Carta abierta a mis iguales


Maíz

Algún día se hará la relación de cómo todo estaba en suspenso. A nosotros nos toca producir lo nuevo, antes de que se nos acabe el mundo.

Incluso los cambios de época tienen sus épocas de cambio. En Venezuela se ha producido, muy recientemente, un quiebre histórico. Si el 27F de 1989 marcó un antes y un después, y el 6D de 1998 abrió un ciclo de sucesivas victorias populares contra la oligarquía y el imperialismo, lo que hoy cruje bajo nuestros pies es un modelo de sociedad: el capitalismo rentístico petrolero.

Lo que hoy se estremece y nos sacude es un monstruo de cien años, que dio sus primeros pasos durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, se hizo fuerte bajo el primer gobierno de Acción Democrática, entre 1945 y 1948, y alcanzó su plenitud a la sombra del pacto de elites de Punto Fijo, a partir de 1958.

El modelo capitalista rentístico petrolero es un monstruo decrépito, no por centenario, sino porque se pretende eterno, y porque su vitalidad depende del sufrimiento popular, de su infelicidad, de la pobreza material y espiritual de las clases populares. Depende también de nuestra dificultad para discernir dónde termina la justa distribución de la renta y dónde comienza la competencia despiadada por privilegios. Depende, en fin, de nuestros errores, vacilaciones y complicidades al momento de enfrentarle, lo que nos ha impedido darle fin.

Es un modelo decrépito que afecta, sin excepción, todos los campos de la vida en sociedad, y que nos hace dependientes de bienes de consumo que no producimos, de decisiones políticas que no tomamos, de ideas que no son las nuestras.

Lo extraordinario de este tiempo que nos ha tocado vivir es que, tal vez como nunca antes, las anteojeras nos estorban y el peso de las cadenas nos resulta insoportable. Tenemos la fortuna de ser hijos e hijas de la rebelión, y eso es algo que nadie nos podrá arrebatar. La revolución bolivariana fue una aceleración del tiempo. Entramos al siglo veintiuno con años de ventaja, justo cuando las elites del neoliberalismo global, enceguecidas por la soberbia, se erigían triunfales.

La onda expansiva de aquella rebelión nos ha traído hasta aquí. Gracias a la energía popular desatada en 1989, y luego el 4F de 1992, hoy vivimos una situación paradojal: aún cuando es cierto que la revolución bolivariana atraviesa por su momento más difícil, no es menos cierto que nunca antes el pueblo organizado fue más fuerte.

Nunca antes fuimos capaces de reunir tanta masa crítica contra las formas tradicionales de hacer política. Nunca antes tuvimos tantos medios a nuestra disposición para producir.

Esta situación paradojal, esta correlación de debilidades y fortalezas, es lo que define el actual quiebre histórico. Estamos frente a una encrucijada.

Las fuerzas contrarias a la revolución bolivariana, modeladoras y usufructuarias del modelo capitalista rentístico petrolero, se emplean a fondo, aprovechando toda su capacidad reguladora de dicho modelo, para subvertir la democracia venezolana. Tanta eficacia ha tenido la estrategia antidemocrática, que gran parte del malestar de la base social de apoyo a la revolución bolivariana está directamente relacionada con la manifiesta incapacidad reguladora del gobierno bolivariano. A lo anterior hay que sumarle el efecto político del discurso antichavista, que atribuye la “crisis” a la ineficiencia gubernamental, y a este discurso hay que sumarle, a la vez, los efectos que produce la ineficiencia real.

Ineficiencia e incapacidad gubernamental mediante, las fuerzas contrarias a la revolución bolivariana han acumulado una masa crítica tal, que les ha permitido el control de la Asamblea Nacional, mientras debaten públicamente, cual si se tratara de un jolgorio, sobre las formas de “salir” más rápido de Nicolás Maduro.

Mientras tanto, y a la sombra, las verdaderas fuerzas de vanguardia del antichavismo atacan inclementemente a las clases populares, sometiéndolas a toda clase de privaciones y humillaciones, desmovilizando a parte importante de su liderazgo, que debe invertir la mayor parte de su tiempo en la búsqueda de alimentos.

Usan el espacio recuperado de la Asamblea Nacional para ganar tiempo. Desde los espacios que siempre controlaron, nos imponen un uso del tiempo.

Y es justamente el tiempo lo que debemos recuperar.

El tiempo se recupera tomando en cuenta al sujeto que nunca enuncian políticos y expertos del antichavismo, y que sin embargo es el blanco de sus principales ataques: el pueblo organizado. La diatriba pública de aquellos es siempre con el gobierno bolivariano. La forma como ejercen todo su poder contra el pueblo chavista es indecible.

Sólo seremos capaces de recuperar el tiempo manteniéndonos al margen de aquella diatriba, de la política boba, y tomándonos en cuenta a nosotros mismos. Tomando en cuenta nuestro poder. Ese poder que está multiplicado por miles de espacios que ocupamos y recuperamos fundamentalmente durante la revolución bolivariana, pero también antes de ella. Ese poder que se asienta en esos espacios decisivos: consejos comunales y Comunas, pero también en tierras y fábricas ocupadas o recuperadas y, más allá, en todo espacio donde haga acto de presencia cualquiera de nosotros, militantes en la idea de una sociedad radicalmente democrática.

Estamos dispersos a lo largo y ancho del territorio nacional, angustiados porque a veces no sabemos cómo darle aliento a nuestros iguales; expectantes sobre el destino del gobierno, con la esperanza de que nadie claudique, observando con mucha atención cómo los políticos antichavistas hacen alarde de sus planes; deseando poder hablarle personalmente a Nicolás, para contarle que estamos con él hasta el final, que nuestro apoyo es irrestricto, y de la rabia que nos produce cuando alguien se deslinda con el pretexto de que Maduro no es Chávez; molestos, infinitamente molestos, por las privaciones de la vida cotidiana, por la especulación, las colas; esperando ser convocados, pero no para la repartición de cargos o cuotas de poder, que esa es la forma de hacer política que tiene que morir.

Estamos dispersos a lo largo y ancho del territorio nacional, somos millones, pero nos empeñamos en actuar como si no lo supiéramos. Como si no lo creyéramos. La fuerza es para ejercerla. Pero para hacerlo, además de tenerla, es indispensable creer que la tenemos. Creer en nosotros mismos. En medio de la angustia y la incertidumbre, en las malas, acompañarnos. Crucemos el desierto juntos.

No esperemos que nadie nos convoque. Es cierto, quienes militan en la vieja política jamás dejarán de pensar que, en cada circunstancia, favorable o adversa, se trata de repartir poder. Allá ellos. Ejerzamos poder. En lugar de repartir, compartámoslo. Ejerzamos poder colectivamente. Al fin y al cabo, somos nosotros el partido de los chavistas, de los bolivarianos. La fuerza somos nosotros.

Poderosos pero ensimismados, distraídos, aún no escuchamos la firme voz del pueblo organizado que, desde todos los rincones, nos invita a juntarnos los iguales, a organizarnos, a planificar. Desde todas partes, coincidimos: es tiempo de establecer alianzas políticas a partir de la producción; allí donde producimos, tomemos el control de la distribución; allí donde distribuimos, tomemos el control de la comercialización. Allí donde producimos, no dejemos de pensar cómo lo estamos haciendo. Ubiquemos a nuestros aliados en el territorio. Manifestemos activamente nuestra solidaridad con experiencias productivas bajo control popular. Reivindiquemos de manera explícita, y practiquemos, otra forma de hacer política, que ponga el énfasis en la producción revolucionaria de una nueva realidad, que no se limite a administrar lo existente, y que no nos conciba como clientes.

Sólo para comenzar.

Como planteaba el comandante Chávez, creemos “una red que vaya como una gigantesca telaraña cubriendo el territorio de lo nuevo”.

Es esto o caer derrotados a manos de un monstruo centenario que ha logrado hacernos la vida miserable, pero que tiene pies de barro.

Bravos, nosotros. Caribes, nosotros.

