Sabrán entender ustedes, veteranos corridos en setenta plazas, en ciento setenta, en setecientas, con sus campeonatos del mundo, su Monumental y su estadio Azteca, su segundo en Italia, sus catorce Copa-América, su Mano de Dios, sus mejores jugadores del mundo, sus Batistuta-Mario-Kempes-Passarella-Lionel-Messi, sus Boca-River, su Bombonera (la canción nuestra, Moliendo café, convertida en canto), su hinchada a muerte, su gol del siglo de San Maradona también nuestro, su camisa a rayas, ustedes sabrán entender lo que pasa por la cabeza de un tal Amorebieta.
Categoría: fútbol
Perdimos
Y cualquier derrota es amarga. Provoca putear, patear, gritar y llorar. Yo soy de los que llora. Mi viejo me marcó desde muy pequeño: uno le va a los suyos hasta la muerte. Y hoy morimos. Pero con los botines puestos.
No soy de los que putea árbitros, palos, condiciones de terreno, ventajismos de ningún tipo. Los equipos grandes se sobreponen a todas las adversidades. Así ha sido y así será. Y hoy Venezuela jugó como los grandes.
No soy de los que menosprecia al contrario, por más rivalidad que se interponga. Paraguay es un gran equipo. Pero por eso mismo, nadie puede quitarnos lo bailao: arrinconamos a una selección en teoría superior, al menos durante una hora – quizá un poco menos. La arrinconamos. La asfixiamos. La dejamos sin ideas. Los vencimos mentalmente, estratégicamente, numéricamente. Sólo nos faltó el bendito gol. Y sin goles no se gana en el fútbol. Paraguay tuvo que apostar al azar, y sólo así fue capaz de ganar. Con todo, gloria al vencedor.
No me sé el nombre de todos los jugadores de nuestra selección. Es posible que no me los sepa nunca. No sé cómo se llama el que falló el penal. Ni me importa. Estoy seguro de que Renny Vega hubiera querido pararlos todos. Estoy seguro de que ninguno hubiera querido fallar. Todos jugaron como verdaderos guerreros. Paraguay salió a jugarnos de tú a tú desde el inicio. Nos medía, vacilaba, y sólo de vez en cuando se lanzaba hacia arriba. Siempre nos trató con respeto. Nuestra selección se ganó el respeto de América. Una América del Sur que rebosa fútbol. Se lo ganó con carácter. Carajo, y esas victorias también cuentan.
Muchachos: sepan que Venezuela toda se paralizó, que salimos a las calles, que gritamos y aupamos sin cesar, que contuvimos el aliento, que estuvimos siempre con ustedes. Como estaremos siempre que se entreguen íntegros, como hoy, en el terreno.
Perdimos, sí, pero por la guerra que les dimos, ahora mismo yo celebro.
Salud.
Después del fútbol, ¿qué?
En mi entorno más cercano no he dejado de percibir cierta sensación de desasosiego una vez concluido el Suráfrica 2010. Estado de ánimo que, lejos de lo que pudiera pensarse, no guarda relación alguna con el desenlace – celebrado por unos, desestimado por otros. Se trata, en cambio, de una sensación asociada a algo que pudiera traducirse como vuelta forzada a la realidad, a la brega cotidiana.
Que el fútbol es el opio de los pueblos es algo que se ha dicho mil veces ya. Como declaración de principios, luce irrebatible. El problema aparece cada vez que se intenta explicar por qué los pueblos prefieren drogarse a mantenerse alejados del vicio. Acaso aparezca una y otra vez, el insondable problema, porque tal vez se trate, más que de adoptar la actitud profesoral de quien se cree en la obligación de ofrecer explicaciones, de intentar entender a los pueblos y sus deseos, sus anhelos y sus tribulaciones. «En estos días andamos todos drogados por el fútbol, qué cosa impresionante y fantástica», escribía Galeano el pasado 29 de junio.
Que tal sensación de desasosiego afecte al antichavismo, es cosa que se entiende. Luego de cuatro semanas de ligarle a los grandes y fuertes europeos y apostarle a las derrotas suramericanas, venir a estrellarse contra la realidad, esto es, descubrir que después de acabada la magia y superada la resaca de la celebración, éste sigue siendo un país gobernado por el zambo, no debe ser un trámite fácil. Digamos que es el furor esnobista del pastelerismo vernáculo devenido en el mismo desencanto de siempre.
Pero que el mismo desasosiego se apodere del chavismo, ese sí es un dato que no debe ser subestimado. Sucede que hemos regresado del fútbol y nos hemos reencontrado con el malestar de los nuestros; intacto el espíritu de defensa del terreno conquistado, pero con el mismo hastío por la política y por los políticos. La política, incluso la que se autodenomina revolucionaria, puede ser como el opio que los pueblos se niegan a consumir.
Revolución y desasosiego – de los partidarios de la revolución – son palabras que no riman. Como en el fútbol y en el beisbol – y como en todo juego de conjunto – la revolución deviene contienda maravillosa, exuberante, cuando el juego es colectivo, que es lo contrario del desasosiego de los pueblos que juegan banca.
Si algo ha demostrado el pueblo chavista, durante años, es no sólo sus ganas de jugar, sino además que sabe hacerlo. En lugar de sancionar que está fuera de forma o fuera de juego, más bien habría que pasarle la pelota.
