Veinte años después


Chávez en Plaza Caracas

Alguien me pregunta cómo me siento hoy, 20 años después de uno de los días más felices de mi vida.
Pues, infinitamente agradecido con la vida. Me considero un hombre muy afortunado. Toda mi generación lo es. Mucha gente viene a la Tierra y no tiene la fortuna de vivir y protagonizar una revolución. Verla, tocarla. Es la experiencia más maravillosa que hay. Enamorarse, tener un hijo, etc., son experiencias que no tienen comparación. Pero el maravilloso acto colectivo de hacer una revolución, tampoco. Los que vinieron después de aquel 6 de diciembre son, sin duda, los mejores años de mi vida, y me hace muy feliz saber que también de la vida de millones. Hoy me siento orgulloso de esos millones, hombres y mujeres con virtudes y defectos, que antes no existían, y que con la revolución fueron y son. Solo un pueblo así puede soportar lo que hoy soporta. Creen que nos van a derrotar con humillaciones y privaciones. Eso, al contrario, envilece a nuestros enemigos. Y ponte tú que nos derrotaran, una y cien veces. ¿Quién nos quita lo bailao? Lo que hemos logrado ya quedó para siempre tatuado en el alma nacional. De allí las futuras generaciones sacarán fuerzas para continuar esta pelea que estamos dando hoy. ¿Cómo me puedo sentir? Feliz. Me siento feliz.

La polarización y la cuestión caribe


Fidel y el Gabo
Fidel Castro y Gabriel García Márquez

El texto que publico a continuación es el que abre la primera parte del libro “El chavismo salvaje”, intitulado “¿Qué es la polarización?”. He considerado necesario agregarle una breve introducción, en la que hago un ejercicio muy conciso de actualización. Las circunstancias lo exigen.

Puesto que las de hoy son circunstancias muy similares a las de 2002, año del golpe de Estado contra Hugo Chávez. El mismo odio, el mismo miedo, el mismo espíritu de venganza. Los mismos crímenes atribuidos automáticamente al chavismo, no importando si luego las investigaciones arrojan conclusiones que lo desmienten. Las mismas brutales golpizas a personas por el simple hecho de “parecer” chavistas. El mismo furor antipolítico, el mismo envilecimiento de una minoría muy violenta, rechazada por la mayoría de la población venezolana, incluyendo la mayor parte de la base social del antichavismo.

La misma impostura sobre la polarización entendida como enfrentamiento irracional de dos fuerzas equivalentes, con la salvedad de que ya no se trataría exactamente de dos fuerzas: del lado del chavismo apenas persistiría un Gobierno muy débil que ha “traicionado el legado” de Chávez, razón por la cual, de acuerdo a lo que plantean los análisis más condescendientes, solo faltaría resolver el misterio de cómo es que todavía una pequeña parte del pueblo y, más curioso, del movimiento popular, le sigue apoyando.

Los ejemplos sobran, pero con fines estrictamente ilustrativos podrían citarse tres de ellos: Eleonora Cróquer Pedrón se refiere al “gobierno caótico y delincuencial de Maduro” (1), y describe así la situación política en Venezuela: “por un lado, los excesos de un ‘gobierno’ espectral, mercenario y totalitario; y, por el otro, los despropósitos e inconsistencias de una ‘oposición’ negadora y debilitada por el logos nostálgico y profundamente autoritario que la rige” (2). Es también el caso de Emiliano Terán Montavani, para quien “el horizonte compartido de los dos bloques partidarios de poder es neoliberal” (3) o el caso de Keymer Ávila, quien, a propósito de la convocatoria a Asamblea Nacional Constituyente hecha por el presidente Maduro, ha escrito: “Si este proceso lo ganan (sic) cualquiera de los dos polos aparentemente antagónicos perderemos todos, la Constitución hay que protegerla de ambos bandos” (4).

Con sus honrosas excepciones, y con notables desniveles en cuanto a rigurosidad analítica, quienes reproducen las diversas variantes de este discurso de la polarización incurren en los mismos errores o despropósitos de hace quince años: en su afán por marcar distancia del conflicto político, terminan suscribiendo las posiciones del antichavismo, incluso del más antidemocrático, o asumiendo posturas que le son completamente funcionales.

Se ha dicho demasiadas veces que hay hechos históricos trágicos que se repiten como farsa. En el caso del manido discurso de la polarización, habría que decir que hay errores que son aún más trágicos cuando se repiten.

Es el tipo de error que se comete, por ejemplo, cuando no se distingue entre la “política boba”, que enfrenta a las líneas de fuerza más conservadoras y autoritarias del chavismo con lo más ruin del antichavismo (5), y el conflicto histórico en desarrollo actualmente en la sociedad venezolana, que enfrenta dos proyectos políticos antagónicos.

Incluso a quienes hemos combatido desde siempre a los policías del pensamiento y la política entendida como ejercicio paranoico, nos resulta sospechosa la total ligereza con la que son tratados asuntos tan decisivos como la guerra económica contra la población venezolana y su relación directa con los esfuerzos imperiales por retomar el control total de nuestros recursos (en este punto, Terán Mantovani es una excepción). No vale excusarse, a estas alturas, en las deficiencias de la vocería oficial y su propensión a reducir la interpretación de la realidad a mera propaganda. Cuestiónese la propaganda, pero no se incurra en el mismo error de anular la realidad.

Algo muy similar cabe decir a propósito de quienes, como nos corresponde a todos y todas, repudian las violaciones de derechos humanos, algunas de ellas graves, que se producen cuando el Gobierno nacional actúa para mantener, controlar o restablecer el orden público, pero guardan un silencio casi sepulcral frente al ataque sistemático de centros de salud públicos, unidades educativas públicas, unidades e instalaciones de transporte públicos, centros de distribución de alimentos públicos, sedes u oficinas de instituciones públicas, actos de sabotaje del servicio eléctrico y, lo peor, el asesinato de personas que no estaban manifestando en contra del Gobierno nacional; actos criminales que, dicho sea de paso, son perpetrados muchas veces con la complicidad de autoridades regionales o locales opositoras al Gobierno nacional, incluyendo los cuerpos policiales bajo su responsabilidad. ¿O es que, cuando de derechos se trata, unos son más humanos que otros?

La indignación selectiva, esa que nos hace lamentar la muerte de unos seres humanos e ignorar la de otros, es una expresión clara y terrible de los niveles de degradación que puede alcanzar el conflicto político, que es lo que ocurre inevitablemente, por cierto, cuando el conflicto no se dirime democráticamente. Pero peor aún es pretender que, en nombre del rechazo a la indignación selectiva, se puede silenciar el hecho de que durante las mal llamadas “guarimbas” de febrero a junio de 2014, treinta y seis personas murieron como consecuencia de acciones de los “guarimberos” y siete a manos de efectivos policiales o efectivos militares (6). ¿Cómo guardar silencio frente al hecho de que este patrón se está repitiendo en 2017, con el agravante de que, en tan solo un mes, la cantidad de víctimas mortales casi alcanza a la de 2014? (7). Es cierto: las víctimas mortales caen “de lado y lado”. Pero hay que tener muy poco coraje para no reconocer que esto ni siquiera está cerca de ocurrir proporcionalmente.

Tratar tan ligeramente asuntos tan decisivos o permanecer callados frente a hechos tan graves solo puede ser funcional a las fuerzas políticas más retrógradas: esas que celebran por adelantado la supuesta inminente restauración de la democracia, cuando lo que están es cerca de aniquilarla; las mismas que intentan crear un clima de crispación tal, que resulte absolutamente natural hablar de “matar chavistas” como si de matar moscas se tratara; las mismas que están haciendo todo lo posible porque haya un baño de sangre en Venezuela; las mismas que, sin vergüenza alguna, hacen bandera política de personas presuntamente asesinadas por partidarios del antichavismo (8).

Porque una cosa es la obligación que tiene el chavismo de asumir la responsabilidad que le corresponde y otra muy distinta es acusarle de ser el “culpable” de cuanto ocurre en Venezuela. En 2002, cuando al menos resultaba novedosa, esta postura era ya sencillamente inaceptable: era la “sociedad civil” atribulada por la “tragedia” que significaba la presencia intolerable de la barbarie chavista. En 2017 la “tragedia” es de mayores proporciones: es todo el “pueblo” levantado contra la “dictadura”, un Gobierno que desconoce la voluntad popular, neoliberal, totalitario, criminal, etc. De aquel fuego revolucionario, de aquel pueblo politizado, solo quedarían las cenizas, y un país en ruinas.

Antes de terminar con esta introducción, quisiera traer a colación una entrevista a William Ospina publicada en El Espectador el 12 de enero de 2013 (9), en la que el escritor era interpelado en términos más bien severos por el contenido de un artículo de su autoría, publicado exactamente una semana antes en el mismo periódico, e intitulado “A las puertas de la mitología” (10).

El artículo en cuestión, en el que Ospina realizaba una elocuente defensa de Hugo Chávez (“Yo creo que ha sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto”), iniciaba con la siguiente anécdota: “Alguna vez le pregunté a García Márquez si no había sido muy difícil ese momento en que buena parte de la intelectualidad latinoamericana rompió con la Revolución cubana, y sólo él y unos pocos siguieron siendo sus amigos. Gabo no respondió con una teoría sino con algo más visceral: ‘Para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre una cuestión caribe’. A mi parecer, ello quería decir que no se trataba de marxismo o teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por su soberanía y su cultura frente al asedio de unos poderes invasores” (11).

Volviendo a la entrevista, en algún punto del careo con la periodista, Ospina dejó colar la siguiente frase: “Venezuela es el único país de América Latina en donde los pobres están contentos y los ricos están molestos. Eso debería significar algo” (12).

Poco más de cuatro años después, muchos pobres están molestos y muchos ricos están contentos. Eso debería significar algo.

Pero además, para entender lo que acontece a Venezuela hay que preguntarse: ¿quiénes desean la guerra y los sepulcros, y quiénes la paz y la justicia?

Lo de Venezuela fue con Hugo Chávez y sigue siendo con Nicolás Maduro una cuestión caribe. No importa cuántos rompan con nosotros, y si nos quedamos con pocos amigos.

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¿Qué es la polarización? (13)

Recuerdo ese balcón en Sabana Grande, casi sobre la Casanova, la noche del viernes 6 de diciembre de 2002. Los alaridos de horror, la sorpresa, el estupor: todo podía percibirse con una nitidez paralizante. Al cabo de pocos segundos, la explosión de cólera, bramidos aislados e imprecaciones que fueron convirtiéndose en un coro que pedía venganza. Un desquiciado acababa de abrir fuego contra el antichavismo congregado en la Plaza Francia. La noche apenas comenzaba.

Me tocó lanzarme a la calle, rumbo a Plaza Venezuela, donde agarraría el autobús hacia San Antonio de Los Altos. Tal vez fueron los minutos más largos de mi vida. Lo que sí es seguro es que nunca como entonces alcancé a sentir algo parecido a aquel odio que circulaba a corrientazos, como latigazos en la nuca, como el mar embravecido golpeando con todas sus fuerzas las paredes de un malecón. El aire pesado, a punto de desplomarse y aplastarnos a todos, era sostenido a duras penas por el chillido de algún carro, el taconeo nervioso, el rumor colectivo. Odio, mucho odio. Y miedo. En las inmediaciones de la Plaza Francia, un buhonero con apariencia de chavista había sido golpeado salvajemente. El recorrido a casa, que en condiciones ideales puede completarse en menos de treinta minutos, me tomó cuatro o cinco horas interminables. Barricadas en la Panamericana, alimentadas por árboles que eran talados con motosierras por tipos musculosos que vestían a la última moda. Puñetazos y patadas contra los carros de quienes se atrevían a reclamar, por más tímidamente que fuera, contra aquellos métodos de protesta. Gente en las calles, desaforada. Escaramuzas. Noticias de intentos de agresión física contra personas de pública filiación chavista. San Antonio es como una gran urbanización del este de Caracas: furibunda y militante. Aquel día, una parte de la sociedad venezolana, minoritaria pero muy beligerante, acusó automáticamente a su contraparte política de ser la responsable de un abominable crimen en el que, sin embargo, no tuvo participación alguna. Sin pruebas, por supuesto. Sin enmienda posterior. Lo hizo antes y lo continuó haciendo después. Esta falta, más bien este exceso, el conjunto de circunstancias que eximían al antichavismo de reconocer la dignidad e incluso la humanidad de su oponente, era consecuencia de la polarización.

Pero la polarización es una añagaza. El vocablo suele remitir a crispación, predominio de las emociones sobre la razón, intolerancia, invasión de la política en todas las esferas de la vida, etc. Añagazas todas. Trampas de la retórica para cazar incautos o desprevenidos, incluso para movilizar voluntades. Un engaño. En la Venezuela en tiempos de chavismo, el uso del término tiene su origen en una enorme impostura. A grandes rasgos, ésta consiste en aparentar distancia frente al conflicto político, en ubicarse más allá de las dos grandes líneas de fuerzas enfrentadas, para tomar partido por una de ellas, de manera subrepticia.

No en balde, el discurso de la polarización cobró mayor auge justo a partir de 2002, cuando el Gobierno de Chávez estuvo más asediado, y cuando el chavismo fue más vilipendiado, estigmatizado, criminalizado, demonizado. En tal contexto, la noción de polarización traducía el enfrentamiento irracional, fuera de todo cause democrático, lejos de todo respeto por las formas civilizadas de la política, entre dos fuerzas equivalentes, en cuanto a métodos y propósitos: la aniquilación del adversario mediante el insulto, la provocación o la descalificación, primero, y luego mediante la violencia fratricida. En otras palabras, se trata de un discurso que, pretendiéndose como el único autorizado para dibujar un mapa realmente fiel de la conflictividad política, hacía exactamente lo contrario: borronearlo, salvando la responsabilidad histórica de una minoría dispuesta literalmente a todo con tal de desconocer la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano, y caricaturizando grotescamente al chavismo, en lugar de hacer un mínimo esfuerzo por retratarlo con justicia.

Además de tamaña impostura, más bien predominante en predios académicos, todavía preocupados por aparentar “objetividad”, tal discurso encierra una gran paradoja, sobre todo cuando se despliega a través de un periodismo que demasiado pronto se liberó de ataduras éticas: la figura de Chávez es a la vez demonizada y endiosada. Chávez sería responsable, antes que cualquier otra cosa, de estimular el “odio social”, “dividiendo” al país en ricos y pobres, oligarcas y bolivarianos (de allí provendría, fundamentalmente, su capital político). Luego, sería el líder mesiánico, vista su extraordinaria habilidad para la manipulación de las masas resentidas y postergadas. Sin embargo, puesto todo el empeño en facilitar el avance de la cruzada moral que él mismo anuncia, concentrado en la distribución de culpas, este discurso supone lo que hay que explicar: cómo se constituye el sujeto chavista. Esta polarización que atizaría Chávez con su “lenguaje violento” sólo es posible haciendo desaparecer al chavismo, es decir, reduciéndolo a una masa manipulable, maleable, pasiva, rabiosa, irracional, que poco o nada juega en esta historia. Así, Chávez es convertido por sus más acérrimos enemigos en un demiurgo que vendría a ordenar lo informe (las masas) para volver a promover el caos. En otras palabras, y para colmo de ironías, en nombre de la polarización, el antichavismo hace aquello de lo que acusa a Chávez: le niega al chavismo su condición de sujeto político, porque de alguna forma hay que explicar el origen de esa fuerza sobrenatural (léase apoyo popular), que exhibe la deidad maligna.

Al menos en su versión más difundida, el discurso de la polarización es hagiografía pura y dura. Pero en este caso, no para justificar a los monarcas, como diría Wallerstein, o como una práctica estimulada por las élites que controlan a su antojo las estructuras de poder, sino para suscitar al sujeto encargado de superar la situación de polarización y poner las cosas en su sitio: la “sociedad civil”. Una suerte de hagiografía a la inversa que legitima la lucha contra el “absolutismo” de Chávez. La “sociedad civil” no sólo es anverso, en tanto que encarna los intereses de las élites que comienzan a ser desplazadas, sino también el reverso del sujeto “pueblo” chavista que, no obstante, permanece invisibilizado, reducido, oculto. Incapacitado, o más bien indispuesto para reconocer lo que pudiera haber de singularidad en el chavismo, concluye invariablemente que Chávez es una reedición del pasado secular, más de lo mismo, el caudillo que siempre vuelve (junto a su montonera) para recordarnos cuánto de barbarie sigue habiendo entre nosotros.

Si Gramsci hablaba de pesimismo de la inteligencia, nuestros hagiógrafos personifican la inteligencia desencantada: la realidad nunca está a la altura de sus expectativas. Actúan como los “historicistas” que retrataba Benjamin, que andan “en el pasado como en un desván de trastos, hurgando entre ejemplos y analogías”. Chávez es inscrito en la regularidad de los caudillos que van y vienen, mientras la decepción crece, porque el presente es siempre una promesa incumplida. Pero si este discurso se conforma con una “imagen ‘eterna’ del pasado”, para seguir con Benjamin, nos corresponde levantar “una experiencia única del mismo, que se mantiene en su singularidad”. Mientras dejamos “que los otros se agoten con la puta del ‘hubo una vez’, en el burdel del historicismo”, nosotros permanecemos dueños de nuestras fuerzas: lo suficientemente hombres “como para hacer saltar el continuum de la historia”.

Corregir la falta de carácter que supone este discurso de la polarización como hagiografía, que atenaza y deshumaniza la figura de Chávez (endiosándolo y demonizándolo al mismo tiempo) y relega al chavismo al ostracismo, expulsándolo del “paraíso terrenal” de la política, implica de hecho desacralizar la política venezolana: la manera como se cuenta su historia, la forma como es concebida y practicada. Desacralizar significa aquí reconocer el conflicto como fundamento de la política y no marcar distancia frente a él en razón de una pretendida superioridad moral ni borronearlo en nombre de la “objetividad” científica o periodística. Justamente porque ambas imposturas se fundan en una condena moral del conflicto (“empatía con el vencedor”, lo llamaba Benjamin), el sujeto de la lucha desaparece de la escena, o solo aparece como muñeco de ventrílocuo. Esto es lo que significa el chavismo: es el sujeto de la lucha. Desacralizar significa por tanto hacer visible a este sujeto, rescatarlo de la oscuridad, lo que por cierto no equivale a retratarlo como el ángel que ha venido a redimirnos o como el profeta en la cruz dispuesto a expiar nuestros pecados. Al contrario, quiere decir retratar al chavismo en toda su profanidad, con sus grandezas y sus miserias. Desacralizar significa también humanizar la figura de Chávez, lo que implica, al menos para el campo popular y revolucionario, aproximarse sin complejos al esquivo asunto del liderazgo.

Se dice, por ejemplo, que el gran problema del chavismo, su principal debilidad, la causa de su fracaso inevitable, es que está aprisionado en la figura de Chávez, que es incapaz de superar ese límite. Una posición tal presupone, obviamente, que el chavismo sólo puede relacionarse con su líder desde una posición subordinada, expresada en el apoyo ciego y la incondicionalidad. Prácticamente no existe diferencia entre esta posición y la asumida desde el comienzo por el antichavismo más rancio. De hecho, puede decirse que no es más que su variante “progre”. Una vez más, lo que permanece oculto es el chavismo como sujeto de la lucha, el hecho de que su propia constitución como sujeto político no hubiera sido posible sin beligerancia, sin conflicto, sin interpelación. Chávez ha prestado su apellido y su liderazgo, pero su liderazgo no es nada sin el chavismo. Son dos procesos simultáneos y dependientes uno del otro: subjetivación política del chavismo e irrupción del Chávez líder.

Una vez desacralizada, podemos hablar de la polarización como el resultado de una interpelación mutua y permanente entre Chávez y el pueblo chavista. La consecuencia es un nuevo universo político: durante largo tiempo reducido a la nada, invisibilizado, silenciado, marginado, el pueblo irrumpe en la escena política para trastocarlo todo. El chavismo encandila: con él se hacen escandalosamente visibles las contradicciones de clase y casta, las injusticias de todo tipo. Una política aletargada y estancada se ve arrollada por un sujeto que agita y se moviliza, demanda y antagoniza. En abierta oposición a la razón desencantada de nuestros hagiógrafos, el chavismo encarna la razón estratégica, como la concebiría Daniel Bensaïd. Con el chavismo, la sociedad venezolana se repolitiza, se reconoce en la actualidad del conflicto, dejando atrás la mojigatería de las formas “civilizadas” de la política, que relegaban al pueblo, en el mejor de los casos, al patético papel de actor de reparto.

Con el chavismo cambió la historia de la política. Por eso, en previsión de las falsificaciones al uso, vale todo el esfuerzo que se haga para contar, tantas veces como sea posible, la historia de cómo es que cuando decidimos luchar, ya nunca más fuimos los mismos. Fuimos mejores. Lo que seguimos siendo, pese a todo.

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(1) Eleonora Cróquer Pedrón. Violencia y espectacularización: del impase de la política a la política del impase en la Venezuela contemporánea. Frontal 27. 22 de abril de 2017.
http://frontal27.com/violencia-y-espectacularizacion-del-impase-de-la-politica-a-la-politica-del-impase-en-la-venezuela-contemporanea/

(2) Eleonora Cróquer Pedrón. Violencia y espectacularización: del impase de la política a la política del impase en la Venezuela contemporánea. Frontal 27. 22 de abril de 2017.
http://frontal27.com/violencia-y-espectacularizacion-del-impase-de-la-politica-a-la-politica-del-impase-en-la-venezuela-contemporanea/

(3) Emiliano Terán Mantovani. Venezuela desde adentro: siete claves para entender la crisis actual. América Latina en Movimiento. 20 de abril de 2017.
http://www.alainet.org/es/articulo/184922

(4) Keymer Ávila. La Constitución como pharmakos. Contrapunto. 3 de mayo de 2017.
http://contrapunto.com/noticia/la-constitucion-como-pharmakos-134110/

(5) Reinaldo Iturriza López. El chavismo salvaje. Editorial Trinchera. 2017. Págs. 104-106, 160-161.

(6) AVN. Defensor del Pueblo: Fascismo fue causa principal de las 43 víctimas de la guarimba. 18 de enero de 2016.
http://m.avn.info.ve/contenido/defensor-del-pueblo-fascismo-fue-causa-principal-43-v%C3%ADctimas-guarimba

(7) Luigino Bracci Roa. Lista de fallecidos por las protestas violentas de la oposición venezolana, abril y mayo de 2017 (Actualizado). Alba Ciudad. 4 de mayo de 2017.
http://albaciudad.org/2017/05/lista-fallecidos-protestas-venezuela-abril-2017/

(8) El 6 de mayo de 2017, el partido opositor Voluntad Popular, a través de su cuenta oficial en Twitter, exigía justicia para “Carlos Eduardo, Paola, Kenyer, Almelina y Miguel”, y acusaba al presidente Nicolás Maduro de “asesino”. Los presuntos asesinos de Paola Ramírez Gómez y Almelina Carrillo son partidarios del antichavismo.

(9) Cecilia Orozco Tascón. “Chávez entrará a la mitología de los altares callejeros”. El Espectador. 12 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/chavez-entrara-mitologia-de-los-altares-callejeros-articulo-396288

(10) William Ospina. A las puertas de la mitología. El Espectador. 5 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/opinion/las-puertas-de-la-mitologia-columna-395237

(11) William Ospina. A las puertas de la mitología. El Espectador. 5 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/opinion/las-puertas-de-la-mitologia-columna-395237

(12) Cecilia Orozco Tascón. “Chávez entrará a la mitología de los altares callejeros”. El Espectador. 12 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/chavez-entrara-mitologia-de-los-altares-callejeros-articulo-396288

(13) Reinaldo Iturriza López. El chavismo salvaje. Editorial Trinchera. 2017. Págs. 23-28.

El chavismo: la política de los comunes


Este 6D gana Chávez

Para el pueblo chavista la política es una práctica entre iguales. Es el espacio en que es posible plantear y resolver problemas comunes de manera colectiva. El hecho de que sea un espacio para el común no implica, de manera alguna, la desaparición del liderazgo: el chavismo, antes bien, se replanteará a fondo el concepto de liderazgo. Desde entonces, la demagogia, las prácticas clientelares, y en general la “diatriba” entre políticos, producirán el rechazo manifiesto de la bases del chavismo. La figura tristemente célebre del “representante”, que hiciera profesión de “la indignidad de hablar por los otros”, como dijera Foucault, verá reducida su capacidad de maniobra de manera drástica.

El reconocimiento de este acontecimiento, la profunda transformación en la cultura política que implica este replanteamiento del liderazgo político, es garantía de continuidad del proceso bolivariano.

Además, el chavismo tuvo el mérito de plantearse los problemas fundamentales de la sociedad venezolana, que es decir, prácticamente, los problemas de nuestra civilización. Por eso fue tan decididamente anti-oligárquico desde sus inicios, y por la misma razón desarrolló, años después, una fuerte voluntad anti-capitalista. De los acentos puestos en cada momento histórico depende la potencia del chavismo.

En el actual momento histórico, el chavismo libra una batalla que, eventualmente, le permitirá dar continuidad al “legado de Chávez”. Con legado nos referimos aquí, fundamentalmente, a su legado inmaterial: a su ideario, a su carácter de estratega y a su condición de subversivo, más que a su obra como Presidente. La vitalidad del chavismo dependerá en buena medida de su capacidad para contrarrestar las tendencias a petrificar la figura del comandante Chávez, endiosándolo o reduciéndolo a la figura de caudillo popular o simple benefactor.

Se trata de una batalla que libra principalmente: contra lo viejo que aún perdura entre la nueva clase política; contra la “nueva clase” o los nuevos ricos, que emergieron a partir de su relación privilegiada con el funcionariado corrompido, verdaderas mafias que, a decir del Presidente Maduro, lograron “perforar” la institucionalidad bolivariana; y contra los enemigos jurados de la revolución bolivariana, que se valen de unos y otros actores, de sus miserias, para intrigar, y para inducir la desmoralización de las bases revolucionarias.

Si la anterior batalla se libra en el campo de la revolución política, en el campo económico tiene lugar, sin duda alguna, la contienda central. Es en este campo donde se concentran las mayores presiones, siendo una de ellas, por cierto, la que ejerce el pragmatismo, que reúne a un conjunto de fuerzas internas y externas, muchas veces difusas, no siempre fáciles de identificar, que reclaman posponer hasta nuevo aviso la aplicación de medidas revolucionarias, y que incluso consideran un error (perfectamente reversible, en aras de la estabilidad política) algunas medidas tomadas por el comandante Chávez: expropiación de empresas o recuperación de tierras ociosas, antes en manos de latifundistas, por ejemplo. El hecho de que nadie se atreva a condenarlas públicamente todavía, habla a las claras de su indiscutible legitimidad política.

Mientras tanto, sorteando los ataques sistemáticos a nuestra economía, lidiando con los efectos de una drástica merma presupuestaria como consecuencia del desplome del precio del petróleo, sufriendo las consecuencias de un sistema de distribución de bienes mayoritariamente en manos privadas, en medio de una verdadera guerra económica, el Presidente Maduro ha tenido el tino de mantener a raya al pragmatismo, renunciando a poner en cuestión la orientación estratégica de la revolución bolivariana, realineando fuerzas y preparando el terreno para la adopción de medidas de orientación popular y revolucionaria. Todo lo cual sin disminuir la inversión social, defendiendo el salario de la clase trabajadora, y haciendo todo lo posible por preservar la unidad de fuerzas a lo interno del chavismo, en momentos en que la claudicación llama a la puerta.

¿Qué clase de liderazgo es el que se yergue por encima de este lodazal histórico y se planta firme contra la claudicación? El liderazgo que resultó de aquel replanteo que está en el origen del chavismo.

Para perseverar, todo el chavismo habrá de volver sobre las circunstancias que le dieron origen. De hecho, y en tanto que no se trata de un fin en sí mismo, el chavismo sólo tendrá sentido históricamente si persevera como la política de los comunes: como ejercicio político que nos iguala, y nos pone en situación de plantear y resolver nuestros problemas. Caso contrario, a lo sumo habremos logrado imponer un cascarón vacío: habrá triunfado el autoengaño y nos habremos conformado con una caricatura de lo que fuimos.

Allí están Bogotá, Argentina. Escribía Gustavo Petro, después de la derrota, casi a manera de consuelo: “La izquierda en Bogotá recibió una ciudad con el 50% de su población en pobreza y hoy la entrega con el 9%, generó una nueva clase media”. Isabel Rauber le ripostaba: “¿Y la educación política?”.

¿Nuestra victoria radica en haber producido una nueva clase media? ¿Acaso es eso lo que significa perseverar?

Perseverar, me parece, dependerá de la forma como continuemos educándonos políticamente, para decirlo con Isabel Rauber. Volver, por ejemplo, sobre Alfredo Maneiro, que decía, por allá en 1982: “Porque la revolución no es sólo un bistec en cada mesa, ni mucho menos un televisor en cada cuarto y en absoluto un carro en cada puerta, la revolución es sobre todo un cambio en las relaciones humanas, un cambio en la forma de relacionarse los hombres entre sí y arreglar de una cierta manera sus relaciones con la naturaleza”.

Cuestiones a tomar en cuenta durante estos días, mientras hacemos campaña; mientras va tomando cuerpo esa maravillosa obra colectiva que es nuestra maquinaria popular; mientras preparamos esa gran celebración del espíritu que será nuestra victoria electoral del 6D.

Brevísima autobiografía para lectores acomplejados


Yo lo que soy es un tipo que escribe. No tengo vocación de ministro. La revolución que estamos haciendo es una que me permite escribirlo sin que me cueste el cargo. Es que nunca se ha tratado de cargos ni de títulos. Se trata de responsabilidad. De hacernos responsables de nuestros actos, de nosotros mismos.

Uno de los pecados originales del antichavismo consiste en desconocer que el chavismo tiene su origen en un acto de responsabilidad. El antichavismo está hecho de esa materia que hace a los incapaces de comprender que alguien se haga responsable de un acto de rebelión.

Cuando asumí Comunas, en abril de 2013, no aspiraba ningún cargo. Lo hice porque juzgué que no tenía más alternativa que asumir la responsabilidad. ¿Cómo dejar solo a un hombre como Nicolás? ¿Cómo mantenerme al margen en un momento que exigía de nosotros dar un paso al frente?

En casa dejé no sólo a mi Ainhoa Michel de cinco meses y a mi Sandra Mikele de doce años. También dejé casi listo mi libro sobre “El chavismo salvaje”. Había comenzado a trabajar en un libro sobre la militancia (apenas logré escribir un artículo en tres partes intitulado “Para pensar la militancia”) y estaba gestando otro para el que ya había decidido título: “Historia del pueblo venezolano”. Había reunido algún material para un libro sobre deporte y política. Tenía proyectado otro libro a partir de los escritos donde menciono a mis hijas: un libro ilustrado, tipo cuento infantil.

Mi relación con Comunas fue desde el principio muy intensa. Una relación apasionada. Me reencontré, de muchas formas, con la calle. Puede decirse que me reconcilié con el pueblo organizado, al que, debo agregar, nunca dejé de amar y admirar profundamente. Estar en Comunas me permitía, por supuesto, contribuir en algo, pero sobre todo aprender. Aprender y desaprender. Desaprender para contribuir más y mejor.

Creo que fue en una reunión con facilitadores y facilitadoras de la Escuela de Formación del Poder Popular que hablé por primera vez de un libro que, llegado el momento, y según lo acordado, escribiré junto a Carola Chávez: uno que cuente la historia de lo que el chavismo ha significado para nosotros.

El chavismo ha significado para mí desaprender los valores propios de la clase media: su pretendido “cosmopolitismo”, su apego al individualismo, su vergonzoso arribismo, su desclasamiento; desaprender buena parte de la cultura política de izquierda: su autoritarismo en nombre de la “disciplina”, su afición por las lecturas manualescas, la soberbia característica de las “vanguardias” que juran que van iluminando tanta masa inculta, ignorante, que yace en la oscuridad; y por último, desaprender los usos y costumbres del “intelectual”, en el sentido más tradicional del término, que es lo que resulta de sumar la circunstancia de ser un universitario graduado con honores, proveniente de la clase media y con experiencia en la militancia en un partido de izquierda.

Intelectual, clase media y militante de izquierdas, prácticamente estaba condenado a repetir el manido libreto del idiota que se cree más que el resto porque aprendió a despreciar cualquier cosa que se identificara con lo popular. Intelectual de izquierdas, sin más ambición que terminar de columnista dominical de El Nacional.

En esa andaba hasta que se rebeló Chávez, como ya lo había hecho el pueblo tres años antes. En esa andaba hasta que me hice chavista. Y poco a poco fui dejando de ser lo que era, un ser humano formado en los prejuicios y valores de una sociedad en decadencia. De ser un hombre que se conformaba con casi nada, me fui convirtiendo en uno que, como la mayoría del pueblo venezolano, deseaba cambiarlo todo.

Hoy puedo decir que me siento un hombre mejor que ayer. No mejor que nadie, sino mejor de lo que fui. Un hombre con menos prejuicios, sin complejos.

Sin complejos hablo de lo que ignoro, porque es la manera más chavista que conozco de expresar mi férrea voluntad de aprender y seguir desaprendiendo. La manera más responsable, también. Para seguir aportando, ahora desde Cultura. Con la certeza de que ya habrá tiempo para dedicarme a lo que más me gusta.

Yo lo que soy es un tipo que escribe. Uno que hoy les escribe: allá ustedes con sus ínfulas de superioridad, con su odio sin remedio. Allá ustedes con sus complejos.

La vitalidad de la revolución


Los consejos comunales son espacios de construcción política del común. No son, para decirlo con Foucault, sujetos de derecho. Ni siquiera son un sujeto. Son, de nuevo, un espacio, en que el común denominador es el chavismo, ese vigoroso sujeto de sujetos que comparte no sólo un origen predominante de clase, sino la experiencia común de la politización.

El chavismo está hecho, fundamentalmente, de hombres y mujeres de las clases populares que padecieron, sintieron repulsa y se rebelaron contra la democracia representativa. Si el padecimiento, el rechazo, la indiferencia incluso, suponen en principio una actitud pasiva, la decisión más o menos expresa de mantenerse al margen de la política, la rebelión es un acontecimiento político de primer orden. Incluso antes de reconocerse como tal, el chavismo se incorpora a la política en el acto de rebelarse. Es inconcebible sin esta memoria colectiva, sin esta noción común de la rebelión: en ella se hermanan y politizan estos hombres y mujeres, y en ella tienen su bautizo de fuego.

La incomprensión de las condiciones históricas de emergencia del chavismo como sujeto político y ético conduce al desconocimiento de la naturaleza de los espacios donde se desenvuelve. En otras palabras, si no se comprende la singularidad del proceso de politización del chavismo y, sobre todo, la cultura política que fue construyendo con el paso de los años, es imposible reconocer la potencialidad de un espacio como el consejo comunal.

Chávez no promueve la creación de los consejos comunales para nivelar por debajo, sino para incorporar a los de abajo, para garantizarles un espacio, un lugar. No lo hace, como se ha pretendido, para domesticar al chavismo, para moldearlo a imagen y semejanza de lo mismo, sino porque lo reconoce como lo otro, como algo diferente, como un sujeto que apunta en la dirección de la construcción de otra política. Chávez sabe identificar en el chavismo un espíritu difícil de conformarse con formas más tradicionales de participación política.

Estos espacios de construcción política de los comunes son característicos de todo proceso revolucionario. Es igualmente característica la tendencia a controlarlos, tarea que casi siempre acometen las fuerzas más conservadoras y burocratizadas dentro de las filas revolucionarias. Tratándose de una constante histórica, tal circunstancia no tendría por qué ser motivo de escándalo, lo que por supuesto no significa que debamos resignarnos. Todo lo contrario, lo que corresponde es estar siempre prevenidos.

No hay forma más eficaz de controlar estos espacios que corromperlos, desnaturalizarlos: intentar convertir al pueblo organizado en clientela, a líderes populares en gestores que, imposibilitados de gestionar exitosamente las soluciones de los problemas de la comunidad ante la burocracia estatal, pierden toda legitimidad. Convertidos en escenarios de disputa entre grupos por cargos o recursos, se produce la clausura de estos espacios: el pueblo comienza a identificarlos como más de lo mismo y, en el peor de los casos, se retira de ellos.

Pero ninguno de los fenómenos anteriores, expresiones de la vieja cultura política, puede inducirnos a desconocer la naturaleza del espacio: el propósito para el que fue creado, el sujeto político para el que fue concebido. La pervivencia de lo viejo no puede impedirnos distinguir su radical novedad.

No hay lugar en el mundo donde el pueblo organizado pueda hacer lo que hoy hace a través de los consejos comunales. Sin la vitalidad que, contra todo obstáculo, ostenta una significativa parte de ellos, sería imposible el salto cualitativo que ha experimentado el movimiento comunero, que hoy impulsa con extraordinario vigor el Consejo Presidencial de Gobierno Comunal. En parte importante de nuestras Comunas, a despecho de los más incrédulos, está planteado el desafío mayúsculo de producir otra sociedad. Es nuestra manera de vivir lo que está siendo puesto en cuestión en muchos de esos territorios. Y esa audacia política es inconcebible sin una vitalidad de origen, que es lo que encontramos en los consejos comunales.

La indispensable vitalidad de los espacios de participación es un tópico muy recurrido en la extensa bibliografía sobre las revoluciones populares. Así, por ejemplo, y para citar un texto clásico, en «La revolución rusa«, escrito en 1918, Rosa Luxemburg cuestiona duramente la decisión de los bolcheviques de disolver la Asamblea Constituyente de noviembre de 1917: «el remedio que han hallado Trotsky y Lenin, la eliminación de la democracia en general, es peor que la enfermedad que ha de curar: porque obstruye la fuente viva de la que podrían emanar, y sólo de ella, los correctivos de todas las insuficiencias inherentes a las instituciones sociales. La vida política activa, enérgica y sin trabas de las más amplias masas populares».

Diez años después, Christian Rakovski escribe «Los peligros profesionales del poder«, en el que intenta desentrañar las razones del proceso gradual de burocratización en la Unión Soviética: «La burocracia de los soviets y del partido constituye un hecho de un orden nuevo. No se trata de casos aislados, de fallos en la conducta de algún camarada, sino más bien de una nueva categoría social a la que debería dedicarse todo un tratado». Revisando la experiencia de la Revolución Francesa, da con una de las causas del aletargamiento del proceso revolucionario: «la eliminación gradual del principio electoral y su sustitución por el principio de los nombramientos».

La bibliografía, como ya hemos dicho, es muy extensa, y ella constituye parte sustancial del acervo de la humanidad. No hay mejor forma de preservarlo que disponer tiempo para su estudio, de manera de ser capaces de corregir errores que, en su momento, también cometieron pueblos tan dignos y aguerridos como el nuestro. Esa misma bibliografía tiende a coincidir en el planteamiento de que la crisis terminal de las revoluciones populares guarda relación directa con la clausura de los espacios de participación popular y el ascenso de una casta burocrática o, para decirlo como John William Cooke, con el predominio de un «estilo» burocrático.

En «Peronismo y revolución«, el argentino Cooke afirma: «Lo burocrático es un estilo en el ejercicio de las funciones o de la influencia. Presupone, por lo pronto, operar con los mismos valores que el adversario, es decir, con una visión reformista, superficial, antitética de la revolucionaria… La burocracia es centrista, cultiva un ‘realismo’ que pasa por ser el colmo de lo pragmático… Entonces su actividad está depurada de ese sentido de creación propio de la política revolucionaria, de esa proyección hacia el futuro que se busca en cada táctica, en cada hecho, en cada episodio, para que no se agote en sí mismo. El burócrata quiere que caiga el régimen, pero también quiere durar; espera que la transición se cumpla sin que él abandone el cargo o posición. Se ve como el representante o, a veces, como el benefactor de la masa, pero no como parte de ella; su política es una sucesión de tácticas que él considera que sumadas aritméticamente y extendidas en lo temporal configuran una estrategia».

En Venezuela, preservar y estimular la vitalidad de los espacios de participación popular en general, y de los consejos comunales en particular, es condición de continuidad de la revolución bolivariana. Para ello es indispensable neutralizar el influjo conservador, burocratizante, presente en todo proceso de cambios revolucionarios.

Nuestro partido está en lo obligación ética de construir una política clara en materia de estímulo de los consejos comunales, que contemple la condena sin miramientos de cualquier resquicio de clientelismo. La lucha contra lo que en el documento «Líneas estratégicas de acción política» se enuncia como «cultura política capitalista», debe pasar de lo declarativo a los hechos concretos, expresarse en medidas aleccionadoras. Esta «cultura política capitalista» debe ser señalada y combatida desde el más alto nivel. Nuestro liderazgo debe erigirse como un referente ético. En las bases, la crítica contra el clientelismo y otros vicios es realmente despiadada. El pueblo chavista tiene plena consciencia del problema. Una posición firme del liderazgo político contra estos vicios tendría además un efecto moralizante.

De igual forma, nuestro partido debe renunciar expresamente a la pretensión de instrumentalizar los consejos comunales, de administrar el espacio a conveniencia. Antes de controlarlo «a cualquier costo», concebirlo como un espacio desde el que se construye hegemonía popular y democrática. La administración mezquina de la fuerza sin precedentes que Chávez construyó junto al pueblo, es lo contrario de la política revolucionaria. Ésta habrá de ser, como diría algún camarada siguiendo al mismo Chávez, «el arte de convencer» que logra imponerse sobre «la costumbre de administrar». No hay política revolucionaria sin compresión de cómo se construyó esa fuerza. Esa fuerza que hoy sostiene a la revolución bolivariana, que le sirve de punto de apoyo, se construyó escuchando al otro, al que piensa diferente, sumándolo, incorporándolo. Una fuerza política incapaz de convencer pierde el derecho de llamarse fuerza y entra así en fase de decadencia. La construcción de la hegemonía del chavismo ha sido un ejercicio literalmente democrático, popular, en el sentido de que ha significado no sólo la incorporación de las mayorías, sino de diversidad de pensamientos y demandas. Esta capacidad para la construcción hegemónica ha supuesto la derrota para la vieja clase política, de la misma forma que dejar de cultivar «el arte de convencer» puede significar nuestra ruina.

Estamos a tiempo de comprometernos en una política militante orientada a recuperar, allí donde sea necesario, y a defender, allí donde corresponda, los consejos comunales como espacios donde impere, para decirlo con Rosa Luxemburg «la vida política activa, enérgica y sin trabas» del pueblo venezolano. Para ello, es fundamental reivindicar lo que Rakovski identificaba como «principio electoral». Al 29 de agosto del presente año, el 33,2% de los 43198 consejos comunales registrados tenían sus vocerías vencidas. Nuestro partido tendría que promover, por todas las razones aquí expuestas, y como una de sus tareas de primer orden, la renovación de vocerías. Pero no basta con que todas estén vigentes.

Nuestro esfuerzo tendría que estar dirigido a convertir los consejos comunales en verdaderas escuelas de gobierno, donde los comunes se ejerciten en la práctica de gobierno, para que aprendan el arte de gobernar. «Ninguna clase ha venido al mundo poseyendo el arte de gobernar. Este arte sólo se adquiere por la experiencia, gracias a los errores cometidos, es decir, extrayendo las lecciones de los errores que uno mismo comete», escribía Rakovski. Aprender el arte de gobernar no para que el pueblo se convierta eventualmente en funcionario, sino para ir construyendo otra institucionalidad. El militante revolucionario en funciones, por su parte, tendría que trabajar para reducir la brecha que separa a las instituciones del pueblo, librando una lucha sin tregua contra el «estilo» burocrático que señalara Cooke.

Los consejos comunales no son ni mucho menos deben ser el único espacio de la revolución bolivariana. Pero sí son el espacio político por excelencia. Un espacio que «no puede ser apéndice del partido», como alertara el comandante Chávez el 11 de junio de 2009. «¡Los consejos comunales no pueden ser apéndices de las alcaldías! No pueden ser, no deben ser, no se dejen. Los consejos comunales, las Comunas, no pueden ser apéndices de gobernaciones, ni del Ministerio, ni del Ministerio de Comunas, ni del Presidente Chávez ni de nadie. ¡Son del pueblo, son creación de las masas, son de ustedes!».

Que así sea.

Recordatorio


Chávez Nicolás

El hombre Chávez apareció entre nosotros para enseñarnos que, contrario a lo que hubiéramos podido pensar, no éramos menos que nadie, hombres y mujeres de tercera categoría, sino seres humanos dignos, merecedores del respeto del mundo. Chávez fue ese hombre nuestro que, en nuestro nombre, se rebeló contra la inhumanidad que nos reservaban las elites como fatalidad, y reafirmó nuestro derecho a decidir nuestro propio destino. Se dice rápido, pero hay que ponerse en los zapatos del pueblo venezolano veintidós años atrás, y recordar su desesperación, nuestra rabia. Hasta que apareció el hombre Chávez. Incluso en la derrota, tuvo los arrestos para hacernos un guiño y nos invitó a seguir peleando. ¿Cómo no hacernos cómplices de un pelotero que, al término de una remontada fallida, nos pide seguir jugando hasta dejarlos en el terreno? No sólo no había pueblo vencido. Por primera vez en mucho tiempo teníamos la certeza de que el equipo ganaría. La grandeza de Chávez estribará siempre en su entereza para sortear cada dificultad, en su entusiasmo a pesar de la adversidad, en su alegría infinita. Saberlo como nosotros, parte de nosotros, no sólo lo hacía más grande, sino que nos hacía mejores. Con Chávez aprendimos a ser un pueblo que lidia con las peores dificultades como quien asiste a una fiesta.

Irremediablemente humano, se nos murió Chávez. Y podemos decir con justicia que nunca enfrentamos dificultad más grande. Dolor más profundo. Chávez llegó a nosotros bajo el signo de la celebración. Nicolás (permítame, Presidente), en cambio, debió asumir su responsabilidad en nuestra hora más triste. Ello entraña una doble responsabilidad y una pesada carga que debemos distribuir entre todos: la de recordarnos lo que significa ser chavistas. Recordar a Chávez como el hombre extraordinario que fue, pero ante todo como hombre. Ese hombre como nosotros, que nos hizo redescubrir nuestra humanidad, y que nos enseñó que no había dificultad insuperable si luchábamos como pueblo unido.

Con motivo de la celebración de los primeros 60 años de Chávez, me parece oportuno el recordatorio: el mejor homenaje que podemos rendirle al hombre, es ser capaces de disipar la tristeza que nos dejó su partida. Para ello, es preciso redescubrir, si fuera necesario, la alegría de enfrentarnos a la dificultad, cualquier que ésta sea, con la certeza de que venceremos. Es preciso redescubrirnos como seres humanos capaces de las mejores cosas, no importa el tamaño del problema. Eso es, en última instancia, lo que significa ser chavista. Nicolás está haciendo su mejor esfuerzo. Hagámoslo todos.

Chávez: su principal legado inmaterial


Por: Pacha Catalina.
Por: Pacha Catalina.

El 9 de marzo de 2013, El Espectador publicó el que quizá sea el mejor homenaje escrito que se le haya hecho hasta ahora al comandante Chávez. Su autor es William Ospina. El artículo, intitulado «Chávez: una revolución democrática«, cerraba con el siguiente párrafo: «Hugo Chávez, con su mirada sonriente de llanero y sonrisa profunda de hombre del pueblo, bien podría haber hecho algo mucho más profundo y perdurable que inventar el socialismo del siglo XXI: es posible que haya inventado la democracia de siglo XXI».

La referencia viene a cuento porque, transcurrido un año de su muerte, no hay mejor forma de homenajear a Chávez que disipar la nostalgia que inevitablemente nos embarga y recordarlo, al decir de Ospina, como el «inventor» de la democracia de este siglo. Democracia que, como el mismo Chávez desarrollara en numerosos discursos, no está reñida con el socialismo, sino que es una forma de reinventarlo, de actualizarlo, de reanimarlo, moribundo como estaba después de tanta burocratización y tanta claudicación.

Pero «recordarlo» no es suficiente. La circunstancia de una revolución siempre acechada nos obliga a hacer del mismo Chávez objeto de permanente reinvención. Para que no envejezca, actualizarlo. Para no dejar que muera, como lo hemos jurado, reanimarlo, literalmente. Esto exige de nosotros un trabajo sistemático de estudio de su pensamiento. Un pensamiento que es genio individual, pero fundamentalmente obra colectiva, que se forjó al calor de unas determinadas circunstancias históricas, y en contacto directo con el alma popular. Un pensamiento, y he aquí lo más importante de todo, que es digno de llamarse tal porque es popular, porque fue parido por un sujeto popular: el chavismo.

De manera que será inútil toda tentativa de estudiar el pensamiento chavista como quien se dispone a reverenciar la obra sagrada. El chavista es un pensamiento vivo, no del tipo de aquellos que sólo son accesibles para los «pensadores», sino del tipo que construye el pueblo chavista día a día, en el mismo momento en que ejerce la política. Y es que el chavismo es, antes que nada, una forma de hacer política. Es la solución que el pueblo venezolano encontró al problema de la política tradicional, fuera ésta de derechas o de izquierdas.

Sin negar su filiación con la tradición de izquierdas, el chavismo logró lo que la izquierda realmente existente nunca pudo: actuar, como diría Alfredo Maneiro, con «eficacia política». Es decir, desplazar a la derecha del Gobierno y ofrecerle a la sociedad venezolana un plan viable de cambios revolucionarios. Calibrar las verdaderas dimensiones de la sociedad deseable, tanto como de la sociedad posible, es decir, su extraordinaria capacidad estratégica, es lo que hizo de Chávez el líder indiscutible de la revolución bolivariana.

Si logró actuar con «eficacia política» es porque, antes que de izquierdas, el chavismo es un sujeto popular. Debemos concentrarnos en este punto. Indagar exhaustivamente. Llevar el análisis hasta sus últimas consecuencias, sacar las lecciones del caso. No es de masas ni es de cuadros: es popular. No es asunto de vanguardias: es popular. Pero no es un «popular» cualquiera. La revolución bolivariana enseña que en las horas decisivas, son los comunes politizados en la era del chavismo quienes inclinan la balanza. Ahora bien, ¿cómo se produjo esa politización?

Ese común popular tiene rostro, aunque no nos guste. Nos habla, aunque no lo escuchemos. Tiene una historia, aunque la ignoremos. Fue ese común popular el que se encontró Chávez en las catacumbas. No es que sea abstracto, es que algunos de nosotros debemos revisar nuestras nociones de «concreto». No es idealizar al pueblo, es que algunos de nosotros perdimos mucho tiempo soñando con revoluciones protagonizadas por el «hombre nuevo», ignorando al pueblo real porque no se parecía a nuestro pueblo ideal.

La masiva incorporación de pueblo a la política, pero sobre todo su constitución en sujeto político, la reivindicación histórica que esto implica, el descomunal ejercicio de democracia que significó, es quizá el principal legado del comandante Chávez. Su principal legado inmaterial. Uno del que tenemos mucho que aprender. Y esto lo logró Chávez aglutinando a la mayoría del pueblo primero, y luego haciéndolo protagonista de una revolución «pacífica y democrática». Como diría Osuna: «qué alto sentido de respeto por los conciudadanos el de un país que aun en medio de las más borrascosas diferencias de opinión no se hunde en la violencia sectaria y en el baño de sangre que ha caracterizado cíclicamente a algunos de sus vecinos. Venezuela vive hace quince años, no en la polarización, como afirman algunos, sino en la apasionada politización que caracteriza los momentos de grandes transformaciones históricas».

Si es cierto, como plantea Ospina, que Chávez inventó la democracia del siglo XXI, tal vez sea porque el chavismo reinventó la forma de hacer política. Si así fuera, debemos estudiar cómo sucedió esto. Aprender de nosotros mismos, reconocernos. Para que no vuelvan los tiempos en que los «civilizados» nos impongan a los «bárbaros» su vieja «democracia» a sangre y fuego.

Comunas: para hacer que emerja lo nuevo. (Un balance de 2013).


Encuentro Nacional Comunas

Para no perder la orientación, nada mejor que ir a las fuentes: el Programa de la Patria establece como uno de sus objetivos nacionales «consolidar y expandir el poder popular y la democracia socialista» (2.3). El mismo objetivo incluye un complemento diagnóstico con aires de promesa: «La gestación y desarrollo de nuevas instancias de participación popular dan cuenta de cómo la revolución bolivariana avanza consolidando la hegemonía y el control de la orientación política, social, económica y cultural de la nación. El poder que había sido secuestrado por la oligarquía va siendo restituido al pueblo, quien, de batalla en batalla y de victoria en victoria, ha aumentado su nivel de complejidad organizativa».

La Comuna, más que una nueva instancia de participación, es la avanzada organizativa de esa democracia socialista por construir. En el mismo aparte del Programa se lee que el imperativo es acompañar al pueblo venezolano en la construcción y consolidación de 3 mil Comunas para el período 2013-2019, calculando «un crecimiento anual aproximado de 450 Comunas» (2.3.1.4).

Durante 2013 se registraron 532 Comunas, que vienen a sumarse a las 12 registradas entre agosto y diciembre de 2012, para un total de 544. En términos porcentuales, se registró el 118% de las Comunas previstas. Cumplida y superada la meta. Más importante aún: iniciamos 2014 con un 60,4% de avance en el cumplimiento de la meta para el año, que es alcanzar las 900 Comunas. Buenos augurios.

Cualquiera podría objetar que los números no lo son todo. Que más allá de lo cuantitativo está la cualidad de los procesos políticos, máxime cuando estos tienen lugar en medio de una revolución. Estoy completamente de acuerdo. No obstante, debemos estar atentos: los números no lo son todo, pero mucho nos sirven para guiarnos. Ellos constituyen una referencia ineludible, que nos permite medir nuestro desempeño de manera permanente. Pero esto todavía es muy obvio. Lo central, ciertamente, no es la meta, que no es un fin en sí mismo, sino lo que hemos hecho (los procesos de trabajo o militancia en los que hemos estado inmersos) para alcanzarla o, en su defecto, para incumplirla.

Todavía habría que echar un poco más de leña a la brasa de los números. Entre nosotros persiste un profundo menosprecio por las cuentas, lo que nos hace imprecisos, inexactos. Justo porque en ocasiones anteponemos el logro de la meta a los procesos que hacen posible cumplirla, maquillamos los números para que ellos hablen públicamente de una «eficiencia» que no es tal. De esta manera «logramos», al precio que sea, una meta que realmente no alcanzamos. Ésta es una de las manifestaciones más comunes de la gestionalización de la política, fenómeno referido a la práctica de colocar lo administrativo por delante de la política, y que trae como consecuencia que nuestros militantes queden reducidos a meros gestores o burócratas de aparato.

Más dramático es cuando somos imprecisos e inexactos a la hora de mostrar logros extraordinarios. Y esto es todavía más dramático en tanto que es muchísimo más lo que la revolución bolivariana tendría que mostrar en lugar de disimular. Ya sea por falta de rigurosidad o disciplina, o por simple incompetencia, dejamos de registrar al detalle experiencias y procesos inauditos, muchos de los cuales (como las Misiones) han dejado una huella indeleble en millones de seres humanos que ahora viven más dignamente.

«El diablo está en los detalles», le gustaba repetir al comandante Chávez, y ciertamente deberíamos ocuparnos del menor detalle, por insignificante que parezca. Estamos obligados a ser precisos, exactos, rigurosos con los números, porque sólo con cuentas claras es posible dar el siguiente paso: darle vida al frío e inerte número, hender los números como frecuentemente es necesario hender las palabras para que seamos capaces de descubrir lo que de otra forma jamás hubiéramos descubierto: lo nuevo.

Pero hay algo más que nos exige ser rigurosos y disciplinados con nuestros números, y en general con toda la información que recabamos o producimos: la obligación de rendir cuentas a nuestro pueblo. Nuestro pueblo tiene derecho a estar informado sobre lo que hacemos para lograr los objetivos que nos han sido encomendados, y no sólo a saber cuál es el uso que hacemos de los recursos que tenemos disponibles para tales fines. Más allá de esto último, se trata de rendir cuentas, con afán pedagógico, de lo que hacemos, de cómo lo hacemos y de los resultados que obtenemos. Pedagógico en el sentido de que, en el camino, nos obligamos a pensar sobre aquello que hacemos y creamos las condiciones para que nuestro pueblo pueda evaluar y pensar sobre lo realizado. De esta manera, todos aprendemos.

¿Aprendemos qué? Tal vez estemos aprendiendo qué significa aquello de gobernar «socialistamente«. Porque el socialismo es una entelequia si no se expresa en unas prácticas de gobierno específicamente socialistas. ¿Qué significa, entonces, gobernar «socialistamente»? He aquí algunas pistas: 1) socializar información precisa, pormenorizada, que nos permita seguir produciéndola socialmente (pueblo y gobierno); 2) anteponer siempre la política a lo administrativo, los procesos de trabajo a la meta: ésta nunca es un número (que, habiéndolo alcanzado, me permite aferrarme a un cargo u obtener cuotas de poder), sino la transformación revolucionaria de la sociedad, que se expresa en felicidad social. Anteponemos la política a la «gestión» porque la política es revolucionaria, esto es, está al servicio del cambio social. Hacemos «gestiones» para desplegar nuestra política revolucionaria. La eficacia de nuestra política se mide por el cambio que produce en nuestro pueblo, por la felicidad social que produce. La felicidad social de nuestro pueblo depende de su capacidad para «autogestionarse», lo que implica una manera profundamente revolucionaria de entender el problema de la gestión. Hacia allá deben apuntar las Comunas: al «autogobierno» popular, a la «soberanía plena», como está escrito en el Programa de la Patria (2.3).

Es cierto que de nada vale afirmar que hemos registrado las primeras 544 Comunas si olvidamos que lo estratégico es crear las condiciones que hagan posible que las Comunas sean espacios de autogobierno popular. Ahora bien, ¿qué procesos hicieron posible el registro de tal cantidad de Comunas? Socializar esta información, rendir cuentas al respecto, es tan importante como reafirmar la orientación estratégica de la política. Es por allí que debemos comenzar.

¿Cómo comenzaba el comandante Chávez su reflexión del consejo de ministros del 20 de octubre de 2012, el célebre Golpe de Timón? Haciendo el mismo ejercicio que he intentado hacer aquí: preguntándose cómo medir los logros de una revolución. Para ello echaba mano de un fragmento del capítulo XIX de Más allá del capital, el libro de Mészáros: «El patrón de medición, dice Mészáros, de los logros socialistas es: hasta qué grado las medidas y políticas adoptadas contribuyen activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo sustancialmente democrático, de control social y autogestión general». La pregunta de fondo que se hacía Chávez era la siguiente: ¿nuestras políticas están contribuyendo al logro de esos objetivos que enuncia Mészáros? Y más específicamente: ¿nuestras políticas están orientadas a la construcción de las Comunas?

Acto seguido, planteaba el comandante dos cuestiones decisivas: en primer lugar, la necesidad de «territorializar los modelos», nuestro modelo de socialismo, y empleaba una imagen portentosa: un modelo que pase por la creación de «una red que vaya como una gigantesca telaraña cubriendo el territorio de lo nuevo», para evitar que el monstruo del capitalismo, esa «gigantesca amiba», lo absorba. En segundo lugar, se refería a la naturaleza de la hegemonía que está llamado a construir el chavismo: nuestro socialismo, afirmaba, «tiene que ser verdaderamente nuevo, y una de las cosas esencialmente nuevas en nuestro modelo es su carácter democrático, una nueva hegemonía democrática, y eso nos obliga a nosotros no a imponer, sino a convencer».

Cuando a finales de abril de 2013 nos dispusimos a concebir lo que tendría que ser el signo de nuestra actuación al frente del ministerio, intentamos traducir en el ámbito institucional lo que el comandante Chávez ya había orientado en su Golpe de Timón. Si tuviera que resumirlo, diría que trabajamos para respondernos las siguientes interrogantes: ¿cómo territorializar nuestro socialismo? ¿Cómo suscitar la emergencia del «territorio de lo nuevo», que desde el principio veíamos expresado en las Comunas organizadas de acuerdo a una lógica reticular, en forma de «gigantesca telaraña»? Además, ¿cómo contribuir a la construcción de «una nueva hegemonía democrática», optando por el convencimiento en lugar de la imposición? En la misma formulación de los problemas estaba (sigue estando) la clave de su resolución.

Este trabajo de análisis dio como resultado, pocas semanas después, un documento que es público, y que resume la orientación estratégica de todo lo que hacemos desde entonces: nuestro Plan Político Estratégico Comuna o nada. De su contenido quisiera resaltar la idea-fuerza o el «principio de acción», como le llamamos en el documento, que a mi juicio explica en buena medida cómo hemos sido capaces de alcanzar las 544 Comunas registradas. Es la idea-fuerza de amplitud política.

En un momento en que la hegemonía política construida por el chavismo estaba seriamente en entredicho, principalmente como consecuencia de la desaparición física de su líder histórico, lo último que necesitábamos era «revolucionarios» que recriminaran al pueblo entristecido, «malagradecido» y presa de la incertidumbre. Quizá nunca como entonces fue necesario acompañarlo, escucharlo (que es nuestro deber siempre), convocarlo a la movilización, incluso orientarlo. Eso fue lo que nos permitió esa extraordinaria iniciativa política de Nicolás Maduro que fue el «gobierno de la eficiencia en la calle».

Resultaba imprescindible transmitirle al pueblo venezolano que la revolución bolivariana había sido siempre una obra colectiva, que éramos el resultado de la acción virtuosa de millones, con todo y sus imperfecciones; que habíamos comenzado a ser lo que deseábamos ser, y que estábamos dejando de ser la imposición de otros.

Tal fue el mensaje que llevamos a los comuneros y comuneras. Pero sobre todo nos sentamos a escuchar. Paciente y atentamente. Llenamos cuadernos de notas. Colectivamente fuimos construyendo un diagnóstico de todo lo que impedía avanzar en la consolidación de las Comunas. Recibimos lo nuestro: fuertes cuestionamientos, severos llamados de atención. También un sinnúmero de propuestas. Nos reunimos con todas las tendencias, y pronto comenzamos a realizar reuniones donde fuerzas supuestamente irreconciliables volvían a encontrarse. Si deseábamos afrontar la crisis de hegemonía política en puertas, debíamos practicar el tipo de política que nos enseñó Chávez: una política con vocación de articulación de la diferencia, de unidad en la diversidad; una política para incorporar al que piensa distinto; una política amplia, democrática.

Sin duda alguna, el grueso de los cuestionamientos de comuneros y comuneras era relativo a las dificultades para lograr el registro de las Comunas. Procedimos a simplificar los trámites administrativos, haciendo recaer el peso en dos procesos capitales: elaboración colectiva de propuesta de carta fundacional y referendo aprobatorio.

Además, realizamos cinco encuentros regionales de Comunas, en los que participaron 534 Comunas. Antes del primer encuentro (celebrado en Lara, entre el 6 y el 8 de agosto) existían 101 Comunas registradas en el país. 185 Comunas de las 433 restantes se habían registrado al cierre del ciclo de encuentros, es decir, el 42,7%.

El fin de semana del 7 y 8 de septiembre se realizó el Censo Comunal 2013, que continuó durante los días viernes 13, 14 y 15 de septiembre. La actividad, ideada por el Presidente Maduro, convocó a 1401 Comunas en distintos grados de desarrollo (registradas, con comisiones promotoras ya constituidas, consejos comunales con la intención de organizarse en Comunas).

El 17 y 18 de noviembre tuvo lugar en Caracas el Primer Encuentro Nacional de Comuneras y Comuneros, con la participación de 506 Comunas. Este acontecimiento fue sucedido por sendas jornadas nacionales de referendos aprobatorios de cartas fundacionales, los días 24 de noviembre y 15 de diciembre, luego de las cuales se registraron 217 Comunas.

Más que como actividades puntuales dirigidas a alcanzar metas numéricas, todas las previamente mencionadas fueron concebidas como jornadas de movilización popular, de acuerdo con el primer objetivo de nuestro Plan Político Estratégico: reagrupar y movilizar a las fuerzas revolucionarias en sus territorios. Si a esto le sumamos la reinstalación de la Comisión Presidencial para el Impulso de las Comunas, dirigida por el Vicepresidente Jorge Arreaza, y el hecho muy significativo de que el mismo Presidente Maduro se convirtió en el principal agitador de estas jornadas, poniendo siempre de realce la importancia estratégica que reviste la Comuna, es posible entender por qué fue posible alcanzar la meta del Programa de la Patria.

¿Las 544 Comunas registradas hasta ahora lograrán consolidarse como espacios de autogobierno? Por supuesto que no podemos asegurarlo. Lo que sí podemos asegurar es que estamos trabajando para que así sea. No sólo no hemos dejado de lado, en ningún momento, lo estratégico, sino que el mismo logro de la meta de Comunas registradas ha sido posible porque hemos procurado actuar en razón de las orientaciones estratégicas del comandante Chávez. Desplegados siempre en el territorio, sin imposiciones, inventando junto a nuestro pueblo, haciendo que emerja lo nuevo.

Fin de año


Balanza y reloj de arena

Puestos los hechos en la balanza de 2013, cualquiera pensaría que todo se lo lleva el peso de tu ausencia. Cómo sacar cuentas sin restarte. Como seguir sumando sin poder siquiera lidiar con el dolor de no tenerte, porque no hay tiempo, porque aquí nunca hay tregua. Y sin embargo aquí estoy, deseando que, más allá de toda filosofía, más allá de cualquier religión, exista la vida después de la muerte, y puedas estar mirándolo todo por una rendija, percatándote de que, si de balanzas se trata, la cuestión está equilibrada: porque ya no estás físicamente, pero sigue en pie el pueblo que te hizo posible. Y mientras así sea, la balanza siempre será favorable. Y seguiremos teniendo razones para brindar cada fin de año.

Porque sigue de pie el pueblo que te hizo posible, Chávez.

A nuestra salud, comandante.

 

 

El 8D fue derrotado el miedo a la Comuna


Chavismo celebra 8D, Nicolás

La persona que todavía no alcance a entender lo que sucede en la Venezuela después de Chávez, debe comenzar por saber que las contiendas electorales dejaron de ser lo que lamentablemente siguen siendo en la mayoría de las democracias del mundo: un mero trámite que le permite a quienes ejercen el poder económico disputarse el control del poder político, ofertando variaciones de un mismo programa, que ni de chiste se plantea poner en entredicho el capitalismo.

Ya desde 1998, años antes de que Chávez hablara por primera vez de socialismo, son dos proyectos históricos los que antagonizan en cada contienda: el popular, bolivariano y revolucionario, y el que convoca a las fuerzas históricamente asociadas a la oligarquía, a los amos del valle, privilegios y prejuicios de raza y clase a cuestas. Chavismo y antichavismo, en resumidas cuentas.

Este 8D, ambos proyectos históricos volvieron a enfrentarse. Como es de esperarse, la oligarquía venezolana, y más concretamente la burguesía comercial importadora, que ahora mismo dirige a la clase política antichavista, ducha en estos menesteres, disimula con relativo éxito la verdadera naturaleza del conflicto, haciendo particular énfasis en la desideologización del debate público.

De un tiempo a esta parte, ha invertido la mayor parte de su devaluado capital político en la estrategia de desgaste, que busca colocar en el centro de la diatriba pública el tema de la ineficiencia gubernamental, sumado a llamados al diálogo y a la reconciliación, entre otras tácticas (entre las que se cuenta la apropiación y resignificación de ideas-fuerza del chavismo).

Durante los últimos meses, el antichavismo se animó a llevar esta estrategia de desgaste hasta sus últimas consecuencias: con un chavismo con la guardia baja por la convalecencia de su líder, y luego triste por su desaparición física, se fue a la guerra económica.

Tiene razón el presidente Maduro cuando afirma que el antichavismo no hizo campaña electoral, sino guerra. Y sabotaje. La primera para desmovilizar a la base social del chavismo, presa de la impotencia. El segundo (como el apagón eléctrico del lunes 2 de diciembre), para recordarle a su base social por qué hay que derrotar al chavismo «ineficiente».

Sólo en este contexto era posible concebir el 8D como un acontecimiento plebiscitario. Plebiscitario en el sentido de que el chavismo (y esto es expresión de la genialidad política de Chávez) es una fuerza que ha logrado prevalecer porque ha sido capaz de construir hegemonía popular y democrática, y la ha construido en buena medida porque tiene la vocación de someter permanentemente su proyecto histórico a la consulta de toda la sociedad.

Animado por los severos estragos que la guerra económica ha causado en la población, el antichavismo asumió el 8D como un plebiscito, pero en sentido notablemente distinto al anterior: igualmente entusiasmado por los resultados del 14A (tan solo 223 mil 599 votos de diferencia a favor de Maduro), se planteó superar al chavismo en votos totales. El cálculo era claro: debilitada la figura del presidente Maduro, en evidencia la dificultad del chavismo para construir un liderazgo político después de Chávez, la mesa estaba servida para decretar la acelerada descomposición del «régimen».

Ya sabemos que el antichavismo ha salido con las tablas en la cabeza: según el primer boletín del Consejo Nacional Electoral, el chavismo no sólo ha cuadruplicado al antichavismo en número de alcaldías, ganando en la mayoría de las capitales de estado, sino que le ha sacado una ventaja de casi 700 mil votos.

Es mucho lo que debe analizarse, por supuesto. Debe indagarse en las razones de la derrota de las fuerzas revolucionarias en ciudades claves. Debemos evaluar el papel desempeñado por el presidente Maduro durante estos ocho intensos meses: cómo ha venido convirtiéndose en el líder político de un movimiento que muchos, en muchas partes, ya daban por derrotado. Debemos releer detenidamente su discurso ante la Asamblea Nacional, el pasado 8 de octubre, y sacar las conclusiones a que hubiere lugar. Debemos analizar el impacto de la ofensiva económica, es decir, la apuesta por repolarizar en el campo económico, poniendo en el centro del debate público la necesidad de antagonizar con la burguesía. Igualmente, debemos ponderar el impacto que puede tener una política tan audaz como la Gran Misión Barrio Nuevo Barrio Tricolor, con todo lo que ella implica en cuanto a «concentración de fuego» en el territorio, al mejor estilo chavista.

Pero hay un aspecto adicional que, a mi juicio, debemos evitar que pase desapercibido. El 8D no sólo ha sido derrotada la idea antichavista de plebiscito. También ha sido derrotada la conseja según la cual el antichavismo debía salir a votar en masa para derrotar a la Comuna, una figura monstruosa, aberrante, contraria a la Constitución y las leyes, que pretendería sustituir a las alcaldías y, en último término, poner de rodillas a la mismísima democracia. Ha sido derrotado el miedo a la Comuna.

El argumento, falaz si es que puede llamarse argumento, apenas tomó vuelo durante la campaña (o la guerra), pero se asomó con insistencia durante los últimos días, en la Asamblea Nacional (a propósito de los debates para aprobar el Plan de la Patria como Ley de la República) y en algunos medios antichavistas.

Más curioso aún, la prensa antichavista la enfila hoy, 9 de diciembre, contra la Comuna. Quien no los conozca que los compre: si no supiéramos de los antecedentes de El Nacional, El Universal y El Mundo, podría pensarse que es pura casualidad esta singular lectura que hacen hoy del asunto. Basta con los títulos de las respectivas notas: «Comunas restarán Bs. 2,9 millardos del presupuesto de las alcaldías» (El Nacional, Economía y Negocios, 11); «Economía comunal minimizará las competencias de las alcaldías» (El Universal, Economía, 1-12); «Alcaldías obligadas a convivir con el poder comunal» (El Mundo, 4).

Si nos guiáramos por la línea editorial de la prensa antichavista, cualquier podría pensar que, victorioso el chavismo el 8D, las grandes perdedoras habrían sido las alcaldías. Porque, siempre según la prensa antichavista, las Comunas «restarán» o «minimizarán» el poder de las alcaldías o éstas se verán «obligadas» a coexistir con aquellas. Nótese cómo, al plantear el antichavismo este falso dilema entre Comunas y alcaldías, el pueblo organizado no aparece nunca. En el caso de El Universal, por ejemplo, no se trata de competencias que serán transferidas al pueblo organizado, sino de competencias que les serían arrebatadas a las alcaldías.

La realidad es otra: después del 8D, las Comunas son más fuertes porque hemos triunfado en la gran mayoría de los municipios. Tal es la manera correcta de plantear el asunto. De hecho, si hay alguna Comuna amenazada es porque allí gobiernan, desde antes o a partir del 8D, las fuerzas contrarias a la revolución.

En líneas generales, el panorama es alentador: antes de la Jornada Nacional de Registro de Comunas (24 de noviembre) existían 264 Comunas registradas, esparcidas en 106 municipios (31,6%). En la víspera del 8D, la cifra había ascendido a 473 Comunas registradas, en 168 municipios, el 50,15% del territorio nacional.

En el momento en que escribo, el Consejo Nacional Electoral ha oficializado los resultados en 158 de estos municipios. El cuadro es el siguiente: el chavismo ha triunfado en 127 municipios en donde existen Comunas, es decir, en un 80,4% de los casos. En esos 127 municipios están ubicadas 386 de las Comunas registradas, el 81,6%. Abrumadora mayoría.

Las 87 Comunas registradas restantes están asentadas en 31 municipios en los que el chavismo fue derrotado. Pero hay un dato muy interesante: 38 de esas Comunas (43,7%), casi la mitad, están ubicadas en parroquias donde triunfó la revolución. Así, por ejemplo, en Lara, todas las 16 Comunas en el municipio Iribarren están en parroquias donde venció el chavismo, incluyendo 6 de ellas en la parroquia Juan de Villegas, importante bastión popular. En Barinas, municipio Barinas, todas las 3 Comunas están en parroquias donde ganó el chavismo. En Carabobo, municipio Valencia, las únicas 2 Comunas están en parroquias donde venció la revolución. En Miranda, municipio Sucre, 3 Comunas están en parroquias de mayoría chavista. En Zulia, la única Comuna registrada en el municipio Maracaibo está en la parroquia Idelfonso Vásquez, donde ganó el chavismo.

Después del 8D, y contra todo pronóstico, soplan vientos a favor de las fuerzas revolucionarias. No es poca cosa, siendo éste el año que ha sido: el más difícil por el que ha atravesado la revolución bolivariana.

Que terminemos este año con perspectivas ciertas de ir fortaleciendo cada vez más el autogobierno popular, a través de las Comunas, y en plena ofensiva contra la burguesía parasitaria, es una buena manera de hacerle honor al comandante Chávez. Un hombre de carne y hueso que honró con su vida el compromiso con todo un pueblo.

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