Carta abierta a quienes militan en el campo popular y revolucionario


Chávez en Plaza O’Leary. Al término de la movilización popular del 13 de noviembre de 2011. Por: Fidel Ernesto Vásquez.

Es preciso no perder de vista que el proceso de construcción del Gran Polo Patriótico es el corolario de un período de la revolución bolivariana que se caracterizó por una suerte de pulsión por monopolizar la política revolucionaria. Me refiero a ese lapso de tiempo signado, entre otros hitos, por la entronización del discurso sobre el socialismo, una propuesta de reforma constitucional que sentaría las bases jurídicas para acelerar la transición del capitalismo al socialismo, y por supuesto el llamado del presidente Chávez a conformar el Partido Socialista Unido de Venezuela.

Este pretendido monopolio sobre la política revolucionaria se tradujo muy pronto en un intento de aplanar, normalizar, uniformizar y disciplinar al chavismo, volviendo a invisibilizar y criminalizar a sujetos que la misma revolución se había encargado de reivindicar durante sus años iniciales (buhoneros, motorizados, jóvenes de los barrios, incluso colectivos y organizaciones que integran el debilitado movimiento popular, etc.); y se expresó también, lo que es peor, en la casi total clausura de los espacios públicos de debate y crítica democráticos.

Naturalmente, nunca estuvimos a las puertas de la inminente instauración de un régimen totalitario y castro-comunista, tal y como lo propagandiza el antichavismo más histérico. Todo lo contrario: este período nos enseñó que la amplísima y mayoritaria base social del chavismo no tiene ninguna voluntad de acompañar unánime y acríticamente un proceso que degenere en el encumbramiento de nuevas elites políticas y económicas.

De allí que el chavismo nunca volviera a participar tan masivamente en unas elecciones como lo hiciera en diciembre de 2006, cuando lo que estaba en juego, ciertamente, era la reelección de Chávez. Aun cuando está fuera de toda discusión que es imposible comparar el caudal de votos correspondiente a contiendas electorales de distinta naturaleza, no es menos cierto que el comportamiento electoral del chavismo ha sido, desde entonces, significativamente irregular. No puede hablarse, por ejemplo, de una tendencia al alza, como sí puede decirse en el caso del antichavismo.

Éste no es un dato menor: en la Venezuela bolivariana, cada contienda electoral significa una verdadera confrontación, por la vía pacífica, de dos modelos antagónicos, lo que supone un proceso de agitación, movilización y participación popular que termina fortaleciendo a la revolución. En eso consiste lo que cualquier observador desinformado pudiera calificar como el «secreto» de la fuerza del proceso venezolano. Es decir, desde 1998 el hecho electoral está muy lejos de significar una mistificación de la participación popular.

La abstención no es más que el correlato electoral de ese fenómeno que puede denominarse hastío por la política, el cual, insisto, debe distinguirse siempre del desencanto. El hastío por la política que expresa parte considerable de la base social del chavismo no es consecuencia de su desorientación política (como llegó a plantearse cuando la derrota electoral de la propuesta de reforma constitucional), sino el resultado de ese extravío estratégico derivado de la pretensión de la burocracia partidista de monopolizar la política revolucionaria. Una práctica monopólica que terminó cercenando cualquier posibilidad de construir un partido genuinamente democrático, y sobre la cual se fundó lo que terminó imponiéndose como lógica del partido/maquinaria. Todo esto, dicho sea de paso, en nombre de un discurso sobre el socialismo cada vez más vaciado de contenido.

El predominio de esta lógica del partido/maquinaria, con toda su estela de autosuficiencia, soberbia y sectarismo; la peligrosa tendencia a concebir el hecho electoral como un fin en sí mismo, a contravía de lo que éste significó históricamente para el chavismo; todo lo cual sumado a la descalificación de la crítica, por más constructiva que ésta fuera, terminó conspirando en favor del debilitamiento, lento, a veces casi inadvertido, pero continuo, de la revolución bolivariana.

De hecho, no es en lo absoluto casual que durante este período se instalara y adquiriera relativa fuerza el discurso sobre los anarcoides, pequeñoburgueses, desviados y espontaneístas que estarían poniendo en peligro, con sus cuestionamientos y propuestas siempre inoportunos, el curso normal del proceso bolivariano. Esta forma de proceder no es para nada novedosa: estigmatizar de entrada al adversario para luego menospreciar sus argumentos forma parte de la nefasta tradición de la izquierda anti-democrática. El objetivo, una vez más, es asegurarse el monopolio de la Verdad revolucionaria, reclamar el papel de vanguardia esclarecida que debe conducir a las masas, etc.

Este discurso senil, autoritario, anti-popular, es justamente el que está llamado a ser desplazado en el período que se abre con la convocatoria del presidente Chávez a conformar el Gran Polo Patriótico. Un discurso caduco, asociado a prácticas que condujeron al fracaso estrepitoso de los socialismos realmente inexistentes, como diría Daniel Bensaïd.

Era realmente predecible que volveríamos a escuchar el estribillo sobre los anarcoides y espontaneístas que estarían apostándole al espacio del Gran Polo Patriótico como una oportunidad para darle rienda suelta a su inmadurez política, a sus taras y resentimientos, para acometer la tarea malsana de acabar de una vez y para siempre con el Partido, condenando a la revolución a un destino trágico e irreversible.

No obstante, en lugar de transarnos en una polémica estéril con quienes han envilecido de tal manera un debate que tendría que ser irreverente, pero fraterno y respetuoso, como corresponde entre revolucionarios, es momento de sumarnos al esfuerzo colectivo de construir, de una vez por todas, ese espacio público de debate democrático que esta revolución reclama.

No caigamos en la trampa: para entrar con paso firme en el período que recién inicia, y que marca el fin del monopolio de la política revolucionaria que reclamaba para sí la burocracia política, lo primero es que sepamos identificar la impostura que supone una discusión entre quienes entenderían la necesidad de una vanguardia y quienes le apostarían, repitámoslo, al espontaneísmo. Otras oposiciones más o menos análogas: partidos políticos versus movimientos sociales, izquierda senil versus infantilismo de izquierda, etc., vendrían a ser versiones distintas del mismo falso dilema.

La tarea que tenemos por delante, además de vencer a la abstención el 7 de octubre de 2012 (de la manera más categórica posible), es la construcción de una dirección colectiva de la revolución bolivariana.

Para ello, es imprescindible hacernos de una caja de herramientas conceptual que nos permita, antes que nada, identificar la singularidad del momento político, y luego ir liberando la práctica política de las viejas ataduras de las lógicas de aparato. En tal sentido, sugiero cuatro líneas de análisis sobre asuntos que solemos dar por sobreentendidos:

1. El asunto de la organización: partidos y movimientos. ¿Cómo construir dirección colectiva sobre la base de esa distinción artificiosa entre movimientos sociales y partidos políticos? ¿Los partidos están llamados a dirigir al conjunto de los colectivos y movimientos no políticos? ¿Nuestras críticas van dirigidas a los partidos realmente existentes o contra la forma partido? ¿Son necesarios los partidos? ¿Acaso no existen movimientos y, más allá, miles de pequeños grupos que actúan reproduciendo la misma lógica excluyente y sectaria de los partidos? Cuando hablamos de los partidos, ¿tiene sentido hacer alguna distinción entre sus bases y su dirigencia?

2. El asunto del sujeto de la revolución. ¿Puede hablarse de un sujeto central de la revolución bolivariana? Si así fuera, ¿dónde está? ¿En las fábricas? ¿En Petróleos de Venezuela? ¿En la Administración Pública? ¿En las comunidades? ¿Existe un sujeto chavista? ¿Qué es el chavismo: esa parte de la población que sigue a Chávez o la forma de enunciar una pluralidad de sujetos? ¿El sujeto de la revolución bolivariana se viste siempre de rojo?

3. El asunto del Estado. ¿Monstruo devorador o muro de contención frente a otros monstruos más feroces (como el capital globalizado)? ¿El Estado es el mismo aquí y en todas partes? Si bien es cierto que todo Estado se funda en la violencia, ¿cómo se fundó el Estado venezolano, de qué manera concreta se ejerció esa violencia, qué efectos políticos produjo? ¿Cuál es la relación histórica entre Estado y burguesía vernácula (pienso en las nociones de Brito Figueroa: «acumulación delictiva de capital» y «burguesía burocrática»)? ¿Cuál es la relación histórica entre Estado y partidos políticos? ¿Y entre Estado y movimiento popular? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de burocracia? ¿Tiene alguna eficacia política el uso del vocablo «derecha endógena»? ¿Transformar al Estado, perpetuarlo, reformarlo, abolirlo?

4. El asunto del socialismo. ¿Cómo evitar que el discurso del socialismo se convierta en un señuelo para legitimar nuevas formas de sujeción? Cuando hablamos de socialismo, ¿nos referimos a un conjunto de ideas plasmadas en libros que habría que leerse para saber qué hacer? ¿Existen prácticas socialistas de gobierno? De ser así, ¿cómo distinguirlas?

Líneas de análisis que, por supuesto, no agotan un temario que debe ser construido de manera colectiva por quienes militamos en el campo popular y bolivariano.

Partido/movimiento y agenda popular de luchas


Seguramente habrá quienes se hagan los desentendidos, pero de un tiempo a esta parte ya no es viable políticamente seguir reproduciendo la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria. En el caso específico de la relación con el movimiento popular, esto implica dejar de concebirle como simple correa de transmisión de la línea del partido, lo que supone abandonar la prepotencia y la arrogancia, pésimas consejeras a la hora de avanzar en materia de alianzas.

Esto, redefinir, trastocar profundamente la relación entre partido y movimiento popular, más que una exigencia del momento político, viene a ser un mandato de las bases del partido, las cuales, hasta donde es público, no sólo han refrendado, sino enriquecido el contenido de la segunda de las líneas estratégicas propuestas por Chávez en enero de este año.

Según puede leerse en el documento, pasar de la lógica del partido/maquinaria a la del partido/movimiento «implica posicionarse dentro de las masas populares, estableciendo y desplegando una amplia política de alianzas con las diversas formas de organización popular… Es necesario establecer objetivos concretos, sobre el terreno, dentro del proceso real de transformación de la sociedad hacia el socialismo».

El 12 de mayo pasado, varias organizaciones (Corriente Bolívar y Zamora, Movimiento de Pobladores, ANMCLA, Movimiento Campesino Jirajara, Marea Socialista, UNETE) acordaron iniciar una campaña nacional en contra de la impunidad y la criminalización del movimiento popular. Los «puntos de acuerdo» constituyen, de por sí, el primer paso para la definición de una agenda popular de luchas: 1) investigación y procesamiento de autores materiales e intelectuales de asesinatos contra militantes y dirigentes revolucionarios, campesinos y obreros; 2) sobreseimiento de causas penales que involucren a militantes populares procesados por defender sus derechos; 3) reformar instrumentos jurídicos que facilitan la criminalización de luchas populares, específicamente derogación del artículo 471-A del Código Penal; 4) denuncia y combate de cercos mediáticos a luchas populares; 5) consolidación de espacio unitario de fuerzas revolucionarias, que exprese diversidad y que garantice férrea voluntad de defensa del proceso revolucionario junto a Chávez; 6) construcción del Polo Patriótico desde abajo y con los de abajo; 7) profundización de la batalla ideológica y contra el pragmatismo.

