Las guerra nuestras


A propósito de la campaña “No más ejecuciones en el barrio”, lanzada por el colectivo de derechos humanos Surgentes, el compañero José Roberto Duque ha respondido señalando, entre otras cosas, que se trata de “un gesto más que se sumará a la campaña mundial de socavamiento del Gobierno de mi país”.

El argumento se ha centrado en las cifras que ofrece una investigación financiada por la Open Society Foundations, que es cualquier cosa menos sospechosa de ser solidaria con las causas populares, y de hecho ha jugado un papel protagónico en las tentativas desestabilizadoras de la revolución bolivariana.

Comparto que es un error político emprender una campaña echando mano de tales datos, que considero muy poco confiables.

Pero quiebro lanzas en favor de Surgentes, por dos razones: porque no tengo motivos para presumir de su mala fe, y por considerar un imperativo ético dar cuenta no solo de la guerra total que nos ha impuesto el imperialismo, sino de las múltiples guerras que, de manera simultánea, tienen lugar en Venezuela.

En el caso específico de la actuación policial, otras cifras expuestas por Surgentes, cifras oficiales hay que subrayar, nos hablan de una situación muy grave, que golpea fundamentalmente a las clases populares, y por tanto a la base social de apoyo a la revolución. Ese debería ser el tema central de la discusión.

Puede objetarse, con razón o sin ella, la falta de sentido de oportunidad de esta campaña. En tal caso, cabría la pregunta: ¿si no es ahora, cuándo?

La misma campaña incluye numerosos testimonios de familiares de víctimas de la represión policial.

La campaña puede ser una ocasión para revertir cierta peligrosa tendencia a la no discusión pública sobre asuntos sensibles. Me veo tentado a enumerar varios de estos asuntos: las decisiones en materia económica, por ejemplo. Pero me limitaré a señalar que la ausencia de discusión pública termina siendo funcional a las líneas de fuerza más conservadoras dentro del chavismo.

En circunstancias de asedio imperial, prácticamente nos hemos visto obligados a cerrar filas con elementos y tolerar prácticas que difícilmente pueden ser considerados como revolucionarios.

Lo peor que pudiera suceder es que la misma unidad que hemos sostenido por arriba la quebremos por abajo, dando lugar a acusaciones que no han merecido ni siquiera nuestros peores enemigos de clase dentro del Estado.

Considero igualmente un imperativo ético hacer todo lo posible por garantizar la unidad dentro del chavismo. Y no me parece una cuestión menor la concerniente a la defensa del Gobierno: no estoy a favor de los compañeros y compañeras que consideran que para “recuperar” la revolución bolivariana es preciso perder el Gobierno. Pero bajo ninguna circunstancia esto puede implicar dejar de señalar hechos que, precisamente, ponen en riesgo no solo la unidad de fuerzas, sino incluso la permanencia en el poder, o por lo menos inciden en la profunda deslegitimación del Gobierno.

En mis escritos no suelo aludir a personas concretas. Son muy contadas las excepciones. Estoy convencido de que despersonalizar las discusiones políticas garantizan un mínimo de eficacia. Pero en este caso puntual, incluso más que de compañeros de lucha, se trata de amigos: José Roberto, pero también Antonio, Martha Lía, Mau, Ama, Ana. Gente con la que, estoy seguro, puedo contar en las circunstancias más difíciles. Aun si decidimos insistir en nuestras marcadas diferencias sobre este asunto en particular, no dejemos de insistir en encontrar posiciones en común. En las guerras nuestras, ocupamos la misma trinchera.

En razón de la militancia compartida, pero sobre todo de los muy sólidos lazos de afectos involucrados, confío en que sabrán entender y respetar mi decisión de no agregar, en lo sucesivo, palabras a lo antes dicho. Me refiero, por supuesto, a esta polémica.

Sobre lo que me parece muy evidente que es el tema central, esto es, el incremento de la violencia policial en años recientes, con un patrón de actuación racista y clasista, habrá que seguir discutiendo.

Un abrazo fraterno a todos y todas.

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