El rostro de Simón Bolívar ha vuelto a develar el verdadero rostro del antichavismo de elites, su vergonzoso racismo apenas disimulado.
El rostro de Simón Bolívar ha vuelto a develar el verdadero rostro del antichavismo de elites, su vergonzoso racismo apenas disimulado.
– Persona 1: Sí, esos negros (niggers) siempre están robando cosas y matándose entre ellos. ¡Que se jodan esos negros!
– Persona 2: Epa tipo, ¿cuál es el problema contigo?
– Persona 1: Tranquilo, yo tengo amigos negros (black friends), así que puedo decir eso.
– Persona 2: No creo que funcione de esa manera.
Este breve diálogo aparece publicado en la web Urban Dictionary, «el diccionario que tú escribes», y que registra el significado de frases propias de la jerga habitual entre la población urbana gringa. Corresponde a la entrada «I have black friends» (tengo amigos negros), frase definida como «la mayor excusa que utilizan los racistas para tratar de aparentar que no son racistas».
Haga la prueba, vaya a la página del buscador de su preferencia y teclee «Have black friends» (Tener amigos negros): se encontrará con una avalancha de páginas que difieren en el punto de partida, pero coinciden en el punto de llegada: la frase «tengo amigos negros» denota racismo. Ella es un producto cultural del lenguaje políticamente correcto, ese recurso retórico al que recurre el racista para enunciar, de manera condescendiente y compasiva, a ese Otro que teme o desprecia. Pura mala conciencia.
Irónicamente, para quien la enuncia, la frase «tengo amigos negros» equivale a reclamar el derecho de suspender temporalmente las reglas no escritas de la corrección política del lenguaje para, puede suponerse, decir-las-cosas-como-son. Porque «tengo amigos negros».
En Venezuela, como sabemos de sobra, el racismo era una cosa del pasado, un asunto superado, y vivíamos en un paraíso en el que coexistía «una de las poblaciones más mestizas y variadas del continente desde hace varios lustros, en plena paz y armonía», como bien lo expone un tal Saul Godoy Gómez, en artículo publicado el lunes 17 de mayo de 2010 en El Universal.
Hasta que, también lo sabemos perfectamente, llegó el zambo.
Llegó el zambo y su obsesión por utilizar unas «supuestas injusticias históricas, reclamos, agravios como excusa, para despojar a los venezolanos de sus derechos, propiedades y libertades». Llegó el zambo y con él «una banda de idiotas» que se creyeron el discurso de «justicia social envenenada de odio y oportunismo». Ahora esta banda deambula por ahí, «machete en mano, como tanto cimarrón lo ha hecho en nuestro país» robando, destruyendo y quemando «las propiedades de los otros», violando «dignidades» y aterrorizando «a la gente de bien, y si sus víctimas sucede que son mujeres, niños y ancianos… mejor, para dar el ejemplo».
Llegó el zambo y le agregó «el ingrediente racista, del color de la piel, o de un supuesto origen aborigen», y aquí estamos, la gente de bien, padeciendo «en pleno siglo XXI las taras y la barbarie de tiempos que creíamos superados».
O-ri-gen-a-bo-ri-gen.
Llegó el zambo y ahí tienen lo que ha sucedido en Caruao: «Gracias a un grupito de negros acomplejados y siguiendo un guión del socialismo del siglo XXI, convirtieron a Caruao en la vitrina de exhibición de esas terribles organizaciones llamadas concejos (sic) comunales, que no son otra cosa que un órgano de la disolución social, vehículo para el caos y la devastación de lo que queda como país, por medio de estos concejos (sic) están asegurados los mil Vietnam a los que se refería Chávez, focos de violencia multiplicados en cada región, ladrones y violadores con la estampa de ‘pueblo’ en la frente, haciendo y deshaciendo en nombre de la ‘voluntad popular'».
Llegó el zambo con su pretensión «de clonar esas comunidades de esclavos renegados, ‘los cumbes'»… y no puede decirse que exista una «propuesta más despreciable y degradante para un descendiente afroamericano».
Des-cen-dien-te-a-fro-a-me-ri-ca-no.
Pero entiéndase, el articulista está en todo su derecho de descargarla contra ese «grupito de negros acomplejados», porque… adivinó, él tiene amigos negros:
«Tengo amigos negros y varguenses en diferentes comunidades, con ellos he hecho campañas políticas, y pateado mucho barrio y pueblos del litoral, y me han confirmado que se trata de un globo de ensayo del Gobierno, que hay asesores cubanos involucrados, que es una puesta en escena para sembrar terror y tengo información que (sic) lo mismo está sucediendo en Choroní».
