Ecuador: Derrotada conspiración, Caracas celebra


Comparto con ustedes un par de videos grabados durante la concentración frente a la Embajada de Ecuador, en La Castellana, Caracas, convocada por colectivos populares de Caracas en apoyo al pueblo y gobierno ecuatorianos frente al intento de golpe de Estado contra Rafael Correa este jueves 30 de septiembre.

En el lugar se hicieron presentes numerosos integrantes de la comunidad ecuatoriana en Venezuela, los panas de Tiuna el fuerte/Radio Verdura, Ávila TV, Abrebrecha, ANMCLA, funcionarios del gobierno bolivariano, miembros del Alto Mando Militar, entre otros.

El primer video (1:13 de duración) es de las 9:33 pm, pocos minutos después de iniciada la operación militar de rescate del Presidente Correa, secuestrado por la policía golpista esde tempranas horas de la tarde. La multitud escucha expectante la Radio del Sur (cortesía de Radio Verdura) que retransmite las palabras del corresponsal de Telesur, Christian Salas, en el momento en que confirma la entrada del Ejército en el Hospital de la Policía.

El segundo video es de las 9:56 pm (1:01 de duración), y capta el momento en que se confirma el rescate del Presidente Correa.

En honor al pueblo ecuatoriano que combatió durante horas, desarmado, frente a los golpistas, intentando rescatar a su Presidente. Al los soldados del Ejército por no traicionar a su pueblo. Al Presidente Correa, nuestros respetos y nuestra solidaridad. Que se lo decimos nosotros: ni perdón ni olvido. ¡Castigo a los golpistas! (que no terminaron de aparecer todos, que también tomaron aeropuertos, que también se manifestaron en otras ciudades de Ecuador).

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Actualización:

Cortesía del pana Luigino Bracci Roa, comparto con ustedes tres videos que registran la transmisión que hizo Telesur de la operación de rescate del Presidente Rafael Correa. En total, poco menos de 45 minutos. Tal cual lo expresara Luigino, «un documento histórico invaluable».

Una pregunta retórica y una respuesta inesperada


Dame una reina pepeada.

Para El Universal, «su opinión cuenta». Por eso, y desde hace un buen tiempo, la página web del diario incluye una sección en la que formula preguntas para que los lectores opinen sobre diversos temas. Pronto, usted descubre que no es «su» opinión la que cuenta, sino la opinión de los lectores de El Universal. Pero llegados a este punto, aún falta por descubrir.

El meollo del asunto es que la opinión del lector promedio del diario – que se asume como el criterio de valoración universal – es realmente la opinión del diario: El Universal interroga a sus lectores para obtener las respuestas que desea ver reflejadas en su página, y sus lectores responden complacidos lo que sus interrogadores desean leer. Tú sabes, cosas de la interactividad y la libertad de expresión.

Póngase como ejemplo una de las preguntas más recientes: «A su juicio, ¿es necesario en el país areperas socialistas como la inaugurada por el presidente Hugo Chávez en Parque Central?«.

Pregúntese usted mismo: ¿cómo reaccionará el lector promedio del diario ante semejante interpelación? No hay duda alguna: no se trata más que de una pregunta retórica, una pregunta que no interroga, sino que transmite una opinión, una visión del mundo – una crítica velada, un prejuicio de clase.

He aquí la singular paradoja: no es la opinión del lector la que cuenta, sino la opinión – o la «información» – que transmite El Universal a través de sus preguntas retóricas. Son tan obvias las respuestas que los lectores son casi prescindibles. Si todavía cumplen alguna función, ésta no es otra que ofrecer la respuesta que de ellos se espera. Así, quienes se supone tendrían que ser el factor fundamental de la ecuación, la fuente de la información, no pasan de ser un detalle pintoresco.

De manera que aventurarse en esos terrenos sirve a los curiosos – como es mi caso – nada más que para tantear el clima de opinión entre el antichavismo consuetudinario – si es que realmente cabe la distinción entre la posición tradicionalmente de derechas de El Universal y la virulenta oposición que actualmente practica su par más «progre», El Nacional. Dicho de otra forma: si usted quiere saber qué nuevas fronteras del entendimiento ha cruzado el antichavismo centenario, si le interesa identificar la eficacia de las consignas puestas a rodar por la máquina propagandística opositora, si le provocó reírse un rato, diríjase a la sección «Su opinión cuenta».

