El lugar donde me gustaría estar


Si estuviera a punto de estallar aquí la tercera guerra mundial, no importa, éste es el lugar donde me gustaría estar. Si me dijeran que nos van a azotar más plagas de las que ya nos han azotado, más que las que ahora mismo nos azotan, igual, éste es el lugar donde me gustaría estar. Si estuviéramos condenados a más privaciones, a más humillaciones, éste es el lugar donde me gustaría estar. A pesar de todo el escándalo de quienes escupen estas tierras y maldicen el día en que nacieron o el tiempo que vivieron aquí, éste es el lugar donde me gustaría estar. No sé dónde estaré mañana. No sé si, obligado por las circunstancias, deba marchar y establecerme, mientras tanto, en otra parte. Pero si me dan a elegir, éste es el lugar donde me gustaría estar. Y si no pudiera elegir, con mucha más razón: éste es el lugar donde me gustaría estar. No apelaré al lugar común de nuestro encantador gentilicio o al del encanto de nuestras bellezas naturales: los he visto despreciar a nuestros iguales en perfecto venezolano y ofrecer en venta al mismo país-almanaque que les arranca lágrimas de cocodrilo. Aquí es donde me gustaría estar porque aquí aprendí a reír y a llorar con los que menos tienen. Me gusta mi patria, la amo perdidamente, porque se atrevió a ser más humana, a jugársela por los más jodidos. Aquí me siento no más venezolano, sino más hombre. Aquí me siento parte de este mundo. No quiero tener que vivir más nunca en aquella realidad paralela donde sólo importa mi beneficio personal y, a lo sumo, el de mi minúsculo entorno. Aquella realidad está poniendo en riesgo la vida en este planeta. En ella me siento extraño, ajeno, extranjero. Por eso, aquí y ahora, mañana y después de mañana, Venezuela es el lugar donde me gustaría estar.

Chavismo y revolución. ¿Qué pasa en Venezuela?


Orlando Monteleone, niño con boina roja
Foto: Orlando Monteleone

1.- El chavismo como “hecho maldito”.
El chavismo es, para decirlo con John William Cooke, “el hecho maldito de la política del país burgués” (1). Cooke se refería, claro está, al peronismo, en un texto de 1967, pero la sentencia aplica para el caso venezolano.

Aluvional, policlasista, no es esto lo que lo define. Ni siquiera durante sus primeros años. El chavismo es, desde su gestación, un fenómeno “maldito” para la burguesía, porque aquello que le da cohesión no es su capacidad para aglutinar el descontento, sino su decidido antagonismo contra el statu quo. Antagonismo que adquirirá matices anticapitalistas con el paso de los años, al fragor de la lucha, y como lo asumirán de viva voz tanto Chávez como sus líneas de fuerzas más avanzadas.

Si a comienzos de los años cuarenta del siglo veinte, Acción Democrática significó el ascenso de la clase media emergente, que a su vez hizo posible la incorporación ordenada de las clases populares a la escena política, siempre subordinada a la burguesía nacional y sometida a la voluntad del capital transnacional, y con el propósito de sentar las bases de la democracia liberal burguesa (tarea que ya había adelantado Medina Angarita), en el caso del chavismo el protagonismo descansa casi siempre en las clases populares, bien por voluntad expresa de Chávez, bien porque el propio chavismo demanda mayor participación y más radicalidad. Ya no es el sujeto que interviene “ordenadamente”, sino uno que emplea sus fuerzas en la refundación de la República, empresa histórica que pronto se traduce en la imposición de límites a los poderes económicos, y en las progresivas conquistas de derechos, particularmente económicos, sociales y culturales.

Ese chavismo está vivo y coleando, a pesar de su apariencia muchas veces espectral, y de estar ausente de muchos de los análisis que se hacen sobre Venezuela. Omisión que obedece, con frecuencia, a la intención deliberada de continuar ignorando a los invisibles históricos, hoy sujetos políticos de un proceso de cambios revolucionarios, y otras veces a la ceguera de cierta izquierda que, impedida de ver realizada la revolución que siempre soñó, despacha como pesadilla la revolución que hacen los hombres y mujeres de carne y hueso. De nuevo, aplica para el chavismo lo que escribía Cooke a propósito del peronismo: “existe, está vivo y no será sepultado porque le disguste a los soñadores de la revolución perfecta, con escuadra y tiralíneas” (2).

Con sus errores y sus aciertos, con sus defectos y sus virtudes, el chavismo ha sabido orientarse cuando “los confidentes de la historia perdieron el rumbo, y siguen sin comprender cada vez que en lugar del análisis retrospectivo con incógnitas ya resueltas, tienen que resolverse en medio de los hechos presentes y sus enigmas, sus complicaciones, sus abanicos de hipótesis” (3), para insistir con Cook.

A contravía de quienes lo señalan como el culpable de imponer un “modelo fracasado”, del cual sería único e ilegítimo usufructuario, el chavismo es expresión de la crisis del capitalismo rentístico petrolero, y en particular de su correlato político. En cambio, las fuerzas económicas, políticas y sociales legatarias del capitalismo rentístico petrolero, que colapsara a finales de los años setenta del siglo veinte (el núcleo militar de lo que, a mediados de los noventa, se convertirá en un potente sujeto cívico-militar, comenzó a gestarse a comienzos de los ochenta), no han cesado un segundo en su empeño de derrotar la democracia bolivariana.

2.- La rebelión de las fuerzas económicas que controlan el mercado.
Desorientada y sobrepasada por las circunstancias, la burocracia política chavista ha abusado de tal forma del enunciado “guerra económica”, que se corre el riesgo de vaciarlo completamente de sentido, cuando lo que urge es producir sentido sobre el brutal ataque del que está siendo víctima la sociedad venezolana.

En parte, esta incapacidad para traducir políticamente la feroz avanzada de las fuerzas económicas contrarias a la revolución bolivariana, amén de los propios errores, explicaría el terreno ganado por la idea de que fenómenos como el desabastecimiento, la inflación o la escasez son responsabilidad del Gobierno nacional, cuando lo cierto es que la actual situación es consecuencia directa, en lo fundamental, del gobierno de facto que han impuesto las fuerzas económicas que controlan el mercado, fuerzas que tienen estrechos vínculos con la institucionalidad de un Estado que históricamente ha sido funcional a las elites.

La guerra económica no es un invento de Nicolás Maduro ni comienza con su gobierno (abril de 2013). De hecho, el término fue acuñado por el mismo Chávez. En una serie de trabajos claves para entender la realidad venezolana, la economista Pasqualina Curcio identifica “las dos principales estrategias” de la guerra económica: 1) “inflación inducida a través de la manipulación del tipo de cambio en el mercado paralelo e ilegal”; y 2) “el desabastecimiento programado mediante la manipulación de los mecanismos de distribución de bienes esenciales para la vida”. Estas estrategias son viables dadas las características de la economía nacional: 1) “concentración de la producción, de las importaciones y de la distribución de los bienes y servicios en pocas manos, es decir, la presencia de monopolios y oligopolios (especialmente en mercados de bienes de primera necesidad o requeridos en la producción y para el transporte)”; y 2) “la alta dependencia de las importaciones” (4).

Curcio identifica el inicio de la escalada contra la economía nacional, a través de la manipulación del tipo de cambio paralelo e ilegal, en julio de 2012, coincidiendo con el inicio de la campaña electoral presidencial. “A partir de agosto de 2012 se registró un cambio en la función de tendencia de la serie de datos, pasando a ser exponencial. Es decir, a partir de agosto de 2012 y de manera repentina se comienza a evidenciar un comportamiento atípico del tipo de cambio en el mercado paralelo, el cual no se corresponde con el registrado históricamente ni desde 1999, ni desde 1983” (5).

Si la variación promedio anual del tipo de cambio paralelo e ilegal entre 1999 (inicio del gobierno de Chávez) y 2011 había sido de 26%, entre 2012 y 2015 fue de 223%, comportándose de la siguiente manera: 31% en 2012 con respecto a 2011, 224% en 2013 en relación con 2012, 161% en 2014 respecto de 2013 y 475% en 2015 respecto a 2014.

Explica Curcio: “El tipo de cambio paralelo e ilegal muestra un patrón en su comportamiento. Resalta el hecho de que las variaciones intermensuales son positivas y cada vez mayores los meses previos a aquellos en los que se celebraron procesos electorales o en los que el pueblo venezolano vivió momentos de alta tensión política. Inmediatamente después del evento político o de haber acudido a las urnas electorales, se registran variaciones que se van haciendo cada vez menores, aunque generalmente positivas, y en algunos casos llegan a ser negativas… Desde mediados de 2012 este patrón se ha intensificado. A partir de ese momento las variaciones fueron, la mayoría de las veces, positivas, pero además muy elevadas. El dólar paralelo e ilegal aumentó 10.940% entre agosto 2012 y junio 2015, pasando de 9,42 Bs/US$ a 1.040 Bs/US$. Las variaciones más altas se registraron los meses de octubre 2012 (momento que coincide con las elecciones presidenciales en las que vence Hugo Chávez), diciembre del mismo año (cuando se realizaron los comicios para elegir gobernadores en los 24 estados del país), abril 2013 (al realizarse nuevamente elecciones presidenciales como consecuencia del fallecimiento del presidente Hugo Chávez), diciembre 2013 (durante las elecciones municipales). A partir de finales del año 2013 el incremento del dólar paralelo ha sido sostenido y desproporcionado hasta enero de 2016” (6). El 6 de diciembre de 2015 se realizaron elecciones parlamentarias, en las que el chavismo resultó derrotado.

Este patrón de comportamiento del tipo de cambio paralelo e ilegal se asemeja al observado en los índices de inflación: entre 1998 y 2011 la tendencia es lineal, con un mínimo de 12,3% en 2001 y un máximo de 31,2% en 2002 (año del golpe de Estado y del paro-sabotaje económico), hasta que inicia un incremento exponencial en 2012. Así, la inflación en 2013 será de 56,2%, en 2014 ascenderá a 68,5%, hasta alcanzar 180,9% en 2015.

Curcio no sólo demuestra que el comportamiento del tipo de cambio paralelo e ilegal no guarda relación con el nivel de las reservas internacionales, la liquidez monetaria o la supuesta restricción en el flujo de asignación de divisas. Además, constata que entre 1999 y 2014, del total de ingresos en divisas, 98% de los cuales depende del petróleo, 65% se dedicó a la importación de bienes, y del total asignado a importaciones, 94% fue al sector privado.

Entre 1999 y 2013, las importaciones representaron el 35% del PIB. “Alrededor del 20% de los bienes importados se dirige al consumo final”, mientras que “el 58% corresponde a importaciones para el consumo intermedio, las materias primas e insumos necesarios para los procesos de producción”. Esto quiere decir que casi el 80% “de los bienes que importamos se incorporan a los procesos de producción y forman parte de las estructuras de costos de las empresas” (7).

Más grave aún, apenas un 3% de las unidades económicas registradas en el país controla las divisas para importaciones. Luego, “la referencia que tienen las empresas importadoras para fijar y convertir los precios a bolívares es el tipo de cambio. Es por ello que en Venezuela, el tipo de cambio es determinante sobre la economía real, ya que son los monopolios importadores los que tienen el poder de fijar los precios de los bienes, en su mayoría insumos para la producción. Aguas abajo en el proceso de producción los costos se van calculando con base en los precios de los bienes importados. El tipo de cambio sirve como marcador de los precios de los bienes que se producen y comercializan internamente” (8). La clave es: ¿qué tipo de cambio utilizan los monopolios importadores como referencia para fijar precios? El tipo de cambio paralelo e ilegal, que es 14,5 veces mayor que el valor real estimado de la moneda nacional.

En apretado resumen, de esta manera operan las fuerzas económicas que promueven activamente la guerra económica contra la sociedad venezolana, trayendo como consecuencia una drástica disminución del poder adquisitivo de la población. Además, Curcio demuestra que, contrario a lo que podría suponerse, la producción de los alimentos de mayor consumo no sólo no ha disminuido, sino que, al menos en el período que va desde el primer trimestre de 2012 al segundo trimestre de 2015, el consumo fue constante, tanto en los venezolanos de mayores recursos como en los de bajos recursos.

Curcio precisa que la práctica de desabastecimiento programado data de 2003, afectando a uno o pocos productos. Hasta 2013, en que la práctica se generaliza. “En el caso venezolano, desde 2003, los niveles de desabastecimiento no han guardado relación con los niveles de producción. Tanto la producción como la importación se han mantenido relativamente constantes. Por lo tanto, esa escasez, que se mide en los anaqueles de los establecimientos, está asociada a bienes que han sido producidos pero que no han sido colocados de manera regular, oportuna y en cantidades suficientes en los estantes de los establecimientos comercializadores… Los bienes, luego de múltiples dificultades e inconvenientes (largas colas o mayores precios en los mercados ilegales: ‘bachaqueo’) han sido adquiridos y consumidos por la población. En otras palabras, los bienes fueron producidos y también vendidos… las empresas han seguido produciendo, distribuyendo (con otras prácticas) y vendiendo” (9).

La rebelión de las fuerzas económicas que controlan el mercado está encabezada por la burguesía comercial importadora, cuya liderazgo ostentan los monopolios y oligopolios del sector alimentos. Las penurias que ha debido padecer el pueblo venezolano durante los últimos cuatro años son consecuencia, en lo fundamental, del ejercicio de un poder tiránico, que nadie eligió, que siempre ha desconocido la voluntad popular, y al que poco le importa guardar las formas democráticas.

En su “Venezuela violenta”, Orlando Araujo se refería a “una oligarquía de comerciantes y banqueros” que va “prosperando y acumulando un poderío económico que se traduce en poderío político y que se refleja en la vida institucional. No es una clase creadora de riqueza como históricamente fue la burguesía en las primeras etapas del capitalismo. Esta clase no inicia el capitalismo en Venezuela, es sencillamente la proyección colonial de un sistema capitalista foráneo más avanzado. Su papel es el de agente de ese capitalismo, su función es intermediaria y su poder económico es derivado de otro fundamental y mayor. Sus ingresos no provienen de una combinación arriesgada de factores de producción sino de una comisión: la comisión del intermediario que compra afuera y vende adentro. No es, pues, una burguesía productora sino una burguesía estéril” (10).

En contraste, identificaba la emergencia (en 1968) “de una burguesía llamada con cierto optimismo ‘burguesía nacionalista’ constituida por un grupo cada día más numeroso de empresarios nuevos que, dentro de la agricultura y de la industria, están dedicados a la producción interna de bienes nacionales. Son los agricultores capitalistas y los industriales manufactureros. Su aparición es de reciente data y sólo puede estudiarse como un fenómeno de posguerra, aún en plena evolución y sin una fisonomía definitiva y precisa” (11).

De acuerdo a la explicación de Curcio, el protagonismo en la guerra económica de eso que Araujo denominó “burguesía estéril”, y el consecuente aumento desproporcionado de los precios, ha obligado a la población a reorientar el gasto, dando prioridad a alimentos, salud y transporte, justamente sectores de la economía a merced de los monopolios y oligopolios importadores. Mientras tanto, la disminución de la demanda de bienes considerados no prioritarios ha repercutido en la baja de la producción de la industria manufacturera. “Las disminuciones en los volúmenes de producción por parte de estas empresas, y por lo tanto de sus niveles de ganancia, es una consecuencia de la guerra económica que no sólo está afectando a los hogares por la vía de la pérdida del poder adquisitivo, sino también, y especialmente a partir del segundo semestre de 2015, a las empresas de estos sectores no prioritarios. Hasta cierto momento, la guerra económica afectó sólo a los hogares venezolanos y a la clase trabajadora, no obstante actualmente ha repercutido sobre los niveles de ganancia de las empresas” (12).

En otras palabras, la “burguesía estéril” no sólo atenta contra el pueblo venezolano: además, afecta severamente los intereses de lo poco que puede llegar a haber de “burguesía productora”.

3.- Nicolás Maduro y lucha de clases.
Además de la dependencia de las importaciones y del control que ejercen monopolios y oligopolios en sectores claves de la economía nacional, Curcio identifica una tercera debilidad: “La deficiente y baja intervención del Estado en la economía, como regulador de los monopolios” (13).

Con mucha frecuencia, con demasiada ligereza, y con muy poca rigurosidad en el análisis, suele atribuirse esta debilidad a la falta de decisión de Nicolás Maduro. En otras palabras, la deficiente intervención del Estado en la economía obedecería al deficiente desempeño del Presidente. Sin pretender desconocer sus obligaciones como Jefe de Estado, me parece que hay que comenzar por poner las cosas sobre la balanza.

En primer lugar, dejemos sentado una cuestión básica: como resulta por demás evidente, la guerra económica contra el pueblo venezolano arrecia con una intensidad sin precedentes justo cuando inicia la campaña electoral presidencial, en julio de 2012, con el claro propósito de favorecer al candidato de la burguesía, Henrique Capriles Radonski. Planteado en términos clásicos, la guerra económica no es otra cosa que una expresión nítida de la agudización de la lucha de clases.

Una circunstancia histórica a la que nos hemos referido en otra parte, y que suele soslayarse, suscitando toda clase de equívocos analíticos, es el giro táctico (14) que adoptan las fuerzas antichavistas, como consecuencia de su lectura de los resultados de las elecciones presidenciales del 3 de diciembre de 2006, y en las que resultara vencedor Hugo Chávez con amplísimo margen (62,8% contra 36,9% del principal candidato opositor). Con tales elecciones culminó una etapa caracterizada por sucesivas y estruendosas derrotas del antichavismo, empeñado hasta entonces en recuperar el control del Gobierno por la vía violenta. A partir de 2007, se emplea a fondo en una “estrategia de desgaste” (15), “reconociendo” la legitimidad del chavismo, haciendo énfasis en la crítica de la “ineficiencia” gubernamental, mimetizándose con el chavismo, apropiándose parcialmente de sus ideas-fuerza, resignificándolas. Su intención, muy clara, era horadar al chavismo desde dentro, y en esto consistía, a grandes rasgos, la repolarización antichavista (el reconocimiento, de hecho, de que constituía una minoría, y de que para llegar a ser mayoría tenía que conquistar o por lo menos provocar la desmovilización de una parte del antichavismo) (16).

Esta “estrategia de desgaste” casi llega al paroxismo justo cuando inicia la guerra económica: durante la campaña presidencial de 2012, con un Capriles Radonski autoproclamándose candidato “progresista”, repitiendo de manera textual frases empleadas frecuentemente por Chávez e imitando incluso su lenguaje corporal (17).

La victoria del comandante Chávez el 7 de octubre de 2012 (con el 55% de la votación) constituyó, al mismo tiempo, un importante revés para esta “estrategia de desgaste”, lo que sumió al antichavismo en un peligroso estado de “precariedad estratégica” (18). Mientras Chávez, en su célebre “golpe de timón” (discurso del 20 de octubre de 2012), reafirmaba el carácter democrático, revolucionario, socialista y comunal del proceso bolivariano, predominaba la incertidumbre sobre las estrategias a adoptar por parte del antichavismo. La pregunta central era: ¿retomaría la vía violenta?

Cuando se afirma que el presidente Nicolás Maduro ha debido sortear en poco más de tres años el equivalente de los ataques que recibió Chávez en catorce años, no se está incurriendo en una exageración. Pronto, la referida “precariedad estratégica” se expresó en una profundización de la guerra económica (suerte de repolarización salvaje antichavista), como ya hemos visto, pero también en un rebrote de la violencia antichavista, primero entre el 15 y el 19 de abril de 2013, con saldo de 11 personas asesinadas (19), y luego con las “guarimbas” entre febrero y junio de 2014, que dejaron un saldo de 43 muertos y 878 lesionados (20). Es decir, el empleo de todas las formas de lucha contra el Gobierno bolivariano, y fundamentalmente contra su base social de apoyo, como expresión de las disputas inter-burguesas por la dirección del antichavismo.

En la medida en que se desarrollaban estas disputas inter-burguesas, con su saldo de muerte, sufrimiento y destrucción, principalmente en el campo popular, y mientras la guerra económica suscitaba el enfrentamiento intra-clases populares (21), con la generalización del fenómeno del “bachaqueo”, tenía lugar un conflicto sordo, incruento, escasa y pobremente analizado: la agudización de la lucha de clases a lo interno del movimiento chavista, con sus respectivas expresiones en el Gobierno nacional, y en general en la institucionalidad del Estado.

Ser capaces de explicar, por ejemplo, cómo es que una parte de la burocracia actúa favoreciendo a los monopolios u oligopolios importadores, o a los intereses de la banca, es una deuda enorme que tiene consigo mismo el chavismo revolucionario, disperso a lo largo y ancho del país, en general desarticulado, sumergido en sus territorios, en buena medida impulsando dinámicas comunales, desvinculado de las iniciativas que promueve la burocracia política. Este chavismo está en la obligación histórica de producir un análisis que, por ilustrarlo conforme el hilo discursivo desarrollado en este trabajo, complemente el análisis de la actuación de las fuerzas económicas realizado por economistas como Pasqualina Curcio.

Hablamos de un chavismo que no se siente representado en partido político alguno, mucho menos en el autodenominado “chavismo crítico”, que no se identifica con casi ningún integrante del alto gobierno, y que de manera mayoritaria sigue expresando su apoyo, a pesar de todo, a Nicolás Maduro.

Haciendo balance del “pensamiento económico chavista”, Alfredo Serrano explicaba cómo éste “evitaba copiar los intentos de cambio de matriz productiva desde la base del desarrollismo de la teoría de la dependencia. Quería algo propio, algo específico que aprendiera de los errores del pasado. El cambio de matriz productiva, para la economía chavista, consistía en sustituir productos e importaciones, pero siempre y cuando esto fuera acompañado obligatoriamente por una sustitución de productores. En otras palabras, si no se insertan nuevos productores, pequeños y medianos, asociaciones, cooperativas, poder económico comunal, también el Estado cuando sea pertinente, el cambio de la matriz productiva se trunca, o es sólo parcial, porque sólo se generarán nuevos productos pero con los mismos productores, perpetuando el proceso de acumulación injusta y mal repartida” (22).

Pues bien, esa base de “nuevos productores” no sólo existe, aunque dispersa, como ya hemos dicho, sino que constituye actualmente lo más lúcido del chavismo. Salvo el presidente Nicolás Maduro, ¿quién le habla a este chavismo? ¿Quién establece relaciones con él en términos de alianza y no de tutelaje, ni de manera clientelar?

Más allá de estas preguntas, e incluso al margen de las infelices declaraciones de funcionarios del alto gobierno evaluando negativamente las “expropiaciones”, sin el menor asomo de análisis sobre las causas de la improductividad de algunas empresas bajo control estatal o de los trabajadores, es necesario preguntarse: ¿cuál es la correlación de fuerzas que impera en el alto gobierno respecto de la orientación económica que debe asumirse para contener el ataque de las fuerzas económicas monopólicas u oligopólicas contra la sociedad venezolana? ¿Cuál es la correlación de fuerzas que impera aguas abajo? ¿Cuál es la posición de los cuadros medios o del funcionario promedio, digamos, en Petróleos de Venezuela, Banca y Finanzas, Industria y Comercio, y en general en las instituciones agrupadas en la Vicepresidencia de Economía?

De igual forma, más allá de las orientaciones generales dadas por Nicolás Maduro, e independientemente de la voluntad de individuos, ¿cuáles son las principales actuaciones y decisiones de las instituciones directamente relacionadas con el área económica? ¿Con qué actores económicos privados se establecen alianzas, acuerdos, negociaciones? En efecto, muchas de las actuaciones son públicas, pero no la mayoría. Esta opacidad de las actuaciones explica, en parte, la dificultad para hacernos una idea precisa de la correlación de fuerzas entre, digámoslo de una vez, las tendencias reformistas, que apuestan por la negociación con las mismas fuerzas que hoy desestabilizan la democracia venezolana, y las tendencias revolucionarias que, precisamente porque atravesamos por un período particularmente difícil en lo económico, se orientan por los principios del “pensamiento económico chavista”, antagonizan con la “burguesía estéril” y, para decirlo con las palabras empleadas por Chávez en su última alocución (8 de diciembre de 2012), actúan “junto al pueblo siempre y subordinado a los intereses del pueblo” (23).

Dado el carácter cívico-militar del sujeto chavista, imposible dejar de hacerse la pregunta: ¿cuál es la correlación de fuerzas a lo interno de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana respecto de los asuntos aquí expuestos?

Las más de las veces, y frecuentemente con manifiesta dificultad, el comandante Chávez tuvo la capacidad para arbitrar entre las distintas tendencias, logrando imponer el rumbo a seguir, valga decir, casi siempre el revolucionario. ¿Alguien puede ser tan ingenuo como para ignorar que, al margen de sus virtudes y defectos, de sus dotes como líder político, Nicolás Maduro no sólo se enfrentaría a mayores dificultades, sino que, inevitablemente, sería muchas veces presa de las circunstancias, un rehén de las luchas entre tendencias, con sus correspondientes efectos disgregadores, y muy a pesar de sus deseos?

Nicolás Maduro ha debido sortear dificultades, limitaciones objetivas, tanto a lo interno del movimiento chavista, como en la lucha contra el antichavismo, enfrascado como está éste en su propia lucha por el liderazgo, lo que, como ya hemos planteado, ha supuesto nada más y nada menos que violencia fratricida y una brutal guerra económica contra el pueblo venezolano.

4.- Defender la cultura política chavista.
En “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”, Carlos Marx advertía sobre los peligros que implicaba creerse “por encima del antagonismo de clases en general” e incorporarse a la lucha sin “examinar los intereses y las posiciones de las distintas clases”. El resultado, explicaba, siempre es el fracaso, por demás inasimilable: “o bien ha fracasado todo por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad imprevista que ha malogrado la partida por esta vez” (24).

La situación por la que atraviesa la democracia venezolana, las extraordinarias circunstancias que ha debido enfrentar la revolución bolivariana, sobre todo a partir de agosto de 2012, la derrota electoral del 6 de diciembre de 2015: nada de esto obedece a detalles de ejecución o a casualidades imprevistas. Las causas hay que buscarlas en las estrategias de las fuerzas enfrentadas, en sus posiciones e intereses.

Poner el énfasis en la figura presidencial, que es lo que hace la mayoría de quienes se deslindan del “madurismo”, en los hechos de corrupción, en la “falta de gobierno” o en la “anomia” imperante, en la “descomposición moral” del pueblo venezolano, entre otros tópicos muy socorridos en los últimos tiempos, en el mejor de los casos nos limita a sacar conclusiones a partir de una valoración de los efectos de la guerra económica, y en el peor nos pone en la penosa situación de reproducir el sentido común antichavista, apenas cuatro años después de que su liderazgo se viera obligado a hacer todo lo contrario: reproducir (una mala copia de) la cultura política chavista.

En 2010, cierto estudio del Centro Gumilla aportó información clave respecto de la valoración que sobre la democracia tenía la sociedad venezolana, luego de once años de revolución bolivariana. Entonces, para casi dos terceras partes de la población, la democracia significaba: Estado fuerte, democratización política (Estado fuerte con participación popular activa), disminución de la brecha entre ricos y pobres, políticas sociales contra la exclusión, nacionalización de las industrias básicas, límites al poder de la empresa privada, respeto a la Constitución y a los derechos humanos en general, libertad de expresión y pluralidad política (libre asociación), elecciones libres, imparciales y periódicas, y amplio margen a la iniciativa económica privada (de nuevo, regulada por un Estado fuerte) (25).

Todo cuanto han hecho las fuerzas económicas rebeladas contra la democracia venezolana durante los últimos cuatro años, atenta contra esa cultura política chavista, producida por el pueblo venezolano, fraguada a pulso y en jornadas memorables.

Corresponde al chavismo revolucionario, ese “hecho maldito” para la burguesía, productor y legatario de esta cultura política, sacudirse todo vestigio de sentido común antichavista, corrosivo, tóxico, desmoralizante, y ponerse a la altura de las circunstancias históricas. Y hacer que prevalezca la democracia.

Referencias.

(1) John William Cooke. Obras completas. Tomo V. La revolución y el peronismo. Colihue. Buenos Aires, Argentina. 2011. Pág. 221.

(2) John William Cooke, op. cit., pág. 224.

(3) John William Cooke, op. cit., pág. 223.

(4) Pasqualina Curcio. La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela (2012-2016). Manipulación del tipo de cambio e inflación inducida (I). 5 de abril de 2016. Pág. 3.

(5) Pasqualina Curcio, op. cit., pág. 6.

(6) Pasqualina Curcio. Los ciclos políticos del dólar paralelo. 17 de agosto de 2016.

(7) Pasqualina Curcio. La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela (2012-2016). Manipulación del tipo de cambio e inflación inducida (I), op. cit., pág. 18.

(8) Pasqualina Curcio, op. cit., pág. 19.

(9) Pasqualina Curcio. La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela (2012-2016). ¿Control de precios o boicot en el suministro? (II). 25 de abril de 2016. Págs. 3-4.

(10) Orlando Araujo. Venezuela violenta. Banco Central de Venezuela. Caracas, Venezuela. 2013. Pág. 102.

(11) Orlando Araujo, op. cit., pág. 105.

(12) Pasqualina Curcio. La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela (2012-2016). Manipulación del tipo de cambio e inflación inducida (I), op. cit., pág. 29.

(13) Pasqualina Curcio, op. cit., pág. 3.

(14) Reinaldo Iturriza López. Contra el malestar. 3 de marzo de 2008.

(15) Reinaldo Iturriza López. Desde que llegó el socialismo… (I). 10 de junio de 2010.

(16) Reinaldo Iturriza López. La repolarización antichavista: radicalización y diálogo. 19 de octubre de 2010.

(17) Reinaldo Iturriza López. ¿Qué será de Venezuela después de Chávez? 18 de marzo de 2013.

(18) Reinaldo Iturriza López. Confianza en nosotros mismos. 8 de enero de 2013.

(19) Foro Itinerante de Participación Popular. Víctimas de la arrechera. La violencia fascista en Venezuela del 15 al 19 de abril de 2013.

(20) De las 43 víctimas mortales, 7 fueron asesinadas por efectivos policiales o militares, mientras que las otras 36 murieron como consecuencia de las acciones de los “guarimberos”. Ver: AVN. “Defensor del Pueblo: Fascismo fue causa principal de víctimas de las guarimbas”. 18 de enero de 2016.

(21) Reinaldo Iturriza López. Guerra económica: novedades en el frente. 20 de enero de 2015.

(22) Alfredo Serrano. El pensamiento económico de Hugo Chávez. Vadell Hermanos Editores. Caracas, Venezuela. 2014. Págs. 522-523.

(23) Transcripción completa de las palabras del Presidente Chávez en su última cadena nacional (8/12/12).

(24) Carlos Marx. Obras escogidas. El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Editorial Progreso. Moscú, URSS. Pág. 122.

(25) Reinaldo Iturriza López. ¿Qué ha sido del chavismo originario? 13 de mayo de 2010.

Sentido de los comunes: “¿Qué le puedo aportar hoy a la revolución?”


La Pastora

Apenas se montó en el carro, Jesús García me contó que algo le preocupaba. Era como si su cerebro llevara rato maquinando, intentando procesar la noticia. Moví la palanca de cambios, y me soltó en automático: “No entiendo esto”. De inmediato, me leyó un mensaje que le había llegado al teléfono. Se trataba de la resolución número 028-2016 del Ministerio del Poder Popular para las Comunas y Movimientos Sociales, publicaba en Gaceta Oficial número 40950, del viernes 22 de julio de 2016, “mediante la cual se suspende, por un lapso de ciento ochenta (180) días hábiles, los procesos de emisión de los certificados de actualización de vocerías correspondiente a los períodos de voceros y voceras de las instancias internas de las Organizaciones del Poder Popular, que a la presente fecha estén vencidas o próximas a su vencimiento”.

Jesús tiene veintiséis años y, heredero de lo mejor de la tradición de izquierda revolucionaria, además de impetuoso, es inteligente, agudo en el análisis, irreverente, incansable, honesto y humilde, con la ventaja que supone haber dado sus primeros pasos en política teniendo a Chávez como principal referencia.

Inmediatamente después de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, retomó el trabajo en La Pastora. Llevaba algún tiempo desaparecido del barrio, dedicado como estaba al trabajo institucional. Haciendo campaña electoral en Amazonas, durante los últimos días de noviembre, comprendió el error que implica desvincularse del trabajo territorial. “Lo que viví en Amazonas es lo que venía haciendo, y eso es lo que me llena realmente. Y eso es lo que creo que puedo aportar. Yo soy de hacer cuatro actividades diarias, estar metido aquí, pintando allá, reunido con la gente, así sean las once de la noche, hablando. Eso era lo que hacía en Antimantuanos, el colectivo con el que yo empecé a militar en el barrio. Hacíamos eso todos los días. No nos importaba la hora, si habíamos comido, si no teníamos transporte. Nosotros nos hemos olvidado de algo que es esencial, inclusive lo decía Chávez: ¿qué le puedo aportar hoy a la revolución? Hay que hacerse esa pregunta. ¿Qué puedo aportar hoy, ahora, más tarde, a las cuatro de la tarde? Esto es veinticuatro por siete o no es”.

Una de las veintidós parroquias de Caracas, La Pastora es lugar de asiento de más de noventa mil personas (unas treinta y tres mil familias, distribuidas en cinco sectores: Manicomio, Lídice, Puerta de Caracas, Mecedores y Casco Central). Su importancia radica, entre otras razones, en el hecho de hacer frontera, por el sur, con el Palacio de Miraflores, sede del Gobierno nacional.

Como sucediera en tantas otras ciudades del país, Jesús se encontró en La Pastora con una realidad ambivalente: por un lado, y en cuanto a construcción comunal se refiere, un panorama desolador: en general, consejos comunales desmovilizados y desarticulados. “La Comuna, que en algún momento tuvo fuerza, ya no tenía fuerza. El espíritu de la Comuna Tres Raíces estaba devastado. Ya no existe ese espíritu. Cada quien anda por su lado. Ya no hay esa sed de conseguir más logros a nivel comunal. Una visión de futuro no existía. Ahora más o menos la estamos construyendo”. Por el otro lado, una efervescencia popular que se expresó en la realización de algunas asambleas, y el freno permanente de la dirigencia parroquial del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV): “En diciembre, después de la derrota, buscamos hacer asambleas, pero nos decían que había que esperar línea, porque venían unos cambios del equipo político, porque venían cambios de ministro. ‘Frénate, frénate’. Y yo decía: ‘¿Pero cómo frenamos a la gente? No podemos bajar los brazos y la gente que vea qué hace’. Hubo pequeñas asambleas, la gente se quería reunir, pero el Partido no abría los espacios para que la gente discutiera”.

Mientras aguardaba porque el Partido destrancara el juego, Jesús se concentró en el tema comunal, intentando aportar algo a la recomposición del tejido comunal, fundamental para la supervivencia de la revolución bolivariana. Un par de meses más tarde, a mediados de febrero, y de manera casi fortuita, pasó a formar parte del equipo de Fundacomunal. Con tal respaldo institucional, se empleó más a fondo. El resultado ha sido realmente impresionante, y habla muy elocuentemente de lo que, con carácter y perseverancia, puede lograr un pequeño grupo de personas, aún en las circunstancias políticas más adversas: de los ochenta y tres consejos comunales existentes en la parroquia para la fecha de nuestra conversación, veintinueve eran consejos comunales nuevos o con vocerías renovadas. Más sorprendente aún: estaban en proceso de conformación treinta y un nuevos consejos comunales, y el equipo liderado por Jesús también trabajaba para renovar las vocerías de otros veinticuatro consejos comunales. Difícilmente en alguna otra parroquia del país esté aconteciendo fenómeno similar.

En lugar de resolver la suspensión de emisión de certificados de actualización de vocerías, tal vez tendría más sentido estudiar con detenimiento la experiencia de La Pastora, específicamente la dinámica de mesas comunales que han logrado poner en marcha.

Apenas iniciaba este proceso de reordenamiento de fuerzas a escala comunal, la dirigencia parroquial del Partido decidió convocar a reuniones en cada uno de los cinco sectores de La Pastora, para hacer diagnóstico de la situación y elaborar un plan de trabajo. Corría el mes de enero. “Entendíamos que para retomar el territorio teníamos que fortalecer lo poco que teníamos. Y a partir de eso, irnos a la calle. Entonces nos empezamos a conseguir con que las Unidades Bolívar Chávez (UBCH, organizadas en torno a centros electorales) nunca se reunieron con los Círculos de Luchas Populares (CLP, agregación de UBCH) antes de las elecciones. No había conexión. Y después de las elecciones menos. Que las patrullas de las UBCH no funcionaban, se activaban de cuando en vez. Uno iba escuchando todo lo que soltaba la gente en esas asambleas, y se decía: ‘¿Cómo no vamos a perder? ¿Qué esperabas tú el 6 de diciembre? ¿Un milagro’”.

En las penúltimas elecciones parlamentarias, el 26 de septiembre de 2010, las fuerzas revolucionarias, lideradas por el PSUV, obtuvieron siete de los diez diputados en disputa en el Distrito Capital (seis nominales y uno por lista). El 6 de diciembre de 2015 sólo obtuvieron una diputación (por lista), contra ocho del antichavismo. En 2010, en la circunscripción electoral número uno, a la que pertenece La Pastora, el chavismo obtuvo las dos diputaciones nominales en disputa, con 27,27% y 26,90% de los votos, mientras que aportó 484.103 votos (47,73%) al voto lista, contra 484.844 (47,80%) de voto antichavista, ligeramente superior. En 2015, en cambio, el antichavismo obtuvo las dos diputaciones nominales, con 27,57% y 27,29% de los votos, y reunió 662.926 votos lista (57,23%), contra 460.871 votos del chavismo, apenas un 39,79%.

En lugar de Partido, parecían existir “sectas”, me explicó Jesús. “Pequeñas sectas estrangulándose unas a otras: ‘Éste es chavista, éste no es chavista, éste es escuálido, éste me traicionó’. Para el Partido, ahora todos eran escuálidos. Ahora no había chavistas”. Actitud que no hacía sino profundizar el rechazo del común de la militancia. “La gente pedía renovación”. La dirigencia, por su parte, “se aguantó su chaparrón, pero sin decir: ‘Yo me aparto’. Hasta esta hora, en agosto, ninguno ha dado su brazo a torcer”. En resumen: “En la fase diagnóstico nos dimos cuenta de que aquí había un divorcio total del Partido con las bases, de la cúpula de aquí en La Pastora con sus propias bases. Y uno dice: ‘¿Qué esperan para hacerse a un lado?’. Y no es hacerse a un lado para que venga un Jesús García. Es hacerse a un lado para pensar, de repente, otra cosa donde no sea necesario que haya una cúpula. Lo que pasa es que también hay que entender que es un partido político. Y los partidos políticos, por sí o por no, toda la vida han tenido cúpulas”, agregó sin disimular su frustración.

Le pedí que se detuviera a contarme, con el mayor detalle posible, qué había sucedido en el caso de la distribución de alimentos en la parroquia, cómo funcionaba, cuál era la relación entre Gobierno y Partido que, dijo alguna vez Chávez, debían funcionar como “dos brazos de un mismo cuerpo”. Me explicó que el dispositivo clave era la Mesa de Alimentación. Muy lejos de funcionar como un espacio de articulación entre pueblo organizado e instituciones del Gobierno, la Mesa era dirigida por un jefe, designado a dedo por el Partido. ¿El criterio para decidir tal designación? Si el elegido pertenecía a tal o cual “tendencia”. Jesús hizo un paréntesis: “Yo me he preguntado cuándo fue que desapareció lo comunal en La Pastora. Y fue cuando empezaron las disputas entre tendencias”. Volviendo a la Mesa, el jefe decidía de manera discrecional para dónde iban las jornadas de alimentación. “Si el tipo amanecía de malas pulgas, decía: ‘No, tú no. La jornada va para allá o para acá’. Los criterios eran absolutamente arbitrarios”. La gente, por supuesto, se daba cuenta, pero se hacía la desentendida, “porque si enfrentabas al tipo, corrías el riesgo de no tener jornada”.

Me puso un ejemplo: “Cierta vez se organizó una jornada para el consejo comunal equis. Entonces llega el tipo, con la característica actitud politiquera, saludando a todo el mundo, besando a los carajitos, a las señoras:

– ¿Cómo va todo? ¿Todo bien?
– Sí, todo bien – le responden.
– Bueno, camarada, necesito un aporte a la revolución.
– Ajá, ¿qué necesita?
– Bueno, que me guarden por lo menos unas veinte bolsitas.
– Pero tú sabes que la comida está contada. ¿De dónde vamos a sacar veinte bolsas?
– Bueno, camarada, hay que hacer un aporte a la revolución. Veinte bolsitas para unos camaradas que no son de aquí, pero que también necesitan comer.

Es decir, el criterio es: ‘Tú me tienes que guardar comida a mí, porque los que andan conmigo tienen que comer. Y si te rebotas, no te traigo más la jornada alimentaria’. Y eso ocurrió varias veces, a comienzos de este mismo año. Durante la campaña electoral era la misma práctica, pero exacerbada, porque había más alimentos. Al tipo todo el mundo lo conoce. Lo han denunciado públicamente. Pero más allá de eso, el problema principal es que no existían criterios. Entonces, podía ser que estaba cuadrando con una chama y por eso mandaba la jornada a un barrio, o te cobraba pidiéndote bolsas, o te decía de viernes para sábado que tenías una jornada en tu comunidad”.

A la Mesa de Alimentación le sucedió el Estado Mayor de Alimentación, que se instaló en La Pastora en el mes de mayo. “La primera victoria fue incluir más gente. Es decir, que no fuera una sola persona, sino que fueran, ponte, diez. Por el Partido, continuó el antiguo jefe de la Mesa de Alimentación. Pero entonces se incorporaron el Frente Francisco de Miranda, Unamujer, Fundacomunal, Alcaldía de Caracas, Gobierno del Distrito Capital, y las decisiones había que pelearlas. Se comenzó a construir un criterio, pero ahora había menos alimentos”.

El 3 de abril, el Presidente Nicolás Maduro había oficializado la creación de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Colapsada la red pública de distribución de alimentos, sacudida por escandalosos hechos de corrupción, y padeciendo el pueblo venezolano los rigores del boicot contra la economía nacional, promovido por los gremios empresariales y comerciales en general, por los oligopolios alimentarios en particular, y por el grueso del capital transnacional, Maduro decidió apelar a la organización popular para distribuir parte de los alimentos considerados de primera necesidad. Tal era el objetivo inmediato, pero no el único. Jesús hizo su propio balance: “Los CLAP generaron mucha expectativa, que todavía no ha sido cumplida. Hay gente que se queja porque ‘el CLAP no funciona’ o porque ‘a mí el CLAP no me ha llegado’, pero resulta que el CLAP no es la bolsa. El CLAP es una organización. Esa organización nos podría dar una dinámica barrial distinta a la que tenemos con el Partido. Pero no lo hemos podido hacer”. Argumenté que tampoco habíamos logrado hacerlo con los consejos comunales. Me respondió: “De hecho, al principio yo decía que no había que crear nada nuevo, que eso era trabajo del consejo comunal. En casos extremos, los CLAP se convirtieron en instrumentos para enfrentar a los consejos comunales: ‘Yo, que no llevé vida en una elección de consejo comunal, o que no estoy en un consejo comunal porque no me dio la gana, ahora tengo el poder de la distribución de los alimentos’”.

Algo similar había sucedido con las UBCH y los CLP, haciendo la salvedad de que “hay consejos comunales que quedan fuera del alcance de las UBCH. Las UBCH pueden tener poder en un pedacito del territorio, pero más nada. Al crear los CLAP, en el peor de los casos, tú estás multiplicando caudillitos. En el mejor de los casos, y si les das la dirección política correcta, arrasas. El problema es que esa desconexión que te dije que existía entre las UBCH y los CLP se mantuvo durante la creación de los CLAP. Antes de crearlos, no hubo una revisión de las estructuras que están por encima. Entonces, es como que no estás limpiando la basura, sino que la estás barriendo debajo de la alfombra, y a veces ni eso. Los jefes de UBCH y CLP tenían responsabilidades de cara a las elecciones. ¿Quién los evaluó? Nadie. Muchos se echaron en un chinchorro después de las elecciones. Crean los CLAP, y el mismo jefe de UBCH que nadie evaluó es ahora el responsable de los CLAP en su área de influencia, y el mismo jefe de CLP sigue siendo responsable de las respectivas UBCH. Es decir, el tipo que tenía la responsabilidad de entregar veinte teléfonos durante la campaña electoral, y de los que nos sabemos su paradero, ¿ese es el tipo que me va a organizar los CLAP?”.

Jesús insistió: la solución pasa, necesariamente, por “revitalizar los consejos comunales. ¿Y de dónde vamos a sacar la vocería? De ahí, de los CLAP”. Lo que no se puede hacer, bajo ninguna circunstancia, es limitar los CLAP al tema alimentario. En La Pastora está ocurriendo otro hecho digno de análisis: la vieja dirigencia, buena parte de la cual forma parte de una UBCH o integró alguna vez consejos comunales, pero ya no se postula “porque sabe que la van a guillotinar”, está disputándose el control de los CLAP. En cambio, “muchos de los voceros recién electos de los consejos comunales son liderazgos nuevos, en alguna medida jóvenes, que tienen roces con quienes les preceden. Muchos son parte de los CLAP, pero porque el Partido no tiene a más nadie. Es inevitable abrirles espacio”. Buena parte de los nuevos consejos comunales se organizaron, fundamentalmente, a propósito del tema alimentario, pero no exclusivamente. “Siempre les dijimos que para manejar el tema de la alimentación había que estar organizados, haya o no crisis. Lo importante es estar organizados”.

Desde el principio advirtió que “los CLAP pueden ser una herramienta para potenciar todos esos liderazgos nuevos que están emergiendo, que estamos viendo por todos lados, en todas las comunidades, o pueden ser para enterrarlos. Y enterrar a esos compañeros significa enterrar todo”. A su juicio, éste es el peor momento para los pote de humo televisivos, que tienen un enorme costo político: “Muestran una bolsa en televisión, con no sé cuántos rubros: carne, pollo, etc., porque la bolsa la está entregando el ministro tal y el tipo no puede entregar cualquier bolsita. Pero resulta que la bolsa que llega a la comunidad de Lídice no es igual a esa. Entonces la gente dice: ‘¿Por qué en televisión sale este tipo mostrando esa bolsa y tú me traes esto? ¡Tú te robaste la comida!’. Y de esa manera le hacemos un daño terrible a los cuadros medios de la revolución”.

A pesar del extraordinario esfuerzo realizado, y de las victorias tempranas obtenidas, aun queda mucho camino por recorrer: de ciento trece CLAP existentes en La Pastora hasta el momento de esta conversa, los alimentos habían llegado a cincuenta y siete de ellos. La mitad, casi exactamente. De estos, hay algunos pocos lugares donde han llegado hasta tres veces (porque están dentro del punto y círculo de un Mercal o algún supermercado, como es el caso de la parte baja de Manicomio). Esta disparidad, como es lógico, produce malestar entre quienes aún no reciben los alimentos. Otra fuente permanente de malestar es el contraste entre la “promesa” de algunos funcionarios públicos, que aseguran que los operativos se realizarán cada veintiún días, y la realidad que los desmiente. También están los casos en que “los CLAP trabajan de la mano con los consejos comunales, empoderados”. En estos, el barrio organizado suele tener control de lo que se vende en las bodegas, como sucede en Mecedores, que además “es de los pocos territorios donde se está produciendo comida. Hace poco lo recorrimos con el Ciara porque estamos buscando potenciar la capacidad de producción que tiene”.

Además, Jesús detalló la forma como actúa Empresas Polar en la parroquia, con fines claramente desestabilizadores: “Nosotros estábamos acostumbrados a que los camiones llegaban los días martes. El bodeguero sabía cuándo le venía la cosa, había una comunicación fluida entre vendedor y bodeguero”. Coincidiendo con el anuncio de la creación de los CLAP, esa relación se cortó: “Ahora el bodeguero no sabe cuándo le va a llegar el alimento, ni cuánto le van a traer, porque no le dicen. Él hace su pedido, pero eso no es lo que le traen. Además, le exigen pagar la factura en una semana, máximo dos. Y claro, si ellos venden nada más los productos regulados, y no venden los otros productos que les mandan, no les da para pagar la factura. Ahora los camiones de repente aparecen un lunes en la mañana, o llegan un miércoles, o un jueves. Llegó un momento en que tenían a los bodegueros tan locos, que les llegaban los sábados. En tales circunstancias, es muy difícil que alguna organización pueda llevar el control. Hay bodegas que recibían cien bultos de harina de maíz precocida. Ahora reciben treinta, cuarenta, veinte. O reciben productos no regulados en mayor cantidad”.

No obstante, para el común de la gente no tiene absolutamente ningún sentido la discusión sobre si existe o no una “guerra económica”. Le parece una pérdida de tiempo. “La gente lo que se pregunta es cómo hacer para comprar los alimentos en la bodega, en el Pdval, en Mercal. La gente habla diariamente de lo que vive aquí y ahora”, enfatizó Jesús. “Y ciertamente, hay gente que dice que a Nicolás le hace falta un poquito más de mano dura. Como hay gente que te dice, simplemente, que lo está haciendo mal. Pero cuando tú le preguntas a esa gente qué hacemos, te responde las mismas cosas que dice Maduro: que hay que producir, que hay que hacer esto, que hay que hacer lo otro”.

Se manifestó convencido de que “el problema nuestro está en la pedagogía. Explicamos muy mal las cosas. Y hay cosas que ni siquiera estamos explicando. Por ejemplo, la gente no entiende nada de lo que dice Pérez Abad. Ese tipo sale en pantalla y dice que la economía está mejorando, y usa un poco de indicadores y de numeritos, pero eso no tiene ningún sentido para la gente si tú no se lo llevas a su vida cotidiana. De esa forma, el Gobierno pierde mucha credibilidad. Es como si ocultara lo que va a hacer, y la gente quiere saber cuál es el problema, quiere saber cómo lo soluciona, quiere saber qué va a pasar en los próximos tres meses”.

Para Jesús, superar este trance histórico pasa, por supuesto, por resolver el problema de la producción y distribución de los alimentos, pero hace falta más que eso. “Por lo que yo escucho día a día, creo que hace falta asumir muchos errores. Hay un tema moral, de fondo, que nosotros no hemos evaluado: así como en lo micro tenemos a un jefe de UBCH que agarró unos teléfonos y los vendió durante la campaña, o a un jefe de CLP que entregó los taxis como les dio la gana, y ese tipo es el que decide cuándo me van a distribuir los alimentos, así los tenemos en el Gobierno. Entonces, si eso no se corrige, la gente es muy difícil que crea”.

Dedicó sus últimas palabras al Presidente Maduro: “Por ejemplo, si esto es una revolución, el Presidente tiene que saber qué se está comiendo en Tinajita, ahí mismo detrás de Palacio, en su patio. Tiene que ir para allá, y ver cómo está comiendo la gente. Eso pasa, hermano, y créeme que Ramos Allup pasa a la historia. Maduro tiene para hacer eso, fue criado en El Valle. Pararse allá en el barrio y decirle a Ramos Allup: ‘¿Qué vas a saber tú de jugar una partida de chapita, pendejo?’. Pero eso tiene que hacerlo con conocimiento de la realidad. Uno no niega los esfuerzos que está haciendo el hombre. Al tipo le tocó la más fea: preservar el legado de Chávez, lidiar con una guerra como ésta, con el petróleo a treinta. Se la pusieron casi imposible. Pero la derecha no tiene nada. Lo que tiene es el descontento de la gente. Yo no escucho en el barrio, a la gente, apoyando a Capriles o a Ramos Allup. La gente que vivió el Caracazo con veinte años no apoya a Ramos Allup, sabe quién es el personaje. Hay gente que dice que Maduro lo está haciendo mal, pero no dice que le pongan a Ramos Allup, a Capriles, a Leopoldo, a María Corina de Presidente. Y te lo digo con toda propiedad, porque yo conozco a mucha gente opositora. No son una opción. Y para el chavista que está molesto, menos. Me podrán decir que una parte del chavismo votó por la oposición el 6 de diciembre, pero eso fue un voto castigo total. Los diputados antichavistas que ganaron aquí, no han venido a hacer actos públicos, reuniones, asambleas. No tienen ningún arraigo popular”.

Sentido de los comunes: Ese fuego que nos hace resistir


Lo que fue dictando el fuego, portada

He escrito en otra parte que el chavismo (la política redescubierta en la época de Chávez) significó para mí un ajuste de cuentas con la cultura política de izquierda, de la que me alimenté durante mis primeros años de militancia, allá por los tempranos noventa.

Trance por igual doloroso y gratificante, me dispuse, en realidad me vi obligado a desaprender maneras de hacer y de pensar que me impedían, una y otra vez, apreciar la exuberancia de la política protagonizada por el pueblo de carne y hueso que habita el país real. Liberado de tales amarras, deslastrado de tantos prejuicios, me dispuse a aprender de un sujeto colectivo que, con demasiada frecuencia, estaba un paso por delante de nosotros, quienes alguna vez formamos filas en algún partido político.

Veinticinco años después, leyendo “Lo que fue dictando el fuego” (Trinchera, 2015), primera novela de Juan Antonio Hernández, me he reencontrado con lo que, aprovechando las ventajas que otorgan la experiencia acumulada y la mirada retrospectiva, hoy reivindico como lo mejor de la tradición política de la izquierda revolucionaria. Lo más digno. Es como tener dieciocho años otra vez, pero sin la menor señal de nostalgia. Redescubrir en aquello que nos hizo luchar entonces, exactamente lo mismo que nos hace seguir luchando ahora. Para decirlo con palabras del mismo Juan Antonio: “Así comencé a descubrir ese fuego que pertenece a todos, esa potencia invencible, desnudamente comunista, que concatena, milagrosamente y sin cesar, peces, pájaros, mujeres, hombres y constelaciones”.

También he encontrado en “Lo que fue dictando el fuego” una de las definiciones más hermosas del 27F de 1989, acontecimiento fundante de nuestro tiempo histórico: “el encuentro milagroso entre lo que fue y lo que puede ser en un punto donde se produce la afirmación más radical de la igualdad”. Queda mucho trecho por recorrer para reducir a su mínima expresión la leyenda negra sobre el 27F de 1989, que por cierto suscribe en todas sus letras la casi totalidad de la izquierda venezolana. Leyenda negra que reduce el acontecimiento a un “estallido social”, hecho sombrío y vergonzoso de nuestra historia, protagonizado por una masa informe que se dedicó al pillaje. Juan Antonio hace un puntual pero muy significativo aporte, en la dirección de cuestionar los presupuestos de la interpretación dominante sobre el suceso.

De igual forma, coincido con Gonzalo Ramírez, autor de un prólogo memorable, cuando emplea esta misma palabra para referirse al final de “Lo que fue dictando el fuego”. Realmente memorable. Dirigiéndose a su entrañable amigo, Gonzalo Jaurena, caído en combate, escribe Juan Antonio: “Por eso quisiera pensar que, en ese último momento, cuando estabas rodeado por los infelices que te mataron, supiste que habías sido esperado en esta tierra. Esperado por incontables generaciones de insurgentes que imaginaron, una y mil veces, a otros que vendrían. Apuesto a que lo supiste. Y quizá, por eso, comprendiste, hermano, que la memoria profética de los rebeldes que vendrán es un refugio preferible a las falsas promesas de la resurrección o del Paraíso”.

Lo que logra Juan Antonio, entre otras cosas, es narrar la muerte del amigo sin caer en el patetismo de la derrota. No hay melancolía en sus palabras. No puede haberla. Es lo que hubiera querido Jaurena. Es lo que merece. No hay otra manera de rendirle justo homenaje. Como escribiera Daniel Bensaïd en sus “Resistencias”, y con el permiso de Juan Antonio: “Uno puede siempre ser vencido… pero importa no confesarse vencido, no reconocer la victoria al vencedor, no transformar la derrota en oráculo del destino o en capitulación deshonrosa, no dejar que una derrota física se convierta en debacle moral”.

Porque es cierto que siempre será preferible “la memoria profética de los rebeldes que vendrán”, pero, como advirtiera el indispensable John William Cooke en su “Informe a las bases”, “nuestros compromisos son con esta época, sin que podamos excusarnos transfiriéndolos a generaciones que actuarán en un impreciso futuro”. Juan Antonio no es indiferente a esta advertencia, y tal vez por eso repita insistentemente una palabra: “intemperie”. Tal vez sin pretenderlo, “Lo que fue dictando el fuego” enseña, en el mejor sentido de la palabra, que un militante revolucionario debe estar preparado para lidiar con la intemperie.

El secreto consiste en no dejar de cultivar ese fuego que nos hace resistir, ese “ardimiento”, como dijera Chávez en varias oportunidades. Escribía Bensaïd estas palabras que nos suenan hoy tan familiares: “So pena de aceptar la humillación sufrida, la herida en la dignidad debe traducirse en una acción. Se ha sido ofendido. Es necesario entonces ir más allá del grito, más lejos aún de la indignación, y transformar todo ello en revuelta activa. Es necesaria, sin duda, una forma de voluntad y una forma de valor, una toma de riesgo en la que, por definición, no se domina la salida”.

No hay, compañeros y compañeras, otra forma de evitar los callejones sin salida históricos.

Sentido de los comunes: Hijos e hijas


Orlando Monteleone, Hijas
Foto: Orlando Monteleone

¿Cómo saber que los mejores años de tu vida han quedado atrás? Diría que, entre otras cosas, cuando tienes cuarenta y dos y tu hija de quince comienza a reclamar tiempo para sí misma. Es natural: está comenzando a vivir. En mi caso, en cambio, es muy probable que los años que tengo para vivir sean menos que los vividos. No sé qué dirán los expertos al respecto. No sé cuánto de lugar común hay en todo esto. Para mí, es una situación completamente novedosa y con eso me basta. Es una verdad del tamaño del universo que sólo se me revelaría en este preciso momento. Será una cuestión de carácter, pero son circunstancias que asumo sin mayor drama, aunque al principio me haya costado entenderlo y asimilarlo. Confieso, eso sí, que me asalta la nostalgia: hemos vivido unos años realmente maravillosos. Sé perfectamente que, tanto como la inevitable tragedia, queda mucha maravilla por delante. En cada nueva etapa, nuevas revelaciones. Confío en que los que vienen a relevarnos sabrán sorprendernos. En cuanto a nosotros, hijos e hijas de 1989, no perdamos más tiempo y enseñemos a nuestros hijos e hijas que los que desean vernos acabados no nos han dejado otra opción que rebelarnos nuevamente.

Sentido de los comunes: Diluir el odio


CLAP eres tú distribuyendo los alimentos.jpg

1. Nunca se insistirá lo suficiente en el hecho clave de que la guerra económica apunta a destruir la sociabilidad construida por la revolución bolivariana. Una sociabilidad que es hechura popular, fundada en la recuperación de la dignidad, en la solidaridad y en el deseo de transformar la propia realidad.

2. Comprender el conjunto de condiciones de diversa índole que le han hecho posible, asumir que existe tal cosa como una sociabilidad construida popularmente durante la revolución bolivariana, exige de parte importante de la sociedad venezolana, y fundamentalmente de su clase media, abandonar su proverbial narcisismo, su profunda incultura política. Exige asimilar que para la mayoría de la sociedad venezolana, los años que siguieron a la primera victoria electoral de Chávez fueron los mejores de sus vidas. Irónicamente, esto sigue resultando inconcebible para buena parte de una clase media que, durante el mismo período, vio mejorar sus condiciones materiales de manera significativa.

3. Este último dato da cuenta de la relación entre pasiones políticas y constitución de subjetividades antes y durante la revolución bolivariana: el sujeto chavista se constituyó a partir de, y al mismo tiempo produjo, profundas transformaciones en el campo cultural o, si se quiere, inmaterial. Sentadas las bases de una nueva cultura política, se dispuso a transformar sus condiciones materiales de existencia. El antichavismo desconoce, o simplemente es incapaz de comprender este proceso de constitución de subjetividad, y la irrupción del sujeto popular es interpretada como una amenaza a su forma de vida, no importa si sus condiciones materiales mejoran. Desconocimiento, incomprensión y percepción de estar bajo amenaza son determinantes en el proceso de subjetivación del antichavismo.

4. Para la generación que vio emerger al chavismo como sujeto amenazante, peligroso, el mundo de lo popular era ya, de por sí, un mundo absolutamente ajeno, extraño, una referencia lejana. Una realidad de la que muchos habían logrado escapar, “ascendiendo” socialmente. Un mundo representado de manera grotesca, caricaturesca, en el cine y en la televisión, en la literatura, en la prensa. Una realidad de la que se sabía poco o nada. El “submundo” que salió quién sabe de dónde el 27F de 1989, pero que con la misma había vuelto a desaparecer. Ese más allá inaccesible, ese lugar vedado a la mirada, si la intención era vivir en la ficción de una conciencia tranquila y conciliar el sueño sin remordimientos.

5. Para una clase habituada, en Venezuela y en todas partes, a creerse el centro del universo, la sola existencia de un sujeto político popular, protagonista de una épica democrática y revolucionaria, dispuesto a hacer todo lo que ella fue incapaz de iniciar, le resultó siempre algo inaceptable.

6. Visto lo anterior, se entiende por qué el antichavista promedio es tan aficionado a la “política boba” como el peor de los oficialistas: para el primero, es vital creer que cualquier chavista es un Alejandro Andrade encubierto o en potencia, un irracional, un violento o simplemente un ignorante; para el segundo, cualquier antichavista es un Henry Ramos Allup encubierto o en potencia, un guarimbero o simplemente un traidor a la patria. Para ambos, no existe más política que la de los políticos, en su sentido más tradicional, y tal cual estos últimos, sólo son capaces de hacer ejercicio de la política de manera cínica, con arreglo a intereses individuales o de grupos, de espaldas a la voluntad de los comunes. Lo mismo pactan en secreto que buscan aniquilarse. Pero más allá de todas estas coincidencias, tal vez la más importante sea su desconocimiento de la política de los de abajo.

7. A esta política de los de abajo o de los comunes se le desconoce tanto en el sentido de que se le ignora deliberadamente, como en el sentido de que ni siquiera se sabe de su existencia. Esto último es lo que pretende cierto antichavismo que se ubica más allá del bien y del mal, y desde ese no-lugar la emprende contra “el poder”, así, en abstracto, mientras insiste en que la guerra económica es una argucia propagandística. Eso sí, a la oligarquía ni con el pétalo de un rosa.

8. Aquí abajo, donde se ejerce la política de los comunes, debemos lidiar con todas las miserias de este sistema putrefacto, con toda su violencia; con los estragos que produce el modelo capitalista rentístico, en crisis terminal desde finales de los años 70; con los efectos más perniciosos de la “política boba”, que nos distrae de lo fundamental y nos inmoviliza. Y sin embargo, seguimos trabajando para construir espacios para conjurar el odio.

9. Tan claro tenemos cuál es nuestro enemigo, que sabemos muy bien que no es nuestro vecino o cualquiera que piense diferente. Lo hemos sabido siempre, y por eso hemos procurado evitar no el conflicto, sino la guerra. Por eso, en cada coyuntura, sin excepción, hemos apostado por la política. Nuestro desafío sigue siendo construir un nosotros amplio, diverso, plural, un espacio en el que podamos disputar de igual a igual con nuestros adversarios.

10. Pero la guerra se nos impone, como si de una fatalidad se tratara. Una guerra que, para lograr los objetivos que persigue, es fundamentalmente incruenta, al menos hasta ahora. Una guerra que suscita el quiebre de la sociabilidad que construyó el chavismo, para que la dignidad popular dé paso a la indignidad del humillado, para que la solidaridad dé paso a la brutal competencia, para que la resignación se imponga sobre el deseo de cambio revolucionario. Entonces, si el cálculo de los cínicos así lo ordenara, la guerra más cruenta.

11. Por eso, más recientemente, el ataque tan despiadado contra los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), cuya creación constituye, sin duda, la decisión política más audaz tomada por Nicolás Maduro en los últimos tiempos. Forzado por las circunstancias, dado el colapso de la red pública de distribución, corrompida hasta los tuétanos, y con la red privada de distribución bajo el control casi absoluto de las fuerzas económicas que conspiran contra la democracia venezolana, el Presidente apeló a la organización popular procurando garantizar, progresivamente, la distribución de un mínimo de productos de primera necesidad, cuya adquisición supondría más privaciones o humillaciones, cuando no sería sencillamente imposible.

12. Pero más allá del asunto puntual y decisivo, al mismo tiempo, de la distribución de alimentos, los CLAP constituyen una iniciativa orientada a diluir el odio: su organización previene contra la pasividad, promueve el trabajo territorial, está dirigida a todos por igual, sin distinción de posición política, como todas las políticas del gobierno bolivariano; permite evitar, al menos parcialmente, las penurias y los riesgos asociados a las interminables colas. Obviamente, un instrumento tan potente también convoca a los nefastos personajes de siempre, que aprovechan la circunstancia para pasar factura ni siquiera a los antichavistas, sino a chavistas con los que tienen diferencias; para tomarse la foto y luego seguir haciendo más de lo mismo: nada; para poner el instrumento al servicio de intereses clientelares; para robar. Pero allí donde proceden como corresponde, el resultado es satisfacción, seguridad, tranquilidad, y lo más importante: confianza recobrada en la fuerza popular.

13. Los CLAP no serán la solución a todos nuestros problemas, ni está planteado que así sea. Pero van en el camino correcto. Más importante aún, es muy probable que representen la última posibilidad de dirimir el conflicto por la vía política. El antichavismo mayoritario, ese que, por ejemplo, estuvo en desacuerdo con la guarimba, tendría que ser capaz de entender que su clase política optó, casi por completo, por abandonar la vía electoral. Pudiendo derrotar al gobierno bolivariano a través del voto, optó por la derrota de la política. El desafío que tenemos por delante todos los venezolanos, unos y otros, es nada menos que derrotar el odio.

Sentido de los comunes: Para no desandar el rumbo estratégico


Chávez, Plan de la Patria

Existe un cierto tipo de funcionario muy dado a la idea de que esta revolución, durante demasiado tiempo, “despilfarró” el dinero en su afán porque las clases populares se alimentaran más y mejor.

No me refiero a la preocupación genuina por adecuar oportunamente los precios y garantizar mínimos razonables de rentabilidad, de manera de hacer viable el propósito de disputarle a la oligarquía el control de la economía nacional, y ya no sólo de la fuente principal de la renta: el petróleo.

Me refiero al funcionariado que le tiene pavor a los controles (de precios), en general es reacio a los subsidios (de los alimentos); se siente cómodo negociando con los actores económicos que le garanticen cuotas satisfactorias de producción, es decir, con los grandes empresarios, sin preguntarse un solo segundo cómo producen y a qué precio (político, social, cultural).

Es un funcionariado que siente una muy profunda desconfianza por toda forma de organización popular: está absolutamente convencido de que los recursos que el gobierno nacional entrega a consejos comunales y Comunas es dinero perdido. Cuando tiene oportunidad, le apuesta de manera deliberada al debilitamiento de estas formas de organización, financiándolas con fines clientelares, suscitando la división en el seno del pueblo.

Entre uno y otro: poderoso grupo económico o pueblo organizado, se inclina siempre por el primero, excusándose en la imperiosa necesidad de “producir” y en la supuesta “incapacidad” del segundo para hacerlo. No le interesa sino hacer viable la reproducción del actual estado de cosas. El tipo de discusiones planteadas aquí le parece una absoluta pérdida de tiempo. No le quita el sueño el desafío de producir una sociedad más justa e igualitaria, y el socialismo le resulta una entelequia a la que eventualmente hay que invocar para seguir haciendo más de lo mismo.

Si por alguna razón es humana o políticamente imposible apartar totalmente a este funcionariado de los espacios de decisión, no podemos permitirnos dejar de hacer lo que sea necesario para mantenerlo a raya.

Asediado por los cuatro costados, sometido a chantajes y provocaciones de toda índole, resistiendo como pocos lo han hecho, con ganas de pelear, difícilmente el pueblo venezolano sea capaz de tolerar que decisiones tan sensibles como las que conciernen al campo económico se tomen a puertas cerradas. Todo tiene un límite.

Por eso es tan importante, tan impostergable, tan fundamental, que se informe, si ya no oportunamente, al menos suficientemente, por ejemplo:

1) en qué consisten los acuerdos firmados recientemente por nuestro gobierno con transnacionales (Procter & Gamble, Pfizer, etc.) y empresas nacionales (Consorcio Oleaginoso Portuguesa, Papeles de Venezuela, etc.), sus implicaciones en materia de adecuación de precios, y los criterios a partir de los cuales se están calculando las respectivas estructuras de costos; todo lo cual, en el marco de la activación de los motores de la Agenda Económica Bolivariana;
2) de qué manera se estableció la estructura de costos de los alimentos y productos cuyos precios han sido adecuados recientemente (la mayoría por encima del 1000 por ciento);
3) qué criterio se empleó para aumentar la maquinaria agrícola (Belarus, John Deere, Massey Ferguson, Kuhn) que vende Agropatria entre 460 y 1789 por ciento;
4) qué tipo de acuerdos se establecieron con los actores del sector Banca y Finanzas, durante reunión del 25 de mayo de 2016;
5) en qué consiste la “revolución tributaria” anunciada por el Presidente Maduro en su alocución del 17 de febrero de 2016.

Son muchas más las preguntas que podrían hacerse, lo que no necesariamente habla de la perspicacia popular o de su espíritu inquieto, sino de la dificultad para encontrarle sentido al menos a una parte de las medidas económicas que se han venido implementando.

Sería lamentable, por decir lo menos, que se incurriera en el error de interpretar este diagnóstico como demostración de la característica ingenuidad de los radicalismos de todo tiempo y lugar, desconocedores de la importancia del diálogo e, incluso, de la necesidad de dar un paso atrás en momentos de dificultad.

El diálogo no sólo es necesario: es que además debe cualificarse, hasta convertirlo en un ejercicio de pedagogía permanente, incorporando activamente al pueblo venezolano en la discusión sobre la orientación que debe seguir la política económica, específicamente. Para lograrlo, habrá que evitar, en la medida de lo posible, los diálogos de sordos que se dan en espacios controlados por la burocracia política que, con la cortedad de miras que le distingue, está siempre ocupada disputándose pequeñas cuotas de poder.

Respecto de los retrocesos, pues para nadie es un secreto la avanzada que, a costa del sufrimiento popular, ha protagonizado el antichavismo, muchas veces capitalizando nuestros propios errores. Pero una cosa es una concesión táctica y otra muy distinta es desandar el rumbo estratégico.

Cuando se sugiere, por ejemplo, que es necesario aumentar los precios de los alimentos y de otros productos para que las transnacionales decidan producir y, eventualmente, la rapaz burguesía comercial importadora levante el asedio contra el pueblo venezolano, se está desandando el rumbo estratégico. No sólo se está cediendo al chantaje, lo que ya de por sí es inaceptable, sino que se está sembrando la confusión en filas populares; se está subestimando la capacidad de leer el momento histórico que tiene un pueblo que se politizó con Hugo Chávez.

Cuando incurrimos en el despropósito de creer, ahora sí ingenuamente, que vamos a superar el “rentismo” y, más aún, garantizar la continuidad de la democracia bolivariana, negociando con banqueros y grandes terratenientes, estamos desandando el rumbo estratégico.

Cuando vivimos de la ilusión de superar este difícil trance histórico haciendo cosa distinta de obligar a la oligarquía a pagar los efectos de la “crisis”, estamos desandando el rumbo histórico.

Cuando se hace balance y se concluye que lo que ocurrió durante los primeros tres lustros de este siglo no fue un épico proceso de reivindicación histórica de las clases populares, sino principalmente la entronización de prácticas perniciosas o demagógicas como el consumismo o el despilfarro, estamos desandando el rumbo estratégico. En todo caso, son los burócratas de la política, muy dados al clientelismo, y los “nuevos ricos”, los que tienen que rendir cuentas.

Cuando se impone la perspectiva “técnica” o “pragmática” en el manejo de los recursos del Estado, de acuerdo al imperativo de que cualquier consideración política es secundaria, estamos desandando el rumbo estratégico. A los “pragmáticos” les haría muy bien el brutal pragmatismo de una cola para comprar productos regulados, a ver si nos vamos entendiendo.

Cuando se impone la idea de que podemos gobernar ignorando el imperativo ético de hacerlo, en primer lugar, pensando en las penurias de nuestro pueblo más pobre, al que no le alcanza el dinero para alimentarse dignamente, estamos desandando el rumbo estratégico.

Cuando se gobierna desde la desconfianza permanente a toda forma de organización popular, dejando para pasado mañana la tarea de promover el autogobierno popular, estamos desandando el rumbo estratégico.

El horizonte estratégico está allí para orientarnos. Millones de ciudadanos que continúan haciendo todo lo posible por no vacilar, tienen todo el derecho de exigir que no nos extraviemos.

Sentido de los comunes: Confianza


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A propósito de los riesgos que entraña el hecho de que el pueblo organizado maneje recursos (consejos comunales) y más recientemente la distribución de alimentos (consejos comunales, Comunas, CLAP), y que tanta desconfianza producen en algunos: si Chávez se hubiera puesto nada más que a enumerar los riesgos que entrañaba hacer una revolución pacífica y democrática, como correspondía en aquel momento histórico, se hubiera dedicado a su carrera militar. Estaría disfrutando de sus hijos y nietos, haciendo planes para retirarse, mientras camina por alguna calle de San Fernando de Apure. Seguramente estaría, ahorita mismo, a la orilla del río, sintiendo el rugir del Apure inmortal, casi tocando el sueño con sus manos, haciendo el recorrido mental, una y otra vez: “Buscaré un carrito y me iré rumbo a Biruaca y después pasaré por Apurito, pasaré por El Samán, pasaré por Achaguas primero, claro. Después pasaré por Mantecal y allá llegaré a La Y. Si uno coge a la derecha sabemos, pues, va rumbo a Bruzual, pero no, yo no me iré para allá. Yo cruzaré a la izquierda y me iré para Elorza, me iré para Arauca de nuevo a recorrer esas sabanas que yo llevo en el alma, y llegaré hasta allá, hasta el caño Caribe, hasta las sabanas de Arcornocal, y más allá llegaré hasta el río Capanaparo, llegaré hasta Carabalí, hasta Barranco Yopal y más allá, hasta que me seque el tiempo y me vuelva terrón y me vuelva tierra y me vuelva agua de esta sabana”.

Pero no: Chávez decidió por la audacia y por la infinita confianza en el pueblo que tanto amó. Decidió volverse pueblo.

Sentido de los comunes: El “madurismo” no existe


Chávez, Nicolás, 8 diciembre 2012

Muchos equívocos están asociados al uso de la palabra “madurismo”. El principal de ellos, la idea de que ésta enuncia la ruptura que se habría producido con la muerte del comandante Chávez, luego de la cual la revolución bolivariana habría entrado en una etapa irreversible de decadencia.

Chávez mismo no sólo se anticipó a esta interpretación: su última alocución pública, el 8 de diciembre de 2012, tuvo como propósito dejar en claro que Nicolás Maduro era garantía de continuidad de la democracia bolivariana. Tal fue su decisión “firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total”, a pesar de que haya quien se haga hoy el olvidadizo.

Mal que le pese a los oportunistas, Nicolás Maduro representa, en los actuales momentos, la única garantía de seguir conduciéndonos por la vía de la radicalización democrática de la sociedad venezolana, con todo y las profundas contradicciones internas que hoy se expresan a lo interno del campo popular y revolucionario.

“Madurismo” es palabra en boca de aquellos que más allá de constatar lo evidente: el hecho de que Maduro no es Chávez, se valen de esta circunstancia para minar el liderazgo de Nicolás Maduro. En este caso, la palabra distrae de la verdadera intención de quienes la usan: la de traicionar al Presidente de la República, y con ello a la mayoría popular que lo eligió, y en última instancia desconocer la voluntad última de Chávez, de quien, irónicamente, se reclaman genuinos legatarios.

La idea del “madurismo” como una versión desmejorada del chavismo expresa varias posturas: en el antichavismo, fundamentalmente la de aquellos que tienen muy clara la necesidad de derrotar simbólicamente al chavismo, luego de que este último lograra imponer las ideas-fuerza asociadas a su cultura política, al punto de que una parte de la clase política opositora, resignada, pretendiera copiar a Chávez. En el chavismo, es frecuente entre quienes ya no están dispuestos a seguir autodefiniéndose como chavistas, ahora que atravesamos tiempos de vacas flacas.

Obviamente, el antichavismo ignorará que tanta “decadencia” guarda relación estrecha con el brutal ataque que en todos los campos, y principalmente en el económico, sufre la sociedad venezolana. Al contrario, el actual estado de cosas será demostración del fracaso del “madurismo”. El acto de poner sobre la mesa las múltiples evidencias de la guerra total anti-popular, será despechado como una maniobra del “madurismo” para evitar reconocer sus culpas, entre otras, la de haber “traicionado” el legado de Chávez, según cierta izquierda antichavista.

Este último caso es particularmente deleznable. Lo advertía el comandante Chávez el 8 de diciembre de 2012: “los adversarios, los enemigos del país no descansan ni descansarán en la intriga, en tratar de dividir, y sobre todo aprovechando circunstancias como éstas”. Pues esta minúscula izquierda antichavista, impotente hasta el extremo, no sólo no es ni será capaz de dividir para vencer: divide porque hace mucho tiempo está derrotada. Divide nada más que para que los enemigos del país tengan alguna oportunidad de vencer.

El “madurismo” no existe, incluso si al chavismo hay que rehacerlo. Para recuperar toda su potencia subversiva, creadora, revolucionaria, que es exactamente todo lo contrario de lo que desean quienes se llenan las fauces hablando de “madurismo”.

Sentido de los comunes: ¿No hay alternativa?


Thatcher y Pinochet

¿Usted es de los que militó alguna vez en el chavismo, pero se entusiasma al ver que ha iniciado el proceso que, eventualmente, podría significar la revocatoria del mandato de Maduro?

Usted no está solo. Pero es muy importante que sepa de quién está acompañado.

En su libro El “lenguaje al revés”, la antropóloga Jacqueline Clarac cuenta la historia de una singular indagación que realizó en el año 2003. El universo: más de tres mil encuestados. A quienes se oponían a la revolución bolivariana, preguntó: “¿Por qué no quiere a Chávez?”. A quienes le apoyaban, preguntó: “¿Por qué quiere a Chávez?”.

Luego de enumerar las respuestas más frecuentes y representativas de lado y lado, Clarac concluye: “Al comparar los dos bloques de respuestas, nos podemos dar cuenta inmediatamente que las del primer bloque son todas regidas por emociones viscerales: odio, racismo, rencor, agresividad, actitud de exclusión, mientras que el segundo bloque, aunque presenta también algunas respuestas emotivas (sobre todo en las que se expresa admiración por la belleza del Presidente, y/o amor por él, que son respuestas más que todo de algunas mujeres), la mayoría son razonadas, buscan un motivo para explicar su aceptación del proceso, sin odio por los que les hicieron tanto daño (a través de los siglos hasta ahora), además de expresar a menudo gran alegría”.

Clarac iba más lejos: “… la ignorancia generalizada del venezolano… acerca de la formación de su propia sociedad, los estereotipos racistas, los problemas de identidad cultural, la vergüenza étnica y la vergüenza cultural, la alienación cultural, nos hemos podido dar cuenta con el actual proceso de cambio que están mucho más presentes estos problemas identitarios en la clase media y la clase dominante que en la clase marginada”. Respecto de esta última, agregaba: “sin embargo, tenían antes, de todos modos, un problema: el de la subautoestima, la autodevalorización inducida porque no tenían educación formal, por bajo estrato socioeconómico, por su bajo poder adquisitivo, por la dominación que sufrían de algún sector, por su no participación real en la vida sociopolítica del país… Esta subautoestima está empezando a desaparecer ahora…”.

Lo fundamental de la base social de apoyo a la revolución bolivariana se amalgamó a partir de la alegría popular por la dignidad redescubierta. En contraste, la oligarquía venezolana atizó y capitalizó aquel odio y demás “emociones viscerales” de las clases media y alta, su ignorancia y sus prejuicios, para hacerse de su base social de apoyo.

Si algo ha procurado la oligarquía venezolana con su brutal ataque a la economía nacional, que se ha manifestado con inusitada virulencia a partir de 2015, es romper los vínculos sociales forjados por el chavismo.

Valiéndose de los errores, omisiones y complicidades de parte del funcionariado y de la clase política, de su alianza estrecha con la “nueva clase” surgida al amparo de la revolución bolivariana, la derecha venezolana ha comenzado a cobrarle al pueblo venezolano por haberse atrevido a creer en sí mismo. Le está cobrando con creces su alegría de todos estos años. Allí donde persisten, de manera terca, la solidaridad y el espíritu de colaboración, la derecha estimula el individualismo y la brutal competencia.

Ciertamente, parte importante del chavismo no ha renunciado a la idea misma de horizonte, no ha caído en la trampa de poner en duda su propia fuerza. Pero existe, necesario es reconocerlo, una porción de chavismo que sucumbió al chantaje del callejón sin salida.

La oligarquía celebra esta circunstancia como jamás lo hizo. Mientras tanto, hace las veces de fuerza democrática que lucha heroicamente contra un puñado de corruptos y “boliburgueses”, como le encanta repetir.

El detalle es que esta oligarquía que, por primera vez en mucho tiempo, se asoma como opción de poder, nunca fue capaz de superar sus odios y prejuicios. Todo lo contrario, se organizó y movilizó a partir de ellos. Su gran “victoria”, y tal vez esto dé cuenta del signo de los tiempos, radica en haber encontrado la forma de hacerle la vida miserable al pueblo venezolano. A tal punto miserable, que una parte de los que ayer recuperaban, hermosos y gozosos, su dignidad, hoy renuncian a ella bajo el imperativo del “no hay alternativa”.

El “cambio” que hoy propone la oligarquía venezolana es heredero directo de un eslogan que se popularizó en Inglaterra durante los años 80, bajo el mandato de Margaret Thatcher (1979-1990): “No hay alternativa” (There is no alternative). Lo que ella nos dice es que tiene que haber “cambio” en Venezuela porque no hay alternativa al neoliberalismo.

Si usted se descubre apoyando, con entusiasmo incluso, cualquier iniciativa de la derecha venezolana, piénselo dos veces. Y hasta más, si es necesario. Si el caso es que usted dejó de creer en la invencibilidad de un pueblo unido, recuerde que es mejor estar solo que mal acompañado.

Dadas las circunstancias, nada más optar por la soledad ya es una importante victoria. Tal vez entonces recuerde, mientras dialoga consigo mismo, que nuestra opción más digna como pueblo sigue siendo dar la pelea por radicalizar la democracia bolivariana.