Celebrar la Comuna


Caimán

Hay que distinguir entre la Comuna productiva y el proceso de producción social de la Comuna. La Comuna no se decreta, se produce. La Comuna no es un territorio, aunque se asienta en él. La Comuna es producción material y espiritual del pueblo organizado en el territorio. Para que haya Comuna debe haber un pueblo organizado que la suscite, que la produzca.

Este proceso de producción social de la Comuna es un hecho inédito, con un potencial transformador extraordinario: el pueblo venezolano está construyendo Comunas porque desea dejar atrás la vieja sociedad. Hay que insistir en el punto: nuestras Comunas no son extravagantes experimentos de socialistas utópicos, sino iniciativa del pueblo llano que desea emanciparse. Esa emancipación suele tener visos anticapitalistas.

Allí donde pretenda erigirse algún remedo de Comuna, desde arriba o con arreglo a las prácticas de la vieja política (clientelismo, sectarismo, oportunismo), ya sabemos cuál será su destino: el más estrepitoso fracaso, como fracasa todo lo que no sea hechura popular. Por fortuna, en lo que a Comunas refiere hay poco de remedo y mucho de pueblo. El remedo lo es de lo genuino. Y lo genuino se impone.

Ambas circunstancias, la novedad y el potencial transformador, dificultan nuestra capacidad de comunicar las experiencias comunales. Se comunica más fácil lo que ya se conoce. Comunicar lo novedoso, lo revolucionario, exige de nosotros innovar en la forma como comunicamos.

¿Cómo comunicar este proceso de producción social de la Comuna? Es lo que nos hemos propuesto con la Fiesta de los Saberes Comunales, FISAC 2014, que se celebró en la Plaza Diego Ibarra de Caracas, de jueves 5 a sábado 7 de junio, y que organizamos junto a Ciencia, Tecnología e Innovación.

Con la FISAC 2014 no pretendíamos exhibir lo que las Comunas producen, sino comunicar cómo se produce en la Comuna, y cómo producen diversos sujetos vinculados directa o indirectamente a la economía comunal: Empresas de Propiedad Social, Unidades de Producción Familiar, cooperativas, movimientos, tecnólogos populares, en campos como producción alimentaria, innovación científica y tecnológica, manufactura de alta calidad y producción cultural.

Con la FISAC 2014 ensayamos un método de trabajo de muchos posibles. Ideamos espacios para el intercambio de experiencias, para construir colectivamente la historia del chavismo, para «amarres» entre los participantes. La FISAC 2014 no fue más que un movimiento táctico en el tablero en construcción de la democracia comunal.

Por último, la cuestión estética. Nos planteamos desde el inicio que la FISAC 2014 fuera una experiencia estéticamente gratificante. ¿Qué significa eso? Con toda honestidad, no lo sabemos. O mejor dicho: sabemos muy bien lo que no nos gusta, y militamos en el cuestionamiento radical de la forma como las élites pretenden representarnos: sus estereotipos y prejuicios. Pero no es menos cierto que desde el chavismo, y específicamente desde el Gobierno, hemos construido una imagen con frecuencia simplona, predecible, de lo que somos.

Partiendo del principio innegociable de que el chavismo es un sujeto bello, exuberante, ¿cómo recrear su estética? No creemos en lo absoluto haber estado cerca de resolver el problema, pero al menos nos lo planteamos. Y para nuestra satisfacción, el mismo chavismo fue nuestro principal cómplice: durante los tres días de FISAC 2014 asistieron 7417 personas de 23 estados del país. De ese universo, decidieron registrarse 4217 personas. Tal vez le asombrará conocer el perfil del visitante: mujer de entre 36 y 59 años que se identifica como de la comunidad.

En otras palabras, el visitante de la FISAC 2014 fue exactamente el mismo sujeto que protagoniza los procesos políticos en nuestros barrios, y en general en comunidades populares de todo tipo a lo largo y ancho de Venezuela.

Me gustaría saber qué piensan nuestras mujeres del Laboratorio Creativo, a mi juicio el experimento más fascinante de toda la FISAC 2014: cada uno de siete colectivos creativos debía participar en el diseño de la campaña publicitaria de siete productos comunales, elegidos en sorteo público. Creativos y comuneros, dos sujetos que hasta entonces, y salvo contadas excepciones, vivían en universos paralelos, trabajaron juntos durante tres días para concebir una estética para cada producto. Una estética no para vender (no principalmente), sino para afirmar una identidad, que es también una forma de decir que aquí estamos, que somos una alternativa de vida.

Sería igualmente interesante saber qué piensan de todo esto los muchachos de Engrapo, ganadores del concurso, por su campaña publicitaria para los tanques de agua que fabrica la Empresa de Propiedad Social Construyendo el Socialismo, ubicada en el municipio Paz Castillo, Miranda.

Tal vez, y sólo tal vez, los trazos de la imagen del Caimán (marca de los tanques de agua) escondan algunos de los secretos mejor guardados sobre lo que somos como pueblo chavista, y sobre las fuerzas y razones que nos mueven a construir Comunas.

Hello, dejen el show con Calle 13


I.- MTV versus Calle 13.
La puja estuvo interesante. De a ratos, hay que decirlo, fue como para agarrar palco: de un lado, MTV, esa institución señera de la cultura hegemónica – por la que se desvive tanto cabeza hueca que jura que libertad de elección y rebeldía equivalen a escoger entre las opciones que le ofrece la industria cultural -, tuvo el acierto de escoger para la presentación de sus premios a una de las figuras más irreverentes, talentosas, deslenguadas, populares y políticamente incorrectas de la escena musical latinoamericana. Del otro lado, René Pérez, el Residente de Calle 13, exprimió el escenario a tal punto que la jornada le alcanzó para lanzar fuego verbal contra Luis Fortuño, gobernador de Puerto Rico, y Felipe Calderón, Presidente de México. Simultáneamente, fue alternándose las ya célebres franelas, en las que hizo alusión a las bases militares gringas en Colombia, rindió homenaje a Mercedes Sosa, rememoró la masacre de Tlatelolco, comparó al dictador hondureño con Pinochet, exigió un Puerto Rico libre y nominó al zambo Chávez como mejor artista pop. «Latinoamérica es un continente muy político como para obviarlo», había escrito Residente vía Twitter, el pasado 12 de octubre. Y la política se apoderó del Gibson Amphitheatre, en Los Ángeles, sede de la entrega de los premios.

Lejos de escandalizarse, los de MTV hicieron todo lo posible por capitalizar el fulminante patadón en las bolas y los directos de izquierda que Residente propinó en el mentón de una derecha latinoamericana tambaleante, incluida la legión de jóvenes con el alma avejentada que ya quisieran la reelección indefinida del paraco Uribe y la eliminación física del zambo, apalean a los indios en Bolivia, defienden al Grupo Clarín en Argentina, marchan a favor de la dictadura en Honduras, a favor de los «presos políticos» en Venezuela, que desconocen cuál es la capital de Puerto Rico, pero que son capaces de conmoverse hasta el llanto viendo My Super Sweet 16, son entusiastas seguidores de The Hills y se babean con las aventuras de Tila Tekila.

Sin mayores disimulos y con tono festivo, la web de MTV Latino reseñó la participación de Residente: «Ahora que ya pasó, no hay otra forma de verlo: René, alias Residente, de Calle 13, fue un anfitrión despampanante. Claro que no estuvo solo: a su lado estaba Nelly Furtado, siempre divina. Juntos hicieron una dupla genial… Residente se bajó de la limosina y se sacó el traje para arrancar con el show. Abajo de la camisa traía una camiseta que decía: ‘Chávez nominado Mejor Artista Pop’. Fue así que empezó a arengar a la audiencia, dispuesto a decirlo todo, sin censura y sin libreto… René habló con total desparpajo, sin pelos en la lengua (tal como lo hace al frente de Calle 13). A su lado estaba Nelly, poniendo su cuota de elegancia y sofisticación. Juntos se complementaron a la perfección… Son dos grandes personalidades de la música, sin dudas. Nelly Furtado ya es una verdadera lady del pop internacional, mientras que René sigue demostrando que posee un talento y un carisma enorme al frente de Calle 13».

Es decir, una cosa chévere, tú sabes, o sea, Residente, hello, qué buen show, o sea, te la comiste. Una línea editorial que traduce superfluamente posiciones políticas que han provocado escozor tanto a los aludidos como a sus más fieles fans, y que se resume en una frase a primera vista inocentona como la que más: «Los conductores de Los Premios MTV 09 se destacaron por su soltura y, sobre todo, por sus ganas de divertirse». ¿Divertirse? Residente no está muy de acuerdo: «A mí nada de lo que dije me pareció divertido. Todo lo que hablé es bastante serio», escribió vía Twitter – siempre por esta vía, a menos que se indique lo contrario – el sábado 17 de octubre.