Volviendo al ejemplo, ¿qué gracia tiene saber que para El Universal las areperas socialistas son absoluta e indefectiblemente innecesarias? Ninguna. La gracia reside, pues, en el detalle pintoresco: en las ocurrencias de sus bien alimentados y bien formados lectores.

Causa gracia intentar desentrañar la lógica argumentativa de los lectores que establecen una relación entre la «regaladera descarada» a Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua o Argentina, y la misma «regaladera descarada» al pueblo. Alguien opina que esto se parece al «comunismo del siglo 19» y otra persona advierte que esto se lo llevó quien lo trajo, que «esto es el camino para la África del siglo XVIII, con su estructura tribal». Otra persona razona, con lógica inextricable: «En el país no necesitamos arepas socialistas, lo que necesitamos es un gobierno capaz de luchar contra la altísima inflación que tenemos en Venezuela». Traduzco: en Venezuela no necesitamos arepas socialistas, lo que necesitamos es arepas baratas. Otra persona cree ser capaz de establecer cierto paralelismo con Cuba: «Allí ve uno a la gente borracha… y… piensa que tienen dinero para comprar alcohol, pero no, el gobierno da gratis el alcohol de caña, para mantener al pueblo adormecido».

En fin, debo admitirlo: hasta aquí, sólo más de lo mismo. Ningún dato nuevo que procesar. Nada que merezca – realmente – mención aparte.

Pero entonces aconteció lo inesperado: como una aparición en el mundo de los vivos, como una extravagancia, un accidente. Como una luciérnaga tasajeando la noche, como un árbol frondoso en medio del desierto. Como un aguacero en verano, como reina pepeada a cinco bolos en una arepera de Las Mercedes.

Sucedió que vino alguien a subvertir la implacable lógica de las preguntas retóricas, poniéndola patas arriba, desnudándola, desbaratándola. Lo hizo un tal Jhosmann Fuentes, el pasado 28 de diciembre, a las 8:38 de la mañana. Y lo hizo así:

«Ésta me parece una de las mejores preguntas que se han hecho en este diario. En ese sentido, ya que he visto algunas opiniones que hacen un enorme aporte a la solución de los gravísimos problemas que padece este país, quiero aprovechar esta oportunidad para hacer el mío, que reconozco es el más humilde de todos. Así pues, creo que en lugar de estas areperas socialistas, que a todas luces no contribuyen en nada al desarrollo de la nación, más allá de ser una opción para que un reducidísimo número de personas consigan comprar a bajo precio este producto que muy poca gente consume en las mañanas, escasamente al mediodía y casi nada en las noches, el gobierno debería promover que en cada calle de Venezuela haya un McDonald’s, un Wendy’s, un Burguer King, y de todas aquellas cadenas de comida chatarra que se conocen en el mundo. Eso sí es progreso».

Como escribió la misma persona que nos comparó, espantada y escandalizada, con el África del siglo XVIII: «Qué atraso, qué insolencia y qué descaro».

El chavismo y la segunda oleada


(Este artículo lo terminé de escribir hace ya casi tres meses, exactamente el 7 de septiembre, a pedido de los compañeros de la revista SIC, de la Fundación Centro Gumilla. Fue publicado en el número 718 , de septiembre-octubre de 2009, consagrado al tema: Socialismo a la venezolana.

Lo comparto con ustedes en ocasión de celebrarse hoy elecciones presidenciales en Uruguay y Honduras. En un caso, decidirá la participación popular masiva; en el otro, la abstención militante.

Se viene la segunda oleada).

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Tendríamos que comenzar por abandonar esa idea, tan seductora como ingenua, según la cual la construcción del socialismo es una carrera de cien metros planos que nosotros corremos como Usain Bolt. O una pelea por el título peso ligero que sentenciamos a nuestro favor en el décimo round. El problema con las revoluciones es que la carrera nunca acaba, la pelea nunca termina: podemos ser capaces, incluso, de propinar más de un nocaut fulminante, y aún así siempre tendremos en frente a un nuevo contendor.