Con infinito afecto…

«Persiste un odio contra el 27-F, una cierta vergüenza» (Entrevista en Correo del Orinoco, 27 de febrero de 2013)


El 27F marcó el camino. Por: Ejército Comunicacional de Liberación
El 27F marcó el camino. Por: Ejército Comunicacional de Liberación

(Comparto con ustedes una entrevista en dos partes concedida al periodista Carlos Ortiz, del Correo del Orinoco, y que aparece publicada el día de hoy en dicho diario.

La primera parte la respondí íntegra por escrito. La última pregunta, referida a las dificultades de la izquierda para capitalizar la crisis de la «democracia representativa», no aparece publicada en el diario por razones de espacio.

La segunda parte es el resultado de una conversación directa con el periodista, y trata fundamentalmente del intento que hace el antichavismo de asimilar las recientes medidas económicas aplicadas por el gobierno bolivariano con el paquete neoliberal de Carlos Andrés Pérez.

Salud).

********

PRIMERA PARTE. Con la rebelión del 27-F entró en escena un sujeto político que a partir del 4-F comenzaría a llamarse chavismo.

El 27-F es considerado la primera gran batalla contra el neoliberalismo. ¿Diría que El Caracazo fue un acicate o un ejemplo para otros países?
–No sé si el 27-F del 89 fue un ejemplo para otros pueblos. Tal vez sí. Dudo mucho que pueda afirmarse que haya sido la primera gran batalla contra el neoliberalismo. Diría que el 27-F se inscribe en un ciclo de protestas continentales antineoliberales. Sucesos similares ocurrieron en varios países latinoamericanos antes y después. En todo caso, quisiera destacar que este tipo de sucesos merecieron siempre una atención menor, si se la compara con la recibida por acontecimientos de tipo «político». Por eso es frecuente leer que la rebelión contra el neoliberalismo en Latinoamérica se inició con los zapatistas, aquel célebre 1 de enero de 1994. En el caso del 27-F, para redondear la idea, se produjo una rebelión popular en un contexto de aplicación de medidas neoliberales, pero el sujeto que irrumpió en escena en aquellas jornadas terminó poniendo en jaque a todo el status quo. Aquellos días la «democracia representativa» se resquebrajó tan hondamente que ya más nunca pudo recomponerse. Fue un suceso con profundas y decisivas repercusiones políticas, protagonizado por un sujeto político que años más tarde, en 1992, a raíz del 4-F, comenzaría a llamarse chavismo.

Hay quienes dicen que el 27-F no fue una protesta contra el neoliberalismo o contra el estamento político puntofijista, sino un saqueo motivado por rabia o por frustración. Se apoyan en el hecho de que la gente no atacó las sedes de los partidos ni a los políticos. ¿Qué diría usted al respecto?
–Diría que tú no puedes encerrar la política con llave en la sede de un partido político. Los partidos, ciertamente, intentaron monopolizar el ejercicio de la política, pero ese monopolio llegó a su fin el 27-F. Murió de muerte violenta. Y sin embargo, hay numerosos testimonios de ataques contra unidades de transporte, pero no contra los transportistas, o de ataques contra comercios, pero no contra comerciantes. Eso indica a las claras una cierta racionalidad, una particular «moderación», que está allí para el que la quiera ver. Si después de 24 años todavía asimilamos el 27-F con el saqueo, eso es producto del trabajo de conjura que se inició el martes 28 de febrero, con la brutal represión de las Fuerzas Armadas. Clase política, medios de comunicación, académicos (con las excepciones del caso): todos se unieron en la condena de los saqueadores, y fueron en este sentido cómplices de las Fuerzas Armadas. Persiste un odio contra el 27-F, una cierta vergüenza, que nos impide ver que el objetivo de los «saqueadores» no era el saqueo, sino moverse, respirar, ocupar y desplazarse por una ciudad que les había sido negada sistemáticamente. Luego, claro que sí, hubo infinidad de ataques contra los acaparadores. Siempre se saca a relucir el ejemplo de los saqueadores de televisores o de alcohol, como una manera de «demostrar» que la motivación no era el hambre, sino el robo. Este es el tratamiento que la gente «civilizada» siempre les ha dado a los «bárbaros». El pueblo es criminal incluso cuando se rebela, o precisamente porque se rebela.

¿Por qué una parte de la clase política tradicional rechazó las propuestas de CAP?
–A finales de los años ochenta estaba ocurriendo en Venezuela lo que Gramsci llamaría una «crisis hegemónica» del modelo puntofijista. Había un desencuentro entre el poder económico y la clase política, porque a esta última cada vez le costaba más acometer su tarea, que es garantizar eso que llaman «gobernabilidad», que no es otra cosa que la estabilidad que el poder económico requiere para saquear un país. Entonces se comenzó a pensar en una clase política de relevo, menos mediocre, mejor formada académica y técnicamente, más a tono con las exigencias del capital transnacional, dispuesta a reducir o a «modernizar» el Estado y fortalecer el mercado. Lo que estaba planteado era el desplazamiento progresivo de la vieja clase política.

Un informe de la Defensoría del Pueblo cita una declaración de Abdón Vivas Terán –del 11 de febrero de 1989– en la que expresa su rechazo al paquete de CAP, debido a que, en otros países, esas medidas habían “dejado un cuadro social desolador, caracterizado por el incremento de la pobreza, el desempleo y la inestabilidad política”. ¿Había conciencia entre los políticos –incluido CAP y su equipo– del tipo de efectos que generaría el paquetazo?
–Sí. Y fue público el rechazo de parte de la clase política tradicional, incluso de sectores de Acción Democrática, a los planes de la tecnocracia neoliberal que acompañaba a Carlos Andrés Pérez. Pero hay otro dato que me parece más interesante, y solemos dejar de lado: la participación activa del pueblo adeco en la rebelión popular. La participación, en general, del pueblo que alguna vez votó por socialdemócratas o socialcristianos, y que aquel día decidió darles la espalda. En este sentido, el 27-F puede ser interpretado como una extraordinaria y masiva manifestación de desengaño o de hartazgo contra una clase política a la que ya se le había hecho tarde para actos de contrición. Ese pueblo adeco, en buena medida, fue a parar a las filas del chavismo. En la recta final de la campaña presidencial de 1998, Luis Alfaro Ucero, el candidato adeco, le pidió perdón. Pero hacía años que era demasiado tarde.

¿Cree que quienes diseñaron e implementaron el paquete de CAP son responsables de la masacre de febrero y marzo del 89? ¿Deberían ser llevados a juicio por eso?
–Las acciones para sancionar los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles. Y el 27-F se cometieron crímenes de lesa humanidad.

Me refiero específicamente al equipo de especialistas que concibió las medidas y trazó los lineamientos para su ejecución. Usualmente, cuando se habla de esos crímenes, se piensa en la Disip y el Ejército, pero no suele mencionarse a los ministros del Gabinete Económico de CAP. ¿Usted cree que ellos también deberían ser juzgados?
–Entiendo. Usted se refiere a los autores intelectuales. Es una buena pregunta. Desconozco si existe jurisprudencia al respecto. Es conocido el juicio al que fueron sometidos los genocidas en Ruanda. Pero ¿acaso no hay abrumadora evidencia sobre los crímenes cometidos por los técnicos neoliberales a lo largo y ancho del planeta? En el caso del 27-F tienen una responsabilidad histórica. Merecen como mínimo una sanción moral. Muchos de ellos se valen de las libertades que les ofrece la democracia venezolana y escriben en los diarios y opinan en las televisoras. Nosotros estamos obligados a recordar quiénes son y lo que hicieron. Ni perdón ni olvido.

