Penúltimas palabras sobre Ávila TV



Aquí les dejo mi intervención, este miércoles 14 de septiembre de 2011, en el programa Oye como va, que conduce Oswaldo Rivero y transmite Alba Ciudad, a propósito de las furias desatadas por mi artículo Ha muerto Ávila TV.

Pinchar aquí.

Son las penúltimas palabras sobre el asunto.

La última palabra la tienen trabajadores y obreros del canal, estudiantes de la EMPA.
Se les quiere y se les respeta siempre.
Salud.

Ha muerto Ávila TV


De cuando Ávila TV todavía la partía…

Ha muerto Ávila TV. Su muerte ha sido lenta, la agonía larga. El acta de defunción la firmaron antes de tiempo, cuando más se veía su pantalla en los barrios de Caracas (y la sintonía en aumento), cuando más la partía, cuando más la revolucionaba, y cuando sus trabajadores peleaban con más fuerzas para defenderla.

Hubo un tiempo en que todos hablaban de Ávila TV, así fuera nada más que para afirmar que les resultaba difícil entender lo que sucedía adentro. La revolución bolivariana tiene una deuda con sus trabajadores organizados y movilizados en asamblea permanente, que optaron siempre por no ventilar públicamente tenaces conflictos internos, así como las sucesivas injusticias que debieron padecer. Sin embargo, esta demostración de carácter, firmeza y madurez política, este ejemplo claro de disciplina a toda prueba, fueron respondidos con una feroz e implacable campaña de infamias que hoy perdura. La discusión central, sustantiva, sobre el tipo de televisión que es preciso hacer en tiempos de revolución, sobre cómo hacer una televisión juvenil, popular y revolucionaria, fue sustituida sistemáticamente, del lado de los enemigos de Ávila, por un coro de insultos e invectivas: malandros, desviados, pequeñoburgueses, anarcoides.

Ya nadie habla del Manifiesto de Ávila TV.

Reafirmo algo que sostuve entonces: lo que estaba en juego con la batalla de Ávila TV, mucho más allá de cargos y cuotas de poder, de la fama, la mala conducta o el trampolín para aterrizar en otros canales, era la posibilidad de continuar insurgiendo contra los cánones de la comunicación burguesa y contra los dinosaurios que ven en la pantalla un instrumento para bombardear a la gente de propaganda, que es otra forma de la alienación. La importancia estratégica de Ávila radicaba en que había demostrado cómo insurgir, además con el protagonismo de esos jóvenes que la izquierda conservadora, sectaria y exógena ha despachado históricamente por pertenecer – según le gusta estigmatizar – al lumpen.

Hoy día, en cambio, nadie habla de Ávila, y se le equipara a un cuerpo inerte, aunque respire. La ya vieja leyenda negra de la televisora malandra y malhablada, fue sustituida por la leyenda de la Ávila ingobernable. Así, ha terminado de morir de mengua, aislada como leproso, estrangulada la poca organización que quedaba, sus últimos arrestos de vitalidad. Nadie quiere saber de ella, mucho menos, tal parece, los que aún conservan cuotas y cargos burocráticos.

Lo más grave es que nadie da la cara, nadie ofrece una explicación a los cientos de miles de jóvenes de los barrios que cuando todavía se animan a sintonizar la pantalla que alguna vez los sedujo, se encuentran con la misma programación de hace dos años. Porque, no se engañen: el problema está en la pantalla.

Ha muerto Ávila TV y su muerte es la victoria de los pusilánimes, los sectarios y los mediocres. Muerta, nada más que para engrosar las filas de unos medios públicos incapaces de acumular dos dígitos de audiencia.

Repolitizar los medios públicos


Situación 1: Ocurrió pocos días antes de las elecciones parlamentarias, durante la emergencia provocada por las fuertes lluvias sobre Caracas. Parroquia Antímano. El gobierno nacional acude en auxilio de las víctimas. VTV llega hasta el lugar. Algún funcionario hace evaluación de los daños: familias en riesgo, etc. Le toca hablar a los afectados. Es una mujer de treinta y tantos años. Su rostro está horadado por el cansancio, que reflejan sobre todo sus ojos. Pero permanece firme, ayudando a los suyos. Ella simboliza a la comunidad organizada. En circunstancias tan adversas, es mucho lo que tiene que decir. Micrófono en mano, transmisión en vivo, el periodista quiere conocer su opinión sobre las gestiones que viene realizando el gobierno en el lugar de los hechos. La mujer le responde, palabras más, palabras menos, que está de acuerdo, pero reclama que la comunidad venía alertando… El periodista interrumpe la exposición. Insiste: quiere saber qué opina la mujer sobre la gestión de gobierno. Ésta ensaya una segunda respuesta, algo confundida. Desea, sobre todo, relatar la tragedia que han vivido, explicar cuáles son los problemas de la comunidad, pero la oportunidad no llega. El periodista insiste por tercera vez. Entre resignada y molesta, la mujer termina cediendo: se limita a agradecerle a Chávez por no dejarlos solos.

