Celebrar la Comuna


Caimán

Hay que distinguir entre la Comuna productiva y el proceso de producción social de la Comuna. La Comuna no se decreta, se produce. La Comuna no es un territorio, aunque se asienta en él. La Comuna es producción material y espiritual del pueblo organizado en el territorio. Para que haya Comuna debe haber un pueblo organizado que la suscite, que la produzca.

Este proceso de producción social de la Comuna es un hecho inédito, con un potencial transformador extraordinario: el pueblo venezolano está construyendo Comunas porque desea dejar atrás la vieja sociedad. Hay que insistir en el punto: nuestras Comunas no son extravagantes experimentos de socialistas utópicos, sino iniciativa del pueblo llano que desea emanciparse. Esa emancipación suele tener visos anticapitalistas.

Allí donde pretenda erigirse algún remedo de Comuna, desde arriba o con arreglo a las prácticas de la vieja política (clientelismo, sectarismo, oportunismo), ya sabemos cuál será su destino: el más estrepitoso fracaso, como fracasa todo lo que no sea hechura popular. Por fortuna, en lo que a Comunas refiere hay poco de remedo y mucho de pueblo. El remedo lo es de lo genuino. Y lo genuino se impone.

Ambas circunstancias, la novedad y el potencial transformador, dificultan nuestra capacidad de comunicar las experiencias comunales. Se comunica más fácil lo que ya se conoce. Comunicar lo novedoso, lo revolucionario, exige de nosotros innovar en la forma como comunicamos.

¿Cómo comunicar este proceso de producción social de la Comuna? Es lo que nos hemos propuesto con la Fiesta de los Saberes Comunales, FISAC 2014, que se celebró en la Plaza Diego Ibarra de Caracas, de jueves 5 a sábado 7 de junio, y que organizamos junto a Ciencia, Tecnología e Innovación.

Con la FISAC 2014 no pretendíamos exhibir lo que las Comunas producen, sino comunicar cómo se produce en la Comuna, y cómo producen diversos sujetos vinculados directa o indirectamente a la economía comunal: Empresas de Propiedad Social, Unidades de Producción Familiar, cooperativas, movimientos, tecnólogos populares, en campos como producción alimentaria, innovación científica y tecnológica, manufactura de alta calidad y producción cultural.

Con la FISAC 2014 ensayamos un método de trabajo de muchos posibles. Ideamos espacios para el intercambio de experiencias, para construir colectivamente la historia del chavismo, para «amarres» entre los participantes. La FISAC 2014 no fue más que un movimiento táctico en el tablero en construcción de la democracia comunal.

Por último, la cuestión estética. Nos planteamos desde el inicio que la FISAC 2014 fuera una experiencia estéticamente gratificante. ¿Qué significa eso? Con toda honestidad, no lo sabemos. O mejor dicho: sabemos muy bien lo que no nos gusta, y militamos en el cuestionamiento radical de la forma como las élites pretenden representarnos: sus estereotipos y prejuicios. Pero no es menos cierto que desde el chavismo, y específicamente desde el Gobierno, hemos construido una imagen con frecuencia simplona, predecible, de lo que somos.

Partiendo del principio innegociable de que el chavismo es un sujeto bello, exuberante, ¿cómo recrear su estética? No creemos en lo absoluto haber estado cerca de resolver el problema, pero al menos nos lo planteamos. Y para nuestra satisfacción, el mismo chavismo fue nuestro principal cómplice: durante los tres días de FISAC 2014 asistieron 7417 personas de 23 estados del país. De ese universo, decidieron registrarse 4217 personas. Tal vez le asombrará conocer el perfil del visitante: mujer de entre 36 y 59 años que se identifica como de la comunidad.

En otras palabras, el visitante de la FISAC 2014 fue exactamente el mismo sujeto que protagoniza los procesos políticos en nuestros barrios, y en general en comunidades populares de todo tipo a lo largo y ancho de Venezuela.

Me gustaría saber qué piensan nuestras mujeres del Laboratorio Creativo, a mi juicio el experimento más fascinante de toda la FISAC 2014: cada uno de siete colectivos creativos debía participar en el diseño de la campaña publicitaria de siete productos comunales, elegidos en sorteo público. Creativos y comuneros, dos sujetos que hasta entonces, y salvo contadas excepciones, vivían en universos paralelos, trabajaron juntos durante tres días para concebir una estética para cada producto. Una estética no para vender (no principalmente), sino para afirmar una identidad, que es también una forma de decir que aquí estamos, que somos una alternativa de vida.

Sería igualmente interesante saber qué piensan de todo esto los muchachos de Engrapo, ganadores del concurso, por su campaña publicitaria para los tanques de agua que fabrica la Empresa de Propiedad Social Construyendo el Socialismo, ubicada en el municipio Paz Castillo, Miranda.

Tal vez, y sólo tal vez, los trazos de la imagen del Caimán (marca de los tanques de agua) escondan algunos de los secretos mejor guardados sobre lo que somos como pueblo chavista, y sobre las fuerzas y razones que nos mueven a construir Comunas.

Desear la Comuna


Comunera

El 10 de agosto de 2012, hace poco más de un año, se registró la primera Comuna en Venezuela. Eso ocurrió en el municipio San Francisco del estado Zulia. «Gran Cacique Guaicaipuro» lleva por nombre la Comuna que también se llevó los honores.

Pero no fue sino hasta después del célebre «Golpe de Timón» del comandante Chávez, aquel 20 de octubre, que se aceleró el proceso de registro: dos en noviembre, nueve en diciembre, veintiséis en enero de 2013. En adelante sobrevino un lento pero sostenido declive, sin duda determinado por las urgencias políticas que nos tocó enfrentar y superar, hasta que en junio pasado, en pleno gobierno de calle, comenzamos a remontar: trece registros, veinticuatro más en julio…

Al día de hoy, la cantidad de Comunas registradas asciende a ciento tres. Esto es, Comunas «reconocidas» por el gobierno bolivariano. Pero además (y ésta, como la anterior, es una cifra que crece sostenidamente), existen trescientas setenta y siete Comunas llamadas «en construcción». Por último, hemos identificado al menos cuatrocientos nueve casos adicionales de pueblo organizado que ha manifestado su voluntad de constituirse en Comunas.

Los que sacan cuentas ya lo saben: entre todas, estamos hablando de ochocientas ochenta y nueve trincheras desde las cuales se batalla para construir nuestra muy singular, irrepetible y «topárquica» versión de socialismo. Y tenga usted por seguro que hay más: lugares a los que no hemos llegado todavía, experiencias que no hemos conocido.

Ahora bien, más allá de los números, indispensables para guiarnos, están las historias. La gente de carne y hueso.

Contar la historia de las Comunas es contar la historia del chavismo, le comentaba hace algunos días a Carola Chávez, con quien he conversado en extenso sobre el asunto. No es posible entender por qué una porción de la sociedad venezolana ha decidido organizarse en Comunas si no somos capaces de identificar la singularidad histórica del fenómeno chavista.

En estos días difíciles, en que afloran temores e incertidumbres, es oportuno recordar uno de los signos distintivos del chavismo: si lo normal de las sociedades es resistirse al cambio, lo que define al chavismo es su resistencia a conformarse con más de lo mismo. El chavismo es un sujeto político beligerante, cuya cultura política está profundamente reñida con la resignación.

En nuestras sociedades capitalistas contemporáneas se impuso un sentido común, que se expresa de múltiples formas: no hay nada más allá del capital. Uno de los éxitos indiscutibles del capitalismo es haber persuadido a millones de personas en todo el mundo, y en particular a los más jóvenes, de que luchaban por su «superación» personal cuando de hecho estaban declarándose vencidos y resignados.