Arepas y goles

Todavía no se ha sopesado suficientemente la magnitud del despropósito que implica asimilar goles con arepas, tal y como lo hacen ciertos narradores de Meridiano TV. Sobre todo en un país como el nuestro, en el que, como es sabido, arepa significa un cero colgado en la pizarra, de acuerdo a la jerga beisbolera.
De hecho, si bien se celebran los ceros del equipo contrario, sobre todo cuando el lanzador ha sabido arreglárselas con las bases llenas y ningún out, las arepas, lo que se dice arepas, sólo se celebran cuando se ha propinado un blanqueo. Esto es, si bien cabe la posibilidad de un buen cero, no existe una buena arepa, íngrima, solitaria. Sólo son buenas si son nueve, y si ha debido comérselas la alineación rival.
Decir que un equipo de fútbol le colgó nueve arepas al contrario, no sólo suena ridículo, sino que resulta completamente absurdo. Fuera de lugar, a ver si lo entienden los narradores de marras. Que se sepa, las contiendas futbolísticas jamás se han dirimido en nueve entradas.
El improbable día en que algún narrador de beisbol venezolano cometa el insólito desliz de cantar un soberbio jonrón con el grito de ¡Gooooooooool!, hasta ese día merecerá el respeto de la afición venezolana, y cabe suponer que también el de sus colegas. A lo sumo, pasará a la historia exhibiendo el dudoso mérito de haber confundido peras con manzanas, para decirlo elegantemente, o pelotas de beisbol con balones de fútbol, para que quede meridianamente claro.
Tal vez podrá decirse, en un desesperado intento por remontar la cuesta de las evidencias, que ambos, el balón y la pelota, son redondos como la arepa, lo que haría pertinente la metáfora. Pero no sólo ya se ha aclarado oportunamente que en el beisbol las arepas no guardan relación alguna con la redondez de la pelota: habrá que agregar que, como diría Galilei, se mueven, sí, pero de manera distinta.
Para encontrarle una explicación a este desafortunado abuso de la jerga beisbolera para narrar el fútbol, acaso no quede otra alternativa que apelar a motivos extra-deportivos: tal vez responda a las viejas pretensiones de Empresas Polar, que sigue intentando convencernos, por todos los medios, de que comprar sus productos es la única manera de ser venezolanos. No diga arepa, diga Harina Pan. No diga gol, diga arepa, compre Harina Pan.
Pero en diciembre de 2002, no había Harina Pan en los abastos ni en los supermercados. En diciembre de 2002, tampoco hubo beisbol. Entonces, ser venezolanos era no comer arepas ni disfrutar del beisbol. Nos mantuvieron blanqueados durante ocho entradas, pero al final los dejamos en el terreno.
Suráfrica 2010: ¿Nos van a venir a hablar de derrotas?

Luego del partido entre Argentina y Alemania, a duras penas logré contener el impulso de escribir algunas líneas de fraterno agradecimiento al Maradona-dios-barbudo-y-comprensivo, devenido una vez más en ángel caído, que logró convencerme, él y los suyos, de que no hace falta conocer los aspectos técnicos del juego para saber cuando se juega un fútbol hermoso y deslumbrante.
Más pudo, sin embargo, un repentino latigazo de recato, un llamado a la mesura. De pronto, no pude evitar sentirme un completo advenedizo: ¿realmente sería capaz de asimilar las hondas implicaciones de la derrota para el alma del pueblo argentino? ¿Sería capaz de entender el significado de su tristeza? Decidí guardar silencio. Un silencio solidario, podría decirse que militante, pero silencio al fin.
Como no hubiera podido suceder de otra manera, las primeras señas me llegaron el mismo sábado 3 de julio a través de Giorgio Mamani, el último futbolista combativo. Vi al Mamani sollozante y quise estrecharle la mano y regalarle un abrazo. En cambio, me conformé con presenciar su conversación con el anciano Friman, el mismo que alguna vez cargara en brazos el Che Guevara durante su misión en Angola. «No llore, Mamani, no llore», le dijo Friman. «Las derrotas, a veces, con el tiempo se convierten en victorias», agregó. «Cuando el Che y su escuadrón de cubanos perdieron, todos pensamos que sería un fracaso. Pero sus ideas siguieron y muchos africanos quisieron imitarlo: unos años después, lograríamos la emancipación. Con Maradona y su escuadra argentina pasará lo mismo: serán muchos los que sigan su visión revolucionaría del fútbol», le explicó sabiamente.
Al día siguiente leí a Mario Wainfeld, en Página/12, y logré comprender un poco más. Wainfeld comenzó renegando «de esos hinchas sin sangre ni capacidad de sufrimiento» que en cuestión de segundos abandonan las lágrimas y ensayan sonrisas y saltitos emocionados apenas son presas de las cámaras de televisión. «La cámara recorre los rostros de los hinchas de un equipo eliminado, contritos, con llanto. De pronto, los ciudadanos-mediáticos se ven reflejados en las pantallas, se recomponen, sonríen, saludan. Truecan, cual fenicios, su noble padecer por un instante de fama». Cuánto parecido con los personajes que plenan cierta plaza de Las Mercedes o los espacios de ciertos centros comerciales del este de Caracas. No obstante, sigue Wainfeld, «los hinchas argentinos no recayeron en esa debilidad de carácter. La derrota… es un trance de duelo».
Me gustó su comparación entre el juego realizado por Argentina y un célebre evento boxístico: abajo en el marcador desde muy temprano, la albiceleste decidió irse al ataque, aunque esto significara relajar sus líneas defensivas, sin nada que perder, con la vergüenza suficiente como para no ceder a la tentación de administrar la derrota, como sólo juegan los grandes equipos. «Al cronista le recordó la pelea de Ringo Bonavena contra Cassius Clay. Bonavena, un boxeador discreto pero valiente, le sostuvo quince rounds al enorme Mohamed Alí. En el último, el negro lo tiró; tres caídas determinaban knock out técnico. En vez de escurrirse, de abrazarlo, Bonavena seguía yendo a buscarlo…, cayó tres veces nomás. Y quedó ídolo para siempre». Acá le llamamos a eso morir con las botas puestas.
Por todo lo hecho, por todo lo visto, por todo lo demostrado, Wainfeld concluyó: «En esta hora transida, con la sensibilidad a flor de piel, corresponde aplaudir de pie a los jugadores y a Diego, que pusieron lo mejor de sí, ganando y perdiendo con buenas artes, sin fingir, sin llorar, sin arrugar». Así legó Wainfeld unas líneas para enseñarle al que lo desee aprender el arte de la derrota en buena lid.
Pero no fue sino hasta toparme con un maravilloso texto de Jorge Giles, que tuve la fortuna de leer gracias a Carola Chávez, cuando supe que había terminado de armar el rompecabezas. Lo que hizo Giles fue describir el ambiente que rodeó el recibimiento de la selección argentina en Ezeiza, la noche del domingo 4 de julio: «No había sabor a derrota en el aire. Tampoco a un triunfalismo estéril. Había alegría y orgullo de sentirse argentino, de tenerlo al Diego, de saber que ‘volveremos’ como cantan una y mil veces las voces del pueblo». Imposible no reconocerse en aquella atmósfera. Volvió, volvió, volvió, volvió. «Ya pasará. Nada es para siempre. Lo saben los humildes de toda humildad. Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos. Ese odio que se traduce hoy en la inocultable satisfacción de algunos medios del monopolio porque perdimos en Sudáfrica. En cada nota y en cada título tiraron sal sobre la herida de un pueblo, no de un gobierno. Tamaño despropósito les costará más olvidos de los que ya vienen sufriendo. Este pueblo es agradecido con los que se juegan por él y es por eso que abrazan con sus gestos y canciones a Diego Armando Maradona y a todos sus muchachos hoy más que nunca. Porque se sienten parte de él, lloran con él, sufren con él, caen con él, ríen con él. Por eso no sorprende la multitud en Ezeiza. Es ese sentimiento popular el que no están en condiciones de medir ni detectar ni elaborar los adversarios del pueblo. Los escribas y lenguaraces del monopolio ni siquiera registran que este pueblo cuidó el fuego y el rescoldo en la peor de sus noches dictatoriales y aun así no se supo dar nunca por vencido. ¿A nosotros nos van a contar lo que es derrota?».
Todo resumido en un par de frases: «Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos». El tipo de odio que destila el infeliz de Roberto Giusti el martes 6 de julio: «No voy a decir donde estaba el sábado pasado, cuando el árbitro pitó el final de la humillante derrota argentina ante la escuadra teutona, pero sí que me sorprendió la tumultuosa y enconada celebración de unos espectadores habitualmente serenos, no tanto por el triunfo de los alemanes… sino por el feroz puntapié que dejó completamente magullado y maltrecho el insufrible ego de Maradona. Confieso que más allá del asombro compartí, parcialmente, esa maligna alegría con la cual quedaba refrendada la certeza según la cual el fútbol también está contaminado por la política».
Según Giusti, «que Chávez expresara sus simpatías por albicelestes y canarinhos… llevó a buena parte de ‘la afición’ nacional a brincar sobre una pata y también sobre las dos por los estruendosos fracasos de Dunga y el Diego. El rompimiento de la obligatoria simpatía venezolana por los equipos suramericanos tiene razones políticas de peso y ya se sabe cómo la llegada a la selección argentina de Maradona, un técnico mediocre, inexperto, improvisado, caprichoso indisciplinado y desconocedor de las estrategias del juego, fue orquestada por los esposos K… Lo siento por los jugadores, quienes se dieron íntegros en la cancha y por los aficionados argentinos, todos burlados en su buena fe, pero lo celebro porque un gobierno retrechero y corrupto se metió un autogol que puede cambiar la suerte de un gran país y no me refiero únicamente al de los esposos K, sino al de aquél que, apenas comenzando el mundial, felicitó al ‘Camarada Maradona‘ por su triunfo ante Nigeria».
Como podría decirlo el mismo Giles, por eso es que están condenados, Giusti y los suyos, a padecer infinitamente el olvido popular. Porque este pueblo es agradecido con los que se la juegan con él. Jamás se sentirá parte de la clase de hombres que encarna Giusti, no llorará por ellos, ni sufrirá por ellos ni caerá por ellos y mucho menos reirá con ellos. Lo saben, y por eso no les queda otro recurso que la desvergüenza y el patetismo de su «maligna alegría», que nunca ha podido llamarse mejor. Eternos adversarios del pueblo, jamás serán capaces de medir ni detectar ni elaborar un sentimiento popular que les es absolutamente ajeno.