¿A qué atribuye que la izquierda no haya podido capitalizar la crisis de la democracia representativa?
-A su claudicación histórica. Buena parte de la izquierda terminó integrándose al modelo, abandonando la causa popular. Con la ultraizquierda sucedió que pretendió erigirse en vanguardia de un pueblo al que no comprendía, al que no escuchaba. En los análisis, todo se reducía a la «manipulación» de las masas que votaban por adecos o copeyanos. Así, el pueblo venezolano resultaba «culpable» de su situación. El mérito histórico de Chávez radica en haber roto estos esquemas: por una parte, aceptó competir según las reglas de la democracia representativa, pero no para luego acomodarse, sino con el claro propósito de reunir la fuerza suficiente que le permitiera imponer nuevas reglas del juego político. Y lo logró. Y si lo logró fue porque reunió esa fuerza, y si lo hizo fue porque no veía al pueblo venezolano como una partida de ignorantes en espera de alguien que le enseñara la verdad. Lo que hizo fue recorrer una y otra vez el país, adentrándose en sus catacumbas, escuchando la voz popular, y a ese mismo pueblo le llevó un mensaje que hablaba de nuestros héroes mancillados y enterrados, de la necesidad de recuperar nuestra dignidad como pueblo, y lo invitó a pelear. Chávez comenzó por tratar al pueblo con dignidad. Allí radica su liderazgo. Y eso es algo que aquellos que nos formamos en la izquierda debemos aprender.

SEGUNDA PARTE. Comparación entre el paquete de CAP y la política económica de Chávez «no resiste el menor análisis».

A 24 años del 27-F, la oposición mantiene una campaña que busca sembrar la percepción de que el ajuste cambiario establecido por el gobierno bolivariano es parte de un paquete de medidas similar al que en aquella ocasión aplicó el gobierno de Carlos Andrés Pérez. «Esa comparación no resiste el menor análisis», refutó Reinaldo Iturriza. Y enfatiza que «la orientación general de la política económica de un gobierno y otro son antagónicas: la de Pérez respondía a intereses transnacionales y era por tanto expresión de sumisión y cipayaje. La del comandante Chávez responde al interés nacional». Sin embargo, advierte que, lejos de ser un disparate, la analogía que trata de posicionar la oposición responde a una táctica desestabilizadora: «El antichavismo tiene sus esperanzas cifradas en el malestar popular que producen la inflación o el desabastecimiento. No es un secreto, lo plantean públicamente. Apuestan a que ese malestar, sumado a otras condiciones, produzca inestabilidad política», declaró al Correo del Orinoco.

¿Cree que esa apuesta es una espera pasiva o piensa que esos sectores están propiciando la desestabilización?
–Obviamente, los actores económicos del antichavismo propician esa situación. No son pasivos ante lo que está aconteciendo, todo lo contrario, aprovechan las circunstancias para provocar las situaciones de conflicto. Hay que tener en cuenta que esos sectores todavía son muy poderosos y tienen muchísima influencia.

¿Sería algo similar a lo que hicieron los grupos económicos contra Salvador Allende en Chile?
-Sí, aunque guardando siempre las distancias, es la misma táctica de generar desabastecimiento y agudizar el malestar que eso genera. Un documental de Patricio Guzmán llamado La batalla de Chile, y que recomiendo ver, muestra cómo los poderes económicos actuaron contra Allende para derrocarlo. Tú ves ese documental y no deja de sorprenderte la similitud entre las tácticas de la oposición chilena de esa época y las del antichavismo aquí en Venezuela. La similitud es asombrosa, y permite que uno se dé cuenta de que la derecha nunca actúa sola, sino que detrás de esas acciones está el respaldo del imperialismo, la inteligencia de Estado de Estados Unidos con todos sus recursos logísticos y financieros.

El ajuste cambiario implementado a comienzos de mes no está acompañado de medidas similares a las que aplicó CAP en 1989. Además, se mantienen las políticas sociales. Pero el antichavismo insiste en la matriz de un supuesto «paquete rojo», para hacer creer que el gobierno tiene un plan neoliberal. ¿Cómo pueden sostener ese planteamiento?
–Yo creo que uno de los grandes aciertos del chavismo en la pasada campaña presidencial fue resaltar que el programa de gobierno de la MUD era en realidad un paquete neoliberal como el de 1989. Ese documento era público y bastaba leerlo para darse cuenta de que, después de 23 años del 27-F, lo único que la derecha tenía para ofrecerle al país era un programa insólitamente neoliberal. El presidente Chávez tuvo el gran acierto de insistir mucho en eso, con lo que le dio un golpe muy duro a la candidatura de Capriles. Entre otras cosas, porque el Presidente no estaba exagerando ni inventando nada: Capriles firmó y se comprometió en público con ese documento. Ahora él trata de devolver ese golpe hablando de «paquete rojo».

Iturriza explicó que al «devolver el golpe» Henrique Capriles no está planteando un argumento sino un ardid simbólico: «Él intenta revertir el efecto que tuvo sobre su candidatura que lo asociaran con un paquete neoliberal, que es algo que tiene un gran peso simbólico. Está tratando de limpiarse, de que lo vean de otra manera porque está soñando que eventualmente volverá a ser un candidato en el corto plazo. Entonces, busca confundir con la idea de que el Gobierno es neoliberal».

¿Lo que usted quiere decir es que al acusar al gobierno de tener un paquete neoliberal oculto, Capriles quiere deslindar su imagen del neoliberalismo? ¿Sería algo así como decir: «neoliberal es el gobierno, no yo»?
–Sí, si lo planteas así, diría que sí. En términos generales, se está buscando invertir los términos del debate de esa manera porque es un elemento que afecta su aspiración a presentarse de nuevo como candidato.

Iturriza enfatiza la importancia de la batalla simbólica. Para la derecha es importante capitalizar la asociación que hace la gente entre «paquete neoliberal» y 27-F. Así busca anular en el discurso el hecho real de que la plataforma de la MUD se sostiene en un programa de ajustes que no es distinto del que produjo el estallido social de 1989. «Ahora, la gente no es tonta, ha aprendido mucho y no se chupa el dedo como para no saber distinguir la verdad», comentó. Pero lanzó una seria advertencia: «Lo que no puede perder de vista el chavismo es que el malestar al que apuesta la derecha es real. El desabastecimiento y la inflación le pegan a la gente todos los días. Eso no es un cuento, y hay que enfrentarlo en los hechos. Es fundamental la mano dura, que el gobierno imponga controles y sancione a quienes los violen, porque en la medida en que no lo haga se puede debilitar la base social del proceso revolucionario».

«Está bien, por ejemplo, que se diga que la banca se llevó miles de millones, pero también queremos saber quiénes se los llevaron y que se les sancione por ello», agregó. Y señaló que hay que analizar por qué la oligarquía se atreve a invocar las fuerzas que destruyeron el piso político sobre el cual se sostenía para controlar el Estado. «No es la primera vez que el antichavismo recurre a estas groseras analogías. Si hoy sueña con lo que ayer fue su pesadilla, si hoy anhela una ‘explosión social’ que barra con la revolución bolivariana, es en razón de su propia impotencia. Ya una vez intentaron crear las condiciones para una rebelión, cuando el paro petrolero en 2002, y no fueron capaces. El asunto es que, por definición, la oligarquía no organiza rebeliones populares», explicó. A la luz de ese argumento, reiteró su planteamiento: si la oligarquía no tiene la capacidad de conducir al pueblo contra la revolución, buscará la forma de alentar el descontento a la espera de un estallido social. «Al respecto, el gobierno nacional está en la obligación de actuar con firmeza. Es hora de hablar menos y actuar con mano dura contra los grupos económicos involucrados en estos planes», sentenció.

Callar sobre el 27F de 1989


27F de 1989. Así arde el «autobús del progreso» cuando es sólo el de los ricos

El unánime y lapidario silencio de la clase política opositora en torno a los veintitrés años del 27F de 1989 resulta bastante revelador. Normalmente, está claro, no cabría esperar nada de quienes tienen manchadas las manos de sangre: alguna rectificación, un mea culpa.
Sobre todo durante los años más recientes, que les ha tocado estar en desventaja, la norma ha sido, precisamente, el silencio, porque eso es lo que dicta la mala conciencia.
¿Por qué esperar algo distinto de quienes nunca hemos esperado nada? Porque queríamos ver hasta dónde les llegaba la «audacia» política asociada al hecho de pretender adoptar las formas del chavismo, copiarse de su discurso, resignificar sus ideas-fuerza.
Nos imaginábamos, por tanto, y como mínimo, algunas palabras reparadoras, un mensaje de aliento para ese pueblo sobre el que llovió metralla por toneladas, y fue vejado sistemáticamente, y luego fue arrojado, como la basura, en fosas comunes.
Algo, una tibieza, una oferta demagógica, cómo era la cosa, ¿primero justicia? Pero nada. El par de líneas del gobernador Capriles, en las que acusa al gobierno de «celebrar» la fecha «mandando a invadir para generar caos» no pueden tomarse en serio. No cuentan. Demasiada ramplonería antichavista.
¿Qué puede haber detrás de este silencio? Una barrera infranqueable. Un límite. Quizá un mínimo de pudor, quién sabe. Es que nadie, en su sano juicio político, puede llorar por muertos que no son suyos. Nadie, a cuenta de qué, puede disponerse a celebrar victorias que no le corresponden.
El 27F de 1989 es pura hechura de pueblo rebelde, indomable, rebotao, encabritao. En contraste, todo el discurso de las elites estuvo orientado siempre a que ese mismo pueblo sintiera vergüenza de sí mismo, de sus luchas. Por eso lo redujo a saqueador, criminal, malandro, horda, turba. Por eso lo molió a plomo, para que no se le ocurriera hacerlo de nuevo, porque eso no se hace. Por «inmaduro», diría Ítalo del Valle Alliegro. ¿Cómo puede venir ahora a reivindicarlo?
El problema, claro está, es que esa misma elite se ha convencido de que sin el favor de los saqueadores de ayer, sin el apoyo de las hordas y de las turbas, es imposible ganar elecciones. Por eso hablará de «invasores», pero evitará a toda costa hacer lo que hizo ayer, lo que ha hecho mil veces: esta vez, si es posible, no les tocará un pelo. Porque el trabajo sucio tiene que hacerlo el gobierno nacional.

Mientras tanto, sobre el 27F de 1989, ni una palabra. Que se maten entre ellos. Al fin y al cabo, todos forman parte de la misma turba. Entre ellos se entienden, si es que cabe la expresión.

Rebelión popular: cuando izquierda y derecha no tienen nada que decirnos



En un artículo intitulado El mejor de los mundos posibles, publicado el 14 de octubre de 1989, Cristina Peri Rossi, poeta y escritora uruguaya, advertía: «La crisis de los regímenes comunistas tiene una consecuencia casi inconsciente en el ciudadano de pie de los países desarrollados de Occidente: la sutil desesperanza de que entonces, con todos sus defectos, vivimos en el mejor de los mundos posibles».

Lo que Daniel Bensaid denunciara como el «socialismo realmente inexistente» tocaba fondo: a la fecha, se habían venido abajo los regímenes en Polonia y Hungría. Un mes después, poco menos (el 9 de noviembre), caía el Muro de Berlín, y luego los gobiernos en Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania. La misma Unión Soviética estaba a punto de desintegrarse.

De aquella «sutil desesperanza» que percibía Peri Rossi, «a la desmovilización ciudadana, a la resignación, hay un pequeñísimo paso. El neocapitalismo brutal, con sus injusticias, su desigual reparto de la riqueza, su olvido de los menesterosos y de los necesitados, su falta de protección a la vejez, a los pobres, a los marginados parece quedar convalidado por el abrumador fracaso del modelo comunista».

En una frase: no era tiempo para triunfalismos. Era imprescindible no sucumbir a la tentación del análisis maniqueo: «Es como si al haberlo hecho tan mal… la Unión Soviética diera un espaldarazo definitivo a como lo hemos hecho en el otro lado. Falsa comparación y falsas consecuencias… Hay que decirlo con todas las letras: el desarrollo de una parte de Occidente (porque es una parte, tan sólo: América Latina también pertenece a Occidente) ha tenido un coste social muy alto. Nuestras ciudades, que ofrecen en sus tiendas todo tipo de artículos de lujo y los últimos modelos de la técnica en automóviles o televisores, son también las ciudades de la contaminación, la violencia, la drogadicción, la mendicidad y el miedo».

Es historia cómo la rancia izquierda de entonces pretendió asimilar el triunfo de los pueblos en Europa del Este y la derrota del «socialismo realmente inexistente», es decir, su propio fracaso, como una derrota de la humanidad entera. Del otro lado, la derecha neoliberal, ensoberbecida, furibunda, pretendía imponernos otra farsa: aquella según la cual la victoria de los pueblos era el triunfo definitivo de la civilización del capital.

Pocos meses antes, había tenido lugar en Venezuela la rebelión popular del 27F. Esto recién comenzaba. Sin embargo, no conforme con la brutal represión de Estado, sobre el sujeto de la revuelta llovió fuego «amigo» y enemigo: fue condenado y vilipendiado tanto por los guardianes del orden como por intelectuales «progres». (Aún hoy, se leen opiniones como ésta: «aquel formidable estallido no pasó de ser una ‘jacquerie’, un motín, cuando ha podido y debido ser la captura del gobierno, el inicio del camino revolucionario«). Ni la rancia izquierda ni la derecha tenían nada que decirnos. En el juego de la historia, habían quedado fuera de lugar.

Recordatorio que viene a cuento a propósito de las revueltas populares en el norte de África, donde una nueva historia empieza a escribirse. No es tiempo de triunfalismos, pero tampoco de maniqueísmos: entre la izquierda rancia y la derecha genocida, nuestra opción es por los pueblos en rebelión, por aquellos que han logrado sobreponerse a la desmovilización, a la resignación, y se han volcado a las calles. Como hace veintidós años.

27F de 1989 y rebeliones en el mundo árabe


Preparen, apunten… rebelión. Túnez, 18 de enero de 2011. Por: Fred Dufour

La semana pasada discutía con algunos compañeros sobre las rebeliones populares que tienen lugar en el mundo árabe (Túnez, Egipto, Libia, Argelia, Omán, Yemen, Baréin, Marruecos…), y alguien puso sobre la mesa la posibilidad de establecer algún tipo de analogía con el 27F de 1989.

Esto fue lo que escribí entonces:

1.- Dima Khatib, hija de refugiados palestinos y, como ustedes saben, corresponsal de Al Jazeera para América Latina, lleva semanas relatando con detalle las rebeliones en los países árabes a través de su cuenta Twitter. Khatib no ha parado de subrayar el carácter novedoso y sorpresivo de las revueltas. Hoy mismo, y aun cuando ha denunciado de manera reiterada el esfuerzo que están haciendo tanto Estados Unidos como el resto de las potencias occidentales por torcer a su favor el rumbo de los acontecimientos, escribía: «Las revoluciones en el mundo árabe son actos espontáneos. Son una explosión natural del pueblo. No son revoluciones de color made in USA«.
No creo que se trate de una declaración ingenua. En todo caso, lo de «actos espontáneos» puede traducirse como un reconocimiento del carácter imprevisible de los acontecimientos: ninguna fuerza política, ningún partido, ni siquiera el Imperio más poderoso en la historia de la humanidad, tiene la capacidad para organizar o conducir revueltas de tal naturaleza. «Actos espontáneos» porque en cada país, todas las fuerzas políticas, sin excepción, están involucradas, pujando en una dirección u otra, estableciendo alianzas más o menos circunstanciales, pero el verdadero sujeto de la revuelta es algo más que la suma de las partes, es algo que sobrepasa los cálculos políticos e incluso militares de las fuerzas que intentan capitalizarla. Tal como sucedió el 27F.

Naturalmente, una o más fuerzas, con mayor o menor apoyo extranjero, terminarán imponiéndose, y la situación tenderá a la «normalidad». Es previsible que, sobre todo en el corto plazo, incluso parezca que nada ha cambiado realmente, porque identificaremos claras de líneas de continuidad entre los viejos regímenes y los que han surgido a partir de las rebeliones. Pero, ¿acaso no fue esto lo que sucedió con el 27F?

