La política es en la calle


(Versión «larga» del artículo que publica hoy el diario Ciudad CCS.

Salud).

********

Chávez con Movimiento de Pobladores, sábado 8 de enero de 2011. Por: Fidel Ernesto Vásquez.

Ya va siendo tiempo de hacer un exhorto a todo el campo popular y revolucionario, a la diversidad de colectivos, movimientos, organizaciones y corrientes de diverso signo, a los intelectuales, a todos cuantos militan en la radicalización democrática de este proceso, al margen del chavismo oficial: hay que volver los ojos sobre lo acontecido el sábado 8 de enero, durante la reunión del zambo Chávez con el Movimiento de Pobladores. Es necesario evaluar las implicaciones políticas de los acuerdos alcanzados, de la alianza gobierno-movimiento popular para avanzar en un frente de lucha concreto; analizar y medir el eventual impacto de las iniciativas legislativas aprobadas, ponderar el universo de sujetos políticos involucrados.

Si bien resultan completamente predecibles las primeras reacciones del antichavismo (discurso que criminaliza a los ocupantes de edificios, la lucha contra el latifundio urbano convertida en amenaza contra los pequeños propietarios y traducida como vulneración del derecho a la propiedad privada, la recuperación de terrenos ociosos trocada en ataques injustificados contra la Polar), no deja de ser curiosa la relativa indiferencia que ha prevalecido en el campo popular y revolucionario.

Más allá de la reivindicación puntual del derecho a la vivienda y un hábitat dignos, de la lucha por el derecho a la ciudad (que ya de por sí es un frente de lucha de la mayor importancia); más allá incluso de la posibilidad que se abre para afectar los intereses del capital inmobiliario especulativo, y de la burocracia que trabaja en alianza con este sector del capital, está en juego la posibilidad de que las políticas públicas en la materia se construyan con el movimiento popular. Se trata de una experiencia que, de arrojar un saldo favorable, y siempre y cuando Chávez y el gobierno bolivariano garanticen su continuidad, podría ser replicada y multiplicada en otras áreas de gobierno.

Lo que ha logrado el Movimiento de Pobladores es el reconocimiento de un conjunto de sujetos que, o bien desempeñaron un papel protagónico en el pasado, hasta que volvieron a ser invisibilizados por el discurso oficial (CTU), o simplemente nunca fueron considerados como tales (conserjes, habitantes de las pensiones), y algunos incluso fueron criminalizados por sectores del chavismo oficial (inquilinos, Pioneros, ocupantes de edificios).

Pero el reconocimiento real no ha sido el obtenido en la reunión con Chávez: éste proviene de la lucha de calle, de la audacia y profundidad de sus planteamientos, de su beligerancia, de su capacidad para articular y movilizar a sujetos concretos, y del análisis permanente y pormenorizado de prácticas concretas de gobierno. Respecto de esto último, vale decir que pocas veces ha quedado tan claro que la denuncia en abstracto de la «burocracia» o la «derecha endógena», lejos de movilizar y proveernos de herramientas para la lucha, nos desarma y desmoviliza.

Si la lógica del partido/maquinaria nos ha provisto de un buen ejemplo de lo que significa vaciar de contenido el discurso sobre el socialismo, el Movimiento de Pobladores nos permite ilustrar el tipo de sujetos políticos que tendrían que conformar el partido/movimiento. Si la lógica del partido/maquinaria implicó un repliegue de la política real, concreta, junto al pueblo, los Pobladores nos aportan pistas de los escenarios donde se hace la política hoy día. Si los defensores del partido/maquinaria sólo son capaces de concebir la lucha política si ésta es promovida (y por tanto tutelada) desde arriba, los Pobladores nos recuerdan que sólo habrá radicalización democrática si ésta es impulsada desde abajo. Dentro del partido o fuera de él.

De manera que no cabe hablar siquiera de una victoria del Movimiento de Pobladores, sino de la posibilidad real de que las aguas estancadas de la política revolucionaria comiencen a desplazarse, dando lugar a nuevas corrientes, al agua fresca. En lugar del aire pesado de la política fraguada a puertas cerradas, comienza a circular un poco del aire fresco de la política callejera.

Los Pobladores no son el punto de llegada, las nuevas «estrellas» en el firmamento popular y revolucionario, cuya «gloria» habrá de pasar, efímera. Pero tampoco son el punto de partida, porque son muchos los que vienen desandando este camino. Habrá que avanzar hacia un punto de encuentro entre movimientos, corrientes, colectivos, organizaciones, intelectuales vinculados a luchas concretas, para ir tras los hastiados y los indiferentes, para ocupar los espacios despolitizados.

Por tanto, no es momento para la indolencia, la autocompasión o la cortedad de miras estratégica, en este caso del campo popular y revolucionario, sino para la política activa de calle, recuperando el terreno perdido por los burócratas de la política. Interpelando, construyendo, organizando, movilizando, manifestando, sentando posición de manera pública, cuestionando lo que haya que cuestionar, defendiendo todo cuanto sea digno de defender. Haciendo revolución.

La vida en los refugios


Conozco a varios personajes que darían un ojo de la cara por tener la oportunidad de ver, asomados por una pequeña rendija, lo que sucede al interior de los refugios. Me los puedo imaginar, a estos voyeristas intelectuales, extáticos, largándose interminables disquisiciones sobre la biopolítica o las «sociedades de control», citando a Deleuze, Agamben o, pongámonos más intensos, a William S. Burroughs, que, bien vistas, no pasarían de ser una versión más «elaborada» del mismo discurso que disparan los medios antichavistas, para los cuales todo se reduce a la «gestión ineficiente».

Por lo menos las periodistas de El Nacional mienten descaradamente y, haciéndose pasar por estudiantes de la Universidad Bolivariana, lograr entrar al refugio y se llevan consigo varios testimonios que luego descontextualizan de la manera más vulgar. Nuestros voyeristas, ni eso: les basta con creerse todo lo que cuenta la «prensa libre» e indignarse con un par de historias ajenas, para concluir lo que su visión ciclópea les enseñó desde siempre: que éste es un régimen totalitario, cuya «gestión de la vida» popular ahoga la libertad, etc.

Pero tamañas imposturas son verdaderamente irrelevantes si se les compara con las opiniones de algunos funcionarios vinculados a la «administración» de los refugios, o con las inquietudes de algunos «revolucionarios» que, por ejemplo, llegaron a expresar su malestar por el «mal hábito» de algunos refugiados del Sambil La Candelaria, que aireaban sus ropas en los balcones del ex centro comercial. Toda una afrenta estética.

Los refugiados y sus «malos hábitos»: «Qué dirán mis amigos de La Candelaria». Por: Carlos García Rawlins/Reuters.

En los refugios se recrea, pero en condiciones infinitamente más adversas, no sólo la vida barrial, con sus virtudes y miserias, sino también la profunda tensión que atraviesa a todas las instituciones del Estado, sin excepción: por una parte, la fuerte tendencia a la gestionalización de la política, con toda su carga de menosprecio por lo popular, pero también la tendencia a la repolitización de la gestión pública, de orientación radicalmente popular y democrática. Si bien sobre la primera tendencia podrían escribirse miles de páginas (y de esta fuente inagotable beben voyeristas y medios antichavistas, que después de todo terminan siendo lo mismo), es oportuno dedicarle algunas palabras al enorme contingente de hombres y mujeres que, día tras día, hacen la diferencia.

Son los hombres y mujeres que están convencidos de que el problema de los refugiados, como el resto de los problemas a los que nos enfrentamos, es irresoluble desde el Estado esclerosado y corrompido que hemos heredado; los que combaten cotidianamente (es necesario insistir en el punto: en las condiciones más adversas) décadas de paternalismo estatal y clientelismo, interpelando a los sujetos pasivos, sin «lástima» ni resentimiento; los que establecen alianzas con los líderes populares naturales para promover y crear las condiciones para la organización popular (a través, por ejemplo, de los Comités Populares de Vivienda); los que trabajan de la mano con el movimiento popular, intentando estrechar vínculos entre los refugios y la vida en los barrios; los que asumen que el objetivo no es una vivienda para cada familia, sino la vida digna, lo que pasa por hacerle frente a toda forma de exclusión y explotación (y a sus manifestaciones dentro de los refugios); los que se enfrentan a los déspotas: gestores, jefecillos, traficantes, figurines, discurseros y farsantes.

A todos ustedes, nuestro respeto, aliento y apoyo incondicional. Con su ejemplo nos demuestran que sigue siendo posible esa revolución en la que creemos.

Los buhoneros y el partido/movimiento


Fragmento del documental La revolución no será transmitida, de Kim Bartley y Donnacha O’Briain, que registra imágenes del pueblo reprimido en el centro de Caracas durante el 12 de abril de 2002. ¿Cuántas de las primeras víctimas de la dictadura de Carmona no fueron buhoneros?