El capital, que a la hora de autorreproducirse no conoce de límites ni de fronteras, construye sin embargo una sociedad donde no hay horizonte más allá de sí mismo, no importa si pone en serio riesgo la supervivencia de la especie humana. Dentro del capitalismo todo es posible, a condición de que todo sea posible para unos pocos, y de que los muchos no tengan nada. Todo es posible, sí, pero no para los invisibles, porque ellos no cuentan, porque ellos no entrarán a la historia, porque la historia es lo que sucede a pesar de ellos, de su existencia insignificante.

En el capitalismo la «superación» personal es en realidad el sálvese quien pueda. La competencia desalmada. El egoísmo. Nada de libre desarrollo de la personalidad, porque la personalidad sólo se desarrolla plenamente en colectivo, con el otro, con los comunes.

Volviendo sobre lo central: puede que esta revolución no se parezca a las revoluciones de libritos de autores europeos que nos leímos como cartillas. Pero cuando uno tiene el extraño privilegio histórico de ver cómo un pueblo aparece; cómo se estremece y moviliza; cuando uno ve un pueblo renuente a resignarse; cuando uno ve a un pueblo votando «locuras» como la construcción del socialismo bolivariano o la preservación de la vida en el planeta, uno sabe que está en presencia de una revolución.

Cuando una parte del pueblo chavista expresa su deseo de organizarse en Comunas es porque, para decirlo con Óscar Varsavsky, ha desarrollado un nivel de conciencia tal que no se resigna a la tendencia más probable. En cambio, está apostándole a construir «futuros más deseables».

Acompañar este extraordinario proceso de construcción de Comunas significa al menos dos cosas: en primer lugar, crear las condiciones para que cada vez más pueblo desee agruparse en Comunas. La Comuna no será una realidad que se imponga, ni habrá Comuna aérea que valga. Ella debe ser un anhelo, una necesidad incluso. La Comuna no es otra cosa que la oportunidad de vivir mejor, de vivir una vida que nos guste, que merezca la pena ser vivida. Por eso la construcción de Comunas está estrechamente asociada a una de las doce líneas de trabajo que definió nuestro Presidente Nicolás Maduro: «Impulsar una revolución cultural y comunicacional». Hay que vencer el sentido común capitalista, sinónimo de resignación y pueblo vencido, allí donde se exprese.

En segundo lugar, este proceso nos exige, siguiendo con Varsavsky, hacer de ese futuro deseable por nuestro pueblo un futuro viable. Porque sabemos de sobra que deseos no empreñan. Hay que arremangarse la camisa y trabajar incansablemente para que la nueva sociedad termine de nacer. En este punto el imperativo continua siendo: reducir progresivamente la distancia entre institucionalidad y pueblo organizado. Apurarnos para caminar al ritmo del movimiento real.

En esa andamos.

La fuerza principal


Chávez en la hamaca

Lo comentaba hace un par de días en una asamblea popular en Palo Negro, Aragua, y lo reitero por esta vía: con todo y sus limitaciones, es innegable el enorme impacto que han tenido los consejos comunales en el proceso de democratización de la sociedad venezolana. Ha sido tanta su influencia, ha sido tan decisivo el hecho mismo de su creación y multiplicación, que sus efectos políticos sólo es posible compararlos con el producido por figuras más clásicas de participación, como los sindicatos e incluso los partidos políticos.

Sobre ellos ha llovido mucho fuego enemigo. Por citar sólo un ejemplo muy reciente, en el documento Lineamientos para el Programa de Gobierno de Unidad Nacional (2013-2019) se les atacaba con virulencia: “Ellos deben ser deslastrados de todo sesgo ideológico-partidista así como de toda confusión que los configure como instancias híbridas que terminen asumiendo funciones públicas que le (sic) son ajenas”. Para el antichavismo, el mejor consejo comunal es el que no existe… o el que está bajo su control.

En campo amigo también se les mira con recelo. Con alguna frecuencia, militantes de izquierda con una formación política tradicional se refieren a ellos como instancias más bien “primarias” de organización, en las que confluyen fundamentalmente personas que nunca en su vida participaron en política, para resolver cuestiones “básicas” que afectan a la comunidad.

En las instituciones, por supuesto que sí, muchas veces identificamos esta misma lógica de razonamiento, pero llevada al extremo: en líneas generales, esa porción de pueblo reunido en torno a la figura de consejos comunales vendría a ser una suerte de pedigüeñería organizada, que actúa amparada por la ley, que en el mejor de los casos “ayuda” al Estado a ocuparse de los asuntos de los que jamás se ocupó y le permite llegar a lugares a los que nunca llegó.

Sin duda alguna, en cada uno de estos casos, más que de diagnósticos de la situación, se trata de opiniones determinadas por prejuicios, cuando no de posiciones políticas disimuladas a duras penas, y que dejan entrever una honda desconfianza en el pueblo organizado.

Se dice mucho que hay que tomar todas las previsiones contra la idealización del pueblo, y eso es correcto. En muchos consejos comunales vemos reproducirse las prácticas de la vieja cultura política: clientelismo, oportunismo, sectarismo, “voceros” que realmente actúan como representantes y, peor, como jefecillos que deciden a diestra y siniestra sin consultar a nadie. Hay consejos comunales que sólo buscan el beneficio de unos pocos, de manera que ya no hablaríamos de beneficios propiamente, sino de privilegios.

Pero con muchísima más frecuencia nos conseguimos con un contingente realmente formidable de líderes y lideresas entregados a la lucha por transformar su entorno inmediato, su país y el mundo; líderes y lideresas que militan a sol y sombra, que convocan, movilizan, organizan y prestan su voz para traducir las demandas populares ante las instituciones. Podría decirse que ellos integran las primeras líneas de lucha popular. La verdadera vanguardia.

Con ellos es vital (literalmente, porque en esto se le va la vida a la revolución bolivariana) establecer sólidas alianzas, desde las instituciones. Muchos lo han comprendido, pero todavía hay demasiado funcionario que no lo comprende. Todavía hay mucho funcionario indolente, pusilánime, prepotente, que ve en el pueblo un sujeto de asistencia, un “inválido”, al que hay que enseñarle cómo conducirse en todo y para todo.

Luego de un intenso mes de gobierno en la calle que nos ha llevado hasta Zulia, Miranda, Táchira, Barinas, Anzoátegui, Bolívar, Vargas, Aragua y Carabobo; luego de mucho observar, escuchar y palpar; luego de haber saldado cuentas con mis propios prejuicios, puedo decir que creo haber entendido la apuesta del comandante Chávez, cuando decidió convocar al pueblo a que se organizara en consejos comunales.

Lo que estaba en juego, primero que nada, era la creación de un lugar de encuentro de los comunes, de aquellos que nunca participaron en política porque nunca creyeron en ella, porque ésta fue siempre sinónimo de trampa, rencillas, mentiras. Y si participaron, la experiencia casi siempre fue poco estimulante, más bien traumática, decepcionante. Es a este pueblo al que convoca la revolución bolivariana, con Chávez a la cabeza. Será este pueblo el que constituya el chavismo, el sujeto político más potente en la historia de Venezuela.

Con los consejos comunales nunca se trató de nivelar por debajo, sino de incorporar a los de abajo, garantizarles un espacio, un lugar.

Luego, sí, está el asunto de los recursos. Los consejos comunales como espacios a través de los cuales el Estado debía comenzar a distribuir la renta. Todo el costo político asociado al impacto que pudo haber tenido el manejo directo de recursos por parte de comunidades organizadas (la malversación, la mala administración, la interrupción de procesos organizativos en ascenso) es muy inferior a la extraordinaria ganancia política que supone haber dado inicio a experiencias de autogobierno popular. Más allá de los errores e incluso de retrocesos puntuales, la señal del comandante Chávez era clara: esta revolución va en serio y aquí le estamos apostando a la construcción de una nueva sociedad. Aquí le estamos apostando al cambio revolucionario.

Si bien hay otras formas de organización popular, la de los consejos comunales es una que tenemos que cuidar y acompañar especialmente. Es fundamental un análisis profundo de su funcionamiento. Debemos ser capaces de producir un saber sobre estos asuntos decisivos, que nos ayude a identificar y solucionar problemas.

El Presidente Nicolás Maduro nos ha convocado a pensar y a discutir sobre el tema del “gobierno socialista”, y es una convocatoria que no podemos eludir. Debemos superar nuestra inclinación a discutir sobre política en abstracto, sin tomar en cuenta las prácticas de gobierno. Gobernar equivale a prácticas, lógicas de razonamiento y por supuesto a fuerzas. Sucede con frecuencia que unas ciertas lógicas de razonamiento nos gobiernan, y éstas lógicas inducen prácticas que nos gobiernan igualmente, y un buen día despertamos siendo gobernados por fuerzas que no son las nuestras.

¿Qué lógicas de razonamiento están detrás de nuestras políticas hacia los consejos comunales? Ese es un tema de primer orden para los revolucionarios. Sin embargo, con demasiada frecuencia nos encontramos discutiendo sobre banalidades, cediéndole espacio a la intriga y el fraccionalismo, inventándonos claudicaciones inexistentes, cuando deberíamos estar discutiendo sobre las prácticas que nos permitan crear las condiciones para que nuestro pueblo sea cada vez más fuerte. Para que siga siendo la fuerza principal. La fuerza que nos gobierne, para que esta revolución no dé marcha atrás.

Mis primeros días en el gobierno


Golpe de timón, portada

Comentaba con mis amigos más cercanos que formar parte del gobierno me hacía recordar a Hunter S. Thompson, el escritor y periodista estadounidense que escribió un célebre libro sobre los Ángeles del Infierno, luego de convivir con ellos durante más de un año. Con esto no quiero decir que mis colegas del gabinete se parezcan a los sujetos que integraban la mítica banda de motorizados. Me refiero a ese desplazamiento de la mirada que significa observar las cosas desde «adentro» y, más que esto, a la experiencia de ser partícipe en lugar de observador. Hay que vivirlo para contarlo.

No es casual que una de mis principales referencias sea un escritor. Además del tiempo junto a mi familia, especialmente la cálida y amorosa compañía de mis hijas, escribir es lo que más extraño. Teresita Maniglia me lo dijo el día del acto de juramentación: que iba a ser muy difícil mantener el ritmo de la escritura. Dicho y hecho: mi último artículo es del 17 de abril, hace larguísimos veinticinco días.

Chávez es mi otra referencia ineludible. Estás presente todo el tiempo, comandante. Lo decía nuestro Presidente, Nicolás Maduro, en algún discurso, y es completamente cierto: en cada caso, frente a cada problema, uno intenta pensar y actuar como lo hubiera hecho Chávez. Pienso en Chávez y recuerdo que uno no se puede tomar muy en serio esto de ser ministro, a riesgo de extraviarse y traicionarse. No me refiero a la responsabilidad que entraña el cargo, sino a los privilegios asociados al poder.

Vuelvo al asunto clave del desplazamiento de la mirada: no se ven igual las cosas desde aquí, pero eso no debe comprometer nuestro enfoque, nuestro punto de partida. Eso que algunos llaman el lugar de enunciación. ¿Desde dónde habla un ministro? ¿Desde la institución? ¿Desde un lugar que no es el pueblo? Si ser ministro es hablar desde «adentro», ¿qué es lo que está «afuera»?

Sospecho que a eso se refería Chávez cada vez que decía que él era un subversivo en Miraflores. Porque estuviera en el lugar que estuviera, siempre estaba en contacto con el afuera, con lo popular, con las catacumbas, y desde ese lugar pensaba, hablaba, actuaba. Es nuestro deber seguir su ejemplo, y pelear cada día contra la inercia, pero también, y sobre todo, contra las fuerzas de atracción de la costumbre, de la dominación y sus reglas sacrosantas hechas costumbre.

En estos días de mucho desgaste físico y mental, de poco dormir y de mucho trajinar, recuerdo al Chávez que llamaba muy temprano por la mañana al programa de Ernesto Villegas, a mediados de 2011, y nos contaba de sus lecturas sobre Nietzsche y reflexionaba sobre la necesidad del cuidado de sí, y desde esta perspectiva analizaba el tema de la militancia política y pasaba revista de los aciertos y errores del gobierno, de todo lo que nos hacía falta para construir el socialismo. Pensar en ese Chávez lúcido, demasiado lúcido, me reconforta y me da fuerzas.

Y la calle. Allí donde se despejan todas las incógnitas de la política revolucionaria. La calle y el calor de las mujeres que están en todas partes. No puede entenderse la revolución bolivariana si no se valora en su justa dimensión el significado de la participación de nuestras mujeres de las clases populares. Debatirán los historiadores, pero me parece que su masiva incursión en la política es algo inédito. Ellas le imprimen a este proceso una fuerza, un empuje, una convicción realmente admirables.

Estoy convencido de que las incógnitas del momento histórico que nos tocado vivir se despejan no sólo desde la calle, sino partiendo de la premisa básica: se trata de ir reduciendo la distancia entre el «adentro» del gobierno» y el «afuera» popular. Hasta que la distancia sea igual a cero. Si mi «gestión» en Comunas y Protección Social no obedece a esa orientación política estratégica, puede que sea una gestión «eficiente», pero no estaré contribuyendo en nada a la radicalización democrática del proceso venezolano, y hasta puede que ponga en riesgo la continuidad de la revolución bolivariana.

El Presidente Nicolás Maduro lo ha planteado reiteradamente: nuestra idea de eficiencia está asociada a la idea de cambio revolucionario. Era lo que planteaba el comandante Chávez cuando nos hablaba de «eficiencia o nada». Nosotros no estamos aquí para «gestionar» un Estado decadente y corrompido, sino para hacer una revolución. Esos nos exige inventar (en sentido robinsoniano) nuevas formas de gobierno, experimentar. En esa andamos.

Clara la orientación estratégica, es necesario realizar innumerables movimientos tácticos. Adecuar las instituciones bajo mi responsabilidad directa, allí donde sea necesario, para que marchen al ritmo que nos exige no sólo el momento político, sino una nueva etapa histórica, plena de amenazas, retos y desafíos. Igualmente, habrá que estrechar las alianzas con el movimiento popular, que tiene muchísimo que aportar. Es urgente identificar las causas que han incidido en un cierto apaciguamiento de los consejos comunales, siempre en la perspectiva de fortalecerlos. Al respecto, ya hay un trabajo adelantado. El vasto campo de la «protección social», en el que ha habido avances realmente notables, será abordado de manera tal que logremos superar definitivamente la lógica asistencialista. Y todavía no dicho palabra sobre las Comunas. Pero esto es sólo un adelanto. Uno muy parcial, por cierto.

Termino por donde comencé: la diferencia entre observar y participar. ¿Una revolución no consiste precisamente en que los que antes sólo éramos espectadores invisibles pasamos a ser partícipes y protagonistas de nuestro destino? Me gusta pensar que hoy asumo esta responsabilidad porque nosotros, los comunes, ahora tenemos un lugar, y no como antes, cuanto todos los espacios eran secuestrados por las elites.

Qué fortuna poder vivirlo y poder contarlo.

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