De cara a los puntos de esta agenda popular, todos los cuales absolutamente compatibles con la estrategia de repolarización, ¿qué posición habrá de asumir la dirección del partido? Hasta ahora prevalece el silencio. Un silencio que ojalá no sea expresión de viejos vicios y prejuicios, sino la antesala de un gesto fraterno y solidario para con un movimiento popular que bien se lo ha ganado.

Comentarios desactivados


Vaya y échele un vistazo usted mismo: en la página web del partido más grande de la historia de Venezuela, entre rojo y rojo mezclado con vinotinto, la opinión fluye libérrima. O al menos así parece. Esto sí que es revolución 2.0. No hay un solo artículo de opinión, una sola noticia, con los comentarios desactivados… menos una: la breve nota en que se nos informa de los recién electos integrantes de los Equipos Políticos Estadales.

Columna dedicada a las «5 líneas estratégicas», a la derecha de la pantalla. La nota aludida es del 28 de febrero. La captura de pantalla es del martes 8 de marzo de 2011.

¿Qué puede haber pasado por las ingeniosísimas cabezas con medio dedo de frente, si acaso, de los personajes que decidieron censurar de manera tan desfachatada la opinión de la militancia respecto de este asunto puntual?

¿Qué malestares indecibles, qué tribulaciones o simplemente, coño, vamos a hablar claro, qué arrecheras pretenden ocultar? ¿Cuántos soles con cuántos dedos? ¿Cuántos planetas? ¿Hasta cuándo estos personajes creyéndose el centro del universo?

¿Y es que ustedes creen que nosotros somos pendejos?

Mientras lo intenta, responderse alguna de estas preguntas, vaya y léase el artículo de Carola Chávez, Base robada, a ver si le sirve de algo. A ver si le sirve, al menos, para terminar de darse cuenta de que esa gente, sin nosotros, no es nadie.

"La invisibilización de la crítica produjo mucho daño a la revolución" (entrevista en Correo del Orinoco, 6 de febrero de 2011)


(Esta entrevista, realizada por Vanessa Davies, fue publicada el domingo 6 de febrero en La artillería, el suplemento dominical del Correo del Orinoco.

Salud).

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¿Se siente corresponsable de la revisión emprendida dentro del PSUV?

Sí, pero sólo en la medida en que la postura pública que he asumido intenta resumir y transmitir las críticas, propuestas y también el malestar de muchísimos compañeros y compañeras que militan en el partido, o que militan en la revolución bolivariana sin pertenecer al partido, y para los cuales resultaba tan evidente la necesidad de esta revisión, que no podían comprender por qué se seguía postergando. Es decir, mi voz es sólo una de muchas, y sólo tiene importancia en la medida en que contribuye a la multiplicación de voces.

A su juicio, ¿el PSUV se había apartado del pueblo?
Sí, definitivamente. En primer lugar se produjo un peligroso distanciamiento entre los órganos de dirección y las bases del partido. Luego, entre el partido y el pueblo. Terminó imponiéndose la lógica del partido/maquinaria, según la cual el propósito fundamental del partido es ganar elecciones, sin importar si se recurría a prácticas clientelares o simplemente demagógicas. Se fue acentuando la tendencia a la burocratización de la política. El partido se fue desvinculando progresivamente de las luchas populares, desconociendo la existencia del movimiento popular. Aquí llegó a suceder, por ejemplo, que el movimiento popular organizaba alguna manifestación, y el partido intentaba persuadir a su militancia para que no asistiera, u organizaba alguna movilización paralela. Esa soberbia, ese chantaje, esta suerte de pulsión por monopolizar la política revolucionaria produjo un daño terrible al movimiento popular, y los resultados los vemos ahora: desmovilización, desarticulación e incluso hastío por la política. Todo eso se hacía en nombre de Chávez. Lo peor es que el partido/maquinaria ha demostrado que no es capaz siquiera de ganar elecciones, y es normal que así sea: el pueblo que sigue a Chávez insurgió más de una vez contra esa forma de hacer política, y lo seguirá haciendo. No comparto la conseja de que nuestros resultados electorales, en los casos en que han sido adversos, se explican por la falta de formación política del pueblo. Al contrario, creo que la mayoría de nuestro pueblo tiene bastante claro a qué políticos rechaza y cuál es la política que desea hacer. Es el partido el que tiene que ponerse a la altura del pueblo.

¿Se puede hablar de una resurrección de los partidos políticos de la cuarta república por los errores del partido de la revolución?
Hasta donde yo he avanzado en el análisis, la pérdida de apoyo a la revolución bolivariana no se ha traducido en un incremento del apoyo a la vieja clase política. Ese es el gran problema de la oposición: que ninguno de sus partidos goza de verdadero respaldo popular. Hasta ahora no existe algo como migración de la base social del chavismo a las filas de oposición, y si existe, es poco significativa. Sin embargo, también es cierto que el voto contra Chávez viene creciendo lenta, pero sostenidamente. No son datos en absoluto contradictorios: hay que recordar que en cada contienda electoral se incrementa el número de votantes. El voto opositor es constante, y se incrementa con el padrón electoral, mientras que el voto del chavismo es variable: sube, baja, vuelve a subir. Este cuadro de fuerzas, digamos, es lo que explica el esfuerzo que realiza una parte de la oposición para desplegar un discurso «social», intentando apropiarse de algunas ideas-fuerza del discurso chavista: participación, poder popular, etc. Después de las elecciones parlamentarias, parte de la oposición está convencida de que puede ganarse el apoyo de parte de la base social del chavismo, imprescindible para poder derrotar a Chávez en 2012.

¿Las líneas estratégicas del PSUV recogen o no recogen lo que usted había planteado en sus reflexiones?
Sí, recogen parte de lo que he venido planteando, pero más allá de esa coincidencia, el documento desarrolla otras líneas de análisis que considero imprescindibles. En el punto cuatro, por ejemplo, se lee que el partido «no puede ser identificado como una suerte de apéndice del Estado, sino como un instrumento que acompaña al pueblo en sus luchas». La no demarcación de una clara línea infranqueable entre partido y Estado es la fuente de muchos vicios políticos: clientelismo, asistencialismo, sectarismo, nepotismo y corrupción. Un partido que se confunde con el gobierno, es un partido imposibilitado para impulsar el control popular de la gestión. Lo hemos visto con las elecciones primarias: candidatos impuestos por gobernadores o alcaldes, cuando las candidaturas de un partido revolucionario deberían provenir de las bases. El detalle está en que se deben crear las condiciones para que las bases realmente tengan voz y voto.

Usted hace alusión al chavismo originario. ¿Qué es, en su opinión, el chavismo originario? ¿Es posible recuperarlo?
Esto del «chavismo originario» se presta a muchos equívocos. No creo, y nunca ha sido mi intención plantear que exista algo parecido a una «esencia» del chavismo que tendríamos que recuperar para resolver todos nuestros problemas. En todo caso, me refería a la necesidad, por ejemplo, de recordar que el chavismo de los primeros años no ocultaba su profunda desconfianza hacia los partidos. El chavismo insurgió contra la partidocracia, e incluso contra la izquierda tradicional, contra su dogmatismo y su cortedad de miras. Entonces, cuando hablaba de «chavismo originario» quería llamar la atención sobre los riesgos que implicaba el singular proceso de «partidización» del chavismo, sobre todo de 2007 para acá, y que a mi juicio terminó expresándose en el disciplinamiento forzoso de un conjunto de sujetos realmente bravíos e insumisos. Muchos compañeros y compañeras temían este desenlace, y no se incorporaron al partido. Sobre ellos llovieron infinidad de acusaciones: traidores, anarcoides, etc. A estas alturas, pienso que ha quedado suficientemente claro que el chavismo no es una masa uniforme que se viste de rojo para asistir a una concentración, que es el sueño de los partidarios de la lógica del partido/maquinaria: el chavismo como masa de maniobra. También ha quedado claro que hay chavismo más allá del partido. Hay compañeros que incluso prefieren no hablar de chavismo, lo que no implica que no sean revolucionarios, y pienso que están en todo su derecho.

Usted habla de repolitización. ¿Cómo entiende esa repolitización? ¿Vale para el PSUV, vale para la oposición?
La repolitización tiene que ver principalmente con la gestión de gobierno, más que con el partido. Hay múltiples evidencias de un importante giro discursivo opositor desde 2007, luego del abrumador triunfo de Chávez en las presidenciales de 2006. Desde entonces, y progresivamente, buena parte de la oposición fue dejando de lado el discurso confrontacional y violento, y se concentró, sobre todo, en la crítica de la gestión de gobierno. Esta táctica discursiva adquirió mayor fuerza en 2008, luego del intento frustrado de aprobar una reforma constitucional. Para la oposición, lo que había sido derrotado era el socialismo. Según el discurso opositor, el socialismo implicaba un «exceso» ideológico, una abstracción, que no contribuía en nada a la resolución de los problemas concretos de la población. Si a ese «exceso» de ideología le sumas la denuncia de la ineficiencia gubernamental, tienes el núcleo del discurso opositor desde entonces. ¿Cuál es el problema? Que el gobierno tardó mucho tiempo en descifrar este importante giro táctico discursivo. Al contrario, respondió «gestionalizando» la política, concentrando casi todo el esfuerzo en «demostrar» los logros de la revolución bolivariana, pero sobre todo, y aquí está la clave, invisibilizando la crítica popular, las demandas y luchas populares. Es completamente cierto que el gobierno está en la obligación de difundir sus logros, y es igualmente cierto que la oposición es incapaz de reconocer cualquier logro gubernamental, que además son muchos. Lo que no puede hacerse, en ningún caso, es condenar y despachar la crítica popular, bajo el argumento de que así se le dan armas al enemigo. La invisibilización de la crítica produjo mucho daño a la revolución. En la medida en que Chávez retoma la interpelación popular, promueve, atiza e instiga la crítica popular de la gestión de gobierno, en esa medida está repolitizando la gestión.

¿Cómo entiende la repolarización en el contexto de una sociedad en la que supuestamente hay chavismo-antichavismo y ni-ni?
Cuando hablo de repolarización, de la necesidad de reconocer, para ser capaces de superar, la crisis de polarización chavista, me refiero al conjunto de tácticas orientadas a recuperar los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la amplia base social del chavismo, pero también entre el gobierno, el partido y el pueblo. ¿Por qué crisis de polarización? Justo porque se desestimó, durante un buen tiempo, el peso, la importancia de la interpelación popular. La crítica fue silenciada, muchos problemas fueron invisibilizados, y eso produjo malestar, hastío, desmovilización popular. Contrario a las interpretaciones interesadas que se hacen desde la oposición, la idea de repolarización no implica promover el «odio de clases», ni nada por el estilo. Se trata, en primer lugar, de profundizar la democracia a lo interno del chavismo: que Chávez mande obedeciendo, que el gobierno se abra a la interpelación popular, que las bases adquieran protagonismo en el partido. Es en este sentido que hablo de radicalización democrática: el chavismo constituye, sin duda, la principal fuerza política del país, y todo lo que apunte a su democratización, contribuirá no sólo a su consolidación como fuerza política, sino a la democratización de la sociedad venezolana. El antichavismo, o una parte de la oposición, lo sabe muy bien, y por eso ha emprendido su propia táctica de repolarización: adoptando un discurso «social», reivindicando, incluso, al «poder popular», o la necesidad de «diálogo», en contraste con el «odio de clases» que supuestamente promueve Chávez. De esa manera intenta sumar fuerzas, captando parte del chavismo descontento. No te extrañe que los veamos hablando, muy pronto, de interpelación popular.

Usted dice que es un error enfrascarse en una pelea con la partidocracia. ¿Puede un partido político como el PSUV no ser parte de la partidocracia?
En primer lugar, el conflicto contra la partidocracia es inevitable. En segundo lugar, el PSUV está en la obligación de no reproducir la misma vieja lógica excluyente y anti-popular de la vieja clase política. A lo que me he referido en varias oportunidades, es a la necesidad de no enfrascarnos en una pelea sorda e inútil con la oposición. La pelea tiene que ser en primer lugar con el pueblo y junto al pueblo. Para ilustrarlo, podríamos hablar de nuestros medios públicos: durante mucho tiempo hemos concentrado demasiado esfuerzo en desmontar las «matrices» de los medios antichavistas, mientras se invisibilizan las demandas populares. Hablemos ahora de la Asamblea Nacional: tanta expectativa con la primera intervención de María Corina Machado, y resultó un completo fiasco. Nadie, o muy poca gente, está pendiente de lo que tienen que decir los diputados de Acción Democrática. La Asamblea tiene sentido en la medida en que funciona como caja de resonancia de las luchas y demandas populares. De lo que se desprende que la prioridad de nuestros diputados no puede ser responderle a los copeyanos, que no sé si tienen diputados en la Asamblea, sino hacer realidad la consigna del pueblo legislador. Caso contrario, nuestro pueblo le dedicará a nuestros diputados la misma atención que le dedica a Andrés Velásquez: ninguna. Igual sucede con los medios públicos: háblame de Leopoldo Castillo, está bien, pero primero que nada del barrio, de los jóvenes, de las cárceles, de los policías, jueces y fiscales corruptos. Pongamos por caso un eventual debate sobre la Ley de Arrendamientos: son millones las familias venezolanas que viven alquiladas. Ese sería, sin duda, un debate que despertaría su interés. Más que ostentar la mayoría, nuestros diputados deben ejercerla. Ser mayoría. Pero eso sólo es posible escuchando a las mayorías populares, y eso incluye a los venezolanos y venezolanas que están contra Chávez.

La repolarización antichavista: radicalización y diálogo


«Cuando la intentona militar del 4F de 1992, el país habló. El golpe no prosperó, pero hubo un cambio en el pueblo. Cambio que venía madurando desde el Caracazo. Pero en la Cuarta República no entendieron el mensaje, se siguieron comportando de la misma forma e incluso la radicalizaron. Ignoraron la señal popular exigiendo mayor participación, el combate a la corrupción, una democracia distinta».

Anímese, haga la prueba: lea el breve párrafo entre sus allegados y pregúntele de quién se trata. Yo mismo hice el ejercicio y la respuesta fue invariable: debe tratarse de algún analista del chavismo. José Vicente Rangel, quizá, Alberto Müller Rojas o algún otro. Ciertamente, buena parte de los tópicos del discurso chavista están concentrados en esas líneas: algunos de sus hitos históricos (4F del 92, 27F del 89), el cambio, el pueblo, la Cuarta República, «mayor participación», «combate a la corrupción», «democracia distinta».

Puede que todavía le sorprenda saber que no es un chavista el que habla, sino Carlos Ocariz, Alcalde del municipio Sucre del estado Miranda, y militante de Primero Justicia. ¿La circunstancia? Una entrevista concedida a Roberto Giusti, de El Universal, intitulada «Chávez actúa como la cuarta república luego de la derrota», publicada el 10 de octubre de 2010.

Si todavía nos sorprendemos, es porque nuestros análisis tienen más de tres años de retraso. Urge actualizarlos. Para hacerlo, es necesario remontarse hasta 2007, cuando se produce un notable giro táctico en el discurso opositor. No es un hecho casual que este giro táctico se produzca justo después de que el chavismo alcanzara su pico electoral (7 millones 309 mil 080 votos frente a 4 millones 292 mil 466 votos, el 3 de diciembre de 2006). Entonces, las fuerzas opositoras atravesaban por una severa crisis de polarización: su discurso confrontacional (¡Chávez vete ya!) y sus reiteradas e inútiles tentativas de disputarle (con inusitada violencia, en muchos casos) la calle al chavismo, las habían conducido a una derrota tras otra, incluida, por supuesto, la debacle electoral de diciembre de 2006. En lugar de sumar apoyos y crear consenso mayoritario en torno a su estrategia (la derrota de la revolución bolivariana), su táctica confrontacional y violenta había generado el amplio rechazo de la población, y en particular de las clases populares, bastión del chavismo. Para el chavismo popular resultaba claro que la oposición no sólo pretendía el derrocamiento violento de un gobierno legítimamente constituido, sino además que ésta estaba empeñada en obstaculizar el trabajo de un Presidente cuya intención era gobernar en beneficio de las mayorías.

¿Cómo encaró la oposición esta crisis de polarización? Abandonando progresivamente su discurso confrontacional y sus tácticas de violencia callejera. En artículos previos he intentado hacer visibles los signos de este giro táctico: el remozamiento de los actores políticos, vía el desplazamiento de la vocería de la vieja partidocracia y la entrada en escena del autodenominado «movimiento estudiantil» (sobre todo a partir del anuncio de la no renovación de la concesión a RCTV, pero también durante la campaña previa al referéndum por la reforma constitucional); la defensa a ultranza de la propiedad privada, supuestamente puesta en riesgo con la propuesta de reforma; la crítica de la gestión de gobierno (el verdadero pivote de este giro táctico, y el centro del discurso opositor desde entonces); y la progresiva mimetización o reapropiación del discurso chavista (significantes, prácticas, estéticas y afectos propios del chavismo originario).

Es mi hipótesis que durante estos tres años (y un poco más), la repolarización antichavista perseguía no tanto el reagrupamiento de las fuerzas opositoras, sino la progresiva desmovilización y desmoralización de la amplia base social del chavismo. Ante todo, era fundamental contener y si fuera posible disminuir el poderoso arraigo popular que la revolución bolivariana había alcanzado en diciembre de 2006.

En junio de 2009 escribía: «Si lo que estaba por constituirse o consolidarse… era un tipo de gobierno socialista… era preciso demostrar todos los límites y el caudal de defectos de una institucionalidad cuando mucho incipiente que, por demás, amenazaba con combatir al capitalismo vernáculo en todos los frentes. Lo que la oposición comenzaba a denunciar, y muy pronto lo hizo de manera sistemática, era lo que juzgaba como un ‘exceso’ ideológico: un discurso oficial completamente alejado de los ‘problemas reales’ del pueblo venezolano y, por supuesto, una gestión de gobierno que, inspirada en ese discurso, resultaría incapaz de resolverlos. Esta ‘despolitización’ del discurso opositor, que reclamaba menos ‘ideología’ y denunciaba la mala gestión gubernamental, fue respondida por una suerte de ‘gestionalización’ de la política: desde entonces, el gobierno nacional dedica buena parte de su empeño en ‘demostrar’ que, contrario a las consejas opositoras, realiza una buena gestión cuando, por ejemplo, sanciona a los especuladores y combate el desabastecimiento inducido, garantizando que a la mesa del pueblo venezolano llegue la comida que la oligarquía le niega».

Como consecuencia de esta «gestionalización» de la política que hizo suya el chavismo oficial, «sucedió lo que muchos de nosotros considerábamos un imposible: la siempre virulenta propaganda opositora logró establecer alguna relación de equivalencia con las demandas y el malestar de la base social del chavismo«. Concentrados exclusivamente en difundir los logros de la gestión gubernamental, los medios públicos dejaron de ser concebidos como el espacio natural para que el chavismo popular expresara sus demandas, expusiera sus problemas, ejerciera la contraloría social, debatiera públicamente y sin chantajes sobre el curso de la revolución bolivariana, protestara contra la mala gestión y denunciara a los corruptos y burócratas. De esta manera, el chavismo oficial ponía seriamente en entredicho lo que había sido una de las principales banderas del chavismo: la democracia participativa y protagónica. Mientras tanto, los medios opositores se abalanzaban a recuperar, sin disparar un solo tiro, el terreno del que se retiraban atropelladamente los medios públicos. No está de más decirlo: el terreno donde se hace la política, donde se ganan y se pierden las batallas políticas.

Si a esto le sumamos el progresivo proceso de burocratización de la política que ha supuesto la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria, con el saldo de disciplinamiento forzoso del espíritu bravío e irreverente del chavismo popular, con el aplanamiento de las múltiples subjetividades políticas que lo conforman (inexplicablemente, abrazando la causa de la profecía autocumplida opositora: convertir en «oficialismo» lo que una vez fue un torrente indomable), no es difícil entender el por qué de la «arritmia electoral» del chavismo, mientras el voto opositor crece lenta pero sostenidamente.

La crisis de polarización chavista es el resultado, también, de nuestra incapacidad para reconocer los efectos y las implicaciones de este giro táctico del discurso opositor. Durante todos estos años, el antichavismo viene empleando eficaces tácticas orientadas a la desmovilización y a la desmoralización de la base social del chavismo. Mientras tanto, el chavismo oficial no sólo ha mordido el anzuelo de la «despolitización» del discurso opositor, recurriendo a la «gestionalización» de la política (asumiendo, de hecho, la defensa de un Estado esclerosado, al que se supone debíamos combatir), sino que ha perdido tiempo y esfuerzo valiosos en la «pequeña batalla«, olvidando lo estratégico:

«Hemos puesto tanto esfuerzo al servicio de informar de la pequeña batalla, que nuestros sentidos se han venido atrofiando: con nuestros ojos pegados a las pantallas y nuestras manos saltando de primera página en primera página, nuestro olfato político ya no nos alcanza para percibir que el hastío por la política, y en particular por los políticos, afecta a parte considerable de lo que durante todos estos años constituyó la base social de apoyo a la revolución. Hastío por los políticos que, por momentos, nos hace recordar a la Venezuela que hizo posible la insurgencia del chavismo. Si el chavismo significó la progresiva politización del pueblo venezolano, fue porque hizo visible a los invisibles y dio voz a los que nunca la tuvieron. Allí radica su grandeza. De la misma forma, el hastío por la política y por los políticos tendría que ser la medida de sus miserias. Porque hay hastío allí donde el chavismo no se siente visibilizado, cuando su voz no es escuchada, cuando sus demandas son ignoradas. Si el chavismo significó la quiebra histórica de la vieja clase política, mal haría prolongando una batalla cuya victoria tenía asegurada, empeñándose en subirse al ring para disputarse el título con rivales de poca monta, gastando pólvora en zamuro, perdiendo el tiempo en disputas verbales con dirigentes de partidos casi inexistentes, mofándose de sus sandeces, respondiendo a sus insultos y provocaciones. ¿Todavía tienen algo que decirnos un Ramos Allup o un Óscar Pérez? ¿O un Luis Ignacio Planas o un Andrés Velásquez o un Antonio Ledezma? Cierto, allí está Ledezma como Alcalde Mayor. ¿O es que acaso construimos adversarios a nuestra medida? ¿Quién era Julio César Rivas antes de que apareciera en las pantallas de nuestras televisoras? Mientras nos empantanamos en las trincheras de la pequeña batalla, ¿quién muestra el rostro del chavismo descontento? ¿Quién escucha su voz? ¿Quién atiende sus demandas? ¿O es que acaso hay algo más subversivo que el mal gobierno, que el político que roba o que mucho dice y poco hace? ¿Cuántas insurrecciones populares comandará Roderick Navarro?».

Distraído y entumecido por los rigores de la pequeña batalla, el chavismo oficial fue creando las condiciones para el surgimiento del discurso de la «despolarización», en el que la «encuestología» ha desempeñado un papel crucial (y como he intentado demostrarlo en una serie de artículos). Un discurso que adoptaron por igual tanto antiguos aliados del chavismo (el PPT y la «izquierda» antichavista), como Venevisión o Televen. A mi juicio, la tentativa del PPT de presentarse, en ocasión de las elecciones parlamentarias del 26-S, como una alternativa electoral real, como una «tercera vía», adoptando un discurso que se abriera paso entre el chavismo y la vieja partidocracia, estaba de antemano condenado al fracaso. En otra parte afirmé que el discurso de la «despolarización», que pretendía recuperar parte de los símbolos del «chavismo originario», constituía tan sólo un momento de un proceso incipiente de recomposición de la clase política opositora, y que enfrenta a actores políticos emergentes con la vieja partidocracia. En su concepción, se trata de un discurso de elites, o de un sector de ellas. El PPT (y quienes lo acompañaron) no fue más que un peón de un juego estratégico que lo trasciende, y que estaba muy lejos de controlar.

En mayo de este año me parecía claro que Leopoldo López (y su Voluntad Popular) era quien reclamaba más firmemente su derecho a asumir ese liderazgo opositor emergente. Sin embargo, fue el partido Acción Democrática (y su desprendimiento directo, UNT) el que terminó capitalizando el esfuerzo unitario opositor (UNT, 16 diputados con 998 mil 606 votos; Acción Democrática, 14 diputados, con 924 mil 339 votos; Primero Justicia, sólo 6 diputados, a pesar de haber alcanzado 974 mil 358 votos). He allí el sentido de lo que escribía en mi análisis preliminar sobre las parlamentarias: «Cantarán victoria, sin lugar a dudas, pero la procesión va por dentro (un proceso incipiente de recomposición de su clase política)».

Es desde esta perspectiva que hay que interpretar las palabras de Carlos Ocariz, en la entrevista concedida a El Universal: «Creo que de esto va a surgir un nuevo liderazgo que ya se está comenzando a ver. Ese liderazgo emergente es el llamado a construir la nueva Venezuela y ojalá no caiga en la tentación de hacerse el sordo ante el mensaje popular». Ese «liderazgo emergente» necesita coexistir, por ahora, con la vieja partidocracia, puesto que lo contrario implicaría poner en riesgo el objetivo estratégico: «La construcción de concepciones distintas no implica, necesariamente, partidos nuevos. Eso puede ocurrir en partidos que existían, que existen, capaces de sintonizar con el mensaje que el pueblo quiere escuchar. No tengo prurito en sentarme con quien sea si estamos viendo el país de la misma manera. No creo que estemos en disonancia con la Mesa. Todo lo contrario. La Mesa no es una necesidad, sino una esperanza para el país, siempre y cuando comprendamos que lo que está pasando no puede ser para mantener este presente ni para regresar al pasado. Se trata de construir un futuro distinto, con base en nuevas propuestas ante nuevas realidades».

Pero he aquí lo más relevante del discurso de Ocariz: por un lado, expresa que en las parlamentarias «hubo dos derrotados: el sector radical del gobierno y el de la oposición. El radicalismo fue el gran derrotado». Más adelante afirma: «Por ese camino, distinto al del enfrentamiento y la polarización, la gente comprendió que construimos entre todos, no para un solo sector y también que no se trata de ‘ustedes contra nosotros’, sino de todos juntos… Hay la convicción, incluso entre gobernadores y alcaldes oficialistas, que (sic) la polarización no conviene a nadie». Es preciso leer entre líneas: no se trata, realmente, de un discurso contra el «radicalismo», sino de la radicalización del mismo discurso que viene empleando la oposición desde 2007. Y la radicalización de ese giro táctico del discurso opositor ahora adopta, pero sobre todo resignifica, los contenidos del discurso de la «despolarización»: «entre todos», «todos juntos». En otras palabras, no es un discurso contra la «polarización», sino clara expresión de la forma que adopta, en el actual momento político, la repolarización antichavista.

Si desde 2007 la repolarización antichavista perseguía, principalmente, la progresiva desmovilización y desmoralización de la base social del chavismo, y si adicionalmente ha conseguido reagruparse en una plataforma unitaria, a partir del 26-S su objetivo es más ambicioso: ganarse el apoyo de parte del chavismo. De eso se trata la radicalización antichavista: de movilizar, a su favor, parte del voto chavista. En palabras del propio Ocariz: «el camino para la reconstrucción de una mayoría, al lado del pueblo, con un trabajo de hormiguita, ganó un espacio». En eso consiste la repolarización antichavista: en granjearse el apoyo de las mayorías populares, tarea imposible sin el apoyo de parte del chavismo.

Esta repolarización antichavista que encarna el discurso de Ocariz continua, sin duda, con la línea de crítica de la gestión pública: «El gobierno habla de socialismo, pero en Petare las escuelas públicas no tenían ni baño, estaban destruidas, carecían de programas sociales. Los docentes, al igual que los policías, eran los peores pagados de Caracas. Los ambulatorios no tenían medicinas. ¿Eso es socialismo? No lo es». Pero sobre todo profundiza en la reapropiación del discurso chavista. El resultado es el siguiente: «No soy un alcalde socialista, sino con una visión profundamente social. Así como no tengo complejo de trabajar con la empresa privada, tampoco lo tengo para transferir poder al pueblo, que lo hace mejor que el Estado. Entonces, hay una diferencia ideológica. Mientras yo practico la transferencia de poder al pueblo, el gobierno piensa que el Estado debe ser más grande porque ya no puede transferir más nada a la comunidad. El poder popular de que habla el gobierno es pura paja. Hipocresía. Ahora, tampoco creo en la tesis, capitalista, según la cual el Estado debe ser más pequeño para transferir poder al sector privado. En Primero Justicia creemos en una sociedad civil más fuerte, que haga obras». Ni socialismo ni capitalismo: poder popular.

Atrás quedaron los tiempos en que Ocariz «denunciaba» (¡apenas diez días después del golpe de Estado de abril de 2002!) que «francotiradores» apostados en «edificios del gobierno» habían asesinado a manifestantes de la oposición: «Cada instante siento el palpitar de los cientos de miles de corazones que caminábamos hacia Miraflores con alegría y esperanza por una Venezuela distinta, moderna, libre, de primera… Y recuerdo las respiraciones agitadas, los gritos, el miedo traducido en carreras por las calles del centro de Caracas, mientras de los edificios del Gobierno veíamos a los francotiradores ensayando tiro al blanco con los manifestantes que caminaban en busca de la esperanza» (Justicia. El Nacional, 21 de abril de 2002). El mismo Ocariz que, después del criminal lock out empresarial y sabotaje de la industria petrolera (diciembre de 2002 y enero de 2003), y que costó la vida de venezolanos y llevó a la quiebra a la economía nacional, solicitaba la renuncia del Presidente Chávez (Coromoto y la fe. El Nacional, 3 de febrero de 2003). El mismo personaje que una semana después de la estrepitosa derrota opositora en el referéndum revocatorio contra Chávez, denunciaba (junto a otros dirigentes de Primero Justicia) un supuesto fraude, y se negaba rotundamente a la posibilidad de «diálogo» con el Presidente (Primero Justicia rechaza diálogo con Chávez y desconoce auditoría. El Nacional, 22 de agosto de 2004).

Los tiempos han cambiado. En entrevista concedida al diario Últimas Noticias, el 10 de octubre de 2010, Julio Borges se manifiesta «a favor del entendimiento, del diálogo y la concertación». Ensaya de diversas formas el mismo estribillo: «el país, mayoritariamente, no está alineado con el gobierno. Eso nos convierte a nosotros en una mayoría. Pero el gobierno, en lugar de buscar un centro democrático y de entendimiento, que es lo que fortalece cualquier sistema político, lo que ha dicho, claramente, es que ese centro no va a existir. El gobierno les ha negado a los venezolanos la posibilidad de que exista un espacio de diálogo y convivencia». Coherente con el propósito de resignificación de los contenidos del discurso de la «despolarización», insiste en el tema del «equilibrio»: «vamos a sentarnos a ver cómo equilibramos el juego en Venezuela, donde haya un reconocimiento mutuo, como paso previo a la construcción de una agenda»; «los venezolanos, intuitivamente, buscamos ese equilibrio el 26-S»; «El mandato popular, tal como se expresó el 26-S, es una tarea que la oposición debe encausar como una presión social para que logremos construir el equilibrio»; «al gobierno le tocaría reconocer que hay un espacio enorme, que a mi juicio es mayoritario, que quiere un equilibrio»; «Éste es como un último experimento de equilibrio».

Al igual que en el caso de Ocariz, mediante su discurso contra la «polarización» disimula el propósito de la repolarización antichavista, que no es otro que sumar apoyos en la base social del chavismo: «La clave está, y yo lo viví en carne propia en mi campaña en Guarenas y Guatire, localidades que siempre se han vendido como un bastión oficialista, en que el país entero está listo para una nueva generación con nuevas ideas y con una nueva visión del país. Para mí fue muy impactante hacer campaña en la urbanización Menca de Leoni, llamada también 27 de febrero, tocar la puerta del apartamento de una familia que tenía la foto del presidente Chávez, que quizás el año pasado no me hubiera invitado a pasar a su casa, pero esta vez lo hizo, que a lo mejor no votaron por mí, pero me escucharon, que tal vez no compartieron todo lo que yo les dije, pero se quedaron pensando en lo que les dije, eso… es un cambio sustancial de un país que estaba polarizado y que en las bases advierte: ‘no queremos enfrentamientos, queremos ideas y la posibilidad de que puede haber un futuro compartido por todos'». Nótese, adicionalmente, cómo subraya la necesidad de un liderazgo opositor emergente.

Algunos días antes, el 4 de octubre, en una entrevista concedida también al diario El Universal, Henrique Capriles Radonsky, Gobernador del estado Miranda, desarrollaba una línea expositiva en perfecta sincronía con los personajes ya citados. Idénticos tópicos están presentes en su discurso: necesidad de un liderazgo opositor alternativo («Hay quienes quieren volver al pasado, a las viejas políticas, a las roscas, a los acuerdos entre mesas y creen que el país no ha cambiado. Otros, como Chávez, quieren mantener el presente. Pero estamos quienes miramos hacia el futuro»); crítica de la gestión («Al Gobierno se lo tragan la ineficacia y la corrupción»); una apuesta por el diálogo, la reconciliación y una crítica de la «polarización» («si miras las encuestas verás la aprobación, hacia nuestra gestión, por parte de los simpatizantes de Chávez. Eso demuestra que se puede construir para todos. El país de Chávez, sumido en la división, cada vez se parece menos a lo que quiere la mayoría»); y reapropiación del discurso chavista («sí creo en la necesidad de construir una democracia con profunda visión social. Y quien no entienda eso debe tomar rumbo hacia otro lado porque 70% de la población es pobre»). La orientación es la misma: radicalización del giro táctico del discurso opositor de 2007 y resignificación del discurso sobre la «despolarización». En dos palabras: repolarización antichavista.

En definitiva, la oposición (o más precisamente, el conjunto de fuerzas políticas herederas de la partidocracia, pero que pugna por desplazar a los viejos partidos) ha levantado las banderas del «diálogo», y con este discurso pretende revertir los efectos negativos de la lógica de la pequeña batalla. Le habla a la oposición que vota disciplinadamente contra Chávez, pero no por la vieja clase política. Más aún: le habla al chavismo. Pretende convertirse en una «alternativa democrática», y cada vez parece más claro que cuenta con el apoyo decidido de los medios, del grueso de la oligarquía y del gobierno de Estados Unidos.

Frente a este discurso, resulta completamente inoportuno plantearnos el falso dilema: «diálogo» o «polarización». Tampoco se trata de optar entre «radicalización» o «despolarización». La apelación al recurso del «diálogo» es, en sí misma, la más clara expresión de una radicalización de la táctica que la oposición viene empleando desde 2007 (abandono del discurso confrontacional, crítica de la gestión de gobierno, reapropiación del discurso chavista, etc.), y es el resultado de una resignificación del discurso sobre la «despolarización». Si la oposición habla de «diálogo», es porque previamente ha radicalizado y resignificado. «Diálogo» es repolarización antichavista.

Pretender que el chavismo elija un camino distinto a la impostergable repolarización, que abandone el horizonte de la radicalización democrática, resulta no sólo ingenuo: equivale a capitular sin haber peleado, o peor aún, después de haber peleado tanto. La crisis de polarización chavista no es, como pudiera pensarse, resultado de los excesos del antagonismo y el conflicto políticos, sino todo lo contrario: de la atenuación del conflicto y del disciplinamiento del antagonismo que supuso la burocratización de la política.

Frente al «diálogo», lo que corresponde es recuperar los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la amplia base social del chavismo, pero también entre el partido, el gobierno y el chavismo popular. Pero es poco lo que se ha logrado avanzar en esta dirección. Por un lado, buena parte del chavismo oficial luce confundido y aturdido. No logra interpretar el alcance de esta radicalización del discurso opositor: está persuadido de que la oposición en pleno acudirá a la Asamblea Nacional a «sabotear», cuando, insisto, la táctica apunta al «diálogo», y está orientada a mostrar al chavismo como enemigo acérrimo del «equilibrio» necesario (o como partidario de la «polarización», según la versión vulgarizada del sentido común antichavista). Por el otro, preocupa la inercia del chavismo oficial, la escasa voluntad demostrada hasta ahora para abrir los espacios de deliberación entre revolucionarios, indispensables para avanzar en las 3R²; la apuesta por el silencio como vía para neutralizar el llamado de Chávez a revisar, rectificar, reimpulsar, recuperar, repolarizar y repolitizar; la tendencia a concebir la convocatoria a un Polo Patriótico como una nueva alianza entre partidos (exactamente lo contrario de lo expresado por Chávez: «más allá de los partidos hay un país social que no milita y no tenemos por qué aspirar a que milite en ningún partido y es una masa muy grande… la solución va más allá de los partidos, pasa por los partidos, pero no puede quedarse en los partidos»).

Pero la pelea es peleando.

Del partido/maquinaria al partido/movimiento


13 de Abril de 2010: poder popular en acción. La clave está en no pretender domesticarlo

Cuando planteo revisar la relación entre el partido/maquinaria y la amplia base social del chavismo, como precondición para atacar la crisis de la polarización chavista, no estoy formulando una crítica a rajatabla de la forma partido, sino del partido realmente existente, de su lógica de funcionamiento. Ni siquiera es un cuestionamiento de la «maquinaria», necesaria para ganar elecciones.

Lo que hay que revisar y cuestionar radicalmente es la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria. Caso contrario, se acentuará la crisis de la polarización chavista y se reforzarán las tendencias que apuntan claramente a la burocratización de la política. Esta crisis de polarización se produce desde el momento en que comienza a percibirse al chavismo popular como «masa de maniobra» electoral, signo inequívoco de su alienación de lo popular. Se produce la clausura del proceso de interpelación mutua entre partido/maquinaria y chavismo popular, y el objetivo estratégico deja de ser la construcción del socialismo, el autogobierno popular, la construcción de poder popular, y pasa a ser ganar elecciones.

La lógica de funcionamiento del partido/maquinaria supone, de hecho, un falso problema: es necesario tener mayoría para llegar a la táctica revolucionaria. Dicho de otra manera: es necesario ganar elecciones para que la revolución sea posible, no importando si para alcanzar victorias electorales se adoptan tácticas anti-populares y propias de la vieja partidocracia, porque el fin justificaría los medios. Es al contrario, y ya lo planteaba Rosa Luxemburgo: «no se llega a la táctica revolucionaria a través de la mayoría, sino a la mayoría a través de la táctica revolucionaria». Es aplicando la táctica revolucionaria – la contienda electoral como un episodio más del proceso permanente de acumulación y construcción de poder popular – como se llega a la mayoría. Puede suponerse que a eso se refiere justamente el Presidente Chávez cuando habla del «voto estratégico». Lo «estratégico» no es triunfar en la contienda electoral, sino la construcción permanente de poder popular, la democratización radical de la sociedad venezolana. Es construyendo poder popular como el chavismo se convertirá en una fuerza invencible en contiendas electorales.

El partido/maquinaria desmoviliza en lugar de movilizar. Ciertamente, es medianamente eficaz para organizar grandes concentraciones, pero esto no equivale a eficacia revolucionaria, sino a su simulacro. Reúne, concentra, aparenta movilizar, mientras abandona la política de masas, la política propiamente revolucionaria. Concentrar es distinto de acumular, sumar fuerzas. Allí donde el contacto «cara a cara» es espasmódico, irregular, excepcional, no la práctica regular de la militancia sino la «aparición» repentina del «candidato», es inevitable que éste sea interpretado como demagogia.

Un partido/maquinaria alienado del pueblo, no «controlado» por el mismo pueblo, sino por burócratas devenidos en políticos, es fuente permanente de malestar: desmoviliza, desmoraliza y es una de las fuentes de las que bebe el hastío por la política que ya expresa parte del chavismo popular. El 24 de marzo de 2007, el Presidente Chávez advertía que el naciente PSUV debía ser «un partido controlado por el pueblo», no al contrario. Agregaba: «Debe ser capaz de diluirse en la masa superior que es el pueblo, no imponerse al pueblo, ¡subordinarse al pueblo!». Si éste se moviliza – ¡más de 5 millones 400 mil votos en las parlamentarias! – lo hace casi siempre a pesar del partido/maquinaria, y no gracias a él.

Más que preguntarnos por qué una parte del chavismo ha dejado de votar, intentando resolver la incógnita con discursos moralizantes – sobre la supuesta «inmadurez» popular o la pretendida ausencia de claridad política de las masas populares – hay que interrogarse sobre las razones que impiden a la dirección política de la revolución bolivariana movilizar al chavismo popular en pleno.

Si, como planteaba Simón Rodríguez, «la fuerza material está en la masa» y «la fuerza moral en el movimiento de la masa», entonces la desmovilización popular es consecuencia no sólo de su desmoralización, de su hastío, sino de la insuficiencia de «fuerza moral» en el seno del propio instrumento político de la revolución bolivariana. Cientos de miles – y tal vez millones – de militantes de probada vocación democrática, revolucionaria y popular, coexisten con unos cuantos centenares de burócratas, corruptos, oportunistas y estalinistas sobre los cuales se posa la mirada de reprobación del chavismo popular, que está lejos de tolerarlos de manera cómplice o resignada. Centenares o miles, eso no es lo más importante. Lo decisivo es que seamos capaces de entender la oportunidad que implica saber que son minoría.

Enfrentar la crisis de la polarización chavista, como condición previa para repolarizar la sociedad venezolana, pasa por abandonar la lógica del partido/maquinaria y recuperar lo que podría denominarse la lógica del partido/movimiento. Esto es, siguiendo a Simón Rodríguez, un partido con la suficiente «fuerza moral» para propulsar la movilización del chavismo popular. Frente al estancamiento, movilización popular, y ésta sólo es posible adoptando tácticas revolucionarias, recuperando los mecanismos de interpelación popular, escuchando al pueblo, incluso aprendiendo de él, no dándole la espalda. «Recuperar la pasión», decía el Presidente Chávez el pasado sábado 2 de octubre.

Recuperar la lógica del partido/movimiento, del partido en movimiento, pasa por dejar de considerar a los movimientos sociales – las múltiples formas de organización popular que trascienden al partido – «como simples correas de transmisión». Ya basta de prepotencia. De nuevo, recordar las palabras del Presidente Chávez el 19 de abril de 2007: «Pudiéramos resumir eso como subestimación de los movimientos sociales. Hay partidos que consideran que el movimiento obrero, el movimiento campesino, las mujeres, los movimientos indígenas son correas de transmisión y por tanto sólo para manipularlos, para utilizarlos, porque la elite del partido, esclarecida, no requiere de la participación directa de las masas o de los movimientos sociales o de las multitudes».

Implica, de igual forma, estar prevenidos frente a los equívocos que pudieran derivarse de la misma noción de «base social del chavismo» o «bases del partido», como si éstas constituyeran la «base» de una estructura piramidal, encabezada por una elite esclarecida. De la misma forma que sin obrero no hay patrón, sin bases no hay partido, mucho menos elites esclarecidas, sino una caricatura de partido revolucionario. Siguiendo con la analogía, la lógica del funcionamiento del partido/movimiento se asemejaría a la de una fábrica sin patrón. Una fábrica de cuadros, de líderes revolucionarios, que es distinto, y quizá lo opuesto, a la autoridad fundada en el patronazgo.

Para prevenir posibles malentendidos, el partido/movimiento no supone ausencia de «disciplina». Para decirlo con Daniel Bensaid, «la democracia de un partido toma decisiones colectivas que tratan de actuar sobre relaciones de fuerza para modificarlas. Cuando los apresurados detractores de la ‘forma partido’ pretenden liberarse de una disciplina asfixiante, en realidad vacían cualquier discusión de lo que está en juego reduciéndola a un foro de opiniones que no compromete a nadie: después de un intercambio de palabras sin decisión compartida, cada uno puede volver a irse tal como vino, sin que ninguna práctica común permita comprobar la validez de las posiciones en presencia». Pero tampoco disciplina sin democracia, equivalente a imposición. Ya basta de chantajes. Al contrario, «plena libertad de debate, y esa debe ser una de las características más profundas del nuevo partido, el debate… y más debate desde las bases. No un debate circunscrito a una elite, a una cúpula, a un cogollo», como expresara el Presidente Chávez el 24 de marzo de 2007.

El predominio de la lógica del partido/maquinaria ha terminado por darles la razón a los militantes y activistas que optaron por mantenerse al margen del partido, sin que esto implicara mantenerse al margen de la lucha por profundizar la revolución bolivariana. No me refiero a los partidarios de la «despolarización» o la «tercera vía», a los partidos que alguna vez fueron aliados del chavismo, a la «izquierda» antichavista. Me refiero a los colectivos y movimientos populares, algunos de los cuales con una larga tradición de lucha, que reconocen el liderazgo del Presidente Chávez, trabajan permanentemente junto al pueblo, organizando, movilizando, construyendo, pero sin militancia formal en el partido. En lugar de desperdiciar tanto esfuerzo, tiempo y recursos para apartarlos del camino, de manera arrogante, lo que corresponde es no sólo establecer sólidas alianzas, trabajar hombro a hombro con ellos, sino incluso estimular su desarrollo. El trabajo de cooptación de los movimientos populares ha dejado un saldo lamentable de desmovilización, de adormecimiento de luchas populares que alguna vez fueron vigorosas.

La superación de la lógica del partido/maquinaria y la recuperación de la lógica del partido/movimiento permitiría la reagrupación de fuerzas dispersas e incluso desmovilizadas y desmoralizadas. En otras palabras, un paso adelante en el proceso de construcción de hegemonía popular, democrática y revolucionaria. Podría decirse que esta recuperación de la lógica del partido/movimiento es, en sí mismo, un movimiento estratégico, de carácter radicalmente democrático e incluyente. Eso es lo que quiere decir, en primer lugar, radicalización democrática. Todo lo contrario de la traducción caricaturesca y maniquea de los «encuestólogos» de la derecha, según los cuales la «estrategia» de la repolarización «se basa en la existencia de un enemigo y de un conspirador, quienes además son los culpables». No han entendido nada. ¿O acaso le temen al potencial radicalmente democratizador implícito en la noción de repolarización?

Padre Adolfo Rojas Jiménez: "Este proceso revolucionario no tiene vuelta atrás"


No se dejen confundir con las noticas de prensa, entre escandalizadas y horrorizadas por lo que dijo el hombre. Dijo más o menos lo que dice la prensa opositora que dijo, pero dijo mucho más. Habló de conciencia, pero también de fusiles. Habló de tomar el control de los medios de producción, pero cuestionó duramente al PSUV.

Les hablo, por supuesto, de la misa ofrecida por el Padre Adolfo Rojas Jiménez, este miércoles 4 de febrero de 2009, en la ciudad de Maracay, con motivo de estarse cumpliendo 17 años del día en que Chávez y los suyos insurgieron contra aquella cosa que la clase política llamaba «democracia».

Escucharla completa toma poco más de veinte minutos. Leer los fragmentos que aparecen abajo, mucho menos. Créanme: vale la pena.

Más abajo el video, cortesía de los cámaras de YVKE Mundial.

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«… cuando nosotros seamos capaces de abrir conciencia… en nosotros mismos y hacia los demás… Esa conciencia… cuando el hombre descubre su dignidad, cuando el hombre sabe que no es un trapo para pisotear, que no es una mercancía para vender, que no es un objeto de alienación o enajenación, sino que es alguien que hace historia. Y es solamente así como comienza a entregar, no a entregarse, a dar y a reconocer el poder popular. No porque nosotros se lo demos o ustedes nos lo den, es porque nosotros, en nuestra dignidad, lo tenemos con la conciencia. Y eso significa este paso que tenemos que avanzar. No es que vamos a esperar que los militares nos den el poder popular. No camaradas, están equivocados. Es cuando nosotros descubramos, no como la Iglesia a la cual pertenezco, que descubrió por escrito que nosotros éramos la voz de los que no tienen voz; Chávez descubrió que los pobres sí tienen voz, y que tienen voz para asumir su propio compromiso, para decir sí o no, para decir por aquí vamos o por aquí no. No es para que tú me digas, para que pienses por mí o hables por mí, pueblo, o por mí vayas a ejecutar la maldita estructura leninista, verticalista, que solamente la cúpula piensa, y los demás, las bases, no hacen sino… lo que diga la cúpula. Y ahí no nos la podemos calar. Y esa es la confrontación estratégica en la que estamos en este momento. Buscando, buscando. Y aquí es cuando entonces nosotros venimos a recordar la grandeza de Chávez. No a idolatrarlo, no, no necesita eso. Somos amigos. Es nuestro orientador. Es el indispensable en este momento, y por mucho tiempo todavía. Que permanezca abriendo, impulsando el camino de la libertad…».

«… No hay otra alternativa que decir sin temor: sí queremos que continúe el Presidente, los años necesarios… Y después nosotros, juntos con, buscaremos verdaderamente impulsar, profundizar este proceso. Porque hay que impulsar y engrandecer y enriquecer al Partido Socialista Unido, que ni es partido ni es unido ni impulsa un proceso revolucionario, en su generalidad, por la debilidad ideológica. Y tenemos que enfrentar nuestra propia debilidad ideológica, como autocrítica, y entender qué es lo que queremos…».

«… Y no descubrimos al mundo nuestro. No descubrimos nuestros barrios. No descubrimos nuestras formas orgánicas del poder popular. No descubrimos la mancomunidad de consejos. No vamos hacia ellos a enseñar en escuelas de formación política-ideológica, que el Presidente dijo que eran prioridad número uno. Secuestran nuestra propia propaganda quizá las quintas-columnas que están dentro. Porque no se ven en los barrios. Uno entra a esta ciudad, y puro: no, no, no. ¿Y dónde están los sí? ¿Dónde están? ¿Dónde los tienen escondidos? Si no lo quieren hacer ustedes, dejen al pueblo que lo escriba. Con sangre, como Moisés. Que lo escriba con amor, con esperanza. Pero no podemos aguantar más. Y no podemos esperar que nos manden, porque nosotros, si verdaderamente tenemos conciencia de que somos poder, tenemos que hacerlo. Pero en la unidad. Sin buscar protagonismo, pero hacerlo… Porque aquí nos estamos jugando, o hacia el socialismo del siglo XXI, que buscamos qué es, porque no está construido, tenemos que ir hacia 1848, para ver qué fue el Manifiesto Comunista, para hablar con propiedad, para no hablar boberías sin saber por qué fue el fracaso del socialismo llamado real o histórico. Tenemos que preguntarnos eso. Y después de que estudiemos, preguntarnos qué es lo que nosotros queremos, cuál socialismo. Cuando los pobres se apoderen, se posesionen de la propiedad de los medios de producción. No sólo de la comercialización y la producción, sino de los medios. Ahí está el problema. Porque los que tienen el medio de producción tienen el poder económico. Y aplastan a los demás… Este proceso revolucionario no tiene vuelta atrás. Porque si las bocas se callan, como dijo el Cristo, no son las piedras las que van a hablar. Hablarán los fusiles. Y nosotros queremos paz, amor. Una democracia en amor y en paz. Pero los cachetes, como dijo Jesucristo: cuando te peguen aquí pones el otro; ya los cachetes se nos cayeron de tantos golpes. Y no queremos seguir siendo golpeados más, compañeros…».

«… Por eso verdaderamente, hermanos, dudar es querer volver a la esclavitud, y no queremos convivir con esclavos. No queremos convivir con esclavos. No le hace falta a la patria, para ser soberana, esclavos. Queremos hombres libres. Y el 15 se decide. O apostamos, como es lógico, a la libertad del sí, con el sí, para sí, al Cristo, el eterno sí… o nos iremos con aquellos que están matando a nuestros soldados, hiriendo a nuestros soldados, buscando las guarimbas que se tejen desde la Central o de la Católica, desde la Universidad Católica. O del capital financiado por la CIA. O de los paramilitares. O de las Águilas Negras. Y abrimos entonces los brazos, para que después de que nos maten a nosotros y a sus hijos, sigan avanzando por la teoría de las medias lunas y… despedacen lo que con sangre, sudor y lágrimas han construido estos hombres que llevan este brazalete, y muchos más sin brazalete, que lo llevamos en el corazón… Por eso quise, en honor a ellos, vestirme con vestidura roja, para recordarles su amor, para recordar nuestros muertos y para decir: ¡Patria socialista o muerte! ¡Venceremos!».

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Contra el culto a la personalidad y el servilismo intelectual – Vladimir Acosta


(Cuando pega un cierto aire frío y los procesos revolucionarios amenazan con «congelarse» – diría Saint-Just -, lo menos que uno puede hacer es echarle leña a cualquier brasa que se asome en el horizonte. Es lo que ha intentado hacer Vladimir Acosta el pasado 16 de junio, en su programa De primera mano, que transmite Radio Nacional de Venezuela todos los lunes a las 7 am.

Es lo que intento hacer aquí, igualmente, transcribiendo un par de extractos de las intervenciones de Vladimir en el referido programa. El que desee escucharlo completo, no tiene más que darle aquí, y ahí dentro darle play donde corresponde.

Epa Vladimir: me tomé la libertad de intitular esto tal y como aparece allá arriba, porque creo que resume lo central de tus planteamientos.

A veces a uno le da por pensar que esto que nos plantea Vladimir es postura de muchos, aunque ésta siga expresándose como secreto a voces. Pero coño cámaras, ¿no les parece que ya está bueno de tanto cuchicheo, de tanto cotilleo?

Entre la criticadera necia y el servilismo intelectual, un nuevo sentido común debe terminar de imponerse. Vamos a echarle leña.

Fuego).

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Yo voy a decir aquí algunas cosas que seguramente van a molestar a algunos, pero las digo porque creo que tengo que decirlas… en función de este proceso en el cual yo creo, el cual yo quiero verdaderamente que siga avanzando, que no se estanque, que no retroceda, fundamentalmente por esa razón tengo que decir estas cosas. Yo creo que dos de los problemas, problemas serios, problemas graves, problemas que hay que enfrentar y superar en la medida de lo posible, que ha generado uno de los problemas de este proceso: la falta de dirección, son:

1) el excesivo culto a la personalidad con relación al Presidente y a todo lo que el Presidente dice, nadie se atreve a discutirle nada y menos aún a criticar las cosas que dice el Presidente, cosa que es absurda, porque aquí hay plena libertad como nunca, para criticar, para discutir; y

2) el servilismo intelectual. Lo lamento, pero me cuesta llamarlo de otra manera: el servilismo intelectual o la pereza intelectual de algunos que repiten como unos loros todo lo que se dice o todo lo que el Presidente dice y lo justifican sin pensar o que cuando piensan retuercen cualquier argumento para darle la razón al Presidente. Hay que esperar que el Presidente rectifique, cuando lo hace, porque a veces lo hace, se da cuenta, para que entonces vuelvan a ser loros, pero loros rectificadores. Y eso es triste, eso es lamentable, y es algo profundamente perjudicial para un proceso revolucionario, para un proceso que intenta cambiar cosas, para un proceso de participación y de protagonismo popular.

El punto de partida de esto, lo he comentado montones de veces, me he cansado de comentarlo en distintas oportunidades, aquí y en otros lados, en otros actos, en foros, en discusiones y conversaciones, es la falta de dirección colectiva de este proceso. Nadie cuestiona el liderazgo del presidente Chávez, este proceso está absolutamente identificado con el presidente Chávez, el presidente Chávez ha sido el espíritu, el alma, la fuerza principal de este proceso, eso no lo cuestiona nadie, no lo cuestiona ni siquiera la oposición, y por supuesto nadie lo va a a cuestionar. Se trata de que los procesos revolucionarios, los procesos de cambio, los procesos de transformaciones e incluso los procesos reformistas más o menos avanzados, necesitan direcciones colectivas, porque la política es una construcción colectiva. Y cuando se habla de democracia, de participación, de protagonismo popular, se hace absolutamente imprescindible esa discusión, esa participación popular, esa dirección colectiva, que no excluye un liderazgo, pero que necesita la participación, la asunción de responsabilidades, el compartir responsabilidades y el participar de la elaboración de una línea política que tiene que ser producto de la relación con los sectores populares, con el pueblo, y que tiene que ser permanentemente consultada con él. Eso es indispensable. Cualquier proceso que intente cambiar cosas, que intente movilizar a los sectores populares y que intente estar al servicio fundamentalmente de los sectores populares necesita una dirección colectiva, no una dirección que sea absolutamente unipersonal. Y esa es una de las grandes fallas de este proceso.

Aquí ni siquiera el partido que se acaba de construir ahora, el PUSV, es un partido que ejerza dirección colectiva. Es un partido que fundamentalmente funciona como un instrumento que repite lo que dice el Presidente, que no discute nada con el Presidente y que se ocupa fundamentalmente de las cosas administrativas: cómo desarrollar el proceso electoral, cómo hacemos aquí, si se reúnen con el PPT, qué va a pasar con el Polo Patriótico [Alianza Patriótica], si hay amenazas por la prepotencia del PSUV con relación a los otros, si se puede buscar acuerdos, si está descontento alguien, si el candidato para gobernador es el que llegó primero o el que llegó segundo. Es decir, puras cosas absolutamente técnicas, mecánicas, cotidianas, pero no discute política, el PSUV no discute política ni define política. El PSUV simplemente se limita a repetir lo que dice el Presidente, y a veces ni siquiera opina políticamente. Es el Presidente el que opina y el PSUV se ocupa entonces de las cosas administrativas. Eso no puede ser. Si alguna justificación podía tener la integración de las fuerzas que han apoyado a este proceso en un partido como el PSUV, es para construir una dirección colectiva, que desde una perspectiva de compromiso, del mismo compromiso que tiene el Presidente, pueda discutir con él y pueda llegar a acuerdos producto de discusiones con él, y de confrontaciones que ocurren a veces. De eso por lo menos no hay ningún indicio, ninguna indicación de que eso esté ocurriendo.

Pero lo que yo quiero señalar, que es lo que me parece más preocupante, son las dos cosas que dije. Por un lado, se ha ido generando, y eso es prácticamente inevitable cuando no hay una dirección colectiva, y cuando hay un liderazgo claro, porque al final el liderazgo del Presidente parece estar muy por encima de los otros líderes (se podría decir: hasta qué punto él contribuye a eso o hasta qué punto él no hace un esfuerzo para reducir esa distancia, pero ese es otro tema que no voy a tocar ahora); pero lo cierto es que esa distinción entre el peso y la importancia del Presidente y los dirigentes que forman parte de su equipo, genera y ha generado un excesivo culto a la personalidad del Presidente, que se traduce en esa dimensión negativa: una cosa es el respeto al liderazgo, otra cosa es la admiración de un liderazgo, otra cosa es entender que ese liderazgo fuerte, combativo y dinámico es necesario para impulsar un proceso (eso es perfectamente válido) y otra cosa es convertir al líder en una especie de dios, en un personaje infalible, que no se equivoca nunca y al cual no se le puede criticar absolutamente nada y no se le puede discutir absolutamente nada. Repito: algo que es absurdo. Vivimos justamente en una sociedad que es democrática como nunca ha sido esta sociedad venezolana, aquí se discute de todo, aquí se opina de todo y aquí no le pasa nada a nadie. Si aquí hasta los conspiradores de derecha, los conspiradores fascistas andan libremente por las calles, conspiran, hacen lo que les da la gana, aquí todo el mundo hace lo que le da la gana, desde los motorizados hasta los conspiradores fascistas. Entonces aquí no hay ningún peligro de que nadie pueda ser víctima de las críticas que haga. Y es necesario que esas críticas se hagan. No convertir eso en una profesión, no se trata de la profesión de criticar lo que hace el Presidente, para eso está la oposición imbécil esa, diciendo animaladas todos los días, y por eso está así, hundida, en el piso.

Se trata de la perspectiva de la construcción de un proceso revolucionario que hoy más que nunca necesita discusiones, porque están pasando cosas, aquí dentro de este proceso, que hay que discutirlas y que hay que cuestionarlas, necesita entonces una dirección colectiva que parta del reconocimiento indiscutible del liderazgo del Presidente, pero que sea capaz de fijar opiniones y tener criterios, y atreverse a tener esos criterios y a discutirlos, y atreverse a ser derrotada y atreverse a triunfar en algunas oportunidades, porque la derrota o el triunfo no son otra cosa que derrota o triunfo de posiciones que van a fortalecer el proceso. Esto es un problema que a mí me parece fundamental.

Y el otro lado es, entonces, esa suerte de pereza intelectual: «el Presidente es el líder, el Presidente se las sabe todas, el Presidente no se equivoca nunca, el Presidente es el súperestratega», el Presidente está en la estratósfera ya, planificando cosas, y los demás, entonces, por pereza intelectual, no piensan, no son capaces de analizar, no son capaces de participar, reciben pasivamente todo lo que el Presidente dice y ejecutan lo que el Presidente dice. No hay dirección colectiva. Y esa pereza intelectual a veces se convierte en un cierto servilismo, porque entonces es buscar la manera… unos, repito, porque no piensan, y simplemente repiten, repiten y repiten, tanto repiten que «esto es bueno, esto es bueno» porque el Presidente lo dice, y dos días después cuando el Presidente dice «me equivoqué», porque el Presidente sí se atreve a decir que se equivocó, entonces dicen: «esto es malo, esto es malo, esto es malo». Es decir, pasan de loros positivos a loros negativos. Y eso no puede ser. Pero en algunos llega verdaderamente a un nivel de retorcer los argumentos, de utilizar entonces los argumentos de pensar políticamente para hacer cuadrar las cosas que no cuadran, para tener que darle la razón al Presidente, y a veces se queda bastante mal cuando el Presidente después se da cuenta de que él mismo se ha equivocado (y últimamente se ha equivocado bastante, por cierto), y entonces en algunos de esos casos rectifica.

Yo creo que lo único válido y lo único correcto en política, cuando uno quiere pensar políticamente, es eso: es pensar políticamente, es analizar las cosas racionalmente, con seriedad, sin sacralizar el pensamiento y la conducta de nadie, por más líder que sea, con plena independencia de criterios. Una vez que se tiene una posición política tomada, por supuesto, no estoy hablando de criterios en el aire. Estoy partiendo de un análisis válido en política de quien piensa como revolucionario y quien está comprometido con un proceso que quiere que sea revolucionario o que quiere que siga siendo revolucionario, no de un analista de esos que se sientan en una especie de topos uranos, allá arriba, a analizar las cosas desde la estratósfera. No. Me refiero al compromiso, al compromiso militante, al compromiso patria o muerte, como son los compromisos políticos, y si no, no son compromisos y no sirven para nada. Desde esa perspectiva, una vez que uno asume esa perspectiva y la convierte en forma de vida, lo único válido en política, entonces, es analizar las cosas racionalmente, analizar las cosas con seriedad y profundidad, sin sacralizar el pensamiento y la conducta de nadie, con independencia de criterio y con buena y sólida información. Y además, sin temor a criticar lo que se estima que no está bien, justamente porque lo que se quiere es que el proceso avance y no que el proceso se estanque. Y criticar las cosas a tiempo tiene justamente la fuerza que da la posibilidad de cambiar las cosas, de incidir sobre ellas. Quedarse callado, admitir chantajes, admitir acusaciones, que hacen justamente los que quieren que el proceso no siga caminando, es permitir pasivamente que algunas cosas que están mal sigan empeorando y que cuando alguien se dé cuenta de que están mal, ya sea probablemente demasiado tarde para corregirlas, y en ese camino se puede hasta perder el poder.

Aquí lo hay que hacer, en mi opinión, y lo repito, es ver el curso reciente que ha ido tomando este proceso: hacia dónde, en qué dirección está marchando últimamente este proceso, porque, repito, hay muchas cosas preocupantes. Y uno ve cómo se engranan, una tras otra, algunas declaraciones con algunas conductas. Repito, no voy a analizar esto a fondo, simplemente lanzo esto como tema de análisis, de reflexión, de pensamiento, porque ésta es la única forma de pensar políticamente desde un compromiso revolucionario. Recomiendo una vez más que lo hagamos, recomiendo discutir sin temores, si queremos que este proceso siga avanzando, que este proceso no se estanque, que este proceso de cambio no se convierta en una cosa diferente. Porque creo que de eso, y de la conducta que se asuma y de la conducta que se comparta, depende en buena parte el futuro de este proceso, depende en buena parte que este proceso que ha sido generador, justificado, de grandes esperanzas de cambio, de algunos cambios que de verdad han tenido alcance revolucionario, que este proceso pueda mantenerse en ese camino, recuperar ese camino, profundizar ese camino, y no asumir un camino de moderación que muchas veces se convierte en camino de estancamiento.

Creo que ésta es una discusión que debe darse, y que debe darse abiertamente en el seno de este proceso, analizar lo que pasa, lo que se dice, conectar cosas, relacionar cosas, y sobre la base de esos análisis hacer planteamientos que contribuyan a que este proceso que está pasando por una etapa decisiva, por una etapa clave, por una etapa de inflexión, pueda seguir avanzando por el camino que se trazó al comienzo y que tiene que ser profundizado para que no deje de ser lo que fue y lo que tiene que ser: un proceso de cambio revolucionario.

Los 15 del PSUV


Resultados preliminares dados a conocer por Alberto Müller Rojas, alrededor de las 11 pm de este domingo 9 de marzo, y cuando falta por escrutar – si no escuché mal – el 14% de los votos:

1.- Aristóbulo Istúriz.
2.- Adán Chávez.
3.- Mario Silva.
4.- Jorge Rodríguez.
5.- Antonia Muñoz
6.- Carlos Escarrá.
7.- Nohelí Pocaterra.
8.- Vanessa Davies.
9.- Cilia Flores.
10.- María León.
11.- Alí Rodríguez Araque.
12.- Héctor Rodríguez.
13.- Elías Jaua.
14.- Erika Farías.
15.- María Cristina Iglesias.

Comentario: notable ausencia.

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Ya va, ya va. Acabo de revisar la información que montó Luigino en Yvke Mundial. Según ésta, Müller Rojas leyó sólo 29 nombres, es decir, que faltaría uno. Además, le escuché decir al mismo Müller que María Cristina Iglesias habría quedado de 16 – ante la pregunta de Chávez, quien se comunicó vía telefónica mientras hacían públicos los resultados.

Diosdado Cabello aparece en el puesto 16, a sólo 643 votos de María Cristina Iglesias.

Ningún militar entre los 15 principales. Entre los suplentes, sólo tres militares acompañan a Diosdado, pero dos son: Ramón Rodríguez Chacín y de nuevo Müller Rojas (el otro es Luis Reyes Reyes).

Pregunta más o menos ingenua: ¿control de la izquierda?

Pregunta más o menos «irresponsable»: ¿Aristóbulo candidato a Alcalde Mayor?

(Comentario medio farandulero) Lo mejor: Vanessa Davies.

Elías Jaua: Ya basta, camarada.

Baja lamentable: Vladimir Acosta.

El chavismo popular luego del 2D: de la deliberación a la rearticulación


(El siguiente es un artículo que terminé de escribir el pasado 5 de enero, a petición de los cámaras de la revista británica de izquierda Red Pepper. Será publicado en la edición correspondiente a febrero/marzo de 2008, por supuesto con las leves modificaciones de rigor. La misma edición incluye una intro del cámara Pablo Navarrete, además de un artículo del alto cámara Javier Biardeau: ¿Por qué ganó la abstención? Aprovecho para recomendarles otro: Diario de la democracia, de Hilary Wainwright, editora de Red Pepper e investigadora del Transnational Institute, quien estuvo en Venezuela por aquellos días como observadora internacional).

I.-
He estado leyendo durante estos días esa obra portentosa de John Reed que es Diez días que estremecieron el mundo. De lo mucho que se pudiera comentar sobre este libro, hay un dato histórico que no puedo dejar de mencionar: corría julio de 1917 y los bolcheviques no pasaban de ser “una pequeña secta política”. No pude menos que sonreír cuando leí la apresurada nota de los camaradas de la editorial Progreso, al pie de la página: “J. Reed emplea aquí la palabra ‘secta’ queriendo subrayar que inmediatamente después de la Revolución Democrático-Burguesa de Marzo de 1917, el Partido bolchevique, recién salido de la clandestinidad, era aún relativamente poco numeroso”.

Pero al margen de la obligada aclaratoria de los camaradas, lo cierto es que los bolcheviques eran eso: una secta, un grupúsculo, una partida de revolucionarios y revolucionarias que, a fuerza de audacia y tenacidad cambiarían el curso de la historia de la humanidad. El detalle está en que habrían de hacerlo mucho más temprano que tarde: tan solo tres meses después, en octubre. ¿Cómo pudo ser posible? Allí es donde la obra de Reed cobra todo su valor histórico. Pero esto puede servirles de abreboca: “En julio los acosaban y despreciaban; en septiembre los obreros de la capital, los marinos de la Flota del Báltico y los soldados habían abrazado casi por entero su causa”.

¿Cómo pudo ser posible? Por más que los camaradas de la editorial Progreso lo intentaran durante décadas, hoy nadie puede convencernos de que los bolcheviques estaban predestinados a conducir la revolución rusa. En las revoluciones intervienen, está claro, las vanguardias, los líderes, los movimientos, pero también la incertidumbre, lo aleatorio, el azar. La sorpresa. De hecho, los líderes se prueban precisamente en estos momentos donde reinan la irresolución y la perplejidad. Por eso se dice que los pueblos revolucionarios siempre “intuyen” cuándo es el momento de actuar y de qué forma.

Quienes militamos en la revolución bolivariana hemos perdido el tiempo si a estas alturas no hemos sido capaces de asimilar que nada está escrito. Comenzábamos a acostumbrarnos a triunfar; y como siempre teníamos por delante la tarea de vencer al adversario, postergábamos la lucha a lo interno del movimiento, como si el chavismo fuera uno e indivisible, guiado por un líder infalible.

El 2D nos ha tomado por sorpresa. Esa es la verdad. No se trata de que la derrota sea atribuible al azar. Es obvio que podríamos evaluar y determinar cuáles han sido las principales causas de este resultado adverso. Pero el resultado, sin duda, ha sorprendido a todos: el chavismo estuvo siempre seguro de la victoria, aun cuando contemplara el escenario de un triunfo por poco margen; la oposición, por su parte, y como ya lo apuntó alguno de los nuestros poco después de conocerse los resultados, no se creía capaz de derrotar electoralmente al chavismo.

El reto que nos toca, por tanto, dentro del campo bolivariano, al propio Chávez, al alto gobierno, pero sobre todo al chavismo popular, democrático y revolucionario, es saber lidiar con la sorpresa. En eso consiste, principalmente, el momento político que se ha abierto a partir del 2D

II.-
Cualquiera podría objetar que el liderazgo revolucionario no depende exclusivamente de su capacidad para desenvolverse con audacia y suficiencia frente al azar y la sorpresa: antes bien, éste dependería de su habilidad para hacerse portavoz y defensor de las demandas populares. Estoy completamente de acuerdo.

El mismo John Reed relata que la eficacia de la política que emprendieron los bolcheviques en las semanas previas a la revolución de octubre, obedeció a “que tomaron los simples y vagos deseos de los obreros, soldados y campesinos y con ellos estructuraron su programa inmediato”: todo el poder a los soviets, paz en todos los frentes, la tierra a los campesinos, control obrero en la industria.

El 3 de diciembre de 2006, luego del primer boletín del CNE – anunciando su categórica victoria en la contienda por la reelección presidencial – Chávez se dirigió en lo siguientes términos a quienes celebrábamos frente a Miraflores: “Hoy es un punto de arranque, hoy comienza una nueva época… una nueva era… La nueva época que hoy comienza tendrá como idea fuerza central… como línea estratégica fundamental, la profundización, la ampliación y la expansión de la revolución bolivariana, de la democracia revolucionaria, en la vía venezolana hacia el socialismo”. Pocos minutos antes había dicho: “Ustedes se han reelecto a ustedes mismos, es el pueblo el que manda, yo siempre mandaré obedeciendo al pueblo venezolano”. Igualmente, hizo un llamado a arreciar la batalla “contra la contrarrevolución burocrática y contra la corrupción, viejos males que siempre han amenazado a la República.” Todos estábamos convencidos de que habíamos alcanzado una nueva y resonante victoria popular.

El 17 de enero de 2007, mientras juramentaba a los integrantes de un Consejo Presidencial para la Reforma Constitucional, Chávez recordó que, tal y como lo establece la Constitución Bolivariana, tres sujetos están facultados para tomar la iniciativa de proponer una reforma constitucional: el propio Presidente de la República, la Asamblea Nacional y el pueblo. Chávez aseguró haber optado por la primera alternativa, persuadido de estar “interpretando y recogiendo el sentir de las mayorías”.

Siete meses después, el 15 de agosto de 2007, en su discurso de presentación de la propuesta de reforma constitucional ante la Asamblea Nacional, Chávez se expresó en términos muy similares: “La reforma es del pueblo, no es de Chávez. Estoy seguro de que nuestro pueblo la va a asumir, todo lo que yo voy a decir está pensado en función del pueblo venezolano, de sus más sagrados intereses, en función de nuestra revolución, de su fortalecimiento”.

Si algo ha quedado claro el 2D, es que lo que efectivamente ha podido ser “la reforma del pueblo” fue realmente la reforma de Chávez. Es cierto que durante su discurso del 15 de agosto Chávez convocó reiteradamente a iniciar el “gran debate de la reforma bolivariana”. Es igualmente cierto que la Asamblea Nacional estuvo muy lejos de servir como espacio catalizador de este debate. Tampoco fue así en el caso del PSUV, cuyas asambleas de batallones fueron concebidas como instrumentos de difusión y defensa de la propuesta de reforma, pero en ningún momento como espacios desde los cuales la ésta podía ser criticada, corregida o complementada.

Sin embargo, la clave de la derrota del 2D reside en el hecho de haber faltado a una regla básica de la política revolucionaria: “es el pueblo el que manda”. Ese mismo pueblo que, en palabras de Chávez, resultó reelecto en diciembre de 2006, el mismo al que juró mandar obedeciendo, no fue convocado a participar en la elaboración de la propuesta de reforma. De allí que una parte considerable del chavismo nunca hiciera suya la propuesta de Chávez. De allí que otra parte importante optara por un respaldo crítico. Para decirlo con Gramsci, ni Chávez ni mucho menos su entorno fueron capaces de construir consenso.

Mucho se ha debatido, antes y después del 2D, sobre el contenido de la reforma. Era y sigue siendo un debate sustantivo. Algunos señalamos que uno de los aspectos problemáticos de la propuesta de Chávez era la concentración de poderes en la figura del Presidente, convencidos como estamos de que la idea del líder infalible ha sido promovida por la derecha del chavismo, que eventualmente pudiera optar por prescindir del mismo Chávez, una vez logrado su objetivo primordial: aislar al chavismo democrático, popular y revolucionario. Pero al mismo tiempo, muchos optamos por respaldar una propuesta con contenido suficiente para convertirla en un programa de luchas populares.

Pero este debate no debe distraernos de lo más importante: si la propuesta de reforma hubiera resultado de la participación y el protagonismo populares, sin duda alguna el contenido hubiera sido otro, mucho más ajustado a las demandas y a la voluntad del chavismo popular y revolucionario. De haber sido así, el resultado del 2D hubiera sido indudablemente favorable para quienes luchamos por la radicalización democrática del proceso bolivariano.

III.-
Hoy se habla de relanzar la propuesta de reforma constitucional, no ya por iniciativa presidencial, sino por iniciativa popular o de la Asamblea Nacional. Incluso no se descarta, como lo hiciera Chávez expresamente en 2007, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. En tanto que la Asamblea Nacional no es un espacio con suficiente legitimidad y respaldo popular como para relanzar la propuesta, las alternativas, en principio, serían dos: reforma por iniciativa popular o Constituyente.

Sea cual fuere la vía que escojamos, está claro que la opción habrá de ser aquella que resulte de la voluntad popular. La propuesta de reforma de Chávez ha podido ser la reforma del pueblo, pero no lo fue. De reincidir en la misma lógica excluyente que prescindió del consenso entre las bases populares del chavismo, la reforma por iniciativa popular puede encontrar las mismas resistencias. Insistir en promover por “iniciativa popular” la misma propuesta de reforma, equivaldría a un error táctico de incalculables proporciones.

Pero estas consideraciones tácticas son apenas la punta del iceberg. Debajo de la superficie, saliendo a flote progresivamente, yace un gigante que dormitaba bajo las aguas revueltas del 2D: es el chavismo popular, la única garantía de profundización revolucionaria del proceso bolivariano. El 2D nos encontró dispersos, como no había sucedido en años. Pero desde la misma madrugada del 3 de diciembre esa multitud de sujetos que conforman el chavismo popular ha sido protagonista de una efervescencia deliberativa que difícilmente podrá ser acallada por los sectores más conservadores del chavismo. Lo que es mejor, esa efervescencia comienza a dar paso a la rearticulación del chavismo popular. El gigante dormido ha despertado y tiene ante sí la oportunidad de dejar de ser una “pequeña secta política”. John Reed dixit.

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