Con los buhoneros sucede algo similar al caso de los motorizados: son sujetos políticos que han jugado un papel decisivo, determinante, en los momentos más duros de la confrontación política, y sin embargo son mirados con desdén por quienes militan, digamos, en la política formal.

Sobre los buhoneros se ha dicho de todo, y seguramente buena parte de lo dicho sea verdad: que el negocio de la buhonería está controlado por mafias; que en aquellos lugares donde controlan el territorio, están estrechamente imbricados con redes delincuenciales; que este mismo control del territorio lo realizan de manera anárquica y caótica, e impiden el derecho al libre tránsito de los ciudadanos; que parte del negocio está controlado férreamente por el paramilitarismo. Son todos argumentos esgrimidos por compañeros que militan en la revolución bolivariana. No viene al caso ahondar en la percepción que sobre el asunto tiene la derecha más rancia, tributaria de lógicas represivas del tipo tolerancia cero.

Para los compañeros formados en los principios y valores de la izquierda más tradicional, no tiene sentido siquiera hablar de «sujetos políticos». Buhoneros y motorizados son asociados, automáticamente, con el lumpen. Sólo la «clase obrera», con una pequeña ayuda de sus aliados los profesionales, técnicos, estudiantes y, si fuera posible, el campesinado, tienen derecho de entrada al paraíso. Lo demás es palabrería posmo.

Con el resto de los compañeros, que por suerte son los más, es posible plantearse el asunto en otros términos. Frente a sus reservas, algunas de ellas legítimas, suelo responder con un pequeño ejercicio de memoria histórica: en 2002, los buhoneros ocupaban un extenso corredor territorial en pleno centro geográfico de Caracas, entre Chacao y Plaza Venezuela, que más de una vez sirvió como muro de contención contra las tentativas opositoras de desplazarse hacia Miraflores, no para ir a regalarle piropos a Chávez, sino para derrocarlo. Esa historia no me la contó nadie: durante todo 2002 y buena parte de 2003 trabajé a una cuadra del bulevar de Sabana Grande. En diciembre del mismo año, en pleno paro insurreccional, bastaba con asomarse al bulevar para ver a la ciudad en movimiento. Del mismo modo, cualquiera que haya estado en la calle el 13 de Abril sabe de la importancia crucial de los motorizados, en tanto canales «informales» pero eficaces de comunicación popular, por decir lo menos.

Voy más allá: ¿cuántas de las primeras víctimas de la dictadura de Carmona no fueron buhoneros del centro de Caracas, reprimidos a sangre y fuego por la Policía Metropolitana? Sin duda, algunos de los primeros combates callejeros contra la dictadura, el 12 de abril, fueron protagonizados por el pueblo/buhonero.

Los compañeros del Movimiento de Pobladores me explicaban hace poco, refiriéndose al caso de los edificios ocupados en el centro de Caracas, que las mafias sólo controlaban espacios despolitizados, es decir, allí donde los ocupantes no estaban organizados. Nada más eficaz contra las mafias que el trabajo político. Igual consideración podría hacerse en el caso de los buhoneros. Acaso el desdén con que se les mira, tenga relación con el proceso de despolitización o burocratización de la política que hoy afecta a la revolución bolivariana.

Produce un poco de pena ajena la aclaratoria, pero es necesario decirlo: no estoy planteando que los buhoneros sean el «sujeto histórico» de la revolución bolivariana. Sin embargo, preocupa la tendencia que apunta en sentido inverso: hacia su criminalización. Más claro aún para que se entienda en todas partes: ¿la invisibilización de los buhoneros como sujetos políticos, allí donde este fenómeno opere, tendrá alguna relación con los resultados electorales del 26-S?

En fin, tanto buhoneros como motorizados deben formar parte del partido/movimiento en ciernes. Caso contrario, estarán los mismos que hoy están, y tal vez algunos más, pero no estarán todos los que son.

Chávez «populista»


Chávez en La Pedrera, Antímano, al oeste de Caracas. Miércoles 1 de diciembre de 2010

 
No es casual que, a propósito de la emergencia ocasionada por las lluvias, la oposición vuelva a hablar de una supuesta «estrategia populista» de Chávez. El hombre, literalmente, no ha parado: ha retomado la calle con una energía que no se le veía en mucho tiempo. Su despliegue ha ido más allá de cualquier fórmula clásica de marketing político: no es un político cualquiera visitando una zona afectada, embarrándose hasta las rodillas, posando para las cámaras. Es un Chávez que toma un megáfono y dirige una asamblea popular cerro arriba; uno que ha vuelto a prescindir de toda mediación y entra en contacto directo con el pueblo; uno que promueve la interpelación popular, que escucha demandas, orienta, dialoga, que intenta poner en práctica el poder obediencial, que interpela directamente al aparato de Estado, abriendo las puertas de Miraflores y de los cuarteles para que sean utilizados como refugios; uno que ocupa territorios acompañado por el pueblo; uno que instiga de manera permanente el control popular sobre la gestión de gobierno, que llama al pueblo a organizarse y reclamar; uno que exige a los medios públicos que se abran a las críticas, que se hagan eco de las denuncias populares, que combatan la corrupción, el clientelismo y el tráfico de influencias.

No es un Chávez desconocido. Es más bien Chávez volviendo a ser Chávez. Frente a este Chávez «repolitizado», líder político antes que jefe de gobierno, la táctica discursiva que la oposición viene empleando desde 2007, concentrada en la crítica de la gestión gubernamental, va perdiendo eficacia. La apelación al recurso retórico de una supuesta «estrategia populista» del hombre, es un signo inequívoco de la actual deriva discursiva opositora. No han sido capaces de asimilar el momento. Reaccionan haciendo uso de su viejo arsenal retórico, defensivamente, aguantando el vendaval, sin iniciativa. La interpelación popular, que el mismo Chávez promueve, es motivo de risa burlesca para los medios antichavistas. «Se los digo de frente»: son bufones que no han comprendido nada. Tal vez es risa nerviosa porque comienzan a comprender.

La táctica opositora de desgaste sólo es eficaz en la medida en que: 1) el chavismo oficial es refractario a la crítica popular de la gestión de gobierno; y 2) el discurso sobre el socialismo es percibido por la base social del chavismo como algo abstracto. De allí que la táctica opositora de desgaste consista en: 1) crítica de la gestión: algo falta, o el gobierno es ineficiente, lo hace siempre mal; y 2) denunciar que el discurso del socialismo no guarda ninguna relación con las necesidades más sentidas del pueblo. Es decir, algo falta (gestión) y algo sobra (ideología).

¿A qué obedece el discurso sobre la «estrategia populista» de Chávez, cuál es su lógica de funcionamiento? Para la oposición, ahora lo que «sobra» es gestión. El «populismo» es «exceso» de gestión. Según este discurso, el problema ahora es que Chávez está ofreciendo más de lo que su gobierno ineficiente puede resolver; está creando ilusiones y expectativas ilimitadas; está prometiendo más viviendas de las que puede construir, etc. Lo que «sobra» y preocupa es la gestión que comienza a repolitizarse.

Por supuesto, la oposición seguirá insistiendo en su táctica de desgaste, identificando puntos débiles de la gestión gubernamental. En cada caso, lo que habrá que hacer es asimilar la que quizá sea la principal lección política de la coyuntura creada por las lluvias, y actuar en consecuencia: la gestión de gobierno, en todas las áreas, debe estar acompañada siempre del pueblo/sujeto, no del pueblo/objeto de la asistencia del Estado paternalista. Pueblo/sujeto de esa «rebelión popular» de la que hablara Chávez el martes por la noche, desde Fuerte Tiuna. No nos corresponde la defensa acrítica del Estado burgués anquilosado, corrompido e ineficiente, sino echar las bases de una nueva institucionalidad democrática. Y eso sólo es posible con participación popular.

Así se gobierna socialistamente: Frente a la emergencia habitacional, las organizaciones sociales se pronuncian por el hábitat popular


Mañana miércoles 27 de octubre de 2010, los Campamentos de Pioneros, los Comités de Tierra Urbana, la Red Metropolitana de Inquilinos, Conserjes Unidos de Venezuela, Ocupaciones Organizadas del Centro de Caracas y otras organizaciones de familias sin techo, se movilizarán al Ministerio del Poder Popular para la Vivienda y el Hábitat con el objetivo de manifestar públicamente su apoyo a las medidas anunciadas por el Presidente Chávez, a raíz de la emergencia habitacional ocasionada por las fuertes lluvias en la ciudad de Caracas y otras regiones del país, y solicitar la participación de las organizaciones sociales en el Plan de Vivienda planteado por el gobierno bolivariano para los próximos 10 años.

La concentración será desde las ocho de la mañana en la Plaza Brión de Chacaíto, para de ahí partir en una caminata hasta la sede del Ministerio, donde se hará lectura y entrega de un comunicado público.