II.- Una diarrea de «malas palabras».
Tópico privilegiado de las jóvenes viudas de los personajes aludidos – Fortuño, Calderón, Uribe – ha sido el de la diarrea de «malas palabras» pronunciadas por Residente durante cada una de sus intervenciones. Imposible no detenerse en esta circunstancia, porque desnuda de pie a cabeza la mentalidad característica de la juventud conservadora, moralina, retardataria, supremacista, cool y tal de América Latina.

La cumbia de los aburridos. Calle 13.

Coño, mi señora madre, Sur, maestra de maestras, cuyo nombre le hace honor a esta tierra que piso, chavista hasta los tuétanos, sabia como sólo el pueblo puede serlo, disfruta cada vez que suena La cumbia de los aburridos. Pero un buen día me advirtió que el disco donde aparece esa canción es muy «vulgar». Lo dijo mi señora madre y yo me le reí, pero también me dije, para mis adentros, para que no pudiera escucharme: Amén. Porque su palabra es ley. Pero que un tipo de 34 años, proveniente de Carabobo, Venezuela, que bien pudiera ser hijo de Sur, escriba: «… cómo es posible que se permita tanta falta de cultura, valores, una cosa es ser sinceros y otra… vulgar, ordinario, chabacano, boca de cloaca…», así, tal cual, como una de esas señoronas encopetadas de la «sociedad civil» venezolana, que le gritan histéricas a Chávez, no por socialista, sino por zambo y vulgar, ordinario y chabacano, eso lo que provoca es vergüenza ajena. Todos los idiotas que, como el que escribió aquello, se escandalizaron por el hecho de que Residente le espetara un sonoro «hijo de la gran puta» al Fortuño, seguramente desconocían que el mismo día el pueblo portorro se sumó a un paro nacional contra el tipo, en rechazo al despido de más de ¡veinte mil! empleados públicos.

«Seguramente» un coño: soy capaz de apostar los discos de The Beatles de Sandra Mikele, a que estos idiotas no saben siquiera que Puerto Rico es una isla. Son los mismos idiotas cuya imagen del pueblo valenciano debe parecerse mucho a la de los hombres y mujeres que limpian el suelo y los baños del Sambil Valencia, que no habrán pisado jamás el centro de Caracas, pero se conocen de memoria el Sambil de la capital, y para los que Barquisimeto es una gran ciudad desde el día en que se inauguró esa joya arquitectónica que es el Sambil en forma de instrumento musical. Una de dos: o jamás escucharon un disco de Calle 13 y juran que Atrévete Te-Te es un reguetón compuesto por Manuel Rosales; o lo escucharon, pero igual no entendieron un carajo, y no se han dado cuenta de que fueron retratados en Gringo latin funk, del disco Los de atrás vienen conmigo.

Gringo latin funk. Calle 13.

Anticipándose a la polémica que se ha desatado luego de los MTV, Residente escribía el 16 de septiembre: «Los medios no me usan, yo uso a los medios. Hay que saber dar el mensaje. De lo contrario el mensaje se queda corto, entre ‘intelectuales'». Residente habló «malo» y el mensaje llegó: «Parte de la propuesta era que yo hablara malo, lo que pasa es que la gente se vive el personaje mío como si yo fuera así todo el tiempo… La manera de expresarme hacia los jóvenes es pensando en que quiero llegarles más rápido todavía, en que me hagan caso», declaró el sábado 17 de octubre a un impreso puertorriqueño.

El mensaje también le llegó bastante rápido al mismísimo Fortuño, quien declaró, indignado: «A todos los puertorriqueños les tiene que indignar profundamente esa chabacanería… En ningún sitio del mundo uno puede pararse en un micrófono porque te lo pongan delante a decir chabacanerías, a insultar gratuitamente y a decir malas palabras. ¿Qué es lo que le estamos enseñando a nuestros hijos?». ¿Entonces tú le enseñas al hijo tuyo que despedir a veinte mil personas es algo bueno, no importa si durante la campaña electoral prometiste que no despedirías a nadie? Bendito. Tremenda figura paternal. Algo semejante fue lo que respondió el Visitante de Calle 13: «¿No te parece un insulto la mentira? Los insultos del gobierno dejan sin trabajo». Y ésta otra: «¿Qué es peor… una ‘mala palabrita’ o que no le puedas dar lo que antes le dabas a tu familia?».

Pero a esta hora, el premio a la reacción más patética se lo lleva la Cancillería colombiana, que concedió al Residente el estatus de asunto de Estado: a través de un comunicado, expresó «su indignación por la divulgación de un mensaje injurioso en contra del presidente Álvaro Uribe, el cual se encontraba estampado en la camiseta…». Pero no sólo reincidió en la misma trampa retórica de Fortuño, según la cual el mensaje iba dirigido contra todo Puerto Rico: «El mensaje presenta un contenido ofensivo y calumnioso en contra del Presidente de los colombianos, lo cual constituye un agravio para su buen nombre e investidura y además es un irrespeto a la dignidad de nuestros connacionales». También MTV se llevó su jalón de orejas: «El Ministerio de Relaciones Exteriores respetuosamente sugiere a las directivas del canal observar con mayor detenimiento las manifestaciones con alto contenido político que se hacen dentro de un escenario que se destaca por promover el arte musical». En respuesta, Residente escribió el 18 de octubre: «El presidente de Colombia no es Colombia. ¡Colombia es mucho más que un presidente!» Un día antes, Visitante había respondido con fina ironía: «La camisa decía: ‘Uribe para bases militares’… Las imágenes que se ven en las nubes son proyecciones de uno mismo». Sí chico, eres un pa-ra-co.

III.- Vente pa Venezuela… ¡Cabrón!
Otro de los tópicos preferidos de la juventud bien, es uno que nos aprendimos de memoria hace un buen tiempo: cualquier extranjero que medio se atreva a medio manifestar su apoyo aunque sea el más tibio a la revolución bolivariana, es un cabrón insoportable y desinformado, que no tiene ni la más puta idea de lo que ocurre en Venezuela. Luego del relámpago de insultos – que no serán ya «malas palabras», sino oportunas expresiones de legítima indignación -, el aguacero de explicaciones: esto es una dictadura, esto es una dictadura, esto es una dictadura, todo el mundo con el paso del robot, todo el mundo con el paso del robot, todo el mundo con el paso del robot. Comentarios de este tipo, peculiar versión del chovinismo más ramplón, inundaron el Twitter de Residente. Siéntete orgulloso, pueblo venezolano, un puñado de jóvenes valerosos te han representado dignamente:

– «¡Te reto a vivir un año en Venezuela ganando sueldo mínimo!», apuntó una.
– «Habla claro mariquete. ¿Has estado más de un mes en Venezuela», escribió otro desde ¡Miami!, el mismo que luego remató con estas dos:
– «Cuando quieras vas a Venezuela y te enseño por qué no soy chavista».
– «… tú
crees que sabes, pero no tienes ni idea de lo que se vive allí…«.
– «Sabes que lo de Venezuela no me pareció gracioso, a ti no te han mandado a echar gas del bueno y que te metan preso», escribió otra, que se largó las seis siguientes:
«Como lo hizo Chávez con los estudiantes, y que las universidades de Venezuela no tengan presupuesto«.
«Tú no vives en Venezuela, no sabes lo que es la division que ha creado Chávez, familias separadas por la política«.
– «No me pareció gracioso lo de Chávez, pana, te vendiste«.
– «Hay gente que no es afecta a Chávez y te adora, no fuiste imparcial. Gente que tiene a sus familiares presos por política».
«¿Y tú sales con una franela que Chávez es lo mejor? Los heriste de pana«.
– «Sinceramente es difícil que entiendas algunas cosas, yo vivo en la frontera de Venezuela y Colombia y aquí sí se ve la realidad«

Hagamos un minuto de silencio en honor al corazón herido de la niña.

Listo.

Seguimos.

– «Y a mí qué coño me interesa el gobernador de Puerto Rico». Esta expresión es bastante típica. El mismo tipo se lanzó esta otra perla:
– «
Calle 13, succiónaselo a Simón Bolívar… Si es que tiene pene…«. Una lindura.
– «¡Sí que eres cabrón! ¡Vente pa Venezuela, así se lo chupas a Chávez!«, escribió otro, que también escribió éste:
«Es de pinga hablar lo que hablas y estar todo el tiempo en hoteles de lujo, comida VIP, sin pasar necesidades, pajuo«, e inmediatamente después le escribió nada más y nada menos que a… ¡Alberto Federico Ravell!:
«Ese es un pajuo más, hablando boberías, montado en Mercedes y comiendo bien, pero ‘comunista’ así yo también». Horas antes, Ravell se preguntaba:
– «¿
El gobierno permitirá los conciertos de Calle 13 en Caracas después de que uno de los del dúo sacara la franela esa anoche?» Memorable.
– «¡¡¡
Ojalá te vaya bien en estos dos países que irrespetaste, pajuo!!!«, continuó el que hizo la pausa para escribirle a Ravell, refiriéndose a Venezuela y Colombia. De pronto, sucedió algo inesperado: Residente le respondió:
– « Te llevo hermano… afuego». Y hasta allí le duró la altanería al hombre:
– «
Igual mi hermano. ¡Afuego! Paz…». Qué charlatán mi hermano.