Situación 2: La mañana del lunes 18 de octubre, el hermano jesuita José María Korta inicia una huelga de hambre en pleno centro de Caracas, a pocos metros de la Asamblea Nacional. Entre otros puntos, demanda la «libertad inmediata para Sabino Romero Izarra y demás presos yukpas recluidos en la Cárcel Nacional de Trujillo». En comunicado público, expresa sus sentimientos de «gran admiración» por las «expresiones orales» del Presidente Chávez «respecto a su política indigenista». Pero advierte: «Hacen falta políticas públicas indígenas ‘desde abajo’… como mecanismo de apropiación del derecho por parte del sujeto social. Es necesaria la desestatización de lo indígena. El derecho a la demarcación no es otra cosa que el derecho a la tierra y todavía, después de once años de Gobierno Revolucionario, no se ha podido concretar”. Inexplicablemente, los medios públicos guardan silencio. (¿Salvo algunas excepciones? No tengo conocimiento de ellas). En contraste, varios medios privados cubren la noticia. Sólo un par de ejemplos: el jueves 21 de octubre, el programa Radar de los Barrios (que transmite Globovisión) incluye un segmento en que el conductor del programa (devenido en improbable aliado de la lucha indígena) confraterniza con el hermano Korta. El mismo día, el diario El Nacional (a cuyos dueños les importa un pepino la suerte de los yukpas) reseña la noticia en primera plana.

El Nacional, primera plana, jueves 21 de octubre de 2010. La noticia de la huelga de hambre del hermano Korta reseñada debajo del titular central.

El Nacional, jueves 21 de octubre de 2001. Detalle de la nota: «Dar la vida es un regalo».

Pudieran citarse varias situaciones análogas, pero las circunstancias exigen concisión. Además, ambas son suficientes para ilustrar lo que podría denominarse la gestionalización de la política comunicacional. A grandes rasgos, ésta se expresa de dos formas:

1) en la primera situación, el esfuerzo está concentrado, exclusivamente, en «demostrar» el esfuerzo que sin duda realiza el gobierno bolivariano para atender una emergencia social. Sin embargo, el pueblo organizado no aparece como sujeto político, que trabaja junto con el gobierno, sino como objeto de la asistencia oficial. Los medios públicos dan voz al pueblo, pero esta voz se ve forzada a «traducir» la línea oficial, se ve obligada a adecuarse a ella, cuando debería ser a la inversa: a través de los medios públicos debería expresarse la línea popular, sus demandas, sus problemas y sus propuestas;

2) en la segunda situación, desaparece la voz popular. Los sujetos políticos populares son, simplemente, invisibilizados. La lógica sería más o menos la siguiente: darle voz a la protesta popular supondría dejar en evidencia los errores de la gestión del gobierno bolivariano. Equivaldría, por tanto, a darle armas al enemigo, que ha hecho de la crítica de la gestión el puntal de su discurso. En casos extremos, se visibiliza a los actores de la protesta, pero criminalizándolos: infiltrados, anarcoides, etc. Mediante la sanción moral, se intenta deslegitimar las causas de la protesta.

En la primera situación, nuestros medios públicos han desperdiciado una extraordinaria oportunidad para que el pueblo se exprese sin cortapisas. El pueblo chavista de Antímano ya no debe luchar sólo contra los estragos de la lluvia, sino además sobreponerse a la frustración que produce la imposibilidad de decir todo lo que tiene que decir. De la frustración al hastío hay un solo paso. El hastío, que significa desmovilización y desinterés por la política, es también una forma de protesta.

La segunda situación expresa más bien una absoluta falta de sentido de la oportunidad. Las implicaciones de ésta son más graves, sus efectos políticos más duraderos: bajo el pretexto de no darle armas al enemigo, terminamos cediéndole el campo de batalla. El terreno que conceden nuestros medios públicos es ocupado por los oportunistas y demagogos. Cierto: el pueblo no habla a través de los medios antichavistas, son las elites las que pretenden hablar a través de él. Las mismas que durante todos estos años han emprendido una feroz campaña de criminalización del chavismo popular. El mensaje siempre es el mismo: «El poder popular de que habla el gobierno es pura paja«. Pero la clave es ésta: a un cierto apaciguamiento de la línea orientada a la criminalización del chavismo, va unido un interés creciente por visibilizar las demandas populares. Ésta es una variante del giro táctico del discurso opositor desde 2007, pero esto es algo que ya he intentado desarrollar en otros artículos, y no es mi intención insistir en el punto, sino en lo siguiente: el oportunismo de los medios antchavistas es la consecuencia inevitable de nuestra falta de sentido de la oportunidad. Mientras el antichavismo «dialoga» (repolariza) con el chavismo popular, los medios públicos le retiran la voz.