Usain Bolt: cabalgando
Dicho lo anterior, es indudable que lo que resulta fascinante y alentador del actual momento histórico es que la pelea por el título se libra en toda América: en el transcurso de la última década, las fuerzas de izquierda han logrado propinar algunos nocauts, llegando incluso a coronar a varios de los suyos en la silla presidencial. En el caso venezolano, el defensor del título fue a dar a la lona, durante cuarenta y siete horas, y un gigantesco levantamiento popular y militar lo devolvió al ring, con la fuerza que es capaz de inspirar un aliento colectivo de tal naturaleza. Hay de todo: en países como Bolivia el intercambio de ganchos de izquierda y derechazos a la mandíbula inspiró la célebre frase del contrincante narrador: atravesamos por una etapa de «empate catastrófico»; en Ecuador, el defensor se da el lujo de corretear por el cuadrilátero, mientras su contrincante recibe conteo de protección; en Paraguay recibe una lluvia de insultos, acusaciones y dos, tres, cuatro, cinco golpes de puñalada; en Brasil, Argentina, Uruguay o Chile, cada cual con su estilo, propina algún izquierdazo contundente, pero inmediatamente se abraza con su rival, bien sea por agotamiento o por no disponer de mucha voluntad para encarar la pelea; en Colombia o Perú, los retadores de izquierda deben aguantar una andanada de golpes ilegales: por debajo de la cintura, por la nuca, patadas, tropezones, masacres y persecuciones.
Con sus profundas diferencias, sus indudables semejanzas, sus ritmos dispares y diversos estilos, el cambio de rumbo político continental es de tal manera inocultable que hasta los comentadores y analistas de la derecha han debido reconocer que en América se ha producido lo que todos reconocen como un giro a la izquierda. Rendidos ante la evidencia, a la media oligárquica y a sus mentores intelectuales no les ha quedado de otra que poner el acento en aquellas diferencias, distinguiendo entre una izquierda vegetariana, responsable, moderada y moderna y otra carnívora, malhablada, vulgar, expansionista, radical y decimonónica. El propósito es tan evidente que raya en lo vulgar: detrás de la muy decimonónica práctica que consiste en distinguir entre civilización y barbarie, lo que aparece es el esfuerzo por obstaculizar la unidad de propósitos.
El asunto se complica aún más cuando el mentado giro a la izquierda es utilizado por cierta intelectualidad progre, renuente a profundizar en la complejidad, el significado y el alcance del acontecimiento, como pretexto para no hacer lo que sin embargo estaría obligada a hacer: examinar con el rigor suficiente tanto los puntos de encuentro como los de desencuentro, las particularidades tanto como las generalidades, los flancos débiles tanto como los fuertes. En resumen: aquello que nos une y por tanto nos hace fuertes, tanto como aquello que nos amenaza y pone en riesgo la necesaria unidad. ¿El mayor riesgo en lo inmediato? Que el fulano giro a la izquierda se desvanezca en la próxima esquina, que desaprovechemos la oportunidad histórica de convertir el tal giro en camino y obliguemos a las generaciones futuras a tomar el testigo en una carrera cuya meta es el despeñadero.
Celebrar este giro a la izquierda con aire triunfalista, como prueba irrefutable de que de ahora en adelante los pueblos acumularán una victoria tras otra es, cuando menos, irresponsable. Muy por el contrario. La noticia es ésta: Usain Bolt tiene que comenzar a asimilar que lo que nos viene es un maratón. Ni siquiera Julio César Chávez ni Mano e Piedra Durán ganaron todas sus peleas. Planteado menos deportivamente: tarde o temprano habremos de sufrir alguna derrota. O cuatro. Muy difícil, casi imposible preverlo con exactitud: cuándo, cuántas. ¿Las causas? Pueden ser muchas, asociadas unas con otras, simultáneas: acumulación de errores internos, cambio drástico de la correlación de fuerzas, incapacidad para demoler el viejo Estado o para transformar las relaciones sociales y económicas, freno al proceso de radicalización democrática, repetición de viejos errores del socialismo burocrático. También: desestabilización con apoyo externo, corrupción de funcionarios, atentados, infiltración de fuerzas paramilitares, golpe de Estado, magnicidio, invasión.
Sin excepción, cada una de estas eventuales causas o escenarios reales están planteados o están en pleno desarrollo. Insisto: de manera simultánea, aunque como es obvio la situación varía según sea el caso. En algunos casos es posible que el proceso de cambios se vea detenido, así sea temporalmente, concluido el período del mandato presidencial, dada la inexistencia de una figura capaz de aglutinar el apoyo suficiente para triunfar en elecciones democráticas y con ello garantizar la continuidad del proyecto. Asestadas estas derrotas, ellas implicarán un freno o incluso un retroceso del proceso de cambios continental. Tendrá lugar entonces una feroz campaña propagandística y los ideólogos de la democracia liberal – y de otras formas menos santas de gobierno – cantarán sobre el inicio del fin del giro a la izquierda. Eso escríbanlo.
El golpe de Estado en Honduras ha sido una avanzada de esta contraofensiva continental. Como bien lo ha sabido interpretar Isabel Rauber en un artículo excepcional: «No es la vuelta al pasado, no hay que equivocarse: es el anuncio de los nuevos procedimientos de la derecha impotente. El neo-golpismo es ‘democrático’ y ‘constitucional’. Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva era: la de los ‘golpes constitucionales'». Con el derrocamiento de Zelaya, la derecha continental no sólo ha infligido un golpe a la Unasur, sino que lo ha hecho ensayando una nueva modalidad que no tardará en replicarse en otros países de América, allí donde modalidades más impresentables no tengan, por los momentos, posibilidades de éxito.

Pero este inicio del fin del giro a la izquierda estará muy lejos de significar lo que, sin embargo, proclamarán a los cuatro vientos los ideólogos del status quo: el fin de la era de los pueblos en rebeldía y un despertar de la borrachera democrática e igualitarista que sacudió, en mala hora, a la América toda. En medio del triunfalismo de la derecha – que, la historia así lo enseña, es mala perdedora y peor ganadora – lo que volverá a emerger, lo ha planteado también Rauber, es «una cuestión política de fondo: los procesos sociales de cambio solo pueden ser tales, si se construyen articulados a las fuerzas sociales, culturales y políticas que apuestan al cambio y generan el consenso social necesario para llevarlo adelante. Y esto solo puede realizarse desde abajo, cotidianamente, en todos los ámbitos del quehacer social y político: en lo institucional y en la sociedad toda. Un empeño político y social de esta naturaleza, no se alcanza espontáneamente. No basta con que un mandatario tenga una propuesta política que considere justa o de interés para su pueblo; es vital que el pueblo, los sectores y actores sociales y políticos sean parte de la misma, que hayan participado en su definición, que se hayan apropiado de ella».

Así, luego de este retroceso temporal del proceso de cambios revolucionarios a escala continental, sobrevendrá una segunda oleada democrática y revolucionaria, impulsada por los movimientos populares que en esta etapa, en mayor o menor grado según el país del que se trate, han sido mantenidos al margen por gobiernos que, a pesar de todo, se autodefinen como populares. Diagnóstico que vale, en particular, para los casos argentino y brasileño, pero del que no escapa Venezuela ni ningún otro país gobernando por la izquierda. Esta segunda oleada será acompañada por aquellos procesos que supieron aprender a tiempo la lección más importante, y cuyo desconocimiento constituye nuestra principal amenaza: la revolución la hacen los pueblos, no minorías iluminadas.

De allí que una de nuestras principales tareas consista en saber interpretar el carácter y la naturaleza bravía, potente y revolucionaria del chavismo, entendido como movimiento popular que aglutina tradiciones y saberes, estéticas y sensibilidades, que plantea demandas y formula propuestas. Mal haríamos relegándolo al papel de espectador en la pelea, ese cuya participación se limita a lanzar vítores a su gallo. Mal haríamos al pretender domeñar o contener la potencia de un movimiento que, cuando es necesario, corre como Usain Bolt y pega como Edwin Valero.
Edwin Valero: fulminante

El día en que la gripe porcina llegó al Ecuador


Hace un rato les escribía sobre ciertas encuestas realizadas por El Nacional y El Universal, diseñadas de tal manera que fuera imposible – para el lector promedio de estos diarios – dejar de establecer una relación de causalidad entre los insuficientes controles sanitarios – el primero – o la mala dotación de los servicios de salud – el segundo – y la eventual aparición en Venezuela del primer caso de la apocalíptica «gripe porcina». La consigna era – y sigue siendo – la de siempre: «No importa si la fulana peste es un castigo divino. La culpa hay que echársela a Chávez».

Recordarán que la siempre ingeniosa Rayma publicó su respectiva caricatura en la que asimilaba el virus con la «gripe gubernamental» y que el 1° de Mayo algún marchista opositor exhibió, sin rubor alguno, algún cartelito con la no menos ingeniosa frase: «Venezuela tiene 10 años de peste porcina. Vacúnala».

