Primer Encuentro Popular Teórico: Democracia participativa y protagónica



Primer Encuentro Popular Teórico. Foto: Silvino Castrillo.

Primer Encuentro Popular Teórico. Foto: Silvino Castrillo.

Este miércoles 15 de mayo tuve el gusto de participar en la edición 123 del programa radial Encuentro Popular, que conduce el camarada y amigo Elías Jaua, y transmite YVKE Mundial. Y el honor, además, tratándose del Primer Encuentro Popular Teórico, dedicado al tema de la democracia participativa y protagónica.

Durante casi dos horas hicimos un repaso por documentos históricos: El Libro Azul, la Agenda Alternativa Bolivariana, el Aló Presidente Teórico N° 1, el Golpe de Timón, el Plan de la Patria, entre otros. De igual forma, nos paseamos brevemente por el pensamiento de figuras como Vladimir I. Lenin, Rosa Luxemburg y John William Cooke.

Planteamos, entre otras cosas, que la idea-fuerza de la democracia participativa y protagónica está en el centro de la revolución teórica que dio paso a la emergencia del chavismo durante la década de los 90, siendo Hugo Chávez el principal responsable de aquella fascinante tarea de invención política. Trazamos, además, la línea de continuidad entre esta idea-fuerza tanto con la Comuna como con el planteamiento de socialismo del siglo XXI, que está muy lejos de ser una simple consigna, y con el concepto de democracia socialista en particular.

Sin duda, es un tema que da para largas y apasionadas discusiones. Éste es simplemente un aporte más. Se trata, además, y fundamentalmente, de una obra política en permanente construcción: la democracia participativa y protagónica es hoy día, al mismo tiempo, realidad y clamor, demanda popular.

Primera parte: Segunda parte:

Primer Encuentro Popular Teórico. Foto: Silvino Castrillo.
Primer Encuentro Popular Teórico. Foto: Silvino Castrillo.

Rebelarnos, ser mejores. A Kléber Ramírez, veinticuatro años después del 4F


Kléber Ramírez

Veinticuatro años después de la gesta patriótica del 4F, es oportuno traer a la memoria la figura de Kléber Ramírez, poco conocida para las nuevas generaciones, aun cuando desempeñó un papel de primer orden en los inicios de la revolución bolivariana.

A mediados de noviembre de 1991, cuenta el mismo Ramírez en el prólogo de su “Historia documental del 4 de Febrero”, “en una reunión presidida por el comandante Hugo Rafael Chávez Frías con un grupo de civiles… se decidió crear una comisión redactora de los documentos fundamentales para la instalación del nuevo gobierno”. Ramírez recibió la encomienda de encabezar tal comisión.

Apenas un par de meses antes había terminado de redactar su “Programa general para el nacimiento de una nueva Venezuela”. Se trataba de un documento escrito al calor de los preparativos de la rebelión. Hacía un año que mantenía estrecho contacto con los líderes del movimiento, lo que le permitía estar al tanto de lo que estaba por acontecer. Eventualmente, imaginaba su autor, el “Programa” contribuiría a legitimar, en el plano de las ideas, y en el campo civil, la insurgencia de los militares bolivarianos.

La comisión definida en noviembre de 1991 no funcionó, y todo el peso recayó sobre Ramírez. En la medida en que los redactaba, los borradores circulaban entre los comandantes y algunas otras personas, recibía las observaciones y hacía las respectivas correcciones. Al final, había redactado el “Acta constitutiva del Gobierno de Emergencia Nacional” (lo primero que hubieran leído los militares rebeldes en caso de haber resultado victoriosos), dos comunicados y veinticuatro decretos.

Existe una clara relación de continuidad entre el “Programa” de septiembre de 1991 y los documentos que produjera la “comisión” meses más tarde. No es difícil inferir la comunión de ideas entre los comandantes bolivarianos y Kléber Ramírez.

En el “Programa” pueden identificarse unas cuantas claves para descifrar el enigma de nuestra economía dependiente, así como verificarse la importancia estratégica que, desde el inicio, los bolivarianos le atribuían a lo comunal. Sólo por estas dos razones se trata de un documento sobre el que habría que volver con frecuencia, revisarlo con detenimiento, hacer balance de lo hecho y lo que está por hacer, y acometer la correspondiente tarea de actualización.

Pero hay un tercer asunto que destaca, y que resulta tan importante, tan definitorio, como la economía o la Comuna: la ética.

Al momento de definir las “características primordiales del nuevo Estado”, Ramírez puntualiza: “El nuevo Estado orientará la sociedad hacia la liquidación de su actual base ética de ‘ser poderoso’ por una nueva ética fundamentada en el principio de ‘ser mejor’, cuyo resultado será un ciudadano veraz y responsable. Además, para lograr un ciudadano y una sociedad crítica, el conocimiento debe fundamentarse en la dilucidación del porqué de las cosas”.

Más adelante, en el aparte en que perfila la orientación estratégica de la educación en el nuevo Estado, plantea que ésta debe estar al servicio de la producción de “ciudadanos aptos para la vida, para el ejercicio de la democracia, críticos y solidarios, con imaginación creadora, y en donde el venezolano afiance las bases de una nueva ética para nuestra sociedad: la del ciudadano que se preocupe por ser cada vez mejor, que se sienta orgulloso de saber que la actividad que con honestidad realiza a diario contribuye a fortalecer nuestro gentilicio, y así poder derrotar la grotesca aspiración de servirse de la educación para escalar posiciones donde lucrase más y más pronto, modo en que la corrupción irrumpió en el sistema educativo”.

En la medida en que la construcción del nuevo Estado es una tarea no sólo inacabada, sino en algunos aspectos incipiente, debiendo sortear en muchos terrenos infinidad de obstáculos, incluyendo los vicios del viejo Estado, la férrea oposición de las fuerzas contrarias a la revolución y nuestros propios errores, pareciéramos muy lejos de alcanzar un estadio en el que predomine la “nueva ética” propuesta por Kléber Ramírez y los bolivarianos. Sin embargo, ésta me parece una lectura del todo errada, con peligrosas implicaciones.

Desconocer las profundas transformaciones que ha experimentado y protagonizado el pueblo venezolano en el campo de la ética, así como en el resto de los campos, antes y durante la revolución bolivariana, es una vía expedita a la derrota. Desconocimiento que equivale, además, a un penoso autoengaño, en tanto que nos ubica en una posición de debilidad que no se corresponde, en lo absoluto, con la actual correlación de fuerzas.

Si la intelectualidad, las universidades, las Academias, la prensa y el resto de los medios de masas, de todos los signos políticos, han sido incapaces de registrar estas transformaciones, si no han mostrado ningún interés en hacerlo e, incluso, si han omitido su análisis de manera deliberada, la responsabilidad no puede recaer en el pueblo venezolano.

Éste no es un problema exclusivo de la nación venezolana. Todos los países alguna vez colonizados han debido derrotar a las fuerzas que impiden la conformación de una conciencia nacional. Entre nosotros, queda muchísimo por hacer en esta materia.

Seguiremos insistiendo en el hecho de que uno de los propósitos manifiestos de la brutal guerra económica que pesa sobre el pueblo venezolano es destruir las reglas de sociabilidad que muy laboriosamente construyó el chavismo durante las últimas dos décadas.

Habría que empezar a dejar de ver al chavismo simplemente como una parcialidad política. El chavismo es un sujeto político, que es una cosa muy distinta. El mismo proceso de subjetivación del chavismo consistió, entre otras cosas, en exorcizar la humillación histórica de la que siempre fue víctima por parte de las elites. La médula de lo que hoy constituye el chavismo es esa parte mayoritaria de la sociedad venezolana que siempre fue invisibilizada, excluida, explotada. La “barbarie” de todas las épocas comienza a reconocerse en su humanidad, en su condición de sujeto político, una vez que insurge el chavismo. Su existencia misma supone, por supuesto, un cuestionamiento radical de todos los valores de las clases medias y altas, agentes “modernizadores” que monopolizaron los “derechos ciudadanos”, que reclamaron históricamente sus derechos particulares hablando en nombre de los derechos generales de la población. En el acto de constituirse en sujeto político, la mayoría del pueblo venezolano recuperó su dignidad perdida o la experimentó por primera vez.

Durante la revolución bolivariana, nunca antes de la guerra económica la población venezolana conoció la humillación que supone, específicamente, el conjunto inenarrable de penurias por las que debe atravesar para comprar alimentos. Las colas, que funcionarios irresponsables prometieron acabar en el corto plazo, y en las que algunos indolentes sólo son capaces de ver “bachaqueros”, se han convertido en una fuente permanente de hartazgo popular. Son contados los que, cercanos a la sensibilidad popular, pueden identificar las infinitas expresiones de solidaridad, características de los grupos humanos que padecen situaciones-límite.

Un porcentaje muy pequeño del propio chavismo, fundamentalmente proveniente de la clase media, y cuyo grado de filiación política es directamente proporcional a sus niveles de bienestar material, ha respondido con la recreación del discurso sobre la “viveza criolla”, de impronta profundamente conservadora, en tanto que denota prejuicios muy arraigados sobre las clases populares, asociadas históricamente con la inmoralidad, la ignorancia, la flojera o la trampa. Este discurso, que lejos de contribuir a la comprensión de los problemas agudiza el malestar, suele estar acompañado de una permanente denuncia de la pasividad gubernamental, que casi siempre disimula la propia pasividad, fenómeno por cierto reñido con la cultura política chavista.

Mientras tanto, el grueso del chavismo, parte del cual se multiplicó en asambleas populares los días inmediatamente posteriores al 6D, permanece a la expectativa, observando y evaluando los movimientos de los distintos actores políticos, siguiendo con atención las decisiones que, cautelosamente, comienza a tomar el presidente Maduro, sumándose desde ya, por ejemplo, a muchas de las iniciativas productivas a pequeña escala, celebrando las detenciones de funcionarios corruptos, etc. Se trata de una fuerza que representa, en el momento más difícil por el que haya atravesado la revolución bolivariana, más del 40 por ciento del electorado, una fuerza descomunal, sin precedentes, si tomamos como referencia la fuerza que alguna vez lograron acumular los partidos de izquierda.

El chavismo de comienzos de 2016 es una fuerza que ha resistido, de manera heroica, el mayor atentado que haya sufrido la economía nacional en toda su historia. Es un sujeto leal, disciplinado. Que cree fervientemente en la democracia, que siente orgullo de vivir en este tiempo y lugar, solidario, profundamente crítico. Después de todo, su proceder, su cultura política, su universo de valores, se asemejan bastante a lo que Kléber Ramírez y los comandantes bolivarianos imaginaban como “nueva ética”.

¿Hasta cuándo será capaz el chavismo de fungir como fuerza contenedora de la violencia que promueven las fuerzas contrarias a la revolución? Está por verse.

Mientras tanto, y para concluir, no está de más puntualizar que el chavismo es una fuerza que confía en la orientación popular de su gobierno, y específicamente en la figura de Nicolás Maduro. Respecto de las decisiones que estén por tomarse, fundamentalmente en el campo económico, lo que corresponde es confiar en la conciencia popular. Y no olvidar nunca, bajo ninguna circunstancia, que las revoluciones que vacilan están condenadas al fracaso. La oligarquía tiene que pagar tanto daño hecho al pueblo.

Éste es un pueblo que desea luchar. Hasta las últimas consecuencias.

Para el renacimiento de la política revolucionaria


Chavismo, familia, Orlando Monteleone

Con base en las lecciones políticas aprendidas durante la intensa etapa que va desde la muerte del comandante Chávez, el 5 de marzo de 2013, hasta la derrota electoral del 6 de diciembre de 2015, van las siguientes hipótesis de trabajo que, eventualmente, pudieran traducirse en líneas para la acción.

1. Para que se produzca el renacimiento de la revolución bolivariana habrá de producirse el rescate de los consejos comunales. Rescatarlos quiere decir: reivindicarlos, fortalecerlos y multiplicarlos.

2. Los consejos comunales no son, por supuesto, el único espacio de militancia revolucionaria, ni es deseable que así sea. Pero constituyen el espacio primario para el ejercicio de la democracia participativa y protagónica. Los consejos comunales son un espacio hecho a la medida del sujeto político que da origen a la revolución bolivariana.

3. Los consejos comunales son espacios para el común, para el ejercicio de la política entendida como política de los iguales. Tal política es protagonizada por el chavismo. El chavismo es un sujeto que comparte no sólo un origen predominante de clase, sino la experiencia común de la politización. El chavismo está hecho, fundamentalmente, de enormes contingentes de hombres y mujeres de las clases populares, casi todos sin experiencia previa de militancia política, que decidieron rebelarse contra la democracia representativa. Incluso antes de reconocerse como tal, el chavismo se incorpora a la política en el acto de rebelarse. Es un sujeto político exuberante, plural, desprejuiciado, sin ataduras ideológicas, de carácter radicalmente democrático, igualitarista, anti-oligárquico y, eventualmente, anti-capitalista.

4. Chávez no promueve la creación de los consejos comunales para nivelar por debajo, sino para incorporar a los de abajo, para garantizarles un espacio. No lo hace para domesticar al chavismo, sino porque lo reconoce como un sujeto que apunta en la dirección de la construcción de otra política. Chávez identifica en el chavismo un espíritu difícil de conformarse con formas más tradicionales de participación política.

5. Tal vez sean los aportes más importantes del pueblo venezolano, de Chávez y de la revolución bolivariana, a la filosofía política, a la milenaria tradición de luchas de los pueblos por su liberación, a la emergencia de una cultura política emancipatoria para el siglo XXI: a) la política entendida como una política de los iguales; b) los consejos comunales como espacios para el ejercicio de esta política; y c) las Comunas, entendidas no sólo como la agregación de consejos comunales, sino también como expresión de una nueva cultura política. No en balde, las Comunas serán el tema central del último de los discursos programáticos del comandante Chávez: el Golpe de Timón.

6. Los consejos comunales constituyen, igualmente, el espacio primario para la construcción de hegemonía democrática y popular, incorporando, sumando a los que piensan distinto, incluso a los opuestos, para plantear y resolver problemas comunes.

7. Nuestra progresiva retirada de los consejos comunales es signo inequívoco de la burocratización de la revolución bolivariana.

8. Otro signo inequívoco del mismo fenómeno es el creciente malestar de la burocracia política por su manifiesta incapacidad para “controlar” los consejos comunales. El problema es que para alcanzar su objetivo debe dedicarle tiempo y esfuerzo a hacer política en el territorio. Ha pasado mucho desde que dejó de hacerlo.

9. Lo más retrasado de la burocracia política ni siquiera se plantea como dilema ético su exigencia de amañar, incluso, elecciones de consejos comunales, cuando otras maniobras no le han sido suficientes, con tal de “controlarlos”. Promueve, de esta forma, el aniquilamiento de la democracia participativa y protagónica.

10. Luego del III Congreso del PSUV, celebrado a finales de julio de 2014, los consejos comunales pierden su centralidad como espacio para el despliegue de la política revolucionaria, y su lugar pasa a ser ocupado por las Unidades Bolívar Chávez (UBCH), que de hecho son incluidas en los estatutos del partido, y definidas como “organización esencial y base de articulación de las patrullas socialistas para la ejecución coordinada de los planes de acción política y social en un radio de acción determinado” (artículo 22). El “Acta de Decisiones”, documento que recoge las conclusiones del Congreso, no menciona a los consejos comunales. Las Comunas sólo son referidas de manera genérica (punto 12), pero no se definen criterios de actuación de las UBCH en estos espacios.

11. La trayectoria es clara: el partido se retira progresivamente del territorio para refugiarse en sí mismo. Por un lado, abandona el espacio para el ejercicio de la política entre iguales, despolitizando la relación entre las partes, que pasan a ser “benefactor” y “cliente”. Por otro lado, el abandono del espacio para la construcción de hegemonía popular y democrática se traducirá no sólo en la incapacidad para ensanchar la base social de apoyo a la revolución, sino en desafiliación política.

12. La burocracia política instigará el conflicto entre consejos comunales, Comunas y UBCH. Irónicamente, se trata casi siempre de los mismos individuos: el vocero del consejo comunal, el parlamentario de la Comuna y el integrante de la UBCH, sólo que jalonados por lógicas antagónicas: la lógica democrática participativa versus la lógica del “beneficio”. El burócrata político intentará imponer la idea de que es posible (incluso deseable) prescindir de la primera para acceder al segundo.

13. ¿Consejos comunales y Comunas están exentos del riesgo de sucumbir a la lógica clientelar? En lo absoluto. No idealicemos ningún espacio. La cuestión es: justamente porque el riesgo es permanente, el partido tendría que actuar permanentemente en el territorio, como anticuerpo, como agente dinamizador de la política revolucionaria, participativa y protagónica, y jamás como su sepulturero.

14. ¿Acaso las UBCH no pueden funcionar de acuerdo a la lógica democrática participativa? Por supuesto que sí. De hecho, muchos jefes de UBCH ejercen un liderazgo genuino en sus territorios. El problema radica en la decisión política que faculta a las UBCH para la asignación de “beneficios” a la población, tomada en algún momento después del III Congreso del PSUV, violando un principio básico de la política revolucionaria: el “principio electoral”. Adecuado a nuestras circunstancias, la traducción de tal principio sería la siguiente: nuestra militancia partidista entraña una responsabilidad, no un privilegio; nuestra militancia partidista no nos hace “beneficiarios” ni “benefactores” de nada ni de nadie.

15. Lléguese hasta las últimas consecuencias de la entronización de esta lógica clientelar, y no será complicado identificar algunas de las principales causas de nuestra derrota el 6D. Contra ella se ha rebelado el “chavismo de corazón”.

16. El “chavismo de corazón” es un concepto que traduce una cierta sensibilidad popular en los días inmediatamente posteriores al 6D; expresa la forma como una parte del chavismo metaboliza el fracaso, lo hace soportable, inteligible, antes de convertirlo en desafío político. No es un invento que obedece al interés de cualquiera, acaso un optimista empedernido o un iluso sin remedio, por poetizar la derrota, minimizándola. Es la forma como se autodefinen muchos de quienes rechazan la imposición del clientelismo como forma de relación política. Lo que hay que saber percibir es cómo este “chavismo de corazón” antepone lo inmaterial a lo material. Llámele usted como prefiera. Antes solía llamársele conciencia.

17. En los primeros años de revolución bolivariana el comandante Chávez trazaba una línea que iba de la revolución política (o refundación de la república) a la revolución económica. Si el antichavismo global, y no sólo el vernáculo, presiona por todos los medios posibles para que la férrea disputa sobre la política económica se resuelva a su favor, es en parte porque cree consumada la contrarrevolución política, por lo que sólo bastaría este último zarpazo.

18. El abandono de los espacios que garantizan el ejercicio de la democracia participativa y protagónica, la neutralización de su potencial transformador, preparan el terreno a la contrarrevolución política. Estamos obligados a conjurar la aparición de Comunas de papel. Pero más obligados estamos a combatir, con apasionamiento, a los que sólo son capaces de ver Comunas de papel por todas partes.

19. Acaso los mismos agentes de la contrarrevolución política estén pugnando hoy por nuestra claudicación en lo que se refiere a política económica.

20. Hablando de agendas funcionales a las fuerzas contrarias a la revolución: no olvidar la centralidad otorgada por el antichavismo a la crítica de los consejos comunales. En 2012, durante la campaña electoral presidencial, intentaron socavar el “liderazgo moral” del chavismo disparando contra el “enchufado”. Hoy, cuando tantos de nosotros hemos naturalizado el uso del lenguaje que se emplea en filas contrarrevolucionarias, y cuando menospreciamos la importancia estratégica de los consejos comunales, bien haríamos releyendo el Golpe de Timón como una respuesta, por qué no, frente a aquellos ataques. Sin consejos comunales no hay Comuna. Y bien sabemos que es Comuna o nada.

Ciento doce


MUD gana 6D

MUD gana 6D Ramos Allup

¿Las viudas de la «democracia» adeco-copeyana nos van a venir a hablar de burócratas y corruptos?

Si incluso ahora, cuando vuelven bajo la forma de ciento doce, regresan como lo viejo. Como una angustiosa advertencia. Como un aviso de tormenta.

Apenas asomaron las fauces comenzamos a escuchar los lamentos. Ya se habla del síndrome del chavismo arrepentido.

¿Qué se puede decir de una especie política que sólo es capaz de triunfar disimulando sus verdaderas intenciones? No hay que negarlo: triunfar electoralmente sin haber hecho campaña tiene su mérito. Pero es que no hizo falta. Su campaña consistió en suscitar exasperación en la población. ¿Qué se puede esperar de una especie política que no simplemente capitaliza, sino que suscita el malestar popular para poder prevalecer?

No espere la población exasperada que esta especie política le rinda cuentas. Ella tira la piedra y esconde la mano. Ella nunca mira a los ojos.

No es sólo que su tiempo ha pasado. Es que su tiempo ha pasado porque fueron una enorme equivocación. Y lo siguen siendo.

No condenan el crimen. Se lamentan porque no son ellos los perpetradores. Quieren más y más y más. Son insaciables. Lo quieren todo. Lo que es de todos.

Los más cínicos seguirán afirmando que no hay ninguna diferencia entre el hoy y el ayer. Que todo es más de lo mismo. No importa si los millones de invisibles de ayer están aquí hoy para desmentirlo.

Son cipayos hasta en la manera de señalar las debilidades del adversario: por eso les encanta hablar de la “boliburguesía”. Adversarios, sí. Enemigo a muerte sólo uno: el pueblo venezolano, que acusa a la “nueva” clase por traidora de las causas populares. Por su alianza con la vieja burguesía. En cambio ellos, aunque lo disimulen, son cipayos y burgueses, y se entienden. El odio a Bolívar los hermana.

Los publicistas del antichavismo han hecho un denodado esfuerzo por asimilar al chavismo con las figuras clásicas y más contemporáneas de la villanía: banquero corrupto, narcotraficante, terrorista, etc. Vulgar ejercicio de invisibilización del sujeto chavista. Publicistas servirles, mandaderos de las oligarquías.

Sí, con la muerte de Chávez perdimos a nuestro principal referente ético. Y lo lamentamos profundamente. Pero si en el amplio espectro del antichavismo no aparece una figura de su talla, no se nos acuse. No es nuestra responsabilidad si el antichavista común debe conformarse con el “liderazgo” que tiene.

¿Cómo fue posible que nos derrotara tal “liderazgo”? Más importante que desoír a quienes no tienen nada que decirnos, es escuchar a quienes hoy nos dicen, fuerte y claro, que jamás se resignarán a un remedo de revolución.

Repolitizar: gobernar revolucionariamente


Chávez 3 octubre 2010

Receloso como soy de los “instrumentos” para medir quién es más revolucionario que quién, y enemigo de los concursos de egos, me atrevo, sin embargo, a plantear que sí hay criterios para determinar cuándo se está gobernando de manera revolucionaria.

Lo haré en términos muy generales, recurriendo, una vez más, a la gastada fórmula del decálogo. Lo hago porque me parece necesario. Porque no es momento de distribuir culpas, pero mucho menos de concluir que todos somos culpables. Porque los análisis deben partir de nuestras prácticas, y en ningún caso pueden convertirse en un desfile de generalidades.

1. Un funcionario que se limita a administrar la institución, sea cual fuere, no es un funcionario revolucionario.

2. No hace falta la presencia de revolucionarios para que las instituciones funcionen. De hecho, éstas pueden funcionar perfectamente bien sin aquellos. El asunto es: ¿funcionar para qué, para quiénes? En el caso de los revolucionarios, lo que corresponde, siguiendo a Alfredo Maneiro, es actuar con “calidad revolucionaria”, es decir, hacer uso de nuestra capacidad “para participar en un esfuerzo dirigido a la transformación de la sociedad, a la creación de un nuevo sistema de relaciones humanas”.

3. Si además el funcionario se limita a administrar clientelarmente los “beneficios” del gobierno bolivariano, estamos frente a una gestión doblemente regresiva.

4. Mal puede exigírsele al pueblo chavista silencio y complicidad frente a estas prácticas. El malestar que ellas producen debe ser convertido en fuerza para la organización, la movilización y el control popular de la gestión. Si esto no sucede, el malestar puede degenerar en resignación, forzando a una parte del pueblo a incorporarse a las redes clientelares para así poder acceder a “beneficios”. Allí donde hay clientela deja de haber ciudadanos. Allí donde el chavismo alguna vez produjo politización, empieza a campear la despolitización. En otros casos no hay siquiera resignación: hay retirada de la esfera pública.

5. Repolitización significa gestión transformadora, movida por el principio universal de justicia. Ella supone una ética: a los revolucionarios les corresponde situarse “desde el lugar de los que sufren”, para decirlo con Dussel.

6. El comandante Chávez nos orientó sobre la necesidad de repolitizar la gestión en un momento en que se imponía el fenómeno de la gestionalización de la política revolucionaria. Esto ocurre cuando, frente a la crítica de la institucionalidad, los revolucionarios optan por ignorar la crítica popular y se refugian en la defensa de la institucionalidad. Común a todos los procesos revolucionarios, este fenómeno comenzó a perfilarse en Venezuela, por diversas razones, luego de la victoria en las elecciones presidenciales de 2006.

7. La gestionalización de la política revolucionaria no es una fatalidad. No existe algo como la irreversibilidad del proceso de burocratización de la revolución bolivariana. La acción oportuna de las fuerzas revolucionarias puede hacer revertir este proceso. Hay que desconfiar de todo aquel que “decrete” el fin de los procesos revolucionarios.

8. Un funcionario que se alía con los “poderes fácticos” para provecho personal o de grupo, de espalda a los intereses populares, no es revolucionario. Un funcionario que se limita a favorecer a grupos, por más que estos se autodenominen “revolucionarios”, no es revolucionario.

9. Si usted evalúa una gestión de acuerdo al grado de beneficio obtenido en lo personal, ignorando deliberadamente el cuadro general, usted no está actuando como ciudadano, sino como cliente.

10. No hay repolitización sin pueblo protagonista. Pero existe la tutela disfrazada de repolitización. La tutela es profundamente conservadora, antipopular. Quien la practica, se cree el único que sabe cómo hacer una revolución. Para quien se arroga el derecho de tutelar, la carga de la prueba siempre recae en el pueblo, que está obligado a probar, hasta el infinito, su condición de sujeto político, de ciudadano. Si las bases del chavismo resienten la actuación del funcionariado o el político corrupto, clientelar, el que tutela les exige disciplina, “conciencia”. Si las bases del chavismo se resignan o dejan de votar, no lo hacen de pleno derecho, sino porque les falta “conciencia”. ¿Quién les proveerá conciencia para que aquello no vuelva a ocurrir? El que tutela. ¿Qué ocurrirá con las causas del malestar? Probablemente permanecerán intactas, agudizándose el malestar popular. Al menos hasta que no se produzca, o se fortalezca, la alianza entre el funcionariado revolucionario y las bases populares.

Estos sencillos criterios tendrían que servirnos para identificar a los funcionarios, casi todos anónimos, que luchan por transformar la institucionalidad para ponerla al servicio de los intereses populares. Casi siempre lo hacen en silencio, trabajando incansablemente, sin esperar nada a cambio. Ellos se distinguen claramente de los liderazgos negativos: aquellos que en nombre del “poder popular” y de la crítica a la “burocracia” y, en ocasiones, simplemente en nombre de la “crítica”, pretenden imponer intereses personales o de grupos. Que el escándalo del que son capaces no nos distraiga.

Chavismo de corazón


 

Chávez corazón

La identidad chavista está intacta. Puertas adentro, el chavismo está discutiéndose, revisándose, pensándose.

De este intenso ejercicio de introspección política hay varios registros: la discusión que se desarrolla en los grandes auditorios se distingue de aquella que tiene lugar en la calle. La destemplanza, la grandilocuencia y el desfile de egos que caracteriza a los primeros contrastan con la sencillez, la lucidez y la profundidad de análisis de los comunes. No se trata de negar, por supuesto, aquellos escenarios, pero sí de llamar la atención: ellos no tienen ningún sentido si quienes conforman el auditorio persisten en su desconexión del territorio.

Tal tendría que ser uno de los principios rectores de la política revolucionaria en la nueva etapa: la territorialización de la política. Por una parte, gobierno en la calle de manera permanente, priorizando el casa por casa, el contacto directo, sin mediaciones, con los problemas de la población. Por otra parte, partidos, movimientos, consejos comunales, Comunas, Consejos Presidenciales, sindicatos, etc., activados en el territorio.

Para cualquier forma de organización, éste no es el momento de las demandas puntuales al Presidente: es momento de rendir cuentas, de desplegarse en el territorio y escuchar, de prestarse para la interpelación popular, de interrogarse colectivamente sobre la eficacia de métodos, procedimientos, prácticas. Es momento para arreciar en la crítica de todos los vicios asociados a la lógica de la representación.

De igual forma, hay que someter a crítica severa todo lo que de lógica asistencial y clientelar persiste en nuestras prácticas. Pero no como un ejercicio de calistenia, sino como condición para la supervivencia. Además, es un ejercicio que permite ponernos a tono con el “sentido común” del pueblo chavista.

En la calle, el chavismo está discutiendo a fondo el tema de los “beneficios”. Si ya resulta difícil lidiar con los estragos de una guerra económica que supera los mil días, si ha debido soportar la humillación de las largas colas, ser víctima de la discrecionalidad a la hora de administrar los “beneficios” resulta sencillamente intolerable. Nunca antes produjo tanta indignación la manifiesta arbitrariedad de funcionarios que, sin disimulo alguno, favorecen a familiares y amigos. Si bien, por razones obvias, estas prácticas son particularmente perniciosas en el caso de las redes públicas de distribución de alimentos, hay que reconocer que están presentes, en general, en la forma como parte del funcionariado y de nuestra clase política se relaciona con la base social del chavismo. De hecho, la forma como ésta última pretende construir redes clientelares aprovechándose de “beneficios” del gobierno bolivariano, produce tanto o más rechazo que cualquier otro caso.

En ese hervidero que es la Venezuela popular después del 6D, en el fragor de múltiples asambleas de base, casi siempre espontáneas, al calor de miles y miles de diálogos informales, cual herrero, el pueblo chavista ha forjado un concepto: “chavismo de corazón”. Ponga cuidado y escuche atentamente.

El “chavismo de corazón” es aquel que no se deja comprar por el político clientelar, sea del bando que sea, y mucho menos le vende su alma al que pretende ponerlo de rodillas a través del hambre. “Yo no me vendo por un pollo”, me decía Teodoro, un campesino de sesenta y tantos años, durante un recorrido por el barrio La Montañita, en Valera. “Yo soy chavista de corazón”, agregó, llevándose el puño derecho al pecho.

El “chavismo de corazón” no esconde su orgullo cuando manifiesta que vota por el chavismo a pesar de no ser “beneficiario” de una u otra política gubernamental. En esta actitud debemos ser capaces de identificar los arrestos éticos del chavismo, esos que lo definen como sujeto político: más que inconformidad por no ser “beneficiario” todavía, lo que rechaza es la idea misma de “beneficiario”, que lo reduce a la condición de sujeto pasivo.

El “chavismo de corazón” es un ciudadano con derechos, individuales, pero sobre todo colectivos. Su filiación política no la determina el estímulo material. Antes bien, está dispuesto “espiritualmente” a luchar por transformar sus condiciones materiales y espirituales de existencia, conquistando y ejerciendo derechos.

El “chavismo de corazón” es implacable cuando se trata de señalar a quienes, a pesar de ser “beneficiarios” del gobierno bolivariano, votan por el antichavismo. Esta crítica es más implacable aún cuando se trata de personas de las clases populares. Sólo el cuestionamiento de los políticos clientelares y corruptos despierta tanta animadversión.

Por último, el “chavismo de corazón” resiente de aquellos que, habiendo votado siempre o casi siempre por el chavismo, han dejado de votar o lo han hecho por el antichavismo. Se trata de una herida abierta en el seno de las bases populares. Una que produce mucho dolor, incluso decepción. Una circunstancia frente a la cual debemos actuar con mucha cautela: tarde o temprano el “chavismo de corazón” habrá de dar su brazo a torcer y trabajar para que se produzca la reconciliación.

Ya es común afirmar que la guerra económica ha puesto en evidencia todas las limitaciones de nuestro modelo económico rentista, y que esta situación se ha expresado en las elecciones parlamentarias. Pero por razones que no terminamos de comprender, muchísimo menos evidente resulta que el correlato político de este modelo, es decir, la cultura política asociada a la lógica rentista, ha sido la otra gran derrotada el 6D.

El pueblo chavista, ese que tantos se empeñan en seguir presentando como una masa carente de “formación” política o ideológica, ha parido un concepto que deja en evidencia que vivimos los estertores de la vieja política. Una vieja política que, no obstante, amenaza con volver. Y si hoy nos amenaza es porque, en buena medida, ya está entre nosotros, porque le hemos dado cobijo en filas revolucionarias, produciendo confusión y rabia.

Allí está, el “chavismo de corazón”, diciéndole al mundo que está preparado para asumir las riendas de esta sociedad. Con la moral en alto, muy a pesar de todo el esfuerzo que hace el antichavismo para presentarlo como un sujeto vil, corrompido, decadente y cómplice. Allí está, irreductible, preparándose para la próxima batalla.

Después del 6D: no hay chavismo vencido.


Maduro, madrugada del 7D

La identidad política del chavismo está intacta. Todo el que haya estado recientemente en las catacumbas lo sabe. Triunfante la guerra económica, el chavismo ha visto disminuir su fuerza. Pero permanece allí, irreductible. Aún puede hablarse con absoluta propiedad de una revolución bolivariana, porque existe un sujeto de esa revolución. Se dirá que son cuestiones básicas, pero son éstas, justamente, las que hay que tomar en cuenta a la hora de los balances por hacer.

No ha triunfado la oposición, sino la contrarrevolución. La caracterización, hecha por Maduro, es clave. La contrarrevolución ha logrado imponer, de manera circunstancial, las reglas de juego. Tiene la iniciativa. Para lograrlo no sólo se ha valido del antichavismo histórico (hay que decirlo, de los deseos legítimos de “cambio” de una parte de su base social, que no se identifica con las tendencias más fachas), sino que, por primera vez, ha logrado movilizar a un porcentaje de la base social del chavismo. Éste es, tal vez, el dato más enigmático del actual momento político.

¿Cuáles son las condiciones que han hecho posible este fenómeno de desafiliación política? ¿Hasta qué punto puede atribuírsele a la guerra económica? Sin menospreciar en lo absoluto los efectos de esta última, mi hipótesis es que este fenómeno también puede ser entendido como una reacción extrema, desesperada, frente a lo que se juzga como no correspondencia entre la práctica de parte del liderazgo chavista (en funciones de gobierno o con responsabilidades en el partido) y la cultura política chavista.

Bien se trate de funcionarios de gobierno o de partido, debemos someter a profunda revisión nuestras prácticas militantes. Revisar, por ejemplo, en qué medida hemos logrado asimilar que la política revolucionaria habrá de ser una política de los comunes. No se trata de una cuestión secundaria: entender que la política chavista es, por definición, una política de los iguales, equivale a resolver un problema conceptual decisivo. Quizá sea ésta la gran revolución teórica del chavismo, su contribución a la emergencia de una cultura política emancipatoria adaptada a los rigores, circunstancias y desafíos del siglo XXI. Y sin embargo, no le prestamos la importancia que merece.

El pueblo lo sabe. Sabe de sobra que con Chávez hizo épica. Los nadie, los invisibles hicieron épica haciéndose chavistas. Después de Chávez, imposible conformarse con poco o resignarse a su remedo.

Revisar nuestras prácticas militantes no significa entregarnos a la introspección mientras la vida acontece. Pero hagamos todo cuanto esté a nuestro alcance para no dedicarnos a enumerar los defectos de una clase política antichavista que, por más impresentable, hoy se erige vencedora. Sobre todo porque no estamos acostumbrados a la derrota electoral, seamos buenos perdedores. No importa si algunos de ellos se comportan como los peores ganadores. No caigamos en provocaciones: ¿acaso no está claro que el objetivo de éstas es inducir nuestros errores políticos?

Además, revisar nuestras prácticas militantes supone la ventaja estratégica de que es una tarea que le corresponde a todo el chavismo, si bien el acento está puesto en su liderazgo. Lo crucial, si al caso vamos, es que éste último evite, en todo momento, recurrir al viejo expediente de la culpabilidad de las masas malagradecidas. Un liderazgo político revolucionario asume responsabilidades, no distribuye culpas. Volviendo: revisar nuestras prácticas es algo que debemos hacer todos, y no sólo Maduro o el burócrata tal o cual. ¿Hasta qué punto hemos asimilado las lecciones históricas de la profunda transformación cultural que significó la insurgencia del chavismo? ¿Cómo se expresa esto en la forma como hacemos política? ¿Realmente hemos entendido que la revolución es una obra colectiva, y no uno más de tantos asuntos pendientes del gobierno, el partido o el Presidente?

La identidad chavista está intacta. Ella puede encontrarse en las catacumbas, pero también se ha expresado electoralmente este 6D con extraordinaria energía. A pesar de tener tanto en contra, o precisamente por ello, el chavismo ha salido a pelear, una vez más, aunque el empeño que le ha puesto no haya sido suficiente. Pero que lo sepa el mundo: el chavismo es, por definición, un sujeto guerrero. Seguirá peleando, y se reencontrará con la victoria. Tan seguro como que se llama chavismo.

No hay chavismo vencido.

¿Nosotrxs? Tranquilxs, alegres, activxs…


Durante la campaña, la clase política antichavista en pleno, salvo contadas excepciones, le apostó al deliberado silencio. ¿Qué campaña más eficaz que la guerra económica? La situación ha cambiado. En los últimos días no sólo se han multiplicado las declaraciones de sus principales voceros, sino que han venido subiendo de tono progresivamente.

Henrique Capriles: «No veo modo de que el Gobierno gane».
María Corina Machado: «Arrasamos o se hará un fraude monumental que no aceptaremos».

El consenso que expresan respecto de los que juzgan como los únicos escenarios posibles (victoria antichavista o fraude y violencia), va adquiriendo la forma cada vez más clara de una gigantesca provocación, frente a la cual habremos de responder, una vez más, con mucha serenidad. Con sabiduría. Poniendo todo nuestro empeño en que hasta el último de los chavistas vote.

Ellxs, locxs, locxs.

¿Nosotrxs? Tranquilxs, alegres, activxs…

Carta desde Amazonas


Guacharaca i la mas baja

Días intensos de campana electoral en Amazonas nos permiten volver sobre algunos fundamentos de la política revolucionaria que debemos observar para evitar el debilitamiento de nuestras fuerzas.

1. No tendría que haber diferencia sustancial entre nuestras jornadas de «gobierno de eficiencia en la calle» y la campaña propiamente dicha. El método debería ser siempre el mismo, y su validación habría de depender, en primer lugar, del respeto a la regla básica: contacto permanente con la población. Pero no cualquier tipo de contacto. El cara a cara resulta simplemente insustituible. Contacto refiere a interlocución y, en el mejor de los casos, a interpelación mutua: no se trata de mirar la mayor cantidad de rostros en el menor tiempo posible, estrechar tantas manos como se pueda, como precondición para transmitir el mensaje. El mensaje lo constituye la manera como actuamos, y es por nuestros actos como somos juzgados, casi siempre muy severamente, por la población. El contacto es una ficción si no nos conectamos con los problemas comunes: si no hay tal identificación de problemas, no hay espacio común, no puede hablarse de una relación política entre comunes. Eso explica tanto desencuentro, y a eso refiere la imagen ya clásica del candidato que irrumpe en mi espacio para referirse a asuntos que no son los míos, y que sólo puede establecer algún frágil vínculo conmigo mediante la promesa vana. El chavismo tiene su origen en ese desencuentro radical con la clase política. Por eso le es tan fácil identificar a los charlatanes, y por la misma razón exige y, en alguna medida, produce, una clase política distinta, que comienza a dignificar el ejercicio de la política.

2. Respecto del asunto crucial de los problemas comunes: la campaña (y el propio ejercicio de gobierno) no es más o menos difícil conforme a la mayor o menor cantidad de problemas que enfrente la población. Idéntica consideración puede hacerse sobre la gravedad de los problemas: ésta no determina la dificultad de la campaña. La clave radica en la disposición, en la voluntad colectiva para enfrentarlos y solucionarlos. En otras palabras, lo que resulta clave es la idea misma de problema común: la posibilidad de resolver un problema es lo que nos hace parte de una comunidad política. El propio proceso de subjetivación política del chavismo consiste en el descubrimiento colectivo de la fuerza que eventualmente nos permitiría refundar la república vía constituyente, estableciendo nuevas reglas de juego políticas, creando una nueva cultura política fundada en la participación protagónica, etc. Desde sus orígenes, el chavismo fue del tamaño de los problemas que se planteó, y sólo se planteó, como diría Marx sobre los pueblos en revolución, los problemas que podía resolver. No existe tal cosa como un pueblo chavista despolitizado, o desmovilizado políticamente, como consecuencia de los problemas que debe encarar.

3. La pregunta es: ¿podemos resolver juntos nuestros problemas comunes? La campaña no es una pausa, en la que dejamos de formularnos ésta y otras preguntas fundamentales. Al contrario, es una nueva oportunidad para reafirmar que pertenecemos a una comunidad política. Una comunidad política de iguales. Es un momento para reducir distancias, para limar asperezas, para lidiar con nuestras diferencias de manera democrática, para unir fuerzas contra el enemigo común.

4. La cohesión de un pueblo que está protagonizando una revolución depende en buena medida del horizonte que es capaz de dibujar, más que del camino desandado. Es el horizonte el que nos permite superar los obstáculos. Nunca estará de más recordar la conquistado, pero lo que ha sido es apenas la antesala de lo que será.

5. El orgullo de clase popular suele expresarse en la conseja: no olvidemos de dónde venimos. No olvidemos que ni siquiera éramos y que hoy somos. No olvidemos el maravilloso momento histórico en que descubrimos que somos una fuerza que puede definir lo que habremos de ser. Somos chavistas pa lo que salga. Bien es cierto que hay quienes se aprovechan de la existencia del chavismo, y algunos hasta pasan por chavistas, y usurpan nuestros símbolos y toman decisiones en contra de nuestros intereses. Luchemos contra ellos. Pero que eso no nos desvíe del objetivo central de este 6D: derrotar a quienes desean que el chavismo desaparezca.

Nosotros, comunistas en la era del chavismo


Hoz y martillo

A propósito de la virulencia de ciertos escarceos más bien subterráneos, escribía mi amigo Eder Peña: «Es la hora de la chiquita, sale lo peor de lo que nos han inoculado contra la mayor creatividad posible, pero lo peor lleva ventaja porque es lo más fácil«. Estoy completamente de acuerdo.

He pensado mucho sobre este asunto últimamente. Es la hora de la chiquita. Lo que no quiere decir que no vendrán nuevas horas difíciles, que lo sabremos nosotros los chavistas, que estamos habituados a lidiar con situaciones límite. Pero vivimos la que quizá sea la hora más difícil de la revolución bolivariana.

No me referiré aquí a las causales de la dificultad. No es mi intención. Me limitaré a subrayar que es un momento histórico que nos interpela con fiereza, que nos impide hacernos los distraídos. Nuestra respuesta deja ver nuestra grandeza, pero también nuestras miserias. El detalle es que estas últimas producen escándalo. El heroísmo de estos tiempos es más bien silencioso.

En algunos escándalos he comenzando a advertir la influencia del aspecto generacional. No quiero decir, en lo absoluto, que lo generacional sea el condicionante principal de actitudes que, por demás y lamentablemente, es posible ver en personas de todas las edades. Pero estoy convencido de que hemos menospreciado un aspecto que, en todo tiempo y lugar, determina voluntades.

Yo pertenezco a una generación de comunistas muy soberbios, no por comunistas, sino por inmaduros, que le tocó empezar a militar en un ambiente incomparablemente hostil: el del «fin de las ideologías». Soy de los que compraba a precio de remate los libros de Lenin que los viejos comunistas renegados tiraban a la basura. Aún conservo casi todas esas joyas, más uno que otro manual inservible de la editorial Progreso.

Luego, maravilla de maravillas, llegó el chavismo. Y el chavismo, camarada, nos dio una revolcada de padre y señor nuestro, y en la revolcada nos fuimos haciendo hombres y mujeres, y nos reencontramos con el pueblo, y aprendimos que éramos parte de él y no mejores que «las masas», y fuimos audaces en la lectura y en la práctica, y dejamos de comportarnos como ascetas, y comprendimos que la militancia no tenía por qué significar andar tristes, compungidos, y nos sacudimos ese rictus de severidad de nuestros rostros porque entendimos que para darle un beso a la vida hay que tener los labios bien dispuestos.

No obstante, nosotros, comunistas en la era del chavismo, no fuimos capaces de conjurar el retorno de esa misma soberbia que creíamos extinta. Hay una generación de jóvenes militantes de izquierda, marxistas-leninistas, algunos de los cuales incluso reivindican a Stalin, que no vivió la década prodigiosa que vio insurgir al chavismo (la década de los 90, tan inexplorada, tan poco pensada, tan incomprendida), que vio de lejos los primeros combates del chavismo ya con el control del gobierno, y que obligado a vivir la hora más difícil de la revolución bolivariana, responde con una actitud absolutamente contraria a la audacia: refugiándose en los conceptos elementales del materialismo histórico, en cualquier cosa que le permita lidiar con ese exceso de realidad que es siempre una revolución que atraviesa por circunstancias adversas.

Resulta doloroso ver cómo pierden el tiempo “demostrando” que Chávez leyó a Marx, como si eso inclinara definitivamente la balanza para la causa que agrupa a los justos frente al “reformismo”; ver cómo profieren maldiciones porque Maduro no nacionaliza la banca o porque impide que la clase obrera tome el control definitivo de los medios de producción. La mera noción de pensamiento estratégico, tal vez el aspecto en el que Chávez era más genuinamente marxista, les resulta absolutamente ajena. A su juicio, sin la menor sombra de duda, tal o cual medida debe tomarse ahora, porque es sólo ahora el tiempo de la política, y porque ésta no sabe de incertidumbres. Pero basta que se les reclame al afán manualesco y se les exija un análisis riguroso del estado actual de la lucha de clases: no hay peor ofensa. De inmediato, responden con la acusación de anti-intelectualismo.

Confieso que me angustia tanta altivez. Tanto ofuscamiento. A estas alturas, y sobre todo en las actuales circunstancias, cualquiera que se autodefina como militante de izquierda tendría que haber superado la falta de confianza, en sí mismo y en el pueblo venezolano, que le hace actuar con tanta altanería. Ésta no es más que una señal de miedo. El mismo miedo que hace ver enemigos en todas partes y que es la antesala de la derrota.

Y lo sabemos bien: la derrota no es, ni remotamente, una opción. De la misma forma que no es opcional aprender las lecciones políticas que dio Chávez sobre cómo se hace política con vocación hegemónica.

Cualquiera militante chavista, pero en particular aquellos que se reconocen como marxistas, está en la obligación de estudiar a fondo las implicaciones teóricas y prácticas del desafío que nos planteaba Chávez cuando hablaba de socialismo del siglo XXI. En cambio, mucho comunista de nueva generación hace alarde de su comunismo old school como si se tratara de la gran novedad histórica, con una arrogancia que hace palidecer nuestras malcriadeces de teen spirit.

Comunistas de nueva generación que recurren permanente al sarcasmo para aparentar agudeza en el análisis, cuando lo cierto es que intentan disimular su tristeza. Porque sienten que lo mejor ya pasó. Porque creen que llegaron tarde.

Camaradas, sepan perdonar nuestra faltas. No hemos hecho lo suficiente para transmitirles todo lo que ha significado el chavismo: cómo revolucionó la forma de hacer política, cómo fue dando paso a una nueva cultura política. Pero no utilicen nuestros errores como excusa: apúrense a aprender del chavismo. Estudien a Chávez. Escuchen atentamente a Nicolás. Dispónganse a aprender del pueblo venezolano.

¿Comunistas? ¡Aquí está Rodas, salten aquí!

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