13 de Abril, quince años después: la lucha continua


13 de Abril de 2002 en Miraflores

1.-
De acuerdo al Boletín Estadístico Anual de la OPEP 2016 (1), Venezuela cuenta con reservas probadas de petróleo por el orden de los 300 mil 878 millones de barriles. Eso no solo lo ubica como el país con la mayor cantidad de reservas probadas (le siguen Arabia Saudita, con 266 mil 455 millones de barriles, e Irán, con 158 mil 400 millones de barriles). Además, quiere decir que en territorio venezolano reposa el 20,15 por ciento de las reservas globales.

Las implicaciones geopolíticas de esta circunstancia se pierden de vista, sobre todo cuando soplan vientos de guerra global y vuelve a pesar sobre la humanidad la amenaza de una conflagración nuclear.

Subrayar la importancia geoestratégica de Venezuela puede parecer una obviedad: después de todo, el curso de los acontecimientos políticos en nuestro país durante los últimos quince años ha estado determinado, en buena medida, por 1) la encarnizada disputa por el control de la industria petrolera, 2) la puja por la distribución del ingreso petrolero, y 3) las fluctuaciones en el precio del petróleo. Las clases populares venezolanas se politizaron al calor de un conflicto con olor a petróleo, y su protagonismo político se cimentó en el hecho de que tanto la disputa como la puja ya referidas se resolvieron a su favor, al menos temporalmente.

No obstante, comienzan a predominar los análisis que ponen el acento en la temática de la “oportunidad perdida” no solo por el Gobierno venezolano, sino por los gobiernos “progresistas” del continente, en tiempos de bonanza económica. En líneas generales, esta falta de tino explicaría, ahora que los precios de las materias primas están a la baja, el “fin de ciclo” progresista. En algunos casos es realmente difícil distinguir entre balance crítico y simple enumeración de “culpas”. Nuestros errores pesan, quién puede dudarlo. Por ejemplo, cuando se cree posible avanzar negociando con la oligarquía o frenando el desarrollo del poder popular, más que pesar, esos errores hunden. Pero ni el peor de nuestros errores puede llevarnos a ignorar la existencia de un enemigo que los suscita o los aprovecha.

¿Y el conflicto? ¿Y la disputa, la puja? ¿Y el sujeto popular que participa del conflicto? Todo esto es lo que desaparece en esos análisis según los cuales, en razón de nuestros errores y “culpas”, no merecemos más que la derrota. Llega a ser tanto el afán “crítico”, que terminamos exculpando a los enemigos de la humanidad que, mientras tanto, se prepararan para la escalada bélica global, arrecian sus agresiones contra Venezuela y se aprestan a recuperar el control total de nuestro petróleo.

2.-
De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística, cuando Hugo Chávez ganó las elecciones por primera vez, el 6 de diciembre de 1998, el 50,4 por ciento de la población era pobre (pobreza por línea de ingreso). Ya en el Gobierno, la pobreza describe una tendencia a la baja: 48,7 por ciento en el segundo semestre de 1999, 46,3 por ciento en el segundo semestre de 2000, 45,4 por ciento en el segundo semestre de 2001, y desde entonces experimenta un brusco repunte, indudablemente asociado al ataque contra la economía nacional perpetrado por el antichavismo: 55,4 por ciento en el segundo semestre de 2002 y un escandaloso 62,1 por ciento en el segundo semestre de 2003. Durante los primeros cinco años de revolución bolivariana, la pobreza aumentó 11,7 puntos porcentuales. Así le cobraba la rancia oligarquía al pueblo venezolano la afrenta de haber llevado a Chávez al poder (2).

Al momento de la muerte de Chávez, la pobreza se había reducido al 34,2 por ciento de la población (3). En otras palabras, si tomamos como referencia el pico del segundo semestre de 2003, 27,9 por ciento de la población había salido de la pobreza. De acuerdo a la población estimada para 2013 (4), estamos hablando de 8 millones 310 mil 367 personas.

8 millones 310 mil 367 personas que salieron de la pobreza en diez años de revolución bolivariana.

Puede discutirse sobre la idoneidad del indicador pobreza por línea de ingreso, y de hecho es un dato limitado para ilustrar la real magnitud de la transformación de la sociedad venezolana durante la revolución bolivariana. Concluir, por ejemplo, que la reducción de la pobreza entre 2003 y 2013 obedeció al alza de los precios del petróleo, o que el Gobierno se conformó con garantizar la inclusión por consumo, es decir solo una parte de la verdad o simplemente falsear la realidad. De nuevo, implica ocultar el conflicto que motoriza el sujeto popular chavista, su proceso de politización, el control progresivo de áreas estratégicas de la economía, la conquista de una porción de la renta que favoreció históricamente a las clases media y alta, la consolidación de una nueva cultura política, la multiplicación de espacios de autogobierno popular, los extraordinarios avances en materia de ejercicio y disfrute de los derechos a la educación, salud, alimentación, etc. Dicho de otra forma, implica ocultar casi todo lo que tiene de sustantivo el experimento socialista bolivariano.

Con todo y las limitaciones del indicador, no dejan de ser 8 millones 310 mil 367 personas que salieron de la pobreza en diez años de revolución.

La información oficial disponible más actualizada es la de hogares pobres por ingreso, hasta el primer semestre de 2015 (5). Para el momento del triunfo electoral del comandante Chávez en 1998, el 43,9 por ciento de los hogares estaban en situación de pobreza. El indicador alcanzó su pico en el segundo semestre de 2003, con 55,1 por ciento de hogares pobres, para ubicarse en 29,4 por ciento para el primer semestre de 2013. La correlación con el indicador pobreza por línea de ingreso es bastante clara: durante el mismo período de diez años, 25,7 por ciento de los hogares habían salido de la pobreza.

A dos años de Gobierno de Nicolás Maduro, el porcentaje de hogares pobres se ubicaba en 33,1 por ciento, todavía 22 puntos porcentuales menos que en 2003. Sin duda alguna, en los dos años transcurridos desde entonces ha aumentado el porcentaje de hogares en situación de pobreza. ¿Ascenderá a los niveles de 2003? No lo sabemos. Pero incluso si así fuera, ¿no resulta extremadamente ingenuo pensar que el aumento de la pobreza se debe a la “ineficiencia” del Gobierno de Maduro, sobre todo teniendo como referencia el comportamiento del mismo indicador durante los años 2002-2003 y su relación directa con las sucesivas tentativas del antichavismo para desconocer la voluntad popular y derrotar la democracia bolivariana?

Hay algo que no cuadra en el relato antichavista.

3.-
Y sin embargo, ha sido un relato relativamente eficaz. O tendríamos que decir: un metarrelato. Dirigido fundamentalmente a esas 8 millones 310 mil 367 personas que salieron de la pobreza entre 2003 y 2013, y mientras ataca brutalmente la economía nacional, con un encono muy similar al de 2002-2003, el antichavismo apunta a la desmovilización de una parte de la base social del chavismo empleando el mismo recurso que en su momento le permitió hacerse de su base social: el miedo. En este caso, el miedo de una nueva y numerosa clase media popular que, naturalmente, no desea volver a la pobreza de la que recién salió.

Éste es el cuadro que permite entender el “éxito” relativo de verdaderos caballos de Troya discursivos, tales como: la existencia de un supuesto “madurismo” que estaría desandando todo el camino avanzado por Chávez; la “aparición” súbita de personas comiendo de la basura en las calles; la “desaparición” súbita de alimentos y otros bienes de primera necesidad, como consecuencia de los “controles” a los que está sometida la economía; la absoluta degradación moral del “narco-régimen” y la corrupción generalizada; la “ceguera” de los partidarios del chavismo que todavía se niegan a reconocer los problemas del país; la ausencia total de “futuro” u “oportunidades”, y por tanto la necesidad de buscarlos más allá de nuestras fronteras. Es decir, un verdadero metarrelato que poco a poco va instalándose como marco interpretativo de la realidad venezolana, y que está orientado a persuadir a las clases populares de que el chavismo, nada menos que su propia identidad política, es sinónimo de pobreza material y espiritual.

Al respecto, resulta fundamental, decisivo, distinguir entre el genuino malestar popular, en general de las clases populares y en particular de la nueva clase media popular, del “malestar” de la clase media del antichavismo originario: la misma que, en el parteaguas histórico que representó el convulso 2002, decidió alinearse con la oligarquía. ¿Cuál es la función social que ejerce esa clase media antichavista originaria, iracundamente supremacista? Traducir la realidad, de la manera expuesta en el párrafo precedente, a la nueva clase media popular: “Si quieres pertenecer de pleno derecho a la clase media, he aquí la manera como debes enunciar la realidad”. Para ser salvo, hay que convertirse. De allí la “popularidad” de aquellas afirmaciones entre los conversos.

Si este metarrelato es relativamente eficaz no es en razón de la “falta de conciencia” popular o de su ingenuidad política. Al menos no necesariamente. Es porque, efectivamente: Maduro no es Chávez, ha aumentado la pobreza, hay personas comiendo de la basura, es difícil adquirir alimentos, hay corrupción, etc. El antichavismo ofrece una explicación a estos fenómenos o situaciones. Ahora bien, ¿qué explicación ofrece el chavismo, y en particular su liderazgo?

Hay muchas razones para pensar que eso que enunciamos como genuino malestar popular tiene su origen, en importante medida, en la inconformidad con los relatos que unos y otros construyen para intentar darles sentido. Inconformidad y suspicacia respecto de enunciados como “dictadura”, por citar uno muy en boga por estos días, por cuanto hay situaciones que refieren más bien a desorden, a mano blanda, a libertinaje, incluso a selfie o espectáculo. Inconformidad respecto de enunciados como “guerra económica”, con todo y que, efectivamente, la economía nacional esté bajo ataque, porque reducida a la categoría de propaganda, pierda toda eficacia simbólica.

Esta pobreza discursiva, la altisonancia antichavista o la opacidad oficial respecto de asuntos puntuales pero no por eso menos cruciales, como el inventario de alimentos o medicinas, por citar un caso, inciden en el repliegue popular de la política, al menos de la política formal, y abona a una idea absolutamente funcional al antichavismo: la idea de que la clase política, en general, no sirve para nada, y de que resulta inaceptable, intolerable, una degradación tal de la vida pública que debemos conformarnos con elegir entre los malos y los peores.

4.-
El “peor” chavismo es aquel que cree que, en estos tiempos de dificultades económicas, lo que corresponde es ceder terreno frente a las mismas fuerzas económicas que nos mantienen bajo asedio y, apelando a un pragmatismo muy peligroso, garantizarles una porción de la renta petrolera que perfectamente podría ir orientada a fortalecer las empresas nacionalizadas o bajo control de los trabajadores, o los diversos y numerosos emprendimientos comunales.

El “mejor” chavismo no es aquel que le habla a un pequeño grupo de “irreductibles”, sino el que tiene vocación de construir hegemonía democrática, exactamente en los términos en que lo planteaba el comandante Chávez en su Golpe de Timón. Un chavismo que le habla, obviamente, a las clases populares, y lo hace con la fluidez, naturalidad y confianza de quien dialoga consigo mismo, pero que además es capaz de distinguir entre la vieja y la nueva clase media, esa que emergió con Chávez, y tiene la disposición de hablarle al antichavismo no alineado con la violencia ni el terrorismo. Un chavismo que, por ejemplo, asume el hecho electoral no como una mera formalidad, sino como algo consustancial a la democracia participativa y protagónica, además de una ocasión para movilizar voluntades y, en este momento histórico en particular, recuperar el tejido social profundamente afectado, sobre todo, por los atentados contra la economía nacional. Hecho electoral que no se circunscribe, por cierto, a los cargos de elección popular, sino que asegura la legitimidad y vitalidad del autogobierno popular.

Estamos en la obligación de hacer que este chavismo prevalezca. Por una razón muy sencilla: no hay otra opción. Y eso pasa por la defensa del Gobierno del compañero Nicolás Maduro. El antichavismo, incluso aquel que presume ubicarse “más allá” de la disputa histórica entre chavismo y antichavismo, es el regreso a la colonia, es la entrega total del país que logramos reconstruir después del 13 de Abril de 2002.

Lo “peor” del antichavismo está hoy intentando crear las condiciones que hagan posible una escalada en las agresiones contra la patria. Sin disimulo alguno, clama por la intervención militar de fuerzas extranjeras. Su apuesta sigue siendo la reedición del 11 de Abril, al precio que sea, y la erradicación de todo lo asociado con el chavismo. No es ninguna exageración: basta leerlos. Su apuesta sigue siendo la aniquilación de la democracia. Y eso no podemos permitirlo.

(1) OPEC Annual Statistical Bulletin 2016.

Haz clic para acceder a ASB2016.pdf

(2) Instituto Nacional de Estadística. República Bolivariana de Venezuela: Síntesis Estadística de Pobreza e Indicadores de Desigualdad. 1er semestre 1997 – 1er semestre 2011. No. 1, Año 2011. http://www.ine.gov.ve/documentos/Boletines_Electronicos/Estadisticas_Sociales_y_Ambientales/Sintesis_Estadistica_de_Pobreza_e_Indicadores_de_Desigualdad/pdf/BoletinPobreza.pdf

(3)Instituto Nacional de Estadística. Pobreza por línea de ingreso, 1er semestre 1997 – 1er semestre 2015.
http://www.ine.gov.ve/index.php?option=com_content&view=category&id=104&Itemid=45#.

(4)Instituto Nacional de Estadística. Venezuela. Proyección de la población, según entidad y sexo, 2000-2050 (año calendario).
http://www.ine.gov.ve/documentos/Demografia/SituacionDinamica/Proyecciones/xls/Entidades/Nacional.xls

(5) Instituto Nacional de Estadística. Hogares pobres por ingreso, 1er semestre 1997 – 1er semestre 2015.
http://www.ine.gov.ve/documentos/Social/Pobreza/xls/Serie_Pobreza_1s1997-1s2015.xls

Abril


Ahora que lo pienso, la primera vez que experimenté, de manera más o menos conciente, la sensación de fraude asociada a la existencia de Acción Democrática, fue tan temprano como a los siete años.

Corría el año 1981 y mi familia recién se establecía en Los Teques, luego de un intenso periplo que abarcó tres ciudades. Me tocó en suerte estudiar en una escuelita pública, de la que guardo muy gratos recuerdos: la Francisco Espejo, en el barrio El Trigo. De mi maestra de tercer grado, en cambio, recuerdo poco. Supongo que no me quedó de ella la mejor de las impresiones: una señora de mediana edad, tal vez cercana a los cincuenta, de baja estatura, apellido de casada Pérez.

Un buen día, la maestra de Pérez anunció a la clase que le tenía preparada una grata sorpresa. Naturalmente, con tal preámbulo, no le costó gran cosa captar la atención de todo el auditorio de incautos cautivos que éramos. ¿Decretaría el fin de las tareas para la casa, la extensión de la hora de recreo? Nada de eso. Anunció la pronta reincorporación a la escuela de Carlos Andrés, su hijo. Buena parte del salón estalló en un júbilo fingido, condescendiente, y la otra guardó silencio. Yo entre los últimos. No entendía nada. ¿Qué podía tener de especial este Carlos Andrés Pérez, también por los siete, a lo sumo un año mayor que yo, y probablemente concebido en sudoroso polvazo blanco en plena campaña electoral de Carlos Andrés, el Presidente?

No pasó mucho tiempo antes de que confirmara mis sospechas: Carlos Andrés no tenía nada de especial. No era inteligente ni simpático, sino más bien atolondrado. Era simplemente el hijo de la maestra fulana de Pérez, lo que sin embargo le concedía una ventaja sobre el resto, suficiente para obtener ciertas licencias: sabotear la clase sin temor de reprimendas, por ejemplo.

Juro que lo recordé varias veces, a Carlos Andrés, durante el segundo gobierno de Pérez, el hijo atolondrado del Fondo Monetario Internacional, y volví a recordarlo a propósito de, cosa-más-ridícula-caballero, la iniciativa mayamera de crear un día del exiliado venezolano, a celebrarse cada 13 de abril de ahora en adelante y hasta que el régimen caiga, y la creación de una Orden del exilio venezolano Rómulo Betancourt, concedida nada más que a Ileana Ros-Lehtinen.

Así estaba, pensando en mujeres y en nombres, Carlos Andrés, Rómulo, Ileana… hasta que recordé a Abril, la hermosa Abril y sus añitos, Abril la hija de mi pana Manuel Cullen, argentino y chavista, suramericano y revolucionario, y chavista y peronista, y Abril por el ejemplo del pueblo venezolano que barrió con una dictadura en menos de cuarenta y ocho horas, grande abril, hermoso abril, y aquí estoy porque hasta aquí nos trajo abril, convencido de que nuestra generación sí que sabe escoger nombres.

Los buhoneros y el partido/movimiento


Fragmento del documental La revolución no será transmitida, de Kim Bartley y Donnacha O’Briain, que registra imágenes del pueblo reprimido en el centro de Caracas durante el 12 de abril de 2002. ¿Cuántas de las primeras víctimas de la dictadura de Carmona no fueron buhoneros?

Con los buhoneros sucede algo similar al caso de los motorizados: son sujetos políticos que han jugado un papel decisivo, determinante, en los momentos más duros de la confrontación política, y sin embargo son mirados con desdén por quienes militan, digamos, en la política formal.

Sobre los buhoneros se ha dicho de todo, y seguramente buena parte de lo dicho sea verdad: que el negocio de la buhonería está controlado por mafias; que en aquellos lugares donde controlan el territorio, están estrechamente imbricados con redes delincuenciales; que este mismo control del territorio lo realizan de manera anárquica y caótica, e impiden el derecho al libre tránsito de los ciudadanos; que parte del negocio está controlado férreamente por el paramilitarismo. Son todos argumentos esgrimidos por compañeros que militan en la revolución bolivariana. No viene al caso ahondar en la percepción que sobre el asunto tiene la derecha más rancia, tributaria de lógicas represivas del tipo tolerancia cero.

Para los compañeros formados en los principios y valores de la izquierda más tradicional, no tiene sentido siquiera hablar de «sujetos políticos». Buhoneros y motorizados son asociados, automáticamente, con el lumpen. Sólo la «clase obrera», con una pequeña ayuda de sus aliados los profesionales, técnicos, estudiantes y, si fuera posible, el campesinado, tienen derecho de entrada al paraíso. Lo demás es palabrería posmo.

Con el resto de los compañeros, que por suerte son los más, es posible plantearse el asunto en otros términos. Frente a sus reservas, algunas de ellas legítimas, suelo responder con un pequeño ejercicio de memoria histórica: en 2002, los buhoneros ocupaban un extenso corredor territorial en pleno centro geográfico de Caracas, entre Chacao y Plaza Venezuela, que más de una vez sirvió como muro de contención contra las tentativas opositoras de desplazarse hacia Miraflores, no para ir a regalarle piropos a Chávez, sino para derrocarlo. Esa historia no me la contó nadie: durante todo 2002 y buena parte de 2003 trabajé a una cuadra del bulevar de Sabana Grande. En diciembre del mismo año, en pleno paro insurreccional, bastaba con asomarse al bulevar para ver a la ciudad en movimiento. Del mismo modo, cualquiera que haya estado en la calle el 13 de Abril sabe de la importancia crucial de los motorizados, en tanto canales «informales» pero eficaces de comunicación popular, por decir lo menos.

Voy más allá: ¿cuántas de las primeras víctimas de la dictadura de Carmona no fueron buhoneros del centro de Caracas, reprimidos a sangre y fuego por la Policía Metropolitana? Sin duda, algunos de los primeros combates callejeros contra la dictadura, el 12 de abril, fueron protagonizados por el pueblo/buhonero.

Los compañeros del Movimiento de Pobladores me explicaban hace poco, refiriéndose al caso de los edificios ocupados en el centro de Caracas, que las mafias sólo controlaban espacios despolitizados, es decir, allí donde los ocupantes no estaban organizados. Nada más eficaz contra las mafias que el trabajo político. Igual consideración podría hacerse en el caso de los buhoneros. Acaso el desdén con que se les mira, tenga relación con el proceso de despolitización o burocratización de la política que hoy afecta a la revolución bolivariana.

Produce un poco de pena ajena la aclaratoria, pero es necesario decirlo: no estoy planteando que los buhoneros sean el «sujeto histórico» de la revolución bolivariana. Sin embargo, preocupa la tendencia que apunta en sentido inverso: hacia su criminalización. Más claro aún para que se entienda en todas partes: ¿la invisibilización de los buhoneros como sujetos políticos, allí donde este fenómeno opere, tendrá alguna relación con los resultados electorales del 26-S?

En fin, tanto buhoneros como motorizados deben formar parte del partido/movimiento en ciernes. Caso contrario, estarán los mismos que hoy están, y tal vez algunos más, pero no estarán todos los que son.

Thoreau no sube cerro (I)


(Cuarta contribución con el diario Ciudad CCS, publicada en su edición de ayer jueves 10 de septiembre. Es la primera parte de un artículo en dos entregas. Si quieres saber cómo termina la historia, aún estás a tiempo: ve y compra el periódico. Un Bolívar Fuerte que no empobrece a nadie.

Para los simpatizantes y detractores – que crecen como la espuma… los últimos, quiero decir – viviendo fuera de Caracas o en el exterior, mañana la segunda entrega por este blog.

Importante: en adelante, los artículos de este servidor aparecerán en Ciudad CCS los días jueves.

Amén).

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A manera de homenaje tardío e inmerecido, pensaba bautizar este artículo como Facebook no sube cerro, parafraseando el célebre escrito del ya caído en combate Ibsen Martínez, intitulado Internet no sube cerro, publicado por El Nacional el 18 de diciembre de 1999.

Quienes recién se hayan topado con alguno de los artículos de Ibsen, y en especial aquellos que jamás lo hayan oído nombrar; en fin, quienes por desconocimiento llegaran a compararlo hoy, en capacidad analítica y perspicacia, con algún columnista de El Nuevo País, deben saber que el hombre aportó al diarismo nacional algunas de las mejores piezas que articulista alguno haya escrito durante, digamos, los dos primeros años del chavismo. Quien suscribe considera un acto de justicia reconocer que durante aquel tiempo disfrutó hasta las carcajadas las entregas semanales de un tipo con una habilidad inusual para combinar análisis político con buen humor.

Hasta que en abril de 2002 el río desembocó en la boca de la historia y hasta el más timorato se vio forzado a tomar previsiones: o salvamos al zambo o nos ahogamos con todo y democracia. Sobre Ibsen sólo vale la pena apuntar que se lo llevó el río: aún estaba fresca la sangre derramada en los alrededores de Miraflores, cuando describió a Chávez como un “desatinado asesino” y a la conspiración toda como “una rebelión guiada por una estrategia de desobediencia civil digna de Thoreau y extraordinariamente sofisticada y «glamorosa» en sus modos para la paciencia de un caporal como Chávez”. Medios y meritócratas también merecieron sus palabras de alabanza: “En sinergia con el decidido papel de los medios de masas, la rebelión de los gerentes petroleros fue lo que logró imprimirle un promisorio aire modernizador al movimiento con que la sociedad civil organizada derrocó a Hugo Chávez”. Todo aquello, y más, reunido en un panfleto intitulado ¡Pdvsa a la Junta de Transición!, publicado el 13 de abril: el mismo día en que millones de hombres y mujeres, aún sin saber un carajo de Thoreau, se rebelaron contra la dictadura recién instalada, y le recordaron a la sociedad civil organizada que aquí manda el pueblo.

Les contaba que pensaba rendir este inmerecido homenaje al mismo tipo que el 20 de abril de 2002 cuestionó, sin rubor alguno, “la autocensura de prensa en Venezuela durante el transcurso de un golpe de Estado”, cuando supe que el mismísimo Ibsen se me había adelantado: Facebook no sube cerro, intituló el hombre un artículo publicado este lunes 7 de septiembre en alguna parte*. Pero sobre éste y aquel artículo de 1999, y por supuesto sobre la fallida convocatoria mundial contra Chávez del 4 de septiembre pasado, les escribiré mañana en esta misma página. Por aquí nos vemos.

«El cerro» visto por el diario Tal Cual

* Publicado en la web del diario Tal Cual en la fecha referida – no sé si en la versión impresa -, el artículo apareció originalmente el sábado 5 de septiembre en El Espectador de Colombia.

Del 12 al 13 de abril: del despecho a la alegría


El Duque nos envía esta joya, Del despecho a la alegría, una tremenda pieza de Gino González, el mismo de El corrío de José Tomás Boves – esa suerte de manifiesto de la Misión Boves hecho canción, y que pueden escucharse en este mismo blog, por ahí a la derecha.

Del despecho a la alegría es tal vez uno de los mejores relatos escritos sobre las horas que transcurrieron entre el 12 y el 13 de abril de 2002, y es sin duda la mejor canción, de cualquier género, que se haya compuesto sobre el mismo acontecimiento. Chávez la cita en su artículo de hoy, 12 de abril, así que si no lo han leído, ahí tienen un buen pretexto.

Recién en marzo de este año, Gino González, él mismo militante de la Misión Boves, ha decidido sumarse a la pelea electrónica con un blog al que damos la bienvenida y al que deseamos larga vida. Se llama como la canción, Del despecho a la alegría – pero se escribe diferente: http://ginoelsocorro.blogspot.com/.

A los que no han leído el artículo de Chávez ni han escuchado la canción, les dejo este fragmento de la letra:

… claro que el 12 de abril lloramos el desconsuelo
recuperamos la patria y la estábamos perdiendo
pero amaneciendo el 13 nos quitamos luto y duelo
y salimos a la calle entre la tierra y el cielo
porque sabe a qué se expone el que viene del infierno
tanta vaina hemos llevao más allá de los abuelos
sigue el pueblo con sus cantos bailador y parrandero
del despecho a la alegría llevando golpe y sonriendo
salimos con la colmena en los corazones tiernos
enjambre de abeja real que esa no tiene veneno
cada uno es una gota y todos el aguacero
porque eso lo demostramos el 27 e febrero
que salimos con la hambre entre el hueso y el pellejo
cuando supieron los ricos que no somos tan pendejos
esa vez fuimos en contra ahora a favor del gobierno
que si lo quiso tumbá la oligarquía y el imperio
eso nos identifica es lógico desde luego
pero no quiere decir que seamos gobierneros
si de algo estamos seguros es que no nos devolvemos
es que no nos devolvemos
de que nos chupa la vida la mercancía y el dinero
aquí voy con mi verdá y por ella me degüello
y ahorita en este país andamos lindos y bellos
el corazón de la historia en Venezuela latiendo
y ese no lo para nadie tiene mucho sentimiento
es una revolución lo que está sembrando el pueblo…

A los que se leyeron el artículo de Chávez pero no entendieron nada, porque no han escuchado la canción, aquí se las dejo:

Del despecho a la alegría.

Abril de 2002: las supuestas víctimas


Circula por las redes electrónicas antichavistas. Funciona como doble recordatorio: nos muestra a los nuevos victimarios y a las viejas «víctimas».
Los nuevos victimarios aparecen con sus respectivos nombres y apellidos.
Las viejas «víctimas» apenas alcanzan el estatus de «supuestas víctimas».

Pero no reclamemos tanto, las cosas han cambiado: hace siete años exactos, las «supuestas víctimas» se anotaban del lado de los victimarios.

Justicia y horror


Portada de El Nacional, sábado 4 de abril de 2009

¡213 años!
Según la misma lógica geométrica de la que abusa El Nacional, los ocho funcionarios y jefes policiales de la Metropolitana sólo habrían podido quedar libres en tiempo presente, previo cumplimiento de condena, si el 11 de abril no hubiera acontecido en 2002, sino tan lejos como en 1796.
1796: el mismo año en que fuera asesinado José Leonardo Chirino, a siete años de iniciada la Revolución Francesa y apenas dos años después del Termidor, acontecimiento que marcaría el fin del gobierno revolucionario encabezado por Robespierre.

De vuelta a 2009, El Universal reporta que José Luis Tamayo, abogado defensor de los funcionarios policiales, opinó sobre la jueza que dictó sentencia: «se graduó con todos los honores como la jurista del horror«. De opinión muy similar fue Yon Goicochea, dirigente de Primero Justicia, quien advirtió: «Ha empezado la etapa del horror en Venezuela». En su editorial del sábado 4 de abril, El Nacional habla de «condena maligna» e intitula: Terrorismo judicial. Un «terrorismo» que define en estos términos: «tiene su base principal en el hecho de que los ciudadanos pueden acudir a los tribunales a dirimir sus conflictos siempre y cuando no afecten la sensible piel del Presidente de la República. En caso contrario, de nada vale tener un buen abogado, cumplir con los requisitos judiciales exigidos o demostrar la inocencia con un alud de pruebas». Una definición que acompaña con esta valoración del Poder Judicial: «Ya no es ni Poder ni mucho menos Judicial: es un adefesio integrado por una larga fila de funcionarios arrodillados, como si estuvieran pagando penitencia para que no los alcance algún día la brutalidad militar, con la boina roja en la cabeza para así amordazar las ideas y, de paso, colocarle esposas a la dignidad personal, a la ética y a la práctica jurídica».

Curiosa lógica aritmética: tres esposas que se debaten entre el dolor y la rabia, tres inocentes con la cabeza gacha tras haber perdido la libertad, tres asesinos sueltos que celebran con la danza de la muerte, exhibiendo incluso el arma del delito.

Las palabras de la señora Dayana Vivas podrían servir como leyenda de la caricatura de Rayma: «Los delincuentes en la calle y los inocentes en la cárcel. Esto es un descaro». Pero entre las dos media una pequeña diferencia: la señora Dayana Vivas acaba de enterarse de que su esposo, Henry Vivas, ha sido condenado a treinta años de prisión. Ese simple hecho le otorga el derecho a decir lo que le venga en gana. Y al que no le guste que se lo aguante. El caso de Rayma, en cambio, es distinto, y al mismo tiempo emblemático del proceder de la prensa opositora: es preciso no desaprovechar la oportunidad para escarnecer, criminalizar y promover el odio no sólo contra quienes dispararon a los blindados de la Policía Metropolitana desde Puente Llaguno, sino contra todo el chavismo. Los tres pistoleros de la caricatura de Rayma, ataviados con la respectiva franela roja, no sólo es que andan libres, sino que además celebran, bailando sobre los casquillos de sus armas recién detonadas, justo cuando los familiares de los funcionarios policiales lloran la suerte de los suyos, lo que hace que el baile adquiera ribetes de burla macabra.

Exactamente lo mismo hace El Nacional, en la referida editorial del 4 de abril: «Lo peor es que el Gobierno y el presidente Chávez ni siquiera tomaron en cuenta los testimonios de los periodistas que estaban en el lugar de los hechos. Mientras los chavistas estaban acurrucados de miedo en Miraflores y sus alrededores, los periodistas se jugaban la vida ante los disparos que se hacían desde el edificio La Nacional, sede alterna de la alcaldía de Libertador. Los muertos cayeron de espaldas (en ángulo norte-sur) en la avenida Baralt, y los disparos no eran precisamente de armas cortas. De eso hay cantidad de fotos para identificar a los asesinos».

¿De qué testimonios habla El Nacional? Reléase, por ejemplo, lo escrito por Rafael Luna Noguera, publicado el 12 de abril de 2002: «grupos armados del oficialismo, integrados incluso por francotiradores, acabaron a tiros la marcha pacífica que realizaron ayer miles de opositores al gobierno». Hay más: «Francotiradores apostados en varios edificios adyacentes a Miraflores, entre estos La Nacional, en la esquina de Capitolio, donde funcionan oficinas administrativas de la Alcaldía del Municipio Libertador, dispararon ráfagas de ametralladoras y otra armas de fuego contra las personas presentes en el perímetro». En su editorial del mismo 12 de abril, El Nacional acusaba a Chávez – a esa hora prisionero de los militares golpistas – «de ordenar a sus partidarios disparar contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas, y acribillarla sin compasión desde las azoteas cercanas a Miraflores, a manos de sus francotiradores bolivarianos muy bien entrenados en tierras extranjeras».

Es decir, siete años después, como si fuera ayer, El Nacional repite las mismas injurias y acusaciones. El problema, evidentemente, no es que el tribunal desestimara «los testimonios de los periodistas que estaban en el lugar de los hechos», sino que el fallo del tribunal es el opuesto absoluto de la sentencia que El Nacional y el resto de los medios privados, jueces y parte, dictaron el mismo 11 de abril de 2002.

Más importante aún: ¿y el testimonio de los que estuvimos allí? Según El Nacional, no vale de nada. Porque cuando no estábamos disparando «contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas», acribillándola «sin compasión», estábamos «acurrucados de miedo en Miraflores y sus alrededores». Y ya sabemos que la verdad, y hasta podría decirse que la misma humanidad, una humanidad digamos que digna, no es cosa de asesinos ni de cobardes.

¿Acaso no es una variante del mismo discurso lo que nos plantea Zapata en su caricatura del 4 de abril? De poco valen nuestros innumerables testimonios, nuestros muertos y heridos. En pocas palabras: nuestra experiencia. «Todos vimos los hechos por televisión…». Como si el documental de Ángel Palacios, Puente Llaguno. Claves de una masacre, no hubiera puesto al descubierto los propósitos de las mismas televisoras que defiende Zapata. Como si Globovisión, o cualquier otra planta televisiva privada, hubiera transmitido alguna vez ¡en siete años! la secuencia completa del video que demuestra que los «pistoleros de Llaguno» disparaban a los blindados de la Policía Metropolitana y no contra «gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas».


En otra parte he intentado abordar el tema de los efectos de poder asociados al discurso pretendidamente «antifascista» y «antitotalitario» de la oposición venezolana – discurso que, dicho sea de paso, tiene absoluta vigencia. Tal y como lo hiciera entonces, considero pertinente advertir lo siguiente:

«La democracia venezolana correría poco riesgo si se tratara simplemente de que el discurso antitotalitario de la oposición pretende sustituir a la realidad, ofreciendo una versión interesada de los hechos y ‘confundiendo’ o ‘manipulando’ a su base social de apoyo (o a la ‘comunidad internacional’). El problema es la materialidad del discurso. Para decirlo con Jean Pierre Faye: el problema es lo que este discurso antitotalitario de la oposición hace ‘aceptable’.

«Contra los totalitarismos están legitimadas todas las violencias».

A propósito de la condena contra funcionarios y jefes policiales, han llovido, por supuesto, nuevas acusaciones contra el totalitarismo chavista y han vuelto a aparecer – realmente hace mucho que llegaron para quedarse – las correspondientes analogías con Hitler y el régimen nazi. De hecho, José Luis Tamayo, según registra El Universal, comparó a la jueza de marras «con jueces de la época de Hitler».

Sólo que, como empezamos a ver, ya no se trata nada más de 1933, Hitler o el totalitarismo, sino de un régimen asociado al horror o que practica el terror. Más aún: estaríamos entrando en una etapa de horror.

Volvemos así a 1796: dos años después del guillotinamiento de Robespierre, en plena contrarrevolución termidoriana.

Según una versión muy difundida, el Termidor vendría a demostrar que, contrario a la célebre frase de Marx, la humanidad se plantea siempre problemas que no puede resolver. El acontecimiento revolucionario, la posibilidad siempre abierta de la revolución sucumbiría inevitablemente ante las fuerzas que claman por una vuelta al orden; las esperanzas que trajeron consigo las consignas y los actos revolucionarios darían paso, sucesivamente, a las conquistas parciales, luego a los excesos, más tarde a la desesperanza y finalmente a la restauración.

La leyenda negra de la Revolución Francesa le ha asignado el título de «monstruo político» que terminó devorándose a sus más fervientes partidarios, de entre los cuales destaca quien fuera su figura más emblemática: Robespierre. El mismo Robespierre terminará siendo víctima no sólo de la guillotina, sino sobre todo de la versión dominante, abundante en infamias, que lo sepultará y representará como el máximo exponente del Terror.

Sin embargo, muy pocos reparan en un dato histórico que, por demás, tiene una enorme relevancia: tal y como lo señala la historiadora Florence Gauthier, incluso antes del 26 de agosto de 1789, cuando la Asamblea Constituyente proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, los representantes del partido colonial esclavista serán los primeros en emplear el término «terror» para referirse al texto de naturaleza constitucional, incompatible con la sociedad colonial, esclavista y segregacionista francesa. En efecto, el artículo 1 de la Declaración proclamaba: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común». Léase lo que relata la propia Gauthier:

«¡El partido colonial denunció esta Declaración peligrosa y hasta la presentó como ‘el Terror’ de los colonos, esta palabra está en sus propios textos! Muy inquietos con el giro de los acontecimientos, estos colonos pusieron en marcha una campaña a favor de la conservación de la esclavitud en las colonias y recibieron el apoyo del gran comercio de los puertos atlánticos y, conjuntamente, hicieron presión sobre los diputados corruptibles. Así es como el partido colonial consiguió imponerse a la Asamblea que votó, por mayoría, la constitucionalización de la esclavitud en las colonias, el 13 de mayo de 1791 y la discriminación racial el 24 de septiembre».

El Terror fue, antes que nada, una creación contrarrevolucionaria, un producto de las clases y estamentos que juraron aplastar a sangre y fuego a la Revolución Francesa. Las mismas clases y estamentos que forzaron las condiciones que hicieron posible el Terror revolucionario. Tal y como escribió Mathiez: «La dictadura se impuso, en efecto, a estos hombres. Ni la deseaban ni la previeron. El Terror fue una «dictadura de necesidad», ha dicho Hipólito Carnot, y la frase encierra una profunda verdad». Pero no es éste el espacio ni el momento para el debate historiográfico.

Lo que deseo plantear aquí es lo siguiente, y va como un acto deliberado de provocación contra los historiadores burgueses: desde el pasado viernes 3 de abril es posible afirmar que si hay alguna analogía válida entre la Francia revolucionaria y la «revolución bolivariana» es ésta: en ambos casos, los voceros de las clases dominantes llamaron Terror a un acto de justicia.

Ahora voy con la más profunda de todas las diferencias, y va con todos, incluyendo el chavismo conservador y reaccionario: en Francia hubo Terror revolucionario: terror de verdad, terror de sans-culottes (descamisados) y enragés (rabiosos: lo que hoy sería la izquierda más radical). En Venezuela, ese Terror aún ni se ha asomado. A pesar de que la justicia ha tardado mucho en llegar. Y muchos piensan que ha tardado demasiado.

Mientras tanto, el antichavismo mediático insiste con su sistemática empresa de criminalización, que llega a los extremos de la deshumanización del enemigo. A este propósito sirve el discurso contra el «horror» chavista. Un «horror» contra el que estaría legitimado cualquier acto de violencia.

Pero cuidado y les sale el tiro por la culata.

Chinchurria y pólvora


Advertencia: esta nota fue escrita por un ignorante. Sabihondos abstenerse. Comensales de paladar fino, también.

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¿Cuándo fue la última vez que sentimos algo semejante? Ir y venir frenético, ríos humanos sudando calle y espera ansiosa. Nada es oficial aún, pero la misma piel que ha tragado sol durante todo el día ya transpira victoria. Corre como un rumor que se acrecienta, pero es una certeza incuestionable. El pueblo sabe, cámara. Nada es tan cierto como cuando el pueblo sabe que ha vencido. Y esa tarde de domingo, en las empinadas calles de Antímano, todo olía a victoria. Dígalo ahí, Andrés.

¿Cuándo fue la última vez? La noche del 13 de abril y madrugada del 14. Carajo, palabras mayores. Me lo dije a mí mismo, y a mí mismo me pareció una comparación desatinada, una exageración febril. Una necedad. Hasta que leí la crónica breve del Duque. Y mire cámara: uno está convencido de la propia necedad hasta que se tropieza con un necio igual que uno y va y lo abraza y suelta la carcajada. Es entonces cuando la necedad se convierte en otra cosa: en un cierto tipo de certeza cómplice, como aquella que corría por las calles de Antímano y más tarde se apoderó de la Urdaneta. Un: hicimos algo pero no sabemos cómo llamarlo; un: para qué le vamos a poner nombre, cámara, si lo importante ahorita es gozarse esta fiesta.

Similar al 13 de abril, cámara, fue la celebración de este 15 de febrero. Siete años después, acontecimientos de distinta naturaleza, pero hermanados de alguna forma que no alcanzo a precisar. Claro para que se entienda: aún no logro saber por qué celebramos como lo hicimos. La verdad, apenas y me lo he preguntado. También es cierto: no he tenido mucho tiempo para hacerlo. No sé si es que hay victorias que no ameritan adjetivaciones. No sé si es que hay victorias que son simplemente eso: victorias.

Le comentaba a Lamia, la periodista francesa, un par de días antes del referéndum: necesitamos una victoria que no sea precisamente una victoria electoral. Las elecciones no son un fin en sí mismo, sino un medio. Bien, Lamia, ahora te lo planteo así: ésta fue una victoria electoral que también fue algo más, otro tipo de victoria. Y no sé muy bien cómo explicártelo.

A las 6 de la tarde el ambiente en Ávila TV era una continuación del ambiente que se vivía abajo en la Urdaneta. Como está escrito arriba: nada era oficial, pero todos sabíamos. Toda la espera ansiosa de más de seis millones de almas y un poco más, más las millones de almas más allá de nuestras fronteras, resumida y concentrada en un pedazo de avenida olorosa a pólvora de cohetón. Un río humano rumbo a Miraflores en medio del estrépito de las explosiones, las consignas y el corneteo.

A las 9 y 30 de la noche se dio inicio formal a una fiesta que había comenzando horas antes, y te puedo asegurar, compadre, que nadie iba ataviado como para una fiesta formal.

Pocos minutos después, una generosa representación de esa maravillosa camada de jóvenes extraordinarios que hacen posible Ávila TV, tomó por asalto el estudio y allí, frente a las cámaras, en vivo y en directo, saltaron y cantaron a la Caracas insurgente que los vio nacer, rindiendo homenaje al pueblo vencedor. Luego bajaron a la avenida y entonaron sus consignas, antes de confundirse con un pueblo que les regaló varias demostraciones de afecto y respeto. Un respeto que les compromete, y eso no hay que olvidarlo jamás.

Inmediatamente, himno nacional y respectivo discurso de Chávez. Qué diría Jorge Luis Borges si hubiera presenciado todo aquello. Un discurso que anunció combate contra todo o casi todo lo que queremos combatir, y por tanto un discurso memorable, que procuré escuchar íntegro al día siguiente. Un discurso que concluyó por donde todo debe comenzar:

«Revisión, rectificación y reimpulso para lograr estos cuatro años que quedan de este período constitucional de gobierno, el más alto grado de eficiencia en la gestión pública, el más alto grado de eficiencia en el impulso del Proyecto Nacional Simón Bolívar, en los planes del gobierno para solucionar los problemas del pueblo. Al respecto quiero comprometer mi palabra y la de todos quienes me acompañan en el gobierno, y quiero comprometer al pueblo todo, a las instituciones todas en una batalla que hay que darla con más intensidad, con más esfuerzos y sobre todo con más resultados en contra de la inseguridad en las calles, en las calles del pueblo, en los barrios, en las urbanizaciones, en las ciudades, en los pueblos; la lucha contra la corrupción y sus mil maneras; la lucha contra la inseguridad, la lucha contra el despilfarro, la lucha contra el burocratismo, contra la ineficiencia; quiero empeñar mi palabra en esta batalla».

Después de Chávez, una fiesta igualmente memorable, pura pasión desbordada, canto, consigna y baile. Olor a pueblo victorioso. «Chinchurria y pólvora, así huelen las victorias del pueblo», sentenció mi pana Gavimán, alias José Manuel Iglesias. «Ese es el título que le tienes que poner a lo que escribas sobre esto», me dijo.

Le tomé la palabra porque es verdad: las victorias del pueblo huelen a chinchurria y pólvora. Allá los que sean alérgicos a estos olores.

Y Chávez que aguante ahí: porque ese gentío también le tomó la palabra.

Pólvora

El presidente de Ávila TV entrevistado por Ávila TV. Si esto no es ventajismo, mira, yo no sé lo que es

Salsa

Pogueo

Fragmento del discurso de Chávez. Frente al Palacio Blanco: mirando la Urdaneta en dirección este

Salsa

Pogueo

Calle 13 en concierto: este domingo 13 de abril de 2008, Caracas, Venezuela


Luego de la gran movilización popular de este domingo 13 de abril hacia el Palacio de Miraflores, para celebrar la derrota de la brevísima dictadura fascista de Pedro Carmona y la restauración de la democracia venezolana, el lugar de encuentro será la Zona Rental de Plaza Venezuela, donde los boricuas de Calle 13 ofrecerán un concierto completamente gratis. Hora: 7 pm.

Organizan: Alcaldía Mayor de Caracas y Ávila TV.

Rumba y conciencia. Tas claro.

Para ir calentando el ambiente, les dejo este video sobre el que ya les hablé por aquí: Querido FBI.

Chávez es un tuki. Notas sobre estética y revolución


I.-
La Liga había convenido con el canal de Gustavo Cisneros que la transmisión del juego comenzaría a las 2 de la tarde de aquel 30 de diciembre de 2007, una hora más tarde de lo habitual, tratándose del Estadio Universitario y siendo los Tiburones de La Guaira el equipo de la casa. El acuerdo era desconocido para la mayoría de quienes, a eso de las once de la mañana, habíamos comenzado a reunirnos en torno a la primera alcabala de acceso, situada inmediatamente antes de las escaleras que conducen a la entrada del estadio. El sol era inclemente, y fue templando como se templan las piezas en una acería, de manera que a eso de la una de la tarde podía sentirse el filo amolado del sol sobre la nuca.

Una familia de jodedores, todos varones, ataviados de pulcro blanco, azul y rojo guaireños, mataban el tiempo haciendo chistes a costa de ellos mismos, como francotiradores sin concierto. Al imberbe que le había rehuido al compromiso de decirle un par de palabras lindas a la niña de sus sueños lo tenían a monte. Uno de ellos, que fácilmente podría darle una dura pelea en un concurso de carcajadas a ese monumento a la felicidad que es mi señora madre, se dirigía de cuando en cuando al simpático tuki uniformado con pantalón negro y franela amarillo escandaloso, para implorarle que nos permitieran de una buena vez el acceso por el amor de dios. El tuki le respondía con un par de gestos invariables, a la distancia y sin animosidad ninguna, que tuviéramos paciencia, que todavía no era hora.

– Ese debe ser chavista – dijo el más gordo del grupo. Tan gordo que los botones marfil de la camisa home club despuntaban como misiles a punto de ser lanzados en dirección a los ojos del más entrépito o del más desprevenido.

El guaireño risueño soltó una vez más la carcajada, a la que se unió un coro de carcajadas adolescentes: «No te metas con mi tío», le advirtió severamente al gordo. El tipo que tenía a mi lado no supo bien qué hacer: había respondido al chiste del gordo con un sonrisita entre tímida y cómplice. Pero una vez que hubo comprendido que se trataba de un chiste entre chavistas, replegó disimuladamente la sonrisa y adoptó el semblante de todo aquel que es incapaz de comprender que los chavistas hagamos chistes sobre chavistas. O más bien: que los chavistas hagamos chistes sobre el desprecio que sienten algunos por los chavistas.

Un numeroso grupo de tukis que apareció de la nada, unos diez tal vez, se abalanzó contra la alcabala de acceso, y a juzgar por la expresión en sus rostros puedo jurar que más de uno de los que estaba en la cola sentenció para sus adentros: «Esos deben ser chavistas también». Falsa alarma. El temible contingente de tukis de pantalones negros resultó ser un grupito de jóvenes, mano de obra barata y a destajo, que franqueó la alcabala de acceso, se dirigió a la carpa de la empresa de seguridad, donde fueron dotados de sus respectivas franelas amarillo escandaloso. Uniformados en cuestión de segundos, los tukis se enfilaron hacia la izquierda, hasta perderse de vista, con rumbo a las gradas.

Parte de la fila suspiró de alivio. Al cabo de unos minutos, permitieron el acceso. Entusiasmo desbordante: el espectáculo estaba por comenzar.

II.-
El espectáculo comenzó en febrero de 2002. Como a la mayoría de los míos, guardo de aquellos días malos recuerdos. Pero guardo también – atesoro realmente – un documento inestimable, una magnífica representación de la barbarie que comenzó a mostrarnos su rostro desde entonces. En 1933 Walter Benjamin nos legó «un concepto nuevo, positivo de barbarie». En contraste, hay una barbarie que no se expresa «de la manera buena», nos advirtió. Irónicamente, es una especie de barbarie que se reconoce como digna heredera de lo bello, de las buenas maneras. Ese documento-experimento llevó por nombre Primicia, iniciativa editorial bajo la forma de revista semanal asociada a ese otro monumento a la barbarie que es el diario El Nacional.

«¡Cuánta sangre y horror hay en el fondo de todas las «cosas buenas»!», escribió alguna vez Nietzsche. El número 214 de la revista Primicia, del 18 de febrero de 2002, está plagada de cosas buenas. Muy buenas. Son los buenos, los cultos, la gente bella los que llevan la voz cantante.

La edición en cuestión está escrita en medio de la atmósfera de aire viciado que produjo el pronunciamiento, pocos días antes, del coronel de la Aviación, Pedro Soto: «La nueva estrella, por su parte, se dejó llevar por los aplausos de un gentío totalmente arrastrado por el frenesí», escribía un Rafael Osio Cabrices sin disimular los propios aplausos. La leyenda que en la página siguiente acompaña a la fotografía del coronel redunda en el tono extático: «Nace una estrella. El coronel Soto se dejó conducir por la gente hacia Altamira y la fama». Fama y estrellas: la política en la era del reality show.

Pedro Llorens abría con un reportaje entre apocalíptico y promisorio, mezcla de programa político y propaganda de guerra, que en apariencia ofrecía a sus lectores – los mismos que llevaron a Soto a la fama – diez interrogantes de imperiosa respuesta: ¿Chávez se va o se queda? ¿Es inminente un golpe de Estado? ¿Habrá guerra civil en Venezuela? ¿Aumentará la inseguridad? ¿Estamos en vísperas de un cerco internacional? ¿Qué pasará con la moneda? ¿Se colombianiza Venezuela? ¿La situación venezolana se parece a la argentina? ¿Se reducirá el desempleo? ¿Qué se puede esperar de los precios del petróleo? Falsas preguntas con respuestas anunciadas. El mismo Llorens escribía: «Para muchos, una amplia mayoría, la superación del riesgo cardíaco comienza por la definición de algo tan sencillo como ¿se va o no se va? Es decir, la preocupación mayor, porque lo demás puede resolverse poniendo a alguien que (de verdad) gobierne».

En las páginas intermedias del mismo reportaje, un recuadro a cuarto de página, perdido entre las opiniones de expertos y analistas, nos revelaba «qué dice la calle», personificada en un comerciante ambulante, una vendedora de flores, un buhonero, un seminarista y un abogado. No hay que ser muy perspicaz para adivinar cómo estaban distribuidas las opiniones: apenas uno de los encuestados se declaraba partidario de Chávez, uno, solitario, temerario, como si fuera su voluntad impertinente interrumpir la voluntad general, desentonar en medio de aquel concierto unánime de voces, sabotear la fiesta cuando estaba en su mejor momento. Uno de cinco, amplia minoría: el chavismo reducido a oxímoron. Pero, cosa curiosa: Carlos Montiel – el que afirmaba: «Chávez no cae, ni lo tumban, porque está mandando bien» – es el único de los cinco que no tiene rostro. Al menos no el suyo. Su rostro había sido sustituido por una máscara de Osama bin Laden.

III.-
Todo severo estremecimiento del orden político y social trae consigo la súbita irrupción de sujetos sociales que hasta entonces permanecían ocultos a los ojos normalizados del ciudadano común. Es cierto que el mismo estremecimiento revolucionario viene precedido de la participación activa de determinados sujetos, inmediatamente tachados por los guardianes del orden como enemigos políticos. Pero no me refiero a estos. Para decirlo de acuerdo al clásico lenguaje marxiano: en el primer caso hablamos del proletariado; en el segundo, de ese lumpen que el mismo Marx dibujaba no sin un cierto dejo de desprecio. El primero, si está organizado y ha reunido suficientes fuerzas, habrá de ser reducido a sangre y fuego. El segundo habrá de ser necesariamente invisibilizado.

Para el ojo normalizado, el acto revolucionario no sólo es condenable en tanto que pone en peligro el orden de cosas. Además, es moralmente inaceptable, pero sobre todo estéticamente insoportable, en la medida en que remueve aquellos sedimentos sobre los que se sostiene la superficie del mismo orden social. Este sedimento social, esta suerte de «inframundo», ha salido a la calle el 27F de 1989. Entiéndase: no sólo insurge lo peligroso, sino sobre todo lo horrible.

He aquí la suerte que ha corrido el proceso bolivariano: se le condena no sólo debido a su potencial revolucionario, también se le censura por haber dotado de cierta vocería política a sujetos sociales que ya antes de la revolución constituían más que un estorbo visual, tal vez un mal necesario, como los buhoneros, los motorizados o las conserjes. Pero sobre todo, se le desprecia por la simpatía que ha despertado en la trashumancia, entre los que padecen la más atroz de las pobrezas materiales y espirituales. En la oposición literalmente visceral contra el proceso bolivariano, en la repulsa contra su base social, se superponen la casta y la clase, el mantuanaje y lo pequeñoburgués. Lo material, pero también lo estético.

Tal es lo que dejan ver las últimas páginas de aquella revista Primicia: la sección dedicada a las notas sociales (Caras muy caras), escrita por Roland Carreño, borra los límites con el contenido político – abiertamente subversivo – de las páginas precedentes. Es un acto de justicia reconocerlo: son las páginas mejor logradas de la publicación. Ellas son testimonio de la profunda e irreconciliable división de clases que parte en pedazos a la sociedad venezolana. Pero las 13 fotografías que acompañan la reseña – que está lejos de merecer algún comentario – dan cuenta de otra contienda: una guerra sorda, tal vez incruenta, pero no por ello menos intensa y decisiva. Por allí desfilan los apellidos Meir, Velutini, Curiel, Carballo, De Sola, Campei, Phelps, Tovar, Rosso, Scannone, Lavega, Afelba, Cohen, Blasini, Galuci, Ferro, Carderera.

Hay algo en esas medias sonrisas que confunde: algo del torpe candor de quienes nunca antes han tomado parte de una protesta de calle, como adolescentes que se entregan al amor por primera vez. Pero hay sobre todo pose, exhibición, el dejarse-ver de quienes saben cómo desenvolverse bajo el fuego de las miradas más exigentes. Pose y no protesta, porque la burguesía desconoce el verdadero significado de la palabra protesta. Porque lo suyo es la sangre y el horror para que sean posibles las cosas buenas, la cultura culta, lo bello. Hay en sus miradas ese dejo de superioridad infinita de las bestias que han salido a devorar a su presa. Protesta y festejo porque Chávez vete ya. Habrá habido mucho chismorreo. Chávez vete ya. ¡Chávez vete ya! Observando estas fotografías, bien hubiera podido escribir Nietzsche: «en comparación con una única noche de dolor de una mujer histérica culta, la totalidad de los sufrimientos de todos los animales a los que se les ha interrogado hasta ahora con el cuchillo… no cuentan sencillamente nada».

La revolución no sólo removió los sedimentos de la sociedad venezolana: lo mismo hizo con las fastuosas salas de fiesta de la alta burguesía.

IV.-

Quedará para ojos más atentos la tarea de determinar cuándo se produjo el giro drástico de la estrategia propagandística opositora. Desde el principio realizaron algunos tímidos intentos por robarle algunas consignas al chavismo popular y revolucionario. Jamás pasó de ser una impostura el mecánico acto de repetir hasta el cansancio el ¡Ni un paso atrás! de las Madres de la Plaza de Mayo, seguido de un rabioso ¡Fuera!, a su vez acompasado por un violento movimiento de brazos que recordaba a un acto de masas nazi. Después de todo, debieron retroceder no un paso, sino varios, y se impuso el ¡No pasarán! que tomamos prestado de los republicanos españoles.

Aún es posible deducir la base del programa político opositor – quizá con algunas leves variaciones – a partir de las diez preguntas formuladas en la edición de la revista Primicia mencionada arriba: lo importante es salir de Chávez, «lo demás puede resolverse poniendo a alguien que (de verdad) gobierne», afirmaba Llorens. Transcurrieron años y derrotas, hasta que los expertos en comunicación estratégica y guerra asimétrica fueron capaces de comprender que había que ocultar, al menos parcialmente, el sujeto de la oración – Chávez – y concentrarse en el predicado: gestión de gobierno. ¿Resultado? Un bombardeo inclemente que podría resumirse en una consigna: ¡Que alguien de verdad gobierne!

Fue así como sucedió lo que muchos de nosotros considerábamos un imposible: la siempre virulenta propaganda opositora logró establecer alguna relación de equivalencia con las demandas y el malestar de la base social del chavismo. Cosa improbable: pero si usted aún tiene alguna duda sobre el significado de la frase «pescando en río revuelto», contemple el hecho insólito de un Noticiero Digital citando al Diario Vea – a su columnista Marciano, para mayor asombro – y concluya lo que es obvio.

Es mucho lo que contribuyó en esto la práctica habitual de ese chantaje profundamente antidemocrático que consiste en acallar las demandas populares y silenciar los cuestionamientos a la gestión de gobierno, bajo el argumento de que así le estaríamos dando armas al enemigo. Hoy el enemigo nos ha arrebatado esas mismas armas, y el amplio espectro del chavismo permanece a la defensiva, habiendo perdido de momento la capacidad de iniciativa, mientras el malestar se extiende entre el chavismo popular y revolucionario. Chávez, por su parte, ha sentenciado a muerte a este chantaje, durante su intervención del pasado 11 de enero en la Asamblea Nacional. Entonces se refirió de manera explícita a «cierto tipo de publicidad, tanto de los gobiernos locales como del Gobierno Nacional que presido… publicidad engañosa… demagógica y que contradice muchas veces la realidad que el pueblo está viviendo todos los días». En atacar este flanco débil ha consistido buena parte de la estrategia del aparato propagandístico opositor.

El chavismo popular ha comenzado a pisar firme de nuevo, sacudiéndose lo que aún pudiera quedar de desmoralización, y se dispone a lanzar la contraofensiva. El escenario político a corto plazo dependerá en buena medida de la disposición de Chávez a establecer una alianza sólida con este campo del chavismo, que le reconoce liderazgo y voluntad inquebrantable. En ese ambiente ha transcurrido, por ejemplo, la reciente Asamblea de Movimientos Populares de Caracas, cuyo principal reto a corto plazo es ser capaz de traducir el malestar difuso en rearticulación de los movimientos en torno a un plan de lucha que habrá de ser necesariamente audaz. Pero algo importante ha sucedido: hemos comenzado a reconocernos.

El giro estratégico de la propaganda opositora se funda en un principio que se atribuye a Goebbels: «Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan». Se trata del principio de transposición. Pero al realizar el acto de transponerse, la oposición ha pasado a ocupar un lugar que no es el suyo. Antes de realizar este movimiento, la oposición constituía en sí misma, para la base social del chavismo, una mala noticia, frente a la cual el chavismo asumía la forma de unidad inconmovible. Ha sido un movimiento inducido por la obligación, una precondición para la supervivencia política. La oposición debe buena parte de su segundo aire a su riesgosa apuesta por ocupar el lugar del chavismo, por mimetizarse incluso, asumiendo las formas chavistas: es buen indicador de esto el uso de franelas rojas con un NO estampado en el pecho – las mismas que portó el chavismo en 2004, cuando el referéndum revocatorio – durante la más reciente campaña electoral. Hasta ahora, la oposición ha logrado sacar provecho de este movimiento. Pero atención: por más que pretenda ocupar su lugar, por más que busque parecérsele, sabemos bien que la oposición no es el chavismo. Aquí reside el punto débil de aquélla, y en consecuencia nuestra ventaja inestimable.

V.-
Reviva las imágenes del 13 de abril de 2002. Revise los videos. Ahora respóndase a usted mismo: ¿cuántas franelas rojas divisó? Casi ninguna. El rojo es símbolo universal de rebeldía, sinónimo de revolución, de socialismo, rojo de sangre combatiente. Jamás uniforme. Jamás pueblo alguno ha hecho fila frente a algún funcionario para uniformarse de rojo en los momentos previos al combate callejero. Pueblo porta lo que sea, lo primero que agarre. Porque en el combate no importan tanto los símbolos, sino las razones a las que aluden esos símbolos. La vida es una buena razón. Por eso, en el combate callejero, lo que predomina es el color a barrio, color a pueblo, color a tierra.

13 de abril de 2002. Por: Gustavo Marcano

13 de abril de 2007. Por: Luis Laya

Parece que nadie lleva la cuenta del daño que nos ha hecho el rojo usado a manera de uniforme en actos públicos. ¿Cuantos no se ocultarán, en las instituciones del Estado, detrás de una franela roja?

VI.-
Por regla general, los medios oficiales han tardado una eternidad en entender que en el terreno estético se libra hoy una de las batallas más encarnizadas y decisivas. En este terreno, que el chavismo suele considerar de segundo orden, los enemigos del proceso revolucionario llevan gran ventaja. Globovisión hace lo básico: en el estudio, frente a las cámaras, ubica estratégicamente a unas niñas-bien que perfectamente pudieran protagonizar alguna novela de Venevisión, y que cumplen a la perfección la labor que les ha sido encomendada: actuar las noticias con una destreza tal, que el target al que va dirigido este aberrante ejercicio del periodismo está convencido de que su vida languidece en la peor dictadura que haya padecido cualquier pueblo en toda la historia de la humanidad. Si alguien todavía piensa que es obra de la causalidad el marcado contraste estético entre estas niñas-bien y quienes conducen los programas Radar de los barrios – que también está en la web – o La calle y su gente, es porque no ha entendido nada.

¿Por qué habría de ser de otra forma? Las niñas-bien le hablan a la base social opositora como si le hablaran al espejo. Las mujeres cultas de las clases medias y altas – aquellas de las que nos hablaba Nietzsche – las reconocerán, con satisfacción y orgullo infinitos, como las lindas niñas que siempre quisieron tener. O tal vez reconocerán en ellas a sus propias hijas, estudiantes universitarias sobresalientes o profesionales exitosas. ¿Puede decirse lo mismo de nuestras televisoras? Hay que decirlo, a riesgo de desviar el asunto: ninguna de aquellas niñas-bien aguantaría un round frente a la exuberancia e inteligencia de una Tania Díaz, pero tres o cuatro buenos programas informativos, de opinión, de crítica de medios, o todo esto en uno solo, no pueden ganar la pelea.

Tal vez sea un lapsus, pero no recuerdo en este momento algún programa de los nuestros que vaya dirigido a la base social opositora. Pero lo que es más importante: es casi inexistente la programación orientada al grueso de la base social del chavismo. Orientada quiere decir: concebida de acuerdo a la estética que es propia de la cultura popular. Si el flanco débil de la estrategia de propaganda opositora es pretender ocupar el lugar del chavismo, mimetizarse hasta lograr las formas del chavismo, el flanco débil de los medios oficiales sigue siendo no ocupar el lugar que le corresponde, pero sobre todo ese incomprensible empeño en marcar distancia de la estética popular, barrial, urbana, que es donde habita la inmensa mayoría de los nuestros.

El cámara Juan Antonio Hernández nos suministra este dato crucial que por demás es público: 18 millones de venezolanos y venezolanas tienen hoy menos de 34 años. Esto es, dos terceras partes de la población. No hay que ser un experto en asuntos demográficos para saber que la mayor parte de estos 18 millones de seres habitan en zonas populares urbanas. ¿Qué porcentaje de la parrilla de programación de Venezolana de Televisión va orientada específicamente a este público? Haga el ejercicio: intente recordar, sin hacer trampas, algún programa de corte juvenil, urbano y popular. Yo recuerdo al menos uno, y parece concebido por unas viejas almas que suponen que hablarle a la juventud equivale a repetir 127 veces la palabra «pana» en un lapso de 21 minutos.

En el mejor de los casos, el grueso de la programación de las televisoras oficiales parece responder a los principios básicos de la crítica de la cultura de masas. Mucha Escuela de Frankfurt y muy poco Walter Benjamin. Es hora de abandonar las lecciones contenidas en los viejos libros de un Antonio Pasquali que, al fin y al cabo, hace tiempo que ha renegado de ellos, y que ante la mención de Theodor Adorno, seguramente lo confundirá con el célebre gato de Julio Cortázar. Sería conveniente pasearse por la obra del colombiano Jesús Martín-Barbero, por citar alguno, que hace tiempo saldó cuentas con aquella vieja herencia que nos legó Frankfurt, y a la que sigue aferrada la izquierda cultural.

En nombre de la crítica de la cultura de masas, jamás veremos en las pantallas de Venezolana de Televisión, y sospecho que tampoco en las de Vive Tv o en las de TVes, algún video de Calle 13, porque eso es reguetón. Para los nuestros, el plagio que hiciera el equipo de campaña del candidato Manuel Rosales de la canción Atrévete Te-Te, del mismo Calle 13, más que una demostración de la potencia del marketing electoral opositor, vendría a ser una prueba más de que el reguetón no es cultura, sino una cosa vulgar dirigida a adormecer a las masas. Por esto mismo, jamás podremos disfrutar de un video portentoso, extraordinario y subversivo como aquel en que Calle 13 se la dedica al FBI – Querido FBI, lleva por nombre la canción – y que fue escrito por Residente horas después del asesinato de Filiberto Ojeda Ríos, líder histórico de Los Macheteros, movimiento independentista puertorriqueño. La noche del 3 de diciembre de 2006, ningún militante festejó tan alegre y ruidosamente la victoria de Chávez como los cincuenta adolescentes que se instalaron a bailar reguetón frente a la esquina de Carmelitas, en la Avenida Urdaneta. Pero eso jamás aparecerá por televisión.


Poco importa que miles de adolescentes de los barrios caraqueños estén abandonados a la movida tuki. Los tukis no serán transmitidos por los medios del Estado. ¿Quiénes son los tukis? Les apuesto un millón a una que los niñitos-bien de los liceos privados del este caraqueño saben perfectamente bien quiénes son los tukis. Por supuesto, los desprecian, como desprecian toda expresión de estética barrial, marginal, pobre. Los adolescentes que estudian en los colegios privados de Maracay llaman «elieles» a los jóvenes de los liceos públicos ¿Quién es Eliel? Un joven de 15 años de clase media alta lo tiene claro. Nosotros no. Pretendemos dictarles lecciones de política a un barrio que no conocemos. El efecto es similar a la publicidad engañosa y demagógica que denunciaba Chávez. Los adolescentes de los barrios no nos escuchan, no nos creen. ¿Quiénes son los tukis? Les paso el dato: Chávez usa sus pantalones al más fiel estilo tuki. Chávez es un tuki. Más o menos por eso es el presidente de este país.

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