Así que ya sabemos lo que sucederá cuando aparezca, pongamos… la «gripe del burro»: El Nacional y El Universal invitarán a sus lectores a opinar que Chávez es a los chavistas lo que el burro es a los burritos. A Rayma se le ocurrirá una idea que jamás hubiera podido ocurrírsele a nadie y dibujará una caricatura para la historia, en la que aparecerá Chávez con cuerpo de burro. Finalmente, algún marchista opositor – si es que no ha llegado la dictadura y sigue vigente el derecho a la manifestación – exhibirá su cartelito con una frase similar a ésta: «En Venezuela mandan los burros desde hace 18 años. Llegó la hora de los caballos».

Pero volvamos al presente. Algo anda mal. Algo anda muy mal. Porque no puede ser posible que hayan sido registrados más de 12 mil casos del virus en 43 países, mientras que Venezuela aún no registra el primero. Algo anda mal. Algo anda muy mal.

Donde no están tan mal las cosas es en el Ecuador de Rafael Correa, que recibió hoy sábado 23 de mayo la visita de Chávez. El Ministerio de Salud Pública del país bolivariano registró el primer caso de la «gripe porcina» el pasado viernes 15 de mayo. Hasta hoy sumaban 8 los casos.

Sin embargo, si cualquiera de nosotros le preguntara a un tal Tomás del Pelo, columnista del guayaquileño diario El Universo, por el fulano virus, tengamos por seguro que no perdería el tiempo explicándonos que el primer caso conocido en su país provino de Miami, Estados Unidos. En realidad, no perdería su tiempo explicándonos absolutamente nada. Nos diría simplemente: «Oink, oink. Llegó porque tenía que llegar. En la aldea global, lo que pasa en cualquier parte del planeta, por distante que sea – Katmandú, Beijing, Kampala o Ulan-Bator – repercute aquí, querámoslo o no. Esta maldita gripe del cerdo llegó volando». El comentario apareció publicado hoy mismo, en el referido diario, en una nota intitulada: Mascarillas de moda, por si la fiebre porcina se vuelva socialista.

De manera que, según sugiere el columnista de El Universo, no fue el 15 de mayo el día en que la «gripe del cerdo» llegó al Ecuador, aunque así lo sostenga el gobierno de Correa. Luego de lo cual debe resultarnos muy sencillo comprender por qué, durante la rueda de prensa conjunta que ofrecieron los presidentes esta noche, Correa se refirió concretamente al caso de El Universo como ejemplo palmario de los medios corruptos que, por centenas, amenazan a los gobiernos populares de todo el continente en nombre de la libertad de expresión.

Pelucones de Venezuela: no es como para exagerar, las cosas tampoco están tan mal. La tan mentada «gripe porcina» no termina de llegar, es verdad. Pero bueno: al menos ya llegó al Ecuador. Llegó hoy. Llegó volando.

Rafael Correa, la victoria y la nostalgia


Hoy hubo elecciones en Ecuador y, como estaba previsto, volvimos a ganar.

En estos tiempos difíciles y de cambios, es comprensible que a algunos les invada la nostalgia por tiempos mejores, aquellos en los que perseguían por igual a hippies, malandros y guerrilleros.

Ah, tiempos aquellos en los que las melodías de The Beatles por la radio se mezclaban con la incomparable melodía del plomo limpio con que se disolvían las manifestaciones callejeras. Hit parade de asfalto y sangre.

A todos los nostálgicos, les dedico un single del grupo británico, compuesto por Paul McCartney en 1968, y que sonara por primera vez el 26 de junio del mismo año. 1968: aquellos años en los que podía decirse con absoluta propiedad que no existía en toda América una sola democracia digna de llamarse tal. Ni una sola. 1968 de Velasco Alvarado en Perú, de Torrijos en Panamá, pero de Strossner en Paraguay, de Caldera en Venezuela, de Onganía en Argentina, de Eduardo Frei en Chile, de Costa e Silva en Brasil, de Barrientos Ortuño en Bolivia (el asesino del Che), de Anastasio Somoza en Nicaragua, de Fidel Sánchez Hernández en El Salvador, de Lleras Restrepo en Colombia, de Pacheco Areco en Uruguay, de Gustavo Díaz Ordaz en México (y la Masacre de Tlatelolco)… de Arosemena y Velasco Ibarra en Ecuador.

El single no es otro que Hey Jude, y fue compuesto por McCartney para darle aliento a Julian Lennon, entristecido por el reciente divorcio entre su padre John y Cynthia Powell.

Los nostálgicos se preguntarán qué tienen que ver 1968, The Beatles y Hey Jude con 2009, Ecuador y Correa.

Sólo vean el video.

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