familia.

Y ahora sí me voy a tomar un traguito. A la salud de ustedes y de mis dos bellas mujeres, que ahora duermen plácidamente.

Brevísima autobiografía para lectores acomplejados


Yo lo que soy es un tipo que escribe. No tengo vocación de ministro. La revolución que estamos haciendo es una que me permite escribirlo sin que me cueste el cargo. Es que nunca se ha tratado de cargos ni de títulos. Se trata de responsabilidad. De hacernos responsables de nuestros actos, de nosotros mismos.

Uno de los pecados originales del antichavismo consiste en desconocer que el chavismo tiene su origen en un acto de responsabilidad. El antichavismo está hecho de esa materia que hace a los incapaces de comprender que alguien se haga responsable de un acto de rebelión.

Cuando asumí Comunas, en abril de 2013, no aspiraba ningún cargo. Lo hice porque juzgué que no tenía más alternativa que asumir la responsabilidad. ¿Cómo dejar solo a un hombre como Nicolás? ¿Cómo mantenerme al margen en un momento que exigía de nosotros dar un paso al frente?

En casa dejé no sólo a mi Ainhoa Michel de cinco meses y a mi Sandra Mikele de doce años. También dejé casi listo mi libro sobre “El chavismo salvaje”. Había comenzado a trabajar en un libro sobre la militancia (apenas logré escribir un artículo en tres partes intitulado “Para pensar la militancia”) y estaba gestando otro para el que ya había decidido título: “Historia del pueblo venezolano”. Había reunido algún material para un libro sobre deporte y política. Tenía proyectado otro libro a partir de los escritos donde menciono a mis hijas: un libro ilustrado, tipo cuento infantil.

Mi relación con Comunas fue desde el principio muy intensa. Una relación apasionada. Me reencontré, de muchas formas, con la calle. Puede decirse que me reconcilié con el pueblo organizado, al que, debo agregar, nunca dejé de amar y admirar profundamente. Estar en Comunas me permitía, por supuesto, contribuir en algo, pero sobre todo aprender. Aprender y desaprender. Desaprender para contribuir más y mejor.

Creo que fue en una reunión con facilitadores y facilitadoras de la Escuela de Formación del Poder Popular que hablé por primera vez de un libro que, llegado el momento, y según lo acordado, escribiré junto a Carola Chávez: uno que cuente la historia de lo que el chavismo ha significado para nosotros.

El chavismo ha significado para mí desaprender los valores propios de la clase media: su pretendido “cosmopolitismo”, su apego al individualismo, su vergonzoso arribismo, su desclasamiento; desaprender buena parte de la cultura política de izquierda: su autoritarismo en nombre de la “disciplina”, su afición por las lecturas manualescas, la soberbia característica de las “vanguardias” que juran que van iluminando tanta masa inculta, ignorante, que yace en la oscuridad; y por último, desaprender los usos y costumbres del “intelectual”, en el sentido más tradicional del término, que es lo que resulta de sumar la circunstancia de ser un universitario graduado con honores, proveniente de la clase media y con experiencia en la militancia en un partido de izquierda.

Intelectual, clase media y militante de izquierdas, prácticamente estaba condenado a repetir el manido libreto del idiota que se cree más que el resto porque aprendió a despreciar cualquier cosa que se identificara con lo popular. Intelectual de izquierdas, sin más ambición que terminar de columnista dominical de El Nacional.

En esa andaba hasta que se rebeló Chávez, como ya lo había hecho el pueblo tres años antes. En esa andaba hasta que me hice chavista. Y poco a poco fui dejando de ser lo que era, un ser humano formado en los prejuicios y valores de una sociedad en decadencia. De ser un hombre que se conformaba con casi nada, me fui convirtiendo en uno que, como la mayoría del pueblo venezolano, deseaba cambiarlo todo.

Hoy puedo decir que me siento un hombre mejor que ayer. No mejor que nadie, sino mejor de lo que fui. Un hombre con menos prejuicios, sin complejos.