Creo que, sin duda alguna, se está produciendo un importante «quiebre» histórico, de profundas e imprevisibles implicaciones geopolíticas. Hay un antes y un después de estas rebeliones. Por esto, insisto, es necesario tomar nota de su carácter novedoso y sorpresivo. No renunciando, de ninguna manera, a la necesidad de comprender lo que está sucediendo, sino sentando posición frente a las interpretaciones maniqueas e interesadas sobre las revueltas (que también prevalecieron en el caso del 27F). Si no reconocemos las serias limitaciones de nuestros esquemas de interpretación, corremos el riesgo de ocultar la potencia de los acontecimientos. Con todo y las reservas que cualquiera pueda tener con algunos aspectos de su análisis, me quedo con una frase de Toni Negri: «La cultura de la impotencia ha sido abatida con fuerza en las calles de Túnez«.

2.- Lo anterior quiere decir, entre otras cosas, que es una impostura abusar del discurso anti-imperialista. No se trata de dejar de exigir el cese de la injerencia estadounidense en la región. De hecho, esta exigencia debe hacerse. Lo que bajo ninguna circunstancia podemos permitirnos es atribuirle a Estados Unidos mayor influencia de la que realmente tiene (que ya es mucha). En primer lugar, porque implicaría desconocer la lucha de millones de personas, de múltiples sujetos, que han salido a las calles a manifestarse, dando una extraordinaria e impresionante demostración de fuerza. Y en segundo lugar, porque implicaría «reconocer» que Estados Unidos tiene el poder se suscitar tales manifestaciones, lo que no es de ninguna manera cierto.

Durante las últimas semanas, y en líneas muy generales, he percibido en el chavismo una tendencia a sobredimensionar el papel desempeñado por Estados Unidos (en radio y televisión, en artículos de opinión, etc.). No me atrevería a decir que es la tendencia predominante, pero sin duda tiene mucha fuerza. A mi juicio, se caracteriza no sólo por su maniqueísmo, sino por su paranoia. Además, es francamente derrotista, está fundada en la impotencia, en la medida en que supone que, a fin de cuentas, pase lo que pase, terminará de imponerse la voluntad del Imperio. Implica, además, la renuncia al pensamiento, al ejercicio reflexivo y crítico, al análisis de situaciones concretas: basta apelar al monstruo imperial para explicarlo todo, y para no tener que hacer el trabajo de investigar qué es lo que realmente sucede. Pero lo peor de todo es que estamos hablando de rebeliones en acto, de pueblos que siguen luchando. ¿Resultado? Los verdaderos protagonistas quedan relegados al papel de actores secundarios, en muchos casos «manipulados», simples títeres de la puesta en escena imperial.

3.- Tampoco es cierto que se trata de rebeliones Twitter o Facebook. Es imposible negar la importancia de la convocatoria de las protestas a través de las redes sociales, como quedó en evidencia en el caso de Egipto. La argentina Sandra Russo ha escrito un buen artículo sobre este punto:

«Es un dato duro de la realidad que el de Mubarak era un régimen de esa especie [opresivo], pero no es un dato más blando que ese régimen viniera aplicando a rajatabla las recetas económicas del FMI. Lo curioso es que la prensa hegemónica internacional se limite a recargar el sentido de la crisis egipcia en la demanda ciudadana de libertades políticas y civiles, y que recorte el capítulo en el que los egipcios gritan a viva voz que quieren también y en concordancia otra política económica. No bien asumió el actual gobierno militar, los egipcios volvieron a salir a la calle para pedir aumentos salariales. Como eso no encaja en el relato sobre el autarca derrocado, sino más bien echa luz sobre el tipo de autocracia que llevó adelante Mubarak, esos reclamos no son televisados: el foco pasa directamente a la plaza ya vacía por la fuerza, y se hace silencio sobre el estado de la economía egipcia, tan neoliberal como fue la de Menem, Bucaram, Collor de Melo, Fujimori o Carlos Andrés Pérez. Las coberturas sobre Egipto replican ahora ese relato, que no es antojadizo ni inocente, sobre millones de ciudadanos de clase media que merced a las redes sociales lograron imponer su voluntad democrática a un régimen cuya naturaleza dictatorial fue no obstante negada, tapada, encubierta y eclipsada por sus socios mundiales. Pese a que las coberturas de los grandes medios no abundaron en esos detalles, pudo saberse, como informó el sitio canadiense The Global Research, levantado a su vez por el periódico digital Rebelión, que Estados Unidos no fue tomado por sorpresa, sino que más bien fue un actor importante en los movimientos políticos egipcios. En un artículo titulado ‘Los dictadores no ordenan, obedecen‘, se indicaba que desde noviembre de 2010, el Departamento de Estado venía manteniendo reuniones con la oposición a Mubarak, y el Freedom House, incluso, capacitó a decenas de los blogueros que luego fogonearon la protesta. Ahora se menciona como un posible candidato a la presidencia al director de Google regional. Quizá tenga que ver. La protesta no fue inventada, claro. Y los millones de egipcios que salieron a la calle y los centenares de muertos que dejó atrás el régimen dan sobradas muestras del caldo de cultivo extraordinario que había en ese país. La pregunta es quién capitalizará esa fuerza política sin líderes claros por el momento, y de qué manera intentará Washington que cambie el gobierno pero no la política neoliberal que llevaba adelante Mubarak. Lo que aparece claro en África del Norte es la anticipación en el uso de las nuevas tecnologías, un globo de ensayo para instalar en ellas discursos y relatos que encaucen voluntades de un modo que ya no pueden conseguir los medios de comunicación tradicionales, toda vez que en todo el mundo los ciudadanos son cada vez más conscientes de que no es de ellos de donde proviene la información, sino que apenas son transmisores de intereses».

También habría que tomarse la molestia de leer lo que ha escrito gente como Vicenç Navarro: «Así, la imagen general promovida por aquellos medios es que tal evento se debe a la movilización de los jóvenes, predominantemente estudiantes y profesionales de las clases medias, que han utilizado muy exitosamente las nuevas técnicas de comunicación (Facebook y Twitter, entre otros) para organizarse y liderar tal proceso, iniciado, por cierto, por la indignación popular en contra de la muerte en prisión, consecuencia de las torturas sufridas, de uno de estos jóvenes. Esta explicación es enormemente incompleta. En realidad, la supuesta revolución no se inició hace tres semanas y no fue iniciada por estudiantes y jóvenes profesionales. El pasado reciente de Egipto se caracteriza por luchas obreras brutalmente reprimidas que se han incrementado estos últimos años».

4.- Pero tampoco se trata de «revueltas obreras», en sentido estricto. Es decir, no sólo los obreros se han rebelado, ni son ellos los que han asumido la vanguardia. Tampoco se trata de «revueltas de hambre», como lo sostiene alguna intelectualidad «progre». El término «revueltas de hambre» proviene de la historiografía marxista inglesa, y remite a los «motines» protagonizados por los hambrientos y descamisados europeos de los primeros tiempos del capitalismo. Por tratarse de revueltas que tuvieron lugar, principalmente, antes de la consolidación del capitalismo «moderno», se les considera como pre-modernas, pre-capitalistas o pre-políticas.

Tal fue, por cierto, la interpretación que predominó entre la intelectualidad de izquierda (y no tanto) en Venezuela, a propósito del 27F. El caso es que no podemos seguir estableciendo analogías entre las rebeliones «tercermundistas» (como la del 27F, pero también las que tienen lugar actualmente en los países árabes) y las rebeliones europeas de los siglos diecisiete o dieciocho, con todo lo que esto tiene de reproducción de la lógica occidental del progreso: salvajes/civilizados, atrasados/desarrollados, etc. En otras palabras, las «revueltas de hambre» son las que ocurren en los países «salvajes» o «atrasados», y es a los países «modernos» y «democráticos» a quienes correspondería establecer el «orden», la «democracia» y el «progreso».