Pero tratemos de entender: con Giusti y todos los suyos, sucede lo contrario de lo que enseñaba el viejo Friman a Mamani: que las victorias, a veces, con el tiempo se convierten en derrotas. A través de ellos se expresa un inocultable sentimiento de amarga derrota y el más hosco resentimiento de clase, por más que intenten disimularlos brincando sobre sus patas. Su actitud equivale a una singular variante de los «ciudadanos-mediáticos» de los que nos hablaba Wainfeld: frente a las cámaras – y en los diarios – dan saltitos, saludan y se mofan de la derrota ajena. Fuera de cámaras, el insoportable padecimiento de la propia derrota.
¿Nos van a venir a hablar de derrotas? Giusti, esto va contigo y con todos los tuyos, hace años que intentamos explicárselos, pero no han entendido nada: hace años que este pueblo saborea la victoria.
Gracias, camarada Maradona, por existir.
El brillo de Alejandra Benítez
No debería caber la menor duda: el pasado martes 29 de junio, para el pueblo venezolano, sólo un resultado deportivo podía equipararse en importancia con la victoria alcanzada por la selección venezolana de softbol femenino contra su similar de China, en el marco del XII Mundial de la especialidad que se juega en Caracas: la victoria de Paraguay contra Japón en el Mundial de Fútbol Suráfrica 2010.
Con su victoria en la tanda de penales, que no puede catalogarse sino de categórica – los cinco goles marcados contra tres de Japón –, no sólo triunfó el fútbol suramericano, sino que hizo posible un hecho inédito en la historia de los mundiales: el pase de cuatro equipos suramericanos a la fase de cuartos de final.
En cuanto a las venezolanas, la victoria no sólo significó un desquite frente a la derrota encajada contra la poderosas chinas durante las Olimpíadas de 2008, siete carreras por una. Además la alcanzaron como las grandes: con un soberbio cuadrangular de Yaicey Sojo por la izquierda – su segundo de la noche – en el cierre de la séptima entrada, con dos compañeras a bordo y dos outs en la pizarra, para dejar en el terreno a las asiáticas cinco carreras por dos.
Hasta aquí los hechos. Pero los hechos, por más tercos e indubitables, siempre están sujetos a la interpretación. Es normal, se dirá. Hay que decirlo: que este par de hechos – y logros – deportivos hayan sido olímpicamente menospreciados por la prensa nacional – incluyendo la deportiva – ya es cosa normal. Es simplemente una expresión, apenas una más, del profundo menosprecio por los acontecimientos – en este caso deportivos – que hacen delirar de alegría a nuestros pueblos, como si nuestros motivos de celebración fueran siempre de segunda categoría, como si nuestros pueblos estuvieran condenados a disputarse su futuro en ligas menores, como si estuviéramos condenados al perpetuo descenso.
Lo normal es que las primeras planas seas reservadas para los que nos venden como grandes y mejores, que casi nunca son los nuestros, que casi siempre provienen del Norte. En este caso, España. España ¡qué grande eres! España Mara-Villa. España ¡Fiesta brava! Un gol, un beso España. ¡Matador! España. Nuestros triunfos, lo patológico, tal vez serán reseñados en las páginas interiores.
Ya lo decía Alejandra Benítez, nuestra extraordinaria y hermosísima esgrimista, de quien me declaro ferviente admirador: «Tenemos que comenzar a valorar más lo nuestro… Amemos nuestra tierra, gente, cultura«. «Venezuela brilla… a pesar de que muchos apuestan a que se oscurezca«. Brilla Alejandra y con ella brillan los pueblos del Sur.


El Nacional. Primera plana del 30 de junio de 2010. Un gol, un beso, ocupando el centro de la página. Si se esfuerza, puede descubrir una brevísima mención del triunfo paraguayo. Es que, aunque hayan marcado cinco goles, los paraguayos no han aprendido a besar. ¿Sotfbol? ¿Existe ese deporte?
El Universal. Primera plana del 30 de junio de 2010. ¡Fiesta brava!, de nuevo en el centro de la página. Más abajo, casi se agradece la publicación de un fotografía del partido entre Paraguay y Japón, aunque ésta ocupe un cuarto del espacio que se lleva la imagen que capta la celebración de la fiesta de David Villa. Definitivo: el softbol no es un deporte. Y si lo es, no se practica en Venezuela.
Últimas Noticias. España, ¡qué grande eres! Paraguay… ¿clasificó Paraguay? Tal parece, porque allí en la fotografía de la izquierda se les ve como celebrando. ¿Habrá celebrado el pueblo paraguayo como lo hicieron los parciales de España de la foto de la derecha?
Correo del Orinoco. Primera plana del 30 de junio de 2010. En el extremo superior, cintillo alusivo al Mundial de Softbol: ¡Todos con Venezuela! Sin embargo, ninguna mención de la victoria venezolana. Inexplicable. Tampoco de la paraguaya. Increíble. Abajo, ondea la bandera española: España bailó pasodoble. La revolución y sus contradicciones. Se las pusieron de bombita para sacarla del estadio – ¡Yaicey lo hizo dos veces! – y terminaron abanicando la brisa.
Ciudad CCS. Primera plana del 30 de junio de 2010. No califica como prensa nacional, pero a veces lo que no es igual tampoco es trampa. En el extremo superior, resultados del Suráfrica 2010 y al lado una breve nota que hace justicia de lo acontecido: «Cuartos de final. Cuatro de ocho equipos son suramericanos». Abajo y a la derecha, resultados del Mundial de Softbol. Más abajo: «Criollas derrotaron a las chinas». Sólo faltó la fotografía de rigor.
Yaicey Sojo recorre el estadio Independencia llevando en alto la bandera nacional luego de conectar el batazo de dejar en el terreno a la selección china. ¿Acaso la foto de José Astudillo no se merecía una primera plana?
Suráfrica 2010: La imagen de la derrota
Como creyéndose asistidos por una mano divina, tal vez jurando por este puñado de cruces que acababan de marcar el gol del siglo, a minutos apenas del pitazo final, mientras veíamos al Diego abrazando a los suyos y celebrábamos su sonrisa victoriosa y los cuatro goles como si fueran los nuestros y todo el pueblo cantó ¡Maradó, Maradó! y llevó alegría en el pueblo, El Universal decidió que era el momento oportuno para predicar la palabra o, dicho en lenguaje periodístico, dar el tubazo: Rechazo a Chávez en el Argentina-Corea del Sur.
Justo a las 9:08 de la mañana, cual borracho impertinente que le baja el volumen a la música cuando la fiesta está en su mejor momento, en un desesperado y patético intento por llamar la atención. En realidad, la insulsa nota no dice nada, y más parece una larga leyenda de una fotografía de baja calidad que pretende servir de testimonio del rechazo universal contra el zambo: «Hasta en Sudáfrica, hay manifestaciones contra Chávez». Cuando es poco lo que hay que decir, hasta los signos de puntuación sobran.
El exagerado acercamiento hace que la imagen parezca fuera de todo contexto, y aún cuando puede ser perfectamente cierto que haya contaminado visualmente el Soccer City de Johanesburgo, le falta toda la gente que sin embargo sobra en un Mundial de fútbol. Tal cual el antichavismo, al que le falta toda la gente que le sobra a una democracia. La circunstancia hace de ella una imagen lánguida, triste y vacía que, como en la canción, parece más un llanto de amargura.
Lo que los megalómanos de El Universal desconocen es que Giorgio Mamani, el último futbolista combativo, se encuentra en Suráfrica para participar en el Anti-Mundial. Sus andanzas e impresiones pueden leerse, día a día, en Verboamérica, y también en Crónicas Sudafricanas. Un par de joyas del periodismo deportivo under y antisistema, un ejercicio de genio y virtuosismo narrativo como no se había visto en mucho tiempo.
Luego de la victoria ante Corea del Sur, Giorgio Mamani ha celebrado el abrazo del Diego a Demichelis, según relata Verboamérica:
«‘Ese gesto promueve la opción por los pobres’, explica Mamani a quien quiera oírlo.
‘Esa es la imagen de la verdadera victoria: los medios no la repiten esa toma porque saben lo que quiere decir: es metáfora antisistema‘, reclama con su vigor.
Al finalizar el partido, el DT podría haber ido a abrazarse con Messi: el rey y su heredero. Maradona podría haber ido a colgarse de Higuaín sugiriendo que las viejas victorias se reviven en las nuevas figuras.
Pero no: Diego – con su enorme talento semiótico – fue a abrazar a Demichelis, al que erró. Y lo hace con todas sus fuerzas para fundirse durante varios segundos; muchos más que al resto. Es un dios, barbado y comprensivo, abrazando al ángel caído, al expulsado del altar del exitismo, al que falló y merece nuevas oportunidades.
‘Lo hace porque Diego sabe lo que es equivocarse‘, sostuvo Mamani.
‘Fijate lo que dijo en la conferencia pospartido: salimos fuertes porque un compañero había errado… el afecto es de agradecimiento… consensuamos… no ponemos una multa… hasta le pidió perdón a Platini‘, explica Mamani remarcando las condiciones como conductor de Maradona.
‘Eso se me gusta de Diego: es un ganador que quiere e incluye a los perdedores’, insiste ante los que sólo quieren alegrarse por los goles. ‘Esa es la vía argentina a la victoria‘, repite».
Pero Verboamérica no ha contado toda la historia. Tampoco lo ha hecho Crónicas Sudafricanas. Giorgio Mamani, el último futbolista combativo, ha encontrado tiempo para seguirle la pista a los antichavistas de la lánguida pancarta. Los ha visto salir del Soccer City apesadumbrados, sin poder disimular la vergüenza y mucho menos las lágrimas rodando por sus mejillas. «No le hinchaban a los surcoreanos, hinchaban contra Maradona», nos cuenta. «Todo por su simpatía con Chávez. ¿Sabés que es triste? Llorar por la victoria de los otros, aunque los derrotados no sean los tuyos», explica. «Esa es la vía antichavista a la derrota», sentencia, antes de despedirse.
Si como dice Mamani, el abrazo de Maradona a Demichelis «es la imagen de la verdadera victoria», la triste y vacía pancarta antichavista es la imagen de la verdadera derrota.
¿Otra vez Calle 13?
¿A qué misteriosas razones obedecerá el silencio casi total en torno a una nueva e inminente presentación en Venezuela del grupo boricua Calle 13? ¿Coletazos de la agria polémica desatada a propósito de su más reciente concierto en Caracas? ¿Será porque hay cosas mucho más importantes de las que ocuparse: sentarnos a esperar que se produzca el Apocalipsis eléctrico, que el calor termine de sofocarnos, que la calima termine de asfixiarnos, que un tsunami borre al Litoral Central del mapa, que la economía termine de derrumbarse, que el gobierno termine de prohibir el acceso a Internet, que algún día se hagan realidad los rumores de asesinato contra funcionarios chavistas? ¿Será que acaso en este desgraciado y miserable país hay algún motivo para celebrar o para medio esbozar una medio sonrisa? ¡1 a 1 contra Corea del Norte! ¿Será que a esto se le puede llamar un país? ¡Hasta cuándo el desempleo! ¡Hasta cuándo las expropiaciones! ¡Hasta cuándo el desabastecimiento! ¡Hasta cuándo el tráfico! ¡Hasta cuándo Chávez! ¡Hasta cuándo! ¡1 a 1 contra Corea del Norte! ¿Para cuándo el terremoto en Caracas? ¡Hasta cuándo!
Un tal Peter Capusotto parodia a los medios privados argentinos… ¿o venezolanos?
Peter Capusotto sigue con la parodia. ¡Como si todos esos problemas no fueran reales!
¡Maldito Capusotto, eres un maldito montonero chavista! ¡Arrrrrrrgggggggghhhhhhhhh!
¿O será más bien que es mentira, que Calle 13 no vuelve a Venezuela? Lo curioso es que se trata de información oficial, suministrada por el propio René Pérez, alias Residente: el sábado 20 de marzo en Maracay, Venezuela; el 23 de marzo en Cuba y el 25 de marzo en Miami. Los corresponsales de este blog en Maracay informan que la agrupación se presentará en el marco de la Feria de San José 2010. El lugar: Parque de Ferias de San Jacinto. La entrada cuesta 50 bolos.
¿Por qué un diario como El Universal, por citar sólo uno, informa del concierto en Cuba pero no dice nada sobre la presentación en Venezuela? No es una pregunta retórica, y paso a responderla de inmediato.
Este silencio obedece a una interpretación equivocada o a la falta de tino a la hora de asimilar el mensaje contenido en la letra de cierta canción clave en la trayectoria musical de Calle 13. Se trata, como ya sospecharán los entendidos, de Atrévete Te-Te, incluida en el primer disco de la banda (Calle 13, 2005).
Rechazada por los biempensantes mientras causaba furor en los barrios, desde el principio se le interpretó como una canción cuya letra hacía alarde de la misoginia, porque concebía a la mujer como mero objeto sexual. Lo cierto es que la canción va dirigida contra el sifrinaje femenino que, adoptando pose de intelectual, profiere anatemas contra todo reguetón por vulgar y ordinario. Porque se baila pegao y sudao. Sifrinaje que queda retratado en la pista (número 9) que antecede a Atrévete Te-Te. Se llama La comemielda (Intel-Lú), y dice así (voz de sifrina escandalizada):
«Ay no, yo no escucho reguetón, ese ritmo es de lo último. Yo lo que escucho es Ricky Martin, Chayanne, David Bisbal. Yo escucho a los lindos, pues, a los ritmos finos. Yo no escucho esa porquería tan ordinaria… y vulgar. Porque lo que hacen es hablar pura paja, y además de eso se baila ahí pegao, todo sudao. Ay no, no, no, no, qué va, eso no va conmigo mi amor».
La comemielda (Intel-Lú). Calle 13.
De hecho, es muy poco el esfuerzo que hay que hacer para entender que Atrévete Te-Te envía un mensaje al sifrinaje de todo tipo, a la intelectualidad sifrina, presuntuosa y arrogante que milita en el asco por los ritmos populares, aunque su cuerpo le suplique dejarse de tanta pendejada y militancia fanática, y le exija que al menos por una vez se decida a mover la cintura.
Eso es lo que transmite Calle 13 cuando el Residente habla, transcurridos poco más de treinta segundos de canción:
«Cambia esa cara de seria
esa cara de intelectual, de enciclopedia
que te voy a inyectar con la bacteria
pa que des vuelta como machina de feria.
Señorita intelectual, ya sé que tienes
el área abdominal que va a explotar
como fiesta patronal, que va a explotar
como palestino.
Yo sé que a ti te gusta el pop rock latino
pero es que el reguetón se te mete por los intestinos
por debajo de la falda como un submarino
y te saca lo de indio taino».
Atrévete Te-Te. Calle 13.
En 2006, como se recordará, las mentes brillantes que conducían la campaña electoral de Manuel Rosales creyeron haber encontrado en la canción de Calle 13 la gallina de los huevos de oro. Estamos listos: le metemos reguetón a la campaña y el pueblo se va a volcar en masa a votar contra Chávez. La versionaron no una, sino hasta dos veces, pero teniendo la oportunidad de dar en el clavo, lo que se dieron fue un tremendo martillazo en la mano. Sólo basta escucharlas de nuevo, sobre todo deteniéndose a la altura del fragmento citado arriba, para entender el porqué del fracaso:
«Cambia esa cara de serio,
esa cara de intelectual, de enciclopedia,
se acabó la delincuencia y la miseria
con Un Nuevo Tiempo, expertos en la materia.
Señorita por qué está mal,
dése cuenta que su país puede cambiar,
ha llegado aquí la gente que la va a ayudar,
con Manuel Rosales lo vamos a lograr.
Ya tú sabes que todos somos hermanos
por qué no sales pa la calle y nos damos la mano
estoy seguro que juntos sí lo logramos
y te prometo a Venezuela la cambiamos».
El ¡Atrévete! de Manuel Rosales, versión 1.
«Manuel Rosales te enseña
que la prioridad principal es el país de Venezuela
mira que él quiere acabar con la pobreza
para que así el hambre desaparezca.
Es un hombre intelectual,
con fe, con trabajo y con humildad,
les va a enseñar que sí se puede cambiar,
les va a enseñar que si nos unimos
con mucha fuerza y con trabajo es el camino,
y alcanzar la libertad ese es nuestro destino,
el pueblo merece tener su amigo,
es Manuel el que quiere cambiar el ritmo».
El ¡Atrévete! de Manuel Rosales, versión 2.
Más allá del mal chiste que implica presentar a Manuel Rosales como «un hombre intelectual» que tendría algo que enseñarnos «con fe, con trabajo y con humildad», ¿cómo van a meter de contrabando, en una canción concebida originalmente contra el sifrinaje intelectual, una vulgar apología a unos supuestos «expertos en la materia», que para colmo estarían encarnados en ese heredero de Acción Democrática que es Un Nuevo Tiempo?
¿Esos «expertos en la materia», encabezados por «un hombre intelectual» como Manuel Rosales, eran los que iban a solucionar los problemas en «el país de Venezuela»? Carajo, no entendieron pero lo que se llama nada. Ni los podían solucionar en 2006 ni los podrían solucionar ahora. ¿Por qué? Sencillo: porque esos fulanos «expertos en la materia», con toda su fraseología gerencial, sifrina e intelectualosa – ayer los Chicago Boys y hoy encarnados sobre todo en los muchachos bien de Primero Justicia, incluidos los que ya han emigrado de ese partido – son profunda, decidida, encarnizada y radicalmente antipopulares.
Uno casi que se los puede imaginar hablando, tras de cámaras: Ay no, yo no escucho al pueblo chavista, esa gente es de lo último. Yo lo que escucho es a la sociedad civil. Yo escucho a los lindos, pues, a la gente fina. Yo no escucho esa porquería tan ordinaria… y vulgar. Porque lo que hacen es hablar pura paja, y además de eso bailan ahí pegao, todos sudaos. Ay no, no, no, no, qué va, eso no va conmigo mi amor.
Son los mismos que hoy están ligando que lleguen los tiempos del Apocalipsis eléctrico para volver a repetir: Se los dijimos. Éste es un problema de mala gestión de gobierno. Igual que el calor y la calima. Llevamos tiempo diciéndoles que este país sólo puede ser salvado por los gerentes y por los expertos, por los que realmente saben gobernar.
¿Gobernar para quiénes?
Esta pregunta, y otras similares, son más que pertinentes, sobre todo para los que creemos que la única opción es un buen gobierno popular. Porque, después de todo, de eso se trata: de buen gobierno popular. De pueblo gobernando, que no es lo mismo que la burocracia gobernando en nombre del pueblo.
Otra versión de la misma canción de Calle 13, hecha por el grupo chileno Subverso, aporta algunas pistas:
«Cambia esa cara de sumiso
esa cara de dirigente sindical indeciso
que con mi hechizo te vamo a transformar
de rapero marginal en guerrero chorizo.
Y mi gente de población ya sé que está mal
porque el cabrón del patrón los va a explotar
como mina de carbón, los va a explotar
como tienda mall.
Yo sé que a ti te gusta el hip hop español
pero este rap con cumbia se vacila mucho mejor
se te mete en la conciencia pa que luches
y te saca lo de pueblo mapuche».
Atrévete (ponte rebelde). Subverso.
Un buen gobierno popular es un gobierno con la suficiente disposición para cambiar la cara de intelectual, de enciclopedia, que es la cara propia de los expertos que mal gobernaron este país en nombre de la democracia. Es un gobierno dispuesto a que los ritmos del pueblo se le metan por los intestinos, hasta que le saquen lo de zambo guerrero y lo de indio caribe. Pero eso no es suficiente. Un buen gobierno popular sólo será posible si, haciéndole honor a nuestra tradición caribe, le hacemos frente a quienes nos quieren sumisos e indecisos.
La clave está en atreverse.
La fama infame
(Esta décima contribución con Ciudad CCS, publicada el jueves 22 de octubre, viene además con una muy buena nueva: el diario caraqueño ya tiene su página web: www.ciudadccs.info.ve. Además, ahora es distribuido de manera gratuita por pregoneros ubicados en todas las salidas del Metro y en algunos otros puntos neurálgicos de la ciudad.
Sobre el artículo en sí, no mucho qué agregar: que es un coletazo del que publicara aquí previamente: Hello, dejen el show con Calle 13, y que causara un cierto revuelo entre el sifrinaje, uno muy similar al que provocara Diego Armando Maradona entre el tilingaje argentino, luego de su «que la chupen, que la sigan chupando».

Cortesía de la bella Anahí.
Salud).
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En La vida de los hombres infames, Michel Foucault aludía a la “falsa infamia de la que se benefician hombres que causan espanto o escándalo… Aparentemente infames a causa de los recuerdos abominables que han dejado, de las maldades que se les atribuyen, del respetuoso terror que han inspirado; son ellos los hombres de leyenda gloriosa pese a que las razones de su fama se contrapongan a las que hicieron o deberían hacer la grandeza de los hombres. Su infamia no es sino una modalidad de la universal fama”. Infames, en cambio, serían esos seres modestos, desgraciados y anónimos, cuyas vidas “son como si no hubiesen existido, vidas que sobreviven gracias a la colisión con el poder que no ha querido aniquilarlas o al menos borrarlas de un plumazo, vidas que retornan por múltiples meandros azarosos”.
Habría, sugiero, al menos una tercera categoría: aquella que reúne a los de la fama infame. Admirados, apoyados y bendecidos por la gracia popular. Abominados, perseguidos, acusados y rechazados por quienes les asocian con la maldad, el terror y sus infinitas variantes. Para los que pretenden el monopolio de la grandeza, la fama de los infames será circunstancial, accidental, un atributo adquirido mediante la trampa o por la fuerza. Se les conocerá por su deshonestidad, por su intemperancia y por la bajeza de sus métodos. Aniquilados de un plumazo en el momento oportuno, no serán más que un mal recuerdo.
A la raza de los infames con fama pertenecen, sin duda alguna, Diego Armando Maradona y Residente, de Calle 13. En el caso del Diego, es lo que se concluye visto el escándalo que siguió a sus declaraciones durante la rueda de prensa que ofreciera luego del juego en que Argentina se clasificó al Mundial de fútbol. Algo similar ocurrió a propósito de las intervenciones políticas de Residente durante la entrega de los MTV Latinos: el siempre hipócrita tilingaje latinoamericano respondió con falso espanto, acusando las malas maneras y el lenguaje soez del par de infames, asumiendo el papel de víctimas y escondiendo bajo la alfombra las razones que provocaron aquellos estallidos.
Tal cual suele hacerlo el impenitente sifrinaje venezolano cada vez que se topa con el zambo, otro infame con fama.
El beisbol no será televisado
(Es el noveno en Ciudad CCS, de ayer jueves 15 de octubre.
Sobre uno de mis grandes amores, que comparto con la inmensa mayoría del pueblo venezolano).
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Sólo una circunstancia tan feliz como el inicio de una nueva temporada de beisbol profesional pudo servir como atenuante de las derrotas que recién sufrieron nuestras selecciones nacionales de fútbol.
Sin ánimos de concitar falsos dilemas, es justo reconocerlo: el venezolano es un pueblo beisbolero que sueña con ir a un Mundial de fútbol. Mientras la dicha llega, nada como el éxtasis que produce el beisbol. Si el fútbol es esa mujer que cortejamos inútilmente, el beisbol es nuestra amante apasionada. Lo más observadores habrán notado que no por casualidad la fanaticada más festiva, ruidosa y combativa del beisbol venezolano hace acompañar sus cantos de furiosos repiques de la misma samba que los más desprevenidos sólo son capaces de asociar al fútbol brasilero. Poetas, intelectuales, bichos de uña: si no han bailado con la samba de La Guaira, no han descubierto el verdadero significado de la palabra goce.
Nada retrata más fielmente el alma del pueblo venezolano que el ambiente que se respira en un estadio de beisbol. Quien desee hurgar en sus profundidades, conocer sus anhelos y temores, que asista a un estadio a casa llena. La complejidad, la sutileza, la estrategia, la belleza que definen al beisbol, sólo se compara con la sabiduría con que el fanático promedio enfrenta cada desafío. El pueblo venezolano no sólo ama el beisbol: a través de él ha aprendido a encarar la vida. El estadio es una escuela donde se aprende a ganar, a perder, a remontar cuando la cuesta es alta, a perseverar, a no darse por vencido hasta el último out. En el terreno se conoce a los líderes verdaderos y en la tribuna se imparten lecciones de fidelidad.
Bien se trate de un jonrón, de un blanqueo, de un toque de bola perfectamente ejecutado, de un squeeze play suicida o del hit para dejar al contrario en el terreno, valen las palabras que Vinicius de Moraes escribiera a propósito del inmortal Garrincha: “En éxtasis, la multitud contrita / en un acto de muerte se alza y grita / en unísono canto de esperanza”. El beisbol es una guerra a muerte, pero sin muertos, o como lo definiera Osvaldo Soriano, sólo que refiriéndose al fútbol: “Tiene la significación de una guerra sin muertos, pero con conflicto. Con drama, reflexión e ironía. Y amalgama a la familia, cosa que no consigue la política”.
Por eso, en 2002, todos supimos que tendríamos Chávez para rato cuando las elites decidieron suspender el beisbol profesional. Por eso no terminamos de entender, y no hay excusa que valga, por qué ninguna televisora transmitió, el pasado 9 de octubre, la inauguración de la presente temporada. Después que no vengan a reclamarle al umpire.
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Si Vinicus de Moraes le compuso un poema, El ángel de las piernas tuertas, el chileno Manuel Picón también le compuso su canción a Garrincha, que interpreta el uruguayo Alfredo Zitarrosa.
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