(Serie cine) Avatar (2009)


(Con el veinticinco en Ciudad CCS, publicado este jueves 11 de marzo, retomo la muy demandada serie sobre cine. Qué se puede hacer si la gente que lee este blog lo que quiere es entretenerse y no saber nada de política. Así que nada mejor que escribir sobre la película más taquillera de todos los tiempos: Avatar, de James Cameron.

Este artículo es una suerte de homenaje a todos los que se sintieron defraudados por el hecho de que Avatar no se alzara con el Oscar a la mejor película. Por cierto, ¿ya vieron The hurt locker? Yo casi me duermo. No soporté tanto sufrimiento de «nuestros muchachos» en Irak.

Pero volvamos con Avatar. El pretexto es un reciente artículo de Slavoj Zizek, cuya lectura recomiendo. Allí podrán encontrar, resumidos, los argumentos de una de las líneas de interpretación crítica de la película de Cameron, que suscribo en buena medida. Pero además, el jodedor de Zizek establece alguna relación entre Avatar y Titanic, del mismo Cameron, y Reds, de Warren Beatty. Es la mejor parte del artículo.

No fue sino hasta esta mañana que me enteré de que existía una traducción al español del artículo de Zizek. Mala mía. Hubiera podido evitarme el trabajo de traducirlo libremente, literalmente a la libre. En fin: pueden leerlo aquí.

Por último, debo aclarar que el artículo publicado en Ciudad CCS, que es una versión ligeramente más corta, lo intitulé Avatar: esa película ya la vi. El porqué, es algo que sólo se entiende al leer la última frase del artículo. Tipo película de suspenso.

Vayan a preparar sus cotufas.

Salud).

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Feroces guerreros na’vi. Su lucha es tan pero tan justa, que conmueve y enternece…

Un reciente artículo de Slavoj Zizek, Return of the natives (El retorno de los nativos), resume lo que ha sido una de las líneas de interpretación crítica de la película Avatar, de James Cameron.

Según Zizek, Avatar no sólo es una película políticamente correcta («un honesto tipo blanco apoyando a los aborígenes ecológicamente sanos contra el ‘complejo militar-industrial’ de los invasores imperialistas»), sino que además es posible descubrir en ella «una variedad de motivos racistas brutales: un paria parapléjico de la Tierra es lo suficientemente bueno como para tomar la mano de la hermosa princesa local, y ayudar a los nativos a ganar la batalla decisiva. La película nos enseña que la única opción que tienen los aborígenes es ser salvados por los seres humanos o ser destruidos por ellos».

Mientas Avatar se convierte en la película más taquillera de la historia del cine, ¿qué acontece en el mundo real? «Las colinas sureñas del estado de Orissa, en la India, habitadas por el pueblo Dongria Kondh, fueron vendidas a compañías mineras que planean explotar sus inmensas reservas de bauxita… En reacción a este proyecto, ha estallado una rebelión armada maoísta (naxalita)».

Mapa de la India. Orissa resaltada en amarillo.

Pero, ¿quiénes integran esta guerrilla? Zizek cita a Arundhati Roy: «Está integrada casi por completo por gente desesperadamente pobre, viviendo en condiciones de hambre crónica tales, que es del tipo de hambruna que sólo podemos asociar con el África subsahariana. Es gente que, incluso después de 60 años de independencia de la India, no ha tenido acceso a la educación o a la salud… Gente que ha sido despiadadamente explotada durante décadas, estafada permanentemente por pequeños comerciantes y prestamistas, las mujeres violadas como por cuestión de derechos por la policía y el personal del departamento forestal. Su retorno a algo parecido a la dignidad se debe en buena medida a los maoístas que han vivido, trabajado y luchado a su lado durante décadas. Si han tomado las armas, lo han hecho porque el gobierno que no les ha dado nada más que violencia y abandono, ahora quiere arrebatarles lo último que les queda: su tierra… Están convencidos de que si no luchan por su tierra, serán aniquilados».

Feroz guerrillero naxalita. Su lucha es tan pero tan justa… que es un asesino terrorista.

Prosigue Zizek: «El Primer Ministro indio ha caracterizado a esta rebelión como la ‘más grande amenaza a la seguridad interna’; los grandes medios, que la presentan como una resistencia extremista al progreso, están repletos de historias sobre el ‘terrorismo rojo’, que han reemplazado a las historias sobre el ‘terrorismo islámico'».

¿Dónde queda Avatar en todo esto? «En ningún parte», responde Zizek. «En Orissa no hay nobles princesas esperando por héroes blancos que las seduzcan y ayuden a su pueblo, sólo maoístas organizando a campesinos famélicos. La película nos permite practicar la típica división ideológica: simpatizar con los idealizados aborígenes, mientras se rechaza su lucha real. La misma gente que disfruta la película y admira sus rebeldes aborígenes, seguramente rechazaría con horror a los naxalitas, desestimándolos como terroristas asesinos. El verdadero avatar es la misma Avatar: la película sustituyendo la realidad».

¿Qué será de la vida de Sabino Romero?

Feroz guerrero yukpa. Su lucha es tan pero tan justa… que hay quienes dicen que no es más que un ladrón de ganado y un cómplice del narcotráfico. «El mismo Sabino declaró a ViVe, repetidas y airadas veces, que él quería ser ganadero, que él quería ser rico».


(Serie cine) 2012 (2009)


Fuimos advertidos.


I.-

En octubre del año pasado, en algunos puntos del norte de Maracay, los buhoneros ambulantes ya tenían en sus manos el blockbuster del momento: 2012, de Roland Emmerich, el mismo de The day after tomorrow (El día después de mañana, 2004) y la otra igual de apocalíptica, Independence day (Día de la independencia, 1996).

El detalle, como se ha hecho usual en estos casos: los tipos nos ofrecían, a un módico precio, una película que no sería estrenada en Venezuela sino dos o tres semanas después: el 13 de noviembre. El dilema me duró un par de milésimas de segundo: pobre Emmerich, pobre Hollywood, pobre oligopolio de las salas de cine locales… ¿La compro o no la compro?

Mentira, no hubo tal dilema. La compré por dos razones: en primer lugar, porque hasta entonces, simplemente, no había podido conseguir un torrent que valiera la pena: puro fake, como se estila en el argot propio de los criminales partidarios del copyleft. En segundo lugar, porque Sandra Mikele llevaba un buen tiempo queriendo verla.

Hacía meses que habíamos visto un par de tráilers de la película, y la reacción inicial de Sandra Mikele había sido una mezcla de incredulidad, fascinación, ansiedad y miedo. Diría que incredulidad, en primer lugar, porque las escenas de destrucción pura y dura que se asomaban ante sus ojos le resultaban inconcebibles; y en segundo lugar, porque no podía creer que yo me riera hasta la carcajada de todo aquello. Comprendí de inmediato que para ella no era juego, porque no puede ser juego ver al mundo partirse en cuatro pedazos en unos pocos segundos.

Desde entonces, me comprometí en una suerte de pequeña cruzada familiar que consistía en explicarle a Sandra Mikele, de la manera más didáctica posible, a qué lógica obedecía esta versión del apocalipsis según la industria gringa del entretenimiento. Por supuesto que sí: le hablé de cómo el capitalismo está destruyendo el planeta, pero le advertí que tal destrucción no era inevitable. Claro que sí: le expliqué que para salvar al planeta teníamos que acabar con el capitalismo. Que se olvidara de Nostradamus, de las profecías y del tan publicitado fin del mundo – contenidos que se cuelan con alguna frecuencia en la programación de canales como National Geographic o The History Channel: que no permitiera que le atravesaran el cuerpo con miedos y complejos. Al contrario, que sobraban las razones para luchar por un mundo mejor.

Definitivamente, no soy de los que creen que el problema se resuelve prohibiéndoles ver tal canal o tal película. El bombardeo es permanente, omnipresente, inclemente. Vale más enseñarles a ignorar, a saber interpretar. Vale más enseñarles la capacidad de descubrir. Nos quieren desmoralizados, entristecidos, aterrorizados. Yo quiero una Sandra Mikele sonriente.

Próxima parada: reirnos de aquella película. Debo decirlo: Emmerich no nos defraudó. Creo no equivocarme cuando afirmo que todo cuanto 2012 tiene de «espectacular» estaba ya incluido en los tráilers: un maremoto cubriendo nada menos que el Himalaya o empujando al USS Jhon F. Kennedy sobre la Casa Blanca; el Cristo Redentor del Corcovado viniéndose abajo o la cúpula de la Capilla Sixtina requebrajándose justo a la altura del brevísimo espacio que media entre el dedo divino y el índice de Adán – nada más esta insuperable metáfora sobre el fin de los tiempos paga la copia pirata. Pero, ¿y además de todo esto qué?

Ya sabemos lo que escribiría un Santiago Mute, prolijo crítico de cine, personaje de Aníbal Nazoa: «Entonces surge una serie de situaciones equívocas y comprometedoras, saturadas de un irónico humorismo, que el cameraman sabe llevar hábilmente a través de la sabia utilización del dolly in, las disolvencias y travellings apoyados en una rígida economía del patotage«.

Como no soy crítico de cine, y no tengo idea de lo que habla Mute, sólo agregaría que al margen de las «espectaculares» escenas de destrucción, toda 2012 es «una serie de situaciones equívocas y comprometedoras». Mi favorita: el momento en que Jackson Curtis (interpretado por John Cusack) corre por su vida, intentando alcanzar a la frágil avioneta a punto de despegar, y donde le aguardan sus hijos y su ex esposa. Cuando el tipo finalmente logra aferrase a la avioneta y todos suspiramos de alivio porque se ha salvado, el viento salvaje le arranca el mapa que lleva en mano – sin él no hay camino a seguir, no hay destino. ¿Tanto nadar para morir en la orilla? Nada de eso, público presente: Jackson Curtis, cual Indiana Jones del fin de los tiempos, en un ágil, heróico y desesperado movimiento, logra hacerse de nuevo con el mapa y una vez más suspiramos de alivio.

¡Corre, Jackson, corre!

En cuanto a Sandra Mikele, me consta que sigue prefiriendo El día después de mañana. Cuando le comenté, ayer por la tarde, que pensaba escribir sobre 2012, me respondió, con una incredulidad de distinto signo: «¿Vas a escribir sobre esa película tan vieja?». De algo sirvió la pequeña cruzada.

II.-
Pero mira tú qué cosa tan curiosa: los mismos vendedores de la copia pirata de 2012, ofrecían «el nuevo CD», también pirata, de El Conde del Guácharo. He aquí el gancho publicitario: «Está con Chávez muy arrecho». Me atrapó: decidí comprarlo para ver por dónde venían los tiros.

Transcurridos unos pocos minutos, ya había caído en cuenta de que se trataba de una oferta engañosa: no era el nuevo CD de El Conde, sino uno de hace tres años, quizá. Es el show en el que el tipo comienza haciendo referencia a las elecciones presidenciales de 2006, y hace un par de chistes sobre su frustrada candidatura. A pesar de todo, seguí escuchándolo.

Durante la primera media hora de show, El Conde resume, en tono de joda, lo que constituye la médula del discurso antichavista: la viajadera de Chávez, la peleadera de Chávez, la regaladera de Chávez. Tanto, que en algunos pasajes pareciera que es un Julio Borges el que habla. De lo que se desprende una primera conclusión: El Conde no sólo se ha convertido en un vehículo a través del cual se difunde masivamente el sentido común antichavista, sino que el liderazgo opositor está persuadido de que la única manera de lograr conectarse con lo popular, es apelando a un discurso básico, ramplón, pueril y en extremo repetitivo, cuyo máximo exponente es un tipo que tiene por profesión contar chistes subidos de tono. De lo que se desprendería una segunda conclusión: el liderazgo opositor identifica a lo popular con lo básico, lo ramplón y lo pueril. Y va la tercera: por eso es que el liderazgo opositor no pasa de ser, en sí mismo, un mal chiste subido de tono.

Pero además, el show de El Conde es un monumento al discurso autodenigratorio, tan característico de la vocería política – y militar – del antichavismo. He aquí las palabras de El Conde:

«… cómo van a poné a los soldaditos de nosotros… unos carajos que sacan de aquí, del barrio Los Cocos… unos carajos que sacan de Petare, flaquitos… que son felices cuando le meten una tarjeta de veinte al teléfono, los van a poné a pelear con unos marines, unas mierdotas así… ¿Tú has visto a los coñoemadres esos de las películas? ¡Son así! Unas vergotas así, con unos trajes térmicos… Unas mierdotas así, chico… Coño, ¿tú los has visto? En estos días salió en el 2001: «Así se preparan las fuerzas de milicia que defenderán al pueblo en La Guaira». Una viejita… Y la viejita no podía comer, porque se le caía la bolsa de comida, que la llevaba guindá por aquí. De Mercal. Le dan una bolsa de Mercal… y la gorra y la franela roja. Esos carajos tú los pones, los soldados americanos, tú los pones a pelear con los venezolanos, y los venezolanos les piden autógrafos, y se echan fotos con el celular: «Coño, es que mi novia no cree que estoy luchando contra ti». ¿Tú crees que es necesario, tú crees que esos peos son buenos pa los venezolanos? Nosotros los venezolanos lo que queremos es ser feliz, más nada».

Ahora vaya y léase esta lindura de entrevista que le hiciera El Universal al ex Canciller y ex Ministro de la Defensa, Fernando Ochoa Antich, el 8 de noviembre de 2009, intitulada «Venezuela no resistiría una guerra con Colombia y EEUU», y dígame si existe alguna diferencia de fondo.

Y va la cuarta conclusión: es El Conde, y no un Laureano Márquez, el tipo que constituye la avanzada del sentido común antichavista en el terreno del «humor». Un «humor» que es un mal humor básico, ramplón y pueril que desmoraliza y entristece. Un mal humor inclemente, permanente, omnipresente en los medios antichavistas y que se vende en calles, avenidas y autopistas cuando arrecia el tráfico y por tanto se multiplica el mal humor. El mismo mal humor ilustrado y biempensante que destila la carta de Laureano Márquez a El Conde: «… la victoria de Chávez se producirá en medio de una mamadera de gallo, sabrosona y criolla, que hará más llevadera y aceptable la instalación de su proyecto político autoritario».

Ahora creo entender el por qué de la supuesta oferta engañosa: ese combo, ese double pack está concebido, originalmente, para el consumidor antichavista. Qué importa si se trata realmente de «el nuevo CD» de El Conde. El mal humor es siempre el mismo. Haga más llevadero y aceptable el apocalipsis. Total, el mundo se acabará en 2012. Llévese la película para que se vaya acostumbrando.

(Serie Cine) El secreto de sus ojos (2009)


(Comparto con ustedes el número dieciocho en Ciudad CCS, publicado el jueves 14 de enero de 2010.

Doy inicio, de esta manera, a un serie sobre cine, que a decir verdad no responde a ningún plan preconcebido, sino que es más bien bastante espontáneo. Algunos de los próximos artículos de la serie, si resulta pertinente, serán publicados en Ciudad CCS. Pero lo más probable es que la mayoría de ellos aparezcan sólo por acá.

Casi todas estas películas pueden descargarse por Internet, sin pagar un solo céntimo. Para ello es necesario tener instalado en su computador el programa correspondiente. Luego, existen programas que convierten estos archivos al formato que nos permite verlas en cualquier DVD. Estos programas también son gratis. Todos estos procedimientos son en extremo sencillos.

Al final de cada artículo compartiré con ustedes el enlace para descargar la respectiva película – a menos, por supuesto, que tal enlace aún no exista.

Por último, una advertencia: no se tomen muy en serio estas notas. Recuerden: yo no soy crítico de cine.

Salud).

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Aníbal Nazoa escribía que en Venezuela escaseaban «los verdaderos críticos de cine». Su lugar, advertía, había sido ocupado por la figura del «talentoso intelectual de formación parisina [que] se dedica, de la manera más despiadada, a contarnos la película que pensábamos ver esta noche». Se quejaba Nazoa: «Cuenta hasta los detalles más insignificantes. Nos revela implacablemente quién es el asesino. Se regodea describiéndonos la secuencia-sorpresa que el Director estuvo elaborando durante largos años de trabajo. Explica cómo están hechos los trucos y aun se arriesga a caer en la pornografía con tal de chafarnos la escena de alcoba».

Yo, que ni de lejos soy un «verdadero» crítico de cine, tampoco pretendo ser uno de esos impertinentes intelectuales contadores de películas. Aún si lo pretendiera, no dispongo del «bajage socio-filosófico-político-estético-literario» que, según Nazoa, es necesario para contar la película «a través de un sesudo ensayo cargado de erudición y ensamblado a base de tecnicismos archicomplicados».

Por eso, apenas les contaré un par de cosas de El secreto de sus ojos (2009), del argentino Juan José Campanella (y basada en la novela La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri, quien elaboró el guión de la película junto con el mismo Campanella).

En primer lugar, que llegué a ella siguiéndole la pista a Ricardo Darín, el protagonista, junto a Cecilia Roth, de otra extraordinaria película, Kamchatka (2002), del argentino-español Marcelo Pyñeiro. Sólo en los últimos minutos logra uno entender el por qué de esa referencia geográfica tan ajena como distante. Es una historia cautivante, que cuenta cómo a veces nos toca resistir con los nuestros, aún sin entender muy bien por qué, y de cómo los nuestros, aunque ausentes, sobreviven en nosotros. Cierra con una canción basada en el poema de Juan Goytisolo, Palabras para Julia.

En segundo lugar, que gracias a Darín (quien hace de Benjamín Espósito) pude dar con Soledad Villamil, una mujer que es pura sensualidad desbordada, a pesar de que personificara a una Irene Menéndez-Hastings que intenta guardar, durante 25 años, las formas de la clase social a la que pertenece.

Irene Menéndez-Hastings (Soledad Villamil), tal y como la viera, por primera vez, Benjamín Espósito

Pero sobre todo, El secreto de sus ojos es uno de los más bellos discursos sobre la pasión que haya tenido oportunidad de presenciar. Discurso que resume el entrañable personaje de Pablo Sandoval (Guillermo Francella), sentado en un bar, hablándole a Benjamín:

«Mirame a mí: soy un tipo joven, tengo un buen laburo, una mina que me quiere. Y como decís vos: me sigo cagando en la vida viniendo a tugurios como éste. Más de una vez me dijiste: ¿Por qué estás ahí, Pablo, qué hacés ahí? ¿Y sabés por qué estoy, Benjamín? Porque me apasiona».

Benjamín Espósito (Ricardo Darín, izquierda) y Pablo Sandoval (Guillermo Francella)

La amistad y el fútbol como pasiones alegres. La malhadada pasión de los asesinos. A veces la alegría tiene nombre de mujer.

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Para descargar El secreto de sus ojos: aquí.

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