Los ochenta y el furor anti-partido


(Artículo escrito en julio de 2009, publicado en el número 7 de la revista Día-Crítica, que felizmente reaparece, luego de unos cuantos meses de ausencia).

********

Carlos Andrés Pérez: fue inútil la acrobacia de la partidocracia.

Gramsci escribía sobre los partidos políticos que, en el caso de algunos de ellos, «se comprueba la paradoja de que están perfectos y formados cuando ya no existen, o sea, cuando su existencia se ha hecho históricamente inútil». Explicaba: «como un partido no es sino una nomenclatura de clase, es evidente que para el partido que se propone anular la división de clases su perfección y cumplimiento consisten en haber dejado de existir porque no existen ya clases». En Venezuela, hacia finales de la década de los 80, fuimos testigos de un singular fenómeno con dos expresiones muy claras: por una parte, las agudas contradicciones de clase emergían bajo la forma de profundas convulsiones políticas y sociales; por la otra – y en estrecha relación con lo anterior – nos asaltaba la creciente sospecha de que los partidos – y no sólo los partidos del status quo – se habían hecho históricamente inútiles.

Mi generación, la que bordeaba la mayoría de edad en los últimos 80, la que no se reconocía en la herencia de la «Generación Boba», creció cantando, bailando y deseando fervientemente que todos «los políticos fueran paralíticos», y entonando canciones contra el sistema, como aquella que retrataba a la gente de los cerros que, cansada y hastiada, le devolvía a la ciudad «una sonrisa al revés». Entre otras, estas canciones fueron – siguen siendo – genuinas expresiones culturales de un cierto desencanto, de un cierto cinismo, pero sobre todo de una furia indomable que se parecía demasiado al furor total que finalmente se apoderó de las calles de casi toda Venezuela el 27 de Febrero de 1989.

Políticos paralíticos. Desorden Público.

El sistema. Sentimiento Muerto.

La casi unánime incomprensión de la que hizo gala el amplio espectro de los partidos políticos sobre la naturaleza de aquel acontecimiento iniciático, vino a confirmar nuestra sospecha de que los partidos eran, como nunca antes, definitivamente inútiles: los de la derecha, por supuesto, que no sólo condenaron la furia popular, sino que celebraron la brutal represión de Estado; pero también los de izquierda: que se sumaron a la condena de la «irracionalidad» popular. La paradoja es clara: los partidos daban cuenta de su inutilidad histórica en un episodio histórico clave, de profunda conflictividad política y social y, en suma, de clases.

Cualquier propagandista podría sentirse tentado a resumir en unas pocas líneas lo que ocurriría en los veinte años siguientes: el dilema del neoliberalismo durante la década de los 90, que mientras abría fuego contra los partidos tradicionales, era incapaz de granjearse una expresión política sólida, que resolviera a su favor la severa crisis hegemónica del sistema político venezolano; del otro lado, el irrefrenable ascenso del chavismo y su triunfo en 1998: luego, la hegemonía del chavismo y sus fuerzas aliadas, y su creciente control de los cargos de elección popular; finalmente, la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela.

Pero éste, que sería el final soñado de nuestro propagandista, suerte de «fin de la historia» revolucionario, no es sino la continuación de una historia que comenzó, al menos, hace veinte años. De lo que se desprende, en primer lugar, que toda construcción organizativa revolucionaria está en la obligación de reconocerse heredera de aquel legítimo furor anti-partido de finales de los 80, y que está en el origen del chavismo. En segundo lugar, es imperativo identificar y debatir ampliamente sobre las razones de ese mismo furor anti-partido: ¿la ausencia de democracia, y por tanto la exclusión política, en nombre de la democracia? En tercer lugar, revisar a cada paso – y rectificar oportunamente a cada paso en falso – la relación con otras formas de organización popular revolucionarias. Diríamos incluso: alentarlas, en lugar de pretender suplantarlas.

Tal vez sea necesario despejar algunas dudas: trazar la línea de continuidad entre el furor anti-partido de finales de los 80 y la tarea de construcción del partido revolucionario veinte años después, no desdice de la necesidad histórica de esta última. Todo lo contrario. Lo que señalamos es que esta tarea será en vano si procedemos como advertía Walter Benjamin que recomendaba Fustel de Colanges: «al historiador que quiera revivir una época que se quite de la cabeza todo lo que sabe del curso ulterior de la historia». Benjamin señalaba que el origen de este procedimiento estaba «en la apatía del corazón», en la que ciertos teólogos vieron «el origen profundo de la tristeza». «Historiadores historicistas», les llamó Benjamin, a los que oponía el rigor que debe hacer suyo el «materialista histórico»: «La naturaleza de esta tristeza se esclarece cuando se pregunta con quién empatiza el historiador historicista. La respuesta resulta inevitable: con el vencedor. Y quienes dominan en cada caso son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez. Por consiguiente, la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del momento. El materialista histórico tiene suficiente con esto. Todos aquellos que se hicieron de la victoria hasta nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo». ¿Cuál debe ser nuestra tarea? Benjamin responde: «cepillar la historia a contrapelo».

Subrayar, entonces, la importancia de trazar la línea de continuidad a la que nos hemos referido, para por no ceder frente a «la apatía del corazón» y cierta soberbia que nos puede conducir a creer que los furores de antaño justifican, de plano, todas las construcciones del presente, todos sus procedimientos. Porque puede suceder que en nombre de la necesidad histórica de construir un partido revolucionario, no hagamos más que domesticar y silenciar aquellos furores que siguen latentes. Resulta claro que, de incurrir en este procedimiento, estaremos ubicándonos del lado de los vencedores de siempre, cuando nuestra tarea continua siendo acompañar a los que fueron vencidos. «Cepillar la historia a contrapelo» no significa rendir homenaje oficial a nuestros muertos, sino mantener vivas las llamas de su herencia. De lo contrario, el partido revolucionario en construcción terminaría siendo, inevitablemente, un pertrecho históricamente inútil.

27F de 1989 y chavismo: el mismo horror


27F de 1989 y 13A de 2002: el mismo pueblo, la misma alegría.
(Fotografía del 13A, cortesía de Kalé).

Si todavía persiste alguna duda sobre la línea de continuidad entre el 27 de Febrero de 1989 y el chavismo, sólo basta con revisar un par de citas.

La primera aparece publicada el 1 de marzo de 1999 en El Universal, y va a la cuenta de una periodista, Thamara Nieves: «Estos grupos demográficos, inéditos, no encajan en la clasificación socioeconómica D-E, más bien podrían ser Y-Z, pertenecen al inframundo caraqueño». La segunda aparece en El Nacional casi tres años después, el 27 de enero de 2002: «Hemos visto con indignación cómo salen debajo de la tierra unas personas… con espuma en la boca, ojos volteados, palo en mano en actitud agresiva, dispuestos a defender con fanatismo algo que no entienden muy bien: la revolución; ellos son las llamadas turbas de Chávez». ¿El autor? El tipo que hoy gobierna el municipio Sucre del estado Miranda: Carlos Ocariz.

Muy a pesar de la procacidad del juicio de la periodista Nieves, del espanto que destilan sus palabras, ellas retratan fielmente una de las claves de la naturaleza de ese acontecimiento que fue el 27F de 1989: su carácter «inédito». Lo que resulta inédito para Nieves es la súbita irrupción en el espacio público de esos «grupos demográficos» que durante décadas de democracia formal permanecieron en los márgenes. Aquella fecha acontece la invasión bárbara de la ciudad formal. Irrumpe lo que no encaja. Lo que azota el mundo de Nieves – que es el mundo de la ciudadanía formal, de la sociedad civil – es lo que no puede denominarse más que como «inframundo».

Es del mismo inframundo, «debajo de la tierra», de donde provienen los seres enloquecidos, posesos, «con espuma en la boca» y los «ojos volteados», que apoyan a Chávez. Un apoyo fanático, más que partidario, porque aquellos seres «no entienden muy bien» qué es eso de «la revolución». Irracionales: «las llamadas turbas de Chávez».

Es este horror no disimulado por lo popular lo que, al mismo tiempo, explica la condena del 27F de 1989 y define la naturaleza del antichavismo de elites. Horror por las calles atestadas de pueblo, horror por la política contaminada por lo popular. Sólo desde el horror es posible narrar el 27F de 1989 como suceso triste y lamentable, y asimilar al pueblo chavista con lo monstruoso. El mismo horror, salpicado de voluntad de revancha, que nos permite entender el tono del editorial de El Nacional del 12 de abril de 2002: «Con razón usted quería hace dos meses celebrar el 27 de febrero, esa fecha oscura y siniestra de nuestra vida democrática».

Ni siniestro, ni monstruoso, ni horroroso: veintiún años después, seguimos celebrando el día en que el pueblo venezolano decidió mostrar su rostro más hermoso: el que sólo son capaces de exhibir los pueblos que luchan. Ese pueblo es hoy chavista. Y es hermoso. Con razón a usted no le gusta celebrarlo, aunque gobierne Petare. Aunque le parezca horroroso.

La noticia no es la falta de luz, sino el exceso de oscuridad


Hubiera podido valerme de la metáfora del vampiro para ilustrar la actuación de la prensa antichavista a propósito del Plan de Ahorro Eléctrico que afecta desde hoy a la ciudad de Caracas y ciudades aledañas, pero ni El Nacional ni El Universal merecen ser reconocidos como seres monstruosos que cometen sus fechorías al amparo de la oscuridad.

Antes al contrario, lo que la máquina propagandística opositora produce y reproduce incansable e insaciablemente, es este discurso sobre la luz y la oscuridad; uno de raigambre eminentemente moral, pero de una eficacia política innegable y cuyos efectos son bastante duraderos. Digámoslo así: los seres monstruosos no son capaces de articular un discurso de tal naturaleza; es la propia naturaleza de este discurso la que consiste en la producción de lo monstruoso – y también de lo criminal, de eso que se mueve tras las sombras, anónima y subrepticiamente, eso que se oculta y nos acecha, esa terrible amenaza que apenas pasa desapercibida disimulando su verdadero rostro detrás de máscaras.

Es de esta oscuridad, y no del Plan de Ahorro Eléctrico, de la que nos habla la prensa antichavista. La noticia no es, como le llama El Nacional, el «sorpresivo plan» que, según El Universal, ha provocado la «confusión» entre los caraqueños. La noticia, en fin, no es la falta de luz, sino el exceso de oscuridad. Una oscuridad que, como en el principio de los tiempos, precede a la luz. Es decir, el referido Plan no implica simplemente la suspensión temporal del suministro eléctrico, o el inicio de un «período especial de racionamiento», como se apresura a celebrarlo El Nacional, sino la continuación de los tiempos de oscuridad. Si se trata de un «período especial», no lo es sólo por la intención manifiesta de asimilar la realidad venezolana con la imagen que la burguesía local difunde sobre la Cuba en la era post-soviética, sino sobre todo porque se anuncia la entrada en un período de mayor oscuridad. Si estábamos mal, pues ahora estamos mucho peor. Si ya estábamos en crisis, ahora la crisis es más severa. Si nuestra sociedad estaba enferma – aquejada por un cáncer monstruoso -, ahora entramos en la sala de emergencias.

Portada del diario El Universal, miércoles 13 de enero de 2010.

Portada del diario El Nacional, miércoles 13 de enero de 2010.

De allí, en primer lugar, el lenguaje deliberadamente dramático de la prensa antichavista. En el caso concreto de El Universal, más que la primera plana de un periódico, el titular «En emergencia» hace las veces de un aviso que nos previene de un peligro inminente. En última instancia, parece querer informarnos que una verdadera y lamentable catástrofe ha ocurrido. Tal hubiera podido ser, por ejemplo, el titular de una primera plana que tuviera como noticia más destacada el terremoto en Haití. En el caso de El Nacional, mucho más dramático que su titular («Severos cortes eléctricos»), resulta un fragmento del sumario: el Plan es «un cierre a la vida».

Portada del diario El Nacional, miércoles 13 de enero de 2010. Detalle

En segundo lugar, el habilísimo uso de los colores y las formas. En ambos periódicos, fondo oscuro – o la oscuridad como contexto. En El Universal, una persona de edad avanzada (y por tanto en situación de vulnerabilidad) se abre paso en la oscuridad con la ayuda de una vela que alumbra tenuemente, en medio de la confusión y el desconcierto, como alumbran al lector las blanquecinas letras en fondo negro. En El Nacional, la verdad aparece iluminada por un haz de luz que ya pareciera una cosa divina, proveniente del cielo.

La verdad que ilumina el discurso antichavista es que «mientras menor es la cantidad de luz, mayores son los delitos«. Igualmente, «la principal causa de la crisis eléctrica en Venezuela» no puede ser otra que la «desinversión en el sector». Es decir, que nos enfrentamos, naturalmente, a un problema de gestión. No se trata de negar – como suele acusar, con la sorna característica, el antichavista promedio – que la delincuencia es un problema o que existe, efectivamente, un problema de gestión de gobierno. Se trata, en cambio, de que la máquina propagandística opositora es eficaz sólo en la medida en que es capaz de producir un discurso según el cual no hay más alternativa que calificar al gobierno de criminal, porque dejó de invertir en el sector.

Encuesta publicada en la página web de El Universal, el 13 de enero de 2010.

No hay mejor muestra a la mano de la eficacia de este discurso, que las encuestas que periódicamente publica El Universal: al poner en marcha el simulacro de consulta a sus lectores sobre «la principal causa de la crisis eléctrica», el diario no está mostrando un abanico de posibilidades. Al contrario, lo está negando. Así, lo que enuncia El Universal es que el «incremento del consumo doméstico», el «aumento de la industrialización» y los «problemas climáticos» no pueden ser tenidos como causas de la crisis. De esta manera, la crisis pasa a tener una causa unívoca, y todo lo que contradiga esta verdad pasa a ser, por tanto y simplemente, mentira. En consecuencia, no sólo estamos frente a un gobierno ineficiente y criminal – y donde dice criminal debe leerse asesino-, sino además mentiroso.

Según esta lógica discursiva, la caricatura de Rayma que nos muestra la frase «Gestión de gobierno» salpicada de sangre, bien ha podido aparecer publicada hoy, miércoles 13 de enero de 2010. Tal vez sorprenda al lector saber que fue publicada el 12 de abril de 2002, escasas horas después del golpe de Estado contra Chávez.

Caricatura de Rayma, publicada por El Universal el 12 de abril de 2002.

Existe, como la caricatura de Rayma lo hace evidente, una línea de continuidad entre el discurso opositor de 2002 y las tácticas que emplea en el presente. Vale la pena recordar algunos pasajes del tristemente célebre editorial de El Nacional, del mismo 12 de abril de 2002, justo aquellos que hacen referencia explícita a los asuntos de la luz y la oscuridad. Así, por ejemplo, el diario acusa a Chávez de «esta masacre de gente inocente, cometida a la luz pública y que intentó esconder tras una cadena oficial»; la misma cadena con «la cual trató de disimular inútilmente lo que ocurría a pocos metros de donde estaba hablando»; y además sentencia: «Ayer se le cayó su última máscara». Pero he aquí, a mi juicio, la frase más reveladora: «Con razón usted quería hace dos meses celebrar el 27 de febrero, esa fecha oscura y siniestra de nuestra vida democrática».

De esta forma, la oscuridad – el encubrimiento, el disimulo, la máscara – aparece asociada no sólo a la palabra, a las acciones e intenciones de Chávez, sino sobre todo al acontecimiento que marcó el principio del fin del modelo democrático representativo: el 27F de 1989, «fecha oscura y siniestra». Tan oscuros y siniestros como sus protagonistas. Tan monstruosa como el pueblo mismo. Oscuro hito al que el chavismo siniestro y vampiresco da continuidad.

Que quede claro: demostrar que existe una línea de continuidad en el discurso opositor de 2002 y el de 2010 no quiere decir, en lo absoluto, que durante todos estos años no se hayan producido importantes giros discursivos. La identificación de estos giros, como ya lo he planteado, es un ejercicio intelectual que debe ser considerado de primer orden. Mientras tanto, lo que hay se parece al peor de los escenarios: una vocería política oficial con muy poco criterio, que se empeña en hacer alarde de su pobreza de argumentos y de su limitada capacidad de análisis, que se limita a señalar que todo es siempre más de lo mismo. Esto es, que la oposición repite siempre el mismo libreto. Todo lo anterior, acompañado del desprecio que una parte del chavismo popular profesa hacia este tipo de análisis, según el pretexto de que la prensa antichavista no hace otra cosa que mentir.

Mientras tanto, sólo me atrevo a señalar que, como no había sucedido en un tiempo considerable, el gobierno bolivariano, obligado por las circunstancias o por errores de cálculo, ha abierto varios frentes de envergadura. Tal y como lo registra la más reciente encuesta de El Nacional, algunos de estos serían:

1) «El racionamiento del agua».
2) «Los cortes de energía eléctrica».
3) «La devaluación del Bolívar».
4) «Las nuevas gestiones de Cadivi». (De las cuatro, la única que afecta casi exclusivamente a la clase media).

Encuesta publicada en la página web de El Nacional, el 13 de enero de 2010.

Con todo, la encuesta sigue siendo un indicador limitado: no incluye, por ejemplo, la variable «inseguridad». Esto, porque sólo indaga sobre medidas gubernamentales.

Aún más: probablemente sea posible enumerar otros frentes. La corrupción es uno de ellos. Lo que supongo ninguno de nosotros será capaz de hacer, es el equivalente a seleccionar la última de las opciones de la encuesta de El Nacional: «Como revolucionario, no me afectan las medidas». Porque eso sí sería decir mentiras.

La geología del dolor


Durante su discurso inaugural del Primer Encuentro Internacional de Memoria Histórica, celebrado el año pasado en la Universidad de Salamanca, España, el periodista y poeta argentino Juan Gelman pronunció estas palabras:

“¿Cada recuerdo trae un dolor que se amontona, capa sobre capa, y se convierte en una geología del dolor? ¿Es posible dialogar con el dolor, fingir que tiene rostro y que no es una potencia que viene y va y protesta contra la muerte del ser querido y le da cuerpo y la afirma negándola? ¿La locura sería la última puerta del dolor, una manera de convertirse en dolor para no padecerlo y desaparecer en el dolor? ¿No será esa una forma de fundirse con la víctima y así morir con ella?”.

Cuando Gelman se interrogaba sobre el dolor, el duelo y la locura, no hacía un simple ejercicio de retórica. Su hijo, Marcelo, fue secuestrado en agosto de 1976, a sus veinte años, y luego desaparecido; su nuera, María Claudia, fue secuestrada a sus diecinueve años, con siete meses de embarazo, también desaparecida. Cortesía de la dictadura argentina. Los restos de Marcelo fueron encontrados en 1990. Diez años después, y tras larga búsqueda, pudo dar con la identidad y el paradero de su nieta, que había nacido en cautiverio, en Montevideo. Sigue buscando los restos de María Claudia.

Sí. Cada recuerdo trae un dolor que se amontona, capa sobre capa, y se convierte en una geología del dolor. Si todavía no lo cree, vaya y pregúntele a cualquier familiar de tan siquiera uno de los cientos – o miles – de desaparecidos durante febrero o marzo de 1989 en Venezuela. La geología del dolor puede ubicarse en el subsuelo de La Peste. Pero es también tierra sin nombre. Nadie sabe en qué lugar yacen todos los que fueron. Nadie sabe, siquiera, cuántos fueron. Sólo sabemos que se hacía llamar democracia, aunque no le hiciera falta apellidarse Videla.

Detalle de los nichos de La Peste, lugar de reposo de más de un centenar de víctimas del 27F de 1989.

“Los familiares de los desaparecidos no tienen dónde hablarles y ellos son fantasmas inciertos que vuelven a doler en la memoria”, explicaba Gelman. De allí el hondo significado del proceso de exhumación de las víctimas del 27F de 1989, que recién adelantó la Fiscalía. Es un acto de justicia que aún no alcanzamos a valorar en sus justas dimensiones. Son capas y años de olvido y dolor. Saludamos esta hora. Porque una revolución digna de llamarse tal, está obligada a excavar en la indolencia para que las víctimas dejen de ser fantasmas. Y hay que decirlo: está obligada, en suma, a evitar nuevas víctimas, las que siguen cayendo en manos de los asesinos de siempre.

El gato Mefistófeles va a la escuela


El Mefistófeles de Delacroix volando sobre Caracas… perdón, sobre Wittenberg.

(Les dejo el quinto artículo publicado en Ciudad CCS, ayer jueves 17 de septiembre.

Brevísimas instrucciones para su lectura:

1. Abren el enlace de la canción (que encontrarán en la primera línea) en una ventana aparte.
2. Si no reproduce automáticamente, presionan play, claro. (Puesto que la idea es escuchar la canción).
3. Dejan que su imaginación vuele. Por ejemplo: la mujer que canta es la Venezuela decente, pujante, pudiente y por supuesto anticomunista. El padre es un tipo de esos buenazos, de gran corazón, que está convencido de que no se quemó las pestañas estudiando en una universidad para que ahora cualquiera pueda acceder a ellas. La niña es el futuro (aunque no se precisa de mucha imaginación para llegar a esta conclusión).

Salud).

********

¿Sabían ustedes que El ratoncito Miguel, la improbable canción infantil, fue concebida como una crítica contra la dictadura de Gerardo Machado, quien gobernó Cuba entre 1925 y 1933? Fue escrita por Félix Benjamín Caignet, el mismo genio creador de la radionovela El derecho de nacer, de 1948. La historia del ratoncito que festeja mientras duerme el temible gato Misifú fue interpretada por primera vez en público en 1932. El pueblo la convirtió pronto en canción de protesta, lo que le valió a Caignet varios días de cárcel en el Cuartel Moncada. Aunque la continuada protesta de sus seguidores forzó su liberación, la canción fue prohibida.

Una vez que uno conoce los detalles de esta historia – y yo recién los conocí – es imposible escuchar la canción con los mismos oídos de nuestra temprana niñez. Hagan la prueba: en lugar de nostalgia, los embargará la sensación de haber descubierto una trama que les fuera ocultada durante mucho tiempo. Entenderán lo que quiso decir Caignet cuando escribió que también Miguel «suele tener corazón para cantar, para reír, para bailar». O por qué planteaba aquel terrible dilema: o vemos qué hacemos con Misifú o «usted verá cómo de hambre un ratón se morirá».

Aquí, pensando: es una canción que bien podría ser utilizada por los padres y representantes indignados porque en este año escolar que recién comienza, el mismísimo Dios será expulsado de las escuelas. Lo tenemos todo: una dictadura regentada por el gato Mefistófeles. Unos ratoncitos que, si bien no puede afirmarse que corren el riesgo de morirse de hambre, hace tiempo que dejaron de reír. Y lo que es mejor: siendo como es una canción de protesta, suena como una canción infantil. Así, los niños y las niñas de «familias pudientes» aprenderán desde pequeños a cantar contra la dictadura, mientras sus padres les recitan la oración que nunca escribió el Arzobispo Urosa: «La educación debe ser igual pero separada… Los hijos de familias pudientes, llamados a ir a las universidades y, más tarde, tomar las riendas de empresas, negocios, ejercer las profesiones libres y ocupar los cargos más altos de la administración pública, deben ser educados para alcanzar estos fines… Los niños que, por su origen socioeconómico, tienen desventajas, deben ser educados en el respeto hacia la autoridad, en la diligencia, en la modestia…». Así a prenderán que más horripilante que el gato Mefistófeles, es que los ratoncitos «de los estratos más pobres» pretendan «acceder a las mismas posiciones que sus compañeros más afortunados».

Urosa Savino conversando con Dios.

A %d blogueros les gusta esto: