Dijo Diego Armando Maradona, a su paso por Venezuela:
“En todo lo que pase en Suramérica voy a estar con la gente que defiende a la gente, por eso soy amigo de Chávez y de Evo».
Y también:
«… es mi filosofía de vida, es la de su Presidente, es la ustedes».
Así de simple.
Categoría: Chávez
Lo incomprensible, lo intolerable
I.- Lo incomprensible.
De La indagación. Oratorio en 11 cantos, el drama de Peter Weiss basado en el juicio de Frankfurt del Main contra los responsables del campo de concentración de Auschwitz, no pude olvidar nunca una de las intervenciones del testigo número 6: «Cuando hablamos hoy de nuestras experiencias con personas que no estuvieron en el campo, todo aquello les parece siempre algo impensable. Y, sin embargo, son personas iguales a las que allí fueron presos y guardianes. El hecho de que fuéramos tantos los que llegábamos al campo y el hecho de que fueran otros quienes nos llevaban allí en tan gran cantidad debería hacer que aquel suceso aún resultase hoy comprensible. Muchos de los que estaban destinados a representar el papel de presos habían sido educados en los mismos conceptos que aquellos que se encontraron en el papel de guardianes. Se habían puesto a disposición de la misma nación, y por un mismo resurgir y un mismo beneficio; de no haber sido nombrados presos hubieran podido hacer igualmente de guardianes. Hemos de abandonar esa postura de arrogancia con la que pretendemos que aquel mundo del campo nos resulte incomprensible. Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos. El orden entonces vigente nos era familiar en su propio origen, por eso pudimos encontrarnos justificados también en su consecuencia extrema, cuando el explotador podía desarrollar su dominio hasta un grado hasta entonces desconocido».
Puede leerse en el capítulo cuarto del drama, que corresponde al Canto a la posibilidad de sobrevivir, y constituye un punto de inflexión. El asunto es éste: toda la obra de Weiss, desde el principio hasta el final, abunda en detalles sobre los crímenes casi inenarrables de los nazis. Los testigos, con frecuencia, aún casi veinte años después – el juicio se desarrolló entre 1963 y 1965 – hablan con penosa dificultad, con temor y hasta con vergüenza. Sin duda, muchos de nosotros seremos incapaces de entender siquiera parte de lo que significa no ya haber sido víctima de toda clase de privaciones y humillaciones, sino haber sobrevivido al Lager. Algunas cosas sólo se entienden si se las ha experimentado. Seguramente la inmensa mayoría de los lectores se solidarizará con las víctimas, se horrorizará con los relatos de los testigos y sentirá náuseas al saber de las risas de los verdugos en el tribunal, a quienes odiarán en silencio. Y sin embargo, tal vez muy pocos intentarán comprender cómo ha sido posible todo aquello.
De allí la importancia de la intervención del testigo número 6. En primer lugar, es un exhorto a abandonar la arrogancia, la hipocresía y la impostura de la incomprensión: «Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos». Se precisa de mucha mala conciencia para renunciar a este conocimiento. En segundo lugar, la sentencia más difícil de asimilar: muchos de los presos hubieran podido ser los guardianes.
Con respecto a lo primero, existe el testimonio de un sobreviviente de Auschwitz, autor de otra obra indispensable: Si esto es un hombre (primera parte de una trilogía que complementan La tregua y Los hundidos y los salvados). Se trata de Primo Levi, un partisano judío italiano capturado por los fascistas en diciembre de 1943, y que fuera trasladado al Lager en febrero de 1944, junto a centenares de los suyos. En el Apéndice de 1976, donde Levi intentó resumir las respuestas a las preguntas que con más frecuencia le hacían, escribió: es cierto, el régimen nazi fue extremadamente hábil al sustituir la información por propaganda. «Sin embargo, esconder del pueblo alemán el enorme aparato de los campos de concentración no era posible, y además (desde el punto de vista de los nazis) no era deseable. Crear y mantener en el país una atmósfera de indefinido terror formaba parte de los fines del nazismo: era bueno que el pueblo supiese que oponerse a Hitler era extremadamente peligroso». Pero sobre todo, concluye Levi, «la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber más: porque quería no saber… En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuestas. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta». Y sin embargo, la inmensa mayoría tenía conocimiento de lo que ocurría.
Luego, la segunda cuestión, el espinoso tema de los guardianes y los presos. Dice el testigo número 6: muchos de nosotros recibimos la misma educación que ustedes y estuvimos al servicio de la misma nación. Es cierto que fuimos nosotros y no ustedes los que fuimos primero apartados, y luego execrados y encerrados. Pero éramos iguales a ustedes. Bien ha podido sucederle a ustedes.
Pero más allá de todo esto, ¿qué puede decirse de los prisioneros que transigieron con sus guardianes? Aunque están presentes durante todo el relato, Primo Levi les ha dedicado un capítulo entero: Los hundidos y los salvados. Para Levi, el Lager funcionó como «una gigantesca experiencia biológica y social. Enciérrese tras la alambrada de púas a millares de individuos diferentes en edades, estado, origen, lengua, cultura y costumbres y sean sometidos aquí a un régimen de vida constante, controlable, idéntico para todos y por debajo de todas las necesidades: es cuanto de más riguroso habría podido organizar un estudioso para establecer qué es esencial y qué es accesorio en el comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida». Están, observa Levi, de una parte los hundidos, catalogados por los veteranos del campo – y vaya qué ironía – «musulmanes» (muselmänner): «Una vez en el campo, debido a su esencial incapacidad, o por desgracia, o por culpa de cualquier incidente trivial, se han visto arrollados antes de haber podido adaptarse; han sido vencidos antes de empezar, no se ponen a aprender alemán y a discernir nada en el infernal enredo de leyes y de prohibiciones, sino cuando su cuerpo es una ruina, y nada podría salvarlos de la selección o de la muerte por agotamiento. Su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos, los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos: se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla». Los hundidos son seres sin historia, «no tienen historia», afirma Levi. Pero si es «una sola y ancha la vía de la perdición, las vías de la salvación son, en cambio, muchas, ásperas e impensadas». Entre los salvados sobresalen, literalmente, aquellos que pertenecen a la Prominenz, y son los funcionarios judíos del Lager, desde el director-Häftling (Lagerälstester), pasando por «los Kapos, los cocineros, los enfermeros, los guardias nocturnos, hasta los barrenderos de las barracas y los Scheissminister y Bademeister (encargados de letrinas y duchas)», títulos rimbombantes que apenas logran disimular una realidad atroz. La prominenz judía es «un triste y notable fenómeno humano», afirma Levi, «son el típico producto de la estructura del Lager alemán: ofrézcase a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural de sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte. Éste será sustraído a la ley común y se convertirá en intangible; será por ello tanto más odiado cuanto mayor poder le haya sido conferido. Cuando le sea confiado el mando de una cuadrilla de desgraciados, con derecho de vida y muerte sobre ellos, será cruel y tiránico porque entenderá que si no lo fuese bastante, otro, considerado más idóneo, ocuparía su puesto. Sucederá además que su capacidad de odiar, que se mantenía viva en dirección a sus opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se sentirá satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa recibida de los de arriba».
Por último, están los salvados que no han sido favorecidos con ningún cargo, los salvados sin títulos: son los que «luchan tan sólo con sus fuerzas para sobrevivir». Son los que han optado por «remontar la corriente; dar la batalla todos los días al hambre, al frío y a la consiguiente inercia; resistirse a los enemigos y no apiadarse de los rivales; aguzar el ingenio, ejercitar la paciencia, fortalecer la voluntad. O, también, acallar la dignidad y apagar la luz de la conciencia, bajar al campo como brutos contra otros brutos, dejarse guiar por las insospechadas fuerza subterráneas que sostienen a las estirpes y a los individuos en los tiempos crueles». En fin, todos los caminos elegidos para salvarse «suponen una lucha extenuadora de cada uno contra todos, y muchos, una suma no pequeña de aberraciones y compromisos».
Muchas veces hubo de enfrentarse Levi a la pregunta: ¿por qué no rebelarse? Hubiera podido responder: sólo a los hombres les está dado el don de la rebelión. En el Lager no habitan hombres, y ese es su propósito fundamental. Lo afirma, en efecto, Levi: «Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa sufrida o infligida a los demás». El Lager es una máquina que aniquila todo vestigio de humanidad: «Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo nuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue… Porque también nosotros estamos destrozados, vencidos: aunque hayamos sabido adaptarnos, aunque hayamos, al fin, aprendido a encontrar nuestra comida y a resistir el cansancio y el frío, aunque regresemos. Hemos puesto la menaschka en la litera, hemos hecho el reparto, hemos satisfecho la rabia cotidiana del hambre, y ahora nos oprime la vergüenza».
Si es que acaso esto es un hombre, he allí lo que significa sentir la vergüenza de ser hombres.
II.- Lo intolerable.
Destrozados, vencidos. Ha sido inevitable incurrir en aberraciones y establecer compromisos con los guardianes, con los verdugos, para sobrevivir. ¿Cómo pudo llegar a ser posible? ¿Es que acaso la humanidad es un rebaño sin remedio que se dirige ciegamente al matadero? ¿Cómo puede llegar a ser pensable, comprensible? ¿Acaso somos todos culpables? ¿Cómo comprender que los presos pudieran comprometerse con sus guardianes?
Preguntas sin sentido, nos dice Gilles Deleuze. Citando a Primo Levi, afirma: «no conseguirán que tomemos a las víctimas por verdugos». Vergüenza de ser hombres, pero no «porque todos seamos responsables del nazismo, como se nos intenta hacer creer, sino porque hemos sido mancillados por él: incluso los supervivientes de los campos se vieron obligados a aceptar compromisos, aunque sólo fuera por sobrevivir. Vergüenza de que hayan existido hombres capaces de ser nazis, vergüenza de no haber sabido o de no haber podido impedirlo, vergüenza de haber aceptado compromisos».
¿Somos todos culpables? ¿Acaso no sentimos, con frecuencia, cada uno de nosotros, vergüenza de ser hombres? ¿Acaso estamos exentos de establecer compromisos con nuestros verdugos? ¿Acaso no experimentamos, se pregunta Deleuze, «la vergüenza de ser hombres en circunstancias ridículas: ante un pensamiento demasiado vulgar, un programa de variedades, el discurso de un ministro o las declaraciones de los ‘vividores'»? Y escribe en otra parte: «la vergüenza de ser un hombre no sólo la experimentamos en las situaciones extremas descritas por Primo Levi, sino en condiciones insignificantes, ante la vileza y la vulgaridad de la existencia que acecha a las democracias, ante la propagación de estos modos de existencia y de pensamiento-para-el-mercado, ante los valores, los ideales y las opiniones de nuestra época. La ignominia de las posibilidades de vida que se nos ofrecen surge de dentro. No nos sentimos ajenos a nuestra época, por el contrario contraemos continuamente compromisos vergonzosos. Este sentimiento de vergüenza es uno de los temas más poderosos de la filosofía. No somos responsables de las víctimas, sino ante las víctimas».
De allí que para Deleuze, la filosofía, así como la obra de arte, y pudieran agregarse la escritura, la militancia política, están llamadas no por la raza superior, por los blancos anglosajones protestantes que se pretenden modelo de toda civilización, por las democracias liberales occidentales que se pretenden modelo universal de sistema político («¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto?»), por Occidente y sus valores, por los hombres y mujeres que reclaman para sí derechos que no reconocen en quienes-no-han estudiado-y-no-trabajan, por los Estudiantes que luchan por la Libertad porque-esto-es-una-dictadura, por los palangristas que denuncian los-crímenes-del-régimen en nombre de la Verdad, por los funcionarios para quienes la revolución ha ido demasiado lejos, por los burócratas y vividores que moran a las sombras de la Revolución; la filosofía y la obra de arte están llamadas «por una raza oprimida, bastarda, inferior y anárquica, nómada, irremediablemente menor».
La filosofía y la obra de arte son responsables ante las víctimas: «son del todo incapaces de crear un pueblo, sólo pueden llamarlo con todas sus fuerzas. Un pueblo sólo puede crearse con sufrimientos abominables, y ya no puede ocuparse más de arte o de filosofía. Pero los libros de filosofía y las obras de arte también contienen su suma inimaginable de sufrimiento que hace presentir el advenimiento de un pueblo. Tienen en común la resistencia a la muerte, a la servidumbre, a lo intolerable, a la vergüenza, al presente».
Escribir no en nombre de la Verdad o la Revolución, sino porque algo nos resulta profundamente intolerable. Aunque nos oprima la vergüenza de ser hombres y nos veamos obligados a establecer compromisos con nuestros verdugos, propios y ajenos. Escribir porque a tantos les resulte incomprensible, porque tantos pretendan no ver lo que sin embargo todos comprenden y conocen. Escribir no porque seamos responsables de, sino ante las víctimas, los postergados, los oprimidos.
III.- Lo que hay de intolerable en el presente.
Ante todo, es realmente intolerable que para tantos resulte tan radicalmente incomprensible, tan impensable la extraordinaria cantidad de corrientes políticas y culturales que desembocan en ese agitado mar que se ha dado en llamar chavismo. Resulta intolerable tanta arrogancia, tanta hipocresía de aquellos que hoy se jactan de desconocer las condiciones históricas y de existencia que le han hecho posible. Resulta intolerable que tantos, durante tanto tiempo, pretendieran desconocer lo que, sin embargo, todos sabían: que muchos, durante demasiado tiempo, morían de hambre; que a muchos, demasiados, les fuera negada la educación o la salud, y en general todo aquello que, justamente por ser lo más básico, hace de la vida una experiencia tolerable, vivible; que durante tanto tiempo, tantos seres humanos fueran relegados a vivir en los márgenes, y que fueran tratados como invasores cuando se atrevían a traspasar esos límites territoriales que se consideraban inmutables; que tantos hubieran sido considerados seres humanos impresentables, incapaces para la política; que tantos, durante tanto tiempo, optaran por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Todos conocíamos la sociedad que ha visto aparecer estas corrientes que hoy impugnan esta misma sociedad que les negó a tantos seres no digamos ya el estatus de ciudadanos, sino, en muchos casos, la vida misma.
Pero por sobre todas las cosas resulta intolerable esa laboriosa empresa que avanza constante, y al parecer indetenible, y que persigue el propósito de asimilar al chavismo con la muerte. Los mismos que ayer cerraron sus ojos y su boca y taparon sus orejas, para vivir en la ilusión de no ser cómplices de una sociedad que aniquilaba a sus iguales, hoy tienen los ojos desorbitados por la rabia, hace muecas grotescas con sus bocas y prestan sus orejas para escuchar todo cuanto les convoque a creer que están gobernados por el mal y por la muerte.
Vergüenza ante el silencio cómplice de tantos venezolanos con el genocidio contra el pueblo palestino. Hoy vuelven a resonar las palabras de Primo Levi, partisano judío italiano, sobreviviente de Auschwitz: «Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que nos están haciendo aquí». De seguir vivo, hoy Primo Levi volvería a sentir vergüenza. Vergüenza de ser judío.
También, vergüenza de ser venezolano. Vergüenza de tanta estupidez ciega, de tanta miseria humana, de tanto cretinismo en los diarios, la prensa, la radio, las calles. Vergüenza de muchos de mis coetáneos, de muchos de los que habitan esta misma tierra. Vergüenza de quienes nos reclaman neutralidad, de quienes nos acusan de terroristas. Vergüenza de quienes llaman «regalos» a nuestra ayuda a otros pueblos. Pero sobre todo, vergüenza de quienes comparan nuestros muertos con los niños asesinados y luego devorados por los perros del Ejército israelí. Vergüenza de quienes hablan de genocidio en Venezuela.
Nada ni nadie puede justificar la inmensa deuda que acumula el gobierno venezolano con respecto a la seguridad de sus ciudadanos. Léase bien: nada ni nadie. Demasiados planes fracasados o postergados, demasiados funcionarios incapaces o indolentes. Vergüenza que nos producen los discursos de algunos ministros. De paso, nadie puede justificar tampoco el deplorable estado en que se encuentran las cárceles, diez años después.
Lo intolerable, ya lo he dicho, lo constituye la tenaz empresa que pretende asimilar, permanentemente, al chavismo con la muerte, de lo que se deduce que todo chavista es, por lo tanto, culpable. Doblemente culpable: por apoyar al gobierno de Chávez y, dado que Chávez es el culpable de la muerte de cualquier venezolano a manos de la delincuencia, es también, por consiguiente, culpable de estas muertes. Ni una sola palabra sobre el tipo de sociedad que ha engendrado a los delincuentes, a los asesinos. De nuevo, se trata de aquellos que optaron por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Una vez más, todos conocemos la sociedad que ha hecho posible estas muertes: una sociedad fundada sobre los cimientos de la violencia, una de cuyas expresiones es la violencia delincuencial, y una de cuyas partes, un segmento mayoritario de seres humanos, fue apartada y echada al olvido, donde aún hoy yace, al menos parcialmente, y aunque cada vez sean menos. Si nada excusa a la burocracia indolente, tanto o más intolerable resulta la impostura cómplice de los que no dicen nada sobre esta violencia primigenia.
Así, como no es concebible que exista algo más importante que expulsar al mal de la Tierra, y como Chávez es el mal (el innombrable, el maligno, etc.), Chávez debe ser aniquilado, y sus seguidores, cuales ríos desbordados, deben volver a sus respectivos cauces, a donde pertenecen. Chávez es la muerte, y su derrota será la victoria de la Vida sobre la muerte. De esta forma, ningún acontecimiento, ninguna tragedia ocurrida en cualquier lugar del mundo será más importante o, en dado caso, equiparable a la tragedia que significa vivir en la Venezuela gobernada, codo a codo, por Chávez y el hampa. Pero al mismo tiempo, y aunque parezca paradójico, cualquier acontecimiento, cualquier tragedia será asimilable, «comprensible», única y exclusivamente a condición de que se emplee como punto de referencia insoslayable la tragedia venezolana. En otras palabras, la singularidad de cualquier acontecimiento será, así, sometida a la regularidad de la tragedia venezolana.
Ejemplos sobran: el genocidio contra el pueblo palestino asentado en la franja de Gaza será equiparado con los muertos que reposan en la Morgue de Bello Monte; las víctimas de un terremoto en China será equivalente a los muertos a manos del hampa en Venezuela; las muertes en Vietnam, el Golfo Pérsico e Irak serán equiparables a las muertes a manos de la delincuencia en Venezuela; los inmigrantes africanos preferirán las costas de la más segura «Europa fascista», antes que Venezuela, donde los índices de criminalidad están por los cielos. Palestina, China, Vietnam, Irak o África son referencias geográficas casi accesorias. No importa que se trate de un terremoto, de una más de las tantas agresiones imperialistas estadounidenses – con su secuela de millones de asesinados – o de la infame directiva de retorno europea. Nada se compara con la tragedia venezolana.
Hay más -siempre hay más: el Festival de San Fermín (en Pamplona, España) será comparado con la Parroquia San Agustín, en Caracas, y mientras en el primero los participantes de la fiesta evitarán ser alcanzados por los toros, en San Agustín se corre para evitar ser alcanzados por los delincuentes; la alfombra roja del Festival de Venecia (Italia) será equiparada con las cifras rojas que produce el hampa; las expropiaciones serán equivalentes a un atraco a mano armada; las tensiones diplomáticas con Estados Unidos serán representadas con un cuadro que identifica al Tío Sam con el «enemigo» y a los delincuentes con «amigos»; la corona del Rey Chávez, que pretendería mantenerse «indefinidamente» en el poder, será equivalente a las coronas mortuorias de las víctimas del hampa; las evidencias de planes de magnicidio contra Chávez serán desestimadas con la pregunta: «¿Cuántos venezolanos mueren asesinados?»; y los anuncios gubernamentales de renovación de su parque de armas, serán respondidos con la frase: «Queremos misiles pero contra el hampa».
Multiplicadas estas imágenes ad infinitum, repetidas hasta el hartazgo, de todas las formas posibles, a través de todos los medios disponibles, ellas constituyen uno de los pilares que soportan el discurso de la oposición venezolana. Un discurso cuya premisa podría ser, para decirlo con Eneko: «No tocar. No ver. No oír. No gritar». A menos, claro está, que se trate de otro «crimen» cometido por Chávez y los suyos. Un discurso impasible, una risa ruin disfrazada de «humor inteligente»; un discurso que vence cada vez que logra inocular en alguno de nosotros la culpa, y frente al cual, sin embargo, no nos queda otra opción que sentir vergüenza, y combatirlo como sólo puede combatirse contra lo intolerable.
¡Austeridad! ¡Austeridad!
Ejemplos sobran de esa particular manía del antichavismo que consiste en valorar la realidad, desde los grandes acontecimientos hasta los hechos más cotidianos, de acuerdo al grado de simpatía o rechazo que estos despierten en el mismo Chávez. Incluso, me atrevería a afirmar que el antichavismo suele apelar a una patética versión de la suspensión del juicio, a la espera ansiosa de la valoración de Chávez sobre tal o cual hecho. Una vez conocida la opinión de Chávez, puede el antichavismo proceder a opinar en sentido contrario, y el frágil equilibrio del mundo es restituido. Se juzga preferible no correr el terrible riesgo de coincidir con el hombre, así esto implique desobedecer a lo que dicte la propia conciencia. Singular forma de dictadura ésta, la de aquellos que son capaces de renunciar a los propios dictados con tal de oponerse al «dictador».
En aquellos casos extremos en que la coincidencia es inevitable, por ejemplo en el caso de los magallaneros, introducir un matiz, marcar una mínima diferencia es considerado un punto de honor. De allí el coro que de vez en cuando se escucha en el Estadio Universitario: «¡Endy sí, Chávez no! ¡Endy sí, Chávez no!», al que se sumarán, sin duda alguna, unos cuantos caraquistas o guaireños advenedizos, que son capaces de vitorear a la figura del equipo contrario si el objetivo es hacer barra contra el apellido monstruoso.
De allí que los medios opositores denigraran de la participación venezolana en las recientes Olimpíadas o se sumaran a presentar la matanza de indígenas en Pando, Bolivia, como un enfrentamiento – en total sintonía con los medios opositores bolivianos. De allí el lamentable episodio de la señora que reaccionara indignada luego de que el Indepabis decomisara paquetes de arroz que estaban siendo vendidos con sobreprecio en el Excelsior Gama de Santa Eduvigis, y procediera a venderlo al público a precio regulado en Parque del Este. De allí que se valore a Sean Penn no como actor, sino como un desgraciado que tuvo el desatino de retratase con Chávez. (Lo de «desgraciado» es casi un eufemismo: basta entrar en el enlace arriba y leer algunos comentarios. Uno de los pocos presentables: «… menos mal que nunca me gustaron las películas del perro ese»). De allí que en ciertos medios se anuncie el estreno del film W., de Oliver Stone, con el titular: «Oliver Stone saca la película que hará gozar a Chávez«. (Naturalmente, ya circulan las versiones de que Chávez habría financiando a Stone). Por idéntica razón, mientras Oliver Stone declara: «No creo que Sarah pueda entender la película. Tiene muchos diálogos complicados. George Bush es un intelectual comparado con ella», y Madonna le prohíbe asistir a sus conciertos, el grueso del antichavismo delira por Sarah Palin: «… parece más bien venezolana por ser aguerrida, bonita y capaz de asumir tantos retos» o ésta otra: «… una mujer íntegra, luchadora, emprendedora, con vocación de servicio. No tipo Lina [Ron], acomplejada, llena de odio, arrodillada y sin objetivos».
De nuevo, sobran los ejemplos. Pero vale detenerse en un caso bastante reciente, y que ilustra una cierta modalidad de la manía ya descrita.
Tal vez pueda afirmarse que las transnacionales de noticias en general, pero sin ninguna duda los medios opositores venezolanos quedaron mudos frente a una «crisis financiera global» que, por demás, no termina de expresarse en toda su magnitud. Las explicaciones fueron sustituidas por una andanada de tecnicismos (ante los cuales los simples mortales respondemos con indiferencia o escepticismo, porque no nos dicen nada), como suele ocurrir, además, cuando la economía es «debatida» en televisión, todo lo cual acompañado de las familiares imágenes de cifras en rojo y corredores de bolsa con rostros desencajados, que indican que la cosa va realmente mal y que señalan el momento justo en que uno debe proceder a revisarse el bolsillo o la cartera, por si acaso. ¿Y los adalides del libre mercado? Los tipos son tan cínicos que… pero no, hace unas tres semanas, en el diario argentino Página 12, Juan Sasturain lo describió perfectamente: «Da asco… el verso de economistas ‘realistas’ que nos hablan -casi con suficiencia y satisfacción: es increíble- de cómo la crisis yanqui afectará no sólo a la Argentina si no está ‘debidamente preparada’ sino a ‘la economía familiar’ de cada uno, incluso… Pero no sacan ninguna conclusión de eso. Lo único que falta, en algunos casos, es que a la crisis yanqui… le pongan nombre de mujer -Nelly, Shirley, Carla- como a los huracanes. Porque es así: para muchos analistas, el ‘problema’ que tienen estos ladrones parece una catástrofe natural, un lamentable fenómeno meteorológico que ha arrasado con todo y debido al cual hay que realizar operaciones de ‘salvataje’ -no es otra la palabra utilizada-, y se espera la solidaridad internacional. Qué hijos de puta…».
Poco más de una semana antes, el 20 de septiembre, reunido en Miraflores con la Comisión de Presupuesto, Chávez anunciaba: «En Venezuela estamos en condiciones de aguantar el terremoto financiero mundial, el país sigue su marcha con tranquilidad, gracias a las medidas que hemos tomado desde hace varios años… Nosotros, afortunadamente – sin que esté diciendo yo que esto no nos va a afectar, va a afectar a todo el mundo y también a América Latina, y por tanto a nosotros -, pero hemos venido desenganchándonos de ese sistema perverso… Los grandes medios de comunicación privados están tratando de minimizar e incluso negar los efectos de la gran catástrofe financiera occidental…». Luego, dirigiéndose a gobernadores, alcaldes y a su equipo de ministros, exhortaba: «Hay que tener claro para dónde vamos: el socialismo… La mejor manera… es cero derroche, la lucha contra el burocratismo, invertir en lo que realmente se necesita, es necesario eliminar todo tipo de gasto innecesario».
¿Cuál fue la reacción, al día siguiente, de los principales diarios de circulación nacional? Cosa curiosa: ni el anuncio, pero mucho menos el exhorto merecieron primera página. El Nacional, en la página 3 de su cuerpo A, en el extremo inferior derecho, resumía todo en una nota de 152 palabras, como quien se espanta una mosca en la oreja: «Hugo Chávez sostuvo que ‘hay tres medios de comunicación que tratan de minimizar la catástrofe del sistema occidental capitalista’. Indicó que ignoran el presunto magnicidio y que el plan conspirador tiene como fin evitar las elecciones regionales». Tres líneas más dedicadas al anuncio del aumento del subsidio para los productores de arroz y tres líneas más sobre algún asunto relacionado con el PSUV. El Universal, por su parte, fue seis veces más elocuente: en la página 12 del cuerpo 1, publicó una nota de 158 palabras: seis palabras más. «La Comisión de Presupuesto del Gobierno realizó una revisión de la asignación que se ejecutará para el próximo año. En ese contexto, el presidente Hugo Chávez Frías anunció… que en el nuevo ejercicio se racionalizará el gasto público e insistió en que se recortaran los «gastos superfluos».»Chávez dijo anoche que ‘en Venezuela estamos en condiciones de aguantar el terremoto financiero’ internacional. Reiteró que ‘el país sigue su marcha con tranquilidad'».

Más suspicaz, sin embargo, y sin duda marcando pauta, resultó ser la agencia Associated Press (AP). El 21 de septiembre distribuía alrededor del mundo una nota intitulada: Apunta gobierno de Chávez a la austeridad. «El gobierno del presidente venezolano Hugo Chávez busca racionalizar el gasto público para eludir los riesgos que se vislumbran de cara a los problemas económicos mundiales y la reducción de los precios del petróleo. Chávez dijo que Venezuela está bien posicionada para soportar los problemas financieros internacionales, y que el ‘cero derroche’ es un concepto clave en el diseño del presupuesto del 2009″. ¿Dijo Chávez en algún momento que el «cero derroche» estaba orientado a «eludir los riesgos que se vislumbran de cara a los problemas económicos mundiales y la reducción de los precios del petróleo»? No. ¿Es la primera vez que Chávez exhorta al «cero derroche»? No. Pero de qué vale ya.
La palabreja había sido desenfundada: ¡Austeridad! ¡Austeridad!
Alguien con más paciencia sabrá determinar el momento exacto en que los medios opositores nacionales fueron capaces de comprender la jugada retórica de la AP. Incapaces de ofrecer a su base social una explicación razonable sobre el «terremoto financiero internacional», la impotencia era de tal envergadura que fueron incluso incapaces, hace un mes, de hacer lo que mejor hacen: evaluar el discurso de Chávez para, acto seguido, posicionarse en contra. Uno puede hasta ser condescendiente y pensar: se entiende la impotencia, porque ¿cómo negar, por ejemplo, que la decisión de retirar nuestras reservas de la banca estadounidense fue una medida acertada y oportuna? ¿Cómo contradices a un tipo que no niega que la economía venezolana se verá afectada por la crisis global, pero que gracias a las medidas que ha adoptado su gobierno los efectos no serán lo devastadores que son en otras latitudes? Allí es donde la ¡austeridad! entra en juego.
Tal y como lo supo hacer la AP en su momento, a estas alturas todos los medios opositores nacionales se han sumado al reclamo histérico: ¡Austeridad! ¡Austeridad! Austeridad porque el gobierno ineficaz no sabe qué hacer frente a la crisis. Austeridad porque la dictadura se tambalea. Describen la caída de los precios del petróleo como sólo podría hacerlo un reportero de guerra del tipo Fox News, que relata extático el avance de las tropas invasoras en Irak. Ante cada repunte del barril venezolano, reaccionan como si estuvieran presenciando una batalla perdida.
La AFP, desde Caracas, reporta: «Tras la fuerte expansión del gasto público en Venezuela, impulsada por el boom petrolero, el gobierno del presidente Hugo Chávez habla de austeridad por primera vez en casi diez años, temiendo que la actual crisis financiera reduzca los precios del crudo, según analistas». Del otro lado de la frontera, El Espectador se suma gozoso al coro: «El derrumbe de los precios del petróleo amenaza la estabilidad del gobierno de Hugo Chávez. El auge económico que Venezuela experimentó en los últimos cinco años terminó de manera abrupta. La caída de la cotización del crudo redujo los ingresos fiscales a un nivel crítico para el gobierno. Al agotarse la chequera, por primera vez desde que llegó al poder en 1999, el presidente bolivariano utiliza una palabra que no figuraba en su vocabulario: austeridad». Y así, distintas versiones del «Chávez habla de austeridad por primera vez» circulan alrededor del mundo.
De esta forma, la noticia va dejando de ser el fulano «terremoto financiero internacional», y ya sólo pretenden hablarnos de la ¡austeridad! y de los precios del petróleo. Los expertos, no faltaba más, cuestionan las «medidas de austeridad» de Chávez. Sólo falta quien denuncie estas «medidas de austeridad» como neoliberales, y califique a Chávez como un adalid de la misma doctrina económica que hoy se está viniendo abajo. Ya lo veo: Chávez el neoliberal, uno del tipo Carlos Andrés Pérez, del que sólo cabría salir con un nuevo 27 de Febrero.
Cómo diría Sasturain: qué hijos de puta.
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Una versión más breve de este mismo artículo aparece publicada hoy en el semanario Temas Venezuela.
Volver a Caracas
Es casi imposible resistirse a la tentación de concluir que un lugar como Maiquetía, y sobre todo si se está en el Aeropuerto Internacional, es el escenario de un fenómeno tan curioso como patético: en él se multiplica exponencialmente el malestar de ánimo que es distintivo de la pequeña burguesía venezolana, esa que dedica una buena parte de su tiempo a comunicar de viva voz los horrores que le ha tocado padecer en la era del chavismo. Nadie está a salvo de ellos: se les identifica en el ceño fruncido, en la velocidad inusual con la que transitan por los pasillos, en la molestia desproporcionada que les produce un leve retraso en Inmigración, en los diarios que llevan bajo el brazo, en la mirada desconfiada que escruta severamente el entorno. Y, por supuesto, en los comentarios. Basta detenerse un instante y echar un ojo, escuchar un poco: están por todas partes.
Lo percibí por primera vez en marzo de 2002, cuando me tocó viajar a San José de Costa Rica. Cualquiera podrá opinar que es muy fácil decirlo a seis años de distancia, pero igual va: entonces, ese mismo malestar se expresaba de forma más violenta, más vociferante. Más que un lugar en el que compartíamos inevitablemente chavistas y antichavistas, los primeros teníamos que hacernos a un lado, a riesgo de que nos pasaran por encima. No es una metáfora. Me sucedió con una mujer en sus treinta y algo, a quien tuve que darle espacio, mientras hacía malabares con la maleta, para no estorbarle el veloz paso que acompasaba con ruidosos insultos contra el gobierno, contra Chávez, contra el país y contra todo. Una escena que anunciaba, a su manera, lo que acontecería un mes después.
Seis años después, el mismo malestar no se expresa con tanta violencia. A riesgo de no encontrar el término exacto, diría que lo que mejor describe la actual situación, el estado de ánimo presente es la frustración. O la resignación. Una frustración, digamos, no pasiva, que no oculta su deseo de revancha, pero frustración al fin. Resignación que se confunde con el goce que les produce poder marcharse del país al menos durante un tiempo. Como todo malestar, es más poderoso que cualquier evidencia concreta: nada importa que nuestra pequeña burguesía hoy disponga de mejores condiciones para costearse un viaje al exterior. Sería interesante tener los números a la mano, pero difícilmente alguien en su sano juicio podrá negar que hoy la pequeña burguesía venezolana viaja con una frecuencia impensable no sólo hace veinte años – por emplear una cifra redonda – sino incluso a comienzos de la era Chávez. Pero seguramente viajará convencida de que esta particular bonanza será producto del esfuerzo individual, o hasta de la fortuna, pero jamás de las medidas gubernamentales que han hecho posible el crecimiento económico – para emplear la jerga clásica. Un crecimiento económico del que la pequeña burguesía ha sido una de las más beneficiadas – si no la más. Es la misma clase que disfruta las ventajas del Bolívar oficial, pero critica el control de cambio.
Este malestar clasemediero se expresa de formas verdaderamente grotescas. Ya de regreso en Maiquetía, y aún a bordo del avión, fuimos testigos de las «recomendaciones» que un grupo de venezolanos impartía a una pareja de argentinos que venían a Venezuela en plan turista. Para más señas, «un grupo de venezolanos» traduce en realidad a dos muchachas y un tipo que difícilmente sobrepasan los treinta años. En resumen, las advertencias fueron:
1. Si permanecen entre Chacao y Altamira no les va a suceder nada. Aunque el centro de la ciudad tiene algunos lugares «lindos» como para visitar, lo conveniente es permanecer alejado de él, porque es muy peligroso.
2. No confíen en nadie.
3. La sentencia del tipo: es bueno que visiten Caracas para que la comparen con Buenos Aires, y se convenzan de que el lugar al que han llegado no tiene nada bueno que ofrecerles.
Es decir, señoras y señores, welcome to the jungle.
No es necesario aclarar que puesto en semejante situación, difícilmente alguien sería tan imbécil – y hasta irresponsable – como para retratarle a una pareja de turistas un cuadro idílico de Caracas, del tipo sucursal del cielo. Pero así funciona el chantaje: todo aquel que no suscriba esta versión de Caracas como el infierno, seguramente piensa que Caracas es el cielo. Claro, porque no piensa. Todo aquel que no suscriba la versión de que vivimos en una dictadura totalitaria, seguramente convalida cualquier cosa que haga el gobierno. Claro, porque no piensa. Sólo piensan los que están convencidos del infierno totalitario, y los demás no pensamos. Obviamente, Caracas no es ni una cosa ni la otra. Ni tampoco el purgatorio – antes de que alguien me venga con el mal chiste.
Lo que el micro-relato anterior revela es la imagen que un segmento minoritario de venezolanos tiene de Caracas, y en general del país y de sus circunstancias históricas. Más allá del lugar común de que la ciudad termina donde comienza el oeste – una valoración social y geopolítica que es una constante histórica de la clase media venezolana – lo que resulta clave, a mi entender, es la advertencia: no confíen en nadie. Que más que una advertencia necesaria – como de quien realiza la buena acción del día – a un par de turistas desprevenidos, lo que revela es la desesperanza y el desaliento del propio antichavismo. El problema, por así decirlo, se presenta cuando esta desconfianza, y con ella la resignación, y con ambas el miedo, se expresan políticamente. Porque en el miedo reside el capital político de los conservadurismos. Y de allí la miseria de la oposición venezolana, que no es capaz de movilizar a su base social si no es a condición de convencerla de que vivimos en el peor de los infiernos posibles.
Luego, el taxi. Antichavista. Un tipo grueso y enorme, brasileño con años en el país, un tipo simpático, de conversación amena. Pregunta de rigor: cómo ven a Chávez en Buenos Aires. Le doy cuenta de nuestra experiencia: al saber que éramos venezolanos, muchos nos preguntaban por Chávez. De estos, todos lo valoraban positivamente. Sólo un taxista nos preguntó qué llevábamos en la «valija», a manera de joda. Y vaya que le han dado duro a lo del maletín los medios anti-K, que está de más decir son casi todos. El taxista guarda un silencio incrédulo. Se lanza un discurso sobre el maletín, nos dice que en Venezuela no se habla de otra cosa. Le pregunto sobre los planes de magnicidio, que cómo marchan las investigaciones. Me responde que el problema es que nadie cree en eso. Le comento que a pesar de estar bastante desinformado de lo que ha sucedido la última semana, pude saber que había varios detenidos, más de veinte, si mal no recuerdo. Que hay unas grabaciones. Responde que… bueh… que sí… que es cierto, y de repente nos encontramos todos escuchando una historia hilarante, de un cable submarino que nos conecta con Cuba, y de cómo todas estas grabaciones se hacen en realidad desde La Habana. Las mismas grabaciones que evidencian los planes de magnicidio. Planes en los que no creen los que creen, sin embargo, en la hipótesis del cable submarino. Le cuento que escuché decir – en Caracas, antes de viajar – que la gasolina que usamos en Venezuela no es venezolana sino brasileña, que es de mala calidad, más inflamable, y que por eso se han incrementado los accidentes viales que resultan en carros devorados por el fuego. El tipo se ríe. Todos nos reímos. Le comento que hay algo que nunca he podido entender: cómo es posible que en San José, Quito o Buenos Aires las tarifas de los taxis sean mucho más baratas que en Venezuela, siendo el caso no sólo que nuestra gasolina es casi regalada, sino que en estas ciudades es bastante cara. El hombre no atina a responderme. Pero no importa. Me conformo con pensar que al menos pudimos reírnos un buen rato.
Así fue volver a Caracas.
Mayo 68 y los "estudiantes por la libertad"
I.-
La leyenda urbana más reciente de la que tengamos noticia es aquella según la cual el canal Telesur fue el responsable de realizar el video en el que las FARC confirmaron la muerte de Marulanda. Digo leyenda urbana porque lo de las transnacionales de noticias, y concretamente lo de los medios opositores en Venezuela ya supera el calificativo de «terrorismo mediático» (término acuñado cuando ya se hizo insostenible seguir acusándoles de organizar «shows mediáticos» para distraer la atención).
Julio César Pineda (canal Globovisión):
Los niños de Javier Vidal son «universitarios herederos de los combates por la autonomía en 1928 en Córdoba, y como los del Mayo Francés, la Primavera de Praga, la Revolución de los Claveles portuguesa o la Revolución Naranja ucraniana».
José Toro Hardy (canal Globovisión, diario El Universal):
«Con las distancias del caso, los acontecimientos que iniciaron en mayo los estudiantes en Venezuela inevitablemente me traen la memoria el famoso Mayo Francés».
…
«En situaciones como éstas, suelo recurrir a las páginas de la historia en búsqueda de precedentes. Por eso me vino a la memoria el episodio conocido como el ‘Mayo Francés’ que tuvo lugar en 1968».
…
«La historia tiene una terca tendencia a repetirse y la naturaleza rebelde de los estudiantes es la misma en todas partes y en todos los tiempos. Cuando los estudiantes salen, los gobiernos tiemblan. Algo es evidente: se produjo un punto de quiebre en la opinión pública. Ya el gobernante no puede seguir haciendo lo que le da la gana. ¡Adiós a la revolución!».
Heinz Sonntag:
Me topé con la última edición de la revista Exceso, número 218 de mayo de 2008, en alguna librería de Caracas. En la portada, en todo el centro, un 1968 en blanco, y abajo, en letras rojas: Estallido global. Decidí invertir los 12 bolívares fuertes que cuesta la revista, seguro de que esta vez no perdía la apuesta. Le aposté a Sandra una pizza:
-Papá, tengo hambre.
Complementaria de la anterior es la leyenda según la cual los «estudiantes por la libertad», como los bautizó Gustavo Tovar Arroyo, derrotaron a Chávez el pasado 2D. Es exactamente la misma ceguera infinita que arrastra a la oposición a jurar que en las elecciones regionales del próximo noviembre arrasarán en todos los estados en los que fue derrotada la propuesta de reforma constitucional.
– ¿Sí?
– Nadie lo quiere. (Sucesión de maledicencias impublicables). Aquí en Caracas gana Leopoldo López.
– ¿Usted dice?
– Mire mijo, ese tipo gana sólo en las zonas rurales, donde están el monte y la culebra (otra leyenda urbana, digna de otro análisis). Pero en las ciudades ya no lo quieren.
– ¿Y usted sabe quiénes son los que lo tienen así? Los estudiantes, maestro, los estudiantes.
Algunos cámaras leen este tipo de notas y son presa fácil de la indignación. Hasta cierto punto es comprensible: la farsa de la fractura en la nariz, la negativa a debatir con estudiantes chavistas en la Asamblea Nacional, los 500 mil dólares del Instituto Cato y un largo etcétera. Todo esto sumado al espectáculo de varios puñados de estudiantes vociferando frente a las cámaras de televisión o ante un frondoso bosque de micrófonos que no existe la libertad de expresión, o denunciando el cercenamiento de las libertades políticas mientras son resguardados celosamente por la policía cada vez que deciden marchar al centro de Caracas, no vaya a ser que algún chavista se les atraviese y les diga unas cuantas malas palabras.
Sobre el Mayo 68 hay unas cuantas y muy buenas referencias en la web. Por ejemplo, un par de páginas que reúnen algunos de los posters que inundaron las paredes de París (aquí y acá).






Para aquellos que manejen el inglés, está disponible un buen audio tour interactivo que preparó el diario inglés The Guardian. Por último, el excelente documental de William Klein, Grand soirs et petits matins (Grandes tardes y pequeños amaneceres), que registra el suceso en pleno desarrollo, y que pueden ver aquí.
¿Por qué construir el pueblo es la principal tarea de una política radical? (fragmento) – Ernesto Laclau
(Sabemos de sobra que hace algunos años el gobierno estadounidense ha encontrado la fórmula retórica para acusar y descalificar a ciertos procesos políticos de Nuestra América: «populismo radical». La evidencia circula profusamente por la web: por ejemplo aquí, acá o más allá. El lector informado no tendrá ninguna necesidad de indagar en cualquiera de los enlaces anteriores, y lo más probable es que recuerde alguna referencia más reciente, y con toda seguridad más patética.
Pero el colmo del patetismo es cómo esta fraseología es inmediatamente adoptada sin el menor rubor por opinadores, politiqueros de oficio e intelectuales. Sobre esta última especie, resulta cuesta arriba poner en duda el liderazgo de un Mario Vargas Llosa – de quien hay que aclarar en justicia que es un personaje obsesionado con el tema del populismo aun antes de la sombría era George W. Bush – y su séquito de repetidores sin gracia, cuya principal virtud es precisamente esa: ser capaces de repetir cansonamente los mismos argumentos una y otra vez, en favor del libre mercado, la democracia liberal y la amenaza del populismo. En abierto contraste con ellos, el debate que se libra en la izquierda – perdonen los señores el «anacronismo» – a propósito, por ejemplo, del «socialismo del siglo XXI», es al menos más plural y menos desprejuiciado, lo que ciertamente no habla muy bien de la izquierda, sino infinitamente mal de esta derecha ilustrada.
A propósito de los intelectuales y populismo, los cámaras del blog Verboamérica – cuya lectura recomiendo ampliamente – publicaron ayer miércoles 14 de mayo una entrada intitulada Antipopulistas ilustrados. En éste, a su vez, incluyen el enlace de un artículo del mexicano Roger Bartra. A primera vista, se trata de un trabajo «académico», en el que cita a los ya clásicos estudios de Germani y di Tella. Pero también, no podía faltar, a Ernesto Laclau.
Todo lo cual no le impide esgrimir las ya manidas invectivas contra el populismo chavista, del tipo
– «… el extraño socialismo populista venezolano que propone Chávez se conecta con el obsoleto modelo revolucionario cubano».
– «Cada vez más venezolanos se percatan de las carencias y del atraso del proyecto de Chávez: por eso perdió el referendo de 2007 en que se proponía modificar la constitución y perpetuarse en el poder».
Además, se atreve a sugerir su propio concepto de populismo: «… podría decir que el populismo es una cultura política alimentada por la ebullición de masas sociales caracterizadas por su abigarrado asincronismo y su reacción contra los rápidos flujos de deslumbrante modernización; una cultura que en momentos de crisis tiñe a los movimientos populares, a sus líderes y a los gobiernos que eventualmente forman».
«¡Apártate de ahí, negra, y deja tu abigarrado asincronismo!» Así insultan los tipos que saben.
Tanta palabrería para terminar afirmando lo que aquí nos ha dicho un montón de veces Teodoro Petkoff, y por allá, también, algunos integrantes de la pandilla de Vargas Llosa:
«Pero hay otros caminos posibles para gobiernos de izquierda con bases populares sólidas. La alternativa más conocida y probada es la socialdemócrata, tal como se ha presentado en Chile, Brasil y Uruguay, donde los gobiernos de Bachelet, Lula y Tabaré se han distanciado claramente del populismo. Estos gobiernos de orientación socialdemócrata, al igual que los populistas, ponen en el centro la necesidad de impulsar sociedades igualitarias, incluyentes y protectoras de los grupos más pobres o vulnerables. Pero hay grandes diferencias: de un lado tenemos una defensa de la democracia representativa y una política que acepta claramente que hoy en día la globalización es el más importante motor del cambio. En contraposición, el populismo impulsa actitudes de confrontación hacia los empresarios, ve con sospecha las inversiones extranjeras, es agresivamente nacionalista e impulsa reformas políticas que propician la continuidad del poder autoritario del líder; reformas que minan la democracia electoral para favorecer mecanismos alternativos de participación e integración popular de carácter corporativo, clientelar y movilizador».
Es decir, hay dos izquierdas: una buena y otra malísima, bla bla bla.
Les contaba que el Bartra cita a Ernesto Laclau. Si desean tomarse la molestia de revisar lo que escribe sobre el argentino, allá arriba está el enlace.
Pues bien: resulta que el Fondo de Cultura Económica ha anunciado la publicación, durante este mes de mayo, del libro más reciente de Laclau, Debates y combates. Por un nuevo horizonte de la política. Y como nos tiene acostumbrados, el Fondo nos anticipa un fragmento del libro, que es el que les dejo acá. Concretamente, la breve Introducción y parte del capítulo con el que titulamos esta entrada. En el libro, como ya leerán a continuación, entra en debate con algunos autores (Zizek, Badiou, Agamben, Negri y Hardt). Pero he querido resaltar el par de frases con las que cierra la intro, y que tanto contrastan con lo que todo el tiempo repiten los Vargas Llosa y los Bartra de este mundo:
«Es para mí un motivo profundo de optimismo que después de tantos años de frustración política nuestros pueblos latinoamericanos estén en proceso de afirmar con éxito su lucha emancipatoria. Es este nuevo horizonte histórico el que ha estado en la base de mi reflexión al escribir estos ensayos».)
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Debates y combates. Por un nuevo horizonte de la política.
Introducción.
Los cuatro ensayos que componen este volumen fueron escritos en los últimos ocho años y se ocupan de aspectos cruciales vinculados al reciente debate político de la izquierda. El ensayo referido a Slavoj Žižek parte de una polémica que él inició en Critical Inquiry e intenta mostrar las falacias de sus argumentos, que son tan sólo una mezcla indigesta de determinismo económico y subjetivismo voluntarista, a lo cual se añade una distorsión sistemática de la teoría lacaniana. (Esta distorsión ha sido demostrada de modo inequívoco en el reciente libro de Yannis Stavrakakis, The Lacanian Left.)[i]
La obra de mis otros adversarios en este libro presenta una sustancia teórica mucho más considerable. Mi ensayo sobre Alain Badiou trata -desgraciadamente de modo muy sumario- uno de los enfoques más originales y promisorios de la filosofía actual. Una consideración, por mi parte, más seria y sistemática de su obra podrá encontrarse en mi libro en preparación La universalidad elusiva. El gran mérito de la obra de Badiou reside, en mi opinión, en su drástica separación entre “situación” y “acontecimiento”, que plantea la cuestión del estatuto ontológico de una interrupción radical, que rompa con todas las ilusiones y los señuelos de la mediación dialéctica. Los límites de su análisis están dados, desde mi perspectiva, por lo que considero una exploración insuficiente de aquello que está estructuralmente implícito en una interrupción radical. Éste es el punto en que mi enfoque -“hegemónico”- se diferencia del suyo, fundado en lo que él califica de “fidelidad al acontecimiento”. También es el punto en que su ontología –matemática- difiere de la mía -retórica-.
En el caso de Giorgio Agamben, pese a todo lo que separa su enfoque del de Hardt y Negri, mi objeción es comparable. Detrás de su tesis fundamental de que la reducción del bíos a zoé signa el destino de la modernidad -que encontraría su paradigma teleológico en el campo de concentración- hay una simplificación del sistema de alternativas que abre la modernidad. Como lo he insinuado en mi ensayo sobre su trabajo, su misma idea de lo que está implícito en la noción de “potencialidad” puede abrir horizontes para visiones considerablemente más matizadas de la política que las que él explora.
Finalmente, mis desacuerdos con Michael Hardt y Antonio Negri giran en torno a la constitución de las identidades colectivas. Para ellos, la articulación horizontal entre distintas luchas sociales debe ser desdeñada en provecho de un aislamiento vertical de las diversas movilizaciones, que no requerirían la construcción de ningún vínculo político entre sí. Por las razones que se exponen en este libro, no pienso que ésa sea una perspectiva adecuada. Dicha perspectiva está anclada en el enfoque del operaismo italiano de los años sesenta, con su énfasis en la autonomía y su abandono de la categoría de “articulación”. Si bien coincido con ellos en que ésta última categoría no puede ser reducida a las formas institucionales del “partido”, tal como lo había sido en la experiencia del comunismo italiano, pienso también que formas más complejas de articulación, que reintroduzcan la conexión horizontal entre movilizaciones sociales, siguen siendo esenciales en la programación de un proyecto político.
Detrás de cada una de las intervenciones de este volumen hay, de mi parte, un proyecto único: retomar la iniciativa política, lo que, desde el punto de vista teórico, significa hacer la política nuevamente pensable. A esta tarea ha estado destinado todo mi esfuerzo intelectual. Es para mí un motivo profundo de optimismo que después de tantos años de frustración política nuestros pueblos latinoamericanos estén en proceso de afirmar con éxito su lucha emancipatoria. Es este nuevo horizonte histórico el que ha estado en la base de mi reflexión al escribir estos ensayos.
Me ha sorprendido bastante la crítica de Slavoj Žižek[iii] a mi libro La razón populista.[iv] Dado que ese libro es altamente crítico del enfoque de Žižek, esperaba, desde luego, alguna reacción de su parte. Sin embargo, ha elegido para su respuesta un camino por demás indirecto y oblicuo: no ha respondido a una sola de mis críticas a su trabajo y formula, en cambio, una serie de objeciones a mi libro que sólo tienen sentido si uno acepta enteramente su perspectiva teórica, que es exactamente lo que estaba en cuestión. Para evitar continuar con este diálogo de sordos, tomaré el toro por las astas, voy a reiterar lo que considero fundamentalmente erróneo en el enfoque de Žižek y, en el curso de mi argumentación, refutaré también sus críticas.
Populismo y lucha de clases
Dejaré de lado las secciones del ensayo de Žižek que se refieren a los referendos francés y holandés, un aspecto en el que mis opiniones no difieren demasiado de las suyas,[v] y me concentraré en cambio en los argumentos teóricos, en los que señala nuestras divergencias. Žižek comienza afirmando que yo prefiero el populismo a la lucha de clases.[vi] Ésta es una manera bastante absurda de presentar el argumento, pues sugiere que el populismo y la lucha de clases son dos entidades realmente existentes, entre las que uno tendría que elegir, tal y como cuando uno elige pertenecer a un partido político o a un club de fútbol. La verdad es que mi noción del pueblo y la clásica concepción marxista de la lucha de clases son dos maneras diferentes de concebir la construcción de las identidades sociales, de modo que si una de ellas es correcta la otra debe ser desechada, o más bien reabsorbida y redefinida en términos de la visión alternativa. Žižek realiza, sin embargo, una descripción adecuada de los puntos en que las dos perspectivas difieren:
La lucha de clases presupone un grupo social particular (la clase obrera) como agente político privilegiado; este privilegio no es el resultado de la lucha hegemónica, sino que se funda en la “posición social objetiva” de este grupo, la lucha ideológico-política se reduce así, en última instancia, a un epifenómeno de los procesos sociales y poderes “objetivos” y a sus conflictos. Para Laclau, por el contrario, el hecho de que cierta lucha sea elevada a un “equivalente universal” de todas las luchas no es un hecho predeterminado sino que es el resultado de una lucha contingente por la hegemonía. En una cierta constelación, esta puede ser la lucha de los trabajadores, en otra constelación, la lucha patriótica anticolonialista, en otra, la lucha antirracista por la tolerancia cultural. No hay nada en las calidades positivas inherentes a una lucha particular que la predestine al rol hegemónico de ser el “equivalente general” de todas las luchas.[vii]
Aunque esta descripción del contraste es obviamente incompleta, no tengo objeciones al cuadro general de las diferencias entre los dos enfoques que provee. Sin embargo, a dicha descripción Žižek añade un rasgo del populismo que yo no habría tomado en consideración. En tanto que yo habría señalado correctamente el carácter vacío del significante amo que encarna el enemigo, no habría mencionado el carácter seudoconcreto de la figura que lo encarna. Debo decir que no encuentro ninguna sustancia en esta crítica. El conjunto de mi análisis se basa, precisamente, en afirmar que todo campo político discursivo se estructura siempre a través de un proceso recíproco, por el que la dimensión de vacío debilita el particularismo de un significante concreto pero, a su vez, esa particularidad reacciona brindando a la universalidad un cuerpo que la encarne. He definido la hegemonía como una relación por la cual una cierta particularidad pasa a ser el nombre de una universalidad que le es enteramente inconmensurable. De modo que lo universal, careciendo de todo medio de representación directa, obtendría solamente una presencia vicaria a través de los medios distorsionados de su investimiento en una cierta particularidad.
Pero dejemos de lado esta cuestión por el momento, ya que Žižek tiene una adición mucho más fundamental que proponer a mi noción teórica de populismo. Según él:
Uno tiene que considerar también el modo en que el discurso populista desplaza el antagonismo y construye el enemigo. En el populismo el enemigo es externalizado o reificado en una entidad ontológica positiva (aun si esta entidad es espectral) cuya aniquilación restauraría el equilibrio y la justicia; simétricamente, nuestra propia identidad -la del agente político populista- es también percibida como preexistente al ataque del enemigo.[viii]
Desde luego, yo nunca he dicho que la identidad populista preexista al ataque del enemigo, sino exactamente lo opuesto: que tal ataque es la precondición de toda identidad popular. Incluso he citado, para describir la relación que tenía en mente, la afirmación de Saint-Just de que la unidad de la república es sólo la destrucción de lo que se opone a ella. Pero veamos cómo se desarrolla el argumento de Žižek. Él afirma que reificar el antagonismo en una entidad positiva implica una forma elemental de mistificación ideológica, y que aunque el populismo puede avanzar en una variedad de direcciones (reaccionaria, nacionalista, nacionalista progresiva, etc.), “en la medida en que, en su noción misma, él desplaza al antagonismo social inmanente hacia un antagonismo entre el pueblo unificado y el enemigo externo, él alberga, en la última instancia, una tendencia protofascista”.[ix] A esto añade sus razones para pensar que los movimientos comunistas no pueden ser nunca populistas, dado que mientras que en el fascismo la Idea estaba subordinada a la voluntad del líder, en el comunismo Stalin era un líder secundario -en el sentido freudiano- ya que se encontraba subordinado a la Idea. ¡Un bonito piropo para Stalin! Como todo el mundo sabe, él no estaba subordinado a ninguna ideología sino que manipulaba a esta última en la forma más grotesca para usarla como instrumento de su agenda política. Por ejemplo, el principio de la autodeterminación nacional ocupaba un lugar privilegiado en el universo ideológico estalinista; se agregaba, sin embargo, que tenía que ser aplicado “dialécticamente”, lo que significaba que podía ser violado tantas veces como se considerara conveniente políticamente. Stalin no era una particularidad subsumible bajo una universalidad conceptual; por el contrario, era la universalidad conceptual la que era subsumida bajo el nombre de Stalin. Desde este punto de vista, Hitler tampoco carecía de ideas políticas -la Patria, la Raza, etc.-, que manipulaba del mismo modo por razones de conveniencia política. Con esto no estoy afirmando, desde luego, que los regímenes nazi y estalinista no fueran diferentes entre sí, sino que esas diferencias no pueden fundarse en un tipo de relación distinta entre el líder y la Idea.[x] (Volveré más adelante a la cuestión de la relación entre populismo y comunismo.)
Pero retornemos a los pasos lógicos a través de los cuales se estructura el argumento de Žižek, es decir, cómo concibe su suplemento a mi construcción teórica. Dicho argumento no es nada más que una sucesión de conclusiones non sequitur. La secuencia es la siguiente: 1) comienza citando un pasaje de mi libro en el que, refiriéndome al modo en que las identidades populares se constituyeron en el cartismo inglés, muestro que los males de la sociedad no eran presentados como derivados del sistema económico sino como resultantes del abuso del poder por parte de grupos parasitarios y especulativos;[xi] 2) encuentra que algo similar acontece en el discurso fascista, en el que la figura del judío pasa a ser la encarnación concreta de todos los males de la sociedad (esta concretización es presentada por él como una operación de reificación); 3) concluye entonces que esto muestra que en todo populismo (¿por qué?, ¿cómo?) hay “una tendencia protofascista de largo plazo”; 4) el comunismo, sin embargo, sería inmune al populismo porque en su discurso la reificación no tiene lugar y el líder permanece a buen resguardo en su carácter secundario. No es difícil percibir la falacia de todo este argumento. Primero, el cartismo y el fascismo son presentados como dos especies del género populismo; segundo, el modus operandi de una de las especies (el fascismo) es concebido como reificación; tercero, por razones no especificadas (en este punto el ejemplo cartista es convenientemente olvidado), eso transforma al modus operandi de la especie en el rasgo definitorio del género en su conjunto; cuarto, una de las especies, en consecuencia, pasa a ser el destino teleológico de todas las otras especies pertenecientes a ese género. A esto habría que agregar, en quinto lugar, como otra conclusión no fundamentada, que si el comunismo no puede ser una especie del género populismo, esto es presumiblemente (el punto no es afirmado explícitamente) porque en él la reificación no tiene lugar. En el caso del comunismo, tendríamos una universalidad sin mediaciones; éste sería el motivo por el que la suprema encarnación de lo concreto, el líder, estaría enteramente subordinado a la Idea. De más está decir, esta última conclusión no está fundada en ninguna evidencia histórica sino en un puro argumento apriorístico.
Más importante, sin embargo, que insistir en la obvia circularidad del argumento de Žižek, es explorar los dos supuestos no explicitados en los que se funda. Ellos son: 1) que toda encarnación de lo universal en lo particular debe ser concebida como reificación; y 2) una tal encarnación es inherentemente fascista. A estos postulados opondremos dos tesis: 1) que la noción de reificación es enteramente inadecuada para entender el tipo de encarnación de lo universal en lo particular que es inherente a la construcción de una identidad popular; y 2) que esta última encarnación -si se la entiende correctamente- lejos de ser una característica del fascismo o de cualquier otro movimiento político, es inherente a todo tipo de relación hegemónica -es decir, al tipo de relación constitutiva de lo político como tal-.
Comencemos con la reificación. Éste no es un término del lenguaje corriente sino que tiene un contenido filosófico muy específico. Fue en primer término introducido por Georg Lukács, aunque la mayor parte de sus dimensiones ya operaban avant la lettre en varios de los textos de Karl Marx, especialmente en la sección de El Capital referida al fetichismo de la mercancía. La omnipotencia del valor de cambio en la sociedad capitalista haría imposible el acceso al punto de vista de la totalidad; las relaciones entre los hombres adquirirían un carácter objetivo y, mientras que los individuos serían convertidos en cosas, las cosas aparecerían como los verdaderos agentes sociales. Ahora bien, si prestamos atención a la estructura de la reificación, su rasgo dominante resulta inmediatamente visible: ella consiste esencialmente en una operación de inversión. Lo que es derivativo aparece como originario; lo que es apariencial es presentado como esencial. La inversión de la relación sujeto/predicado es el meollo de la reificación. En tal sentido, es enteramente un proceso de mistificación ideológica, y su correlato subjetivo es la noción de falsa conciencia. El conjunto categorial reificación/falsa conciencia sólo tiene sentido, sin embargo, si la distorsión ideológica puede ser revertida; si fuera constitutiva de la conciencia, no podríamos hablar de distorsión. Ésta es la razón por la que Žižek, para sostener su noción de falsa conciencia, tiene que concebir los antagonismos sociales como fundados en algún tipo de mecanismo inmanente que ve la conciencia de los agentes como meramente derivativa; o más bien, en el cual esta última, en la medida en que es admitida, es vista como una expresión transparente de dicho mecanismo. Lo universal hablaría en forma directa, sin requerir ningún papel mediador de lo concreto. En sus palabras: el populismo “desplaza el antagonismo social inmanente hacia el antagonismo entre el pueblo unificado y el enemigo externo”. Es decir, que la construcción discursiva del enemigo es presentada como una operación de distorsión. Y, verdaderamente, si lo universal, que es inherente al antagonismo, tuviera la posibilidad de una expresión no mediada, la mediación a través de lo concreto sólo podría ser concebida como reificación.
Desafortunadamente para Žižek, el tipo de articulación entre lo universal y lo particular que presupone mi enfoque acerca de la cuestión de las identidades populares es radicalmente incompatible con nociones tales como reificación y distorsión ideológica. No es cuestión de una falsa conciencia opuesta a otra verdadera -que nos estaría aguardando como un destino teleológicamente programado- sino, pura y simplemente, con la construcción contingente de una conciencia. Por lo tanto, lo que Žižek presenta como su suplemento a mi enfoque, no es en absoluto un suplemento, sino la puesta en cuestión de sus premisas básicas. Estas premisas se derivan de un acercamiento a la relación entre lo universal y lo particular, lo abstracto y lo concreto, que he discutido en mi trabajo desde tres perspectivas -psicoanalítica, lingüística y política- que resumo a continuación para mostrar su incompatibilidad con el crudo modelo de falsa conciencia de Žižek.
Comencemos con el psicoanálisis. He intentado mostrar en La razón populista cómo la lógica de la hegemonía y la del objeto a lacaniano se superponen en buena medida y se refieren ambas a una relación ontológica fundamental en la cual lo pleno (fullness) sólo puede ser tocado a través de su investimiento en un objeto parcial; que no es una parcialidad dentro de la totalidad sino una parcialidad que es la totalidad. En este punto, mis análisis se han beneficiado en gran medida de los trabajos de Joan Copjec, que ha hecho una seria exploración de las implicaciones lógicas de las categorías lacanianas, sin distorsionarlas al estilo Žižek con superficiales analogías hegelianas. El punto relevante para nuestro tema es que lo pleno -la Cosa freudiana- es inalcanzable; es tan sólo una ilusión retrospectiva que es sustituida por objetos parciales que encarnan esa totalidad imposible. En palabras de Lacan: la sublimación consiste en elevar un objeto a la dignidad de la Cosa. Como he intentado mostrar, la relación hegemónica reproduce todos estos momentos estructurales: una cierta particularidad asume la representación de una universalidad que siempre se aleja. Como vemos, el modelo de la reificación / distorsión / falsa conciencia es radicalmente incompatible con el de la hegemonía/objeto a; mientras que el primero presupone el acceso a lo pleno a través de la reversión del proceso de reificación, el segundo concibe lo pleno (la Cosa) como inalcanzable porque carece de todo contenido. Y mientras que el primero ve la encarnación en lo concreto como una reificación distorsionante, el segundo ve el investimiento radical en un objeto como el solo camino para lograr una cierta plenitud. Žižek sólo puede mantener su enfoque en términos de reificación/falsa conciencia al precio de erradicar radicalmente la lógica del objeto a del campo de las relaciones políticas.
Nueva etapa: significación. (Lo que he llamado la perspectiva lingüística se refiere no sólo a lo lingüístico en el sentido restringido sino también a todos los sistemas de significación. Como estos últimos coinciden con la totalidad de las relaciones sociales, las categorías y las relaciones exploradas por el análisis lingüístico no pertenecen a áreas regionales sino al campo de una ontología general.) Aquí encontramos la misma imbricación entre particularidad y universalidad que habíamos encontrado en la perspectiva psicoanalítica. He mostrado en otros escritos que la totalización de un sistema de diferencias es imposible sin una exclusión constitutiva.[xii] Sin embargo, esta última tiene, como un efecto lógico primario, la división de todo elemento significativo entre una dimensión equivalencial y una dimensión diferencial. Como estas dos dimensiones no pueden ser lógicamente suturadas, la consecuencia es que toda sutura será retórica; una cierta particularidad, sin cesar de ser particular, asumirá un cierto rol de significación universal. Es decir, que el desnivel al interior de la significación es el único terreno en el cual el proceso de significación puede desarrollarse. Catacresis = retoricidad = posibilidad misma del sentido. La misma lógica que encontramos en el psicoanálisis entre la Cosa (imposible) y el objeto a la hallamos nuevamente como la condición misma de la significación. El análisis de Žižek no se refiere directamente a la significación, pero no es difícil extraer la conclusión que se derivaría, en este campo, de su enfoque fundado en la reificación: que todo tipo de sustitución retórica que no alcanza una reconciliación literal plena equivale a una falsa conciencia.
Por último, la política. Tomemos un ejemplo al que me he referido en varios puntos de La razón populista: Solidaridad en Polonia. Tenemos ahí una sociedad en la que la frustración de una pluralidad de demandas por parte de un régimen represivo creó una equivalencia espontánea entre ellas que, sin embargo, necestaban expresarse a través de alguna forma de unidad simbólica. Tenemos aquí una clara alternativa: o bien hay un último contenido conceptualmente especificable que es negado por el régimen opresivo -en cuyo caso ese contenido puede ser directamente expresado en su identidad diferencial positiva-, o bien las demandas son radicalmente heterogéneas y lo único que ellas comparten es un rasgo negativo -su común oposición al régimen represivo-. En ese caso, como no es cuestión de la expresión directa de un rasgo positivo subyacente a las diversas demandas sino que lo que tiene que expresarse es una negatividad irreductible, su representación tendrá necesariamente un carácter simbólico.[xiii] Las demandas de Solidaridad pasarán a ser el símbolo de una cadena más extendida de demandas cuya equivalencia inestable en torno a ese símbolo constituirá una identidad popular más amplia. Esta constitución simbólica de la unidad del campo popular -y su correlato: la unificación simbólica del régimen opresivo a través de medios discursivo / equivalenciales similares- es lo que Žižek sugiere que debemos concebir como reificación. Pero está enteramente equivocado. En la reificación tenemos, como hemos visto, una inversión en la relación entre expresión verdadera y distorsionada, mientras que para nosotros la oposición verdadera/distorsionada carece de todo sentido. Dado que el vínculo equivalencial se establece entre demandas radicalmente heterogéneas, su “homogeneización” a través de un significante vacío es un puro passage à l’acte, la construcción de algo esencialmente nuevo y no la revelación de una “verdadera” identidad subyacente. Ésta es la razón por la que en mi libro he insistido en que el significante vacío es un puro nombre que no pertenece al orden conceptual. No se trata, por consiguiente, de verdadera o falsa conciencia. Como en el caso de la perspectiva psicoanalítica -la elevación de un objeto a la dignidad de la Cosa-, y como en el caso de la significación -donde la presencia de un término figural que es catacréstico porque nombra y da así presencia discursiva a un vacío esencial dentro de la estructura significante-, tenemos también en la política la constitución de nuevos agentes -pueblos, en nuestro sentido- a través de la articulación entre lógicas equivalenciales y diferenciales. Estas lógicas implican encarnaciones figurales resultantes de una creatio ex nihilo que no es posible reducir a ninguna literalidad precedente o final. Por lo tanto: olvidémosnos de la reificación.
Lo que hemos dicho hasta este punto ya anticipa que, en nuestra opinión, la segunda tesis de Žižek, según la cual la representación simbólica -que él concibe como reificación- sería esencialmente o, al menos, tendencialmente, fascista, es igualmente insostenible. Aquí Žižek usa un arma demagógica: el rol del judío en el discurso nazi, que inmediatamente evoca todos los horrores del Holocausto y provoca una instintiva reacción negativa. Ahora bien, es verdad que el discurso fascista utilizó formas de representación simbólica, pero no hay nada específicamente fascista en el hecho de hacerlo, ya que no hay discurso político que no construya sus propios símbolos de ese modo. Incluso diría que esta construcción es la definición misma de lo que es la política. El arsenal de posibles ejemplos ideológicos diferentes del que ha elegido Žižek es inagotable. ¿Qué otra cosa que una encarnación simbólica está implicada en un discurso político que presenta a Wall Street como fuente de todos los males económicos? ¿O en la quema de la bandera estadounidense por parte de manifestantes del Tercer Mundo? ¿O en los emblemas rurales, antimodernistas, de las agitaciones de Gandhi? ¿O en la quema de la Catedral de Buenos Aires por parte de las masas peronistas? Nos identificamos con algunos de esos símbolos en tanto que rechazamos otros, pero esto no es motivo para afirmar que la matriz de una estructura simbólica varía de acuerdo con el contenido material de los símbolos. Afirmar lo contrario no es posible sin alguna noción de reificación estilo Žižek, que permitiera adscribir algunos contenidos a la verdadera conciencia y otros a la falsa. Pero incluso esta operación ingenua no tendría éxito sin adicionar el postulado de que toda forma de encarnación simbólica sería una expresión de la falsa conciencia, en tanto que la verdadera conciencia estaría exenta de toda mediación simbólica. (Éste es el punto en que la teoría lacaniana pasa a ser la némesis de Žižek: eliminar enteramente la mediación simbólica y afirmar la posibilidad de una pura expresión de la conciencia verdadera es lo mismo que afirmar tener un acceso directo a la Cosa en cuanto tal, en tanto que a los objetos a sólo se les atribuiría el estatus de representaciones distorsionadas.
[ii] Este artículo fue publicado en Critical Inquiry, año 32, verano de 2006, pp. 646-680. Traducción al español de Ernesto Laclau.
[iii] Véase Slavoj Žižek, “Against the Populist Temptation”, en Critical Inquiry, año 32, primavera de 2006, pp. 551-574.
[iv] Ernesto Laclau, La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.
[v] Excepto, desde luego, cuando él identifica los rasgos específicos de las campañas por el “no” con los rasgos definitorios de todo populismo posible.
[vi] Véase Slavoj Žižek, op. cit., p. 554.
[vii] Ibid.
[viii] Ibid., p. 555.
[ix] Slavoj Žižek, op. cit., p. 557.
[x] Un subterfugio barato que puede encontrarse en muchos puntos de los trabajos de Žižek consiste en identificar la afirmación de ciertos autores acerca de un grado de comparabilidad entre rasgos de los regímenes nazi y estalinista con la imposibilidad de distinguir entre ellos, postulada por autores conservadores como Nolte. La relación entre un líder político y su “ideología” es un asunto sumamente complicado, que involucra muchos matices. No hay nunca una situación en la que el líder sea totalmente exterior a su ideología y que tenga respecto a ella una relación puramente instrumental. Muchos errores estratégicos cometidos por Hitler en el curso de la guerra, especialmente durante la campaña de Rusia, sólo pueden explicarse por el hecho de que él se identificaba con aspectos básicos de su discurso ideológico, de que él era, en tal sentido respecto a ese discurso, un líder “secundario”. Pero si es erróneo hacer de la relación de manipulación entre el líder y su ideología la esencia de un régimen “totalitario” indiferenciado, es igualmente erróneo afirmar, como lo hace Žižek, una mecánica diferenciación entre un régimen (comunista) en el que el líder sería puramente secundario y otro (fascista) en el que tendría una primacía irrestricta.
[xi] En el pasaje citado por Žižek estoy simplemente resumiendo, con aprobación, el análisis del cartismo de Gareth Stedman Jones, “Rethinking Chartism”, en Languages of Class, Studies in Working Class History, 1832-1902, Cambridge, Cambridge University Press, 1983 [trad. esp.: Lenguajes de clase. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa, Madrid, Siglo XXI, 1989].
[xii] Véase Ernesto Laclau, “Why do Empty Signifiers Matter to Politics?”, en Emancipation(s), Londres, 1996, pp. 36-46 [trad. esp.: “Por qué los significantes vacíos son importantes para la política?”, en Emancipación y diferencia, Buenos Aires, 1996].
[xiii] No usamos aquí el término simbólico en el sentido lacaniano sino en otro que se encuentra frecuentemente en discusiones relativas a la representación. Véase, por ejemplo, Hanna Fenichel Pitkin, The Concept of Representation, Berkeley, University of California Press, 1967, cap. 5 [trad. esp.: El concepto de representación, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1985].
Subcomandante Marcos opina sobre Chávez
Un libro que saldrá a la venta esta semana, Corte de caja (editorial Endira), recoge el diálogo entre el subcomandante Marcos y la periodista mexicana Laura Castellanos. En ella habla sobre lo humano y lo divino, lo semi-divino, lo infrahumano, lo sagrado y lo profano; sobre Héctor Aguilar Camín, Carlos Monsiváis, José Saramago, Baltasar Garzón, Eduardo Galeano, Angelina Jolie, Evo Morales, Cristina Fernández de Kirchner, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, AMLO, las FARC, el EPR, etc., etc., etc.
También opinó sobre Chávez.
La derecha histérica mediática anda celebrando que el tipo calificó al presidente venezolano de «caudillo».
Aquí les dejo lo que dijo:
«Está parado con un pie entre una política mediática, con improntas de caudillo, y con otro pie en el movimiento que está despertando en Venezuela, que está efectuando un proceso de transformación fuerte. Venezuela y Bolivia nos llaman la atención, y tratamos de seguirlos de cerca, sin explayarnos mucho hasta no saber bien qué onda, si es posible que un político se mueva al mismo tiempo ‘abajo y arriba’. Nosotros decimos que en México no se puede. No decimos que en otras partes no se pueda. Pero vemos un problema: a veces nos enteramos de lo que pasa arriba, y otras no. Porque la historia que viene de arriba siempre viene editada por el protagonista, sea Chávez, Morales, López Obrador, o el que esté en esa historia. Y cada uno decide con quién saldar cuentas. A esto respondió el EZLN con la Sexta Declaración: ¿con quién vamos a saldar cuentas?, ¿con los intelectuales, artistas y científicos progresistas?, ¿o con la gente como nosotros? López Obrador respondió a esa pregunta, Chávez la responde a su modo, Evo Morales también, los Kirchner, cada quien dice con quién le interesa saldar su historia, y a eso le apuestan. Si no van a quedar bien con el de abajo, no les importa».
Para leer completo este adelanto-fragmento del libro, que publicó el diario mexicano El Universal, date aquí.