No quedan dudas: así como los homofóbicos tienen amigos homosexuales y Diego Arria tiene amigos campesinos, este hombre debe tener uno que otro amigo chavista, porque habla de nosotros con mucha propiedad.
(A propósito de un par de artículos publicados en Aporrea y de opiniones muy similares emitidas en el programa televisivo La hojilla, que transmite Venezolana de Televisión).
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Incluso la corrección política, esa forma de la autocensura – o de la disciplina, si gustan – que nos compele a acatar la línea partidista, tiene un límite. Un límite que lo define esa forma de la dignidad que nos compele a acatar lo que nos dicta la propia conciencia.
Cuando se acusa de racista a Humberto «Beto» Perdomo, narrador venezolano de beisbol, por el hecho de rebautizar a su compañero de transmisiones, el ex pelotero y ahora comentarista Iván Arteaga, como La perla negra, se incurre, sin duda alguna, en un exceso. Uno que pasaría desapercibido o no trascendería lo anecdótico si no fuera porque es el signo de un fenómeno inquietante, y que lleva tiempo intentando instalarse entre nosotros como cosa normal. Me refiero, por supuesto, a esa tendencia a priorizar la corrección política en desmedro del espíritu crítico. Llámelo como le dé la gana: defensa del proceso o crítica revolucionaria. Yo lo llamo corrección política.
Por más que lo intento, no puedo imaginarme a Roberto Fernández Retamar acusando de racistas a los que llamaban a José Méndez, el excepcional pícher cubano, El diamante negro, al que nombrara en su poema Pío Tai:
Y el Diamante Méndez, que no llegó a las Mayores
porque era negro
Tampoco puedo imaginarme en esa al portentoso poeta negro de la negritud que fue Nicolás Guillén, que en Deportes resumió así su amor por el beisbol y la poesía:
Niño, jugué beisbol.
Amé a Rubén Darío, es cierto,
con sus violetas rosas
sobre todas las cosas.
Él fue mi rey, mi sol.
Pero allá en lo más alto de mi sueño
un sitio puro y verde guardé siempre
para Méndez, el pitcher – mi otro dueño.
El mismo que escribió la hermosa Elegía por Martín Dihigo, a quien toda Cuba aún llama El inmortal:
El rostro de ceniza (la muerte de los negros)
y los ojos cerrados persiguiendo
una blanca pelota, ya la última.
Yo no soy quién para pedirle que tenga a Fernández Retamar o a Nicolás Guillén como modelos. Si usted cree que tiene razones para criticar a Humberto «Beto» Perdomo por antichavista – y al mismo Iván Arteaga, acérrimo antichavista – pues critíquelo. Pero cuidado con la fulana crítica: si algo hemos aprendido del antichavismo, es que ciertas críticas dejan mal parados a quienes las formulan, y en muy buena posición a quienes se suponía objeto de la crítica. Si no lo cree, vaya y pregúntele al zurdo que soñaba con emular a Isaías «Látigo» Chávez.
Si todavía no lo cree, coteje el ejemplo contrario: vaya y lea cómo el mismísimo Iván Arteaga denigra de Antonio «El potro» Álvarez, nada más que por ser chavista.
Llámelo usted crítica revolucionaria. Yo lo llamo corrección política.
(El escándalo que suscitó entre cierta izquierda – muy fácilmente impresionable, hay que decirlo – la participación de Calle 13 en el concierto del sábado 31 de octubre en La Carlota, Caracas, da como para varias respuestas.
Ésta, a su manera, es una de ellas.
Y es que tenía un buen tiempo sin leer tantas invocaciones a la satánica «industria cultural». A esa cancioncita sí que le subieron el volumen. Si fuera cierto que aquel sábado el panita Alí Primera se revolcó en su tumba, no menos puede decirse de Adorno y Horkheimer.
Desde hace una semana, más o menos, la «industria cultural» dejó de ser un concepto que sirve para explicar algo, y se convirtió en una consigna que no sirve para nada, salvo para realizar alguna acusación o condena moral. Alguno que otro, incluso, incurrió en el extremo – y al mismo tiempo en el ridículo – de sugerir que las circunstancias nos planteaban el terrible dilema: reguetón o revolución. Es decir: socialismo o barbarie; Patria, socialismo o muerte. Así de graves están las cosas con el reguetón.
Lo irónico del asunto es que los exponentes de esta izquierda conservadora, remolona, achantada e ignorante, a fuerza de estar abismalmente desvinculados de los gustos populares, han terminado identificando reguetón con lo que la «industria cultural» dicta que es el reguetón: dentro de la fulana industria, todo; fuera de ella, nada. ¿Y entonces? ¿Quiénes son los que terminan repitiéndole el coro a los dueños de la industria?
Pero vamos a dejarlo hasta ahí.
Hablando de reguetón y Puerto Rico, lo que aquí les traigo es un artículo escrito por el boricua Tego Calderón. Apareció publicado en el New York Post, en inglés, el 15 de febrero de 2007. Uno de mis artículos más recientes, Chavista is beautiful, perfectamente ha podido inspirarse en éste de Tego, intitulado Black pride (Orgullo negro).
La traducción corre por mi cuenta. Insisto: no doy para otra cosa que no sea traducción libre, pero lo importante es que el mensaje llegue.
Salud).
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Esta mañana escuchaba al locutor radial Luisito Vigeroux, hablando sobre un proyecto fílmico en el que estoy trabajando, en el cual la co-estrella es Mayra Santos Febres, y el tipo decía: «¿Ella? ¿Ella protagoniza?».
Cuestionando su belleza negra.
Recuerdo también que cuando Celia Cruz murió, una presentadora de noticias, creyéndose muy inteligente, dijo que Celia Cruz no era negra, sino cubana. Ella era bella a pesar de ser negra.
Como si hubiera algo malo con ser negro, como si las dos cosas no pudieran existir simultáneamente y ser una cosa majestuosa. Hay mucha estupidez e ignorancia en Puerto Rico y Latinoamérica cuando se trata de la negritud.
En Puerto Rico, «Malcolm X», la película de Spike Lee, fue proyectada en un solo cine y, a diferencia de todas las otras películas proyectadas aquí, no tenía subtítulos. Como si no quisieran que las masas aprendieran.
Pero no sólo aquí – en Puerto Rico – he experimentado el racismo. Cuando vivía en Miami, a menudo era tratado como un boricua de segunda clase. Sentía como que estaba en el medio – los muchachos latinos no me aceptaban y los afroamericanos estaban confundidos, porque yo era un muchacho negro que hablaba español. Después de un tiempo, llegué a sentirme más aceptado por los negros estadounidenses – como un hermano que por casualidad hablaba español – que por los otros muchachos latinos.
Como soy bien conocido, a veces me olvido del racismo en el mundo. Pero entonces viajo a lugares donde nadie conoce a Tego Calderón, y lo recuerdo.
Por ejemplo, cuando viajo en primera clase, la azafata me dirá: «Señor, esto es primera clase», y me pedirá el boleto. Me tomo mi tiempo, pongo mis maletas en el compartimiento superior, y cautelosamente les entrego mi boleto, sonriendo. Trato de que esto ya no me afecte, dejo que se preocupen ellos.
El asunto es que muchos puertorriqueños y latinos blancos no lo entienden. Son inmunes a las formas sutiles en que somos menospreciados, irrespetados. Tienen privilegios de blancos. Y he escuchado decir que estamos a la defensiva en cuanto a la raza.
«Esas cosas pasan y no es por el color, Tego, sino por tu apariencia, por cómo caminas, cómo te vistes, qué tarjeta de crédito tienes». Entonces, se pasan un par de días conmigo, se ponen en mis zapatos, y me dicen: «Maldición negro, tienes razón».
Cuando me registro en hoteles y uso mi American Express, llaman a la compañía de tarjetas de crédito delante de mí, diciéndome que la máquina está dañada. Esto sucede mucho en ciudades de Estados Unidos, pero no porque haya más racismo allá, sino porque no me conocen. Cuando estoy en América Latina, donde soy conocido, entonces es diferente. Eso no quiere decir que haya menos racismo. La realidad para los negros en Latinoamérica es dura, en Colombia, Venezuela, Perú, Honduras… Los negros puertorriqueños (y latinoamericanos) nos confundimos, porque crecemos junto con los no-negros y nos confiamos en la creencia de que las cosas son iguales para todos. Pero somos tratados diferentemente.
Mis padres siempre celebraron nuestra historia. Mi Papá siempre me enseñó cosas. Él incluso abandonó el PIP (Partido Independentista Puertorriqueño) porque, según siempre dijo, los negros y nuestras luchas nunca fueron reconocidos.
Maelo (Ismael Rivera) y Tite Curet hicieron su parte educando y refiriéndose a estos asuntos. Hoy día, yo hago mi parte atacando al racismo de manera directa.
Me contenta ver que Don Omar se llama a sí mismo El negro y La Sister celebra su negritud. Hoy está de moda ser negro y ser de Loíza. Y eso es estupendo, me hace muy feliz. Incluso si ellos no me reconocen ningún crédito por comenzar este movimiento de orgullo, sé lo que he hecho por llegar a donde hemos llegado.