Ya está bueno, ya está bueno. ¿O quieren más? No, ya está bueno. Dejen el morbo.

Vámonos con un comentario de Residente que resume su postura sobre el asunto: «El hecho de que yo no esté de acuerdo con los pensamientos de alguien no quiere decir que esté mal informado… ‘Cada cabeza es un mundo'».

Voy yo: el hecho de que la colérica juventud antichavista esté no sólo tan desinformada, sino tan profundamente divorciada de lo que acontece en Venezuela, no quiere decir que nos van a venir a convencer de que su pequeña cabecita es el mundo.

Antes de saltar a la última parte de este artículo, va la pregunta: y entonces, ¿quiénes son los que insultan?

IV.- Residente no es antichavista.
Decidí reservarme el tercer tópico para lo último, porque es el que genera más quebrantos, sobresaltos, arritmias, angustias y temores entre la juventud linda de Venezuela: ¿Calle 13 es chavista?

De una vez la respuesta, para evitar males mayores: no.

(Alivio).

Pero tampoco es antichavista.

(¡Cómo! Ay dios mío, me va a dar algo).

He aquí el primer comentario que escribió el Residente, una vez concluidos los MTV: «Saludos… Ya terminaron los premios… Perdón si los ofendí… No soy anti chavista… Soy pro pueblo. Quiero a Puerto Rico libre».

Cierto: el hombre portó aquello de «Chávez nominado mejor artista pop» y soltó lo de Simón Bolívar antes de dejar el escenario. Pero también escribió, el 17 de octubre: «La camiseta de Chávez que usé pa los MTV fue ambigua, indeterminada, doble lectura, confusa, agridulce… Viva Venezuela». Horas después, remató: «Lo más cabrón es que dicen cosas que no dije… Yo no he hablao de Chávez… Me puse una camisa pa que la interpreten como quieran».

Epa Residente, así la interpreté yo: en Venezuela nos gusta cuando el zambo canta popular. Por eso lo hemos nominao varias veces y por algo siempre ha ganao.

ésta es una democracia y el pueblo elige
si revolución es lo que el país exige
es porque lo que tú no dijiste yo lo dje

La crema. Calle 13.

El mío, prepárese, porque cuando vuelva pa Caracas le van a caer encima. Te van a sacar lo de las «malas palabras», te van a acusar de desinformado y te van a suplicar que hables mal de Chávez.

Preséntese en el tal Sambil y represente. Pero sólo en Tiuna el fuerte Calle 13 está en la casa.

Afuego.

Chavista is beautiful


(Va la séptima contribución con el diario Ciudad CCS, publicada ayer jueves 1 de octubre.

Hay que releerse a gente como Aimé Césaire, Nicolás Guillén o Stokely Carmichael, por sólo citar algunos. Simultáneamente, hacer que salgan a la superficie aquellos que, en Venezuela, antecedieron o continuaron el legado de aquellos rebeldes. Los otros, los que nunca se acordaron de pintar un ángel negro, esos no tienen nada que decirnos).

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Chavista es bello: la reacción inicial ante una frase como ésta es índice de hasta qué punto la más importante de las batallas se libra dentro de nosotros mismos. Hay quienes sentirán vergüenza. Otros la considerarán ridícula e impronunciable. En ciertos círculos está mal visto declararse chavista. En ciertos espacios es mejor no correr el riesgo. Los más cosmopolitas la interpretarán como un guiño innecesario al costumbrismo, como una ingenua reivindicación de lo peor de nuestro folklore. Algunos intelectuales se lamentarán por la oscura pulsión que nos obliga a alienarnos en la omnipresente figura caudillesca.

A pesar de todo, el chavismo es bello. Los discursos que se empeñan en atribuirle un carácter monstruoso y horrendo no describen una identidad. Muy por el contrario: precisamente porque el chavismo es bello, construyen una identidad deformada, una caricatura grotesca, porque es imperativo mostrarlo como una versión desmejorada y mutilada de sí mismo para poder dominarlo, aniquilarlo. Lo mismo vale para aquellos discursos que lo presentan como cuerpo dócil, obediente y amaestrado, como un asceta que no fuma, no bebe ni baila pegado: el propósito es domeñarlo, mantenerlo controlado, al margen.

El chavismo es bello significa que no se trata simplemente de filiaciones políticas. El asunto no se reduce a los que están a favor o en contra de. Si Chávez ha prestado su apellido y su liderazgo, está claro que su liderazgo no es nada sin el chavismo. El mismo chavismo habría de llamarse de otra forma. El chavismo huele a cerro, a sudor, a plomo, a negro, a zambo, a indio, a blanco pobre. El chavismo es los que están abajo, afuera, explotados. Pero afirmar que el chavismo es bello quiere decir, fundamentalmente, que es una estética, una cierta sensibilidad.

Si el chavismo se viste de rojo para la ocasión, eso no quiere decir que sea uniforme, unicolor. Por eso es preciso desconfiar de aquellos que se uniforman para convencernos de que son chavistas. Hay quienes quieren parecerse a nosotros, pero su práctica los delata: tienen alma de amo, látigo en mano y sólo cuidan su bolsillo.

El chavismo sólo puede ser horrible si tomamos como referencia los estándares, los valores, los prejuicios que hemos heredado de la sociedad colonial. Es la mentalidad colonial la que nos dicta que debemos sentir vergüenza de nosotros mismos. Porque sólo si nos sentimos en desventaja, otros, los bellos, pueden sacar ventaja.

Se dirá que la frase esconde un resquemor, un resentimiento, un cierto odio de clases o de castas. Puede que así sea. Pero lo que ella revela, antes que cualquier otra cosa, es la imperiosa necesidad de que practiquemos el respeto hacia nosotros mismos.

Lo incomprensible, lo intolerable


«… y ahora nos oprime la vergüenza».
Primo Levi

I.- Lo incomprensible.
De La indagación. Oratorio en 11 cantos, el drama de Peter Weiss basado en el juicio de Frankfurt del Main contra los responsables del campo de concentración de Auschwitz, no pude olvidar nunca una de las intervenciones del testigo número 6: «Cuando hablamos hoy de nuestras experiencias con personas que no estuvieron en el campo, todo aquello les parece siempre algo impensable. Y, sin embargo, son personas iguales a las que allí fueron presos y guardianes. El hecho de que fuéramos tantos los que llegábamos al campo y el hecho de que fueran otros quienes nos llevaban allí en tan gran cantidad debería hacer que aquel suceso aún resultase hoy comprensible. Muchos de los que estaban destinados a representar el papel de presos habían sido educados en los mismos conceptos que aquellos que se encontraron en el papel de guardianes. Se habían puesto a disposición de la misma nación, y por un mismo resurgir y un mismo beneficio; de no haber sido nombrados presos hubieran podido hacer igualmente de guardianes. Hemos de abandonar esa postura de arrogancia con la que pretendemos que aquel mundo del campo nos resulte incomprensible. Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos. El orden entonces vigente nos era familiar en su propio origen, por eso pudimos encontrarnos justificados también en su consecuencia extrema, cuando el explotador podía desarrollar su dominio hasta un grado hasta entonces desconocido».

Puede leerse en el capítulo cuarto del drama, que corresponde al Canto a la posibilidad de sobrevivir, y constituye un punto de inflexión. El asunto es éste: toda la obra de Weiss, desde el principio hasta el final, abunda en detalles sobre los crímenes casi inenarrables de los nazis. Los testigos, con frecuencia, aún casi veinte años después – el juicio se desarrolló entre 1963 y 1965 – hablan con penosa dificultad, con temor y hasta con vergüenza. Sin duda, muchos de nosotros seremos incapaces de entender siquiera parte de lo que significa no ya haber sido víctima de toda clase de privaciones y humillaciones, sino haber sobrevivido al Lager. Algunas cosas sólo se entienden si se las ha experimentado. Seguramente la inmensa mayoría de los lectores se solidarizará con las víctimas, se horrorizará con los relatos de los testigos y sentirá náuseas al saber de las risas de los verdugos en el tribunal, a quienes odiarán en silencio. Y sin embargo, tal vez muy pocos intentarán comprender cómo ha sido posible todo aquello.

De allí la importancia de la intervención del testigo número 6. En primer lugar, es un exhorto a abandonar la arrogancia, la hipocresía y la impostura de la incomprensión: «Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos». Se precisa de mucha mala conciencia para renunciar a este conocimiento. En segundo lugar, la sentencia más difícil de asimilar: muchos de los presos hubieran podido ser los guardianes.

Con respecto a lo primero, existe el testimonio de un sobreviviente de Auschwitz, autor de otra obra indispensable: Si esto es un hombre (primera parte de una trilogía que complementan La tregua y Los hundidos y los salvados). Se trata de Primo Levi, un partisano judío italiano capturado por los fascistas en diciembre de 1943, y que fuera trasladado al Lager en febrero de 1944, junto a centenares de los suyos. En el Apéndice de 1976, donde Levi intentó resumir las respuestas a las preguntas que con más frecuencia le hacían, escribió: es cierto, el régimen nazi fue extremadamente hábil al sustituir la información por propaganda. «Sin embargo, esconder del pueblo alemán el enorme aparato de los campos de concentración no era posible, y además (desde el punto de vista de los nazis) no era deseable. Crear y mantener en el país una atmósfera de indefinido terror formaba parte de los fines del nazismo: era bueno que el pueblo supiese que oponerse a Hitler era extremadamente peligroso». Pero sobre todo, concluye Levi, «la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber más: porque quería no saber… En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuestas. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta». Y sin embargo, la inmensa mayoría tenía conocimiento de lo que ocurría.

Luego, la segunda cuestión, el espinoso tema de los guardianes y los presos. Dice el testigo número 6: muchos de nosotros recibimos la misma educación que ustedes y estuvimos al servicio de la misma nación. Es cierto que fuimos nosotros y no ustedes los que fuimos primero apartados, y luego execrados y encerrados. Pero éramos iguales a ustedes. Bien ha podido sucederle a ustedes.

Pero más allá de todo esto, ¿qué puede decirse de los prisioneros que transigieron con sus guardianes? Aunque están presentes durante todo el relato, Primo Levi les ha dedicado un capítulo entero: Los hundidos y los salvados. Para Levi, el Lager funcionó como «una gigantesca experiencia biológica y social. Enciérrese tras la alambrada de púas a millares de individuos diferentes en edades, estado, origen, lengua, cultura y costumbres y sean sometidos aquí a un régimen de vida constante, controlable, idéntico para todos y por debajo de todas las necesidades: es cuanto de más riguroso habría podido organizar un estudioso para establecer qué es esencial y qué es accesorio en el comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida». Están, observa Levi, de una parte los hundidos, catalogados por los veteranos del campo – y vaya qué ironía – «musulmanes» (muselmänner): «Una vez en el campo, debido a su esencial incapacidad, o por desgracia, o por culpa de cualquier incidente trivial, se han visto arrollados antes de haber podido adaptarse; han sido vencidos antes de empezar, no se ponen a aprender alemán y a discernir nada en el infernal enredo de leyes y de prohibiciones, sino cuando su cuerpo es una ruina, y nada podría salvarlos de la selección o de la muerte por agotamiento. Su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos, los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos: se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla». Los hundidos son seres sin historia, «no tienen historia», afirma Levi. Pero si es «una sola y ancha la vía de la perdición, las vías de la salvación son, en cambio, muchas, ásperas e impensadas». Entre los salvados sobresalen, literalmente, aquellos que pertenecen a la Prominenz, y son los funcionarios judíos del Lager, desde el director-Häftling (Lagerälstester), pasando por «los Kapos, los cocineros, los enfermeros, los guardias nocturnos, hasta los barrenderos de las barracas y los Scheissminister y Bademeister (encargados de letrinas y duchas)», títulos rimbombantes que apenas logran disimular una realidad atroz. La prominenz judía es «un triste y notable fenómeno humano», afirma Levi, «son el típico producto de la estructura del Lager alemán: ofrézcase a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural de sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte. Éste será sustraído a la ley común y se convertirá en intangible; será por ello tanto más odiado cuanto mayor poder le haya sido conferido. Cuando le sea confiado el mando de una cuadrilla de desgraciados, con derecho de vida y muerte sobre ellos, será cruel y tiránico porque entenderá que si no lo fuese bastante, otro, considerado más idóneo, ocuparía su puesto. Sucederá además que su capacidad de odiar, que se mantenía viva en dirección a sus opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se sentirá satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa recibida de los de arriba».

Por último, están los salvados que no han sido favorecidos con ningún cargo, los salvados sin títulos: son los que «luchan tan sólo con sus fuerzas para sobrevivir». Son los que han optado por «remontar la corriente; dar la batalla todos los días al hambre, al frío y a la consiguiente inercia; resistirse a los enemigos y no apiadarse de los rivales; aguzar el ingenio, ejercitar la paciencia, fortalecer la voluntad. O, también, acallar la dignidad y apagar la luz de la conciencia, bajar al campo como brutos contra otros brutos, dejarse guiar por las insospechadas fuerza subterráneas que sostienen a las estirpes y a los individuos en los tiempos crueles». En fin, todos los caminos elegidos para salvarse «suponen una lucha extenuadora de cada uno contra todos, y muchos, una suma no pequeña de aberraciones y compromisos».

Muchas veces hubo de enfrentarse Levi a la pregunta: ¿por qué no rebelarse? Hubiera podido responder: sólo a los hombres les está dado el don de la rebelión. En el Lager no habitan hombres, y ese es su propósito fundamental. Lo afirma, en efecto, Levi: «Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa sufrida o infligida a los demás». El Lager es una máquina que aniquila todo vestigio de humanidad: «Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo nuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue… Porque también nosotros estamos destrozados, vencidos: aunque hayamos sabido adaptarnos, aunque hayamos, al fin, aprendido a encontrar nuestra comida y a resistir el cansancio y el frío, aunque regresemos. Hemos puesto la menaschka en la litera, hemos hecho el reparto, hemos satisfecho la rabia cotidiana del hambre, y ahora nos oprime la vergüenza».

Si es que acaso esto es un hombre, he allí lo que significa sentir la vergüenza de ser hombres.

II.- Lo intolerable.
Destrozados, vencidos. Ha sido inevitable incurrir en aberraciones y establecer compromisos con los guardianes, con los verdugos, para sobrevivir. ¿Cómo pudo llegar a ser posible? ¿Es que acaso la humanidad es un rebaño sin remedio que se dirige ciegamente al matadero? ¿Cómo puede llegar a ser pensable, comprensible? ¿Acaso somos todos culpables? ¿Cómo comprender que los presos pudieran comprometerse con sus guardianes?

Preguntas sin sentido, nos dice Gilles Deleuze. Citando a Primo Levi, afirma: «no conseguirán que tomemos a las víctimas por verdugos». Vergüenza de ser hombres, pero no «porque todos seamos responsables del nazismo, como se nos intenta hacer creer, sino porque hemos sido mancillados por él: incluso los supervivientes de los campos se vieron obligados a aceptar compromisos, aunque sólo fuera por sobrevivir. Vergüenza de que hayan existido hombres capaces de ser nazis, vergüenza de no haber sabido o de no haber podido impedirlo, vergüenza de haber aceptado compromisos».

¿Somos todos culpables? ¿Acaso no sentimos, con frecuencia, cada uno de nosotros, vergüenza de ser hombres? ¿Acaso estamos exentos de establecer compromisos con nuestros verdugos? ¿Acaso no experimentamos, se pregunta Deleuze, «la vergüenza de ser hombres en circunstancias ridículas: ante un pensamiento demasiado vulgar, un programa de variedades, el discurso de un ministro o las declaraciones de los ‘vividores'»? Y escribe en otra parte: «la vergüenza de ser un hombre no sólo la experimentamos en las situaciones extremas descritas por Primo Levi, sino en condiciones insignificantes, ante la vileza y la vulgaridad de la existencia que acecha a las democracias, ante la propagación de estos modos de existencia y de pensamiento-para-el-mercado, ante los valores, los ideales y las opiniones de nuestra época. La ignominia de las posibilidades de vida que se nos ofrecen surge de dentro. No nos sentimos ajenos a nuestra época, por el contrario contraemos continuamente compromisos vergonzosos. Este sentimiento de vergüenza es uno de los temas más poderosos de la filosofía. No somos responsables de las víctimas, sino ante las víctimas».

De allí que para Deleuze, la filosofía, así como la obra de arte, y pudieran agregarse la escritura, la militancia política, están llamadas no por la raza superior, por los blancos anglosajones protestantes que se pretenden modelo de toda civilización, por las democracias liberales occidentales que se pretenden modelo universal de sistema político («¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto?»), por Occidente y sus valores, por los hombres y mujeres que reclaman para sí derechos que no reconocen en quienes-no-han estudiado-y-no-trabajan, por los Estudiantes que luchan por la Libertad porque-esto-es-una-dictadura, por los palangristas que denuncian los-crímenes-del-régimen en nombre de la Verdad, por los funcionarios para quienes la revolución ha ido demasiado lejos, por los burócratas y vividores que moran a las sombras de la Revolución; la filosofía y la obra de arte están llamadas «por una raza oprimida, bastarda, inferior y anárquica, nómada, irremediablemente menor».

La filosofía y la obra de arte son responsables ante las víctimas: «son del todo incapaces de crear un pueblo, sólo pueden llamarlo con todas sus fuerzas. Un pueblo sólo puede crearse con sufrimientos abominables, y ya no puede ocuparse más de arte o de filosofía. Pero los libros de filosofía y las obras de arte también contienen su suma inimaginable de sufrimiento que hace presentir el advenimiento de un pueblo. Tienen en común la resistencia a la muerte, a la servidumbre, a lo intolerable, a la vergüenza, al presente».

Escribir no en nombre de la Verdad o la Revolución, sino porque algo nos resulta profundamente intolerable. Aunque nos oprima la vergüenza de ser hombres y nos veamos obligados a establecer compromisos con nuestros verdugos, propios y ajenos. Escribir porque a tantos les resulte incomprensible, porque tantos pretendan no ver lo que sin embargo todos comprenden y conocen. Escribir no porque seamos responsables de, sino ante las víctimas, los postergados, los oprimidos.

III.- Lo que hay de intolerable en el presente.
Ante todo, es realmente intolerable que para tantos resulte tan radicalmente incomprensible, tan impensable la extraordinaria cantidad de corrientes políticas y culturales que desembocan en ese agitado mar que se ha dado en llamar chavismo. Resulta intolerable tanta arrogancia, tanta hipocresía de aquellos que hoy se jactan de desconocer las condiciones históricas y de existencia que le han hecho posible. Resulta intolerable que tantos, durante tanto tiempo, pretendieran desconocer lo que, sin embargo, todos sabían: que muchos, durante demasiado tiempo, morían de hambre; que a muchos, demasiados, les fuera negada la educación o la salud, y en general todo aquello que, justamente por ser lo más básico, hace de la vida una experiencia tolerable, vivible; que durante tanto tiempo, tantos seres humanos fueran relegados a vivir en los márgenes, y que fueran tratados como invasores cuando se atrevían a traspasar esos límites territoriales que se consideraban inmutables; que tantos hubieran sido considerados seres humanos impresentables, incapaces para la política; que tantos, durante tanto tiempo, optaran por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Todos conocíamos la sociedad que ha visto aparecer estas corrientes que hoy impugnan esta misma sociedad que les negó a tantos seres no digamos ya el estatus de ciudadanos, sino, en muchos casos, la vida misma.

Pero por sobre todas las cosas resulta intolerable esa laboriosa empresa que avanza constante, y al parecer indetenible, y que persigue el propósito de asimilar al chavismo con la muerte. Los mismos que ayer cerraron sus ojos y su boca y taparon sus orejas, para vivir en la ilusión de no ser cómplices de una sociedad que aniquilaba a sus iguales, hoy tienen los ojos desorbitados por la rabia, hace muecas grotescas con sus bocas y prestan sus orejas para escuchar todo cuanto les convoque a creer que están gobernados por el mal y por la muerte.

Vergüenza ante el silencio cómplice de tantos venezolanos con el genocidio contra el pueblo palestino. Hoy vuelven a resonar las palabras de Primo Levi, partisano judío italiano, sobreviviente de Auschwitz: «Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que nos están haciendo aquí». De seguir vivo, hoy Primo Levi volvería a sentir vergüenza. Vergüenza de ser judío.

También, vergüenza de ser venezolano. Vergüenza de tanta estupidez ciega, de tanta miseria humana, de tanto cretinismo en los diarios, la prensa, la radio, las calles. Vergüenza de muchos de mis coetáneos, de muchos de los que habitan esta misma tierra. Vergüenza de quienes nos reclaman neutralidad, de quienes nos acusan de terroristas. Vergüenza de quienes llaman «regalos» a nuestra ayuda a otros pueblos. Pero sobre todo, vergüenza de quienes comparan nuestros muertos con los niños asesinados y luego devorados por los perros del Ejército israelí. Vergüenza de quienes hablan de genocidio en Venezuela.

Nada ni nadie puede justificar la inmensa deuda que acumula el gobierno venezolano con respecto a la seguridad de sus ciudadanos. Léase bien: nada ni nadie. Demasiados planes fracasados o postergados, demasiados funcionarios incapaces o indolentes. Vergüenza que nos producen los discursos de algunos ministros. De paso, nadie puede justificar tampoco el deplorable estado en que se encuentran las cárceles, diez años después.

Lo intolerable, ya lo he dicho, lo constituye la tenaz empresa que pretende asimilar, permanentemente, al chavismo con la muerte, de lo que se deduce que todo chavista es, por lo tanto, culpable. Doblemente culpable: por apoyar al gobierno de Chávez y, dado que Chávez es el culpable de la muerte de cualquier venezolano a manos de la delincuencia, es también, por consiguiente, culpable de estas muertes. Ni una sola palabra sobre el tipo de sociedad que ha engendrado a los delincuentes, a los asesinos. De nuevo, se trata de aquellos que optaron por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Una vez más, todos conocemos la sociedad que ha hecho posible estas muertes: una sociedad fundada sobre los cimientos de la violencia, una de cuyas expresiones es la violencia delincuencial, y una de cuyas partes, un segmento mayoritario de seres humanos, fue apartada y echada al olvido, donde aún hoy yace, al menos parcialmente, y aunque cada vez sean menos. Si nada excusa a la burocracia indolente, tanto o más intolerable resulta la impostura cómplice de los que no dicen nada sobre esta violencia primigenia.

Así, como no es concebible que exista algo más importante que expulsar al mal de la Tierra, y como Chávez es el mal (el innombrable, el maligno, etc.), Chávez debe ser aniquilado, y sus seguidores, cuales ríos desbordados, deben volver a sus respectivos cauces, a donde pertenecen. Chávez es la muerte, y su derrota será la victoria de la Vida sobre la muerte. De esta forma, ningún acontecimiento, ninguna tragedia ocurrida en cualquier lugar del mundo será más importante o, en dado caso, equiparable a la tragedia que significa vivir en la Venezuela gobernada, codo a codo, por Chávez y el hampa. Pero al mismo tiempo, y aunque parezca paradójico, cualquier acontecimiento, cualquier tragedia será asimilable, «comprensible», única y exclusivamente a condición de que se emplee como punto de referencia insoslayable la tragedia venezolana. En otras palabras, la singularidad de cualquier acontecimiento será, así, sometida a la regularidad de la tragedia venezolana.

Ejemplos sobran: el genocidio contra el pueblo palestino asentado en la franja de Gaza será equiparado con los muertos que reposan en la Morgue de Bello Monte; las víctimas de un terremoto en China será equivalente a los muertos a manos del hampa en Venezuela; las muertes en Vietnam, el Golfo Pérsico e Irak serán equiparables a las muertes a manos de la delincuencia en Venezuela; los inmigrantes africanos preferirán las costas de la más segura «Europa fascista», antes que Venezuela, donde los índices de criminalidad están por los cielos. Palestina, China, Vietnam, Irak o África son referencias geográficas casi accesorias. No importa que se trate de un terremoto, de una más de las tantas agresiones imperialistas estadounidenses – con su secuela de millones de asesinados – o de la infame directiva de retorno europea. Nada se compara con la tragedia venezolana.

Hay más -siempre hay más: el Festival de San Fermín (en Pamplona, España) será comparado con la Parroquia San Agustín, en Caracas, y mientras en el primero los participantes de la fiesta evitarán ser alcanzados por los toros, en San Agustín se corre para evitar ser alcanzados por los delincuentes; la alfombra roja del Festival de Venecia (Italia) será equiparada con las cifras rojas que produce el hampa; las expropiaciones serán equivalentes a un atraco a mano armada; las tensiones diplomáticas con Estados Unidos serán representadas con un cuadro que identifica al Tío Sam con el «enemigo» y a los delincuentes con «amigos»; la corona del Rey Chávez, que pretendería mantenerse «indefinidamente» en el poder, será equivalente a las coronas mortuorias de las víctimas del hampa; las evidencias de planes de magnicidio contra Chávez serán desestimadas con la pregunta: «¿Cuántos venezolanos mueren asesinados?»; y los anuncios gubernamentales de renovación de su parque de armas, serán respondidos con la frase: «Queremos misiles pero contra el hampa».

Multiplicadas estas imágenes ad infinitum, repetidas hasta el hartazgo, de todas las formas posibles, a través de todos los medios disponibles, ellas constituyen uno de los pilares que soportan el discurso de la oposición venezolana. Un discurso cuya premisa podría ser, para decirlo con Eneko: «No tocar. No ver. No oír. No gritar». A menos, claro está, que se trate de otro «crimen» cometido por Chávez y los suyos. Un discurso impasible, una risa ruin disfrazada de «humor inteligente»; un discurso que vence cada vez que logra inocular en alguno de nosotros la culpa, y frente al cual, sin embargo, no nos queda otra opción que sentir vergüenza, y combatirlo como sólo puede combatirse contra lo intolerable.

Kylie Minogue quería ir al mercado de El Cementerio



Hace un par de días se presentó la cantante australiana Kylie Minogue en el Poliedro de Caracas… y parece que estuvo muy bien. (Yo no sería capaz de identificar ninguna de sus canciones).

Al día siguiente – es decir, ayer miércoles 5 de noviembre – el diario Últimas Noticias publicó la respectiva nota: el repertorio, el sonido, las «luces impactantes», etc., etc.

Al lado de la nota principal, en el margen derecho de la página, apareció publicada una nota secundaria, intitulada: Kylie se fue de shopping al mercado de buhoneros. Relata muy brevemente que el pasado lunes la cantante solicitó ir de compras. Por supuesto, la llevaron al Centro Comercial San Ignacio. Pero no compró nada. Inesperadamente, «asesorada por alguien, como pudo machucó ‘Cementerio’ para que la llevaran al mercado», relata la periodista.

Siempre según la versión de la periodista, «no se pudo, porque el antojito se le ocurrió a las 3 pm».

Unjú. Sí, claro.

Podemos hacer una cosa: yo abro aquí un paréntesis y ustedes se imaginan allí cómo habrá sido la historia realmente:

(_________________________________________________________________
__________________________________________________________________
__________________________________________________________________
_________________________________________________________________).

¿Cómo habrán reaccionado quienes le acompañaban ante semejante petición? ¿La considerarían demente o simplemente mal informada? ¿La calificarían de excéntrica o de estúpida? ¿Qué pensamientos les habrá inspirado el desalmado personaje que le recomendó un lugar así? ¿Habrán sido capaces de hacerle entender que El Cementerio está ubicado en un lugar, además de casi inaccesible, muy horrible de la ciudad, impresentable? ¿Le habrán explicado que, por las razones antes expuestas, a ese lugar no va «nadie»?

Queda a la imaginación de ustedes.

Al final, «le sugirieron llevarla al mercado de los Buhoneros en Sabana Grande», supongo que ese que está al final de la Avenida Casanova, aún lejos del territorio comanche de Caracas. Pero la tipa insistía: «Estando allá, se dio cuenta de que en pleno bulevar los artesanos disponían su mercancía en el suelo». Casi poético. «Eso es lo que quiero comprar: cosas hechas por la gente, vendidas desde el piso, no en grandes tiendas», habría dicho la Minogue. «Y compró sin que nadie se percatara de quién se trataba». Qué va a saber burro de chicle… «Sólo los guardaespaldas hicieron suponer que debía ser ‘alguien importante’. Si hubiese sido Olga Tañón, por ejemplo, otro gallo hubiera cantado».

Lo mejor, por supuesto, se los dejé para el final. Es el párrafo con el que abre la nota de la periodista:

«Visitar el tercer mundo, para alguien que no pertenece a él, es algo exótico. Más si el visitante proviene de un país donde todo marcha sobre ruedas, el orden y la limpieza dan el norte y las cosas finas, y de caché, son comunes».

Así mismo como lo leen.

Hay un primer mundo dentro del «tercer mundo». Hay terceros y hasta cuartos mundos dentro del primero, como escribía Félix Guattari. Los únicos que no los ven son lo que viven en el primer mundo del «tercer mundo».

No es un juego de palabras. Es simplemente otra forma de decir que hay quienes son extranjeros en su propia tierra.

Chávez es un tuki. Notas sobre estética y revolución


I.-
La Liga había convenido con el canal de Gustavo Cisneros que la transmisión del juego comenzaría a las 2 de la tarde de aquel 30 de diciembre de 2007, una hora más tarde de lo habitual, tratándose del Estadio Universitario y siendo los Tiburones de La Guaira el equipo de la casa. El acuerdo era desconocido para la mayoría de quienes, a eso de las once de la mañana, habíamos comenzado a reunirnos en torno a la primera alcabala de acceso, situada inmediatamente antes de las escaleras que conducen a la entrada del estadio. El sol era inclemente, y fue templando como se templan las piezas en una acería, de manera que a eso de la una de la tarde podía sentirse el filo amolado del sol sobre la nuca.

Una familia de jodedores, todos varones, ataviados de pulcro blanco, azul y rojo guaireños, mataban el tiempo haciendo chistes a costa de ellos mismos, como francotiradores sin concierto. Al imberbe que le había rehuido al compromiso de decirle un par de palabras lindas a la niña de sus sueños lo tenían a monte. Uno de ellos, que fácilmente podría darle una dura pelea en un concurso de carcajadas a ese monumento a la felicidad que es mi señora madre, se dirigía de cuando en cuando al simpático tuki uniformado con pantalón negro y franela amarillo escandaloso, para implorarle que nos permitieran de una buena vez el acceso por el amor de dios. El tuki le respondía con un par de gestos invariables, a la distancia y sin animosidad ninguna, que tuviéramos paciencia, que todavía no era hora.

– Ese debe ser chavista – dijo el más gordo del grupo. Tan gordo que los botones marfil de la camisa home club despuntaban como misiles a punto de ser lanzados en dirección a los ojos del más entrépito o del más desprevenido.

El guaireño risueño soltó una vez más la carcajada, a la que se unió un coro de carcajadas adolescentes: «No te metas con mi tío», le advirtió severamente al gordo. El tipo que tenía a mi lado no supo bien qué hacer: había respondido al chiste del gordo con un sonrisita entre tímida y cómplice. Pero una vez que hubo comprendido que se trataba de un chiste entre chavistas, replegó disimuladamente la sonrisa y adoptó el semblante de todo aquel que es incapaz de comprender que los chavistas hagamos chistes sobre chavistas. O más bien: que los chavistas hagamos chistes sobre el desprecio que sienten algunos por los chavistas.

Un numeroso grupo de tukis que apareció de la nada, unos diez tal vez, se abalanzó contra la alcabala de acceso, y a juzgar por la expresión en sus rostros puedo jurar que más de uno de los que estaba en la cola sentenció para sus adentros: «Esos deben ser chavistas también». Falsa alarma. El temible contingente de tukis de pantalones negros resultó ser un grupito de jóvenes, mano de obra barata y a destajo, que franqueó la alcabala de acceso, se dirigió a la carpa de la empresa de seguridad, donde fueron dotados de sus respectivas franelas amarillo escandaloso. Uniformados en cuestión de segundos, los tukis se enfilaron hacia la izquierda, hasta perderse de vista, con rumbo a las gradas.

Parte de la fila suspiró de alivio. Al cabo de unos minutos, permitieron el acceso. Entusiasmo desbordante: el espectáculo estaba por comenzar.

II.-
El espectáculo comenzó en febrero de 2002. Como a la mayoría de los míos, guardo de aquellos días malos recuerdos. Pero guardo también – atesoro realmente – un documento inestimable, una magnífica representación de la barbarie que comenzó a mostrarnos su rostro desde entonces. En 1933 Walter Benjamin nos legó «un concepto nuevo, positivo de barbarie». En contraste, hay una barbarie que no se expresa «de la manera buena», nos advirtió. Irónicamente, es una especie de barbarie que se reconoce como digna heredera de lo bello, de las buenas maneras. Ese documento-experimento llevó por nombre Primicia, iniciativa editorial bajo la forma de revista semanal asociada a ese otro monumento a la barbarie que es el diario El Nacional.

«¡Cuánta sangre y horror hay en el fondo de todas las «cosas buenas»!», escribió alguna vez Nietzsche. El número 214 de la revista Primicia, del 18 de febrero de 2002, está plagada de cosas buenas. Muy buenas. Son los buenos, los cultos, la gente bella los que llevan la voz cantante.

La edición en cuestión está escrita en medio de la atmósfera de aire viciado que produjo el pronunciamiento, pocos días antes, del coronel de la Aviación, Pedro Soto: «La nueva estrella, por su parte, se dejó llevar por los aplausos de un gentío totalmente arrastrado por el frenesí», escribía un Rafael Osio Cabrices sin disimular los propios aplausos. La leyenda que en la página siguiente acompaña a la fotografía del coronel redunda en el tono extático: «Nace una estrella. El coronel Soto se dejó conducir por la gente hacia Altamira y la fama». Fama y estrellas: la política en la era del reality show.

Pedro Llorens abría con un reportaje entre apocalíptico y promisorio, mezcla de programa político y propaganda de guerra, que en apariencia ofrecía a sus lectores – los mismos que llevaron a Soto a la fama – diez interrogantes de imperiosa respuesta: ¿Chávez se va o se queda? ¿Es inminente un golpe de Estado? ¿Habrá guerra civil en Venezuela? ¿Aumentará la inseguridad? ¿Estamos en vísperas de un cerco internacional? ¿Qué pasará con la moneda? ¿Se colombianiza Venezuela? ¿La situación venezolana se parece a la argentina? ¿Se reducirá el desempleo? ¿Qué se puede esperar de los precios del petróleo? Falsas preguntas con respuestas anunciadas. El mismo Llorens escribía: «Para muchos, una amplia mayoría, la superación del riesgo cardíaco comienza por la definición de algo tan sencillo como ¿se va o no se va? Es decir, la preocupación mayor, porque lo demás puede resolverse poniendo a alguien que (de verdad) gobierne».

En las páginas intermedias del mismo reportaje, un recuadro a cuarto de página, perdido entre las opiniones de expertos y analistas, nos revelaba «qué dice la calle», personificada en un comerciante ambulante, una vendedora de flores, un buhonero, un seminarista y un abogado. No hay que ser muy perspicaz para adivinar cómo estaban distribuidas las opiniones: apenas uno de los encuestados se declaraba partidario de Chávez, uno, solitario, temerario, como si fuera su voluntad impertinente interrumpir la voluntad general, desentonar en medio de aquel concierto unánime de voces, sabotear la fiesta cuando estaba en su mejor momento. Uno de cinco, amplia minoría: el chavismo reducido a oxímoron. Pero, cosa curiosa: Carlos Montiel – el que afirmaba: «Chávez no cae, ni lo tumban, porque está mandando bien» – es el único de los cinco que no tiene rostro. Al menos no el suyo. Su rostro había sido sustituido por una máscara de Osama bin Laden.

III.-
Todo severo estremecimiento del orden político y social trae consigo la súbita irrupción de sujetos sociales que hasta entonces permanecían ocultos a los ojos normalizados del ciudadano común. Es cierto que el mismo estremecimiento revolucionario viene precedido de la participación activa de determinados sujetos, inmediatamente tachados por los guardianes del orden como enemigos políticos. Pero no me refiero a estos. Para decirlo de acuerdo al clásico lenguaje marxiano: en el primer caso hablamos del proletariado; en el segundo, de ese lumpen que el mismo Marx dibujaba no sin un cierto dejo de desprecio. El primero, si está organizado y ha reunido suficientes fuerzas, habrá de ser reducido a sangre y fuego. El segundo habrá de ser necesariamente invisibilizado.

Para el ojo normalizado, el acto revolucionario no sólo es condenable en tanto que pone en peligro el orden de cosas. Además, es moralmente inaceptable, pero sobre todo estéticamente insoportable, en la medida en que remueve aquellos sedimentos sobre los que se sostiene la superficie del mismo orden social. Este sedimento social, esta suerte de «inframundo», ha salido a la calle el 27F de 1989. Entiéndase: no sólo insurge lo peligroso, sino sobre todo lo horrible.

He aquí la suerte que ha corrido el proceso bolivariano: se le condena no sólo debido a su potencial revolucionario, también se le censura por haber dotado de cierta vocería política a sujetos sociales que ya antes de la revolución constituían más que un estorbo visual, tal vez un mal necesario, como los buhoneros, los motorizados o las conserjes. Pero sobre todo, se le desprecia por la simpatía que ha despertado en la trashumancia, entre los que padecen la más atroz de las pobrezas materiales y espirituales. En la oposición literalmente visceral contra el proceso bolivariano, en la repulsa contra su base social, se superponen la casta y la clase, el mantuanaje y lo pequeñoburgués. Lo material, pero también lo estético.

Tal es lo que dejan ver las últimas páginas de aquella revista Primicia: la sección dedicada a las notas sociales (Caras muy caras), escrita por Roland Carreño, borra los límites con el contenido político – abiertamente subversivo – de las páginas precedentes. Es un acto de justicia reconocerlo: son las páginas mejor logradas de la publicación. Ellas son testimonio de la profunda e irreconciliable división de clases que parte en pedazos a la sociedad venezolana. Pero las 13 fotografías que acompañan la reseña – que está lejos de merecer algún comentario – dan cuenta de otra contienda: una guerra sorda, tal vez incruenta, pero no por ello menos intensa y decisiva. Por allí desfilan los apellidos Meir, Velutini, Curiel, Carballo, De Sola, Campei, Phelps, Tovar, Rosso, Scannone, Lavega, Afelba, Cohen, Blasini, Galuci, Ferro, Carderera.

Hay algo en esas medias sonrisas que confunde: algo del torpe candor de quienes nunca antes han tomado parte de una protesta de calle, como adolescentes que se entregan al amor por primera vez. Pero hay sobre todo pose, exhibición, el dejarse-ver de quienes saben cómo desenvolverse bajo el fuego de las miradas más exigentes. Pose y no protesta, porque la burguesía desconoce el verdadero significado de la palabra protesta. Porque lo suyo es la sangre y el horror para que sean posibles las cosas buenas, la cultura culta, lo bello. Hay en sus miradas ese dejo de superioridad infinita de las bestias que han salido a devorar a su presa. Protesta y festejo porque Chávez vete ya. Habrá habido mucho chismorreo. Chávez vete ya. ¡Chávez vete ya! Observando estas fotografías, bien hubiera podido escribir Nietzsche: «en comparación con una única noche de dolor de una mujer histérica culta, la totalidad de los sufrimientos de todos los animales a los que se les ha interrogado hasta ahora con el cuchillo… no cuentan sencillamente nada».

La revolución no sólo removió los sedimentos de la sociedad venezolana: lo mismo hizo con las fastuosas salas de fiesta de la alta burguesía.

IV.-

Quedará para ojos más atentos la tarea de determinar cuándo se produjo el giro drástico de la estrategia propagandística opositora. Desde el principio realizaron algunos tímidos intentos por robarle algunas consignas al chavismo popular y revolucionario. Jamás pasó de ser una impostura el mecánico acto de repetir hasta el cansancio el ¡Ni un paso atrás! de las Madres de la Plaza de Mayo, seguido de un rabioso ¡Fuera!, a su vez acompasado por un violento movimiento de brazos que recordaba a un acto de masas nazi. Después de todo, debieron retroceder no un paso, sino varios, y se impuso el ¡No pasarán! que tomamos prestado de los republicanos españoles.

Aún es posible deducir la base del programa político opositor – quizá con algunas leves variaciones – a partir de las diez preguntas formuladas en la edición de la revista Primicia mencionada arriba: lo importante es salir de Chávez, «lo demás puede resolverse poniendo a alguien que (de verdad) gobierne», afirmaba Llorens. Transcurrieron años y derrotas, hasta que los expertos en comunicación estratégica y guerra asimétrica fueron capaces de comprender que había que ocultar, al menos parcialmente, el sujeto de la oración – Chávez – y concentrarse en el predicado: gestión de gobierno. ¿Resultado? Un bombardeo inclemente que podría resumirse en una consigna: ¡Que alguien de verdad gobierne!

Fue así como sucedió lo que muchos de nosotros considerábamos un imposible: la siempre virulenta propaganda opositora logró establecer alguna relación de equivalencia con las demandas y el malestar de la base social del chavismo. Cosa improbable: pero si usted aún tiene alguna duda sobre el significado de la frase «pescando en río revuelto», contemple el hecho insólito de un Noticiero Digital citando al Diario Vea – a su columnista Marciano, para mayor asombro – y concluya lo que es obvio.

Es mucho lo que contribuyó en esto la práctica habitual de ese chantaje profundamente antidemocrático que consiste en acallar las demandas populares y silenciar los cuestionamientos a la gestión de gobierno, bajo el argumento de que así le estaríamos dando armas al enemigo. Hoy el enemigo nos ha arrebatado esas mismas armas, y el amplio espectro del chavismo permanece a la defensiva, habiendo perdido de momento la capacidad de iniciativa, mientras el malestar se extiende entre el chavismo popular y revolucionario. Chávez, por su parte, ha sentenciado a muerte a este chantaje, durante su intervención del pasado 11 de enero en la Asamblea Nacional. Entonces se refirió de manera explícita a «cierto tipo de publicidad, tanto de los gobiernos locales como del Gobierno Nacional que presido… publicidad engañosa… demagógica y que contradice muchas veces la realidad que el pueblo está viviendo todos los días». En atacar este flanco débil ha consistido buena parte de la estrategia del aparato propagandístico opositor.

El chavismo popular ha comenzado a pisar firme de nuevo, sacudiéndose lo que aún pudiera quedar de desmoralización, y se dispone a lanzar la contraofensiva. El escenario político a corto plazo dependerá en buena medida de la disposición de Chávez a establecer una alianza sólida con este campo del chavismo, que le reconoce liderazgo y voluntad inquebrantable. En ese ambiente ha transcurrido, por ejemplo, la reciente Asamblea de Movimientos Populares de Caracas, cuyo principal reto a corto plazo es ser capaz de traducir el malestar difuso en rearticulación de los movimientos en torno a un plan de lucha que habrá de ser necesariamente audaz. Pero algo importante ha sucedido: hemos comenzado a reconocernos.

El giro estratégico de la propaganda opositora se funda en un principio que se atribuye a Goebbels: «Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan». Se trata del principio de transposición. Pero al realizar el acto de transponerse, la oposición ha pasado a ocupar un lugar que no es el suyo. Antes de realizar este movimiento, la oposición constituía en sí misma, para la base social del chavismo, una mala noticia, frente a la cual el chavismo asumía la forma de unidad inconmovible. Ha sido un movimiento inducido por la obligación, una precondición para la supervivencia política. La oposición debe buena parte de su segundo aire a su riesgosa apuesta por ocupar el lugar del chavismo, por mimetizarse incluso, asumiendo las formas chavistas: es buen indicador de esto el uso de franelas rojas con un NO estampado en el pecho – las mismas que portó el chavismo en 2004, cuando el referéndum revocatorio – durante la más reciente campaña electoral. Hasta ahora, la oposición ha logrado sacar provecho de este movimiento. Pero atención: por más que pretenda ocupar su lugar, por más que busque parecérsele, sabemos bien que la oposición no es el chavismo. Aquí reside el punto débil de aquélla, y en consecuencia nuestra ventaja inestimable.

V.-
Reviva las imágenes del 13 de abril de 2002. Revise los videos. Ahora respóndase a usted mismo: ¿cuántas franelas rojas divisó? Casi ninguna. El rojo es símbolo universal de rebeldía, sinónimo de revolución, de socialismo, rojo de sangre combatiente. Jamás uniforme. Jamás pueblo alguno ha hecho fila frente a algún funcionario para uniformarse de rojo en los momentos previos al combate callejero. Pueblo porta lo que sea, lo primero que agarre. Porque en el combate no importan tanto los símbolos, sino las razones a las que aluden esos símbolos. La vida es una buena razón. Por eso, en el combate callejero, lo que predomina es el color a barrio, color a pueblo, color a tierra.

13 de abril de 2002. Por: Gustavo Marcano

13 de abril de 2007. Por: Luis Laya

Parece que nadie lleva la cuenta del daño que nos ha hecho el rojo usado a manera de uniforme en actos públicos. ¿Cuantos no se ocultarán, en las instituciones del Estado, detrás de una franela roja?

VI.-
Por regla general, los medios oficiales han tardado una eternidad en entender que en el terreno estético se libra hoy una de las batallas más encarnizadas y decisivas. En este terreno, que el chavismo suele considerar de segundo orden, los enemigos del proceso revolucionario llevan gran ventaja. Globovisión hace lo básico: en el estudio, frente a las cámaras, ubica estratégicamente a unas niñas-bien que perfectamente pudieran protagonizar alguna novela de Venevisión, y que cumplen a la perfección la labor que les ha sido encomendada: actuar las noticias con una destreza tal, que el target al que va dirigido este aberrante ejercicio del periodismo está convencido de que su vida languidece en la peor dictadura que haya padecido cualquier pueblo en toda la historia de la humanidad. Si alguien todavía piensa que es obra de la causalidad el marcado contraste estético entre estas niñas-bien y quienes conducen los programas Radar de los barrios – que también está en la web – o La calle y su gente, es porque no ha entendido nada.

¿Por qué habría de ser de otra forma? Las niñas-bien le hablan a la base social opositora como si le hablaran al espejo. Las mujeres cultas de las clases medias y altas – aquellas de las que nos hablaba Nietzsche – las reconocerán, con satisfacción y orgullo infinitos, como las lindas niñas que siempre quisieron tener. O tal vez reconocerán en ellas a sus propias hijas, estudiantes universitarias sobresalientes o profesionales exitosas. ¿Puede decirse lo mismo de nuestras televisoras? Hay que decirlo, a riesgo de desviar el asunto: ninguna de aquellas niñas-bien aguantaría un round frente a la exuberancia e inteligencia de una Tania Díaz, pero tres o cuatro buenos programas informativos, de opinión, de crítica de medios, o todo esto en uno solo, no pueden ganar la pelea.

Tal vez sea un lapsus, pero no recuerdo en este momento algún programa de los nuestros que vaya dirigido a la base social opositora. Pero lo que es más importante: es casi inexistente la programación orientada al grueso de la base social del chavismo. Orientada quiere decir: concebida de acuerdo a la estética que es propia de la cultura popular. Si el flanco débil de la estrategia de propaganda opositora es pretender ocupar el lugar del chavismo, mimetizarse hasta lograr las formas del chavismo, el flanco débil de los medios oficiales sigue siendo no ocupar el lugar que le corresponde, pero sobre todo ese incomprensible empeño en marcar distancia de la estética popular, barrial, urbana, que es donde habita la inmensa mayoría de los nuestros.

El cámara Juan Antonio Hernández nos suministra este dato crucial que por demás es público: 18 millones de venezolanos y venezolanas tienen hoy menos de 34 años. Esto es, dos terceras partes de la población. No hay que ser un experto en asuntos demográficos para saber que la mayor parte de estos 18 millones de seres habitan en zonas populares urbanas. ¿Qué porcentaje de la parrilla de programación de Venezolana de Televisión va orientada específicamente a este público? Haga el ejercicio: intente recordar, sin hacer trampas, algún programa de corte juvenil, urbano y popular. Yo recuerdo al menos uno, y parece concebido por unas viejas almas que suponen que hablarle a la juventud equivale a repetir 127 veces la palabra «pana» en un lapso de 21 minutos.

En el mejor de los casos, el grueso de la programación de las televisoras oficiales parece responder a los principios básicos de la crítica de la cultura de masas. Mucha Escuela de Frankfurt y muy poco Walter Benjamin. Es hora de abandonar las lecciones contenidas en los viejos libros de un Antonio Pasquali que, al fin y al cabo, hace tiempo que ha renegado de ellos, y que ante la mención de Theodor Adorno, seguramente lo confundirá con el célebre gato de Julio Cortázar. Sería conveniente pasearse por la obra del colombiano Jesús Martín-Barbero, por citar alguno, que hace tiempo saldó cuentas con aquella vieja herencia que nos legó Frankfurt, y a la que sigue aferrada la izquierda cultural.

En nombre de la crítica de la cultura de masas, jamás veremos en las pantallas de Venezolana de Televisión, y sospecho que tampoco en las de Vive Tv o en las de TVes, algún video de Calle 13, porque eso es reguetón. Para los nuestros, el plagio que hiciera el equipo de campaña del candidato Manuel Rosales de la canción Atrévete Te-Te, del mismo Calle 13, más que una demostración de la potencia del marketing electoral opositor, vendría a ser una prueba más de que el reguetón no es cultura, sino una cosa vulgar dirigida a adormecer a las masas. Por esto mismo, jamás podremos disfrutar de un video portentoso, extraordinario y subversivo como aquel en que Calle 13 se la dedica al FBI – Querido FBI, lleva por nombre la canción – y que fue escrito por Residente horas después del asesinato de Filiberto Ojeda Ríos, líder histórico de Los Macheteros, movimiento independentista puertorriqueño. La noche del 3 de diciembre de 2006, ningún militante festejó tan alegre y ruidosamente la victoria de Chávez como los cincuenta adolescentes que se instalaron a bailar reguetón frente a la esquina de Carmelitas, en la Avenida Urdaneta. Pero eso jamás aparecerá por televisión.


Poco importa que miles de adolescentes de los barrios caraqueños estén abandonados a la movida tuki. Los tukis no serán transmitidos por los medios del Estado. ¿Quiénes son los tukis? Les apuesto un millón a una que los niñitos-bien de los liceos privados del este caraqueño saben perfectamente bien quiénes son los tukis. Por supuesto, los desprecian, como desprecian toda expresión de estética barrial, marginal, pobre. Los adolescentes que estudian en los colegios privados de Maracay llaman «elieles» a los jóvenes de los liceos públicos ¿Quién es Eliel? Un joven de 15 años de clase media alta lo tiene claro. Nosotros no. Pretendemos dictarles lecciones de política a un barrio que no conocemos. El efecto es similar a la publicidad engañosa y demagógica que denunciaba Chávez. Los adolescentes de los barrios no nos escuchan, no nos creen. ¿Quiénes son los tukis? Les paso el dato: Chávez usa sus pantalones al más fiel estilo tuki. Chávez es un tuki. Más o menos por eso es el presidente de este país.

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