Sin complejos hablo de lo que ignoro, porque es la manera más chavista que conozco de expresar mi férrea voluntad de aprender y seguir desaprendiendo. La manera más responsable, también. Para seguir aportando, ahora desde Cultura. Con la certeza de que ya habrá tiempo para dedicarme a lo que más me gusta.

Yo lo que soy es un tipo que escribe. Uno que hoy les escribe: allá ustedes con sus ínfulas de superioridad, con su odio sin remedio. Allá ustedes con sus complejos.

Sesenta y nueve


Aquí estoy. Aún no me perdono haberme saltado tu sesenta y ocho. Es cierto que estaba exhausto, pagando la novatada, pero eso no es excusa. Duré varios días molesto conmigo mismo, por mi falta de consecuencia. Tenía que decírtelo. Disculparme contigo. César Augusto entró en la recta final. Este diciembre se gradúa. Estamos todos muy felices. Tiene novia. La invitó a comer a la casa, lo que quiere decir que la cosa va en serio. En estos días me contó que piensa entregarle su piano a Sandra Mikele. Pero eso es entre nos. Sandra Mikele no lo sabe. César Augusto se irá un año de rural y saca cuentas y planifica. Todo un año. Es como el hijo que se va. Creo que es primera vez que siento esta mezcla de orgullo y tristeza. Coro está bien. Fuerte. Con Elio. Su secreto es apoyarse mutuamente. Eso les permite seguir adelante. Los admiro. Nadie tendría que verse obligado a lidiar con tanto dolor. Rommel cambió de trabajo. Le sentó bien. Le hacía falta. Tiene tiempo amenazándonos con matrimonio, pero nada que concreta. Ahora bien, pareja que compra licuadora, mantelitos y vajilla, algo está tramando. Supongo que pronto habrá noticias. Sandra Mikele está terminando su primer año. En liceo público, como lo aprendí de ustedes. Como tiene que ser. Va muy bien. Sigue en el coro, comenzó a hacer teatro y se convirtió en una lectora asidua. Me hace falta. No la veo tanto como quisiera y no hablamos todo lo que me gustaría. Pero hacemos el intento. ¿Qué te parece Ainhoa Michel? Cómo nos pone a cantar a todos, a aplaudir. Igualita a la hermana: todo es un juego. A los pájaros les dice lovalos y a las nubes dobis. Los búhos son hubos y las mariposas potas. Dice que se llama Noa. Como su hermana, tiene una sonrisa hermosísima, de esas que te quitan el aliento. Te prometo que le hablaré mucho de ti. Sur, muy bien. Tú sabes: un roble. Un infinitamente amoroso roble que cuida que todo marche como corresponde.

No quiero hablarte de mí, viejo. Sé que me estás viendo. Y sabes que todos los días trato de actuar conforme me enseñaste: íntegramente, sin traicionarme a mí mismo y sin traicionar a los míos. Con criterio de justicia.

En lugar de distraernos en esos asuntos, quería pedirte que nos cuides mucho a Elio Reinaldo. Que nos lo cuides. Y que nos cuides a todos. Que en honor a tu memoria, y frente a cada adversidad, sigamos juntos.

La bendición.

Las cosas más sencillas


Ainhoa el día de su primer año

En este año cuarto de tu partida, un año duro, muy duro, de grandes gestas y tribulaciones, prefiero contarte de las cosas más sencillas. Contarte de este sentimiento inédito: el que inspira la hija de trece años cruzando el umbral, de vuelta del liceo, con su sonrisa azul y su cabeza llena de historias. Contarte de la arrebatadora alegría de la hija de un año, de su mano sobre mi cara, su dedito dentro de mi ojo, su vocecita de libélula, cada mañana. Contarte cómo me quedo sin aliento de tanto aliento que me dan. Que nada lo supera. Que no hay nada más importante que pueda contarte. Que me siento bendecido. Que cada vez te entiendo más. Que me gusta pensar en las cosas que estarías sintiendo un día como hoy hace cuarenta años.

Caracas, 12 de diciembre de 2012

Último día de escuela


Sandra Mikele último día de escuela

Sandra Mikele, ese personaje imposible, la niña de carne y hueso que me arranca un suspiro cada mañana desde hace doce años, ocho meses y seis días, terminó hoy la escuela. Torpe, como solemos ser los padres cuando perdemos el contacto con el hogar, le había pedido que me acompañara en un viaje de trabajo. Me explicó que no podía. ¿Cómo se iba a perder su último día de sexto grado? Doblemente torpe, le pedí que nos tomáramos una foto a la puerta de la escuela. Me miró casi con espanto. Tanto sentimiento poco disimulado le producía vergüenza. Yo la entiendo. Lo importante no es la fotografía que registra el punto de llegada. Lo importante es el trayecto. Todo lo que hemos debido pasar hasta llegar a ese momento inolvidable en que, luego de bajarnos del carro, la abracé orgulloso, feliz por haberla acompañado todo este tiempo. Por eso, porque he debido conformarme con esa fugaz demostración de amor filial, porque he debido resignarme a desempeñar mi papel de padre discreto, sé que no me va a perdonar esa mueca que le robé, casi a traición, y que tal vez no le haga justicia a su belleza, pero que quedará para mi como testimonio de esa hermosura de hija a punto de ir al liceo, y que al cabo de muy pocos años habrá de convertirse en toda una mujer.

Acompañar a Chávez: el día después


Féretro de Chávez en la Avenida Lecuna. Por: Sandra Mikele

La noche del 5 de marzo transcurrió en calma. No una calma tensa, como la que antecede a las grandes conflagraciones, sino «simplemente calma», como supo precisar mi hermano. Una calma lenta, insomne, dolorosa.  La misma que percibimos cuando salimos, en familia, a la calle este miércoles de despedida. La calma posterior al desenlace. Eran las 12:05 de la tarde y el sol golpeaba fuerte. Caminando en dirección al Metro nos fuimos haciendo parte de algo más grande. Abordamos el tren rumbo a Teatros. Ya en nuestro destino, nos resultó imposible acceder a la Avenida Lecuna: la multitud agolpada en la salida (y en todas partes) nos lo impedía. Dimos marcha atrás, hasta Nuevo Circo. En cuestión de minutos ya caminábamos por la Lecuna, en dirección oeste, de donde provenía un rumor como de río crecido. Decidimos apostarnos frente a la esquina El Rosario, diagonal a la estación de bomberos, exactamente en el punto donde el cortejo se desviaría para tomar la Avenida Fuerzas Armadas. Y esperar. A la 1:05 de la tarde nos reencontramos con el comandante. Cuántas veces, en tantas manifestaciones, lo vimos pasar igual de cerca, saludando, siempre sonriente, y ese remolino inevitable a su alrededor.  Hoy volvimos a verlo, convertido en bandera bañada de flores. Cuánto dolor. Llanto, gritos ahogados. Alguien entonó el himno nacional y lo seguimos, pero rápidamente quedó a medio camino.  Hay cosas más urgentes. Déjame verlo. Déjame grabar este momento en mi memoria. Déjame decirle que aquí estuve, acompañándolo una vez más, porque era lo mínimo que podía hacer. Después de todo. Después de tanto. Después del aluvión, y cuando ya lo habíamos perdido de vista, bajamos poco a poco hasta la Fuerzas Armadas. Era difícil caminar, colarse entre la gente. El sol apretaba y Ainhoa Michel dormía. El comandante avanzaba lentamente, en medio de una lluvia de flores. Nos detuvimos a mirar aquello. Seguimos. Poco a poco. Sin apuro. Me crucé con un amigo colombiano, que me abrazó y lloró. Algunas personas gritaban que los restos del comandante debían reposar junto a Bolívar en el Panteón. Me parece que Chávez se sentiría más cómodo en el Cajón de Arauca. ¿Cuál habrá sido su última voluntad? Lo cierto es que el comandante ya entró en el panteón de nuestros héroes populares. Chávez, el invicto. Chávez, el que murió Presidente. Chávez, el que jamás le dio el gusto a la rancia oligarquía. Dondequiera que esté, nos está guiñando el ojo. Mientras tanto, la oligarquía, que tiene noción muy clara de que Chávez reposa desde ya entre nuestros inmortales, deseando no ver. Casi en la Avenida Nueva Granada conversé telefónicamente con un periodista brasileño. No alcancé a escuchar su nombre. Las preguntas de rigor. Le expliqué que la continuidad de la revolución bolivariana estaba plenamente garantizada. Que Chávez no podía entenderse sin el chavismo, y que el chavismo estaba en la calle. Hablamos cerca de diez minutos. Decidí interrumpir la entrevista cuando me habló del «personalismo» y de la «adoración» al comandante. Antes me había preguntado si sería posible ver emerger una figura del mismo calibre de Chávez. «No en esta generación», le respondí. De la manera más amable que pude le expliqué que si continuábamos pensando la política latinoamericana en términos de «caudillos» y «masas enardecidas» que les siguen ciegamente, no entenderíamos nunca nada. Le pedí que me disculpara, que prefería seguir acompañando a la «persona» Chávez. Avanzamos a lo largo de una Nueva Granada repleta de gente y el aliento nos alcanzó hasta La Bandera. Poco después de las 3 ya estábamos en casa.

Provoca cierta desazón, pero sobre todo alivio, leer al antichavismo «ilustrado». En el justo momento en que acompañábamos a Chávez en la calle, protagonizando uno de esos episodios indelebles de la historia patria, ellos denunciaban la «inconstitucionalidad» de Maduro como Presidente. Vaya puntería.

Lo que viene es simple y no hacen falta ni los «expertos» ni los obviólogos para saberlo: habrá elecciones y las ganaremos. Nicolás Maduro tendrá el honor de ser el primer Presidente chavista después de Chávez. Eso en cuanto corresponde al cortísimo plazo. Ahora bien, qué será de la revolución bolivariana, eso es otra cosa. La cuestión no es si seguirá habiendo, sino cómo. Ese es el asunto que debe pasar a ocuparnos. ¿Qué rumbo seguiremos? El comandante Chávez ha aportado unas cuantas «pistas» al respecto.

Ellos seguirán hablando de «inconstitucionalidad«, de «militarismo«, de tercermundismo, de lo realmaravilloso, desgajarán el legado del caudillo Chávez, la revista Time le dedicará su portada. Allá ellos. No perdamos el tiempo nosotros. Como repetía con mucha frecuencia Chávez durante los primeros años de revolución, siguiendo a Jesús de Nazareth: «Dejad que los muertos entierren a sus muertos».

Innumerablemente


Doce más doce más doce a mí no me dice nada. Demasiado misticismo para mi gusto. El único número que me dice algo es: tres. Ya son tres años. Seguramente a ti te diga algo veintisiete, que son los días de Ainhoa Michel. Michel en honor a Louise, la de la Comuna. Ainhoa porque nos gustó. Quizá te diga algo cuatro, que son los días que han pasado desde que tu única hija se unió en sagrado matrimonio con Elio José, que así lo mientan. Te mentiría si te dijera que no sentimos una felicidad inmensa cuando vimos consumado aquello, finalmente. ¿Lo que sentimos cuando nació Ainhoa? Eso sí que es indescriptible. Será un lugar común. Para nosotros fue lo más parecido a algo extraordinario. Como si todo comenzara de nuevo. Aún no sabemos qué es más conmovedor: si los ojazos de Ainhoa o la forma como Sandra Mikele la contempla. A veces, cuando la vida nos asalta de esta forma, es como si el tiempo quedara suspendido. Ya no hay muerte, no hay tristeza, sólo tu sangre corriendo por sus venas, sus manitos que se aferran a mis dedos, sus bracitos que ya quisieran abrazarte doce veces, veinticuatro, treinta y seis. Innumerablemente.

Caracas, 12 de diciembre de 2012.