Los jóvenes negros latinos tienen que aprender su historia. También necesitamos crear nuestros propios medios, foros y universidades. Somos tratados como ciudadanos de segunda clase. Les dicen a los negros en América Latina que estamos mejor que los negros estadounidenses o africanos, pero es mentira. Porque aquí es peor.
Definitivamente, somos tratados como ciudadanos de segunda clase y no formamos parte del gobierno o de las instituciones. En Jamaica, por ejemplo, los blancos controlan un país negro.
Han logrado que estemos avergonzados de nuestra negritud. Es algo que también está en el lenguaje. Tomen, por ejemplo, la palabra denigrar – denigrate – que es ser menos que negro.
En Puerto Rico uno se acostumbra y termina por no darse cuenta todos los días. Tiene que venir un visitante a señalarte que todos los hermanos y hermanas de piel oscura trabajan en el área de servicios.
Es duro en Puerto Rico. En cierta ocasión, en el ascensor del edificio donde yo vivía, esta señora española me preguntó si yo vivía allí. Pobre señora – no sólo vivía un hermano negro en el penthouse, porque en el otro vive Tito Trinidad. Se ponía interesante cada vez que teníamos a nuestras tribus por ahí.
Los negros latinos no son respetados en América Latina y tendremos que conseguirlo defendiendo nuestros derechos, así como los afroamericanos lucharon en Estados Unidos.
Es difícil encontrar información sobre nuestro pueblo y su historia, pero así como los niños investigan sobre el más reciente juego de Nintendo o CD, tienen que interesarse en su historia. Estar hambrientos de ella.
Necesitamos educar a la gente cercana a nosotros. Yo lo hago con cada persona, cuando me siento ofendido por el lenguaje que utiliza. Algunas veces educas con ternura, como en el caso de mi esposa, que no es negra. Ella ha aprendida mucho, y se ofende cuando ve injusticias. Lo ha entendido. Nuestros hijos son una mezcla, pero ellos entienden que son negros y lo que eso significa. Mi esposa ha enseñado a sus padres, a sus hermanos, y ellos, a su vez, a los sobrinos y sobrinas. Así es como todo el mundo aprende.
Esto no se trata de rechazar la blancura; se trata de aprender a amar nuestra negritud – de amarnos a nosotros mismos. Tenemos que decir Basta ya, es suficiente, y encontrar la manera de amar nuestra negritud. Nos han inculcado – y nos enseñaron a odiarnos los unos a los otros – el odio a nosotros mismos, han creado divisiones, matices, rasgos.
Recuerden que durante la esclavitud, ellos tomaban a los negros claros para trabajar la casa, y dejaban a los negros oscuros para trabajar los campos. Persiste un enorme residuo de odio contra nosotros mismos.
Y cada uno de nosotros tiene que poner su grano de arena para hacer un movimiento donde obtengamos respeto, donde podamos celebrar nuestra negritud sin vergüenza alguna.
Será difícil, pero no imposible.
Como se lo dije a Sandra Guzmán.
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Claro que éste no podía pasar sin música.
Primero los dejo con el video de Métele sazón, uno de mis preferidos. Almas sensibles, ¡cuidao!, porque aparecen mujeres bailando reguetón.
Segundo y último, comparto con ustedes un clásico, el primer disco del Tego, íntegro. Se llama El Abayarde, y apareció en 2003.
De nada.
Tego Calderón. El Abayarde.
1. Intro.
2. Abayarde.
3. Al natural.
4. Poquito.
5. Pa’ que retozen.
6. Interlude.
7. Loiza.
8. No me la explota.
9. Interlude.
10. Guasa, guasa.
11. Dominicana.
12. Cambumbo.
13. Salte del medio.
14. Tus ojos.
15. Los difuntos.
16. Lleva y trae.
17. Bonsai.
18. Gracias.
19. Planté bandera.
Por: Ruth Fremson. The New York Times
Según la nota publicada por El Universal, la caricatura provocó, entre otras reacciones, «llamadas telefónicas furibundas de muchas personas al diario. Algunos manifestantes protestaron frente al local del diario en Manhattan, pedían que se disculpe, y que fuese cerrado».
Lo interesante – porque no se me ocurre ahora mismo algún otro eufemismo – es que la nota haya sido publicada, sin el menor rubor y como si aquí no ha pasado nada, por el mismo diario que publica caricaturas como una que ya comentamos aquí antes:
Es del 3 de febrero de este año: en homenaje a los primeros diez años de revolución bolivariana.