Los héroes de carne y hueso del beisbol profesional venezolano


I.

Más allá de los dueños de equipos, de los directivos de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP), de los patrocinantes públicos o privados, de la prensa especializada, de las televisoras, de los técnicos, incluso más allá de los propios jugadores, el beisbol profesional venezolano se debe a su público.

Imaginemos por un momento el extremo de una Liga sin dueños, directivos, patrocinantes, prensa escrita, circuitos radiales, televisoras, técnicos: si hay jugadores y público, seguiría habiendo beisbol venezolano.

Cualquiera podría objetar, con razón: sin jugadores no habría público. ¿Pero acaso es concebible la idea de jugadores sin público? Por supuesto que no. Sin el público, los jugadores no serían nada.

El beisbol profesional venezolano es un negocio, claro que sí. Multimillonario, además. Pero de nuevo, si es un negocio lucrativo es por la sencilla razón de que existe el público venezolano. Cuando la Liga, como le corresponde, hace esfuerzos por ofrecer el mejor espectáculo posible, es porque sabe que un buen espectáculo garantiza mayor público.

Pero el beisbol profesional venezolano es mucho más que un negocio. Es una contienda, es una pasión, es un furor, es sudar la camiseta, es compañerismo, es dejarlo todo en el terreno, es no darse nunca por vencido, es defender el honor, es una agonística, es una mística, es una ética, es estrategia, es poesía, es jugar bien, es poner la inteligencia en juego, es carácter, es drama, es sentirse aplastado por la derrota, es justicia, es tener la oportunidad de reivindicarse en el siguiente turno o en el siguiente juego, es llevar el cuerpo al límite de lo posible, es hacer lo extraordinario, es sentir el aliento que proviene de las tribunas y graderías. El beisbol puede ser la gloria.

El venezolano, además, no es cualquier público. Poco comprende de beisbol venezolano quien se conforma con la idea de una fanaticada irracional, zahiriente, siempre inconforme. El venezolano es un público que no solo ama apasionadamente su beisbol, sino que sabe de beisbol.

II.

Me hice fanático del beisbol venezolano en los tempranos ochenta, gracias a mi padre. Tuve la fortuna de ver a mi equipo ser campeón cuando tenía apenas nueve años. Pero no fue la experiencia de la victoria lo que me hizo un apasionado del beisbol. Diría que fue la experiencia de asistir al estadio y comprender lo que significaba para los miles que me rodeaban, estar en aquel lugar y apoyar a su equipo.

El estadio fue para mí otra escuela. En parte fue allí que aprendí muchas de las cosas que hoy intento transmitir a mis hijas: a apoyar a los nuestros en las buenas y en las malas, la importancia de ganar en buena lid, a aceptar la derrota, a respetar al adversario, a celebrar lo bien hecho, incluso si se trata del equipo contrario. En el estadio, viendo a mi equipo jugar, y observando detenidamente a mi padre, escuchándolo, aprendí una manera de ver la vida. Y porque lo viví, sé que muchos y muchas experimentaron algo muy similar.

Seguí yendo al estadio con mucha regularidad durante las dos décadas siguientes, muchas veces con mi padre y, una vez que me hice adulto, otras veces solo, con mi familia o amigos. Hasta hace muy pocos años, no sabría determinar el momento exacto, en que comencé a sentir que el beisbol profesional venezolano se parecía muy poco al que disfrutaba no solo cuando niño, sino durante buena parte de mi vida adulta.

III.

Entre muchas otras cosas que podría mencionar, el beisbol que disfruté cuando niño, y con el que aprendí a mirar la vida, era un beisbol en el que jugaba la casi totalidad de los jugadores profesionales que, por su extraordinaria calidad, llegaban a Grandes Ligas.

Aquella circunstancia, lo recuerdo muy claramente, era algo que llenaba de orgullo a la afición venezolana: no por alcanzar la cumbre profesional nuestros héroes, nuestros mejores exponentes, dejaban de jugar en nuestros estadios.

Con la excepción de la temporada 1970-1971, no fue sino hasta la temporada 1982-1983 cuando la cifra de venezolanos en Grandes Ligas alcanzó la decena. A partir de entonces la cantidad no haría sino aumentar: en la temporada 1989-1990 la cifra aumentó a 20, en la 2000-2001 superó por primera vez los 40, en la 2008-2009 ya eran más de 80, para finalmente romper la barrera de los 100 en la temporada 2015-2016.

En aquella temporada 1982-1983, los 10 jugadores que habían arribado a Grandes Ligas jugaron en Venezuela. Durante toda la década de los 80, el 89,6 por ciento de los jugadores venezolanos que llegaron a Grandes Ligas jugaron en sus respectivos equipos en Venezuela.

La primera temporada de la década de los 90 (1990-1991), 15 de 19 jugadores de Grandes Ligas jugaron en Venezuela, es decir, un 78,9 por ciento. Pero el promedio de aquella década se mantuvo por encima de aquella cifra: un 84,1 por ciento de jugadores venezolanos en las Mayores jugó en el país, con un pico de 91,6 por ciento en la temporada 1992-1993.

En la primera temporada de la década siguiente (2000-2001), 33 de 44 de venezolanos en Grandes Ligas jugaron en el país, un 75 por ciento. Durante esa década, el porcentaje de participación se ubicó en 68,3, alcanzando un pico de 78,3 por ciento en la temporada 2008-2009, cuando 65 de 83 venezolanos en Grandes Ligas jugaron en Venezuela.

La primera temporada de la década actual (2010-2011), 43 de 81 venezolanos en Grandes Ligas jugaron en el país, lo que representó un 53,09 por ciento. Alcanzó un pico de 61,5 por ciento en la temporada 2012-2013, en que jugaron 56 de 91 venezolanos en las Mayores, y logró mantenerse por encima del 50 por ciento de participación hasta muy recientemente: la temporada 2014-2015, en que 52 venezolanos grandeligas jugaron en Venezuela, esto es, un 53,61 por ciento.

En la temporada 2015-2016, justo cuando la cantidad de venezolanos grandeligas alcanzó el centenar, por primera vez en la historia del beisbol profesional venezolano menos del 50 por ciento de nuestros jugadores actuó en el país: solo 36 de 100, para un 36 por ciento. Aunque la cifra aumentó la temporada siguiente (46 de 104 de grandeligas jugando en Venezuela, un 44,2 por ciento), volvió a disminuir significativamente en las temporadas siguientes: 27,27 por ciento en la 2017-2018 (30 de 110 jugadores) y 28,97 por ciento en la 2018-2019 (31 de 107 jugadores).

Finalmente, en la actual temporada, la 2019-2020, y la número 75 del beisbol profesional venezolano, el porcentaje de participación de nuestros grandeligas es igual a 2, como consecuencia de la decisión de la Major League Baseball (MLB) de no permitir la participación en nuestro país de jugadores venezolanos con contratos tanto en las Mayores como en ligas menores. Esto, alegando el riesgo de ser sancionados por el gobierno estadounidense, que el 5 de agosto aplicó una nueva medida coercitiva unilateral contra Venezuela, prohibiendo a estadounidenses hacer negocios con el Gobierno venezolano.

Se trata, sin duda alguna, de una medida absolutamente arbitraria, por la sencilla razón de que la MLB nunca ha establecido relación contractual alguna con el Gobierno venezolano. Por tanto, claramente, la decisión de la MLB obedece a razones extra-deportivas.

La arbitraria decisión afecta no solo a 100 jugadores venezolanos que este año participaron en Grandes Ligas, sino a más de 1200 jugadores venezolanos en ligas menores, a los técnicos venezolanos contratados por la MLB, y por supuesto a los eventuales jugadores estadounidenses que, como es tradicional, refuerzan a los equipos venezolanos, así como a los eventuales refuerzos de otras nacionalidades con contratos en la MLB. Más importante aún, perjudica a la LVBP, pero sobre todo constituye una afrenta sin precedentes contra el público venezolano.

IV.

Al margen de las diligencias realizadas por la LVBP ante la MLB y la Oficina de Control de Activos del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, e incluso del cuasi generalizado y ominoso silencio de la inmensa mayoría de dueños de equipo, patrocinantes, periodistas y técnicos, lo que resulta más doloroso es el silencio de nuestros jugadores grandeligas.

Las cifras nos hablan muy elocuentemente de la creciente tendencia de nuestros grandeligas a no jugar en el país que los vio forjarse como peloteros. Del 97,5 por ciento de venezolanos en Grandes Ligas que jugaron en Venezuela durante la década de los 70, pasando por el 89,60 por ciento que lo hicieron durante la década en que me hice fanático del beisbol, la cifra ha descendido hasta 41,33 por ciento en la actual década.

Hoy día podrán alegarse muchas razones para no jugar en Venezuela: las restricciones de sus respectos equipos, su derecho a un merecido descanso o, como ha escrito recientemente Juan Vené: “… ¿para qué y por qué exponerse en el invierno, cobrando unos pocos miles? Si yo fuera bigleaguer no iría a jugar a Venezuela, porque no me haría falta, y para cuidar mi porvenir”. Pero queda el ejemplo de las glorias del beisbol venezolano que, desde la fundación de la LVBP, en 1946, hasta bien entrado el siglo XXI, entendieron que el beisbol era mucho más que un negocio y, lo más importante, rindieron tributo al público venezolano con su presencia en nuestros estadios. Y ese ejemplo no lo podrán borrar de un plumazo.

En paralelo a esta tendencia de nuestros grandeligas a no jugar en Venezuela, viene en aumento otro fenómeno que no debe pasar inadvertido: desde el año 2002, un total de 31 jugadores venezolanos han debutado antes en Grandes Ligas que en la LVBP. De estos, un total de 19, es decir, un 61,2 por ciento, debutó en las Mayores a partir de 2015, coincidente con la temporada (2015-2016) en que por primera vez la participación de grandeligas venezolanos en la LVBP fue menor al 50 por ciento. Salvo excepciones notables, como Francisco Rodríguez o Ronny Cedeño, se trata de jugadores cuya participación en la liga venezolana ha sido prácticamente nula, llegando en algunos casos al extremo de no haber jugado nunca en el país. Cabe la pregunta: ¿Venezuela va en camino a convertirse en un país que produce grandeligas que poco o nada juegan en su país de origen?

Comentaba que lo más doloroso es el silencio de los grandeligas venezolanos respecto de la decisión de MLB de no permitirles jugar en Venezuela. Al menos que yo conozca, solo un jugador venezolano, exgrandeliga, se pronunció públicamente en contra de la medida: Guillermo Moscoso, que además de venezolano es ciudadano estadounidense. Y allí está Moscoso, vistiendo esta temporada el uniforme de los Tigres de Aragua.

Puede que, al margen de las medidas coercitivas unilaterales del gobierno estadounidense contra Venezuela, y la subsiguiente decisión de MLB, la mayoría de venezolanos en las Mayores no tuviera ninguna intención de jugar en el país, por la razón que fuere, más o menos legítima. ¿Pero y los más de 1200 jóvenes que juegan en ligas menores? ¿Acaso no valdría la pena quebrar lanzas por su futuro? Y mucho más importante aún: ¿y el beisbol venezolano? ¿Y el público venezolano, al que se deben los jugadores profesionales?

V.

Oswaldo Guillén dirigió a los Tiburones de La Guaira entre 2016-2017 y 2018-2019. En ese período, no recuerdo exactamente qué año, algún periodista del circuito radical del equipo le preguntó por la eventual incorporación de un pitcher venezolano que venía de actuar en Grandes Ligas. Palabras más, palabras menos, la respuesta de Guillén fue que él mismo le había aconsejado que no jugara en Venezuela, porque eso implicaba poner en riesgo su carrera sin ninguna necesidad.

Actitudes como la antes descrita, naturalizada por la mayoría de los periodistas deportivos en Venezuela, el hecho de que un porcentaje cada vez mayor de venezolanos grandeligas no participe en la LVBP, y el creciente número de venezolanos que debutan en las Mayores sin haber vestido la camiseta de algún equipo profesional venezolano, son las razones por las que comencé a disfrutar cada vez menos de nuestro beisbol.

El silencio de nuestros grandeligas sobre la decisión de MLB de no permitirles jugar en Venezuela fue la gota que derramó el vaso.

Estoy convencido de que, precisamente porque se trata de una decisión arbitraria e injusta, si tan solo 5, o 2, o 10 de nuestros jugadores más emblemáticos levantaran su voz públicamente, esto tendría un significativo impacto en la opinión pública, y muy probablemente el Gobierno estadounidense se vería obligado a reconsiderar su posición.

Levantar la voz públicamente es algo que podrían hacer sin distingo de tendencia política. En esta materia, la única posición honorable posible es la que pone por encima de todo a Venezuela, a su beisbol, y fundamentalmente a su público.

Un público que, pese a las dificultades de todo tipo, del silencio reinante y de las ausencias notables, está pendiente de los resultados, mira los juegos por televisión, los escucha por la radio, sigue yendo a los estadios de beisbol, donde veteranos y novatos, y técnicos recién estrenados, nos siguen enseñando que el beisbol es mucho más que un negocio: es la vida que continua.

El público se mantiene, a pesar de los continuos golpes bajos: un jugador se destaca, es firmado por algún equipo de las Mayores, y automáticamente queda imposibilitado de seguir jugando en la temporada 2019-2020 de la LVBP.

Esos novatos, esos veteranos, esos técnicos, todos, son desde ya nuestros campeones. Nuestros héroes de carne y hueso, a falta de héroes cada vez más inaccesibles, más ajenos.

Por estos días, lo he decidido, volveré a llevar a mis hijas al estadio.

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