Este comunicado (abajo) tiene la virtud de ofrecer algunas pistas que nos permitirían despejar la incógnita: ¿qué significa gobernar socialistamente? El aporte decisivo que están haciendo las organizaciones populares que se movilizarán mañana es ofrecernos un ejemplo concreto de lo que significa la repolitización de la gestión: gobierno y pueblo organizado trabajando juntos en la resolución de problemas concretos. Eso es creación de nueva institucionalidad democrática, autogobierno popular y políticas orientadas al fortalecimiento del poder popular. En suma, esto es lo que significa la radicalización democrática.

********

FRENTE A LA EMERGENCIA HABITACIONAL:
¡Las organizaciones sociales nos pronunciamos por el hábitat popular!
Caracas, 27 de octubre de 2010

Hoy, diferentes organizaciones sociales que luchamos por el derecho al suelo urbano, una ciudad justa e incluyente, y el hábitat y la vivienda popular, queremos manifestar públicamente nuestro más contundente apoyo a los anuncios realizados por nuestro Comandante Presidente en la búsqueda de resolver de manera definitiva el «drama habitacional» que nuestro país y nuestras ciudades heredaron de la IV República.

La emergencia en la que hoy nos encontramos miles de familias de los sectores populares de Caracas, no es más que el resultado de décadas de exclusión social y segregación espacial a la que hemos sido sometidos como pueblo por la sociedad capitalista, la cual nos ha negado históricamente la posibilidad de acceder a un lugar digno donde habitar en la ciudad, reservando a través de los mecanismos del mercado los mejores terrenos y espacios para el negocio inmobiliario y de la vivienda. Afirmamos que si se mantienen intactos los mecanismos del mercado capitalista, nunca podrá ser resuelto de manera estructural este problema social. Proponemos que la emergencia habitacional decretada por nuestro Comandante debe ser permanente e indefinida, ya que esta situación se repetirá con cada periodo de lluvias, y no sólo debe ser un problema de Estado, sino también un problema de la Revolución, abriendo el camino a la implementación de políticas socialistas que permitan resolver de forma definitiva el drama de los excluidos urbanos.

En este sentido, creemos que los anuncios hechos por el Comandante, además de resolver de manera coyuntural la emergencia en la que se encuentran nuestras familias que han quedado sin vivienda, apuntan estratégicamente en la dirección correcta. Aun cuando muchas de las familias que han quedado damnificadas en esta oportunidad deben abandonar su comunidades de origen para trasladarse fuera de la ciudad, rompiendo con sus relaciones básicas de subsistencia y vida; el Plan de Viviendas anunciado para Caracas y otras grandes ciudades del país para los próximos 10 años, marca un giro en la política de vivienda histórico: la solución al problema de la vivienda de los sectores populares está dentro de la ciudad y no fuera de ésta, como siempre quisieron hacernos ver las clases dominantes enemigas del pueblo. Esto ratifica lo que desde hace varios años venimos sosteniendo los movimientos populares que luchamos por el derecho a la ciudad: en Caracas existen suficientes espacios vacíos y ociosos, en zonas seguras y dotadas de servicios básicos, como para resolver el déficit habitacional de sus habitantes, sin necesidad de «expulsarnos» sistemáticamente a ciudades dormitorio y otras partes del país.

La iniciativa presidencial de formular una Ley que permita rescatar esta gran cantidad de terrenos urbanos ociosos, para ponerlos al servicio de una política de vivienda y hábitat para los sectores populares, es un hecho que aplaudimos y apoyamos de manera contundente. Desde nuestras organizaciones hemos venido dando la batalla por el acceso al suelo, y hemos formulado propuestas de políticas y marcos jurídicos que permitan avanzar en la lucha contra la especulación inmobiliaria y el latifundio urbano, y nos ponemos a la orden de la Revolución para participar en el diseño e implementación de esta política. Creemos que es imprescindible que cualquier instrumento legal que se formule en esta dirección, combata de raíz las lógicas impuestas por el mercado capitalista inmobiliario al suelo urbano y la vivienda, para evitar el riesgo de seguir enriqueciendo a los sectores sociales causantes de los males de nuestro pueblo. El suelo, así como lo es el aire y el agua, es de naturaleza social, y debe cumplir una clara función social a fin de satisfacer las necesidades de las grades mayorías excluidas, por encima de las ambiciones mercantilistas de una minoría inescrupulosa, contrarrevolucionaria y apátrida de propietarios inmobiliarios.

Por otro lado, solicitamos que se abra un espacio para la participación popular en la concreción del Plan de Viviendas. No creemos que con las viejas herramientas del capitalismo, las empresas constructoras que históricamente han explotado al pueblo en función del negocio de la vivienda, puedan cumplirse las metas que ha puesto nuestro Presidente. El gran constructor de viviendas en Venezuela ha sido el propio pueblo, quien, donde pudo, como pudo y con los recursos que tenía, sin ningún apoyo del Estado burgués o el sector privado, construyó el 70% de las viviendas del país. Nuestro comandante regresa de una importante gira internacional donde consiguió el apoyo de países aliados y hermanos para cumplir esta gigantesca tarea, ahora bien, las organizaciones sociales que luchamos por el derecho a un hábitat y vivienda dignos queremos ofrecerle también nuestro apoyo con alternativas populares y socialistas para la producción social del hábitat.

Desde hace varios años hemos venido organizándonos y proponiendo políticas que nos permitan participar de manera directa en la solución a nuestra necesidad de una vivienda y hábitat, no queremos seguir siendo un problema y una carga para el Estado, tenemos una propuesta alternativa: la producción autogestionaria del hábitat, donde el pueblo se organiza para construir de manera colectiva, sin la participación de empresas constructoras y con el apoyo del Gobierno Revolucionario, sus viviendas, y lo mas importante, construir su comunidad. Además de propuestas políticas, contamos con algunas experiencias organizativas concretas, y las alianzas con otras organizaciones sociales de América Latina que trabajan en el ámbito de la producción popular del hábitat, que ponemos a la orden del Plan de Viviendas del Ejecutivo, las cuales pueden servir de punto de partida para comenzar a andar un camino alternativo y estratégico a la producción con empresas capitalistas.

Para todo esto, y antes de que aconteciera la coyuntura que estamos viviendo, hicimos llegar a manos del actual Ministro del Poder Popular para la Vivienda y el Hábitat, todas nuestras propuestas y experiencias, las cuales creemos ahora mucho más pertinentes para ser tomadas en cuenta por nuestro Comandante.

Desde nuestras organizaciones creemos que sólo con la organización y movilización popular en torno a políticas socialistas, y de la mano con el Gobierno Revolucionario, comenzaremos a combatir los males que nos ha dejado la sociedad capitalista.

¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!

Suscriben el presente comunicado:

– Campamentos de Pioneros –
– Asamblea Metropolitana de Comités de Tierra Urbana –
– Conserjes Unidos por Venezuela –
– Red Metropolitana de Inquilinos –
– Ocupaciones Organizadas del Centro de Caracas –
– Organizaciones de Nuevas Comunidades Socialistas –

La repolarización antichavista: radicalización y diálogo


«Cuando la intentona militar del 4F de 1992, el país habló. El golpe no prosperó, pero hubo un cambio en el pueblo. Cambio que venía madurando desde el Caracazo. Pero en la Cuarta República no entendieron el mensaje, se siguieron comportando de la misma forma e incluso la radicalizaron. Ignoraron la señal popular exigiendo mayor participación, el combate a la corrupción, una democracia distinta».

Anímese, haga la prueba: lea el breve párrafo entre sus allegados y pregúntele de quién se trata. Yo mismo hice el ejercicio y la respuesta fue invariable: debe tratarse de algún analista del chavismo. José Vicente Rangel, quizá, Alberto Müller Rojas o algún otro. Ciertamente, buena parte de los tópicos del discurso chavista están concentrados en esas líneas: algunos de sus hitos históricos (4F del 92, 27F del 89), el cambio, el pueblo, la Cuarta República, «mayor participación», «combate a la corrupción», «democracia distinta».

Puede que todavía le sorprenda saber que no es un chavista el que habla, sino Carlos Ocariz, Alcalde del municipio Sucre del estado Miranda, y militante de Primero Justicia. ¿La circunstancia? Una entrevista concedida a Roberto Giusti, de El Universal, intitulada «Chávez actúa como la cuarta república luego de la derrota», publicada el 10 de octubre de 2010.

Si todavía nos sorprendemos, es porque nuestros análisis tienen más de tres años de retraso. Urge actualizarlos. Para hacerlo, es necesario remontarse hasta 2007, cuando se produce un notable giro táctico en el discurso opositor. No es un hecho casual que este giro táctico se produzca justo después de que el chavismo alcanzara su pico electoral (7 millones 309 mil 080 votos frente a 4 millones 292 mil 466 votos, el 3 de diciembre de 2006). Entonces, las fuerzas opositoras atravesaban por una severa crisis de polarización: su discurso confrontacional (¡Chávez vete ya!) y sus reiteradas e inútiles tentativas de disputarle (con inusitada violencia, en muchos casos) la calle al chavismo, las habían conducido a una derrota tras otra, incluida, por supuesto, la debacle electoral de diciembre de 2006. En lugar de sumar apoyos y crear consenso mayoritario en torno a su estrategia (la derrota de la revolución bolivariana), su táctica confrontacional y violenta había generado el amplio rechazo de la población, y en particular de las clases populares, bastión del chavismo. Para el chavismo popular resultaba claro que la oposición no sólo pretendía el derrocamiento violento de un gobierno legítimamente constituido, sino además que ésta estaba empeñada en obstaculizar el trabajo de un Presidente cuya intención era gobernar en beneficio de las mayorías.

¿Cómo encaró la oposición esta crisis de polarización? Abandonando progresivamente su discurso confrontacional y sus tácticas de violencia callejera. En artículos previos he intentado hacer visibles los signos de este giro táctico: el remozamiento de los actores políticos, vía el desplazamiento de la vocería de la vieja partidocracia y la entrada en escena del autodenominado «movimiento estudiantil» (sobre todo a partir del anuncio de la no renovación de la concesión a RCTV, pero también durante la campaña previa al referéndum por la reforma constitucional); la defensa a ultranza de la propiedad privada, supuestamente puesta en riesgo con la propuesta de reforma; la crítica de la gestión de gobierno (el verdadero pivote de este giro táctico, y el centro del discurso opositor desde entonces); y la progresiva mimetización o reapropiación del discurso chavista (significantes, prácticas, estéticas y afectos propios del chavismo originario).

Es mi hipótesis que durante estos tres años (y un poco más), la repolarización antichavista perseguía no tanto el reagrupamiento de las fuerzas opositoras, sino la progresiva desmovilización y desmoralización de la amplia base social del chavismo. Ante todo, era fundamental contener y si fuera posible disminuir el poderoso arraigo popular que la revolución bolivariana había alcanzado en diciembre de 2006.

En junio de 2009 escribía: «Si lo que estaba por constituirse o consolidarse… era un tipo de gobierno socialista… era preciso demostrar todos los límites y el caudal de defectos de una institucionalidad cuando mucho incipiente que, por demás, amenazaba con combatir al capitalismo vernáculo en todos los frentes. Lo que la oposición comenzaba a denunciar, y muy pronto lo hizo de manera sistemática, era lo que juzgaba como un ‘exceso’ ideológico: un discurso oficial completamente alejado de los ‘problemas reales’ del pueblo venezolano y, por supuesto, una gestión de gobierno que, inspirada en ese discurso, resultaría incapaz de resolverlos. Esta ‘despolitización’ del discurso opositor, que reclamaba menos ‘ideología’ y denunciaba la mala gestión gubernamental, fue respondida por una suerte de ‘gestionalización’ de la política: desde entonces, el gobierno nacional dedica buena parte de su empeño en ‘demostrar’ que, contrario a las consejas opositoras, realiza una buena gestión cuando, por ejemplo, sanciona a los especuladores y combate el desabastecimiento inducido, garantizando que a la mesa del pueblo venezolano llegue la comida que la oligarquía le niega».

Como consecuencia de esta «gestionalización» de la política que hizo suya el chavismo oficial, «sucedió lo que muchos de nosotros considerábamos un imposible: la siempre virulenta propaganda opositora logró establecer alguna relación de equivalencia con las demandas y el malestar de la base social del chavismo«. Concentrados exclusivamente en difundir los logros de la gestión gubernamental, los medios públicos dejaron de ser concebidos como el espacio natural para que el chavismo popular expresara sus demandas, expusiera sus problemas, ejerciera la contraloría social, debatiera públicamente y sin chantajes sobre el curso de la revolución bolivariana, protestara contra la mala gestión y denunciara a los corruptos y burócratas. De esta manera, el chavismo oficial ponía seriamente en entredicho lo que había sido una de las principales banderas del chavismo: la democracia participativa y protagónica. Mientras tanto, los medios opositores se abalanzaban a recuperar, sin disparar un solo tiro, el terreno del que se retiraban atropelladamente los medios públicos. No está de más decirlo: el terreno donde se hace la política, donde se ganan y se pierden las batallas políticas.

Si a esto le sumamos el progresivo proceso de burocratización de la política que ha supuesto la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria, con el saldo de disciplinamiento forzoso del espíritu bravío e irreverente del chavismo popular, con el aplanamiento de las múltiples subjetividades políticas que lo conforman (inexplicablemente, abrazando la causa de la profecía autocumplida opositora: convertir en «oficialismo» lo que una vez fue un torrente indomable), no es difícil entender el por qué de la «arritmia electoral» del chavismo, mientras el voto opositor crece lenta pero sostenidamente.

La crisis de polarización chavista es el resultado, también, de nuestra incapacidad para reconocer los efectos y las implicaciones de este giro táctico del discurso opositor. Durante todos estos años, el antichavismo viene empleando eficaces tácticas orientadas a la desmovilización y a la desmoralización de la base social del chavismo. Mientras tanto, el chavismo oficial no sólo ha mordido el anzuelo de la «despolitización» del discurso opositor, recurriendo a la «gestionalización» de la política (asumiendo, de hecho, la defensa de un Estado esclerosado, al que se supone debíamos combatir), sino que ha perdido tiempo y esfuerzo valiosos en la «pequeña batalla«, olvidando lo estratégico:

«Hemos puesto tanto esfuerzo al servicio de informar de la pequeña batalla, que nuestros sentidos se han venido atrofiando: con nuestros ojos pegados a las pantallas y nuestras manos saltando de primera página en primera página, nuestro olfato político ya no nos alcanza para percibir que el hastío por la política, y en particular por los políticos, afecta a parte considerable de lo que durante todos estos años constituyó la base social de apoyo a la revolución. Hastío por los políticos que, por momentos, nos hace recordar a la Venezuela que hizo posible la insurgencia del chavismo. Si el chavismo significó la progresiva politización del pueblo venezolano, fue porque hizo visible a los invisibles y dio voz a los que nunca la tuvieron. Allí radica su grandeza. De la misma forma, el hastío por la política y por los políticos tendría que ser la medida de sus miserias. Porque hay hastío allí donde el chavismo no se siente visibilizado, cuando su voz no es escuchada, cuando sus demandas son ignoradas. Si el chavismo significó la quiebra histórica de la vieja clase política, mal haría prolongando una batalla cuya victoria tenía asegurada, empeñándose en subirse al ring para disputarse el título con rivales de poca monta, gastando pólvora en zamuro, perdiendo el tiempo en disputas verbales con dirigentes de partidos casi inexistentes, mofándose de sus sandeces, respondiendo a sus insultos y provocaciones. ¿Todavía tienen algo que decirnos un Ramos Allup o un Óscar Pérez? ¿O un Luis Ignacio Planas o un Andrés Velásquez o un Antonio Ledezma? Cierto, allí está Ledezma como Alcalde Mayor. ¿O es que acaso construimos adversarios a nuestra medida? ¿Quién era Julio César Rivas antes de que apareciera en las pantallas de nuestras televisoras? Mientras nos empantanamos en las trincheras de la pequeña batalla, ¿quién muestra el rostro del chavismo descontento? ¿Quién escucha su voz? ¿Quién atiende sus demandas? ¿O es que acaso hay algo más subversivo que el mal gobierno, que el político que roba o que mucho dice y poco hace? ¿Cuántas insurrecciones populares comandará Roderick Navarro?».

Distraído y entumecido por los rigores de la pequeña batalla, el chavismo oficial fue creando las condiciones para el surgimiento del discurso de la «despolarización», en el que la «encuestología» ha desempeñado un papel crucial (y como he intentado demostrarlo en una serie de artículos). Un discurso que adoptaron por igual tanto antiguos aliados del chavismo (el PPT y la «izquierda» antichavista), como Venevisión o Televen. A mi juicio, la tentativa del PPT de presentarse, en ocasión de las elecciones parlamentarias del 26-S, como una alternativa electoral real, como una «tercera vía», adoptando un discurso que se abriera paso entre el chavismo y la vieja partidocracia, estaba de antemano condenado al fracaso. En otra parte afirmé que el discurso de la «despolarización», que pretendía recuperar parte de los símbolos del «chavismo originario», constituía tan sólo un momento de un proceso incipiente de recomposición de la clase política opositora, y que enfrenta a actores políticos emergentes con la vieja partidocracia. En su concepción, se trata de un discurso de elites, o de un sector de ellas. El PPT (y quienes lo acompañaron) no fue más que un peón de un juego estratégico que lo trasciende, y que estaba muy lejos de controlar.

En mayo de este año me parecía claro que Leopoldo López (y su Voluntad Popular) era quien reclamaba más firmemente su derecho a asumir ese liderazgo opositor emergente. Sin embargo, fue el partido Acción Democrática (y su desprendimiento directo, UNT) el que terminó capitalizando el esfuerzo unitario opositor (UNT, 16 diputados con 998 mil 606 votos; Acción Democrática, 14 diputados, con 924 mil 339 votos; Primero Justicia, sólo 6 diputados, a pesar de haber alcanzado 974 mil 358 votos). He allí el sentido de lo que escribía en mi análisis preliminar sobre las parlamentarias: «Cantarán victoria, sin lugar a dudas, pero la procesión va por dentro (un proceso incipiente de recomposición de su clase política)».

Es desde esta perspectiva que hay que interpretar las palabras de Carlos Ocariz, en la entrevista concedida a El Universal: «Creo que de esto va a surgir un nuevo liderazgo que ya se está comenzando a ver. Ese liderazgo emergente es el llamado a construir la nueva Venezuela y ojalá no caiga en la tentación de hacerse el sordo ante el mensaje popular». Ese «liderazgo emergente» necesita coexistir, por ahora, con la vieja partidocracia, puesto que lo contrario implicaría poner en riesgo el objetivo estratégico: «La construcción de concepciones distintas no implica, necesariamente, partidos nuevos. Eso puede ocurrir en partidos que existían, que existen, capaces de sintonizar con el mensaje que el pueblo quiere escuchar. No tengo prurito en sentarme con quien sea si estamos viendo el país de la misma manera. No creo que estemos en disonancia con la Mesa. Todo lo contrario. La Mesa no es una necesidad, sino una esperanza para el país, siempre y cuando comprendamos que lo que está pasando no puede ser para mantener este presente ni para regresar al pasado. Se trata de construir un futuro distinto, con base en nuevas propuestas ante nuevas realidades».

Pero he aquí lo más relevante del discurso de Ocariz: por un lado, expresa que en las parlamentarias «hubo dos derrotados: el sector radical del gobierno y el de la oposición. El radicalismo fue el gran derrotado». Más adelante afirma: «Por ese camino, distinto al del enfrentamiento y la polarización, la gente comprendió que construimos entre todos, no para un solo sector y también que no se trata de ‘ustedes contra nosotros’, sino de todos juntos… Hay la convicción, incluso entre gobernadores y alcaldes oficialistas, que (sic) la polarización no conviene a nadie». Es preciso leer entre líneas: no se trata, realmente, de un discurso contra el «radicalismo», sino de la radicalización del mismo discurso que viene empleando la oposición desde 2007. Y la radicalización de ese giro táctico del discurso opositor ahora adopta, pero sobre todo resignifica, los contenidos del discurso de la «despolarización»: «entre todos», «todos juntos». En otras palabras, no es un discurso contra la «polarización», sino clara expresión de la forma que adopta, en el actual momento político, la repolarización antichavista.

Si desde 2007 la repolarización antichavista perseguía, principalmente, la progresiva desmovilización y desmoralización de la base social del chavismo, y si adicionalmente ha conseguido reagruparse en una plataforma unitaria, a partir del 26-S su objetivo es más ambicioso: ganarse el apoyo de parte del chavismo. De eso se trata la radicalización antichavista: de movilizar, a su favor, parte del voto chavista. En palabras del propio Ocariz: «el camino para la reconstrucción de una mayoría, al lado del pueblo, con un trabajo de hormiguita, ganó un espacio». En eso consiste la repolarización antichavista: en granjearse el apoyo de las mayorías populares, tarea imposible sin el apoyo de parte del chavismo.

Esta repolarización antichavista que encarna el discurso de Ocariz continua, sin duda, con la línea de crítica de la gestión pública: «El gobierno habla de socialismo, pero en Petare las escuelas públicas no tenían ni baño, estaban destruidas, carecían de programas sociales. Los docentes, al igual que los policías, eran los peores pagados de Caracas. Los ambulatorios no tenían medicinas. ¿Eso es socialismo? No lo es». Pero sobre todo profundiza en la reapropiación del discurso chavista. El resultado es el siguiente: «No soy un alcalde socialista, sino con una visión profundamente social. Así como no tengo complejo de trabajar con la empresa privada, tampoco lo tengo para transferir poder al pueblo, que lo hace mejor que el Estado. Entonces, hay una diferencia ideológica. Mientras yo practico la transferencia de poder al pueblo, el gobierno piensa que el Estado debe ser más grande porque ya no puede transferir más nada a la comunidad. El poder popular de que habla el gobierno es pura paja. Hipocresía. Ahora, tampoco creo en la tesis, capitalista, según la cual el Estado debe ser más pequeño para transferir poder al sector privado. En Primero Justicia creemos en una sociedad civil más fuerte, que haga obras». Ni socialismo ni capitalismo: poder popular.

Atrás quedaron los tiempos en que Ocariz «denunciaba» (¡apenas diez días después del golpe de Estado de abril de 2002!) que «francotiradores» apostados en «edificios del gobierno» habían asesinado a manifestantes de la oposición: «Cada instante siento el palpitar de los cientos de miles de corazones que caminábamos hacia Miraflores con alegría y esperanza por una Venezuela distinta, moderna, libre, de primera… Y recuerdo las respiraciones agitadas, los gritos, el miedo traducido en carreras por las calles del centro de Caracas, mientras de los edificios del Gobierno veíamos a los francotiradores ensayando tiro al blanco con los manifestantes que caminaban en busca de la esperanza» (Justicia. El Nacional, 21 de abril de 2002). El mismo Ocariz que, después del criminal lock out empresarial y sabotaje de la industria petrolera (diciembre de 2002 y enero de 2003), y que costó la vida de venezolanos y llevó a la quiebra a la economía nacional, solicitaba la renuncia del Presidente Chávez (Coromoto y la fe. El Nacional, 3 de febrero de 2003). El mismo personaje que una semana después de la estrepitosa derrota opositora en el referéndum revocatorio contra Chávez, denunciaba (junto a otros dirigentes de Primero Justicia) un supuesto fraude, y se negaba rotundamente a la posibilidad de «diálogo» con el Presidente (Primero Justicia rechaza diálogo con Chávez y desconoce auditoría. El Nacional, 22 de agosto de 2004).

Los tiempos han cambiado. En entrevista concedida al diario Últimas Noticias, el 10 de octubre de 2010, Julio Borges se manifiesta «a favor del entendimiento, del diálogo y la concertación». Ensaya de diversas formas el mismo estribillo: «el país, mayoritariamente, no está alineado con el gobierno. Eso nos convierte a nosotros en una mayoría. Pero el gobierno, en lugar de buscar un centro democrático y de entendimiento, que es lo que fortalece cualquier sistema político, lo que ha dicho, claramente, es que ese centro no va a existir. El gobierno les ha negado a los venezolanos la posibilidad de que exista un espacio de diálogo y convivencia». Coherente con el propósito de resignificación de los contenidos del discurso de la «despolarización», insiste en el tema del «equilibrio»: «vamos a sentarnos a ver cómo equilibramos el juego en Venezuela, donde haya un reconocimiento mutuo, como paso previo a la construcción de una agenda»; «los venezolanos, intuitivamente, buscamos ese equilibrio el 26-S»; «El mandato popular, tal como se expresó el 26-S, es una tarea que la oposición debe encausar como una presión social para que logremos construir el equilibrio»; «al gobierno le tocaría reconocer que hay un espacio enorme, que a mi juicio es mayoritario, que quiere un equilibrio»; «Éste es como un último experimento de equilibrio».

Al igual que en el caso de Ocariz, mediante su discurso contra la «polarización» disimula el propósito de la repolarización antichavista, que no es otro que sumar apoyos en la base social del chavismo: «La clave está, y yo lo viví en carne propia en mi campaña en Guarenas y Guatire, localidades que siempre se han vendido como un bastión oficialista, en que el país entero está listo para una nueva generación con nuevas ideas y con una nueva visión del país. Para mí fue muy impactante hacer campaña en la urbanización Menca de Leoni, llamada también 27 de febrero, tocar la puerta del apartamento de una familia que tenía la foto del presidente Chávez, que quizás el año pasado no me hubiera invitado a pasar a su casa, pero esta vez lo hizo, que a lo mejor no votaron por mí, pero me escucharon, que tal vez no compartieron todo lo que yo les dije, pero se quedaron pensando en lo que les dije, eso… es un cambio sustancial de un país que estaba polarizado y que en las bases advierte: ‘no queremos enfrentamientos, queremos ideas y la posibilidad de que puede haber un futuro compartido por todos'». Nótese, adicionalmente, cómo subraya la necesidad de un liderazgo opositor emergente.

Algunos días antes, el 4 de octubre, en una entrevista concedida también al diario El Universal, Henrique Capriles Radonsky, Gobernador del estado Miranda, desarrollaba una línea expositiva en perfecta sincronía con los personajes ya citados. Idénticos tópicos están presentes en su discurso: necesidad de un liderazgo opositor alternativo («Hay quienes quieren volver al pasado, a las viejas políticas, a las roscas, a los acuerdos entre mesas y creen que el país no ha cambiado. Otros, como Chávez, quieren mantener el presente. Pero estamos quienes miramos hacia el futuro»); crítica de la gestión («Al Gobierno se lo tragan la ineficacia y la corrupción»); una apuesta por el diálogo, la reconciliación y una crítica de la «polarización» («si miras las encuestas verás la aprobación, hacia nuestra gestión, por parte de los simpatizantes de Chávez. Eso demuestra que se puede construir para todos. El país de Chávez, sumido en la división, cada vez se parece menos a lo que quiere la mayoría»); y reapropiación del discurso chavista («sí creo en la necesidad de construir una democracia con profunda visión social. Y quien no entienda eso debe tomar rumbo hacia otro lado porque 70% de la población es pobre»). La orientación es la misma: radicalización del giro táctico del discurso opositor de 2007 y resignificación del discurso sobre la «despolarización». En dos palabras: repolarización antichavista.

En definitiva, la oposición (o más precisamente, el conjunto de fuerzas políticas herederas de la partidocracia, pero que pugna por desplazar a los viejos partidos) ha levantado las banderas del «diálogo», y con este discurso pretende revertir los efectos negativos de la lógica de la pequeña batalla. Le habla a la oposición que vota disciplinadamente contra Chávez, pero no por la vieja clase política. Más aún: le habla al chavismo. Pretende convertirse en una «alternativa democrática», y cada vez parece más claro que cuenta con el apoyo decidido de los medios, del grueso de la oligarquía y del gobierno de Estados Unidos.

Frente a este discurso, resulta completamente inoportuno plantearnos el falso dilema: «diálogo» o «polarización». Tampoco se trata de optar entre «radicalización» o «despolarización». La apelación al recurso del «diálogo» es, en sí misma, la más clara expresión de una radicalización de la táctica que la oposición viene empleando desde 2007 (abandono del discurso confrontacional, crítica de la gestión de gobierno, reapropiación del discurso chavista, etc.), y es el resultado de una resignificación del discurso sobre la «despolarización». Si la oposición habla de «diálogo», es porque previamente ha radicalizado y resignificado. «Diálogo» es repolarización antichavista.

Pretender que el chavismo elija un camino distinto a la impostergable repolarización, que abandone el horizonte de la radicalización democrática, resulta no sólo ingenuo: equivale a capitular sin haber peleado, o peor aún, después de haber peleado tanto. La crisis de polarización chavista no es, como pudiera pensarse, resultado de los excesos del antagonismo y el conflicto políticos, sino todo lo contrario: de la atenuación del conflicto y del disciplinamiento del antagonismo que supuso la burocratización de la política.

Frente al «diálogo», lo que corresponde es recuperar los mecanismos de interpelación mutua entre Chávez y la amplia base social del chavismo, pero también entre el partido, el gobierno y el chavismo popular. Pero es poco lo que se ha logrado avanzar en esta dirección. Por un lado, buena parte del chavismo oficial luce confundido y aturdido. No logra interpretar el alcance de esta radicalización del discurso opositor: está persuadido de que la oposición en pleno acudirá a la Asamblea Nacional a «sabotear», cuando, insisto, la táctica apunta al «diálogo», y está orientada a mostrar al chavismo como enemigo acérrimo del «equilibrio» necesario (o como partidario de la «polarización», según la versión vulgarizada del sentido común antichavista). Por el otro, preocupa la inercia del chavismo oficial, la escasa voluntad demostrada hasta ahora para abrir los espacios de deliberación entre revolucionarios, indispensables para avanzar en las 3R²; la apuesta por el silencio como vía para neutralizar el llamado de Chávez a revisar, rectificar, reimpulsar, recuperar, repolarizar y repolitizar; la tendencia a concebir la convocatoria a un Polo Patriótico como una nueva alianza entre partidos (exactamente lo contrario de lo expresado por Chávez: «más allá de los partidos hay un país social que no milita y no tenemos por qué aspirar a que milite en ningún partido y es una masa muy grande… la solución va más allá de los partidos, pasa por los partidos, pero no puede quedarse en los partidos»).

Pero la pelea es peleando.

Del partido/maquinaria al partido/movimiento


13 de Abril de 2010: poder popular en acción. La clave está en no pretender domesticarlo

Cuando planteo revisar la relación entre el partido/maquinaria y la amplia base social del chavismo, como precondición para atacar la crisis de la polarización chavista, no estoy formulando una crítica a rajatabla de la forma partido, sino del partido realmente existente, de su lógica de funcionamiento. Ni siquiera es un cuestionamiento de la «maquinaria», necesaria para ganar elecciones.

Lo que hay que revisar y cuestionar radicalmente es la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria. Caso contrario, se acentuará la crisis de la polarización chavista y se reforzarán las tendencias que apuntan claramente a la burocratización de la política. Esta crisis de polarización se produce desde el momento en que comienza a percibirse al chavismo popular como «masa de maniobra» electoral, signo inequívoco de su alienación de lo popular. Se produce la clausura del proceso de interpelación mutua entre partido/maquinaria y chavismo popular, y el objetivo estratégico deja de ser la construcción del socialismo, el autogobierno popular, la construcción de poder popular, y pasa a ser ganar elecciones.

La lógica de funcionamiento del partido/maquinaria supone, de hecho, un falso problema: es necesario tener mayoría para llegar a la táctica revolucionaria. Dicho de otra manera: es necesario ganar elecciones para que la revolución sea posible, no importando si para alcanzar victorias electorales se adoptan tácticas anti-populares y propias de la vieja partidocracia, porque el fin justificaría los medios. Es al contrario, y ya lo planteaba Rosa Luxemburgo: «no se llega a la táctica revolucionaria a través de la mayoría, sino a la mayoría a través de la táctica revolucionaria». Es aplicando la táctica revolucionaria – la contienda electoral como un episodio más del proceso permanente de acumulación y construcción de poder popular – como se llega a la mayoría. Puede suponerse que a eso se refiere justamente el Presidente Chávez cuando habla del «voto estratégico». Lo «estratégico» no es triunfar en la contienda electoral, sino la construcción permanente de poder popular, la democratización radical de la sociedad venezolana. Es construyendo poder popular como el chavismo se convertirá en una fuerza invencible en contiendas electorales.

El partido/maquinaria desmoviliza en lugar de movilizar. Ciertamente, es medianamente eficaz para organizar grandes concentraciones, pero esto no equivale a eficacia revolucionaria, sino a su simulacro. Reúne, concentra, aparenta movilizar, mientras abandona la política de masas, la política propiamente revolucionaria. Concentrar es distinto de acumular, sumar fuerzas. Allí donde el contacto «cara a cara» es espasmódico, irregular, excepcional, no la práctica regular de la militancia sino la «aparición» repentina del «candidato», es inevitable que éste sea interpretado como demagogia.

Un partido/maquinaria alienado del pueblo, no «controlado» por el mismo pueblo, sino por burócratas devenidos en políticos, es fuente permanente de malestar: desmoviliza, desmoraliza y es una de las fuentes de las que bebe el hastío por la política que ya expresa parte del chavismo popular. El 24 de marzo de 2007, el Presidente Chávez advertía que el naciente PSUV debía ser «un partido controlado por el pueblo», no al contrario. Agregaba: «Debe ser capaz de diluirse en la masa superior que es el pueblo, no imponerse al pueblo, ¡subordinarse al pueblo!». Si éste se moviliza – ¡más de 5 millones 400 mil votos en las parlamentarias! – lo hace casi siempre a pesar del partido/maquinaria, y no gracias a él.

Más que preguntarnos por qué una parte del chavismo ha dejado de votar, intentando resolver la incógnita con discursos moralizantes – sobre la supuesta «inmadurez» popular o la pretendida ausencia de claridad política de las masas populares – hay que interrogarse sobre las razones que impiden a la dirección política de la revolución bolivariana movilizar al chavismo popular en pleno.

Si, como planteaba Simón Rodríguez, «la fuerza material está en la masa» y «la fuerza moral en el movimiento de la masa», entonces la desmovilización popular es consecuencia no sólo de su desmoralización, de su hastío, sino de la insuficiencia de «fuerza moral» en el seno del propio instrumento político de la revolución bolivariana. Cientos de miles – y tal vez millones – de militantes de probada vocación democrática, revolucionaria y popular, coexisten con unos cuantos centenares de burócratas, corruptos, oportunistas y estalinistas sobre los cuales se posa la mirada de reprobación del chavismo popular, que está lejos de tolerarlos de manera cómplice o resignada. Centenares o miles, eso no es lo más importante. Lo decisivo es que seamos capaces de entender la oportunidad que implica saber que son minoría.

Enfrentar la crisis de la polarización chavista, como condición previa para repolarizar la sociedad venezolana, pasa por abandonar la lógica del partido/maquinaria y recuperar lo que podría denominarse la lógica del partido/movimiento. Esto es, siguiendo a Simón Rodríguez, un partido con la suficiente «fuerza moral» para propulsar la movilización del chavismo popular. Frente al estancamiento, movilización popular, y ésta sólo es posible adoptando tácticas revolucionarias, recuperando los mecanismos de interpelación popular, escuchando al pueblo, incluso aprendiendo de él, no dándole la espalda. «Recuperar la pasión», decía el Presidente Chávez el pasado sábado 2 de octubre.

Recuperar la lógica del partido/movimiento, del partido en movimiento, pasa por dejar de considerar a los movimientos sociales – las múltiples formas de organización popular que trascienden al partido – «como simples correas de transmisión». Ya basta de prepotencia. De nuevo, recordar las palabras del Presidente Chávez el 19 de abril de 2007: «Pudiéramos resumir eso como subestimación de los movimientos sociales. Hay partidos que consideran que el movimiento obrero, el movimiento campesino, las mujeres, los movimientos indígenas son correas de transmisión y por tanto sólo para manipularlos, para utilizarlos, porque la elite del partido, esclarecida, no requiere de la participación directa de las masas o de los movimientos sociales o de las multitudes».

Implica, de igual forma, estar prevenidos frente a los equívocos que pudieran derivarse de la misma noción de «base social del chavismo» o «bases del partido», como si éstas constituyeran la «base» de una estructura piramidal, encabezada por una elite esclarecida. De la misma forma que sin obrero no hay patrón, sin bases no hay partido, mucho menos elites esclarecidas, sino una caricatura de partido revolucionario. Siguiendo con la analogía, la lógica del funcionamiento del partido/movimiento se asemejaría a la de una fábrica sin patrón. Una fábrica de cuadros, de líderes revolucionarios, que es distinto, y quizá lo opuesto, a la autoridad fundada en el patronazgo.

Para prevenir posibles malentendidos, el partido/movimiento no supone ausencia de «disciplina». Para decirlo con Daniel Bensaid, «la democracia de un partido toma decisiones colectivas que tratan de actuar sobre relaciones de fuerza para modificarlas. Cuando los apresurados detractores de la ‘forma partido’ pretenden liberarse de una disciplina asfixiante, en realidad vacían cualquier discusión de lo que está en juego reduciéndola a un foro de opiniones que no compromete a nadie: después de un intercambio de palabras sin decisión compartida, cada uno puede volver a irse tal como vino, sin que ninguna práctica común permita comprobar la validez de las posiciones en presencia». Pero tampoco disciplina sin democracia, equivalente a imposición. Ya basta de chantajes. Al contrario, «plena libertad de debate, y esa debe ser una de las características más profundas del nuevo partido, el debate… y más debate desde las bases. No un debate circunscrito a una elite, a una cúpula, a un cogollo», como expresara el Presidente Chávez el 24 de marzo de 2007.

El predominio de la lógica del partido/maquinaria ha terminado por darles la razón a los militantes y activistas que optaron por mantenerse al margen del partido, sin que esto implicara mantenerse al margen de la lucha por profundizar la revolución bolivariana. No me refiero a los partidarios de la «despolarización» o la «tercera vía», a los partidos que alguna vez fueron aliados del chavismo, a la «izquierda» antichavista. Me refiero a los colectivos y movimientos populares, algunos de los cuales con una larga tradición de lucha, que reconocen el liderazgo del Presidente Chávez, trabajan permanentemente junto al pueblo, organizando, movilizando, construyendo, pero sin militancia formal en el partido. En lugar de desperdiciar tanto esfuerzo, tiempo y recursos para apartarlos del camino, de manera arrogante, lo que corresponde es no sólo establecer sólidas alianzas, trabajar hombro a hombro con ellos, sino incluso estimular su desarrollo. El trabajo de cooptación de los movimientos populares ha dejado un saldo lamentable de desmovilización, de adormecimiento de luchas populares que alguna vez fueron vigorosas.

La superación de la lógica del partido/maquinaria y la recuperación de la lógica del partido/movimiento permitiría la reagrupación de fuerzas dispersas e incluso desmovilizadas y desmoralizadas. En otras palabras, un paso adelante en el proceso de construcción de hegemonía popular, democrática y revolucionaria. Podría decirse que esta recuperación de la lógica del partido/movimiento es, en sí mismo, un movimiento estratégico, de carácter radicalmente democrático e incluyente. Eso es lo que quiere decir, en primer lugar, radicalización democrática. Todo lo contrario de la traducción caricaturesca y maniquea de los «encuestólogos» de la derecha, según los cuales la «estrategia» de la repolarización «se basa en la existencia de un enemigo y de un conspirador, quienes además son los culpables». No han entendido nada. ¿O acaso le temen al potencial radicalmente democratizador implícito en la noción de repolarización?

Ecuador: Derrotada conspiración, Caracas celebra


Comparto con ustedes un par de videos grabados durante la concentración frente a la Embajada de Ecuador, en La Castellana, Caracas, convocada por colectivos populares de Caracas en apoyo al pueblo y gobierno ecuatorianos frente al intento de golpe de Estado contra Rafael Correa este jueves 30 de septiembre.

En el lugar se hicieron presentes numerosos integrantes de la comunidad ecuatoriana en Venezuela, los panas de Tiuna el fuerte/Radio Verdura, Ávila TV, Abrebrecha, ANMCLA, funcionarios del gobierno bolivariano, miembros del Alto Mando Militar, entre otros.

El primer video (1:13 de duración) es de las 9:33 pm, pocos minutos después de iniciada la operación militar de rescate del Presidente Correa, secuestrado por la policía golpista esde tempranas horas de la tarde. La multitud escucha expectante la Radio del Sur (cortesía de Radio Verdura) que retransmite las palabras del corresponsal de Telesur, Christian Salas, en el momento en que confirma la entrada del Ejército en el Hospital de la Policía.

El segundo video es de las 9:56 pm (1:01 de duración), y capta el momento en que se confirma el rescate del Presidente Correa.

En honor al pueblo ecuatoriano que combatió durante horas, desarmado, frente a los golpistas, intentando rescatar a su Presidente. Al los soldados del Ejército por no traicionar a su pueblo. Al Presidente Correa, nuestros respetos y nuestra solidaridad. Que se lo decimos nosotros: ni perdón ni olvido. ¡Castigo a los golpistas! (que no terminaron de aparecer todos, que también tomaron aeropuertos, que también se manifestaron en otras ciudades de Ecuador).

********

Actualización:

Cortesía del pana Luigino Bracci Roa, comparto con ustedes tres videos que registran la transmisión que hizo Telesur de la operación de rescate del Presidente Rafael Correa. En total, poco menos de 45 minutos. Tal cual lo expresara Luigino, «un documento histórico invaluable».

Los ochenta y el furor anti-partido


(Artículo escrito en julio de 2009, publicado en el número 7 de la revista Día-Crítica, que felizmente reaparece, luego de unos cuantos meses de ausencia).

********

Carlos Andrés Pérez: fue inútil la acrobacia de la partidocracia.

Gramsci escribía sobre los partidos políticos que, en el caso de algunos de ellos, «se comprueba la paradoja de que están perfectos y formados cuando ya no existen, o sea, cuando su existencia se ha hecho históricamente inútil». Explicaba: «como un partido no es sino una nomenclatura de clase, es evidente que para el partido que se propone anular la división de clases su perfección y cumplimiento consisten en haber dejado de existir porque no existen ya clases». En Venezuela, hacia finales de la década de los 80, fuimos testigos de un singular fenómeno con dos expresiones muy claras: por una parte, las agudas contradicciones de clase emergían bajo la forma de profundas convulsiones políticas y sociales; por la otra – y en estrecha relación con lo anterior – nos asaltaba la creciente sospecha de que los partidos – y no sólo los partidos del status quo – se habían hecho históricamente inútiles.

Mi generación, la que bordeaba la mayoría de edad en los últimos 80, la que no se reconocía en la herencia de la «Generación Boba», creció cantando, bailando y deseando fervientemente que todos «los políticos fueran paralíticos», y entonando canciones contra el sistema, como aquella que retrataba a la gente de los cerros que, cansada y hastiada, le devolvía a la ciudad «una sonrisa al revés». Entre otras, estas canciones fueron – siguen siendo – genuinas expresiones culturales de un cierto desencanto, de un cierto cinismo, pero sobre todo de una furia indomable que se parecía demasiado al furor total que finalmente se apoderó de las calles de casi toda Venezuela el 27 de Febrero de 1989.

Políticos paralíticos. Desorden Público.

El sistema. Sentimiento Muerto.

La casi unánime incomprensión de la que hizo gala el amplio espectro de los partidos políticos sobre la naturaleza de aquel acontecimiento iniciático, vino a confirmar nuestra sospecha de que los partidos eran, como nunca antes, definitivamente inútiles: los de la derecha, por supuesto, que no sólo condenaron la furia popular, sino que celebraron la brutal represión de Estado; pero también los de izquierda: que se sumaron a la condena de la «irracionalidad» popular. La paradoja es clara: los partidos daban cuenta de su inutilidad histórica en un episodio histórico clave, de profunda conflictividad política y social y, en suma, de clases.

Cualquier propagandista podría sentirse tentado a resumir en unas pocas líneas lo que ocurriría en los veinte años siguientes: el dilema del neoliberalismo durante la década de los 90, que mientras abría fuego contra los partidos tradicionales, era incapaz de granjearse una expresión política sólida, que resolviera a su favor la severa crisis hegemónica del sistema político venezolano; del otro lado, el irrefrenable ascenso del chavismo y su triunfo en 1998: luego, la hegemonía del chavismo y sus fuerzas aliadas, y su creciente control de los cargos de elección popular; finalmente, la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela.

Pero éste, que sería el final soñado de nuestro propagandista, suerte de «fin de la historia» revolucionario, no es sino la continuación de una historia que comenzó, al menos, hace veinte años. De lo que se desprende, en primer lugar, que toda construcción organizativa revolucionaria está en la obligación de reconocerse heredera de aquel legítimo furor anti-partido de finales de los 80, y que está en el origen del chavismo. En segundo lugar, es imperativo identificar y debatir ampliamente sobre las razones de ese mismo furor anti-partido: ¿la ausencia de democracia, y por tanto la exclusión política, en nombre de la democracia? En tercer lugar, revisar a cada paso – y rectificar oportunamente a cada paso en falso – la relación con otras formas de organización popular revolucionarias. Diríamos incluso: alentarlas, en lugar de pretender suplantarlas.

Tal vez sea necesario despejar algunas dudas: trazar la línea de continuidad entre el furor anti-partido de finales de los 80 y la tarea de construcción del partido revolucionario veinte años después, no desdice de la necesidad histórica de esta última. Todo lo contrario. Lo que señalamos es que esta tarea será en vano si procedemos como advertía Walter Benjamin que recomendaba Fustel de Colanges: «al historiador que quiera revivir una época que se quite de la cabeza todo lo que sabe del curso ulterior de la historia». Benjamin señalaba que el origen de este procedimiento estaba «en la apatía del corazón», en la que ciertos teólogos vieron «el origen profundo de la tristeza». «Historiadores historicistas», les llamó Benjamin, a los que oponía el rigor que debe hacer suyo el «materialista histórico»: «La naturaleza de esta tristeza se esclarece cuando se pregunta con quién empatiza el historiador historicista. La respuesta resulta inevitable: con el vencedor. Y quienes dominan en cada caso son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez. Por consiguiente, la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del momento. El materialista histórico tiene suficiente con esto. Todos aquellos que se hicieron de la victoria hasta nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo». ¿Cuál debe ser nuestra tarea? Benjamin responde: «cepillar la historia a contrapelo».

Subrayar, entonces, la importancia de trazar la línea de continuidad a la que nos hemos referido, para por no ceder frente a «la apatía del corazón» y cierta soberbia que nos puede conducir a creer que los furores de antaño justifican, de plano, todas las construcciones del presente, todos sus procedimientos. Porque puede suceder que en nombre de la necesidad histórica de construir un partido revolucionario, no hagamos más que domesticar y silenciar aquellos furores que siguen latentes. Resulta claro que, de incurrir en este procedimiento, estaremos ubicándonos del lado de los vencedores de siempre, cuando nuestra tarea continua siendo acompañar a los que fueron vencidos. «Cepillar la historia a contrapelo» no significa rendir homenaje oficial a nuestros muertos, sino mantener vivas las llamas de su herencia. De lo contrario, el partido revolucionario en construcción terminaría siendo, inevitablemente, un pertrecho históricamente inútil.

Malandros: esa cosa innombrable


Este viernes 30 de abril, a partir de las 4 de la tarde, en las instalaciones del Núcleo Endógeno Cultural Tiuna el fuerte, en Longaray, El Valle, se estará llevando a cabo el foro Malandros: identidad, poder y seguridad.

El evento es organizado por el Grupo de Investigación Juventudes Otras, con el apoyo de la misma gente de Tiuna el fuerte, Voces Latentes, Red de la Calle y la Coordinación de Extensión de la escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela.

Para hacerse una idea clara de cuáles son las motivaciones y el enfoque de los organizadores del evento, y para saber, además, quiénes participan, les dejo con el texto redactado por Juventudes Otras.

Salud.

********

Malandros: identidad, poder y seguridad.
Desde dónde debatir la juventud, la violencia y la seguridad en las urbes venezolanas.

Los «malandros», des-nombrados, difusos en el abstracto discurso de la seguridad ciudadana, ocupan el primer lugar del debate público nacional. Sus fenotipos, estéticas, prácticas y lenguajes producen acontecimiento, irrumpen el orden que ofrece sensación de calma, de seguridad.

La violencia letal, uno de los factores más determinantes de sus identidades, y la práctica que los coloca en el centro de la mirada de la sociedad civil aterrorizada, no se reduce a mero instrumento para la obtención de bienes materiales. «Sobrevivir» la exclusión que signa sus vidas no sólo se define en términos materiales, sino, y sobre todo, en registros simbólicos e identitarios.

«Ser malandro», entonces, anuncia una subjetividad que complejiza la violencia, haciéndola funcionar como un dispositivo para recabar el honor robado por las implicaciones socio-culturales de la pobreza. De allí que los discursos que encarnan al «malandro» desnuden uno de los campos de relaciones de poder más complejo de nuestras sociedades actuales.

Malandros: identidad, poder y seguridad, a través de un intencionado cruce de narrativas diversas sobre estos jóvenes, pretende adentrarse en la especificidad de las prácticas cotidianas juveniles y sus sentidos dentro de nuestras comunidades populares, resaltando los afectos, alianzas y conflictos que plantean las dinámicas de violencia dentro del barrio urbano contemporáneo. Desde ese plano, buscará generar inquietud y problematizar los enfoques hegemónicos que, simplificando las etiologías sobre el delito y la violencia, patologizan, criminalizan y estigmatizan a estos sujetos, cercando las posibilidades para una compresión más amplia y aguda sobre sí, y por ende las bases para una política más acertada en la materia.

Después de cuatro años de prácticas de investigación e intervención psicosocial sostenida con jóvenes urbanos transgresores de sectores populares, las organizaciones sociales convocantes consideran urgente proponer un espacio de reflexión, interrogación y debate que mire hacia la construcción de un enfoque otro sobre la violencia, la pobreza, los jóvenes y la seguridad en Venezuela, para posicionarse ante la controversial lectura de la violencia en las grandes urbes venezolanas y ante la necesidad de respuestas propias y coherentes al problema de la inseguridad ciudadana.

Su aporte radicará en la puesta en diálogo de diversas voces: las voces que protagonizan este escenario, las voces que se inquietan por significar estas prácticas y estas identidades y las voces de quienes buscan diseñar propuestas oportunas ante las tensiones que conviven en torno a estos mundos juveniles.

Programa.

4:00 pm:

Presentación. Palabras de Juventudes Otras.

4:15 pm:

Jackson Gutiérrez. «Cine Azote, la realidad de la vida».

Olimpo MC: «El verdadero malandro no es azote».

Mireya Lozada: «Cuidado con los malandros: imaginarios y miedos colectivos».

Andrés Antillano: «Violencia, poder y sujeto: hipótesis sobre los cambios en el papel del malandro».

Primer ciclo de preguntas.

6:00 pm:

Receso.

Presentación de piezas audiovisuales elaboradas por las organizaciones convocantes en el marco de los proyectos que desarrollan.

6:10 pm:

Verónica Subillaga: «La violencia en Caracas y los jóvenes: amenazas y alternativas a partir de testimonios».

Jaime Pérez: «El fútbol negociando con la violencia: la experiencia de la Calle 7 de Nuevo Horizonte».

Doris Ponce: «Inventando estrategias de prevención de última generación: Voces Latentes y Tiuna el fuerte».

Antonio González: «Policías y malandros: ideas para una política de seguridad».

Segundo ciclo de preguntas.

8:oo pm:

Cierre.

Agrupaciones musicales:

El Importado, El Astro y Revoluflow MC’s. Raperos concientes de La Vega.

18 En Pinta MC’s. El Valle.

A %d blogueros les gusta esto: