Los héroes de carne y hueso del beisbol profesional venezolano


I.

Más allá de los dueños de equipos, de los directivos de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP), de los patrocinantes públicos o privados, de la prensa especializada, de las televisoras, de los técnicos, incluso más allá de los propios jugadores, el beisbol profesional venezolano se debe a su público.

Imaginemos por un momento el extremo de una Liga sin dueños, directivos, patrocinantes, prensa escrita, circuitos radiales, televisoras, técnicos: si hay jugadores y público, seguiría habiendo beisbol venezolano.

Cualquiera podría objetar, con razón: sin jugadores no habría público. ¿Pero acaso es concebible la idea de jugadores sin público? Por supuesto que no. Sin el público, los jugadores no serían nada.

El beisbol profesional venezolano es un negocio, claro que sí. Multimillonario, además. Pero de nuevo, si es un negocio lucrativo es por la sencilla razón de que existe el público venezolano. Cuando la Liga, como le corresponde, hace esfuerzos por ofrecer el mejor espectáculo posible, es porque sabe que un buen espectáculo garantiza mayor público.

Pero el beisbol profesional venezolano es mucho más que un negocio. Es una contienda, es una pasión, es un furor, es sudar la camiseta, es compañerismo, es dejarlo todo en el terreno, es no darse nunca por vencido, es defender el honor, es una agonística, es una mística, es una ética, es estrategia, es poesía, es jugar bien, es poner la inteligencia en juego, es carácter, es drama, es sentirse aplastado por la derrota, es justicia, es tener la oportunidad de reivindicarse en el siguiente turno o en el siguiente juego, es llevar el cuerpo al límite de lo posible, es hacer lo extraordinario, es sentir el aliento que proviene de las tribunas y graderías. El beisbol puede ser la gloria.

El venezolano, además, no es cualquier público. Poco comprende de beisbol venezolano quien se conforma con la idea de una fanaticada irracional, zahiriente, siempre inconforme. El venezolano es un público que no solo ama apasionadamente su beisbol, sino que sabe de beisbol.

II.

Me hice fanático del beisbol venezolano en los tempranos ochenta, gracias a mi padre. Tuve la fortuna de ver a mi equipo ser campeón cuando tenía apenas nueve años. Pero no fue la experiencia de la victoria lo que me hizo un apasionado del beisbol. Diría que fue la experiencia de asistir al estadio y comprender lo que significaba para los miles que me rodeaban, estar en aquel lugar y apoyar a su equipo.

El estadio fue para mí otra escuela. En parte fue allí que aprendí muchas de las cosas que hoy intento transmitir a mis hijas: a apoyar a los nuestros en las buenas y en las malas, la importancia de ganar en buena lid, a aceptar la derrota, a respetar al adversario, a celebrar lo bien hecho, incluso si se trata del equipo contrario. En el estadio, viendo a mi equipo jugar, y observando detenidamente a mi padre, escuchándolo, aprendí una manera de ver la vida. Y porque lo viví, sé que muchos y muchas experimentaron algo muy similar.

Seguí yendo al estadio con mucha regularidad durante las dos décadas siguientes, muchas veces con mi padre y, una vez que me hice adulto, otras veces solo, con mi familia o amigos. Hasta hace muy pocos años, no sabría determinar el momento exacto, en que comencé a sentir que el beisbol profesional venezolano se parecía muy poco al que disfrutaba no solo cuando niño, sino durante buena parte de mi vida adulta.

III.

Entre muchas otras cosas que podría mencionar, el beisbol que disfruté cuando niño, y con el que aprendí a mirar la vida, era un beisbol en el que jugaba la casi totalidad de los jugadores profesionales que, por su extraordinaria calidad, llegaban a Grandes Ligas.

Aquella circunstancia, lo recuerdo muy claramente, era algo que llenaba de orgullo a la afición venezolana: no por alcanzar la cumbre profesional nuestros héroes, nuestros mejores exponentes, dejaban de jugar en nuestros estadios.

Con la excepción de la temporada 1970-1971, no fue sino hasta la temporada 1982-1983 cuando la cifra de venezolanos en Grandes Ligas alcanzó la decena. A partir de entonces la cantidad no haría sino aumentar: en la temporada 1989-1990 la cifra aumentó a 20, en la 2000-2001 superó por primera vez los 40, en la 2008-2009 ya eran más de 80, para finalmente romper la barrera de los 100 en la temporada 2015-2016.

En aquella temporada 1982-1983, los 10 jugadores que habían arribado a Grandes Ligas jugaron en Venezuela. Durante toda la década de los 80, el 89,6 por ciento de los jugadores venezolanos que llegaron a Grandes Ligas jugaron en sus respectivos equipos en Venezuela.

La primera temporada de la década de los 90 (1990-1991), 15 de 19 jugadores de Grandes Ligas jugaron en Venezuela, es decir, un 78,9 por ciento. Pero el promedio de aquella década se mantuvo por encima de aquella cifra: un 84,1 por ciento de jugadores venezolanos en las Mayores jugó en el país, con un pico de 91,6 por ciento en la temporada 1992-1993.

En la primera temporada de la década siguiente (2000-2001), 33 de 44 de venezolanos en Grandes Ligas jugaron en el país, un 75 por ciento. Durante esa década, el porcentaje de participación se ubicó en 68,3, alcanzando un pico de 78,3 por ciento en la temporada 2008-2009, cuando 65 de 83 venezolanos en Grandes Ligas jugaron en Venezuela.

La primera temporada de la década actual (2010-2011), 43 de 81 venezolanos en Grandes Ligas jugaron en el país, lo que representó un 53,09 por ciento. Alcanzó un pico de 61,5 por ciento en la temporada 2012-2013, en que jugaron 56 de 91 venezolanos en las Mayores, y logró mantenerse por encima del 50 por ciento de participación hasta muy recientemente: la temporada 2014-2015, en que 52 venezolanos grandeligas jugaron en Venezuela, esto es, un 53,61 por ciento.

En la temporada 2015-2016, justo cuando la cantidad de venezolanos grandeligas alcanzó el centenar, por primera vez en la historia del beisbol profesional venezolano menos del 50 por ciento de nuestros jugadores actuó en el país: solo 36 de 100, para un 36 por ciento. Aunque la cifra aumentó la temporada siguiente (46 de 104 de grandeligas jugando en Venezuela, un 44,2 por ciento), volvió a disminuir significativamente en las temporadas siguientes: 27,27 por ciento en la 2017-2018 (30 de 110 jugadores) y 28,97 por ciento en la 2018-2019 (31 de 107 jugadores).

Finalmente, en la actual temporada, la 2019-2020, y la número 75 del beisbol profesional venezolano, el porcentaje de participación de nuestros grandeligas es igual a 2, como consecuencia de la decisión de la Major League Baseball (MLB) de no permitir la participación en nuestro país de jugadores venezolanos con contratos tanto en las Mayores como en ligas menores. Esto, alegando el riesgo de ser sancionados por el gobierno estadounidense, que el 5 de agosto aplicó una nueva medida coercitiva unilateral contra Venezuela, prohibiendo a estadounidenses hacer negocios con el Gobierno venezolano.

Se trata, sin duda alguna, de una medida absolutamente arbitraria, por la sencilla razón de que la MLB nunca ha establecido relación contractual alguna con el Gobierno venezolano. Por tanto, claramente, la decisión de la MLB obedece a razones extra-deportivas.

La arbitraria decisión afecta no solo a 100 jugadores venezolanos que este año participaron en Grandes Ligas, sino a más de 1200 jugadores venezolanos en ligas menores, a los técnicos venezolanos contratados por la MLB, y por supuesto a los eventuales jugadores estadounidenses que, como es tradicional, refuerzan a los equipos venezolanos, así como a los eventuales refuerzos de otras nacionalidades con contratos en la MLB. Más importante aún, perjudica a la LVBP, pero sobre todo constituye una afrenta sin precedentes contra el público venezolano.

IV.

Al margen de las diligencias realizadas por la LVBP ante la MLB y la Oficina de Control de Activos del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, e incluso del cuasi generalizado y ominoso silencio de la inmensa mayoría de dueños de equipo, patrocinantes, periodistas y técnicos, lo que resulta más doloroso es el silencio de nuestros jugadores grandeligas.

Las cifras nos hablan muy elocuentemente de la creciente tendencia de nuestros grandeligas a no jugar en el país que los vio forjarse como peloteros. Del 97,5 por ciento de venezolanos en Grandes Ligas que jugaron en Venezuela durante la década de los 70, pasando por el 89,60 por ciento que lo hicieron durante la década en que me hice fanático del beisbol, la cifra ha descendido hasta 41,33 por ciento en la actual década.

Hoy día podrán alegarse muchas razones para no jugar en Venezuela: las restricciones de sus respectos equipos, su derecho a un merecido descanso o, como ha escrito recientemente Juan Vené: “… ¿para qué y por qué exponerse en el invierno, cobrando unos pocos miles? Si yo fuera bigleaguer no iría a jugar a Venezuela, porque no me haría falta, y para cuidar mi porvenir”. Pero queda el ejemplo de las glorias del beisbol venezolano que, desde la fundación de la LVBP, en 1946, hasta bien entrado el siglo XXI, entendieron que el beisbol era mucho más que un negocio y, lo más importante, rindieron tributo al público venezolano con su presencia en nuestros estadios. Y ese ejemplo no lo podrán borrar de un plumazo.

En paralelo a esta tendencia de nuestros grandeligas a no jugar en Venezuela, viene en aumento otro fenómeno que no debe pasar inadvertido: desde el año 2002, un total de 31 jugadores venezolanos han debutado antes en Grandes Ligas que en la LVBP. De estos, un total de 19, es decir, un 61,2 por ciento, debutó en las Mayores a partir de 2015, coincidente con la temporada (2015-2016) en que por primera vez la participación de grandeligas venezolanos en la LVBP fue menor al 50 por ciento. Salvo excepciones notables, como Francisco Rodríguez o Ronny Cedeño, se trata de jugadores cuya participación en la liga venezolana ha sido prácticamente nula, llegando en algunos casos al extremo de no haber jugado nunca en el país. Cabe la pregunta: ¿Venezuela va en camino a convertirse en un país que produce grandeligas que poco o nada juegan en su país de origen?

Comentaba que lo más doloroso es el silencio de los grandeligas venezolanos respecto de la decisión de MLB de no permitirles jugar en Venezuela. Al menos que yo conozca, solo un jugador venezolano, exgrandeliga, se pronunció públicamente en contra de la medida: Guillermo Moscoso, que además de venezolano es ciudadano estadounidense. Y allí está Moscoso, vistiendo esta temporada el uniforme de los Tigres de Aragua.

Puede que, al margen de las medidas coercitivas unilaterales del gobierno estadounidense contra Venezuela, y la subsiguiente decisión de MLB, la mayoría de venezolanos en las Mayores no tuviera ninguna intención de jugar en el país, por la razón que fuere, más o menos legítima. ¿Pero y los más de 1200 jóvenes que juegan en ligas menores? ¿Acaso no valdría la pena quebrar lanzas por su futuro? Y mucho más importante aún: ¿y el beisbol venezolano? ¿Y el público venezolano, al que se deben los jugadores profesionales?

V.

Oswaldo Guillén dirigió a los Tiburones de La Guaira entre 2016-2017 y 2018-2019. En ese período, no recuerdo exactamente qué año, algún periodista del circuito radical del equipo le preguntó por la eventual incorporación de un pitcher venezolano que venía de actuar en Grandes Ligas. Palabras más, palabras menos, la respuesta de Guillén fue que él mismo le había aconsejado que no jugara en Venezuela, porque eso implicaba poner en riesgo su carrera sin ninguna necesidad.

Actitudes como la antes descrita, naturalizada por la mayoría de los periodistas deportivos en Venezuela, el hecho de que un porcentaje cada vez mayor de venezolanos grandeligas no participe en la LVBP, y el creciente número de venezolanos que debutan en las Mayores sin haber vestido la camiseta de algún equipo profesional venezolano, son las razones por las que comencé a disfrutar cada vez menos de nuestro beisbol.

El silencio de nuestros grandeligas sobre la decisión de MLB de no permitirles jugar en Venezuela fue la gota que derramó el vaso.

Estoy convencido de que, precisamente porque se trata de una decisión arbitraria e injusta, si tan solo 5, o 2, o 10 de nuestros jugadores más emblemáticos levantaran su voz públicamente, esto tendría un significativo impacto en la opinión pública, y muy probablemente el Gobierno estadounidense se vería obligado a reconsiderar su posición.

Levantar la voz públicamente es algo que podrían hacer sin distingo de tendencia política. En esta materia, la única posición honorable posible es la que pone por encima de todo a Venezuela, a su beisbol, y fundamentalmente a su público.

Un público que, pese a las dificultades de todo tipo, del silencio reinante y de las ausencias notables, está pendiente de los resultados, mira los juegos por televisión, los escucha por la radio, sigue yendo a los estadios de beisbol, donde veteranos y novatos, y técnicos recién estrenados, nos siguen enseñando que el beisbol es mucho más que un negocio: es la vida que continua.

El público se mantiene, a pesar de los continuos golpes bajos: un jugador se destaca, es firmado por algún equipo de las Mayores, y automáticamente queda imposibilitado de seguir jugando en la temporada 2019-2020 de la LVBP.

Esos novatos, esos veteranos, esos técnicos, todos, son desde ya nuestros campeones. Nuestros héroes de carne y hueso, a falta de héroes cada vez más inaccesibles, más ajenos.

Por estos días, lo he decidido, volveré a llevar a mis hijas al estadio.

El juego a esta hora


Chávez beisbolista

Tal parece que la metimos entre dos, allá, por el rincón, y es difícil saber si es doble, triple o jonrón de piernas. Allá va el hombre, corriendo, mientras en los barrios de Caracas comienza la celebración. Por la avenida ya circulan los motorizados y a lo lejos se oyen los primeros cohetes. Como es costumbre, los del equipo contrario comienzan a gritar ¡trampa!, que son muy malos perdedores, y amenazan con invadir el terreno de juego. Ya hay algunos conatos de violencia. Quieren tángana. Mientras tanto, el hombre corre y corre, cruza segunda, rumbo a tercera, y todavía no sabemos si la ventaja será de seis, ocho, diez, doce carreras. Lo que es un hecho irreversible es que la victoria es nuestra.

A mi equipo, en sus cincuenta años


(Brevísimo texto que aparece publicado hoy en Ciudad CCS, y que escribí a solicitud del pana guairista Ildegar Gil.

Salud).

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No se apoya a un equipo porque sea el mejor, sino porque juega bien, por eso no caben las burlas contra los fanáticos de otros equipos, especialmente cuando han sido derrotados. Nada duele más que el propio equipo humillado en el terreno, víctima de sus errores o de la superioridad de su adversario. Entonces, es cuando corresponde acompañar. Es muy sencillo apoyar en la victoria. Se requiere mucho coraje, mucha dignidad, para aguantarse nueve innings de pesadilla, de paliza o blanqueo. Siempre los ha habido pragmáticos, claro que sí, los que dicen que para ganar no importa cómo, porque lo importante es ganar. Nada más falso. Todos queremos ser campeones, por supuesto, pero haciéndolo bien. Cuántas jugadas de ensueño, cuántas remontadas, cuánta fiesta en el diamante, en los jardines, en las tribunas. Si hay épica es porque hay tragedia. Tragedia es la trampa, la violencia, la arrogancia, el darse por vencido de jon a primera. Épica es también perder con la frente en alto, no rendirse nunca. Todo esto me lo enseñó mi viejo, fanático de los Tiburones de La Guaira desde su fundación, hace ya cincuenta años. Llevándome al estadio, inculcándome el amor por el beisbol, me dio varias lecciones de vida. Hoy lo recuerdo, cada día, cada vez que Sandra Mikele me pregunta: «Papá, ¿ganamos?».

Guillén: ¿cuántas veces vas a pedir perdón?




Qué tristeza me da Oswaldo Guillén. No por lo que dijo. Que diga lo que quiera. De Fidel. De Nicaragua. De Perú. Que reniegue de Chávez. Lo ha hecho antes, sin consecuencia alguna. Está en su derecho. Lo triste es cómo y ante quiénes se humilla esta vez. ¿Cuántas veces tiene que pedir perdón? Lo hizo en Cincinnati, luego en Filadelfia. Lo hizo una y otra vez durante la rueda de prensa de hoy en Miami (¿alguien habrá llevado la cuenta?). Lo hizo «con el corazón en la mano», lo hizo «de rodillas». Seguramente volverá a hacerlo mañana. Lo hará en Washington. En Nueva York. ¿Cuántas veces vas a pedir perdón? ¿Dónde quedó aquello de la primera enmienda? ¿Estás al tanto de los muchos que hoy te dan la espalda, no por lo que dijiste, sino por pensar distinto a ellos? ¿Estás al tanto de que te censuran? ¿Estás al tanto de que, muy gustosos, hacen leña del árbol caído? Los mismos que mañana te mirarán complacidos, porque eres uno de «ellos». Los mismos que te alabarán porque «rectificar es de sabios». Los mismos que te consideran un idiota que sólo debe opinar de beisbol. ¿Sientes que has traicionado a los latinoamericanos? No me incluyas en tu cuenta. Decepcionado, sí, pero porque ante una jauría de intolerantes bajaste la cabeza; porque ante el odio infinito de quienes toda su vida han hecho política movidos por el deseo de venganza, perdiste el sueño. Que nadie lo dude: the land of the free también tiene sus «procesos», sus «autocríticas», sus «confesiones», al mejor estilo estalinista (es que hay gente que sólo entiende y habla de analogías históricas). Porque los extremos se tocan, todo el mundo lo sabe, y el anti-comunismo nauseabundo que impera en Miami es uno de esos extremos. Allí has ido a parar, Guillén. Muchas veces estuve en desacuerdo con tus opiniones, pero siempre te respeté, porque te consideraba un tipo que decía lo que pensaba. Pero ahora te han exigido que cierres la boca, y vaya que la has cerrado. ¿Alguna vez te mandó a callar el «régimen» venezolano? Pero es aquí donde vivimos en «dictadura», ¿no es cierto? Y me llena de coraje que tal cosa haya sucedido con un venezolano en Estados Unidos, y que ese venezolano lo haya permitido. Me da tristeza tu humillación, Guillén. Me da tristeza.

Samba pa ti


Bajo una gigantesca bandera roja y azul de La Guaira, en plena celebración. Luz de los reflectores al fondo

Llegué justo a tiempo para ver el jonrón de Eliézer Alfonzo en el octavo inning, que igualaba la pizarra entre Caribes y Magallanes, en el primer juego de la doble jornada. Los fanáticos de La Guaira sentados en los alrededores de la boca de acceso a la sección A6 estaban ligándole en su mayoría a Caribes, por lo que celebraron aquella tabla como si fuera propia. Sin embargo, el señor sentado a mi lado, guairista del pueblo de La Guaira, me confesó que él prefería al Magallanes. Según su análisis, del que no ofreció mayor detalle, Tiburones le jugaba mejor a ellos que a los de Anzoátegui. Estuve a punto de replicarle amablemente, esgrimiendo algunos números, en particular los de la ronda regular, pero en cambio asentí con la cabeza, manifestándole mi acuerdo. En sus sesenta, diría que casi cercano a los setenta, de tez morena, la piel cuarteada por el sol y por los años, de barba incipiente y descuidada, los ojos alegres, como de niño, el viejo yacía en su silla con los brazos cruzados. Cuando un batazo encendía las tribunas, repletas de magallaneros, permanecía en su puesto, sonriendo, inquiriendo, esperando el desenlace. Poco antes de comenzar el juego decisivo, me contó que vivía en La Guaira, que le preocupaba lo tarde que era, que le tocaría dormir debajo de un puente, pero que no podía perderse un juego como ese. Cuando, en el mismo primer inning, comenzamos a anotar carreras, el viejo  ya se había convertido en una compañía entrañable: la primera vez le choqué las manos con algo de timidez. Luego lo haría con absoluta confianza, varias veces durante el juego. En cada oportunidad, el viejo, emocionado, sorprendido, sin embargo me miraba como diciéndome satisfecho: «¡Te lo dije!». A la altura del sexto inning, cuando todos en el estadio sabíamos que el destino de ambos equipos estaba sellado, mientras saltaba y cantaba y cantaba y saltaba, me invadió ese vacío en el fondo del pecho: un grito ahogado, como una deuda pendiente. La saldé pensando que estabas allí conmigo, mi viejo, en alma sin duda, pero también en cuerpo, un poco al menos, manifestándote a través de la sonrisa cómplice del viejo a mi lado.


En tu memoria, va esta canción que tanto te gustaba. Un poco de samba, un poco de tristeza. Un poco de lo que sentí en ese instante del sexto inning. Samba pa ti.


La mujer que me acompaña


Grégor Blanco anota la novena de La Guaira (la sexta de la entrada), 
impulsado por César Suárez. Por: News Flash JC



Agradezco a la diosa fortuna por la mujer que me acompaña, porque entiende y ama mi pasión por el beisbol. Ayer, en el cuarto inning, cuando se derrumbó el picheo de La Guaira, me derrumbé yo también. Me sentí derrotado como nunca en toda la semifinal. Sentí todo el peso del par de derrotas previas, de los veintiséis años sin ganar una final. Sentí el dolor de la eliminación inminente. Me sentí sin fuerzas. Casi deseé el batazo que terminara de abrir el juego de una vez. Pagué las cuatro cervezas que me había tomado. Entonces, le envié un mensaje. Supongo que esperando en respuesta algo que me permitiera lidiar con mi mala conciencia. Pero ella me convenció de quedarme. Me recordó que yo siempre había sido un «buen fanático». Quiso decirme que no podía abandonar a mi equipo. Ella, que le va al Cardenales de Lara, que se aburre horrores en el estadio, que se queda dormida cuando ve los juegos por televisión. Ella, que no tiene idea de quién es Luis Jiménez. Tres innings después, La Guaira remontó el juego: hit del Cafecito, hit del novato del año, hit del más valioso, hit del campeón bate. Por fin. Ojalá fuera capaz de contar lo que se vivió en el estadio después del hit de Grégor Blanco, alma y corazón de ese equipo, para irnos arriba en el marcador. Pero no puedo. Me remito a la fórmula gastada: indescriptible. De lo que me hubiera perdido si no hubiera contado con un punto de apoyo. No hubiera vivido eso que ni siquiera puedo nombrar. ¿Todavía hay quien no entienda que no se trata del beisbol? Se trata de amar con pasión, de compartir las derrotas, de tener el valor de buscar consuelo en un momento de debilidad o tristeza, de dar y recibir apoyo, de compartir los triunfos. De acompañar siempre.

Hacer lo imposible


Después de todo, yo lo que soy es un comentarista deportivo. ¿Sobre qué puedo escribir un día como hoy, si respiro y exudo beisbol?
Algún día de diciembre, al término de un juego en el Universitario, llamé a Rommel para contarle que lo que acababa de presenciar daba para pensar que los Tiburones de La Guaira podían ser campeones esta temporada. Estuvo de acuerdo. No recuerdo las circunstancias. Pero sé que aquella confesión y, más allá, aquel gesto fraterno y cómplice, no fueron el resultado de la impresión que dejó en nosotros un descomunal despliegue de bateo, una joya de picheo, una defensa maravillosa.
Más allá de los números, de los lances extraordinarios, de las manifestaciones de talento y del virtuosismo, hay una materia muy difícil de discernir, una suerte de intangible, de extra que no es igual a la suma de las partes, que es lo que hace a los equipos invencibles. Verlo allí, en el terreno, presentirlo, casi tocarlo, saborearlo, maravillarse con su belleza, por primera vez después de tantos años, fue para nosotros una revelación, un acontecimiento. Tanto, que comencé a preocuparme por los fanáticos más jóvenes, los más impacientes, los que tal vez no han entendido que el beisbol no se trata de trofeos, sino de jugar bien a la pelota.
Hoy, sin embargo, cuando faltan tres jornadas para que culmine la fase semifinal, de nuevo está La Guaira contra las cuerdas, en el tercer lugar, a tan solo un juego del segundo, a dos del primero, pero ya oficialmente dependiendo de otros resultados para ir a la final. Nuestro destino ya dejó de estar en nuestras manos.
¿Cómo ha sido posible? Más de treinta años viendo beisbol y no sé responder a esa pregunta. Si todavía quedaba alguna duda, ahora está más que claro que no basta con tener al campeón bate, al jugador más valioso, al novato del año, al mánager del año. No basta con semejante carro de leña: tres criollos con más de cuarenta impulsadas. No es cuestión de números. ¿Picheo? Ayer vimos cómo se desplomaba Enrique González, nuestro mejor relevista, en el séptimo inning, luego de acercar el juego por una carrera, lanzándole a la parte baja de la alineación de los Tigres.
Sin menospreciar, por cierto, al equipo de Aragua, seguro finalista, ¿cómo ha sido posible?  ¿Qué más se le puede pedir, por ejemplo, al capitán del equipo, Oscar Salazar, que hoy amaneció bateando .340, con 5 jonrones y 17 impulsadas? Una vez más: no es cuestión de números. Cabe la pregunta: ¿qué es eso que no sabemos los siete mil fanáticos que ayer acompañamos a nuestro equipo en el Universitario, y tal vez sepa alguno de los miles que optaron por no hacer acto de presencia?
Ayer, cerca de la medianoche, cuando manejaba de vuelta a la casa, me preguntaba una y otra vez: ¿cómo le explico a Sandra Mikele que perdimos? Esta mañana le di un abrazo y le dije: «Hice lo que pude. Grité, ligué. Hice lo que pude».
Esta noche, las que restan, hasta el último out, seguiré haciendo lo posible. Ligando porque mi equipo descifre aquella incógnita y haga en el terreno lo que ya parece casi imposible.

"Todavía no hemos logrado nada"


Cuando cayó el último out (rolling a Francisco Rodríguez, bateado por Brandon Waring), entramos en la segunda mitad de una jornada memorable que comenzó con una demostración de buen beisbol (duelo de picheo, buena defensa, bateo oportuno), y terminó con la ruidosa y emocionada celebración en tribunas, gradas y en el propio campo, y luego con la arenga de varios peloteros de La Guaira a la fanaticada.

«Todavía no hemos logrado nada… Vamos a la final. Yo quiero que ustedes sepan que vamos a ser campeones» se dirigió a los presentes un Grégor Blanco convertido en líder indiscutible.

El par de videos a continuación captan esos dos momentos: el último out, la celebración; luego, las palabras de algunos de los jugadores más insignes de la divisa: Cachi Salazar, Grégor, Héctor Sánchez, Rafael Álvarez, César Suárez, entre otros.

Ambos se los debemos a Sandra Mikele (salvo brevísimos momentos de relevo).

Estoy seguro de que los fanáticos de La Guaira y, más allá, los amantes del beisbol, sabrán disculpar la baja calidad de las grabaciones. Sandra Mikele hizo lo mejor posible. Es este pedazo de aparato que no es capaz de más (pura pinta).

La bendición mi viejo.

Cuatro en fila


El novato Héctor Sánchez es recibido en el jon por el pana recoge bates (0), Óscar Salazar (12) y Scott Van Slyke, luego de botarla por el derecho en el tercer inning. Estadio Universitario de Caracas, sábado 15 de octubre de 2011

El pasado miércoles 12 de octubre comenzó la temporada de beisbol profesional, y con ella la mejor época del año. Algunas personas, como mi señora madre, seguirán insistiendo en que no hay nada como diciembre y la Navidad. Tal cosa es cierta, pero única y exclusivamente porque durante las dos últimas semanas del año entramos en la fase más emocionante de la eliminatoria. Casi todos los juegos memorables tienen lugar por aquellos días.

Hoy fui al Universitario por primera vez. Cuarto juego de la temporada y primero en casa, ante Tigres de Aragua. Contra todo pronóstico, La Guaira arribó a Caracas invicto, tras barrer a los campeones Caribes de Anzoátegui.

A muchos nos asaltó la duda, y va la pregunta tipo transmisión televisiva: ¿cuándo fue la última vez que La Guaira ganó sus primeros tres juegos de la campaña? Respuesta que usted jamás le escuchará a los «especialistas» ni a nadie en una transmisión oficial: durante la 2002-2003, cuando la oposición decidió suspender el beisbol, porque le dio su realísima gana y porque supuso que así lograría sacar a Chávez, burlándose de la voluntad del pueblo beisbolero.

Entonces, La Guaira marchaba de segundo en su división, a escaso medio juego de Leones del Caracas, con seis juegos por encima de .500, enrumbado a la clasificación.

Hoy, después de ganar el cuarto en fila, a palo limpio, como fanático de La Guaira y del beisbol, les reitero: ni perdón ni olvido.

¡Queremos samba! ¡Queremos samba! ¡Queremos samba!

Héroe


Estadio Universitario de Caracas, sábado 11 de diciembre de 2010: Rafael Álvarez rumbo a la primera, brazo en alto, ya convertido en el héroe de la jornada. La Guaira 4, Caracas 3.

Rainer Olmedo, el héroe de hace un par de días contra el Zulia, se desliza en jon para anotar la de la victoria.

Cómo estás viejo querido. Seguro estás bailando samba, allá y aquí, donde sea que te encuentres, en todas partes. Por aquí gritamos, saltamos, reímos, celebramos, cantamos. En cuanto a Sur, no sé qué celebra más: si las victorias o nuestra alegría. Hasta César celebra: «¿Lo volvieron a hacer, panita?». Coro también, desde Higuerote, en un centro de refugio, donde lleva más de una semana. Sandra Mikele, en Maracay, con la familia, porque sabe que su Papá está contento. Sin embargo, siempre me pregunta: «¿Y de qué lugar estamos?». «Todavía de últimos», le respondo. Y entonces se sume en el silencio de quien no termina de comprender cuál es el alboroto. Meres, también desde un centro de refugio, saca fortaleza de su reserva inagotable y me regala una sonrisa a la distancia. Y Rommel, por supuesto. El incondicional. El que me acompaña siempre, en las buenas y en las malas. Ya llevamos seis victorias consecutivas, catorce en los últimos dieciocho juegos. Y pensar que, como me decía Rommel, hace diecinueve juegos, con apenas seis victorias y con veintiún derrotas a cuestas, el nuestro era un equipo desahuciado, sin ánimos, sin horizonte, casi sin vida. Saltaba al terreno por inercia, desorientado, sin ganas. De repente como que un latigazo les atravesó el cuerpo y volvieron a ser un equipo, el que hace las pequeñas cosas, el que jamás se rinde, el del juego hermoso, combativo, deslumbrante, alegre. El terreno no una circunstancia, sino un campo de batalla. El equipo que nos enseñó a no darnos por vencidos nunca. De estas seis victorias al hilo, las últimas dos dejando en el terreno al contrario. El viernes fue contra el Zulia: llegamos al noveno perdiendo 3 a 2, llenamos las bases con un solo out, y Rainer Olmedo conectó un linietazo que bañó, bastó y sobró al jardinero derecho. Carajo mi viejo, qué vaina tan sabrosa. Ayer sábado le tocó al Caracas, el mismo equipo que nos dejó en el terreno el día de tu partida. Llegamos al noveno otra vez perdiendo 3 a 2, y volvimos a llenar las bases con un solo out. Pero esta vez le tocó a Rafael Álvarez, que salió de emergente para conectar una línea por todo el centro que se trajo las dos. La del gane la anotó Rainer Olmedo, que se deslizó en ese jon como si de eso dependiera su vida. Por eso, mi viejo, estoy seguro de que estás bailando samba. No es para menos: hoy, cuando se cumple un año de tu partida, con ese par de dejadas en el terreno, los Tiburones de La Guaira te montaron tremendo comité de bienvenida. Vas trotando por las bases, después de sacarla de jonrón, con el brazo izquierdo en alto, saludando y arengando a la tribuna derecha del Universitario, cruzas por tercera base, guerrero, invencible, y llegas a jon para fundirte en un mar de abrazos, palmadas y saltos. ¡Los dejamos! ¡Los dejamos! ¡Los dejamos! Saltamos contigo, nos abrazamos contigo. Porque sigues siendo nuestro héroe.