Constituyente, rebelión y estado de excepción


Joven templario
Joven templario de la «resistencia» antichavista

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¿Quién tiene la auctoritas para poner en suspensión a la potestas? Dussel responde: “Nosotros querríamos llamar la atención sobre una necesaria atribución diversa de la auctoritas. Se debe pasar de un actor individual que tiene autoridad (como momento del ejercicio institucional del poder, como potestas) a un actor colectivo: la comunidad política o el pueblo mismo”. Cuando la decisión corresponde a un actor individual, hablamos de la declaratoria de un estado de excepción. Cuando es la comunidad política o la potentia quien decide (“nombrando nuevos representantes, dictando nuevas leyes o convocando a una nueva Asamblea constituyente”), se trata de un estado de rebelión (1). Pero ¿qué sucede cuando quienes deciden poner en suspensión a la potestas son poderes fácticos, fuerzas que ejercen un poder que nadie les delegó, que gobiernan sobre nuestras vidas al margen de nuestra voluntad?

2

En Venezuela, estos poderes fácticos han impuesto un estado de excepción de hecho. La actual ofensiva inició en 2012. Cuando en agosto de 2015 el presidente Maduro decretó el estado de excepción en los municipios fronterizos (2) y luego en mayo de 2016 el estado de excepción y emergencia económica (3), no hizo más que reconocer una situación de facto, procediendo conforme a sus atribuciones constitucionales (artículos 337, 338 y 339).

3

La improbable y nada heroica “resistencia” contra la democracia venezolana es el correlato callejero, muy cercano a la antipolítica, de un oxímoron jurídico y político: la activación de un 350 oligárquico (4). La “resistencia” es hija de la “rebelión” oligárquica.

4

Este estado de excepción de hecho es la resultante de la rebelión de las fuerzas económicas que controlan el mercado. Pasqualina Curcio ha identificado sus dos principales estrategias: “inflación inducida a través de la manipulación del tipo de cambio en el mercado paralelo e ilegal” y “desabastecimiento programado mediante la manipulación de los mecanismos de distribución de bienes esenciales para la vida” (5). A esto se le suma el “bloqueo financiero internacional” (6), en el que la Asamblea Nacional ha desempeñado un papel muy activo (7). Además, estas fuerzas han logrado avanzar en la liberalización de la economía de facto, que se expresa fundamentalmente en el abierto desconocimiento de los controles estatales en materia de precios de los alimentos.

5

En el campo político, esta rebelión de las fuerzas económicas trae como consecuencia una progresiva desciudadanización (pérdida de derechos o creciente dificultad para su pleno ejercicio y disfrute, en particular de los derechos económicos) y un repliegue popular de la política. En la medida en que el chavismo no es capaz de politizar la rabia legítima de quienes padecen la desciudadanización, se hace más grande la oportunidad del antichavismo para despolitizar el conflicto, promoviendo la movilización a través del miedo: ya no el miedo raigal de las elites frente a la “barbarie” chavista, sino el miedo a perderlo todo de quienes salieron de la pobreza en tiempos de Chávez. Por lo pronto, ha prevalecido la desmovilización y el hartazgo de parte importante de la población.

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Discutir sobre estos asuntos en abstracto es algo que también se decide. En concreto: la potestas expresada en forma de Estado moderno metropolitano con vocación imperial no puede ser equivalente a la potestas expresada en los Estados periféricos, ya sea subordinados o rebelados contra la metrópoli imperial. Cuando Chávez asume el Gobierno en 1999, el venezolano es todavía un Estado subordinado. Entonces, el pueblo movilizado convoca a Constituyente y refunda la República. Pronto, esta refundación asume la forma de una rebelión contra el statu quo global. En 2017 la situación es distinta: la República está en serio riesgo, que aumenta con el repliegue popular de la política. En este contexto, la convocatoria a Constituyente tiene como propósito inmediato la defensa de la República, y significa al mismo tiempo un llamamiento a la movilización popular.

7

Este estado de excepción de hecho se da en un contexto de estado de excepción permanente a escala global. En 1940, en pleno auge del fascismo, Walter Benjamin escribía: “La tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en que vivimos es la regla”. En 2009 Daniel Bensaïd actualizaba el análisis: “Cuando, poco después del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush declaró una guerra total al terrorismo internacional, impuso en el mundo el régimen de excepción permanente. En abierta oposición a los que proclaman la decadencia de la soberanía, afirmaba así una soberanía imperial mundializada, con total desprecio de las instituciones y el derecho internacional vigentes. Esta dilatación espacial y temporal de la excepción contradice su principio de limitación, y logra invertir su relación con la regla expuesta por Benjamin en su octava tesis sobre el concepto de historia. Sin duda sería más exacto decir que la excepción y la regla se mezclan y se confunden inextricablemente. De esta confusión surgen las figuras aún imprecisas de futuros totalitarismos” (8). En adelante, caracterizaba este régimen de excepción permanente: “Ilimitada en el tiempo y el espacio, la cruzada del Bien contra el Mal predicada por George W. Bush ha proporcionado el marco para esta trivialización de la excepción, que generaliza a escala mundial una suerte de ley sobre los sospechosos. Su lógica llega al extremo de considerar al enemigo la encarnación del Mal absoluto y excluirlo de la especie humana (…) La guerra global introduce así subrepticiamente una nueva concepción del derecho. Abre el camino a la rehabilitación de la tortura y a la desterritorialización de prisiones clandestinas sustraídas a toda jurisdicción (…) Establecimientos de zonas «extrajudiciales», control reforzado de zonas declaradas «vulnerables», prevención de riesgos, legislaciones antiterroristas, vigilancia generalizada, controles arbitrarios: desde los atentados de Manhattan, los discursos oficiales sobre la «seguridad global» han cambiado aceleradamente de tono. El derecho a la seguridad ya no se invoca como condición de la libertad, sino en referencia a la amenaza terrorista. La seguridad se vuelve así una categoría autónoma que subordina los derechos civiles a la razón de Estado (…) En las situaciones extremas, se supone que el estado de excepción establece una zona gris de transición en la que, por más que la ley siga vigente, se suspende su aplicación” (9).

8

Hija de la “rebelión” oligárquica, la “resistencia” cierra el círculo del estado de excepción que se nos ha impuesto. En mayor o menor medida, todas las características que exponía Bensaïd están presentes: cruzada del Bien contra el Mal, que encarnan con elocuente patetismo los jóvenes “templarios”, con su indumentaria cuasi medieval aderezada con gadgets o implementos de última generación (lentes, guantes, máscaras antigases, cámaras fotográficas); la absoluta deshumanización del adversario, que se expresa de múltiples formas: lenguaje escatológico (“narco corrupta cúpula”), crímenes de odio (linchamientos, ejecuciones), amenazas veladas o expresas a partidarios del chavismo o “sospechosos” de serlo; territorios en los que se suspende la aplicación de la ley, con la anuencia de las autoridades regionales o locales, y en los que se impone el terror, se amedrenta, se agrede violentamente e incluso se asesina a quienes desean hacer su vida normal (transitar libremente, abrir sus comercios, acudir a los establecimientos comerciales, trabajar, estudiar, llevar a sus hijos e hijas a la escuela, entretenerse, ejercitarse, etc.). La “seguridad” impuesta en estos territorios anticipa el tipo de seguridad y, más allá, de sociabilidad que impondrían estas fuerzas a toda la sociedad en caso de hacerse con el control total del Estado.

9

Este estado de excepción de hecho es impuesto por fuerzas económicas y políticas, imperiales y cipayas, que incluso llegan a manifestar que están actuando en defensa de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, cuando en realidad están haciendo todo lo posible por suspender su aplicación.

10

Las fuerzas partidarias de este estado de excepción de hecho estimulan la despolitización del conflicto. Incluso en el caso de linchamientos o ejecuciones, los victimarios no reconocen que están actuando contra negros y pobres, sino contra delincuentes, chavistas o, más recientemente, “infiltrados”. Absolutamente coherente con la deshumanización del chavismo, se le niega su origen de clase popular. El uso y abuso de un lenguaje escatológico, soez, es parte importante de esta operación. La eficacia simbólica de expresiones del tipo “narco cúpula corrupta” no viene dada por lo que devela, sino por lo que oculta: al chavismo en tanto sujeto político popular. Si aquel lenguaje es el punto de referencia, el chavismo ya solo puede aparecer como “cómplice” de una clase política corrompida, y esa misma complicidad lo anula como sujeto político. Cuando el antichavismo más virulento ejerce presión social (valga el eufemismo) y conmina al chavista a renegar de su filiación política, lo que está induciendo realmente es el desclasamiento. La tragedia de los renegados y desclasados consiste en que, al margen de las razones de mayor o menor peso que puedan tener para cuestionar la identidad política, terminan favoreciendo los intereses de clase de quienes imponen este estado de excepción de hecho.

11

Escribía Daniel Bensaïd sobre los orígenes del totalitarismo moderno: “mientras que las clases dominantes, ocupadas en la gestión privada de sus asuntos, no habían tenido mucho interés en gobernar directamente (contentándose con negociar con la casta gobernante y la burocracia administrativa), «los hombres de negocios» se convierten ahora en políticos. Luego, con la aparición de «funcionarios» de la violencia en las guerras coloniales, esta violencia se administra y se burocratiza. Finalmente, la multitud anómica, compuesta por los restos de todas las clases, ya no forma ni un pueblo ni una clase, sino que, en relación de ósmosis con el capital, pasa a ser la materia prima de los totalitarismos”. Más adelante, siguiendo a Carl Schmitt, se refería a la “disolución de la política en lo humanitario” y sus peligrosas implicaciones: “Para Schmitt, elevar la humanidad a la condición de instancia suprema del derecho es el complemento lógico del individualismo ético. La política ordinaria instrumentaliza su universalidad abstracta por medio de una «impostura universal». Surge entonces «la posibilidad de una aterradora expansión y de un imperialismo asesino». Eso es lo que consiguen ante nuestros ojos la reivindicación de la injerencia humanitaria (donde el deber – moral – sustituye subrepticiamente al «derecho» jurídico) y la proclamación de una guerra ética presentada como cruzada: «Cuando un Estado combate a su enemigo político en nombre de la humanidad, no es a una guerra de la humanidad» a lo que se asiste, sino a un trastrocamiento del concepto de universal. La invocación a la humanidad como legislador supremo demuestra ser «instrumento ideológico particularmente útil a las expansiones imperialistas». Bajo su forma ética y humanitaria, la guerra se convierte en «un vehículo del imperialismo económico» que «niega al enemigo su condición humana», lo declara «fuera de la ley y de la humanidad» y lleva su propia lógica «a los límites de lo inhumano». No es de extrañar que este enemigo, excluido de la especie, sea regularmente objeto de un discurso de bestialización y de actividades secretas diversas. Por un siniestro juego de espejos, la despolitización del conflicto produce a cambio una despolitización de la «víctima humanitaria». Negada como actor político, se ve reducida a la desnudez pasiva de los cuerpos sufrientes y martirizados” (10).

12

Toda la retórica sobre la “crisis humanitaria” en Venezuela es funcional a la avanzada imperialista. Tanto la “bestialización” del pueblo chavista como su reducción a la condición de “víctima humanitaria” es consustancial al metarrelato antichavista (11). Son muy frecuentes las expresiones de falso horror respecto del hecho cierto de que han “reaparecido” las personas que comen de la basura en las calles. Pero este falso horror se disipa cuando la “resistencia” arma a niños y jóvenes en situación de calle para luchar contra el “régimen”.

13

Cierta intelectualidad de izquierda ha manifestado que “la situación de violencia en la que está sumida Venezuela tiene orígenes complejos y compartidos”, pero que “esta dinámica arrancó con el desconocimiento por parte del ejecutivo de otras ramas del poder (la Asamblea Legislativa) donde la oposición hoy cuenta con la mayoría, luego del triunfo en las elecciones de diciembre de 2015” (12). Que cada quien asuma la responsabilidad de las palabras que decide, soberanamente, emplear o suscribir. Puesto que “esta dinámica arrancó” con la rebelión de las fuerzas económicas que controlan el mercado, en 2012 (13), y la actual “situación de violencia” tiene su antecedente inmediato en la oleada de violencia antichavista entre febrero y junio de 2014, que dejó un saldo de cuarenta y tres víctimas mortales, y que inició apenas dos meses después de las últimas elecciones municipales, diez meses después de las últimas elecciones presidenciales y trece meses después de las últimas elecciones regionales, contiendas electorales todas en las que resultó vencedor el chavismo (14). Hoy vuelve a resonar lo que planteaba Walter Benjamin en su séptima tesis sobre el concepto de historia: “La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento”. Se puede seguir hablando de “polarización”, pero el dilema sigue siendo: o se tiene empatía con el vencedor o se cepilla la historia a contrapelo.

14

En Táchira, estado fronterizo con Colombia, un fuerte militar es asediado violentamente, a tal punto que los atacantes exigen a los mandos militares entregar la plaza. El tiempo se acaba y el apoyo no llega: un contingente militar equipado con bombas lacrimógenas. ¿Abrir fuego o entregar la plaza? El militar al mando del fuerte no entregará la plaza. Las circunstancias lo obligan a emplear las armas. Pero se niega. Elabora un plan: ordena a los soldados bajo su mando lanzar piedras a los atacantes, para disuadirlos. No lo logra, pero gana algo de tiempo. Hasta que el apoyo llega. Entonces, dispersan a los atacantes. Piedras en lugar de balas.

15

Obligados como estamos a identificar y reconocer los errores y miserias del chavismo, las agudas tensiones que le atraviesan, no podemos permitirnos dejar de volver sobre aquel episodio en Táchira. Incluso en la situación límite que supone un estado de excepción de hecho, es preciso evitar la violencia a toda costa. Evitarla, pero sobre todo derrotarla. Para decirlo con Dussel: solo el poder del pueblo, en tanto que hiperpotentia, puede ser capaz de suspender el estado de excepción (15).

16

La Asamblea Nacional Constituyente no tiene como propósito suspender la potestas, sino poner en suspenso el estado de excepción de hecho. Votos en lugar de balas. Tiene que ser una herramienta para la defensa de la República, pero sobre todo para radicalizar la democracia, para repolitizar el conflicto.

Referencias

(1) Enrique Dussel. Política de la liberación. Volumen II. Arquitectónica. Editorial Trotta. Madrid, España. 2009. Pág. 64.
(2) Maduro decreta el estado de excepción en la frontera con Colombia: Se cierra “hasta nuevo aviso”. 21 de agosto de 2015.
http://albaciudad.org/2015/08/maduro-decreta-el-estado-de-excepcion-en-la-frontera-con-colombia-por-60-dias/
(3) Alba Ciudad. Conozca el Decreto de Estado de Excepción y Emergencia Económica firmado por el Presidente Maduro este 13 de mayo. 14 de mayo de 2016.
http://albaciudad.org/2016/05/decreto-estado-excepcion-estado-emergencia-mayo-2016/
(4) Artículo 350 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. La activación del 350 constitucional ha sido una demanda de las líneas de fuerzas más conservadoras y violentas del antichavismo desde los primeros años de revolución bolivariana.
(5) Reinaldo Iturriza López. Chavismo y revolución. ¿Qué pasa en Venezuela? 29 de agosto de 2016. https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2016/08/29/chavismo-y-revolucion-que-pasa-en-venezuela/
(6) Pasqualina Curcio. El bloqueo financiero internacional. Otra arma de guerra contra el pueblo venezolano. 10 de diciembre de 2016. http://www.15yultimo.com/2016/12/10/el-bloqueo-financiero-internacional-otra-arma-de-guerra-contra-el-pueblo-venezolano/
(7) Víctor Salmerón. Cómo la crisis institucional dificulta el financiamiento en dólares de Venezuela. 27 de abril de 2017.
http://prodavinci.com/blogs/la-crisis-institucional-agravara-el-deficit-de-dolares-en-venezuela-por-victor-salmeron/
(8) Daniel Bensaïd. Elogio de la política profana. Península. Barcelona, España. 2009. Págs. 54-55.
(9) Daniel Bensaïd. Ibídem. Págs. 59-60, 65, 74.
(10) Daniel Bensaïd. Ibídem. Págs. 81-82, 84.
(11) Reinaldo Iturriza López. Los desafíos de abril: las tareas del chavismo. 24 de abril de 2017. https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2017/04/24/los-desafios-de-abril-las-tareas-del-chavismo/
(12) Impulsan “Llamado internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela”. 28 de mayo de 2017.
https://www.aporrea.org/venezuelaexterior/n309161.html
(13) Reinaldo Iturriza López. Chavismo y revolución. Qué pasa en Venezuela. 29 de agosto de 2016.
https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2016/08/29/chavismo-y-revolucion-que-pasa-en-venezuela/
(14) Reinaldo Iturriza López. Constituyente. 20 de mayo de 2017.
https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2017/05/20/constituyente/
(15) Enrique Dussel. 20 tesis de política. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, Venezuela. 2010. Págs. 108-110.

Repolitizar: gobernar revolucionariamente


Chávez 3 octubre 2010

Receloso como soy de los “instrumentos” para medir quién es más revolucionario que quién, y enemigo de los concursos de egos, me atrevo, sin embargo, a plantear que sí hay criterios para determinar cuándo se está gobernando de manera revolucionaria.

Lo haré en términos muy generales, recurriendo, una vez más, a la gastada fórmula del decálogo. Lo hago porque me parece necesario. Porque no es momento de distribuir culpas, pero mucho menos de concluir que todos somos culpables. Porque los análisis deben partir de nuestras prácticas, y en ningún caso pueden convertirse en un desfile de generalidades.

1. Un funcionario que se limita a administrar la institución, sea cual fuere, no es un funcionario revolucionario.

2. No hace falta la presencia de revolucionarios para que las instituciones funcionen. De hecho, éstas pueden funcionar perfectamente bien sin aquellos. El asunto es: ¿funcionar para qué, para quiénes? En el caso de los revolucionarios, lo que corresponde, siguiendo a Alfredo Maneiro, es actuar con “calidad revolucionaria”, es decir, hacer uso de nuestra capacidad “para participar en un esfuerzo dirigido a la transformación de la sociedad, a la creación de un nuevo sistema de relaciones humanas”.

3. Si además el funcionario se limita a administrar clientelarmente los “beneficios” del gobierno bolivariano, estamos frente a una gestión doblemente regresiva.

4. Mal puede exigírsele al pueblo chavista silencio y complicidad frente a estas prácticas. El malestar que ellas producen debe ser convertido en fuerza para la organización, la movilización y el control popular de la gestión. Si esto no sucede, el malestar puede degenerar en resignación, forzando a una parte del pueblo a incorporarse a las redes clientelares para así poder acceder a “beneficios”. Allí donde hay clientela deja de haber ciudadanos. Allí donde el chavismo alguna vez produjo politización, empieza a campear la despolitización. En otros casos no hay siquiera resignación: hay retirada de la esfera pública.

5. Repolitización significa gestión transformadora, movida por el principio universal de justicia. Ella supone una ética: a los revolucionarios les corresponde situarse “desde el lugar de los que sufren”, para decirlo con Dussel.

6. El comandante Chávez nos orientó sobre la necesidad de repolitizar la gestión en un momento en que se imponía el fenómeno de la gestionalización de la política revolucionaria. Esto ocurre cuando, frente a la crítica de la institucionalidad, los revolucionarios optan por ignorar la crítica popular y se refugian en la defensa de la institucionalidad. Común a todos los procesos revolucionarios, este fenómeno comenzó a perfilarse en Venezuela, por diversas razones, luego de la victoria en las elecciones presidenciales de 2006.

7. La gestionalización de la política revolucionaria no es una fatalidad. No existe algo como la irreversibilidad del proceso de burocratización de la revolución bolivariana. La acción oportuna de las fuerzas revolucionarias puede hacer revertir este proceso. Hay que desconfiar de todo aquel que “decrete” el fin de los procesos revolucionarios.

8. Un funcionario que se alía con los “poderes fácticos” para provecho personal o de grupo, de espalda a los intereses populares, no es revolucionario. Un funcionario que se limita a favorecer a grupos, por más que estos se autodenominen “revolucionarios”, no es revolucionario.

9. Si usted evalúa una gestión de acuerdo al grado de beneficio obtenido en lo personal, ignorando deliberadamente el cuadro general, usted no está actuando como ciudadano, sino como cliente.

10. No hay repolitización sin pueblo protagonista. Pero existe la tutela disfrazada de repolitización. La tutela es profundamente conservadora, antipopular. Quien la practica, se cree el único que sabe cómo hacer una revolución. Para quien se arroga el derecho de tutelar, la carga de la prueba siempre recae en el pueblo, que está obligado a probar, hasta el infinito, su condición de sujeto político, de ciudadano. Si las bases del chavismo resienten la actuación del funcionariado o el político corrupto, clientelar, el que tutela les exige disciplina, “conciencia”. Si las bases del chavismo se resignan o dejan de votar, no lo hacen de pleno derecho, sino porque les falta “conciencia”. ¿Quién les proveerá conciencia para que aquello no vuelva a ocurrir? El que tutela. ¿Qué ocurrirá con las causas del malestar? Probablemente permanecerán intactas, agudizándose el malestar popular. Al menos hasta que no se produzca, o se fortalezca, la alianza entre el funcionariado revolucionario y las bases populares.

Estos sencillos criterios tendrían que servirnos para identificar a los funcionarios, casi todos anónimos, que luchan por transformar la institucionalidad para ponerla al servicio de los intereses populares. Casi siempre lo hacen en silencio, trabajando incansablemente, sin esperar nada a cambio. Ellos se distinguen claramente de los liderazgos negativos: aquellos que en nombre del “poder popular” y de la crítica a la “burocracia” y, en ocasiones, simplemente en nombre de la “crítica”, pretenden imponer intereses personales o de grupos. Que el escándalo del que son capaces no nos distraiga.

Contra la corrupción política, la opción es reinventarnos. (Para pensar la militancia). (y III)


Chávez puño en alto

I.-
Obligados como estamos a ocuparnos de lo urgente, no podemos darnos el lujo de dejar de volver sobre los asuntos estratégicos, y que son los que dotan de sentido a nuestras prácticas militantes. Si hoy el momento es apremiante, y si nos invade la incertidumbre, lo que corresponde en pensar también a largo plazo. De nuevo: con sentido estratégico.

Lo estratégico, en sentido amplio, es el cambio revolucionario. La Venezuela revolucionaria y bolivariana ha avanzado como nunca antes en su historia en la lucha contra inequidades e injusticias, y en el camino ha intentado aportar al esfuerzo de construcción de nuevos referentes políticos continentales y globales, porque se trata de enfrentar a un enemigo global que está poniendo en serio riesgo la supervivencia de la especie humana: el capitalismo.

Es cierto que queda mucho por hacer. En nuestra sociedad persisten inequidades e injusticias. Explotación. Entre nosotros, el capitalismo sigue vivo y coleando. No obstante, durante los últimos catorce años nos hemos dado el gusto de propinarles a sus representantes en nuestros patio (cipayos de toda ralea) unas cuantas palizas y otras tantas blanqueadas. La han pasado realmente mal y vienen por la revancha.

Esta descomunal y hermosa empresa que es el cambio revolucionario supone no sólo el arduo trabajo de prefigurar la sociedad otra, sino inventar las herramientas teóricas y prácticas que nos permitan ir construyéndola. Pero aún la ecuación no está completa: el acto de invención de estas herramientas debe prefigurar la sociedad otra, en el sentido de que es sencillamente imposible crear lo nuevo con herramientas caducas o inapropiadas.

Es simple: no es posible construir una sociedad más justa con instrumentos o herramientas prácticas injustas, tanto como resulta imposible hacerlo echando mano de ideas que no se corresponden en lo absoluto con nuestra realidad. Hacer esto último (y quienes hemos sido formados en la izquierda lo hacemos con mucha frecuencia) es como pretender martillar con un destornillador.

El detalle está en que ambas acciones, prefiguración e invención, tienen que ser acometidas por nosotros, simples mortales plagados de vicios y defectos (y no por seres de otro mundo), lo que implica que debemos ser capaces de reinventarnos a nosotros mismos: tener la fuerza, el coraje, la voluntad para desaprender una manera de pensar y actuar que nos relega a la condición de dominados, incluso cuando nos creemos lo suficientemente aptos para dominar o «dirigir», y procedemos como pequeños déspotas o tiranuelos, sojuzgando a quienes consideramos más débiles o más ignorantes.

Por lo antes dicho, militar en la causa revolucionaria, bolivariana, no consiste simplemente en declararse partidario de una idea, sino en ser partícipe de un esfuerzo colectivo de reinvención de nosotros mismos en tanto seres humanos, lo que pasa por revisar en profundidad y sin contemplaciones las formas tradicionales de militancia, más cercanas a prácticas despóticas que a prácticas emancipatorias. Pasa por dejar atrás lo que hemos sido desde hace mucho tiempo. En mi modesto juicio, el tiempo del chavismo es también el tiempo de esta oportunidad histórica.

Es también el tiempo de experimentar e inventar en materia de formas de organización, de no conformarnos con lo menos malo (el partido realmente existente), porque de esto, de nuestra capacidad y voluntad para experimentar en este terreno, puede depender la viabilidad de lo estratégico.

Lo contrario sería resignarnos, renunciar a la posibilidad de cambio revolucionario y dedicarnos a administrar lo existente.

II.-
De allí la importancia de las reflexiones que hacía el comandante Chávez el lunes 28 de marzo de 2011, en reunión con la dirección ampliada del PSUV, a partir de su lectura del segundo volumen de Política de liberación (arquitectónica), de Enrique Dussel.

«¿Qué es la política y para qué la política?», comenzó por interrogarse Chávez. «¿Para buscar cargos? ¿Para enriquecernos? ¿Para hacer grupitos y estar enfrentados internamente allá en un municipio por la alcaldía o en el estado por la gobernación o por los negocios de mis amigos y mis familiares y las empresas que yo conozco? No, para eso no es la política».

¿Cómo desplegarnos por lo que Dussel define como «campo político» sin brújula, sin acimut? Advertía Chávez: «Si no tuviéramos ese acimut bien inscrito, bien firme, nos vamos a perder en el complicadísimo campo de batalla, en el campo político, nos traga la vieja política, nos traga la corrupción de la política».

¿Cuál es el acimut principal de la política revolucionaria? Chávez precisaba: el «poder obediencial». Entonces desarrolló:

«Estamos aquí para obedecer… para que el pueblo nos mande, nos interpele, nos regañe, nos oriente, nos critique… Si nosotros nos convertimos en simples representantes del pueblo y… nos asumimos como el poder para mandar mandando… si eso llegara a ocurrir, entonces estaríamos en presencia de la verdadera y profunda corrupción política… Cuando eso ocurre, cuando nosotros, la potestas, el poder constituido, los voceros o delegados o representantes, llámese Presidente… diputado… gobernador… alcalde, se asume a sí mismo como el fin último de la política, como que ‘estoy aquí para mandar’ y me olvido del poder constituyente originario y me olvido de que yo estoy aquí es para obedecer a ese poder, me debo a él, al supremo poder popular, a los intereses populares, entonces estamos en presencia (repito, lo dice Dussel y yo lo creo profundamente) de la más grande de las corrupciones, y todas las demás provienen de esa. De ahí viene el enriquecimiento ilícito, los negocios: porque me olvido del pueblo y ahora vienen los amigotes, los negociantes, familiares, etc., y estoy es para ‘yo’: dinero, dinero para pensar en el futuro, los hijos, el futuro, en ‘qué voy a hacer yo después de que me vaya de aquí, hay que asegurar el futuro’. Siempre hay excusas para el corrupto».

Más claro imposible. De este análisis se desprendía la necesidad de un instrumento político desplegado por los «campos materiales» o «sub-esferas»: «El partido desplegado tiene que ir por esas sub-esferas», planteaba Chávez.

Pero volvamos a la pregunta: ¿cómo realizar el despliegue? He allí la pregunta que nos interpela en tanto militantes. Las respuestas tendrían que estar dirigidas al propósito de reinventarnos. Chávez ha expuesto claramente lo que no podemos seguir siendo, y cualquier pretensión de que eso (tiranuelos, corruptos y «representantes») siga pasando como «militante revolucionario» equivale a un fraude.

Mandar obedeciendo, ponernos siempre en el lugar de los que sufren, identificar la forma como se ejerce la dominación en cada campo, caminar al lado de las «víctimas» (eso que para Dussel es una «ética de liberación»). He allí algunas pistas para seguir andando.

Política, campos, representación. (Para pensar la militancia). (II)


Hugo Chávez entrega el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2010 a Enrique Dussel.
Hugo Chávez entrega el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2010 a Enrique Dussel.

I.-
El concepto de «campo político», tal y como lo trabaja Enrique Dussel, puede aportarnos algunas pistas para revisar lo que entendemos por política, para imaginar y hacer posibles prácticas emancipatorias y, más específicamente, para profundizar en el ineludible tema de la crisis de representación política.

De esta última tenemos evidencias tan incontestables que lo curioso es que no nos detengamos con más frecuencia en el análisis del problema. Sobre todo tomando en cuenta los efectos políticos inmediatos de dicha crisis: el freno de las prácticas emancipatorias.

Con todo, hay que tener cuidado cuando se habla de crisis de representación política: el enunciado no alude al fracaso de la revolución bolivariana a la hora de producir una clase política, como pudiera interpretarse desde posturas fatalistas. Antes al contrario, lo que se quiere es subrayar que el chavismo, como fenómeno histórico, hubiera sido inconcebible sin esa crisis: mientras crujía la representación (la idea, el modelo, una cultura, un conjunto de prácticas e instituciones), el chavismo se colaba por los intersticios.

Pero si el chavismo anuncia una política otra, de corte emancipatorio, liberada de las pesadas antiguallas de la «democracia representativa», la pelea es peleando: mientras tenía lugar el proceso de subjetivación del chavismo (su constitución como sujeto político), mientras se iba politizando a su manera, en abierto antagonismo con eso que Bourdieu llamaba «políticos profesionales«, de derecha y de izquierda, muchos de estos procedían a mimetizarse con ese sujeto brioso, resuelto, audaz y desprejuiciado. A la vieja política sólo la mímesis le garantizaba la supervivencia.

Mucho de la vieja política sobrevive entre nosotros, dentro del chavismo. De allí que tengamos que seguir lidiando con tantos viejos vicios, y por eso el amplio rechazo del pueblo chavista a esos «políticos profesionales» que terminan siendo más de lo mismo y casi siempre frustrando la posibilidad del cambio social, o al menos entorpeciéndolo. No tiene ningún mérito afirmar nada de esto. Lo sospechoso, en todo caso, es hacer como si no estuviera sucediendo o pretender desconocer de dónde venimos.

II.-
Volviendo sobre el planteo inicial, algunos compañeros comenzamos a estudiar el concepto de «campo político» justo en momentos en que se desarrollaba la discusión sobre las líneas estratégicas del partido, a comienzos de 2011, y luego a propósito del proceso de conformación del Gran Polo Patriótico, en el último trimestre del mismo año. Lo que ponía en evidencia la primera discusión era precisamente la crisis de representación política (y la intención de encararla), mientras que el segundo proceso era expresión de aspiraciones más ambiciosas: explorar el terreno de la política más allá de la forma partido, aunque sin descartarla.

Si el Gran Polo Patriótico ha terminado reducido, en casi todas partes, al conjunto de partidos aliados, seguidos muy de lejos por instancias casi siempre precarias de articulación sectorial, esto no hace sino demostrar que, como diría un compañero revolucionario portugués, las revoluciones se hacen con los recursos existentes y no con los que serían necesarios.

Dicho de otra forma, siguen siendo necesarios los recursos teóricos que nos permitan pensar la política revolucionaria más allá de las formas tradicionales de organización. Hace falta, por decir lo menos, un trabajo de sistematización de lo que vienen siendo nuestras prácticas militantes, prácticas que discurren, por cierto, casi siempre al margen de cualquier dinámica partidista, y nada más esto último ya debería llamar poderosamente nuestra atención.

No sólo la idea de partido, sino también la de sector o gremio, incluso la de «movimiento social», tendrían que ser sometidas a revisión, no por un delirio posmo, sino porque ellas han demostrado ser insuficientes para comprender la política en tiempos del chavismo. No se trata, por supuesto, de decretar la muerte de ninguna de estas formas de organización, sino de crear las condiciones para el nacimiento de otras nuevas.

A grandes rasgos, se diría que cada una de estas formas parte de un equívoco, que consiste en la separación artificial, arbitraria, entre campos: el partido pretende un monopolio sobre el campo político (que a su vez tiende a reducir a lo electoral) y concibe a los movimientos como las correas de transmisión de sus líneas al campo social (para Dussel no existe tal, sino una «esfera material de la política»); los movimientos se conforman con un dudoso monopolio de lo social, y muy eventualmente disputan a los partidos el control del campo político. Al mismo tiempo, tenemos variedad de sectores «sociales» (mujeres, campesinos, jóvenes, indígenas, afrodescendientes, sexo-género diversos, etc.), «culturales» (intelectuales, artistas, etc.), «económicos» (distintos gremios de trabajadores), etc. En fin, todo un parcelamiento no sólo de la realidad, sino fundamentalmente de la lucha política, que termina garantizando el monopolio de la política a la burocracia que controla el partido.

En el segundo volumen de su Política de liberación (arquitectónica), Dussel plantea que tanto el liberalismo como el «marxismo estándar» reproducen esta lógica parcelada de la realidad: el primero «independiza radicalmente» los campos político y económico, «minimiza el político y lo circunscribe a un individualismo metafísico de los derechos individuales». Mientras tanto, el marxismo estándar «maximiza la importancia del campo económico, minimiza en el diagnóstico lo político, pero, después de la revolución, y con la excusa de la «dictadura del proletariado», maximiza la política con la pretensión de una planificación total de la economía».

En contraste, Dussel concibe un «campo político» cruzado por diversos «campos materiales». Nos habla de una «esfera material de la política» o «nivel material de la permanencia y crecimiento de la vida de la comunidad política, que se encuentra en el cruce… de este campo con los campos ecológico, económico y cultural y otros que podrían agregarse a la lista», y que «determinan el ámbito político que se denomina social«.

Luego, enumera tres «sub-esferas» o «campos materiales» que se cruzan con el «campo político». La «sub-esfera ecológica», que tiene que ver con la «producción, reproducción y desarrollo de la vida humana», y uno de cuyos desafíos políticos es «evitar la extinción de la vida en el planeta Tierra». La «sub-esfera económica», referida a la «producción económica de los bienes materiales (siempre como contenido referido a la «permanencia y aumento de la vida» humana), que nos hablan de la sobrevivencia de la corporalidad humana». Por último, la «sub-esfera cultural», aparte en el cual Dussel se interroga: «¿cuál es la última instancia: la sub-esfera económica o la cultural? Es el falso dilema, no de Karl Marx, de la infraestructura económica y la supra-estructura ideológica. No hay tal. En un materialismo pensado ontológica y antropológicamente (que es lo mismo) economía y cultura… son momentos de la esfera material (en el sentido de contenidos referidos a la vida humana). La cultura no es una ideología. La ideología puede ser un aspecto casi insignificante del mundo cultural. Además, la economía no es la última instancia, sino más bien la ecología, pero ni siquiera ella es ese nivel fundamental, sino la vida humana misma».

Dicho esto, ¿acaso no es posible pensar en una forma de organización que, más allá de parcelamientos arbitrarios, conciba el ejercicio de la política como el despliegue militante por todo el campo político, entendiendo por tal las sub-esferas (ecológica, económica y cultural) que lo comprenden?

Por supuesto que sí. Fue lo que intentó hacer el comandante Chávez durante una reunión con la dirección ampliada del PSUV, el lunes 28 de marzo de 2011. ¿Recuerda usted ese discurso?

Por una cuestión de principios. (Para pensar la militancia). (I)


S/T. César Vásquez. 120 x 130. Acrílico.
S/T. César Vásquez. 120 x 130. Acrílico.

«Uno tiene que ir muy de cuando en cuando a los principios, volver a los principios… retomar, recargar, refrescar, reimpulsar».
Hugo Chávez, en reunión con dirección ampliada del PSUV, lunes 28 de marzo de 2011.

Se me hiela la sangre cada vez que recuerdo el relato de cierto taxista anónimo sobre la ocasión en que arrolló a un motorizado, dejándolo tendido sobre el pavimento, muy probablemente muerto. Me contó que aquello sucedió por El Paraíso, durante la madrugada, lo que facilitó la fuga. Pero sobre todo recuerdo la absoluta serenidad del taxista, la ausencia en su voz de cualquier asomo de arrepentimiento o culpa: el motorizado había cometido alguna imprudencia, y él no había tenido otra opción que atropellarlo. Además, argumentaba, los motorizados eran una especie de «plaga» que vendría bien exterminar.

Hay silencios que  no son cómplices: sentí vergüenza y rabia.

Todavía me pregunto qué puede llevar a un ser humano a rozar de esta forma, a franquearlos más bien, los límites de la deshumanización. No estoy muy seguro. Pero lo que sí tengo claro es que nada, absolutamente nada, justifica un razonamiento de este tipo. Nada justifica la naturalización de la muerte, mucho menos del homicidio, de la clase que sea.

Pensaba en esto a propósito del rumor silencioso que percibí luego de la muerte de más de una cincuentena de presos en Uribana. Cuando escribo esto no tengo en mente a los portavoces oficiales del gobierno nacional. Ese sería otro tema. Me refiero en parte al entorno más cercano, conformado por amigos y compañeros militantes de la causa bolivariana. Pienso en la gente que leo frecuentemente a través de las redes, por ejemplo. Tal silencio, casi unánime (siempre habrá excepciones honrosas), una cierta indiferencia y hasta cierto desdén, me hicieron sentir vergüenza. Rabia.

Luego, al ver cómo un problema tan urgente y una tragedia tan terrible se subsumía dentro de la lógica de la política boba, sentí impotencia. En ocasiones dejamos mostrar una dependencia tal por el insulto (como si insultar a quienes nos insultan nos hiciera más dignos), una afición tal por la denuncia de macabros planes ocultos (no descarto que a veces existan), que pasamos por alto el problema central. En el caso de Uribana, como en casi todos, es la vida.

¿Qué puede justificar nuestra indiferencia frente a lo acontecido en Uribana? No hablo de la población general. Hablo de nosotros, militantes bolivarianos. Más grave aún: ¿cómo es posible que cualquiera que se asuma como revolucionario pueda llegar a justificar, bajo el argumento que sea (se trata de pranes y asesinos armados que no merecen misericordia, se trata de un plan desestabilizador, etc.), la muerte de seres humanos?

Sin duda, Uribana nos plantea los dilemas éticos propios de una situación límite. No obstante, en situaciones si se quiere ordinarias, es decir, aquellas que no necesariamente comprometen la vida humana, he llegado a percibir el mismo desdén de gente que se dice muy de izquierda. Gente de izquierda a la que no le gusta mezclarse con el pueblo chavista, y respecto del cual tiene una imagen en extremo parecida a la que de él tiene el antichavista promedio: igualado, ignorante, pedigüeño, de mal gusto. El caso del desprecio cuasi «universal» por el motorizado (y quizá sea por eso que establecí la relación, en primer lugar), tanto como el caso de la reacción (semejante al asco) frente a los jóvenes que escuchan o bailan reguetón, por citar sólo un par de ellos, son emblemáticos de lo que aquí expongo.

Los más cínicos suelen interpretar esta «defensa» de los motorizados y de los jóvenes que escuchan reguetón como una impostura característicamente pequeño-burguesa, que históricamente se ha expresado como admiración romántica y acrítica por los delincuentes, los proscritos o los trashumantes. Lo más irónico es que casi nunca escucho reguetón y nunca he manejado motocicletas. No los considero como «modelos» de absolutamente nada, pero tampoco considero «modelos» las grandes camionetas (y si es con escoltas, pues mucho mejor), y mucho menos la música que llaman «clásica», como sí lo hacen muchos de nuestros izquierdistas. Dicho brevemente, si tenemos que hablar de imposturas, la mayor de todas es esa doble moral con la que juzgamos y disimulamos nuestros prejuicios o privilegios, según sea el caso.

Incluso preguntaría: ¿acaso existe un modelo de lo que debe tenerse como «revolucionario», una ética, una estética revolucionarias?

Al respecto, dejo sentada mi postura: por una cuestión de principios siento un profundo respeto por todas las expresiones éticas y estéticas del pueblo pobre, y estoy absolutamente convencido de que su «risa bárbara» (al decir de Walter Benjamin) encierra más humanidad y alegría que cualquier otra.

Lo cierto es que es posible identificar los signos de un conservadurismo entre nosotros, los militantes bolivarianos, que no por disfrazarse de «revolucionario» o «socialista» lo es menos. Y así pasamos al siguiente punto: ¿qué sucede cuando el mismo desdén se manifiesta en situaciones que conciernen a la esfera política?

En un seminario que impartiera Enrique Dussel en la sede del Partido Sandinista, en Nicaragua, en 2002, y con la presencia de varios comandantes, discutían sobre el hecho de que «frecuentemente…  los «revolucionarios» de izquierda habían sido hasta heroicos en sus actos políticos (o en su estrategia militar como guerrilleros en las inhóspitas montañas), pero se conocían casos de «doble moral» (incoherencia ética) con respecto a las «compañeras», en el nivel de las relaciones de género, con las que se ejercía un machismo tradicional; o en la cuestión de la raza, discriminando a los de raza afro-latinoamericana; o en la cuestión de la propiedad ocupando residencias del antiguo régimen y contando dichos bienes como propiedad privada de algún comandante sin el pago respectivo, etc.».

Dussel, que concibe un «campo político» cruzado por varios «campos materiales» (o «sub-esferas» ecológica, económica y cultural, como las más relevantes), trabaja la hipótesis de que la referida «doble moral» de los comandantes tenía su explicación en la inobservancia del «principio de coherencia».

Resumiendo un planteamiento que es más denso, y que vale la pena revisar con detenimiento, Dussel concluye que los militantes revolucionarios tenemos que situarnos «desde el «lugar» de los que sufren efectos negativos de las acciones de un sistema, de una institución, de un «orden»… En cada «campo» habrá sistemas específicamente diferenciados, y en cada uno de ellos habrá «otro» tipo de víctimas (en la familia, la dominación o exclusión de la mujer; en la economía, de los pobres excluidos; en la política, de minorías o mayorías dominadas; etc.). Para ser «coherente» habrá que descubrir en cada «campo» concreto el tipo de estructura, y dentro de ella la dominación, y por lo tanto definir con precisión el tipo de «víctima»».

Así, una «ética de la liberación» es la que identifica «a la víctima primeramente como «pobre»». Pero luego existen otras: «el niño y la cultura popular en el «campo» pedagógico; la mujer en el erótico; las naciones periféricas subdesarrolladas y explotadas por un capitalismo del centro metropolitano desarrollado; etc.».

Una eficaz «política de la liberación», agregaría, no es la que privilegia la lucha que se desarrolla en determinado campo, sino la que traduce la articulación de los sujetos que en cada campo padecen la dominación, y que juntos luchan por su emancipación.

Observaciones que tendríamos a bien tomar en cuenta para no terminar militando en las filas de los dominadores.

Bicentenarios, efemérides y encubrimientos


(La undécima colaboración con Ciudad CCS, publicada el jueves 29 de octubre, plantea una pregunta que muchos prefieren eludir por considerarla incómoda: ¿la celebración de los 200 años de nuestra Independencia trae consigo el encubrimiento de una derrota?

Ahí se las dejo).

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A propósito de una nueva visita de Enrique Dussel a Caracas, es pertinente retomar algunos de los planteamientos que formulara en un artículo publicado por el diario mexicano La Jornada, el 26 de septiembre de 2005, intitulado 1810: ¿el nuevo encubrimiento del Otro?

Advertía Dussel: “Si en 1492 fue el indígena americano el sepultado bajo la imagen del ‘Otro’ europeo… y por ello hablábamos del ‘encubrimiento’, y no del ‘descubrimiento’; encubrimiento del oprimido, del violentado, del asesinado… en 1810 volvió a pasar otro tanto. El ‘mismo Otro’ tres siglos después – el ‘natural’, los pueblos originarios de estas tierras, además de los afroamericanos esclavos – será el ‘encubierto’ bajo el proceso de una ‘emancipación’ usufructuada por los criollos, pero no por ellos”.

Para leer el libro, pulsar sobre la imagen.

Remataba: “Los criollos, blancos nacidos en estas tierras, salieron victoriosos. Promovieron un concepto de soberanía basado en los ayuntamientos, y por ello, una vez liberados del rey, pudieron ejercer solos el poder, excluyendo al pueblo de los pobres: indígenas y ex esclavos: el Otro encubierto. Los criollos, coloniales en su mentalidad e intereses, fueron la correa de transmisión de toda la etapa neocolonial en la que todavía nos encontramos. ¡Deberían ser juzgados!”.

Inevitable interrogarse: ¿qué celebraremos en 2010? ¿La victoria de los blancos criollos y la derrota de indios, negros y pobres? ¿Acaso los herederos de los victoriosos de 1810, por mucho que algunos de ellos se empeñen en disfrazarse de chavistas, no continúan fraguando la derrota eterna de los nuestros? ¿Perijá victoriosa? ¿Acaso la revolución no lleva implícita la promesa de acabar de una vez por todas con este encubrimiento de siglos? ¿O en nombre de la revolución, y de los mismos derrotados, las mismas castas perpetúan el encubrimiento? ¿Una cosa o la otra? ¿O ambas, simultáneamente, en tensión permanente?

¿Alguien sería capaz de negar que estas preguntas nos convocan a un ejercicio intelectual infinitamente más decisivo que transarse en una polémica estéril con los idiotas que denuncian que el gobierno ha incluido efemérides “socialistas” en el calendario escolar?

Subcomandante Marcos sobre la revolución cubana


Hace muy pocos días, entre el 13 y el 17 de diciembre, se celebró en San Cristóbal de las Casas, en el estado mexicano de Chiapas, el Primer Coloquio Internacional In Memoriam Andrés Aubry, con la participación de activistas e intelectuales de la talla de Enrique Dussel, Immanuel Wallerstein, Francois Houtart, Pablo González Casanova, Naomi Klein, entre otros.


En la página Indymedia Chiapas es posible escuchar todas las intervenciones. Vengo de escuchar la del cámara Dussel, que les recomiendo ampliamente.

El 14 de diciembre, el subcomandante Marcos dio lectura a la tercera parte (de siete) de un documento que lleva por título Ni el centro ni la periferia. Les dejo acá un fragmento, en el que Marcos manifiesta su solidaridad con la revolución cubana. Una buena pieza, a ser digerida por los intelectuales «progres» que siguen empeñados en sostener esa impostura del antipoder.

Algo de Geografía y Calendario básicos.

Hay en el Caribe, tendida al sol y cual verde caimán, una alargada isla. “Cuba” se llama el territorio y “Cubano” el pueblo que ahí vive y lucha.

Su historia, como la de todos los pueblos de América, es una larga trenza de dolor y dignidad.

Pero hay algo que hace que ese suelo brille.

Se dice, no sin verdad, que es el primer territorio libre de América.

Durante casi medio siglo, ese pueblo ha sostenido un desafío descomunal: el de construirse un destino propio como Nación.

“Socialismo” ha llamado este pueblo a su camino y motor. Existe, es real, se puede medir en estadísticas, puntos porcentuales, índices de vida, acceso a la salud, a la educación, a la vivienda, a la alimentación, desarrollo científico y tecnológico. Es decir, se puede ver, oír, oler, gustar, tocar, pensar, sentir.

Su impertinente rebeldía le ha costado sufrir el bloqueo económico, las invasiones militares, los sabotajes industriales y climáticos, los intentos de asesinato contra sus líderes, las calumnias, las mentiras y la más gigantesca campaña mediática de desprestigio.

Todos estos ataques han provenido de un centro: el poder norteamericano.

La resistencia de este pueblo, el cubano, no sólo requiere de conocimiento y análisis, también de respeto y apoyo.

Ahora que tanto se habla de defunciones, habría que recordar que ya se llevan 40 años de tratar de enterrar al Che Guevara; que a Fidel Castro lo han declarado muerto ya varias veces; que a la Revolución Cubana le han marcado, inútilmente hasta ahora, decenas de calendarios de extinción; que en las geografías que se trazan en las estrategias actuales del capitalismo salvaje, Cuba no aparece, por más que se empeñen.

Más que como ayuda efectiva, como señal de reconocimiento, respeto y admiración, las comunidades indígenas zapatistas han enviado un poco de maíz no transgénico y otro más poco de gasolina. Para nosotras, nosotros, ha sido nuestra forma de hacerle saber a ese pueblo que sabemos que las más pesadas de las dificultades que padece, tienen un centro emisor: el gobierno de los Estados Unidos de América.

Como zapatistas pensamos que debemos tender la mirada, el oído y el corazón hacia este pueblo.

No vaya a ser que, como a nosotros, se diga que el movimiento es muy importante y esencial y bla, bla, bla; y cuando, como ahora, somos agredidos, no hay ni una línea, ni un pronunciamiento, ni una señal de protesta.

Cuba es algo más que el extendido y verde caimán del Caribe.

Es un referente cuya experiencia será vital para los pueblos que luchan, sobre todo en los tiempos de oscurantismo que se viven ahora y se alargarán todavía algún tiempo.

En contra de los calendarios y geografías de la destrucción, en Cuba hay un calendario y una geografía de esperanza.

Por esto ahora decimos, sin estridencias, no como consigna, con sentimiento: ¡Que viva Cuba!

Muchas gracias.

¿Qué pasó mi líder?


I.-
Leyendo los dos más recientes artículos de Javier Biardeau (El pensamiento crítico socialista ante el reto de conjurar la deriva cesarista y A la deriva del mito-cesarista: ¿qué hay de nuevo en el socialismo del siglo XXI?) recordé una entrevista que le hiciera a Enrique Dussel para ÁvilaTV, y cuya publicación (de la versión escrita) en este espacio es una de las tareas que tengo pendientes.

A falta de la entrevista, vale comentarles mientras tanto un artículo que publicara el mismo Dussel en el diario mexicano La Jornada, en marzo de este año, en donde ya abordaba el tema que nos concierne: el liderazgo revolucionario.

El referido artículo lleva por título Criterios del liderazgo democrático. Sostiene Dussel que uno de los rasgos de la cultura política de la izquierda latinoamericana es su renuencia a discutir sobre este asunto del liderazgo: «La izquierda necesita del liderazgo, siempre lo ha tenido, pero no le agrada discutir el tema». Más adelante complementa esta misma idea:

«Todo movimiento político necesita participación popular, principios normativos, proyecto hegemónico, organización y liderazgo confiable y eficaz. No hay que temer al líder, pero hay que exigirle cumplir criterios políticos democráticos claros que puedan servir para la crítica constructiva. A esto la izquierda no está habituada: critica todo o acepta todo».

II.-
Aunque a mi amigo Erik del Búfalo no le agrade la palabreja, y aunque tenga sus fundadas razones para asumir tal postura, considero crucial, democráticamente crucial, que recreemos permanentemente las condiciones que hacen posible un «debate» sobre éste y otros asuntos. En esta Venezuela de revolución bolivariana, es el debate, al menos tal y como lo entiendo, el que «saca de sus casillas» a los sujetos sociales, mientras que la charlatanería, la palabrería aparentemente docta (chavista y antichavista), la repetición de consignas, la adulación, la propaganda y hasta el cotilleo («el más pequeño burgués de todos los fenómenos», según Walter Benjamin) los «encasillan».

«Contra el debate, la polémica», es el grito de guerra de los amigos reunidos en la web surversion.com. Pues bien, yo le apuesto a un debate de combate, que en la práctica equivale a sustraerse a esta lógica de la «clase discutidora» que lo discute todo para que nada cambie. Pero como es imposible que «nada cambie», la «clase discutidora» enfila sus baterías argumentativas para garantizar que el cambio les beneficie exclusivamente. Pero esto de los beneficiarios de la revolución lo abordaré más adelante. Así pues, nos sugiere Dussel ubicarnos en una posición distinta a la que ocupa la falsa y maniquea dialéctica del criticarlo todo o aceptarlo todo. Tanto como aceptarlo todo acríticamente, criticarlo todo constituye una impostura que opera, por ejemplo, criticando todo lo relativo al liderazgo de Chávez, pero reivindicando al mismo tiempo la «verdad que emergió» el 13 de Abril. Esta impostura, digo, supone lo que hay que explicar: que cuando el «gentío», la «multitud indomable», el «bullicio de singularidades irreductibles» emergió el 13 de Abril, lo hizo para restituir a su líder. Tiene que ser mucha la mala conciencia para negar una verdad como ésta.


Sin embargo, es de tal naturaleza eso que algunos llaman el «clima de opinión», que afirmar algo parecido (la gente el 13 de Abril restituyó a su líder) equivale a someterse a toda clase de «encasillamientos», siendo justamente uno de los preferidos, ¡oh casualidad!, que uno lo acepta todo acríticamente. Ciertamente, no será éste el caso de nuestros amigos «polemistas», que al parecer llegan con ganas de sumarse con energía a éste, nuestro debate, discusión o atajaperros, como prefieran llamarlo, a lo interno de las filas revolucionarias. Bienvenida, pues, sea la surversión.com.

III.-
Venía de decir Dussel que «no hay que temer al líder, pero hay que exigirle cumplir criterios políticos democráticos claros que puedan servir para la crítica constructiva». Y por ahí va la cosa, ¿no? Reconocimiento del liderazgo de Chávez no puede ser equivalente a temor de esgrimir la crítica constructiva y necesaria. Cualquier persona con cuatro dedos de frente, y hasta con tres, sabe que «crítica constructiva y necesaria» no es la que hacen Didalco Bolívar o Ramón Martínez. Pero ni Didalco Bolivar ni Ramón Martínez deben utilizarse como chivos expiatorios para luego despachar toda crítica.

Es necesaria, pues, la crítica, en particular la crítica del líder, pero es necesario el líder. «¿Por qué toda revolución o proceso de cambio social tiene siempre un liderazgo construido desde el pueblo?», se pregunta Dussel. Inmediatamente la respuesta:

«Porque los proyectos y principios de todo cambio social y político, que son específicos o universales, hay que aplicarlos a casos concretos, y en esta aplicación puede haber errores. Los encargados de aplicarlos son personas, políticos, biografías concretas, sujetos con cualidades y vicios, humanos, limitados, históricos. Los movimientos sociales, los pueblos, los ciudadanos pueden adherirse a proyectos y principios, pero necesitan discernir sobre personas concretas que llevarán a cabo los principios y proyectos hegemónicos. La persona real, con rostro, honestidad, sentido del humor, prontitud en la decisión, perseverancia, es esencial. Los pueblos no siguen sólo principios, proyectos, sino también personas. Y es correcto en política (como en toda actividad humana)…

«La cuestión de fondo es reflexionar sobre los criterios que juzgan la acción de liderazgo y la colocan dentro de ciertos límites que lo determinen como liderazgo justo, democrático, eficaz, crítico. Si se cumplen estos criterios no habría que temer al liderazgo. Así, los mismos que cumplen el liderazgo tendrían pautas correctivas que les permitirían enmendar errores en el ejercicio del liderazgo. Los líderes no pueden ser infalibles; siempre se equivocan, como todo político. La cuestión estriba en poder corregir los errores coherentemente, cumpliendo con criterios estipulados».

Muy interesante resulta la aplicación de estos criterios para realizar una valoración del liderazgo de Chávez. Siempre según Dussel, estos serían tres, a saber:

1) «toda acción del líder debe cumplir con el proyecto de reproducir y aumentar la calidad de vida de los ciudadanos, en especial los más necesitados»;
2) «ejercicio continuo de la democracia»; y
3) «la factibilidad», esto es, «si el liderazgo llega a las metas propuestas es eficaz».

Sobre el segundo criterio, Dussel emplea un ejemplo que vale la pena citar, en tanto que guarda alguna semejanza con la realidad venezolana:

«Si un líder en el Ejecutivo tuviera mayoría absoluta con sus partidarios en la Cámara de Diputados, situación ideal para exigir a sus correligionarios cumplir con sus deberes de representantes, estudiando las leyes y decretándolas, más si el mismo Ejecutivo las promueve y, para ir más rápido, pidiera plenos poderes para suplir la acción del Congreso, habría faltado al criterio de un liderazgo democrático, porque asumiría innecesariamente plenos poderes, debilitando la capacidad discursiva de los diputados. Estos perderían responsabilidad, quedarían inactivos y obedientes a un liderazgo que no se ocupa de acrecentar los hábitos democráticos de sus colaboradores. Es una ocasión perdida para democratizar las estructuras del Estado. Se transformaría así en un liderazgo ambiguo, que puede ser criticado de dictadura (en el sentido de la institución romana), y, por desgracia, dictadura innecesaria, siendo que tiene una mayoría absoluta en la Cámara (pero débil, porque la oposición decidió no participar en las elecciones, y en vez de afirmar a sus correligionarios en la Cámara los debilita con sus plenos poderes). Se trata de un error en el ejercicio del liderazgo».

¿Existe una dictadura en Venezuela? El hecho de que los medios de la derecha lo griten a los cuatro vientos, todos los santos días, en ejercicio pleno de la más absoluta libertad de expresión, es la más clara demostración de que esto no es así. Libertad, dicho sea de paso, que se ejerce con tanta virulencia, que una parte importante del chavismo considera que el gobierno venezolano incurre en lenidad a costa de su legítimo afán democrático. ¿Cometió un error el Presidente Chávez al solicitar poderes para sancionar leyes por vía habilitante? Caramba cámara: no sienta pánico, no mire para los lados, no se ruborice, no se indigne, no tiene por qué sentir que se le viene el mundo encima. Porque de eso se trata la democracia, y más si es revolucionaria: de hacernos estas preguntas, sin temor alguno. Y no espere de este servidor una respuesta que lo tranquilice: revise nuevamente, si lo cree conveniente, los criterios que nos sugiere Dussel, realice su propio análisis y saque sus propias conclusiones.

IV.-
Ejercicio igualmente interesante resulta evaluar la propuesta de Reforma Constitucional a partir de estos tres criterios: ¿las reformas planteadas por el Presidente Chávez están orientadas a reproducir y aumentar la calidad de vida de venezolanos y venezolanas? ¿Prefiguran y garantizan el ejercicio continuo de la democracia? ¿Crean las condiciones para alcanzar las metas que se ha propuesto la revolución bolivariana?

Pongamos por caso el tema espinoso, el preferido de la «clase discutidora» opositora: la reelección «indefinida». Me cuento entre quienes están convencidos de que la distinción entre «reelección indefinida» y «reelección continua» no es puro ejercicio de retórica. Ya sabemos que para la oposición la propuesta presidencial es sinónimo de entronización eterna de Chávez en el gobierno. Si no fuera tan lamentable, esta postura sería simplemente cómica, porque es la evidencia más palpable y reciente de la impotencia opositora frente al liderazgo de Chávez. La reelección sería «indefinida» no por voluntad dictatorial, sino por la «indefinición» e inexistencia del liderazgo opositor.

Lo que habría que discutir es cuán conveniente, e incluso necesario, es la continuación de un Chávez en el gobierno más allá de 2012, y la relación entre ésta y la continuidad y profundización de la revolución bolivariana. Y para despejar cualquier duda, esta pregunta, cámaras, se la formula y se las plantea alguien que no alberga ninguna duda sobre la necesidad de votar por el Sí el venidero diciembre. ¿A partir de qué criterios determinamos que es necesaria la reelección del Presidente Chávez en la contienda electoral de 2012? ¿A partir de qué criterios es posible sostener hoy, 2007, que no será necesaria e imprescindible entonces, e inclusive ahora mismo, la aparición de nuevos liderazgos genuinamente revolucionarios, provenientes de la izquierda del chavismo? Al margen de las eventuales respuestas, son preguntas, insisto, indudablemente pertinentes, de esas preguntas que uno puede hacerse en democracia y sin temor de ningún tipo.

Es cierto que los nuevos liderazgos no surgen de la nada, y que sólo es posible que lo hagan a partir del fragor de la lucha cotidiana. Pero es sólo parcialmente cierto que el carácter «avasallante» de Chávez inhibe esta emergencia. Parafraseando a Erik del Búfalo, el liderazgo, si es verdadero, «no pide permiso a nadie… no espera por la acción, pero la suscita». Mal haríamos si procediéramos, cual opositor desorientado, atribuyéndole al liderazgo de Chávez la razón de todas nuestras carencias (y al escribir esto, estoy pensando en los amigos que militan en los movimientos sociales y populares revolucionarios).

V.-
Tema asociado, pero distinto, es el que versa sobre algunos liderazgos que se fortalecen al amparo del liderazgo de Chávez. En su artículo El pensamiento crítico socialista…, citado al principio, Javier Biardeau se refiere a los «beneficiarios directos de la lealtad incondicional al líder», a partir de la cual «se construye el mito-cesarista incuestionable y la falsificación histórica de que sin su presencia es imposible una revolución socialista».

Es fama que el Presidente Chávez siente profundo desprecio por los aduladores. Y es historia que son los aduladores los primeros en huir del barco cuando se acerca la tempestad, así como los más mordaces críticos cuando hacen filas en el bando contrarrevolucionario. Do you remember Miquilena? Y como habrán de venir inevitablemente, porque se trata de una revolución, nuevas tempestades, eventualmente los veremos huir por la derecha. Literalmente. Lo que esperamos, claro está, es que no sean tantos como para hacer naufragar el barco.

La discusión, el atajaperros, la polémica o el debate necesarios, pasan por hacer visible lo que Jeudiel Martínez llama «régimen de explotación política». Lo que Javier Biardeau enuncia como «deriva cesarista» no responde, tal vez ni siquiera principalmente, a la mera voluntad del liderazgo de Chávez, sino que éste está envuelto en una madeja de relaciones de poder que tiene beneficiarios concretos, y que usufructúan la potencia popular.

Para identificarlos, tal vez sirvan de algo los criterios que nos sugiere Dussel: ¿contribuyen a aumentar la calidad de vida del pueblo venezolano o están muy ocupados en mejorar su propio estilo de vida? ¿Ejercen de manera continua la democracia o hablan de democracia participativa, pero en la práctica actúan como los viejos «representantes» de la voluntad popular? ¿Son eficaces en la acción de gobierno?

Cosas que se pregunta uno.

– ¿Qué paso mi líder?
– Aquí mi pana, intentando hacer una revolución.

El origen del marxismo-leninismo, la izquierda descafeinada y el hombre (I)


I.- El marxismo-leninismo.
Chávez no ha sido el primero en plantear el problema, pero sin duda lo ha hecho con conocimiento de causa. Puesto en el trance de liderizar un proceso revolucionario aquí y ahora, antes que introducir un orden preciso en el plano conceptual, le ha apostado al desorden. Un «desorden creador», diría Prigogine. Un «desorden» que no es eclecticismo ni pensamiento débil (frente al pensamiento fuerte de los marxistas-leninistas), sino una apertura a otras corrientes de pensamiento (incluso dentro del mismo marxismo) y a otras tradiciones de lucha.

No ha sido Chávez el primero en cuestionar la lógica política marxista-leninista. Pero además, es necesario recordarlo, no es la primera vez que lo hace. Por eso extraña la polémica que se ha desatado luego de sus declaraciones durante el Aló Presidente del 22 de julio. Para citar un caso reciente, el 24 de marzo pasado, durante el Primer Encuentro con Propulsores del Psuv, el presidente Chávez afirmó:

«Nosotros no estamos planteando aquí el esquema dogmático que en la Rusia soviética… terminó conformándose. No es éste un proyecto estalinista. Ni es un proyecto marxista-leninista… Si Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin resucitaran e hicieran un estudio sobre las circunstancias europeas y mundiales de hoy, estoy seguro de que harían unas tesis no radicalmente distintas, pero sí con bastantes diferencias a las tesis que… desarrollaron hace casi siglo y medio. Pero aquí hay personas que agarran un librito y dicen: «… esto es un catecismo, de aquí yo no me salgo». Date cuenta, chico, que eso fue escrito… por allá por 1800 y tanto, por 1900. Date cuenta de que el mundo ha cambiado».

Algo muy similar fue lo que dijo durante el referido Aló Presidente:

«El partido socialista no va a tomar las banderas del marxismo-leninismo porque eso es un dogma, que ya pasó. Tenemos que crear nuestra doctrina. El que no esté de acuerdo con eso tiene toda libertad. Si no quiere estar aquí, que se vaya para el Partido Comunista, donde tienen unos libros y unos dogmas: marxismo-leninismo. El mismo papel de la clase obrera, hoy en día es otro. Ya aquello de la clase obrera como motor de la historia, ya el trabajo hoy es otra cosa, es distinto. Miren, Fidel Castro, que es comunista, pero Fidel Castro es un ejemplo de un hombre que a sus 81 años piensa en el siglo XXI, piensa adelantado. Y él me dice: «Chávez, mira… el mundo de hoy es distinto, el mundo de la informática, de la telemática». Carlos Marx ni podía soñar en la telemática, era otro mundo».

Por eso, insisto, me cuesta entender por qué tanta polvareda después de esta recta de 90 millas. Tal vez porque la primera iba tan rápido que no la vieron. Tal vez precisamente porque es difícil batearla. O tal vez porque, simplemente, no escucharon el Aló Presidente ese día, y el lunes los sorprendió, en mala hora, con aquella nota de la ABN donde se podía leer: «Chávez reitera que no es marxista». Vuelto a leer, es verdad que la ABN a veces no ayuda. Pero no porque Chávez no haya dicho lo que efectivamente dijo, sino porque una noticia titulada así equivale, para nuestros camaradas, a comenzar la semana con el pie derecho.

Entiéndase: mal.

Sospecho, entonces, que la información circuló entre nuestros camaradas más como un rumor que como una noticia en sentido estricto:

– ¿Leíste lo que dijo el comandante?
– No. ¿Qué dijo?
– Léelo tú mismo. Pero en voz baja y detenidamente.
– Pero… si esto es… ¡alta traición!
– Lo mismo dije.
– Hay que iniciar ya una campaña señalando las desviaciones ideológicas del compañero.
– Lo mismo pensé.
– Manos a la obra.

Ciertamente hizo Chávez una crítica de Marx, del determinismo implícito en algunos de sus análisis. Pero sobre esto volveré un poco más adelante. Lo importante, en primer lugar, es señalar que la crítica de Chávez es contra una forma particular de leer a Marx. Es una crítica a los marxistas dogmáticos, y en el caso concreto del Psuv, una crítica a los marxistas-leninistas. Para ser más precisos: más que una crítica a Marx, es una crítica a los marxistas-leninistas. Punto. Si alguien tiene alguna duda, puede volver sobre las dos citas que he copiado arriba.

Y contra esta crítica, los marxistas-leninistas han respondido como es costumbre: en la gran mayoría de los casos, hacer como si la cosa no es con ellos. Hacer como si la cosa es con el viejo Marx. Se cuestiona una lógica política, una forma concreta de hacer política, y los marxistas-leninistas responden defendiendo a Marx y a Lenin. Pero como bien lo ha dicho Javier Biardeau en uno de sus artículos, una cosa son Marx y Lenin y otras los marxistas. Y no es necesario citar acá de nuevo la carta en la Engels relataba que Marx guardaba cierta prudente distancia de muchos de los que, en su tiempo, se autodenominaban «marxistas».

Los marxistas-leninistas, por regla general, han salido al ruedo esta vez calificando a Chávez como, no por casualidad, suelen hacerlo en el caso de (las que ellos entienden como) las masas carentes de «formación política». Una y otra vez he leído que se le acusa de «iletrado», «ignorante», «confundido». Alguno agregó que tras sus declaraciones se escondían «intenciones inconfesables». Y no podía faltar alguno que escribiera que al Presidente lo tenían engañado sus asesores.

Éste es, justamente, uno de los principales rasgos de la lógica política de los marxistas-leninistas: presuponer que hay algo que podríamos llamar «saber revolucionario», y que son ellos los portadores de ese saber. Así, a grandes rasgos, el mundo se dividiría en: 1) explotadores que nunca darán su brazo a torcer, y es por eso que nos veremos obligados a tomar el cielo por asalto, a través de la violencia si es preciso; 2) los explotados sin conciencia; y 3) los explotados con conciencia de clase, esto es, ellos mismos pues.

Por eso es que cuando acontece un 27 de Febrero de 1989, los camaradas no son capaces de ver otra cosa sino una «explosión» sin orden ni concierto, sin estrategia, sin dirección, sin ideología, y pare usted de contar. Por eso es que cuando las señoras del barrio, los perrocalenteros, los taxistas, los malandros, los liceístas y el lumpen (que tanto asco producen a algunos dirigentes comunistas) rodearon Miraflores el 13 de Abril de 2002, los camaradas no sabían qué pensar. Seguramente algunos recordarían las lecciones de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, pero soy capaz de apostar que unos cuantos camaradas habrán concluido que en ninguno de los dos casos se trató de un acontecimiento revolucionario, porque no guardaban similitud alguna con el asalto al Palacio de Invierno.

Y sin embargo, se trata de compañeros de lucha. Me refiero a los marxistas-leninistas y lo digo con toda sinceridad. Estoy completamente seguro de que nos cruzamos muchas veces aquel día inolvidable de abril, y seguramente nos cruzamos antes y seguimos haciéndolo después. No tengo dudas de que los cámaras se dejaron pintar en la cara aquellas señas de rojo con las que nos reconocimos, y que recordarán quienes estuvieron defendiendo Miraflores el 11 de Abril de 2002.

Pero aún así, cámaras, uno tiene que empezar a asumir que esos libros que uno atesora en la biblioteca no son un catecismo. Y hay que asumirlo ya, porque para mañana es tarde. Nadie pone en duda que El Capital es un libro portentoso, de lectura obligatoria para el que realmente desee entender qué es la explotación y cómo funciona esta máquina depredadora que es el capitalismo. Voy más allá: nadie que se reconozca como revolucionario anticapitalista puede desconocer el invalorable aporte que nos legó Marx.

No obstante, el capitalismo no es exclusivamente unas muy concretas relaciones de trabajo, o para ser más exactos, unas determinadas relaciones sociales de producción. Cuando decimos capitalismo, estamos hablando no sólo de un modelo económico, sino de un modelo civilizatorio, cuyas bases las constituyen determinadas relaciones de poder y saber. El poder que se ejerce como dominación, en el capitalismo, no se reduce a la dominación que el capital ejerce sobre el trabajo. Marx y Engels, a pesar de todas sus limitaciones, lo tenían muy claro, o quizá habría que decir: llegaron a tenerlo bastante claro en algún momento. Por eso renegaron oportunamente de los marxistas deterministas, para los cuales todo el trabajo teórico y militante consistía en realizar la crítica de las relaciones económicas capitalistas.

Desde el momento en que asumimos que el poder que se ejerce como dominación, en el capitalismo, no es sólo el poder que ejerce el capital sobre el trabajo, el resultado no puede ser otro sino la multiplicación de los sujetos potencialmente revolucionarios, y por tanto una fuerte tendencia al descentramiento de la clase obrera como sujeto histórico de la revolución. Incluso, allí donde se persista en la defensa de la centralidad de la clase trabajadora, esta defensa debe ir acompañada de un análisis sobre las profundas mutaciones que ha sufrido el mundo del trabajo en el capitalismo contemporáneo, éste que nos ha tocado vivir. Hacer lo contrario equivale a mera declaración de principios.

No exactamente, por supuesto, pero es más o menos en este contexto que Chávez ha declarado: «yo no soy marxista». He aquí lo que dijo, y les advierto que va largo:

«Carlos Marx llegó a aprobar la invasión de Estados Unidos a México. Carlos Marx llegó a aprobar la invasión de Inglaterra a la India, porque él decía que esa era la vía hacia el capitalismo, y que luego de ahí vendría, como producto del desarrollo de las fuerzas productivas y toda esa tesis, el socialismo. Esa es una tesis dogmática. Yo respeto la idea marxista, pero yo no soy marxista. Yo no puedo compartir eso. Porque esa es una visión determinista de la vía al socialismo. Desde ese punto de vista, nosotros, los países atrasados, nunca llegaríamos al socialismo, tendríamos que dejarnos invadir: «come on, gringos, invádannos y desarróllennos». Para luego ir al socialismo. Pero bueno, respeto la tesis de Marx, pero no soy marxista… En todo caso, soy socialista, bolivariano, revolucionario. Y el gran aporte de Marx, así lo creo… ya lo dije hace un rato, es haberle dado fundamentación científica al socialismo… y haber proyectado algunas líneas, que no muy detalladas, pero algunas líneas, que nos corresponde a nosotros hoy detallar, de cómo transitar del capitalismo, pero nuestro capitalismo, no el que se imaginaba Marx, o el que él comenzó a ver en la Europa que ya se industrializaba de la segunda mitad del siglo XIX. No, socialismo indoamericano, nuestro socialismo indio, negro… nuestro socialismo que parte de un capitalismo sumamente imperfecto, sumamente atrasado, de unos Estados sumamente debilitados, de unas sociedades sumamente fragmentadas… de una situación donde muchas veces la ignorancia, el analfabetismo reina en amplios espacios… Con todo eso hay que construir el socialismo. Con toda la miseria, el atraso, el subdesarrollo. No podemos decir que hay que esperar el desarrollo de las fuerzas productivas y de las contradicciones… Esa es un tesis, pero nosotros tenemos que elaborar, como estamos elaborando, nuestra tesis socialista. Original, decía Simón Rodríguez».

En otras palabras, cámaras, si nos sentamos a esperar por el desarrollo de las fuerzas productivas, por la conformación de una sólida clase obrera plenamente consciente de su rol histórico, mejor pedimos un café grande, negro y fuerte, porque la espera va a ser larga. Y el insomnio también.

Hay que decirlo: el mismo Marx emprendió un profundo ejercicio de autocrítica en relación con esto que Chávez denomina «visión determinista de la vía al socialismo». Un par de textos, que no voy a citar acá por razones elementales de espacio, aportan pistas y datos muy interesantes al respecto. Uno de ellos es un libro de Néstor Kohan, Marx en su (Tercer) Mundo. El otro, el último capítulo de un libro del extraordinario Enrique Dussel, La producción teórica de Marx, en particular el aparte sobre La «cuestión popular«.

Volviendo a la larga cita de Chávez, resulta por demás evidente que en el momento en que declara: «yo no soy marxista», está sentando posición respecto de un Marx claramente eurocéntrico. Se está distanciando, debo insistir, de un Marx respecto del cual el mismo Marx se distanció en su momento. Pero eso no es todo: aún en el acto de marcar distancia del Marx «determinista» y eurocéntrico, Chávez reivindica el método que Marx exponía en su prólogo a la primera edición de El Capital, escrito en 1867. Ajá, vayan y búsquenlo que tienen chance. Seguro todos tienen el libro en su biblioteca. No se los voy a citar acá.

Marx nos aporta líneas gruesas, afirma Chávez, líneas «que nos corresponde a nosotros hoy detallar». Ahí está la clave, cámaras: ir al detalle. Producir un saber acorde con nuestras circunstancias, desde la tierra que pisamos y el tiempo en el que vivimos. Producir un saber para «nuestro» socialismo, que no permanezca ajeno a su contexto: un capitalismo imperfecto, unos Estados debilitados, unas sociedades fragmentadas.

No les estoy sugiriendo que no hay que discutir con Chávez ni he pretendido demostrarles que siempre tiene la razón. Lo que les sugiero, cámara a cámara, es que hagan un poco como hizo el mismo Marx, que se enfrentó consigo mismo, con su producción teórica y a partir de las enseñanzas que le legó su dilatada militancia revolucionaria, y como consecuencia rectificó aquí y allá, donde consideró pertinente. Y no hablamos de rectificaciones de poca monta.

En la polémica con Chávez las tenían en principio, pudiera pensar uno, todas a su favor: les estaba discutiendo en su propio terreno. Y prácticamente se limitaron a hacer loas del Diamat y del Hismat. Es decir, han venido a demostrar en lo concreto, lo que Chávez denunciaba a un nivel, digamos, más abstracto.

Y lo más grave de todo es que con la gente «iletrada», «ignorante» y «confundida», esa que conforma la mayor parte del chavismo, les sucede algo parecido: porque según la lógica marxista-leninista, de un lado están los militantes con «formación política», y del otro la masa sin «conciencia política». El problema es que la «formación política» asociada a la lógica marxista-leninista, forma parte de ese saber que hay que desaprender para poder avanzar. Y tal vez sea ese uno de los más importantes aprendizajes que ha venido adquiriendo, poco a poco, ese pueblo revolucionario que comienza a acumular conciencia política, o lo que es lo mismo, conciencia de su potencial transformador.

Para cerrar, han aparecido algunos por allí intentando argumentar, a duras penas, que el debate con los marxistas-leninistas no tiene ningún fundamento. Que debatir con los cámaras equivale a un pretexto para no discutir lo fundamental. Ya tendremos oportunidad para responder a esta gente tan «fundamentosa».

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