Frente a este cuadro, ¿cómo repolitizar los medios públicos? En adelante algunos aportes para la discusión:

1.- Lo primero que habría que terminar de entender es que no se trata de un problema de gestión, sino de un asunto político. Talento sobra en nuestros medios públicos, lo que falta es ponerlo al servicio de una política comunicacional orientada a la radicalización democrática de la sociedad venezolana. No se trata de cargos, ni de puestos (otra expresión más de la burocratización de la política que golpea a la revolución bolivariana), sino de política. Se trata de entender que hemos perdido demasiado tiempo en mezquindades y ruindades, postergando la discusión sobre los medios públicos que necesita la revolución bolivariana; apelando a la descalificación, y en algunos casos incluso a la criminalización (es el caso de la lucha de los trabajadores de Ávila TV), con la intención no sólo de eludir la discusión política, sino de preservar cuotas de poder. Ya basta de mirarnos el ombligo, es tiempo de volver a la calle.

2.- Si de «logros» se trata, no hay logro más importante que la participación popular. Insisto: el mayor aporte del chavismo a la sociedad venezolana fue la incorporación de las masas populares a la lucha política. Nuestros medios públicos deben funcionar como cajas de resonancia de las luchas populares. Lo contrario es traicionar el legado del chavismo originario. Esto supone, por supuesto que sí, hacer visible la relación conflictiva entre pueblo y burocracia (incluida la comunicacional). Pero una revolución no se plantea el falso dilema: pueblo o burocracia. Opta por el primero, en cada circunstancia. Las demandas populares, sus problemas, sus críticas (incluso contra los atropellos de la burocracia) deben aparecer en nuestros medios, antes que en cualesquiera otros.

3.- Lo anterior implica que nuestros medios públicos no pueden seguir concentrando tanto esfuerzo en «desmontar las matrices» de los medios antichavistas. De nuevo: la tendencia es a interpretar esta postura como un ataque despiadado e injustificado contra ciertos espacios televisivos. Al contrario, lo que planteo es la necesidad urgente de balance: ¿de qué vale una programación orientada a la crítica de medios, si no hay espacios para que el pueblo cuestione a los medios antichavistas, pero también a los medios públicos, y en general para que señale nuestros logros y aciertos, así como nuestras fallas y errores? Se habla mucho de usuarios y usuarias de medios públicos, pero una programación concentrada exclusivamente en divulgar los logros de la gestión del gobierno bolivariano y en la crítica de medios, supone una concepción según la cual el pueblo no es sujeto de la política, sino objeto, receptor pasivo, actor de reparto.

4.- Se habla mucho de usuarios y usuarias de medios públicos, pero lo cierto es que no hay medios públicos sin público. ¿Cuáles son los usuarios y usuarias de medios que nadie o muy poca gente ve o escucha? En este caso, la tendencia es a descalificar esta postura con el pretexto de que estamos sugiriendo implícitamente que nuestra televisión, por ejemplo, debe parecerse a Venevisión. Cuánta cortedad de miras. Mientras tanto, poco importa si nuestro mensaje no llega a ninguna parte. Lo peor del caso es que esta tendencia disimula un profundo menosprecio por nuestro pueblo, vuelve a reducirlo a receptor pasivo y acrítico. El problema sería el pueblo «alienado», que se refugia en masa en la programación de Venevisión y Televen, jamás la ausencia de una oferta alternativa: popular, revolucionaria, audaz, creativa. Frente a las narconovelas, «ideología» y crítica de Globovisión. Con razón nadie nos ve. Pero no lo digas muy duro: quedarás como un defensor de las narconovelas.

5.- Habría que leer y releer las palabras de Jesús Martín Barbero: «… la mayoría de nuestros intelectuales en América Latina sigue pensando que los gustos populares no son gustos. Y lo que no es el gusto de la burguesía y de la distinción no es el gusto. Y esto pasa con gente muy de izquierda; el gusto popular les da asco, y el asco es del estómago. Los intelectuales legitiman con toda una verborrea discursiva lo que es del estómago. En Colombia logramos por primera vez que el Ministerio de Cultura haga una encuesta nacional sobre consumos culturales. Esto significaba salir de la visión ilustrada, paternalista de que hay gente que sabe lo que el pueblo necesita y punto. Así como los medios te engañan diciéndote: ‘yo sé lo que la gente sabe’, los intelectuales llevan siglo y medio diciendo que ellos saben lo que la gente necesita, que es aún peor. Entonces, se hace esa encuesta, y se rasgan las vestiduras porque el acontecimiento cultural más importante para la mayoría de los colombianos es el reinado de belleza de Cartagena. En lugar de preguntarse qué significa eso, de dónde viene, con qué tiene que ver, dicen: ‘este país es una mierda, un país donde el hecho cultural es el reinado de belleza, no es un país’… En ese sentido, para mí el escándalo es la incapacidad de los intelectuales para dejarse desestabilizar por la encuesta y salir de su castillo desde el cual ellos dicen cuál es el cine que tiene que gustar, cuál es la música que tiene que gustar, cuáles son los libros que tiene que leer la gente. Estamos atrapados. Los medios dicen: ‘nosotros le damos a la gente lo que la gente quiere’, y los intelectuales dicen ‘los medios no le dan a la gente lo que la gente necesita’. ¿Y qué es lo que la gente necesita?».

