Por una cuestión de principios. (Para pensar la militancia). (I)


S/T. César Vásquez. 120 x 130. Acrílico.
S/T. César Vásquez. 120 x 130. Acrílico.

«Uno tiene que ir muy de cuando en cuando a los principios, volver a los principios… retomar, recargar, refrescar, reimpulsar».
Hugo Chávez, en reunión con dirección ampliada del PSUV, lunes 28 de marzo de 2011.

Se me hiela la sangre cada vez que recuerdo el relato de cierto taxista anónimo sobre la ocasión en que arrolló a un motorizado, dejándolo tendido sobre el pavimento, muy probablemente muerto. Me contó que aquello sucedió por El Paraíso, durante la madrugada, lo que facilitó la fuga. Pero sobre todo recuerdo la absoluta serenidad del taxista, la ausencia en su voz de cualquier asomo de arrepentimiento o culpa: el motorizado había cometido alguna imprudencia, y él no había tenido otra opción que atropellarlo. Además, argumentaba, los motorizados eran una especie de «plaga» que vendría bien exterminar.

Hay silencios que  no son cómplices: sentí vergüenza y rabia.

Todavía me pregunto qué puede llevar a un ser humano a rozar de esta forma, a franquearlos más bien, los límites de la deshumanización. No estoy muy seguro. Pero lo que sí tengo claro es que nada, absolutamente nada, justifica un razonamiento de este tipo. Nada justifica la naturalización de la muerte, mucho menos del homicidio, de la clase que sea.

Pensaba en esto a propósito del rumor silencioso que percibí luego de la muerte de más de una cincuentena de presos en Uribana. Cuando escribo esto no tengo en mente a los portavoces oficiales del gobierno nacional. Ese sería otro tema. Me refiero en parte al entorno más cercano, conformado por amigos y compañeros militantes de la causa bolivariana. Pienso en la gente que leo frecuentemente a través de las redes, por ejemplo. Tal silencio, casi unánime (siempre habrá excepciones honrosas), una cierta indiferencia y hasta cierto desdén, me hicieron sentir vergüenza. Rabia.

Luego, al ver cómo un problema tan urgente y una tragedia tan terrible se subsumía dentro de la lógica de la política boba, sentí impotencia. En ocasiones dejamos mostrar una dependencia tal por el insulto (como si insultar a quienes nos insultan nos hiciera más dignos), una afición tal por la denuncia de macabros planes ocultos (no descarto que a veces existan), que pasamos por alto el problema central. En el caso de Uribana, como en casi todos, es la vida.

¿Qué puede justificar nuestra indiferencia frente a lo acontecido en Uribana? No hablo de la población general. Hablo de nosotros, militantes bolivarianos. Más grave aún: ¿cómo es posible que cualquiera que se asuma como revolucionario pueda llegar a justificar, bajo el argumento que sea (se trata de pranes y asesinos armados que no merecen misericordia, se trata de un plan desestabilizador, etc.), la muerte de seres humanos?

Sin duda, Uribana nos plantea los dilemas éticos propios de una situación límite. No obstante, en situaciones si se quiere ordinarias, es decir, aquellas que no necesariamente comprometen la vida humana, he llegado a percibir el mismo desdén de gente que se dice muy de izquierda. Gente de izquierda a la que no le gusta mezclarse con el pueblo chavista, y respecto del cual tiene una imagen en extremo parecida a la que de él tiene el antichavista promedio: igualado, ignorante, pedigüeño, de mal gusto. El caso del desprecio cuasi «universal» por el motorizado (y quizá sea por eso que establecí la relación, en primer lugar), tanto como el caso de la reacción (semejante al asco) frente a los jóvenes que escuchan o bailan reguetón, por citar sólo un par de ellos, son emblemáticos de lo que aquí expongo.

Los más cínicos suelen interpretar esta «defensa» de los motorizados y de los jóvenes que escuchan reguetón como una impostura característicamente pequeño-burguesa, que históricamente se ha expresado como admiración romántica y acrítica por los delincuentes, los proscritos o los trashumantes. Lo más irónico es que casi nunca escucho reguetón y nunca he manejado motocicletas. No los considero como «modelos» de absolutamente nada, pero tampoco considero «modelos» las grandes camionetas (y si es con escoltas, pues mucho mejor), y mucho menos la música que llaman «clásica», como sí lo hacen muchos de nuestros izquierdistas. Dicho brevemente, si tenemos que hablar de imposturas, la mayor de todas es esa doble moral con la que juzgamos y disimulamos nuestros prejuicios o privilegios, según sea el caso.

Incluso preguntaría: ¿acaso existe un modelo de lo que debe tenerse como «revolucionario», una ética, una estética revolucionarias?

Al respecto, dejo sentada mi postura: por una cuestión de principios siento un profundo respeto por todas las expresiones éticas y estéticas del pueblo pobre, y estoy absolutamente convencido de que su «risa bárbara» (al decir de Walter Benjamin) encierra más humanidad y alegría que cualquier otra.

Lo cierto es que es posible identificar los signos de un conservadurismo entre nosotros, los militantes bolivarianos, que no por disfrazarse de «revolucionario» o «socialista» lo es menos. Y así pasamos al siguiente punto: ¿qué sucede cuando el mismo desdén se manifiesta en situaciones que conciernen a la esfera política?

En un seminario que impartiera Enrique Dussel en la sede del Partido Sandinista, en Nicaragua, en 2002, y con la presencia de varios comandantes, discutían sobre el hecho de que «frecuentemente…  los «revolucionarios» de izquierda habían sido hasta heroicos en sus actos políticos (o en su estrategia militar como guerrilleros en las inhóspitas montañas), pero se conocían casos de «doble moral» (incoherencia ética) con respecto a las «compañeras», en el nivel de las relaciones de género, con las que se ejercía un machismo tradicional; o en la cuestión de la raza, discriminando a los de raza afro-latinoamericana; o en la cuestión de la propiedad ocupando residencias del antiguo régimen y contando dichos bienes como propiedad privada de algún comandante sin el pago respectivo, etc.».

Dussel, que concibe un «campo político» cruzado por varios «campos materiales» (o «sub-esferas» ecológica, económica y cultural, como las más relevantes), trabaja la hipótesis de que la referida «doble moral» de los comandantes tenía su explicación en la inobservancia del «principio de coherencia».

Resumiendo un planteamiento que es más denso, y que vale la pena revisar con detenimiento, Dussel concluye que los militantes revolucionarios tenemos que situarnos «desde el «lugar» de los que sufren efectos negativos de las acciones de un sistema, de una institución, de un «orden»… En cada «campo» habrá sistemas específicamente diferenciados, y en cada uno de ellos habrá «otro» tipo de víctimas (en la familia, la dominación o exclusión de la mujer; en la economía, de los pobres excluidos; en la política, de minorías o mayorías dominadas; etc.). Para ser «coherente» habrá que descubrir en cada «campo» concreto el tipo de estructura, y dentro de ella la dominación, y por lo tanto definir con precisión el tipo de «víctima»».

Así, una «ética de la liberación» es la que identifica «a la víctima primeramente como «pobre»». Pero luego existen otras: «el niño y la cultura popular en el «campo» pedagógico; la mujer en el erótico; las naciones periféricas subdesarrolladas y explotadas por un capitalismo del centro metropolitano desarrollado; etc.».

Una eficaz «política de la liberación», agregaría, no es la que privilegia la lucha que se desarrolla en determinado campo, sino la que traduce la articulación de los sujetos que en cada campo padecen la dominación, y que juntos luchan por su emancipación.

Observaciones que tendríamos a bien tomar en cuenta para no terminar militando en las filas de los dominadores.

9 opiniones en “Por una cuestión de principios. (Para pensar la militancia). (I)”

  1. ¡Y bravo por la coherencia ética!. La única que puede darnos la oportunidad de… «volver a los principios». Y uno la celebra en ti porque sabe que estás cerca de ese poder que corrompe, y vuelves siempre la mirada hacia tu gente. Ojalá siempre te sientas parte del pueblo.

  2. !Bravo Reinaldo! Me avergüenza reconocer que ante los hechos de Uribana no expresé mi indignación, tal como la sentí, más que con un post en tu muro de solidaridad con el dolor de esas familias, no tanto por las razones que tú señalas, sino por el miedo, el puto y vergonzoso miedo, de quedar atrapada en la polarización. Porque son muy pocas las voces que, como la tuya, se levantan con valentía ante estas situaciones. Coincido a fondo contigo, a los que no les duelen los muertos de Uribana (hayan cometido los crímenes que hayan cometido, y creo que más de uno solo cometió el «delito de nacer pobre»), a quienes no les duelan esos muertos, repito, no le creo que les duelan otras injusticias. En los otros campos que señalas (g{enero, minorías, etc), viví (y vivo) enfrentada siempre con los «militantes» cuya única causa que defienden es la de la adscripción a su bandera política, porque todo lo otro «divide». Por eso, cuando alguien como tú o como Enrique Dussell dice con inteligencia y excelente prosa lo que yo quisiera decir, se agradece tanto. Los muertos de Uribana deben ser nuestros muertos, y por ellos se debe buscar justicia como la buscamos para otros muertos. Así lo siento de verdad. Fui presa, estuve en ambientes carcelarios, fui familiar de presos, y cada vez que pienso en las personas que están privadas de libertad y en sus familias no puedo sentir más que solidaridad (y horror!). En Venezuela y en Argentina (hablo solo de los países que conozco) esa es también una inmensa deuda social que no termina de saldarse. Y es parte inescindible de un todo, no es un «tema aparte»…
    abrazos agradecidos, cuando te leo me siento acompañada…
    Marisa

  3. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario. El Che Carta a sus hijos.

    Abzo.

  4. Mi hermano, me gustó tu artículo, y como dices siempre es bueno retomar, refrescar… en primer lugar que quienes van a las cárceles en Venezuela son los pobres. La cosa es que si (por ejemplo) eres un roba carros, y te pasan, te empieza a buscar el CICPC. Ahí comienza la discriminación del pobre. La multa. Los montos son grandes, hay personas a quienes les han pedido 1000 millones de bolívares para no pasarlo a captura del CICPC (es más o menos lo que piden a los que hacen secuestros express). SI agarran a una persona con cocaína sea paseando o en lo que sea la multa es mayor de a quienes agarran con marihuana. Si lo agarran en el carro robado, a todos los que estén en el carro, así sea Benedicto XVI que pasó por ahí y le estaban dando la cola, les piden 90, 100 millones. En el palacio de justicia desde quienes están en la recepción hasta quienes buscan en el sistema a los que se presentan, todos piden dinero. Si una persona cometió un hecho punible (para hablar en los términos del Código Penal) lo primero que tiene que pasar es por un audiencia. Si quien está abajo puede dilatar a los testigos, la audiencia se aplaza. SI quien está abajo le dice a los testigos o al agraviado «que la jueza no ha llegado», entonces no sube, y también se aplaza la audiencia. Hay es donde llega el abogado y pide la garantía procesal: régimen de presentación (en algunos casos se desiste la causa). Pero una vez más, el que no puede pagar, simplemente sigue en captura del CICPC. Después de dos semanas en captura, o en zona 7, o donde lo pongan, entonces hay que mover a la persona a un retén. Sin condena, sin derechos, sin garantías. Hay quien dice que en Venezuela no existe la pena de muerte, pero hoy en día enviar a una persona a una cárcel puede ser una pena de muerte. Y otra vez: es el pobre el que paga. ¿Quién le pasa las armas a los pranes, luceros, perros y población? La ministra Iris Varela hizo algo admirable, dijo (y parafraseo): funcionarios corruptos del Ministerio de Interior. Pero ¿cuáles guardias de eso han muerto por lo que hacen? Hay unos casos de algunos presos, pero otra vez, la vida del pobre vale menos, el guardia (aunque también sea pobre -ligeramente desclasado) no sufre las del pobre. Hoy en día hay un despliegue brutal de policías porque la inseguridad «está haciendo estragos». Pero la inseguridad es un tema de quién, y sobre todo cuál tipo de inseguridad. En el cerro la gente ha visto la inseguridad toda su vida. No es el carro que le van a quitar, ni el secuestro express, ni el que le quiten el dinero saliendo de un banco. Globovisión arremete con el tema de la inseguridad y lo hace parte de una agenda que con los ojos cerrados tiene la respuesta gubernamental más contundente que se pueda imaginar. El resultado, más policías que matraquean en la calle, los mismos policías de siempre con otro uniforme más otros nuevos de los cuales ya han matado a varios en los barrios en los que viven o que visitan porque son portadores de un estigma que sus antecesores ya han fabricado. Hasta donde tengo entendido Globovisión tiene solamente 2% o 3% de cobertura nacional en señal pública. Y en sondeos de opinión nunca han llegado ni cerca (y ni en sueños) a la audiencia de 40% o más a los que han llegando las novelas, o el Miss Venezuela, pero sus temas tienen repercusión en las oficinas del Estado que monitorean frecuentemente lo que dice o hace Globovisión. El tema no es asumir los extremos (estar a favor o en contra de los más de 15 efectivos que están en la calle), sino como dices refrescar, retomar… ir al fondo del asunto, no moverse en la superficie, tu mismo lo decías en otro artículo, «lo conveniente es no distraernos con los efectos de superficie, e intentar llegar al fondo del problema». Gracias por la oportunidad de intentar hacerlo, aunque el tema sea así de crudo.

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