Alguien me pregunta cómo me siento hoy, 20 años después de uno de los días más felices de mi vida.
Pues, infinitamente agradecido con la vida. Me considero un hombre muy afortunado. Toda mi generación lo es. Mucha gente viene a la Tierra y no tiene la fortuna de vivir y protagonizar una revolución. Verla, tocarla. Es la experiencia más maravillosa que hay. Enamorarse, tener un hijo, etc., son experiencias que no tienen comparación. Pero el maravilloso acto colectivo de hacer una revolución, tampoco. Los que vinieron después de aquel 6 de diciembre son, sin duda, los mejores años de mi vida, y me hace muy feliz saber que también de la vida de millones. Hoy me siento orgulloso de esos millones, hombres y mujeres con virtudes y defectos, que antes no existían, y que con la revolución fueron y son. Solo un pueblo así puede soportar lo que hoy soporta. Creen que nos van a derrotar con humillaciones y privaciones. Eso, al contrario, envilece a nuestros enemigos. Y ponte tú que nos derrotaran, una y cien veces. ¿Quién nos quita lo bailao? Lo que hemos logrado ya quedó para siempre tatuado en el alma nacional. De allí las futuras generaciones sacarán fuerzas para continuar esta pelea que estamos dando hoy. ¿Cómo me puedo sentir? Feliz. Me siento feliz.
Categoría: Chavismo
Constituyente, rebelión y estado de excepción

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¿Quién tiene la auctoritas para poner en suspensión a la potestas? Dussel responde: “Nosotros querríamos llamar la atención sobre una necesaria atribución diversa de la auctoritas. Se debe pasar de un actor individual que tiene autoridad (como momento del ejercicio institucional del poder, como potestas) a un actor colectivo: la comunidad política o el pueblo mismo”. Cuando la decisión corresponde a un actor individual, hablamos de la declaratoria de un estado de excepción. Cuando es la comunidad política o la potentia quien decide (“nombrando nuevos representantes, dictando nuevas leyes o convocando a una nueva Asamblea constituyente”), se trata de un estado de rebelión (1). Pero ¿qué sucede cuando quienes deciden poner en suspensión a la potestas son poderes fácticos, fuerzas que ejercen un poder que nadie les delegó, que gobiernan sobre nuestras vidas al margen de nuestra voluntad?
2
En Venezuela, estos poderes fácticos han impuesto un estado de excepción de hecho. La actual ofensiva inició en 2012. Cuando en agosto de 2015 el presidente Maduro decretó el estado de excepción en los municipios fronterizos (2) y luego en mayo de 2016 el estado de excepción y emergencia económica (3), no hizo más que reconocer una situación de facto, procediendo conforme a sus atribuciones constitucionales (artículos 337, 338 y 339).
3
La improbable y nada heroica “resistencia” contra la democracia venezolana es el correlato callejero, muy cercano a la antipolítica, de un oxímoron jurídico y político: la activación de un 350 oligárquico (4). La “resistencia” es hija de la “rebelión” oligárquica.
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Este estado de excepción de hecho es la resultante de la rebelión de las fuerzas económicas que controlan el mercado. Pasqualina Curcio ha identificado sus dos principales estrategias: “inflación inducida a través de la manipulación del tipo de cambio en el mercado paralelo e ilegal” y “desabastecimiento programado mediante la manipulación de los mecanismos de distribución de bienes esenciales para la vida” (5). A esto se le suma el “bloqueo financiero internacional” (6), en el que la Asamblea Nacional ha desempeñado un papel muy activo (7). Además, estas fuerzas han logrado avanzar en la liberalización de la economía de facto, que se expresa fundamentalmente en el abierto desconocimiento de los controles estatales en materia de precios de los alimentos.
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En el campo político, esta rebelión de las fuerzas económicas trae como consecuencia una progresiva desciudadanización (pérdida de derechos o creciente dificultad para su pleno ejercicio y disfrute, en particular de los derechos económicos) y un repliegue popular de la política. En la medida en que el chavismo no es capaz de politizar la rabia legítima de quienes padecen la desciudadanización, se hace más grande la oportunidad del antichavismo para despolitizar el conflicto, promoviendo la movilización a través del miedo: ya no el miedo raigal de las elites frente a la “barbarie” chavista, sino el miedo a perderlo todo de quienes salieron de la pobreza en tiempos de Chávez. Por lo pronto, ha prevalecido la desmovilización y el hartazgo de parte importante de la población.
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Discutir sobre estos asuntos en abstracto es algo que también se decide. En concreto: la potestas expresada en forma de Estado moderno metropolitano con vocación imperial no puede ser equivalente a la potestas expresada en los Estados periféricos, ya sea subordinados o rebelados contra la metrópoli imperial. Cuando Chávez asume el Gobierno en 1999, el venezolano es todavía un Estado subordinado. Entonces, el pueblo movilizado convoca a Constituyente y refunda la República. Pronto, esta refundación asume la forma de una rebelión contra el statu quo global. En 2017 la situación es distinta: la República está en serio riesgo, que aumenta con el repliegue popular de la política. En este contexto, la convocatoria a Constituyente tiene como propósito inmediato la defensa de la República, y significa al mismo tiempo un llamamiento a la movilización popular.
7
Este estado de excepción de hecho se da en un contexto de estado de excepción permanente a escala global. En 1940, en pleno auge del fascismo, Walter Benjamin escribía: “La tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en que vivimos es la regla”. En 2009 Daniel Bensaïd actualizaba el análisis: “Cuando, poco después del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush declaró una guerra total al terrorismo internacional, impuso en el mundo el régimen de excepción permanente. En abierta oposición a los que proclaman la decadencia de la soberanía, afirmaba así una soberanía imperial mundializada, con total desprecio de las instituciones y el derecho internacional vigentes. Esta dilatación espacial y temporal de la excepción contradice su principio de limitación, y logra invertir su relación con la regla expuesta por Benjamin en su octava tesis sobre el concepto de historia. Sin duda sería más exacto decir que la excepción y la regla se mezclan y se confunden inextricablemente. De esta confusión surgen las figuras aún imprecisas de futuros totalitarismos” (8). En adelante, caracterizaba este régimen de excepción permanente: “Ilimitada en el tiempo y el espacio, la cruzada del Bien contra el Mal predicada por George W. Bush ha proporcionado el marco para esta trivialización de la excepción, que generaliza a escala mundial una suerte de ley sobre los sospechosos. Su lógica llega al extremo de considerar al enemigo la encarnación del Mal absoluto y excluirlo de la especie humana (…) La guerra global introduce así subrepticiamente una nueva concepción del derecho. Abre el camino a la rehabilitación de la tortura y a la desterritorialización de prisiones clandestinas sustraídas a toda jurisdicción (…) Establecimientos de zonas «extrajudiciales», control reforzado de zonas declaradas «vulnerables», prevención de riesgos, legislaciones antiterroristas, vigilancia generalizada, controles arbitrarios: desde los atentados de Manhattan, los discursos oficiales sobre la «seguridad global» han cambiado aceleradamente de tono. El derecho a la seguridad ya no se invoca como condición de la libertad, sino en referencia a la amenaza terrorista. La seguridad se vuelve así una categoría autónoma que subordina los derechos civiles a la razón de Estado (…) En las situaciones extremas, se supone que el estado de excepción establece una zona gris de transición en la que, por más que la ley siga vigente, se suspende su aplicación” (9).
8
Hija de la “rebelión” oligárquica, la “resistencia” cierra el círculo del estado de excepción que se nos ha impuesto. En mayor o menor medida, todas las características que exponía Bensaïd están presentes: cruzada del Bien contra el Mal, que encarnan con elocuente patetismo los jóvenes “templarios”, con su indumentaria cuasi medieval aderezada con gadgets o implementos de última generación (lentes, guantes, máscaras antigases, cámaras fotográficas); la absoluta deshumanización del adversario, que se expresa de múltiples formas: lenguaje escatológico (“narco corrupta cúpula”), crímenes de odio (linchamientos, ejecuciones), amenazas veladas o expresas a partidarios del chavismo o “sospechosos” de serlo; territorios en los que se suspende la aplicación de la ley, con la anuencia de las autoridades regionales o locales, y en los que se impone el terror, se amedrenta, se agrede violentamente e incluso se asesina a quienes desean hacer su vida normal (transitar libremente, abrir sus comercios, acudir a los establecimientos comerciales, trabajar, estudiar, llevar a sus hijos e hijas a la escuela, entretenerse, ejercitarse, etc.). La “seguridad” impuesta en estos territorios anticipa el tipo de seguridad y, más allá, de sociabilidad que impondrían estas fuerzas a toda la sociedad en caso de hacerse con el control total del Estado.
9
Este estado de excepción de hecho es impuesto por fuerzas económicas y políticas, imperiales y cipayas, que incluso llegan a manifestar que están actuando en defensa de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, cuando en realidad están haciendo todo lo posible por suspender su aplicación.
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Las fuerzas partidarias de este estado de excepción de hecho estimulan la despolitización del conflicto. Incluso en el caso de linchamientos o ejecuciones, los victimarios no reconocen que están actuando contra negros y pobres, sino contra delincuentes, chavistas o, más recientemente, “infiltrados”. Absolutamente coherente con la deshumanización del chavismo, se le niega su origen de clase popular. El uso y abuso de un lenguaje escatológico, soez, es parte importante de esta operación. La eficacia simbólica de expresiones del tipo “narco cúpula corrupta” no viene dada por lo que devela, sino por lo que oculta: al chavismo en tanto sujeto político popular. Si aquel lenguaje es el punto de referencia, el chavismo ya solo puede aparecer como “cómplice” de una clase política corrompida, y esa misma complicidad lo anula como sujeto político. Cuando el antichavismo más virulento ejerce presión social (valga el eufemismo) y conmina al chavista a renegar de su filiación política, lo que está induciendo realmente es el desclasamiento. La tragedia de los renegados y desclasados consiste en que, al margen de las razones de mayor o menor peso que puedan tener para cuestionar la identidad política, terminan favoreciendo los intereses de clase de quienes imponen este estado de excepción de hecho.
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Escribía Daniel Bensaïd sobre los orígenes del totalitarismo moderno: “mientras que las clases dominantes, ocupadas en la gestión privada de sus asuntos, no habían tenido mucho interés en gobernar directamente (contentándose con negociar con la casta gobernante y la burocracia administrativa), «los hombres de negocios» se convierten ahora en políticos. Luego, con la aparición de «funcionarios» de la violencia en las guerras coloniales, esta violencia se administra y se burocratiza. Finalmente, la multitud anómica, compuesta por los restos de todas las clases, ya no forma ni un pueblo ni una clase, sino que, en relación de ósmosis con el capital, pasa a ser la materia prima de los totalitarismos”. Más adelante, siguiendo a Carl Schmitt, se refería a la “disolución de la política en lo humanitario” y sus peligrosas implicaciones: “Para Schmitt, elevar la humanidad a la condición de instancia suprema del derecho es el complemento lógico del individualismo ético. La política ordinaria instrumentaliza su universalidad abstracta por medio de una «impostura universal». Surge entonces «la posibilidad de una aterradora expansión y de un imperialismo asesino». Eso es lo que consiguen ante nuestros ojos la reivindicación de la injerencia humanitaria (donde el deber – moral – sustituye subrepticiamente al «derecho» jurídico) y la proclamación de una guerra ética presentada como cruzada: «Cuando un Estado combate a su enemigo político en nombre de la humanidad, no es a una guerra de la humanidad» a lo que se asiste, sino a un trastrocamiento del concepto de universal. La invocación a la humanidad como legislador supremo demuestra ser «instrumento ideológico particularmente útil a las expansiones imperialistas». Bajo su forma ética y humanitaria, la guerra se convierte en «un vehículo del imperialismo económico» que «niega al enemigo su condición humana», lo declara «fuera de la ley y de la humanidad» y lleva su propia lógica «a los límites de lo inhumano». No es de extrañar que este enemigo, excluido de la especie, sea regularmente objeto de un discurso de bestialización y de actividades secretas diversas. Por un siniestro juego de espejos, la despolitización del conflicto produce a cambio una despolitización de la «víctima humanitaria». Negada como actor político, se ve reducida a la desnudez pasiva de los cuerpos sufrientes y martirizados” (10).
12
Toda la retórica sobre la “crisis humanitaria” en Venezuela es funcional a la avanzada imperialista. Tanto la “bestialización” del pueblo chavista como su reducción a la condición de “víctima humanitaria” es consustancial al metarrelato antichavista (11). Son muy frecuentes las expresiones de falso horror respecto del hecho cierto de que han “reaparecido” las personas que comen de la basura en las calles. Pero este falso horror se disipa cuando la “resistencia” arma a niños y jóvenes en situación de calle para luchar contra el “régimen”.
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Cierta intelectualidad de izquierda ha manifestado que “la situación de violencia en la que está sumida Venezuela tiene orígenes complejos y compartidos”, pero que “esta dinámica arrancó con el desconocimiento por parte del ejecutivo de otras ramas del poder (la Asamblea Legislativa) donde la oposición hoy cuenta con la mayoría, luego del triunfo en las elecciones de diciembre de 2015” (12). Que cada quien asuma la responsabilidad de las palabras que decide, soberanamente, emplear o suscribir. Puesto que “esta dinámica arrancó” con la rebelión de las fuerzas económicas que controlan el mercado, en 2012 (13), y la actual “situación de violencia” tiene su antecedente inmediato en la oleada de violencia antichavista entre febrero y junio de 2014, que dejó un saldo de cuarenta y tres víctimas mortales, y que inició apenas dos meses después de las últimas elecciones municipales, diez meses después de las últimas elecciones presidenciales y trece meses después de las últimas elecciones regionales, contiendas electorales todas en las que resultó vencedor el chavismo (14). Hoy vuelve a resonar lo que planteaba Walter Benjamin en su séptima tesis sobre el concepto de historia: “La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento”. Se puede seguir hablando de “polarización”, pero el dilema sigue siendo: o se tiene empatía con el vencedor o se cepilla la historia a contrapelo.
14
En Táchira, estado fronterizo con Colombia, un fuerte militar es asediado violentamente, a tal punto que los atacantes exigen a los mandos militares entregar la plaza. El tiempo se acaba y el apoyo no llega: un contingente militar equipado con bombas lacrimógenas. ¿Abrir fuego o entregar la plaza? El militar al mando del fuerte no entregará la plaza. Las circunstancias lo obligan a emplear las armas. Pero se niega. Elabora un plan: ordena a los soldados bajo su mando lanzar piedras a los atacantes, para disuadirlos. No lo logra, pero gana algo de tiempo. Hasta que el apoyo llega. Entonces, dispersan a los atacantes. Piedras en lugar de balas.
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Obligados como estamos a identificar y reconocer los errores y miserias del chavismo, las agudas tensiones que le atraviesan, no podemos permitirnos dejar de volver sobre aquel episodio en Táchira. Incluso en la situación límite que supone un estado de excepción de hecho, es preciso evitar la violencia a toda costa. Evitarla, pero sobre todo derrotarla. Para decirlo con Dussel: solo el poder del pueblo, en tanto que hiperpotentia, puede ser capaz de suspender el estado de excepción (15).
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La Asamblea Nacional Constituyente no tiene como propósito suspender la potestas, sino poner en suspenso el estado de excepción de hecho. Votos en lugar de balas. Tiene que ser una herramienta para la defensa de la República, pero sobre todo para radicalizar la democracia, para repolitizar el conflicto.
Referencias
(1) Enrique Dussel. Política de la liberación. Volumen II. Arquitectónica. Editorial Trotta. Madrid, España. 2009. Pág. 64.
(2) Maduro decreta el estado de excepción en la frontera con Colombia: Se cierra “hasta nuevo aviso”. 21 de agosto de 2015.
http://albaciudad.org/2015/08/maduro-decreta-el-estado-de-excepcion-en-la-frontera-con-colombia-por-60-dias/
(3) Alba Ciudad. Conozca el Decreto de Estado de Excepción y Emergencia Económica firmado por el Presidente Maduro este 13 de mayo. 14 de mayo de 2016.
http://albaciudad.org/2016/05/decreto-estado-excepcion-estado-emergencia-mayo-2016/
(4) Artículo 350 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. La activación del 350 constitucional ha sido una demanda de las líneas de fuerzas más conservadoras y violentas del antichavismo desde los primeros años de revolución bolivariana.
(5) Reinaldo Iturriza López. Chavismo y revolución. ¿Qué pasa en Venezuela? 29 de agosto de 2016. https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2016/08/29/chavismo-y-revolucion-que-pasa-en-venezuela/
(6) Pasqualina Curcio. El bloqueo financiero internacional. Otra arma de guerra contra el pueblo venezolano. 10 de diciembre de 2016. http://www.15yultimo.com/2016/12/10/el-bloqueo-financiero-internacional-otra-arma-de-guerra-contra-el-pueblo-venezolano/
(7) Víctor Salmerón. Cómo la crisis institucional dificulta el financiamiento en dólares de Venezuela. 27 de abril de 2017.
http://prodavinci.com/blogs/la-crisis-institucional-agravara-el-deficit-de-dolares-en-venezuela-por-victor-salmeron/
(8) Daniel Bensaïd. Elogio de la política profana. Península. Barcelona, España. 2009. Págs. 54-55.
(9) Daniel Bensaïd. Ibídem. Págs. 59-60, 65, 74.
(10) Daniel Bensaïd. Ibídem. Págs. 81-82, 84.
(11) Reinaldo Iturriza López. Los desafíos de abril: las tareas del chavismo. 24 de abril de 2017. https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2017/04/24/los-desafios-de-abril-las-tareas-del-chavismo/
(12) Impulsan “Llamado internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela”. 28 de mayo de 2017.
https://www.aporrea.org/venezuelaexterior/n309161.html
(13) Reinaldo Iturriza López. Chavismo y revolución. Qué pasa en Venezuela. 29 de agosto de 2016.
https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2016/08/29/chavismo-y-revolucion-que-pasa-en-venezuela/
(14) Reinaldo Iturriza López. Constituyente. 20 de mayo de 2017.
https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2017/05/20/constituyente/
(15) Enrique Dussel. 20 tesis de política. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, Venezuela. 2010. Págs. 108-110.
“El chavismo es un sujeto que interpela a la cultura política tradicional” (Entrevista en Ciudad BQTO, 4 de mayo de 2017)
– ¿Qué es el chavismo salvaje, ¿quiénes lo conforman?
– “El chavismo salvaje” es, en primer lugar, el resultado de un trabajo de registro de la siempre vertiginosa realidad política venezolana en tiempos de revolución, fundamentalmente del período comprendido entre 2007 y 2012. Pero además de registro, constituye un esfuerzo analítico orientado a cimentar un pensamiento “otro” sobre ese acontecimiento exuberante, pleno de posibilidades, que es el chavismo.
En segundo lugar, es un intento por construir nuevos referentes conceptuales para entender y explicar un fenómeno político imposible de asimilar si se le piensa desde las coordenadas fundadas en el eje civilización-barbarie.
El chavismo es un sujeto que interpela a la cultura política tradicional. De hecho, quienes nos formamos en esa cultura política nos vemos en la obligación de desaprenderla, es por ello que, en tercer lugar, «El chavismo salvaje» es una obra que aporta pistas para realizar la tarea pendiente de contar la historia de los orígenes del chavismo, y para otra “tarea” no menos indispensable: construir un marco de interpretación de la política después de Chávez.
Nosotros, militantes de izquierda, nos asumimos siempre como agentes civilizadores: que debíamos enseñar, formar, dictar, guiar, dirigir al pueblo, pero el pueblo politizado a partir de Chávez nos enseñó que esa era una forma muy limitada de entender la política.
Lo de “salvaje” alude a ese “más allá” de la civilización/barbarie.
– ¿Con el chavismo, la cultura política tradicional logrará encontrarse con el desaprender de esas formas?
– En el chavismo coexisten ambas culturas políticas. Es una tensión que le atraviesa. Este libro intenta radiografiar esa tensión, sí.
El libro plantea, en líneas generales, lo siguiente: primero, es correcto decir que al chavismo lo define esa tensión; segundo, no es correcto decir que al chavismo lo define la vieja cultura política. Es decir, no es “más de lo mismo»; y tercero, si el chavismo se define por lo que tiene de novedoso, entonces se define por lo que tiene de nueva cultura política y esto es vital en la disputa simbólica.
– Iba hacia ese punto, el tema simbólico, hace unos años hablabas del reordenamiento del chavismo, pero como ex ministro de las Comunas y Movimientos Sociales, es imperante preguntar: ¿cómo ha variado la forma de leer al chavismo desde esos movimientos que lo conforman, sin la presencia del líder?
– Está claro que ha habido una dificultad general por asumir el devenir-múltiple de Chávez, es decir, una dificultad para asumir que, realmente, “Chávez somos todos”. Es imposible no sentir la ausencia de un líder como Chávez.
Luego, está la forma como esta ausencia impacta en nuestra clase política, en nuestra clase dirigente. Naturalmente, la ausencia de Chávez agudiza la tensión de la que ya hablábamos, comienzan a ganar terrenos líneas de fuerza más pragmáticas en todos los órdenes, que no se sienten identificados con la apuesta del socialismo del siglo XXI, que tienen una perspectiva más bien tutelar, de profunda desconfianza hacia el pueblo venezolano.
En la medida en que este chavismo más conservador, socialdemócrata, “reformista”, gana terreno, el chavismo más popular pierde espacios. Y luego está la brutal agresión a la economía venezolana, que produce un fenómeno que tiene profundas implicaciones: un repliegue masivo de la política.
La vitalidad de la revolución bolivariana depende de sus espacios de participación, de la participación popular en el espacio público. La guerra económica impacta negativamente estas dinámicas, y produce la retirada del espacio público.
Entonces, en resumen, el chavismo popular, y específicamente el movimiento popular, se encuentra en medio de la siguiente situación: debe asimilar la ausencia del líder, va perdiendo el terreno que ganan líneas de fuerzas más conservadoras, y se repliega del espacio público.
Ahora bien, y para redondear, este repliegue ha implicado también una revalorización de lo productivo: muchos compañeros y compañeras se “replegaron” porque están convencidos de que es necesario fortalecerse en lo productivo. Y eso es ganancia. Es un aprendizaje.
Y lo comunal: creo que durante estos cuatro años dimos pasos muy importantes, hoy tenemos un sujeto comunero más fuerte que hace cuatro años atrás.
– Pero ¿por qué ya no se habla de Comunas en Venezuela, más allá de alguna mención reciente con todo el tema de una posible constituyente comunal, aun cuando dices que tenemos un sujeto comunero más fuerte?
– Me parece que está muy claro por qué a las líneas de fuerza más conservadoras les parece que lo comunal, en general, es una “amenaza”.
Y ese temor explica, en buena medida, el hecho de que casi no se hable hoy en día de las Comunas. Salvo el Presidente, muy pocos líderes lo hacen. Y eso es así, irónicamente, porque el sujeto comunero mostró la fuerza que tiene. Y seguirá teniendo.
Durante estos cuatro años el sujeto comunero logró constituirse en una referencia política fundamental, y no es solo el sujeto: es su espacio, es el territorio.
Reivindicar al sujeto comunero implica, por tanto, reivindicar una forma de hacer política en el espacio, en el territorio. En el espacio donde todos somos “comunes”, iguales. Asimismo, implica reivindicar las dinámicas de autogobierno, es decir, de gobierno de los comunes en el territorio.
Es un sujeto, es un espacio, es una forma de concebir la política y el ejercicio de gobierno profundamente revolucionarios. Ese sujeto se hizo fuerte y se multiplicó durante estos cuatro años.
– ¿En «El chavismo salvaje» nos encontraremos con las Comunas?
– Muy poco. Casi nada. La Comuna tiene un papel protagónico en el libro que le sigue, y en el cual estoy trabajando ahora mismo: “Por una política caribe”.
– ¿Cómo fue el proceso de publicación de «El chavismo salvaje», ¿cómo fue la vinculación con Editorial Trinchera?
– Mira, siempre me propuse editarlo de manera independiente. A comienzos de 2016, cuando retomé el libro, lo hice teniendo la misma idea en mente y así estuve, durante unos meses, intentando hacerlo, pero fracasé en este intento. Espero poder hacerlo más adelante. Ahorita sale extremadamente caro publicar de manera independiente. Gracias a Ronny Pacheco, en primer lugar, y luego a Amílcar Figueroa, pude publicar con Trinchera esta edición de «El chavismo salvaje» que consta de cuatro capítulos y 467 páginas.
– Hablemos sobre el tema de la publicación. ¿Qué crees tú que pasa con las políticas de publicación en el país? La editorial estadal El perro y la rana ha apostado por la publicación digital, con “La biblioteca más liviana del mundo”, pero ¿es viable optar por la publicación digital en un país como Venezuela?
– Las dificultades son las mismas que vemos en muchas otras ramas de la economía, y tienen que ver con el encarecimiento de los insumos, en este caso para imprimir. Ahora bien, suceden cosas muy absurdas: les otorgamos dólares a privados que importan esos insumos, y luego los ofrecen en venta al mismo Gobierno a precios exorbitantes, y así es más difícil todavía. Absurdamente difícil.
Cuando estuvimos en Cultura debimos tomar la decisión de promover las publicaciones digitales. Sin embargo, no lo hicimos pensando en sustituir las publicaciones impresas, éstas son insustituibles. Estoy seguro de que ya vendrán momentos en que podamos retomar con fuerza la publicación impresa.
– ¿En qué etapa se encuentra el chavismo salvaje?
– Mira, diría que está expectante, observando, en parte replegado (en los términos que ya he referido antes), en parte en alerta, en parte debatiéndose entre el hartazgo y la indiferencia. En cualquier caso, no habrá desenlace de ninguna naturaleza sin su protagonismo.
– El presidente Maduro ya ha declarado en varias oportunidades que está deseoso de que se den las elecciones para gobernadores y alcaldes. ¿Crees tú que la revolución está en condiciones para medirse electoralmente?
– Las contiendas electorales son consustanciales a la revolución bolivariana. Debe haber elecciones, así es como dirime el conflicto político la revolución bolivariana, y las elecciones se ganan gobernando revolucionariamente. Entonces, la pregunta que debemos hacernos siempre es: ¿estamos gobernando revolucionariamente?
“La clase política chavista debe reinventarse” (Entrevista en Supuesto Negado, 3 de mayo de 2017)
– ¿Qué demonios es el “chavismo salvaje”?
– La posibilidad de la política revolucionaria más allá del eje civilización/barbarie.
– ¿No cree que ese adjetivo puede hacer ver que los chavistas son unos salvajes y que no puede haber chavistas decentes?
– No creo. En todo caso, es un riesgo que vale la pena correr. Por cierto, no creo que haya nadie que se anime a leer un libro intitulado “El chavismo decente”.
– Cuando uno ve a los voceros chavistas nadie podría imaginarse que son salvajes, ¿el término excluye a esos voceros?
– Al contrario, para alguna gente los chavistas no somos gente. Como lo planteo en el libro, el antichavismo tiende a brutalizar al chavismo: deshumanizándolo, criminalizándolo, estigmatizándolo.
– Usted profundiza en el término “oficialismo”, ¿qué quiere decir para usted “oficialismo”?
– El oficialista ama el poder. Lo concibe como un fin en sí mismo. Si el antichavismo tiende a brutalizar al chavismo, el oficialismo lo embrutece. ¿En qué sentido? Para el oficialismo el pueblo chavista es un sujeto minusválido, que carece de algo (razón, inteligencia, formación política), un sujeto literalmente bruto, que debe ser conducido por el oficialista. A veces no es siquiera sujeto, sino objeto de asistencia: beneficiario, cliente.
– ¿Ser oficialista es bueno o es la muerte del salvajismo? ¿Debe aniquilarse el oficialismo o es un mal necesario?
– Es un fenómeno inevitable en todo proceso revolucionario. Un problema que hay que saber identificar. Una forma de ejercicio de la política que hay que mantener a raya. Allí donde se hace predominante, el proceso revolucionario pierde vitalidad.
– ¿Cuando habla de repolarización significa que el chavismo está perdiendo las coordenadas de clase?
– Sí. Es una forma de plantearlo. La polarización chavista pasa por el protagonismo de las clases populares, pero además implica la capacidad y la voluntad de establecer una relación de interlocución fluida con el resto de la sociedad: con la clase media, con estamentos como el militar, el religioso o el funcionariado, con la burguesía. Interlocución necesariamente conflictiva, incluso antagónica, pero procurando siempre gestionar el conflicto de manera democrática. Hay crisis de polarización en la medida en que las clases populares dejan de ser el sujeto central, protagónico, de la política. Es entonces cuando se hace necesario repolarizar.
– ¿No cree usted que el chavismo se ha convertido en una fuerza de domesticación de los salvajes, sobre todo por el uso de la renta del petróleo?
– No lo creo, o no creo que sea la forma correcta de plantearlo. Me parece, antes al contrario, que al chavismo lo define, precisamente, esa tensión entre líneas de fuerza que pugnan por domesticar al conjunto y otras líneas de fuerza que pugnan por impedirlo. Es la tensión oficialismo/chavismo salvaje.
– ¿Los salvajes de hoy: bachaqueros, malandros, hampa, recoge basura, buhoneros han dejado de ser chavistas? ¿No representan la ola que vendrá más que la que está ahorita mandando?
– El chavismo salvaje no es la trashumancia. Esa es una manera muy limitada de verlo. Tan limitada como la perspectiva marxista tradicional que siempre desconfió del chavismo por haber movilizado y politizado al lumpen. Ciertamente, el chavismo politizó incluso a una parte del lumpen, pero antes lo hizo, o lo hizo fundamentalmente con millones de hombres y mujeres de las clases populares, para quienes la política había significado, hasta entonces, un ejercicio ruin, deshonroso. Eso cambió con Chávez. Entonces, la política pasó a significar otra cosa: en primer lugar, un ejercicio de los iguales, de los comunes, y en segundo lugar, un ejercicio para resolver los problemas comunes. Ese pueblo que se politizó con Chávez sigue entre nosotros, en buena medida. Y hoy como ayer desconfía de la política tradicional. El chavismo no ha dejado de ser salvaje. El problema es que los políticos más tradicionales también siguen estando entre nosotros, tanto en el antichavismo como en el chavismo.
– ¿Cómo valora usted la actual jefatura del Psuv? ¿Cree que deben darse consultas o elecciones internas para refrescar la vocería o para darle un vuelco a la actual?
– La clase política chavista debe reinventarse. Pero parece muy poco dispuesta a hacerlo. Y debe reinventarse porque una clase política que no hace trabajo político en el territorio es imposible que haga política revolucionaria.
– ¿Cuáles son las tareas fundamentales para la repolitización o la repolarización del chavismo?
– El principio básico de la repolitización sigue siendo baipasear la vieja institucionalidad. Por ejemplo, respecto de los estragos causados por los ataques contra la economía nacional, lo peor que podemos hacer es ignorarlos o menospreciarlos. En lugar de ocultar o disimular la crisis, exponerla pedagógicamente. En cuanto a la repolarización, me parece que es necesario: 1. Retomar el acompañamiento y la promoción de los espacios de autogobierno popular; 2. Reconocer que hay un proceso de repliegue popular de la política, identificar las causas de este fenómeno, especialmente aquellas que puedan obedecer a errores nuestros, y crear las condiciones para revertir este proceso; y 3. Mantener una relación de interlocución fluida con la base social del antichavismo, ni siquiera principalmente con su clase política. Si incurrimos en el grave error de asimilar todo el antichavismo con la violencia y el fascismo, estaremos contribuyendo a la total degradación de la vida pública.
– ¿Cree usted que las elecciones son parte de la solución al actual conflicto?
– Por supuesto que sí. No hay Revolución Bolivariana sin elecciones. Fue el chavismo el que impuso la vía electoral como forma de dirimir democráticamente el conflicto político.
– ¿El uso del chavismo salvaje es una reformulación del concepto de “multitud” de Negri?
– No. No tiene relación con Negri.
– ¿Cómo vivió al oficialismo una vez siendo ministro? ¿Cambió su caracterización al respecto?
– Al contrario, lo comprendí mejor. Sobre eso escribo en la continuación de “El chavismo salvaje”. Un libro intitulado “Por una política caribe”.
– A más de un año de su salida del Gabinete y pensando en fortalecer el chavismo en la crisis actual, ¿cree que es mejor suavizar la crítica a los gobernantes o por el contrario cree que hay que arreciarla?
– Con todo respeto, la pregunta parece expresar el tipo de falso dilema que suele plantearse el autodenominado “chavismo crítico”. Y la verdad, no quiero tener nada que ver con ese “chavismo”, porque se limita a una amarga enumeración de los errores del chavismo, pero no está dispuesto, no tiene vocación o simplemente no tienen capacidad para construir fuerza política real. Hay que fortalecer al chavismo, pero sobre todo construyendo, articulando fuerza política real. Y eso es imposible hacerlo sin crítica. Luego, hay que preservar los espacios conquistados. Y eso incluye nuestro Gobierno. Fortalecer y preservar. Fortalecer para preservar. La democracia venezolana está hoy día bajo asedio, como solo lo estuvo en 2002. Todo lo que hagamos o dejemos de hacer debe partir del reconocimiento de esa circunstancia.
– ¿Con qué se come la Constituyente?
– Se come con pueblo y en democracia. Eso en primer lugar. Maduro está convocando al poder constituyente originario para, en elecciones libres, democráticas, universales y secretas, dirimir un conflicto político que ya ha ido demasiado lejos. El proceso de degradación de la vida pública ha llegado a tal punto que cuando el Presidente de la República afirmó públicamente, el pasado 9 de abril, que estaba deseoso de que el árbitro electoral convocara a elecciones regionales, la oposición casi en pleno se manifestó en contra. De inmediato. Como ha hecho en innumerables oportunidades durante los últimos 18 años, lo interpretó como una señal de debilidad. ¿Debilidad frente a qué? ¿Frente a la violencia? Ni siquiera la mayoría de la base social del antichavismo desea la violencia. Y una parte de la clase política antichavista desea elecciones. Pero guarda un silencio cobarde, cómplice. Prefiere ver al país arder en llamas. Y ese silencio, sumado a la incapacidad de la base social antichavista para producir anticuerpos contra la violencia, para construir otros referentes políticos, es lo que nos tiene, en parte, en esta situación, sin desconocer en lo absoluto los errores del chavismo. Pero si de errores se trata, nosotros no podemos cometer el gravísimo error de quedarnos de brazos cruzados mientras observamos como parte de la clase política antichavista, alentada por factores de poder transnacionales, intenta crear las condiciones para que aquí se produzca un baño de sangre. En este orden de ideas, con todo y el riesgo político que implica para la Revolución Bolivariana, una Constituyente puede despejar la vía hacia un escenario de paz social, que es lo que desea la inmensa mayoría del pueblo venezolano.
En segundo lugar, están las implicaciones de la Constituyente a lo interno del campo bolivariano: la clase política chavista en general, quienes tienen cargos de dirección en el partido u ocupan posiciones de mando en el aparato estatal, a todo nivel, tienen que hacer un enorme esfuerzo y entender que nos estamos jugando la continuidad de la democracia participativa y protagónica; tienen que entender que el pueblo chavista reclama, exige cambios a profundidad, y la Constituyente debe servir como un espacio, como una oportunidad, para lograr tales cambios. La Constituyente no es para que los grupos tales o cuales preserven sus cuotas de poder y, en el peor de los casos, puedan seguir haciendo sus negocios. El pueblo chavista está francamente harto de la politiquería. La Constituyente debe ser un espacio para profundizar los cambios, para radicalizar la democracia, para cambiar todo lo que deba ser cambiado, y no para dejar las cosas como están.
La polarización y la cuestión caribe

El texto que publico a continuación es el que abre la primera parte del libro “El chavismo salvaje”, intitulado “¿Qué es la polarización?”. He considerado necesario agregarle una breve introducción, en la que hago un ejercicio muy conciso de actualización. Las circunstancias lo exigen.
Puesto que las de hoy son circunstancias muy similares a las de 2002, año del golpe de Estado contra Hugo Chávez. El mismo odio, el mismo miedo, el mismo espíritu de venganza. Los mismos crímenes atribuidos automáticamente al chavismo, no importando si luego las investigaciones arrojan conclusiones que lo desmienten. Las mismas brutales golpizas a personas por el simple hecho de “parecer” chavistas. El mismo furor antipolítico, el mismo envilecimiento de una minoría muy violenta, rechazada por la mayoría de la población venezolana, incluyendo la mayor parte de la base social del antichavismo.
La misma impostura sobre la polarización entendida como enfrentamiento irracional de dos fuerzas equivalentes, con la salvedad de que ya no se trataría exactamente de dos fuerzas: del lado del chavismo apenas persistiría un Gobierno muy débil que ha “traicionado el legado” de Chávez, razón por la cual, de acuerdo a lo que plantean los análisis más condescendientes, solo faltaría resolver el misterio de cómo es que todavía una pequeña parte del pueblo y, más curioso, del movimiento popular, le sigue apoyando.
Los ejemplos sobran, pero con fines estrictamente ilustrativos podrían citarse tres de ellos: Eleonora Cróquer Pedrón se refiere al “gobierno caótico y delincuencial de Maduro” (1), y describe así la situación política en Venezuela: “por un lado, los excesos de un ‘gobierno’ espectral, mercenario y totalitario; y, por el otro, los despropósitos e inconsistencias de una ‘oposición’ negadora y debilitada por el logos nostálgico y profundamente autoritario que la rige” (2). Es también el caso de Emiliano Terán Montavani, para quien “el horizonte compartido de los dos bloques partidarios de poder es neoliberal” (3) o el caso de Keymer Ávila, quien, a propósito de la convocatoria a Asamblea Nacional Constituyente hecha por el presidente Maduro, ha escrito: “Si este proceso lo ganan (sic) cualquiera de los dos polos aparentemente antagónicos perderemos todos, la Constitución hay que protegerla de ambos bandos” (4).
Con sus honrosas excepciones, y con notables desniveles en cuanto a rigurosidad analítica, quienes reproducen las diversas variantes de este discurso de la polarización incurren en los mismos errores o despropósitos de hace quince años: en su afán por marcar distancia del conflicto político, terminan suscribiendo las posiciones del antichavismo, incluso del más antidemocrático, o asumiendo posturas que le son completamente funcionales.
Se ha dicho demasiadas veces que hay hechos históricos trágicos que se repiten como farsa. En el caso del manido discurso de la polarización, habría que decir que hay errores que son aún más trágicos cuando se repiten.
Es el tipo de error que se comete, por ejemplo, cuando no se distingue entre la “política boba”, que enfrenta a las líneas de fuerza más conservadoras y autoritarias del chavismo con lo más ruin del antichavismo (5), y el conflicto histórico en desarrollo actualmente en la sociedad venezolana, que enfrenta dos proyectos políticos antagónicos.
Incluso a quienes hemos combatido desde siempre a los policías del pensamiento y la política entendida como ejercicio paranoico, nos resulta sospechosa la total ligereza con la que son tratados asuntos tan decisivos como la guerra económica contra la población venezolana y su relación directa con los esfuerzos imperiales por retomar el control total de nuestros recursos (en este punto, Terán Mantovani es una excepción). No vale excusarse, a estas alturas, en las deficiencias de la vocería oficial y su propensión a reducir la interpretación de la realidad a mera propaganda. Cuestiónese la propaganda, pero no se incurra en el mismo error de anular la realidad.
Algo muy similar cabe decir a propósito de quienes, como nos corresponde a todos y todas, repudian las violaciones de derechos humanos, algunas de ellas graves, que se producen cuando el Gobierno nacional actúa para mantener, controlar o restablecer el orden público, pero guardan un silencio casi sepulcral frente al ataque sistemático de centros de salud públicos, unidades educativas públicas, unidades e instalaciones de transporte públicos, centros de distribución de alimentos públicos, sedes u oficinas de instituciones públicas, actos de sabotaje del servicio eléctrico y, lo peor, el asesinato de personas que no estaban manifestando en contra del Gobierno nacional; actos criminales que, dicho sea de paso, son perpetrados muchas veces con la complicidad de autoridades regionales o locales opositoras al Gobierno nacional, incluyendo los cuerpos policiales bajo su responsabilidad. ¿O es que, cuando de derechos se trata, unos son más humanos que otros?
La indignación selectiva, esa que nos hace lamentar la muerte de unos seres humanos e ignorar la de otros, es una expresión clara y terrible de los niveles de degradación que puede alcanzar el conflicto político, que es lo que ocurre inevitablemente, por cierto, cuando el conflicto no se dirime democráticamente. Pero peor aún es pretender que, en nombre del rechazo a la indignación selectiva, se puede silenciar el hecho de que durante las mal llamadas “guarimbas” de febrero a junio de 2014, treinta y seis personas murieron como consecuencia de acciones de los “guarimberos” y siete a manos de efectivos policiales o efectivos militares (6). ¿Cómo guardar silencio frente al hecho de que este patrón se está repitiendo en 2017, con el agravante de que, en tan solo un mes, la cantidad de víctimas mortales casi alcanza a la de 2014? (7). Es cierto: las víctimas mortales caen “de lado y lado”. Pero hay que tener muy poco coraje para no reconocer que esto ni siquiera está cerca de ocurrir proporcionalmente.
Tratar tan ligeramente asuntos tan decisivos o permanecer callados frente a hechos tan graves solo puede ser funcional a las fuerzas políticas más retrógradas: esas que celebran por adelantado la supuesta inminente restauración de la democracia, cuando lo que están es cerca de aniquilarla; las mismas que intentan crear un clima de crispación tal, que resulte absolutamente natural hablar de “matar chavistas” como si de matar moscas se tratara; las mismas que están haciendo todo lo posible porque haya un baño de sangre en Venezuela; las mismas que, sin vergüenza alguna, hacen bandera política de personas presuntamente asesinadas por partidarios del antichavismo (8).
Porque una cosa es la obligación que tiene el chavismo de asumir la responsabilidad que le corresponde y otra muy distinta es acusarle de ser el “culpable” de cuanto ocurre en Venezuela. En 2002, cuando al menos resultaba novedosa, esta postura era ya sencillamente inaceptable: era la “sociedad civil” atribulada por la “tragedia” que significaba la presencia intolerable de la barbarie chavista. En 2017 la “tragedia” es de mayores proporciones: es todo el “pueblo” levantado contra la “dictadura”, un Gobierno que desconoce la voluntad popular, neoliberal, totalitario, criminal, etc. De aquel fuego revolucionario, de aquel pueblo politizado, solo quedarían las cenizas, y un país en ruinas.
Antes de terminar con esta introducción, quisiera traer a colación una entrevista a William Ospina publicada en El Espectador el 12 de enero de 2013 (9), en la que el escritor era interpelado en términos más bien severos por el contenido de un artículo de su autoría, publicado exactamente una semana antes en el mismo periódico, e intitulado “A las puertas de la mitología” (10).
El artículo en cuestión, en el que Ospina realizaba una elocuente defensa de Hugo Chávez (“Yo creo que ha sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto”), iniciaba con la siguiente anécdota: “Alguna vez le pregunté a García Márquez si no había sido muy difícil ese momento en que buena parte de la intelectualidad latinoamericana rompió con la Revolución cubana, y sólo él y unos pocos siguieron siendo sus amigos. Gabo no respondió con una teoría sino con algo más visceral: ‘Para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre una cuestión caribe’. A mi parecer, ello quería decir que no se trataba de marxismo o teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por su soberanía y su cultura frente al asedio de unos poderes invasores” (11).
Volviendo a la entrevista, en algún punto del careo con la periodista, Ospina dejó colar la siguiente frase: “Venezuela es el único país de América Latina en donde los pobres están contentos y los ricos están molestos. Eso debería significar algo” (12).
Poco más de cuatro años después, muchos pobres están molestos y muchos ricos están contentos. Eso debería significar algo.
Pero además, para entender lo que acontece a Venezuela hay que preguntarse: ¿quiénes desean la guerra y los sepulcros, y quiénes la paz y la justicia?
Lo de Venezuela fue con Hugo Chávez y sigue siendo con Nicolás Maduro una cuestión caribe. No importa cuántos rompan con nosotros, y si nos quedamos con pocos amigos.
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¿Qué es la polarización? (13)
Recuerdo ese balcón en Sabana Grande, casi sobre la Casanova, la noche del viernes 6 de diciembre de 2002. Los alaridos de horror, la sorpresa, el estupor: todo podía percibirse con una nitidez paralizante. Al cabo de pocos segundos, la explosión de cólera, bramidos aislados e imprecaciones que fueron convirtiéndose en un coro que pedía venganza. Un desquiciado acababa de abrir fuego contra el antichavismo congregado en la Plaza Francia. La noche apenas comenzaba.
Me tocó lanzarme a la calle, rumbo a Plaza Venezuela, donde agarraría el autobús hacia San Antonio de Los Altos. Tal vez fueron los minutos más largos de mi vida. Lo que sí es seguro es que nunca como entonces alcancé a sentir algo parecido a aquel odio que circulaba a corrientazos, como latigazos en la nuca, como el mar embravecido golpeando con todas sus fuerzas las paredes de un malecón. El aire pesado, a punto de desplomarse y aplastarnos a todos, era sostenido a duras penas por el chillido de algún carro, el taconeo nervioso, el rumor colectivo. Odio, mucho odio. Y miedo. En las inmediaciones de la Plaza Francia, un buhonero con apariencia de chavista había sido golpeado salvajemente. El recorrido a casa, que en condiciones ideales puede completarse en menos de treinta minutos, me tomó cuatro o cinco horas interminables. Barricadas en la Panamericana, alimentadas por árboles que eran talados con motosierras por tipos musculosos que vestían a la última moda. Puñetazos y patadas contra los carros de quienes se atrevían a reclamar, por más tímidamente que fuera, contra aquellos métodos de protesta. Gente en las calles, desaforada. Escaramuzas. Noticias de intentos de agresión física contra personas de pública filiación chavista. San Antonio es como una gran urbanización del este de Caracas: furibunda y militante. Aquel día, una parte de la sociedad venezolana, minoritaria pero muy beligerante, acusó automáticamente a su contraparte política de ser la responsable de un abominable crimen en el que, sin embargo, no tuvo participación alguna. Sin pruebas, por supuesto. Sin enmienda posterior. Lo hizo antes y lo continuó haciendo después. Esta falta, más bien este exceso, el conjunto de circunstancias que eximían al antichavismo de reconocer la dignidad e incluso la humanidad de su oponente, era consecuencia de la polarización.
Pero la polarización es una añagaza. El vocablo suele remitir a crispación, predominio de las emociones sobre la razón, intolerancia, invasión de la política en todas las esferas de la vida, etc. Añagazas todas. Trampas de la retórica para cazar incautos o desprevenidos, incluso para movilizar voluntades. Un engaño. En la Venezuela en tiempos de chavismo, el uso del término tiene su origen en una enorme impostura. A grandes rasgos, ésta consiste en aparentar distancia frente al conflicto político, en ubicarse más allá de las dos grandes líneas de fuerzas enfrentadas, para tomar partido por una de ellas, de manera subrepticia.
No en balde, el discurso de la polarización cobró mayor auge justo a partir de 2002, cuando el Gobierno de Chávez estuvo más asediado, y cuando el chavismo fue más vilipendiado, estigmatizado, criminalizado, demonizado. En tal contexto, la noción de polarización traducía el enfrentamiento irracional, fuera de todo cause democrático, lejos de todo respeto por las formas civilizadas de la política, entre dos fuerzas equivalentes, en cuanto a métodos y propósitos: la aniquilación del adversario mediante el insulto, la provocación o la descalificación, primero, y luego mediante la violencia fratricida. En otras palabras, se trata de un discurso que, pretendiéndose como el único autorizado para dibujar un mapa realmente fiel de la conflictividad política, hacía exactamente lo contrario: borronearlo, salvando la responsabilidad histórica de una minoría dispuesta literalmente a todo con tal de desconocer la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano, y caricaturizando grotescamente al chavismo, en lugar de hacer un mínimo esfuerzo por retratarlo con justicia.
Además de tamaña impostura, más bien predominante en predios académicos, todavía preocupados por aparentar “objetividad”, tal discurso encierra una gran paradoja, sobre todo cuando se despliega a través de un periodismo que demasiado pronto se liberó de ataduras éticas: la figura de Chávez es a la vez demonizada y endiosada. Chávez sería responsable, antes que cualquier otra cosa, de estimular el “odio social”, “dividiendo” al país en ricos y pobres, oligarcas y bolivarianos (de allí provendría, fundamentalmente, su capital político). Luego, sería el líder mesiánico, vista su extraordinaria habilidad para la manipulación de las masas resentidas y postergadas. Sin embargo, puesto todo el empeño en facilitar el avance de la cruzada moral que él mismo anuncia, concentrado en la distribución de culpas, este discurso supone lo que hay que explicar: cómo se constituye el sujeto chavista. Esta polarización que atizaría Chávez con su “lenguaje violento” sólo es posible haciendo desaparecer al chavismo, es decir, reduciéndolo a una masa manipulable, maleable, pasiva, rabiosa, irracional, que poco o nada juega en esta historia. Así, Chávez es convertido por sus más acérrimos enemigos en un demiurgo que vendría a ordenar lo informe (las masas) para volver a promover el caos. En otras palabras, y para colmo de ironías, en nombre de la polarización, el antichavismo hace aquello de lo que acusa a Chávez: le niega al chavismo su condición de sujeto político, porque de alguna forma hay que explicar el origen de esa fuerza sobrenatural (léase apoyo popular), que exhibe la deidad maligna.
Al menos en su versión más difundida, el discurso de la polarización es hagiografía pura y dura. Pero en este caso, no para justificar a los monarcas, como diría Wallerstein, o como una práctica estimulada por las élites que controlan a su antojo las estructuras de poder, sino para suscitar al sujeto encargado de superar la situación de polarización y poner las cosas en su sitio: la “sociedad civil”. Una suerte de hagiografía a la inversa que legitima la lucha contra el “absolutismo” de Chávez. La “sociedad civil” no sólo es anverso, en tanto que encarna los intereses de las élites que comienzan a ser desplazadas, sino también el reverso del sujeto “pueblo” chavista que, no obstante, permanece invisibilizado, reducido, oculto. Incapacitado, o más bien indispuesto para reconocer lo que pudiera haber de singularidad en el chavismo, concluye invariablemente que Chávez es una reedición del pasado secular, más de lo mismo, el caudillo que siempre vuelve (junto a su montonera) para recordarnos cuánto de barbarie sigue habiendo entre nosotros.
Si Gramsci hablaba de pesimismo de la inteligencia, nuestros hagiógrafos personifican la inteligencia desencantada: la realidad nunca está a la altura de sus expectativas. Actúan como los “historicistas” que retrataba Benjamin, que andan “en el pasado como en un desván de trastos, hurgando entre ejemplos y analogías”. Chávez es inscrito en la regularidad de los caudillos que van y vienen, mientras la decepción crece, porque el presente es siempre una promesa incumplida. Pero si este discurso se conforma con una “imagen ‘eterna’ del pasado”, para seguir con Benjamin, nos corresponde levantar “una experiencia única del mismo, que se mantiene en su singularidad”. Mientras dejamos “que los otros se agoten con la puta del ‘hubo una vez’, en el burdel del historicismo”, nosotros permanecemos dueños de nuestras fuerzas: lo suficientemente hombres “como para hacer saltar el continuum de la historia”.
Corregir la falta de carácter que supone este discurso de la polarización como hagiografía, que atenaza y deshumaniza la figura de Chávez (endiosándolo y demonizándolo al mismo tiempo) y relega al chavismo al ostracismo, expulsándolo del “paraíso terrenal” de la política, implica de hecho desacralizar la política venezolana: la manera como se cuenta su historia, la forma como es concebida y practicada. Desacralizar significa aquí reconocer el conflicto como fundamento de la política y no marcar distancia frente a él en razón de una pretendida superioridad moral ni borronearlo en nombre de la “objetividad” científica o periodística. Justamente porque ambas imposturas se fundan en una condena moral del conflicto (“empatía con el vencedor”, lo llamaba Benjamin), el sujeto de la lucha desaparece de la escena, o solo aparece como muñeco de ventrílocuo. Esto es lo que significa el chavismo: es el sujeto de la lucha. Desacralizar significa por tanto hacer visible a este sujeto, rescatarlo de la oscuridad, lo que por cierto no equivale a retratarlo como el ángel que ha venido a redimirnos o como el profeta en la cruz dispuesto a expiar nuestros pecados. Al contrario, quiere decir retratar al chavismo en toda su profanidad, con sus grandezas y sus miserias. Desacralizar significa también humanizar la figura de Chávez, lo que implica, al menos para el campo popular y revolucionario, aproximarse sin complejos al esquivo asunto del liderazgo.
Se dice, por ejemplo, que el gran problema del chavismo, su principal debilidad, la causa de su fracaso inevitable, es que está aprisionado en la figura de Chávez, que es incapaz de superar ese límite. Una posición tal presupone, obviamente, que el chavismo sólo puede relacionarse con su líder desde una posición subordinada, expresada en el apoyo ciego y la incondicionalidad. Prácticamente no existe diferencia entre esta posición y la asumida desde el comienzo por el antichavismo más rancio. De hecho, puede decirse que no es más que su variante “progre”. Una vez más, lo que permanece oculto es el chavismo como sujeto de la lucha, el hecho de que su propia constitución como sujeto político no hubiera sido posible sin beligerancia, sin conflicto, sin interpelación. Chávez ha prestado su apellido y su liderazgo, pero su liderazgo no es nada sin el chavismo. Son dos procesos simultáneos y dependientes uno del otro: subjetivación política del chavismo e irrupción del Chávez líder.
Una vez desacralizada, podemos hablar de la polarización como el resultado de una interpelación mutua y permanente entre Chávez y el pueblo chavista. La consecuencia es un nuevo universo político: durante largo tiempo reducido a la nada, invisibilizado, silenciado, marginado, el pueblo irrumpe en la escena política para trastocarlo todo. El chavismo encandila: con él se hacen escandalosamente visibles las contradicciones de clase y casta, las injusticias de todo tipo. Una política aletargada y estancada se ve arrollada por un sujeto que agita y se moviliza, demanda y antagoniza. En abierta oposición a la razón desencantada de nuestros hagiógrafos, el chavismo encarna la razón estratégica, como la concebiría Daniel Bensaïd. Con el chavismo, la sociedad venezolana se repolitiza, se reconoce en la actualidad del conflicto, dejando atrás la mojigatería de las formas “civilizadas” de la política, que relegaban al pueblo, en el mejor de los casos, al patético papel de actor de reparto.
Con el chavismo cambió la historia de la política. Por eso, en previsión de las falsificaciones al uso, vale todo el esfuerzo que se haga para contar, tantas veces como sea posible, la historia de cómo es que cuando decidimos luchar, ya nunca más fuimos los mismos. Fuimos mejores. Lo que seguimos siendo, pese a todo.
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(1) Eleonora Cróquer Pedrón. Violencia y espectacularización: del impase de la política a la política del impase en la Venezuela contemporánea. Frontal 27. 22 de abril de 2017.
http://frontal27.com/violencia-y-espectacularizacion-del-impase-de-la-politica-a-la-politica-del-impase-en-la-venezuela-contemporanea/
(2) Eleonora Cróquer Pedrón. Violencia y espectacularización: del impase de la política a la política del impase en la Venezuela contemporánea. Frontal 27. 22 de abril de 2017.
http://frontal27.com/violencia-y-espectacularizacion-del-impase-de-la-politica-a-la-politica-del-impase-en-la-venezuela-contemporanea/
(3) Emiliano Terán Mantovani. Venezuela desde adentro: siete claves para entender la crisis actual. América Latina en Movimiento. 20 de abril de 2017.
http://www.alainet.org/es/articulo/184922
(4) Keymer Ávila. La Constitución como pharmakos. Contrapunto. 3 de mayo de 2017.
http://contrapunto.com/noticia/la-constitucion-como-pharmakos-134110/
(5) Reinaldo Iturriza López. El chavismo salvaje. Editorial Trinchera. 2017. Págs. 104-106, 160-161.
(6) AVN. Defensor del Pueblo: Fascismo fue causa principal de las 43 víctimas de la guarimba. 18 de enero de 2016.
http://m.avn.info.ve/contenido/defensor-del-pueblo-fascismo-fue-causa-principal-43-v%C3%ADctimas-guarimba
(7) Luigino Bracci Roa. Lista de fallecidos por las protestas violentas de la oposición venezolana, abril y mayo de 2017 (Actualizado). Alba Ciudad. 4 de mayo de 2017.
http://albaciudad.org/2017/05/lista-fallecidos-protestas-venezuela-abril-2017/
(8) El 6 de mayo de 2017, el partido opositor Voluntad Popular, a través de su cuenta oficial en Twitter, exigía justicia para “Carlos Eduardo, Paola, Kenyer, Almelina y Miguel”, y acusaba al presidente Nicolás Maduro de “asesino”. Los presuntos asesinos de Paola Ramírez Gómez y Almelina Carrillo son partidarios del antichavismo.
(9) Cecilia Orozco Tascón. “Chávez entrará a la mitología de los altares callejeros”. El Espectador. 12 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/chavez-entrara-mitologia-de-los-altares-callejeros-articulo-396288
(10) William Ospina. A las puertas de la mitología. El Espectador. 5 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/opinion/las-puertas-de-la-mitologia-columna-395237
(11) William Ospina. A las puertas de la mitología. El Espectador. 5 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/opinion/las-puertas-de-la-mitologia-columna-395237
(12) Cecilia Orozco Tascón. “Chávez entrará a la mitología de los altares callejeros”. El Espectador. 12 de enero de 2013.
http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/chavez-entrara-mitologia-de-los-altares-callejeros-articulo-396288
(13) Reinaldo Iturriza López. El chavismo salvaje. Editorial Trinchera. 2017. Págs. 23-28.
Ayuda-memoria para criticar a Venezuela – Guillermo Cieza
(Hoy me siento obligado a utilizar este espacio para publicar el artículo de quien, en mi modestísima opinión, es uno de los analistas más lúcidos de América Latina. Fenómeno curioso, Guillermo Cieza tiene muy poca o ninguna prensa, y en general sus artículos, me parece, suelen tener escasa circulación, o al menos no circulan todo lo masivamente que deberían.
Me parece que el fenómeno tiene que ver al menos con dos cosas: la humildad militante de Guillermo, su total desinterés por figurar públicamente, y su honestidad intelectual. Esta última le impide, intuyo, escribir con base en el cálculo político: buscando agradar a unos u otros, acomodarse a la opinión predominante, arrimarse a los ganadores o haciendo malabares argumentativos para quedar siempre bien parado. No le conozco soberbia: no le interesa decirlo primero, ni más claro, mi más alto, ni más elocuentemente, sino que lo que se diga sirva de algo. Y que ese algo les haga honor a los pueblos que están luchando.
En Venezuela, por cierto, se presenta un fenómeno similar: algunos de sus más lúcidos analistas rara vez escriben, casi siempre porque la cotidianidad militante los abruma, otras veces por falta de voluntad, otras por falta de disciplina. Muchas otras veces sencillamente porque no les interesa verter en palabras lo que, no obstante, y sin darle muchas vueltas al asunto, tienen muy claro en sus cabezas, y conforme esa claridad actúan.
Este desinterés, hay que decirlo, es absolutamente respetable. El problema es que suele traer como consecuencia un “vacío” que, por supuesto, lo llena gente talentosa pero muy soberbia, deshonesta o nada humilde, y en el peor de los casos todo esto junto reunido en personas sin ningún talento.
Como lo precisa muy bien Guillermo en su artículo, ahora que en Venezuela atravesamos por el más duro desafío desde que inició la revolución bolivariana, sobran los que guardan distancia “crítica”, repitiendo lugares comunes o verdades a medias, cuando no simplemente desinformando, proclamando derrotas por adelantado y, lo que me resulta más cuestionable, deshonrando a un pueblo que está luchando.
Algo de esta actitud he percibido mientras leía un artículo de Raúl Zibechi: En descomposición. Lúgubre, deprimente, por alguna razón me ha hecho recordar el comportamiento de alguna gente muy cercana, “chavista” años atrás, que ahora, en medio de las dificultades, proclama a los cuatro vientos su antichavismo, con la virulencia y el patetismo de los que sólo son capaces los conversos. En algunos casos es muy fácil comprenderlos: es gente cuya cotidianidad transcurre en ambientes hostiles y opresivos donde predomina el antichavismo furibundo, y las circunstancias les exigen salvar el pellejo, no importa si el precio es la dignidad.
No es mi intención sugerir que Zibechi sea un converso, ni nada por el estilo. De hecho, Zibechi, la persona, no es el centro del asunto. Si hice la asociación, voy concluyendo, es porque pienso en quienes lo leen y lo citan prolijamente, aquí en Venezuela y en otras partes. A ellos les digo, muy respetuosamente: no será ahora, en estos tiempos turbulentos, que dejemos de nadar contra la corriente).
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Que un proceso político popular en un país latinoamericano se haya propuesto trascender las fronteras del sistema afirmando su vocación socialista, ha merecido una respuesta contundente del conjunto de las burguesías locales del continente y de su metrópoli gendarme.
Esa respuesta contundente se expresa en el plano comunicacional, económico, diplomático y militar. Basta recordar a Cuba en la década del 60, expulsada de la OEA, invadida por tropas mercenarias, bloqueada económicamente, infiltrada desde el exterior por grupos terroristas, difamada y demonizada en todos los lugares y todos los espacios.
Reflexionaba con impotencia John William Cooke por aquellos años que parecía casi imposible defender a Cuba, porque cuando se conseguía desenmascarar una mentira, ya se habían inventado otras veinte.
Esa misma respuesta contundente, con mucho más medios que se inscriben en lo que se denomina Guerra de Cuarta Generación, es la que está padeciendo la revolución bolivariana.
Pero no quiero referirme aquí a esta conducta, obvia, del sistema capitalista hacia el proceso bolivariano, sino a la actitud que desde hace un tiempo, y cada vez más descaradamente, están asumiendo grupos políticos e intelectuales que presumen ser de izquierda.
Como estas actitudes se suelen presentar como “constructivas”, me parece necesario identificar que hay una delgada frontera que separa las críticas más agudas con buena leche, de aquellas que, retomando argumentos de la derecha, intentan desmarcarse de procesos que alguna vez apoyaron y hasta usufructuaron. Y lo hacen sin el menor atisbo de dignidad o pudor, echándole una palada más de tierra al enfermo que ya declararon cadáver.
No es difícil identificar el razonamiento central de estos personajes. Para ellos, lo ocurrido en los comienzos del siglo en América Latina fue una excepcionalidad, una anomalía en la dominación capitalista mundial. Lo que se viene es la validación de lo posible, y quien quiere seguir sobreviviendo, aún como analista o referente progre o de izquierda, debe tomar distancia de las aventuras humanas imperfectas.
No inventan nada nuevo. Me contaron que después del golpe fusilador del 55 en la Argentina, un conocido comunicador social de la época, de ropajes progresistas, le recriminaba a un amigo por haberse comprometido con la esperanza de los trabajadores peronistas, diciéndole: – “Pero vos que siempre fuiste socialista, ¿cómo pudiste confundir un sueño con una grosería?”.
Este particular enfoque era compartido por muchos de sus camaradas que fueron reconocidos como sensatos y decentes por la oligarquía “a pesar de ser socialistas”. En Bolívar, mi pueblo bonaerense, hubo un peluquero socialista que pudo cumplir su sueño de ingresar al Rotary Club, institución que ya se sabe, sólo acepta a ejecutivos.
Algunos desmarques pueden explicarse, no justificarse, por miedo. Para algunos intelectuales que han asumido la derrota y que viven y pretenden seguir viviendo en Venezuela, puede parecerles que no hacerse cargo del chavismo («¡Yo también me opuse!») les puede servir de salvoconducto.
Los que no viven allí y cuyo mayor riesgo de vida son sus frecuentes viajes aéreos para dar conferencias, no pueden excusarse en su seguridad personal, pero podrían hacerlo en su ignorancia («¡Yo no sabía!»).
La ignorancia de personas que cobran sus artículos y conferencias por estar muy informadas es sospechosa, pero puede haber excepciones.
Para ellos he redactado una sencilla ayuda-memoria sobre algunas cosas que deberían ser tomadas en cuenta en el momento de criticar al proceso bolivariano en su momento más difícil:
– La matriz petrolera exportadora no es un invento del chavismo, sino que tiene 100 años de antigüedad en el país. Esa matriz no es sólo una estructura económica distorsionada, sino que tiene profundas consecuencias políticas y culturales, fomentando la corrupción estructural, el clientelismo, el abandono de las tradiciones campesinas y la desvinculación del trabajo productivo.
– El proceso bolivariano se impulsó en un país que en la década del 70 estaba considerado como el más atrasado en conciencia y organización revolucionaria de Suramérica, donde había menor poder popular acumulado y posibilidades revolucionarias, y fue encabezado por un reducido grupo de militares y militantes civiles de izquierda que, contando con el liderazgo excepcional de Hugo Chávez, aprovecharon una coyuntura política favorable por el descrédito de los partidos del sistema. Llegaron por vías pacificas al gobierno, sin el paso previo formativo de masas de la lucha por el poder, que tuvieron otras experiencias como la revolución cubana.
– El proceso bolivariano, por ser considerado una amenaza ideológica y política para la dominación capitalista, por estar ubicado precisamente en el lugar del mundo donde Estados Unidos se está replegando, y por contar con las reservas de petróleo más grandes del mundo y segundo lugar en reservas de oro, ha merecido una especial atención por parte de las fuerzas de derecha del continente y del mundo. Hay mucha materia gris con apoyos comunicacionales, militares, paramilitares, científicos, económicos y financieros, conspirando contra el proceso bolivariano. Lo mismo ocurrió con Cuba durante más de 50 años, lo mismo ocurrió con Chile en los 70.
– El experimento de transformación social venezolano se ha desarrollado en soledad. Solamente al gobierno cubano, y a alguno de los países de la Alba, les ha interesado que Venezuela avanzara en una perspectiva socialista. El gran arco de alianzas que construyó Chávez a partir del Unasur y la Celac, las relaciones con Rusia, China e Irán, obedecen a cuestiones geopolíticas, económicas o comerciales, pero no ideológicas. Valorar la importancia que ha tenido ese gran paraguas de alianzas no supone imaginar que compartían afinidades ideológicas.
– En Venezuela no faltaron esfuerzos para cambiar la matriz productiva, para “sembrar el petróleo”. Seguro hubo errores, pero tampoco es posible en 16 años cambiar esa matriz, apelando a la promoción y a la sugerencia, y estando sometidos a elecciones periódicas. No es compatible rechazar la imposición de colectivizaciones e industrializaciones forzosas impuestas por métodos autoritarios, y lamentarse porque esos cambios demoraron demasiado tiempo.
– El precio del barril de petróleo osciló alrededor de los 100 dólares durante los años 2011, 2012 y 2013; los mismos bajaron en 2014, 2015 y en el primer trimestre de 2016 no superaron los 30 dólares. La consultora Ecoanalítica hizo la proyección de que con precio promedio de 30 dólares el barril, Venezuela recibiría un ingreso de 22.273 millones de dólares por exportaciones petroleras, mientras que los gastos por importaciones, servicios, pagos de deuda y salida de capitales suman 49.487 millones, considerando los ajustes realizados el año pasado. Esas cifras desnudan un déficit de 27 mil millones de dólares.
– Como consecuencia del cambio climático, Venezuela ha soportado una feroz sequía desde hace tres años. Esa situación se ha agravado este año a consecuencia de la corriente del Niño, que ha afectado a toda la zona del Caribe, agravando la ausencia de precipitaciones. Los campesinos saben que en producción se puede prever casi todo, menos la lluvia. El problema de la sequía no afecta solamente a la producción agropecuaria. En Venezuela, el 73% de la energía eléctrica que se consume se genera en represas que abastecen usinas hidroeléctricas. La sequía provoca además otros efectos dañinos, como la proliferación de incendios forestales, afectación de plantaciones, etc.
– La imposibilidad de hacer un referendo revocatorio durante 2016 es responsabilidad de la derecha local, que perdió tiempo apelando a otros métodos para desalojar al Presidente Nicolás Maduro del gobierno. Se acordaron tarde, y ahora los plazos están vencidos para un proceso formal con las instancias previstas de apelaciones.
Esta ayuda-memoria no permite explicar todo lo que sucede en Venezuela, ni es un corsé que invalida las críticas, muchas de ellas muy oportunas, profundas y constructivas. Pero constituye un marco previo que tendríamos que acordar para poder entrar en debate.
Carta abierta a mis iguales
Algún día se hará la relación de cómo todo estaba en suspenso. A nosotros nos toca producir lo nuevo, antes de que se nos acabe el mundo.
Incluso los cambios de época tienen sus épocas de cambio. En Venezuela se ha producido, muy recientemente, un quiebre histórico. Si el 27F de 1989 marcó un antes y un después, y el 6D de 1998 abrió un ciclo de sucesivas victorias populares contra la oligarquía y el imperialismo, lo que hoy cruje bajo nuestros pies es un modelo de sociedad: el capitalismo rentístico petrolero.
Lo que hoy se estremece y nos sacude es un monstruo de cien años, que dio sus primeros pasos durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, se hizo fuerte bajo el primer gobierno de Acción Democrática, entre 1945 y 1948, y alcanzó su plenitud a la sombra del pacto de elites de Punto Fijo, a partir de 1958.
El modelo capitalista rentístico petrolero es un monstruo decrépito, no por centenario, sino porque se pretende eterno, y porque su vitalidad depende del sufrimiento popular, de su infelicidad, de la pobreza material y espiritual de las clases populares. Depende también de nuestra dificultad para discernir dónde termina la justa distribución de la renta y dónde comienza la competencia despiadada por privilegios. Depende, en fin, de nuestros errores, vacilaciones y complicidades al momento de enfrentarle, lo que nos ha impedido darle fin.
Es un modelo decrépito que afecta, sin excepción, todos los campos de la vida en sociedad, y que nos hace dependientes de bienes de consumo que no producimos, de decisiones políticas que no tomamos, de ideas que no son las nuestras.
Lo extraordinario de este tiempo que nos ha tocado vivir es que, tal vez como nunca antes, las anteojeras nos estorban y el peso de las cadenas nos resulta insoportable. Tenemos la fortuna de ser hijos e hijas de la rebelión, y eso es algo que nadie nos podrá arrebatar. La revolución bolivariana fue una aceleración del tiempo. Entramos al siglo veintiuno con años de ventaja, justo cuando las elites del neoliberalismo global, enceguecidas por la soberbia, se erigían triunfales.
La onda expansiva de aquella rebelión nos ha traído hasta aquí. Gracias a la energía popular desatada en 1989, y luego el 4F de 1992, hoy vivimos una situación paradojal: aún cuando es cierto que la revolución bolivariana atraviesa por su momento más difícil, no es menos cierto que nunca antes el pueblo organizado fue más fuerte.
Nunca antes fuimos capaces de reunir tanta masa crítica contra las formas tradicionales de hacer política. Nunca antes tuvimos tantos medios a nuestra disposición para producir.
Esta situación paradojal, esta correlación de debilidades y fortalezas, es lo que define el actual quiebre histórico. Estamos frente a una encrucijada.
Las fuerzas contrarias a la revolución bolivariana, modeladoras y usufructuarias del modelo capitalista rentístico petrolero, se emplean a fondo, aprovechando toda su capacidad reguladora de dicho modelo, para subvertir la democracia venezolana. Tanta eficacia ha tenido la estrategia antidemocrática, que gran parte del malestar de la base social de apoyo a la revolución bolivariana está directamente relacionada con la manifiesta incapacidad reguladora del gobierno bolivariano. A lo anterior hay que sumarle el efecto político del discurso antichavista, que atribuye la “crisis” a la ineficiencia gubernamental, y a este discurso hay que sumarle, a la vez, los efectos que produce la ineficiencia real.
Ineficiencia e incapacidad gubernamental mediante, las fuerzas contrarias a la revolución bolivariana han acumulado una masa crítica tal, que les ha permitido el control de la Asamblea Nacional, mientras debaten públicamente, cual si se tratara de un jolgorio, sobre las formas de “salir” más rápido de Nicolás Maduro.
Mientras tanto, y a la sombra, las verdaderas fuerzas de vanguardia del antichavismo atacan inclementemente a las clases populares, sometiéndolas a toda clase de privaciones y humillaciones, desmovilizando a parte importante de su liderazgo, que debe invertir la mayor parte de su tiempo en la búsqueda de alimentos.
Usan el espacio recuperado de la Asamblea Nacional para ganar tiempo. Desde los espacios que siempre controlaron, nos imponen un uso del tiempo.
Y es justamente el tiempo lo que debemos recuperar.
El tiempo se recupera tomando en cuenta al sujeto que nunca enuncian políticos y expertos del antichavismo, y que sin embargo es el blanco de sus principales ataques: el pueblo organizado. La diatriba pública de aquellos es siempre con el gobierno bolivariano. La forma como ejercen todo su poder contra el pueblo chavista es indecible.
Sólo seremos capaces de recuperar el tiempo manteniéndonos al margen de aquella diatriba, de la política boba, y tomándonos en cuenta a nosotros mismos. Tomando en cuenta nuestro poder. Ese poder que está multiplicado por miles de espacios que ocupamos y recuperamos fundamentalmente durante la revolución bolivariana, pero también antes de ella. Ese poder que se asienta en esos espacios decisivos: consejos comunales y Comunas, pero también en tierras y fábricas ocupadas o recuperadas y, más allá, en todo espacio donde haga acto de presencia cualquiera de nosotros, militantes en la idea de una sociedad radicalmente democrática.
Estamos dispersos a lo largo y ancho del territorio nacional, angustiados porque a veces no sabemos cómo darle aliento a nuestros iguales; expectantes sobre el destino del gobierno, con la esperanza de que nadie claudique, observando con mucha atención cómo los políticos antichavistas hacen alarde de sus planes; deseando poder hablarle personalmente a Nicolás, para contarle que estamos con él hasta el final, que nuestro apoyo es irrestricto, y de la rabia que nos produce cuando alguien se deslinda con el pretexto de que Maduro no es Chávez; molestos, infinitamente molestos, por las privaciones de la vida cotidiana, por la especulación, las colas; esperando ser convocados, pero no para la repartición de cargos o cuotas de poder, que esa es la forma de hacer política que tiene que morir.
Estamos dispersos a lo largo y ancho del territorio nacional, somos millones, pero nos empeñamos en actuar como si no lo supiéramos. Como si no lo creyéramos. La fuerza es para ejercerla. Pero para hacerlo, además de tenerla, es indispensable creer que la tenemos. Creer en nosotros mismos. En medio de la angustia y la incertidumbre, en las malas, acompañarnos. Crucemos el desierto juntos.
No esperemos que nadie nos convoque. Es cierto, quienes militan en la vieja política jamás dejarán de pensar que, en cada circunstancia, favorable o adversa, se trata de repartir poder. Allá ellos. Ejerzamos poder. En lugar de repartir, compartámoslo. Ejerzamos poder colectivamente. Al fin y al cabo, somos nosotros el partido de los chavistas, de los bolivarianos. La fuerza somos nosotros.
Poderosos pero ensimismados, distraídos, aún no escuchamos la firme voz del pueblo organizado que, desde todos los rincones, nos invita a juntarnos los iguales, a organizarnos, a planificar. Desde todas partes, coincidimos: es tiempo de establecer alianzas políticas a partir de la producción; allí donde producimos, tomemos el control de la distribución; allí donde distribuimos, tomemos el control de la comercialización. Allí donde producimos, no dejemos de pensar cómo lo estamos haciendo. Ubiquemos a nuestros aliados en el territorio. Manifestemos activamente nuestra solidaridad con experiencias productivas bajo control popular. Reivindiquemos de manera explícita, y practiquemos, otra forma de hacer política, que ponga el énfasis en la producción revolucionaria de una nueva realidad, que no se limite a administrar lo existente, y que no nos conciba como clientes.
Sólo para comenzar.
Como planteaba el comandante Chávez, creemos “una red que vaya como una gigantesca telaraña cubriendo el territorio de lo nuevo”.
Es esto o caer derrotados a manos de un monstruo centenario que ha logrado hacernos la vida miserable, pero que tiene pies de barro.
Bravos, nosotros. Caribes, nosotros.
Con infinito afecto…
Rebelarnos, ser mejores. A Kléber Ramírez, veinticuatro años después del 4F
Veinticuatro años después de la gesta patriótica del 4F, es oportuno traer a la memoria la figura de Kléber Ramírez, poco conocida para las nuevas generaciones, aun cuando desempeñó un papel de primer orden en los inicios de la revolución bolivariana.
A mediados de noviembre de 1991, cuenta el mismo Ramírez en el prólogo de su “Historia documental del 4 de Febrero”, “en una reunión presidida por el comandante Hugo Rafael Chávez Frías con un grupo de civiles… se decidió crear una comisión redactora de los documentos fundamentales para la instalación del nuevo gobierno”. Ramírez recibió la encomienda de encabezar tal comisión.
Apenas un par de meses antes había terminado de redactar su “Programa general para el nacimiento de una nueva Venezuela”. Se trataba de un documento escrito al calor de los preparativos de la rebelión. Hacía un año que mantenía estrecho contacto con los líderes del movimiento, lo que le permitía estar al tanto de lo que estaba por acontecer. Eventualmente, imaginaba su autor, el “Programa” contribuiría a legitimar, en el plano de las ideas, y en el campo civil, la insurgencia de los militares bolivarianos.
La comisión definida en noviembre de 1991 no funcionó, y todo el peso recayó sobre Ramírez. En la medida en que los redactaba, los borradores circulaban entre los comandantes y algunas otras personas, recibía las observaciones y hacía las respectivas correcciones. Al final, había redactado el “Acta constitutiva del Gobierno de Emergencia Nacional” (lo primero que hubieran leído los militares rebeldes en caso de haber resultado victoriosos), dos comunicados y veinticuatro decretos.
Existe una clara relación de continuidad entre el “Programa” de septiembre de 1991 y los documentos que produjera la “comisión” meses más tarde. No es difícil inferir la comunión de ideas entre los comandantes bolivarianos y Kléber Ramírez.
En el “Programa” pueden identificarse unas cuantas claves para descifrar el enigma de nuestra economía dependiente, así como verificarse la importancia estratégica que, desde el inicio, los bolivarianos le atribuían a lo comunal. Sólo por estas dos razones se trata de un documento sobre el que habría que volver con frecuencia, revisarlo con detenimiento, hacer balance de lo hecho y lo que está por hacer, y acometer la correspondiente tarea de actualización.
Pero hay un tercer asunto que destaca, y que resulta tan importante, tan definitorio, como la economía o la Comuna: la ética.
Al momento de definir las “características primordiales del nuevo Estado”, Ramírez puntualiza: “El nuevo Estado orientará la sociedad hacia la liquidación de su actual base ética de ‘ser poderoso’ por una nueva ética fundamentada en el principio de ‘ser mejor’, cuyo resultado será un ciudadano veraz y responsable. Además, para lograr un ciudadano y una sociedad crítica, el conocimiento debe fundamentarse en la dilucidación del porqué de las cosas”.
Más adelante, en el aparte en que perfila la orientación estratégica de la educación en el nuevo Estado, plantea que ésta debe estar al servicio de la producción de “ciudadanos aptos para la vida, para el ejercicio de la democracia, críticos y solidarios, con imaginación creadora, y en donde el venezolano afiance las bases de una nueva ética para nuestra sociedad: la del ciudadano que se preocupe por ser cada vez mejor, que se sienta orgulloso de saber que la actividad que con honestidad realiza a diario contribuye a fortalecer nuestro gentilicio, y así poder derrotar la grotesca aspiración de servirse de la educación para escalar posiciones donde lucrase más y más pronto, modo en que la corrupción irrumpió en el sistema educativo”.
En la medida en que la construcción del nuevo Estado es una tarea no sólo inacabada, sino en algunos aspectos incipiente, debiendo sortear en muchos terrenos infinidad de obstáculos, incluyendo los vicios del viejo Estado, la férrea oposición de las fuerzas contrarias a la revolución y nuestros propios errores, pareciéramos muy lejos de alcanzar un estadio en el que predomine la “nueva ética” propuesta por Kléber Ramírez y los bolivarianos. Sin embargo, ésta me parece una lectura del todo errada, con peligrosas implicaciones.
Desconocer las profundas transformaciones que ha experimentado y protagonizado el pueblo venezolano en el campo de la ética, así como en el resto de los campos, antes y durante la revolución bolivariana, es una vía expedita a la derrota. Desconocimiento que equivale, además, a un penoso autoengaño, en tanto que nos ubica en una posición de debilidad que no se corresponde, en lo absoluto, con la actual correlación de fuerzas.
Si la intelectualidad, las universidades, las Academias, la prensa y el resto de los medios de masas, de todos los signos políticos, han sido incapaces de registrar estas transformaciones, si no han mostrado ningún interés en hacerlo e, incluso, si han omitido su análisis de manera deliberada, la responsabilidad no puede recaer en el pueblo venezolano.
Éste no es un problema exclusivo de la nación venezolana. Todos los países alguna vez colonizados han debido derrotar a las fuerzas que impiden la conformación de una conciencia nacional. Entre nosotros, queda muchísimo por hacer en esta materia.
Habría que empezar a dejar de ver al chavismo simplemente como una parcialidad política. El chavismo es un sujeto político, que es una cosa muy distinta. El mismo proceso de subjetivación del chavismo consistió, entre otras cosas, en exorcizar la humillación histórica de la que siempre fue víctima por parte de las elites. La médula de lo que hoy constituye el chavismo es esa parte mayoritaria de la sociedad venezolana que siempre fue invisibilizada, excluida, explotada. La “barbarie” de todas las épocas comienza a reconocerse en su humanidad, en su condición de sujeto político, una vez que insurge el chavismo. Su existencia misma supone, por supuesto, un cuestionamiento radical de todos los valores de las clases medias y altas, agentes “modernizadores” que monopolizaron los “derechos ciudadanos”, que reclamaron históricamente sus derechos particulares hablando en nombre de los derechos generales de la población. En el acto de constituirse en sujeto político, la mayoría del pueblo venezolano recuperó su dignidad perdida o la experimentó por primera vez.
Durante la revolución bolivariana, nunca antes de la guerra económica la población venezolana conoció la humillación que supone, específicamente, el conjunto inenarrable de penurias por las que debe atravesar para comprar alimentos. Las colas, que funcionarios irresponsables prometieron acabar en el corto plazo, y en las que algunos indolentes sólo son capaces de ver “bachaqueros”, se han convertido en una fuente permanente de hartazgo popular. Son contados los que, cercanos a la sensibilidad popular, pueden identificar las infinitas expresiones de solidaridad, características de los grupos humanos que padecen situaciones-límite.
Un porcentaje muy pequeño del propio chavismo, fundamentalmente proveniente de la clase media, y cuyo grado de filiación política es directamente proporcional a sus niveles de bienestar material, ha respondido con la recreación del discurso sobre la “viveza criolla”, de impronta profundamente conservadora, en tanto que denota prejuicios muy arraigados sobre las clases populares, asociadas históricamente con la inmoralidad, la ignorancia, la flojera o la trampa. Este discurso, que lejos de contribuir a la comprensión de los problemas agudiza el malestar, suele estar acompañado de una permanente denuncia de la pasividad gubernamental, que casi siempre disimula la propia pasividad, fenómeno por cierto reñido con la cultura política chavista.
Mientras tanto, el grueso del chavismo, parte del cual se multiplicó en asambleas populares los días inmediatamente posteriores al 6D, permanece a la expectativa, observando y evaluando los movimientos de los distintos actores políticos, siguiendo con atención las decisiones que, cautelosamente, comienza a tomar el presidente Maduro, sumándose desde ya, por ejemplo, a muchas de las iniciativas productivas a pequeña escala, celebrando las detenciones de funcionarios corruptos, etc. Se trata de una fuerza que representa, en el momento más difícil por el que haya atravesado la revolución bolivariana, más del 40 por ciento del electorado, una fuerza descomunal, sin precedentes, si tomamos como referencia la fuerza que alguna vez lograron acumular los partidos de izquierda.
El chavismo de comienzos de 2016 es una fuerza que ha resistido, de manera heroica, el mayor atentado que haya sufrido la economía nacional en toda su historia. Es un sujeto leal, disciplinado. Que cree fervientemente en la democracia, que siente orgullo de vivir en este tiempo y lugar, solidario, profundamente crítico. Después de todo, su proceder, su cultura política, su universo de valores, se asemejan bastante a lo que Kléber Ramírez y los comandantes bolivarianos imaginaban como “nueva ética”.
¿Hasta cuándo será capaz el chavismo de fungir como fuerza contenedora de la violencia que promueven las fuerzas contrarias a la revolución? Está por verse.
Mientras tanto, y para concluir, no está de más puntualizar que el chavismo es una fuerza que confía en la orientación popular de su gobierno, y específicamente en la figura de Nicolás Maduro. Respecto de las decisiones que estén por tomarse, fundamentalmente en el campo económico, lo que corresponde es confiar en la conciencia popular. Y no olvidar nunca, bajo ninguna circunstancia, que las revoluciones que vacilan están condenadas al fracaso. La oligarquía tiene que pagar tanto daño hecho al pueblo.
Éste es un pueblo que desea luchar. Hasta las últimas consecuencias.