6.- ¿Qué es lo que los jóvenes de nuestros barrios populares «necesitan»? Pero hablemos de datos gruesos: ¿sabía usted que, según cifras oficiales, el 64,1% de la población venezolana tiene 34 años o menos, y 56,5% tiene 29 años o menos? ¿Cuál es el mensaje que le estamos transmitiendo a ese público? Más aún: ¿los jóvenes de los barrios populares hablan a través de nuestros medios públicos? ¿Seguiremos permitiendo que nuestra revolución envejezca prematuramente, defendiendo a capa y espada la idea anacrónica y conservadora de que los gustos populares de nuestros jóvenes no son gustos, y lo que corresponde, por tanto, es «enseñarles» cuál es la televisión y el cine que tienen que ver, cuál es la música que tienen que escuchar y cuáles son los libros que tienen que leer?

Mientras avanzamos en la discusión (que no puede seguir postergándose), ¿por qué no pensar, por ejemplo, en la creación de una escuela de medios, que incorpore a trabajadores de los mismos medios públicos, donde se trabaje en una programación (sin excluir ningún formato) que responda a las exigencias de la radicalización democrática de la sociedad venezolana? Si avanzamos a paso firme, podríamos obtener resultados a corto plazo.

Carta a Chávez o el pecado de Ávila TV (y II) – Humberto Márquez


(Publicado el domingo 17 de enero de 2010 en Ciudad CCS).

********

Esténcil en la estación del Metro La Hoyada, 14 de enero de 2010.

La señal del canal 47 es un concepto de TV que ha roto con los esquemas tradicionales y muestra una juventud incorporada a esta revolución, asumiendo un papel protagónico en la captación de adeptos. Pero precisamente por eso y ahí coincido con Reynaldo Iturriza, quién también ha escrito profusamente sobre el tema, en que el problema de Ávila TV no es Ávila TV, el problema real es que al pretender convertir el canal en un catecismo de materialismo histórico, toda esa juventud que está captada para el proceso revolucionario, va a emigrar a los canales alienantes. O algo peor, los jóvenes indefinidos, que ya sienten simpatía por el chavismo porque les está hablando en su mismo lenguaje, se van a frustrar porque es caer en más de lo mismo, o sea, volver a lo de antes. A los canales tradicionales que los siguen embaucando.

Es comenzar a caer en la misma trampa en que ha caído la oposición, en hablarse a ellos mismos, son tan brutos que se automercadean, y no entienden que lo lógico sería tratar de aumentar el caudal electoral. No solo que espero que nunca lo entiendan, sino que estoy seguro que jamás lo van a entender, porque el individualismo de la derecha no permite, por definición, la idea del interés colectivo. Entonces, Presidente, ¿será que vamos a ser tan brutos como ellos?, ¿o será que alguien está interesado en que esto ocurra? ¿Alguien se ha puesto a pensar que un alto porcentaje del voto es menor de 30 años? ¿Alguien olvida que la juventud es protestataria o es que a alguien se le puede olvidar que fue joven alguna vez, o que se ha puesto viejo de manera prematura? Mire Presidente, de pana le digo, ni siquiera le estoy pidiendo que le dé potestades a la asamblea de trabajadores para autogobernarse, como sería lo lógico en una sociedad socialista, y no estamos contra la necesaria formación ideológica, porque la inoculamos a través de códigos juveniles; pero en aras de cumplir nuestra misión de incorporar activamente a la juventud a esta revolución, solo le pido, como dicen ellos mismos, de pana otra vez, Presidente:

Dejen ser y hacer a Ávila TV… No va más.

Buenas y malas noticias sobre Ávila TV


Ávila TV es, por supuesto, lo que usted – que vive fuera de Caracas – haya podido ver a través de Venezolana de Televisión. Pero eso es apenas una ínfima parte de la propuesta política, ética y estética del canal.

Ésta es la buena noticia: Ávila TV es mucho más y mejor que eso. Es, además, la televisora que logró cautivar a centenares de miles de jóvenes de las barriadas caraqueñas, esos/as que descubrieron en apenas tres años, sintonizando el 47, que el chavismo podía ser entretenido, inteligente, irreverente y popular, y que la política no tenía que ser necesariamente cosa de gente que no vive como uno, ni viste como uno, ni habla como uno, ni piensa como uno, pero que pretende venir a decirle a uno cómo vivir, vestir, hablar y pensar… en nombre de la revolución y tal.

Los/as trabajadores/as de Ávila TV hicieron un ejercicio de síntesis y prepararon un reel de unos diez minutos que contiene una parte – porque todavía faltó mucho – de esa pantalla que le llegó al barrio capitalino, pero que nunca pudo ver el resto de Venezuela. El video puede encontrarse en un blog de recentísima creación – y ya son dos las buenas noticias -, administrado por los/las mismos/as trabajadores/as del canal: Ávila TV somos barrios.

Ésta es la mala noticia: supongamos que usted, que vive en Caracas, decide, por un momento y por no dejar, desconectar el cable y sintonizar el 47. Es más, tómese unos dos minutos de su tiempo y haga la prueba. Luego venga y cuéntenos si lo que vio en pantalla se parece a lo que vio en el reel. ¿Verdad que no? De hecho, así intitularon el video en Ávila TV somos barrios: «Esto es lo que no verás cuando sintonices Ávila TV».

Ésta es la buena noticia: una buena parte de los/las jóvenes que crearon esos contenidos, esa imagen, siguen formando parte de la nómina del canal.

Ésta es la mala noticia: hay quienes juran que no se trata más que de drogadictos, pequeñoburgueses y malandros. Una parranda de flojos que jamás han hecho algo en su puta vida.

Ésta es la buena noticia: esos/as muchachos/as están en pie de lucha.

Por ahí dicen que se creyeron la historia de que estamos en revolución.

Carta a Chávez o el pecado de Ávila TV (I) – Humberto Márquez


(Publicado el domingo 10 de enero de 2010 en Ciudad CCS).

********

La isla de Utopía, de Tomás Moro, según la versión de 1516. La embarcación estacionada al sur de la isla es La nave de los locos, a la que irán a parar todos los pecadores, luego de su expulsión de Utopía.

Mi estimado presidente: Le dirijo estas líneas por la situación que «vive» Ávila TV en los últimos tiempos. Las comillas en VIVE son porque, para decir lo menos, se quiere retransmitir en Ávila, la excelente producción de ese canal. Siempre he dicho que lo estratégico del sistema nacional de medios públicos es su versatilidad y así he alabado a VIVE por educativo, lo noticioso de VTV, lo internacional en TELESUR y los buenos conciertos de TVES, incluidas por supuesto, las estaciones comunitarias, donde también crece la creatividad del pueblo.

El caso de Ávila ha sido la guinda que le faltaba a la torta de la audiencia, en 3 años es el único canal revolucionario, juvenil y de barrio, que los jóvenes hacen suyo, porque está hecho por ellos mismos. Es una TV alternativa donde los muchachos dan clases magistrales de cómo hacer una televisión revolucionaria en conjunto con la Escuela Metropolitana de Producción Audiovisual, en donde se forma a los jóvenes en las distintas áreas audiovisuales para que luego formen parte del canal. Con todo el arrojo que da la juventud, con ese cuchillo en la boca de buenas intenciones se lanzaron a conquistar un segmento de la audiencia que quería tener por fin una televisora hecha por ellos, con toda la libertad necesaria para eso. Y ese es el pecado de Ávila TV, el pecado de la libertad. Un pecado que las sociedades pacatas no le perdonan a nadie. La derecha no soporta la irreverencia y lo que es más triste, algunos sectores de la izquierda tampoco. El pecado de Ávila TV, ha sido romper todos los paradigmas de la pobre TV a que nos tenían acostumbrados.

Cuando Ledezma le quiso poner la garra y cristalizó el proceso de traspaso, yo dije sardónicamente, que no sabía qué era peor, que nos quitaran el canal de un solo guamazo o que no los fueran quitando a pedazos, si vencían los talibanes recalcitrantes que nunca faltan. No es fácil que entiendan que en Ávila se debe hablar en el lenguaje de la juventud y no mediante un stalinismo de carretera, como pretenden ahora.

Que viva la utopía revolucionaria de los trabajadores, abajo la «utopía» burocrática de los usurpadores.

El problema de Ávila TV


(Va el diecisiete en Ciudad CCS, publicado el jueves 7 de enero de 2010.

Breve y conciso, como deben ser los buenos propósitos de comienzos de año.

Además, todavía queda mucho por decir.

Vamos, cámaras: los mediocres ya rompieron la barrera del sonido a punta de insultos, chismes y rumores. Es hora de que rompamos la barrera del silencio.

Salud).

********

El hastío que produce Ávila TV entre algunos de los funcionarios con la potestad para torcer su destino, es el signo más elocuente de que el problema de Ávila TV no es Ávila TV. Podrá parecer un juego de palabras, pero esto es cualquier cosa menos juego: la resistencia – porque la cosa es tan grave que es preciso comenzar a llamarla con todas sus letras – que han protagonizado sus trabajadores durante los últimos seis meses, lejos de ser celebrada por el chavismo oficial como un ejemplo a seguir, es considerada como una piedra en el zapato.

Tal hastío es expreso, manifiesto: tal pareciera que no hubiera nadie capaz de dar con la fórmula para resolver ese enigma que es Ávila TV. Sin luz que asome en el horizonte, siempre es más fácil recurrir a esa vieja tradición de izquierda que consiste en denigrar de lo que no se comprende. Así, sé de funcionarios que repiten, con toda la seriedad que amerita el caso, que el problema con los trabajadores de Ávila TV es que desean seguir siendo el MTV venezolano. Que no son más que una pandilla de malcriados pequeñoburgueses en alianza con el malandraje.

Seis meses han pasado y los trabajadores de Ávila TV – y me refiero concretamente a esa mayoría activa que está organizada en Asamblea – siguen haciendo lo posible porque se les escuche. Dos juntas directivas han pasado y ambas incurrieron en el mismo error: desoír a los trabajadores, subestimarlos. Ambas pretendieron amedrentarlos, intimidarlos. Ambas juntas son historia: en cuestión de horas se conocerá cómo está conformada una nueva junta directiva. La tercera en seis meses – en realidad, la cuarta, si contamos a la junta destituida por el Minci a mediados de julio de 2009. Una vez más, los trabajadores no fueron consultados. Si ya se equivocaron dos veces, ¿cuáles son las razones para creer que a la tercera va la vencida?

El problema de Ávila TV no es Ávila TV. El hastío que les produce a los funcionarios con la potestad para torcer su destino, los devela. Ellos son los verdaderos responsables. El supuesto enigma, el falso problema hubiera podido resolverse desde el principio, nada más que escuchando a los trabajadores de Ávila TV. Allí están las respuestas. Allí está la clave.

Ávila TV tiene mucho que decir


(Al tanto de que mañana muchos de nosotros dejaremos de estar pendientes de la prensa, les dejo con un día de antelación el número dieciséis en Ciudad CCS, cuya primera parte será públicada precisamente mañana, día de Navidad, y la segunda parte el próximo jueves, último día del año.

Aprovechen estos días para inculcarle a sus hijos e hijas que no está nada bien ver tanta televisión.

A menos que sea Ávila TV.

Bueh… a menos que terminen de destruirla.

Salud).

********


En agosto pasado, y en respuesta a la feroz campaña de criminalización que se fraguó en contra de Ávila TV, el documentalista Ángel Palacios no dudó en calificar el trabajo que se hace desde la planta televisiva como «la mejor experiencia comunicacional que se ha construido en el país en toda la historia de nuestra televisión». A su juicio, Ávila TV es «una televisora que inventa, que incluye, que le llega a los más jóvenes y que es voz de los más excluidos. Una televisora que no tiene miedo y que canta las verdades donde más duelen».

¿Palabras escritas al calor del combate deliberativo? ¿Un simple desliz valorativo? ¿El lenguaje propio de los apasionados manifiestos a favor de causas nobles, perdidas o bajo amenaza? A fin de cuentas, ¿quién es ese Ángel Palacios y a cuenta de qué viene a opinar sobre tal o cual asunto?

Por eso, supongamos que el documentalista incurrió en un exceso. Que no es cierto que Ávila TV sea «la mejor experiencia comunicacional… en toda la historia…». Supongamos que se trata, simplemente, de una extraordinaria experiencia comunicacional, de una televisora que inventa y se equivoca, que incluye, que sabe cómo hablarle a los jóvenes excluidos porque ellos mismos tienen voz dentro del canal. Supongamos que es una televisora que ha demostrado, una y otra vez, que no tiene miedo.

Suponga usted, estimado lector, que un buen día recae sobre sus hombros la responsabilidad de asumir las riendas de tamaña ferocidad. Para decirlo con palabras de Ángel Palacios: supongamos que un día cualquiera a usted le ponen en sus manos ese «irreverente y franco cañón que es Ávila TV».

Le ruego su atención, estimado lector, porque aquí vienen las preguntas claves: ¿qué haría? ¿Intentaría entender qué es lo que tiene de extraordinaria dicha experiencia o asumiría la actitud del experimentado que llega dictando cátedra? ¿Se sumaría a la invención colectiva o se limitaría a señalar los errores? ¿Cómo se relacionaría con esos jóvenes que siempre fueron marginados por su lenguaje, su ética y su estética, por la clase social a la que pertenecen? En suma, ¿qué haría con esos jóvenes que no siempre hablan su mismo lenguaje, que – aunque le cueste asimilarlo – se han forjado su propia ética, cuya estética no se parece a la suya y que, eventualmente, no provienen de la misma clase social que la suya? ¿Intentaría comprender esos lenguajes o los censuraría? ¿Escucharía o se creería con la misión de enseñarles a hablar? Enfrentado a éticas diversas, distintas de la suya, ¿se creería usted con el deber de enseñarles qué es la moral revolucionaria? Más aún: ¿sería capaz de proclamar que con usted llega la revolución en un lugar donde la revolución está en marcha mucho antes de su llegada?

Ahora supongamos que usted decidió llegar dictando cátedra. Que se limita a señalar errores, que censura lenguajes que no comprende y pretende enseñarles el habla a los ignaros. Supongamos que usted llega impartiendo lecciones sobre moral revolucionaria. Supongamos que usted se cree la revolución. Supongamos que los que ya estaban no están de acuerdo y que usted traduce el desacuerdo según la vieja usanza de los entendidos, preclaros e iluminados: pequeñoburgueses, individualistas, contrabandistas, alienados, desviados, malandros.

Suponiendo, estimado lector, que todo lo anterior fuera cierto, usted sería, antes que nada, el responsable de una pésima, mediocre, gestión. Una gestión que acabaría con una extraordinaria experiencia comunicacional. Usted convertiría una televisora «que le llega a los más jóvenes» en una televisora avejentada, sin alma, sin futuro. Usted convertiría todo un potente cañón en pólvora mojada. No sería la primera vez que se destruye un proyecto revolucionario en nombre de la revolución. A menos que la gestión de algunos consista en destruir esa clase de proyectos.

Supongamos, por último, que existen pésimas experiencias comunicacionales, que ni les llegan a los más jóvenes ni a nadie. ¿No valdría la pena mostrar un mínimo de disposición para iniciar un debate informado, franco, riguroso, profundo, que sea capaz de superar la modorra de los que, en lugar de intercambiar ideas, profieren consignas vacías y acusaciones sin fundamento?

Supongo que valdría la pena invitar a ese debate a los trabajadores de Ávila TV, esos que, según un tal Ángel Palacios, no sólo han demostrado que no tienen miedo, sino que además cantan «las verdades donde más duelen».

Talento rebelde


(Este artículo es mi primera contribución con el excelente y muy oportuno proyecto editorial que es Ciudad CCS. Fue publicado en la edición del día de ayer, miércoles 19 de agosto. Parece probable que volvamos a encontrarnos en el mismo lugar todos los miércoles.


El amplísimo y – más que amplísimo – mayoritario público lector chavista tiene demasiado tiempo esperando el diarismo que se merece: uno que sea capaz de relatar nuestra revolución, tal y como se vive y padece en nuestras avenidas, calles y callejones, pero sin ceder a la tentación de la propaganda; uno que no tenga necesidad de disimular su carácter partidario, porque antes que nada obedece a las reglas básicas de eso que llaman la ética periodística; un diarismo audaz e irreverente, y por tanto no complaciente. Con suerte – es un decir -, pero sobre todo con buen tino, es mucho lo que Ciudad CCS puede ofrecer en tal sentido.

Agradezco a su director, Ernesto Villegas, pero en particular a Mercedes Chacín, su editora jefa – quien me invitara a escribir en el diario -, la oportunidad de participar de esta experiencia.

Por último – y a riesgo de que esta nota introductoria resulte más larga que el articulito -, es de celebrar la próxima aparición – ¿o hay que decir reaparición? – del Correo del Orinoco, ambicioso proyecto que tiene no sólo un compromiso con el diarismo necesario, sino con la historia del periodismo venezolano. Bien vale retomar lo que ya he escrito en otra parte en relación con la televisión: de nada vale denunciar el periodismo que se hace, por ejemplo, desde la Cadena Global, si no hacemos un periodismo digno de ser leído. Y si la tormenta nos trae dos diarios con esa característica, pues que no escampe.

Salud y larga vida a Ciudad CCS. Y también al Correo del Orinoco).

********

Tuve la fortuna de trabajar como profesor en la Universidad Bolivariana de Venezuela justo en el momento en que se incorporaba la primera cohorte de estudiantes de Comunicación Social. De todas las conversaciones que sostuve con mis estudiantes, dentro y fuera del aula, recuerdo en particular la primera: comenzaron por contarme que no terminaban de creer que ahora tenían la oportunidad de iniciar estudios universitarios, algo que muchos de ellos habían descartado como opción de vida, dado el carácter excluyente de la educación superior venezolana, incluida la pública. Me contaron, además, de lo que significaba para ellos compartir un espacio con otros miles de jóvenes, sin sentir vergüenza por provenir de algún barrio de Caracas. Uno de ellos confesaba, delante de sus compañeros, que podía decir con orgullo que venía del 23 de Enero, sin riesgo de algún gesto de desprecio de jóvenes que venían de Catia o Antímano.

Sin saber lo que sucedía allí adentro, o tal vez porque lo sabían perfectamente, los medios opositores la emprendieron con saña contra aquella iniciativa gubernamental: no es más que una guarida de mediocres, de estudiantes sin méritos académicos, que en lugar de recibir educación están siendo ideologizados por el régimen. La ocasión fue perfecta: aquella campaña de criminalización y estigmatización nos sirvió de insumo para largos debates, análisis y reflexiones. Era el ejemplo perfecto, en vivo y en directo, del tipo de comunicación que debíamos combatir.

Años después, volví a encontrarme con algunos de mis estudiantes en ese canal-escuela que es Ávila TV. Venían de participar de la creación de los primeros programas del canal. Antes, habían pasado por las aulas de la EMPA (Escuela de Medios y Producción Audiovisual) y habían aprendido los fundamentos de la producción audiovisual. De nuevo, tuve la fortuna de estar en el lugar correcto: durante cuatro intensos y extraordinarios meses asumí la dirección de la EMPA. Lo primero fue abrir una nueva convocatoria a los jóvenes de los barrios populares de Caracas: vengan a hacer la televisión que ustedes quieren ver. Vengan a revolucionar la pantalla. Pronto volví a encontrarme con el mismo talento rebelde y con las mismas ganas de hablar y construir que años atrás presencié en la Bolivariana. Un talento rebelde que sabrá sobreponerse a la campaña de criminalización a la que está siendo sometida Ávila TV.

Las hordas y la opsoición


Recién ayer conversábamos entre amigos que extrañábamos los tiempos en que la oposición en pleno, sin ningún rubor y en pleno apogeo de su estrategia confrontacional y violenta, le dedicaba una buena parte de su tiempo y esfuerzo a llamarnos hordas. Como que es verdad eso que dicen: todo tiempo pasado fue mejor. Ah, aquellos años de golpe de Estado, sabotaje petrolero y guarimba. Entonces, nos hicimos expertos en el desmentido y la denuncia indignada: no somos como ustedes dicen. Pero siempre hay un pero: de manera casi inadvertida, ocurrió lo que en otra parte he llamado un «giro drástico de la estrategia propagandística opositora». Mejor tarde que nunca: en algún momento de la historia comprendieron que tenían que parecerse a nosotros para ir creando las condiciones que hicieran posible nuestra derrota. No hace falta decirlo: por eso es tan importante que seamos capaces de identificar esos – y otros – giros estratégicos.

La cosa es en serio: uno escucha a algunos cámaras y ciertamente pareciera como si extrañaran aquellos años en que había dos opciones tan claras que eran casi transparentes: uno le arrimaba el hombro al zambo o engrosaba las filas de quienes deseaban tumbarlo. ¿Mantenerse al margen? Muy difícil. Nadie hablaba de derecha endógena ni de chavismo popular. Los encuestólogos no habían tenido tiempo de inventar aquello del chavismo light. Sí: aquellos años en que los adecos perdieron el derecho a marchar por el centro de Caracas porque esas calles son del pueblo y punto. Porque nadie tiene derecho a meterle un tiro al tipo que yo elegí como Presidente. De un lado las hordas. Del otro los escuálidos.

Compárenlo con 2002: ya casi ninguno nos dedica ese piropo: hordas chavistas. ¿Quiere decir esto que ha cesado la sistemática campaña de criminalización a la que ha sido sometido el chavismo? ¿Quiere decir, acaso, que el discurso opositor ha revertido su tendencia a la deshumanización del chavismo? Por supuesto que no. Sospecho que ha sucedido algo próximo a lo siguiente: mientras nosotros cedemos a la tentación de entregarnos al interminable, estimulante e interesantísimo debate sobre si debemos o no llamarnos chavistas, la máquina propagandística opositora ha avanzado un terreno considerable en identificar al chavismo con el mal, la muerte, la oscuridad, el pasado, la ineficiencia, el robo, la violencia, el abuso, lo inmoral, la mentira y cualquiera puede agregar acá lo que haya omitido. Mientras tanto, la misma oposición que en algún punto supo transmutarse en cuasi-chavista, ahora es popular – sobre todo popular, democrática, libertaria y defiende la Constitución. Sólo falta que se llame a sí misma revolucionaria. Es decir, la oposición reúne todas las virtudes – y otras más – que alguna vez pudieron definir al chavismo.

¿A dónde voy? Espérense ahí, que ya llegué: ¿para qué decirnos hordas chavistas, si ya el vocablo «chavistas» incluye lo de hordas? Establecida esta relación de identidad, sólo basta identificar cualquier acto, iniciativa o persona con el chavismo y los calificativos empiezan a sobrar: un acto chavista es un acto ineficiente, una iniciativa chavista es una iniciativa inmoral, tanto como una persona chavista es violenta, abusiva, mentirosa o malvada. Si un cámara incurre en el error de atacar violentamente a un periodista, no será tratado como un cámara que cometió un acto censurable y por el cual tendrá que responder ante quien corresponda. No. Será tratado como un chavista. ¿Acaso no es exactamente eso lo que se está haciendo hoy contra Ávila TV? ¿Acaso todo el chavismo no es exactamente igual? Dicho de otra forma: ¿acaso todo chavista no procederá, tarde o temprano, de la misma manera?

La eficacia de la máquina propagandística opositora se mide, en parte, por esta capacidad de nombrar: el poder de nombrar la realidad a su antojo, que es otra forma de producirla. No importa si usted me habla de la Ley Orgánica de Educación, de Diosdado Cabello, del consejo comunal del barrio El 70, del Diario Vea, de Vive TV, de Jacinto Pérez Arcay o de Ávila TV: todo eso es sinónimo de chavismo y por tanto significa exactamente lo mismo.

Pero las máquinas se atrofian, dejan de funcionar. Para eso, insisto, hay que comenzar por aprender cómo funcionan: desentrañar su lógica en este caso homogeneizante, que aplana las diferencias y los matices, que generaliza, que le apuesta a la dificultad para distinguir, que suprime todo lo que de extraordinario, irregular, incierto y diverso hay en el chavismo. No está de más decirlo: si el chavismo oficial pretende combatir a la máquina opositora replicando su lógica, está perdido de antemano.

Las máquinas se atrofian, y a veces esto sucede literalmente. En eso pensé cuando revisaba la web del furibundo El Nacional y noté que había tomado una curiosa iniciativa: hablar de «opsoición», en lugar de oposición. Ah, seguro que pensaron que había sido un error de trascripción mío. Pues no: ha sido una iniciativa de El Nacional. Quién sabe: después de tanto enconado esfuerzo puesto al servicio de la criminalización y eventual aniquilación de las hordas chavistas, seguro se creerán con el derecho de autodefinirse como les dé su real gana, aunque para ello deban inventar una nueva palabra.

Web de El Nacional, viernes 14 de agosto de 2009. Nótese la palabra encerrada en el recuadro rojo.
A %d blogueros les gusta esto: